REMBRANDT DE LA FOTOGRAFÍA
Publicado en
octubre 25, 2009
El mundo exterior visto desde el interior de un ojo por la abertura regulable del iris.
Con dedicación y una técnica prodigiosa ha tomado fotografías del "espacio interior" del cuerpo humano que inspiran temor reverencial.
Por Roy Ferguson.
HACE DIEZ AÑOS, cuando mi esposa y yo esperábamos la llegada de nuestro primogénito, un amigo nos regaló el libro del sueco Lennart Nilsson con las primeras fotografías tomadas a un niño antes del nacimiento: en el seno materno.
¡Qué revelación! No estábamos preparados para contemplar la radiante belleza de ese mundo embrionario. Las fotos de Nilsson mostraban fetos de color rosa nacarado, algunos no más grandes que el pulgar de un hombre adulto, con manos y brazos diminutos y ojos sombreados. Flotando plácidamente en la bolsa amniótica entre nubes de tejidos conjuntivos, el embrión parecía un astronauta que viajara en un universo sólo suyo. Nuestra admiración era la misma que sintieron millones de personas. El libro de Nilsson “Un niño va a nacer”, que vio la luz pública en 1965, se convirtió ya en una obra clásica. Los médicos lo elogian por su claridad gráfica; los fotógrafos, por su técnica brillante; los artistas, por su perspicacia para obtener imágenes tan bellas de la vida en ciernes.
En el corazón, en el vértice del ventrículo derecho, mirando hacia arriba, en dirección a la aurícula derecha. La válvula tricúspide, en el centro, evita que la sangre vuelva a la aurícula cuando el ventrículo se contrae.
"Nilsson es un explorador", declaró el extinto Victor Hasselblad, de la famosa empresa sueca de cámaras fotográficas que lleva su nombre. "Se aventuró en el espacio interior y expuso ese mundo a nuestra admiración". En realidad ya sea fotografiando el interior de un hormiguero, o el del cuerpo humano, Nilsson ha demostrado una devoción tan grande por lo perfecto que ha elevado sus fotografías a los dominios del arte. Cuando se publicó su libro “Descubrir el hombre” en medio del aplauso de los críticos, el del Times de Nueva York comentó que nadie, después de contemplar las detalladas fotos de Nilsson, podría hablar con repugnancia de las entrañas del hombre.
Los paisajes de Nilsson son extraños, pero al mismo tiempo obsesionantemente conocidos. Aquí se ve un escarpado terreno volcánico que resulta ser una vista ampliada de las glándulas pilóricas del estómago; allí, una reluciente vela extendida al viento que es en realidad la válvula mitral del corazón. Los tejidos de una vértebra parecen una celosía de delicado cristal de Venecia; y los cristales de calcio del oído interno, las piedras enormes y toscamente talladas de un Stonehenge desconocido. Lo que antes ni siquiera se veía a simple vista, resplandece hoy con pasmosa belleza visual.
¿Cómo se lanzó Nilsson a esta aventura? El fotógrafo, que nació el 24 de agosto de 1922, recuerda que fue un muchacho soñador y se sentía feliz tomando fotos de flores, insectos y plantas con una cámara que le habían regalado sus padres. Cuando tenía poco más de 20 años ya era conocido como uno de los mejores fotógrafos periodísticos de Suecia. "Lo que más le atraía era la foto considerada imposible", recuerda uno de sus amigos. Una vez pasó meses junto al montículo de un hormiguero tomando fotos de aproximación con las lentes de menor distancia focal que pudo encontrar, para mostrar, como si fuera a través de los ojos de un insecto, hormigas tan grandes como vacas. Otra vez se puso los esquís para acompañar a una partera, en Laponia, durante sus visitas profesionales. A la débil luz de las velas de las chozas nórdicas vio por primera vez alumbramientos humanos y los fotografió. "Comenzó entonces mi encanto por la creación del ser humano", me contó.
"Piedras erguidas", esto es, cristales de calcio de una centésima de milímetro de longitud, en el oído interno. Son parte del sistema de señales que trasmite al cerebro órdenes para mantener el equilibrio.
EN 1951 una misión periodística de rutina lo llevó a fotografiar a un eminente histólogo del Instituto Karolinska, en cuya oficina le llamó la atención un frasco colocado en un estante. Contenía un embrión humano de un mes de edad y un centímetro, o poco más, de longitud, conservado en alcohol. "Siempre había creído que los embriones eran como burbujas de gelatina", recuerda, "pero entonces vi ante mí uno con ojos, nariz, manos". Al salir esa tarde del Karolinska, se puso a pensar en la forma de fotografiar el ciclo de vida humana intrauterina, desde la concepción hasta el nacimiento, con embriones y fetos vivos.
Al principio la idea de Nilsson pareció casi imposible técnicamente. ¿Cómo atisbar dentro de la matriz y captar en colores lo que se viera allí? Pero después un tocólogo, el profesor Axel Ingelman-Sundberg, le sugirió que usara el endoscopio, que es una sonda especial, del grueso de un lápiz, para ver por ella el interior de las cavidades del organismo. Nilsson acopló una cámara fotográfica al ocular del instrumento, que colocó delante del objetivo con un aparato especial para fijarlo. Como la luz del endoscopio era muy débil para efectos fotográficos, un ingeniero amigo suyo inventó una lámpara con destello mil veces más brillante y de poco más de un centímetro de anchura. Sujeta al endoscopio, se podía insertar en el útero a través de la vagina sin molestias para la paciente.
Se presentó la primera prueba un día de 1955, cuando el profesor Ingelman-Sundberg llamó a Nilsson para el reconocimiento de una gestante con severas complicaciones uterinas (que se había prestado al experimento del fotógrafo). "Prepárese a tomar la foto", le advirtió el profesor mientras iba guiando e introduciendo el extremo del endoscopio. Nilsson miraba por el visor dé la cámara y vio algo que todavía recuerda como "pasmoso": un feto de cuatro meses, de perfil, que se chupaba tranquilamente el dedo pulgar. Apretó el disparador, pero el relámpago electrónico no funcionó. Un instante más tarde el feto se volvió y le quedó oculta la cabeza. Lennart Nilsson debió esperar siete largos años otra ocasión parecida para registrarla con la cámara.
El profesor Ingelman-Sundberg quedó tan impresionado por el fervor de Nilsson que instó a muchos de sus colegas a que avisaran al fotógrafo cuando fueran a hacer alguna uteroscopia. Durante 10 años Nilsson durmió semivestido y con la bolsa de equipo fotográfico a su lado, listo para levantarse de un salto si lo llamaban del hospital, hasta que consiguió completar una colección de fotografías sensacionales que siguen el desarrollo intrauterino del producto humano en sus etapas fundamentales. De todas las manifestaciones de admiración que esas fotos provocaron, Nilsson recuerda especialmente una: la expresión de reverencia con que un grupo de mujeres de una aldea del Congo contemplaba las fotografías del embrión (la escena la había captado un colega sueco).
Nilsson se propuso entonces volver su atención, como él dice, "a otros dramas que se desarrollan dentro de nosotros". Cuando empezó a trabajar en un artículo sobre las arterias y la circulación cardiaca del hombre para la revista norteamericana Life, tuvo la atrevida idea de tomar fotografías en el interior mismo de los vasos sanguíneos. Una compañía sueca de instrumentos de óptica diseñó para él una lente pequeñísima, realmente revolucionaria, que se colocaba en el extremo de un catéter lleno de fibras ópticas de vidrio, capaces de trasmitir la luz. Colocada dentro de los vasos sanguíneos, la lente llevaría a la cámara imágenes de claridad uniforme.
El fotógrafo instalaba su equipo cuando se practicaban autopsias y se abrían los conductos sanguíneos. De esto resultó un extraordinario conjunto fotográfico, publicado en 1968, donde las arterias aparecían como túneles ramificados de una fabulosa caverna. Una conocida asociación norteamericana para la divulgación de la higiene y los problemas cardiacos quedó tan impresionada que otorgó a Nilsson un premio "por su descollante labor para informar al público del sistema cardiovascular".
Un glóbulo blanco avanza sobre un racimo de bacterias (esferas verdes) a las que va a envolver e ingerir.
EN 1970 Nilsson y el Dr. Jan Lindberg, patólogo clínico del Instituto Karolinska y también fotógrafo, decidieron colaborar en la preparación de un libro que mostraría el interior del ser humano como nadie lo había visto, ni siquiera los médicos. "Queríamos mostrarlo de manera que todo el mundo lo entendiera", explica Nilsson, "y con fotografías agradables desde el punto de vista estético, no meras ilustraciones de libro de texto". Tan ímproba tarea requirió otras cuatro lentes pequeñísimas, cada una más que la anterior. La más pequeña, del ancho de un hilo, sirvió a Nilsson para tomar fotos en primer plano del oído interno.
Otro instrumento en que se apoya Nilsson para su singular labor es el microscopio electrónico, que amplía las imágenes hasta 100.000 veces. Una de las fotos más famosas de Nilsson, la primera tomada con tal instrumento de exploración, muestra a un mosquito en el instante de clavar el aguijón. Para conseguir esa foto llenó muchos tubos de ensayo con mosquitos vivos y luego los fue soltando en una habitación bien cerrada donde algunos voluntarios esperaban la picadura de los insectos. El truco consistía en matar el mosquito, pulverizándole una sustancia química conservadora, en el instante mismo en que el aguijón atravesaba la piel de su víctima. Tras cientos de picaduras, Nilsson logró lo que buscaba y luego puso el mosquito, junto con el trozo de piel en que descansaba, en el microscopio electrónico. Resultó una foto en la que el insecto parece una gigantesca ave de rapiña que clava el pico en una especie de estera de goma esponjosa.
Otra de sus fotos famosas muestra el instante preciso de la creación de la vida humana. Un día, mientras trabajaba para ilustrar un estudio sobre la esterilidad, Nilsson observaba en el portaobjeto de un microscopio óptico un frotis de la matriz y veía una multitud de espermatozoides que se arremolinaban en torno de un óvulo. De pronto observó que uno de los espermatozoides comenzaba a penetrar en la cubierta gelatinosa del óvulo. Lleno de emoción, congeló el frotis y colocó el portaobjeto en el microscopio electrónico. Tomó una singularísima foto del rugoso espermatozoide, aumentado 30.000 veces, donde parece un gigantesco renacuajo que mete la cabeza en una pequeña horadación del óvulo para iniciar el proceso de la fertilización. Un periodista sueco llamó acertadamente a esta escena "el beso de la vida".
Nilsson no recuerda ya cuántas distinciones ha recibido. Tal vez la más insólita fue la de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, de los Estados Unidos: como parte de la "tarjeta cósmica de saludo" colocada en los vehículos espaciales Voyager I y II, lanzados en 1977, se incluyeron copias de la notable foto de la fertilización del óvulo tomada por Nilsson, que señala el instante de la creación de la vida humana.
Hay en el cuerpo órganos sensorios de todas clases y formas. Este delicado bulbo es una papita gustativa de la lengua.
Flotando en el saco amniótico, el feto, con dos meses y una semana, y 37,5 mm de longitud, muestra ya todos los elementos que tendrá cuando haya completado su desarrollo
Fotos: Lennart Nilsson, Salvat Editores, S.A., Barcelona (España). Aymá S.A. Editora: Barcelona (España).