TRASPLANTE DE CÓRNEA, UN REGALO DE LUZ
Publicado en
octubre 28, 2009
Izquierda: escena callejera vista con córnea normal. Derecha: la misma escena vista con córnea defectuosa.
Portentosos avances de la oftalmología moderna están devolviendo la vista a miles de personas, cada año.
Por Paula Patyk Spencer.
John McGuire había vivido al borde de la ceguera desde niño. Cuando tenía seis años, una bala perdida le dañó seriamente el ojo izquierdo; un año después se lo sustituyeron con un ojo artificial.
Ya cuarentón, con el ojo bueno que le quedaba empezó a ver halos alrededor de los focos luminosos, uno de los primeros síntomas del glaucoma (aumento de líquido y de presión en el globo ocular, que puede oprimir al nervio óptico y causar ceguera). Gracias al tratamiento a base de gotas oftálmicas, se controló el glaucoma.
Después tuvo catarata, enturbiamiento del cristalino que empaña la visión, y lo operaron.
Cuando tenía 50 años, se dio cuenta de que le empeoraba la vista. Al principio no se lo dijo a nadie; ni siquiera a su esposa, porque "no quería que me trataran de manera especial". A veces tropezaba con las cajas del almacén donde trabajaba. Con todo, llegó el día en que no pudo manejar su auto ni cortar el césped. También dejó de cantar en la iglesia los domingos, porque no distinguía la letra del himnario. Muy a su pesar, McGuire se jubiló a los 55 años.
Durante 15 años McGuire vio el mundo a través de una especie de cristal esmerilado. Los médicos no se explicaban a qué se debía la degeneración de su córnea. McGuire podía distinguir la luz de la oscuridad, aunque las imágenes seguían envueltas para él en la niebla. A los seis metros apenas lograba distinguir lo que cualquiera ve bien desde 60 metros.
McGuire, actualmente de 71 años de edad, se habría quedado ciego de no ser por los adelantos logrados con un procedimiento quirúrgico que tiene éxito en más del 90 por ciento de los casos: el trasplante de córnea. Se trata de un milagro moderno, aunque hasta la fecha no ha sido objeto de tanta publicidad como los trasplantes de corazón, de hígado o de riñon.
La córnea es la superficie frontal transparente del ojo. Para que permita una buena visión, debe ser completamente diáfana, pues constituye la ventana por la que pasa la luz hacia el cristalino y la retina. Es el tejido celular más sensible del organismo; por eso parpadeamos y lloramos en cuanto nos entra una basurita en el ojo. Por lo demás, es muy resistente: cuando sus células externas se lastiman (por ejemplo, con el uso excesivo de lentes de contacto), se regeneran.
Sin embargo, la córnea puede dañarse irreversiblemente —debido a heridas, infecciones, quemaduras con sustancias corrosivas, o por anomalías congénitas— e impedir que la luz llegue a la retina, bloqueando la visión. En estos casos, el trasplante de córnea puede ser eficaz.
Este procedimiento consiste en extraer un disco pequeño de córnea de 15 milímetros de diámetro y sustituirlo con una córnea sana de un donador muerto. En términos generales, existen dos clases de trasplante. La queratoplastia penetrante es la más común: se sustituye todo el espesor de la córnea; la queratoplastia laminar es la técnica más nueva, y consiste en el remplazo de una parte del espesor de la córnea.
Los mejores candidatos para estos trasplantes son los que la tienen turbia, con cicatrices o deforme, pero que no padecen glaucoma, ni enfermedades del nervio óptico o de la retina. "Si la retina o el nervio óptico no son normales, aunque la córnea esté sana, la vista no será buena", explica el doctor Jay Krachmer, profesor de oftalmología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Iowa.
"No es necesario estar punto menos que ciego para estos trasplantes, aunque la mayoría de los candidatos a esta operación tienen una visión casi nula", comenta la doctora Deborah Sendele, de la Universidad de Tennessee en Chattanooga; ella efectuó la operación de John McGuire. Los operados, hasta la fecha, han sido desde pacientes de nueve días de edad, hasta de 102 años.
La operación no siempre requiere de hospitalización, y a veces se lleva a cabo con anestesia local. El cirujano opera con la ayuda de un microscopio potentísimo. En primer lugar, con un instrumento que efectúa cortes cilíndricos, se marca la parte dañada. Luego se corta el tejido marcado, dejando un hoyo. En la córnea del donador se corta un círculo ligeramente mayor, y se inserta en el orificio del que se está operando. El cirujano cose en su lugar la córnea del donador, con un hilo de nailon más fino que un cabello. (Pasados cinco meses, quitará los puntos que sostienen en su lugar a la córnea; y los demás, al año.)
Algunos pacientes pueden ver en cuanto les quitan las vendas, al día siguiente de la operación. Sin embargo, la visión normal se recupera poco a poco. Durante el tiempo de adaptación, los pacientes pueden usar anteojos o lentes de contacto: algunos siempre tendrán que usar lentes para ver bien.
El reciente auge de trasplantes de córnea es resultado de cuatro factores: 1) microscopios más potentes y mejores técnicas quirúrgicas; 2) los adelantos en la lucha contra el rechazo del sistema de inmunidad a los materiales trasplantados; 3) los adelantos en la conservación de tejidos dañados, que ahora pueden conservarse hasta dos semanas; y 4) mayor éxito en la obtención de córneas.
1) Microscopios más potentes y mejores técnicas quirúrgicas
2) Los adelantos en la lucha contra el rechazo del sistema de inmunidad a los materiales trasplantados
3) Los adelantos en la conservación de tejidos dañados, que ahora pueden conservarse hasta dos semanas.
4) Mayor éxito en la obtención de córneas.
A pesar de estos adelantos, todavía no se cuenta con suficientes donadores, y siempre hay una larga lista de personas en espera.
John McGuire recuerda el instante preciso en que le quitaron el parche después de la intervención: "¡Podía ver a todos los que estaban en la habitación!"
Al principio usó anteojos, para que la nueva córnea enfocara mejor. Después, a medida que el ojo se curaba, los cambió por lentes de contacto permeables al gas, que le ayudaron a ver mejor. Ahora dice: "¡Qué gran impresión, darme cuenta de todo lo que me había perdido!"
Ni McGuire ni su familia saben quién fue el donador. Pero, de no ser por esa persona, "John ahora estaría ciego. No encuentro las palabras para agradecerlo. Todos los días damos gracias al Señor por el milagro de que mi esposo vea", comenta Roby McGuire.
© 1987 POR PAULA PATYK SPENCER. CONDENSADO DE "50 PLUS" (JUNIO DE 1987). DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. FOTO: MARIO MERCADO.