UN TELÉFONO EN NUESTRO DESTINO
Publicado en
octubre 11, 2009
Una increíble casualidad, y precisamente lo que necesitaban.
Por Thom Hunter.
MI ESPOSA LISA y yo publicábamos con grandes trabajos un pequeño periódico semanal. Yo escribía y ella vendía anuncios. A menudo trabajábamos hasta pasada la medianoche, mientras el pueblo, incluidos nuestros hijos, dormía.
Una de esas noches nos metimos en la cama tardísimo, para levantarnos unas horas después. Me comí un plato de cereal y bebí un refresco grande, y luego emprendí el viaje a la capital del estado, pues tenía que ir a la imprenta. Lisa vio que nuestros cinco hijos se vistieran, y mandó a los tres mayores a la escuela con sus bolsas del almuerzo. Yo estaba tan cansado que no debía haber conducido, y mi esposa estaba tan cansada que no debía haber hecho nada.
La temperatura es de 21 grados centígrados, y el sol brilla en todo su esplendor, dijo alegremente un locutor por la radio. "¡Otro hermoso día!" No le hice caso.
Pero de lo que sí tuve que hacer caso fue de las consecuencias de beber un refresco grande. Me di cuenta de que no llegaría a tiempo a la ciudad, así que me detuve en una parada de descanso, a unos cuantos kilómetros de la casa.
Mientras tanto, Lisa, molida como estaba, empezó a llamar a las empresas de servicios para explicar nuestro atraso en los pagos y suplicar que se nos diera un día más de agua caliente y aire acondicionado. Buscó el número de la compañía de luz y lo marcó... o al menos creyó que lo hacía.
Al bajar del auto en la parada de descanso oí sonar el teléfono público. Yo era la única persona que estaba ahí, pero de cualquier modo miré hacia todos lados.
Pensé que tenía que ser el más equivocado de todos los números equivocados. Después me escuché a mí mismo decir: ¿Por qué no? Así que caminé hacia el teléfono y levanté el auricular.
—Hola —dije.
Silencio. Luego, un grito:
—¡Thom! ¿Qué diablos estás haciendo en la compañía de luz?
—¿Lisa? ¿Por qué diablos llamas a un teléfono de la carretera?
Pasamos por toda una gama de exclamaciones, desde: "¡No lo puedo creer!" hasta "¡Esto es algo en verdad sobrenatural!"
Seguimos hablando. A las exclamaciones siguió la conversación; una charla real, sin prisas y sin interrupciones... la primera en mucho tiempo. Hablamos incluso de la cuenta de luz. Le aconsejé a Lisa que durmiera unas horas, y ella me dijo que usara el cinturón de seguridad y que tomara menos refresco.
Aun así, yo no quería cortar la comunicación. Habíamos compartido una experiencia maravillosa. Los números de la compañía de luz y del teléfono público diferían sólo por un dígito, pero el hecho de que yo estuviera allí cuando Lisa llamó había sido tan improbable que se lo atribuimos a Dios. El sabía que esa mañana cada uno de nosotros necesitaba, más que nada en el mundo, escuchar la voz del otro. Él nos puso en contacto.
Aquel telefonazo fue el principio de un cambio sutil en nuestra familia. Ambos nos preguntamos cómo era posible que nos hubiéramos enfrascado tanto en nuestro trabajo que dejáramos que una desconocida acostara a nuestros hijos. Y cómo había podido yo sentarme a desayunar sin decir siquiera buenos días.
Dos años después ya habíamos dejado atrás el negocio que dominó a tal grado nuestra vida, y yo tenía un empleo nuevo... en la compañía de teléfonos. Que nadie me diga ahora que Dios no tiene sentido del humor.
CONDENSADO DE "THOSE NOT-SO-STILL SMALL VOICES", © 1993 POR THOM HUNTER, PUBLICADO POR NAVPRESS, DE COLORADO SPRINGS, COLORADO. COMPOSICIÓN FOTOGRÁFICA: © THE STOCK MARKET/JON REIS/JS PRODUCTIONS.