PERENNES SAGAS ISLANDESAS
Publicado en
octubre 25, 2009
Estas antiguas leyendas de aventuras y heroísmo, forman un eslabón viviente con el rudo pasado de Escandinavia.
Por Robert Wernick.
UNA FAMILIA de Reykjavik me invitó a cenar, y antes de mediada la comida se inició una animada discusión en torno de una mujer que todos parecían conocer, de nombre Hallgerd. Era la viuda de Gunnar Hamundson, granjero de Hlidarendi, a quien mataron en su propia casa durante una riña entre parientes.
Halígerd tuvo la culpa, decía la señora de la casa: era una arpía de lengua viperina que siempre buscaba camorra. Un profesor entrado en años no estuvo de acuerdo: mucho se podía decir en favor de Hallgerd, mujer orgullosa, bien nacida y continuamente humillada por su marido. Los otros comensales se unieron al debate, aduciendo pruebas en favor o en contra de una u otra parte. Se refirieron a la continua y violenta disputa que Hallgerd sostenía con la mujer de Njal, amigo íntimo de Gunnar, y a la riña entre este y el tío de su mujer, llamado Hrut (famoso en toda Islandia por sus amoríos con la reina madre de Noruega), y al rojo hilo de violencia que enlazó todas estas vidas.
Se diría que hablaban de una familia contemporánea y se referían a alguna noticia leída en el diario de ayer, pero el animado debate describía hechos ocurridos hacía ya 1000 años. Cuando una veintena de enemigos declarados atacó la casa de Gunnar, este, mientras la defendía, se volvió a su mujer, de largos y dorados cabellos que le llegaban a la cintura, y le dijo:
—Se ha roto la cuerda del arco. ¡Córtate dos de tus mechones y hazme con ellos una nueva! ¡Pronto! ¡Mi vida depende de ello!
—Me importa un comino —respondió Hallgerd fríamente—. Acuérdate de la bofetada que me diste en una, ocasión.
Inicial miniada del siglo XIV. Colección Arni Magnusson, Reykjavik.
(El incidente había ocurrido años antes, pero ella le dijo entonces que jamás lo olvidaría.) .
—¡No te lo volveré a pedir!
Gunnar, esgrimiendo su alabarda, peleó como un león, pero, superado en número por sus enemigos, pereció en la lucha.
Esta historia, tomada de la Saga de Njal el Quemado, es solamente uno de centenares, quizá miles, de relatos escritos por los islandeses medievales. No eran más de 100.000 almas, pero, a diferencia de la mayoría de los pueblos de esa época, sabían leer y escribir. Sus antepasados habían cruzado los temibles mares desde Noruega, Irlanda y Escocia, para establecerse en esta rocosa tierra ártica, donde comenzaron una nueva vida, "libres de reyes y criminales". Las sagas, antiguas leyendas nórdicas, cuentan en prosa movida y sencilla la forma en que estos pueblos trabajaban, amaban, batallaban y morían.
Inicial miniada del siglo XIV. Colección Arni Magnusson, Reykjavik.
LAS HISTORIAS de audaces aventuras y acciones temerarias, trasmitidas de generación en generación, son parte de la herencia cultural de todo escandinavo. Gracias a Snorri Sturluson, guerrero y gobernante islandés del siglo XIII, que se dio tiempo para escribir sus Eddas en prosa, el mundo entero dispone de las leyendas sombríamente hermosas de la mitología escandinava. Y el pueblo noruego poco sabría de su historia primitiva si el mismo autor no hubiera escrito su Heimskringla, cautivadora crónica de los reyes de Noruega.
Aunque las sagas han sido traducidas a casi todas las lenguas cultas, los islandeses aún las leen en su versión original, pues el idioma escrito de Islandia casi no ha variado en los últimos 1000 años. Suecos, noruegos y dinamarqueses lo comprendían antes, pero ahora ya no. Tienen que valerse de traducciones para leer las sagas.
La gran edad islandesa de los héroes de las sagas abarcó los siglos X y XI, cuando la isla era próspera y libre. Pero después vino la decadencia, y en el siglo XIII la población comenzó a declinar, el comercio de la isla se rezagó, su independencia estaba a punto de desaparecer bajo la dominación de Noruega y, más tarde, de Dinamarca. Los hombres evocaban en sus escritos tiempos mejores y más heroicos. El clima se fue recrudeciendo, pues en las zonas nórdicas se iniciaba una glaciación llamada la pequeña edad de hielo. En 1362 estalló una erupción volcánica que mató a miles de personas y devastó cientos de kilómetros cuadrados. Sumidos en la depresión producida por el frío, la peste y la pobreza, los habitantes se daban a recordar las antiguas leyendas con intensa nostalgia. Y cuando la breve luz del día invernal desaparecía y el vienta rugía sobre la tierra estéril, las familias se sentaban junto al fuego y cobraban ánimo escuchando aquellos relatos, siempre vivos, de los tiempos heroicos.
Los islandeses han sido siempre un pueblo intensamente práctico, que prefiere la verdad sin tapujos. Y así la encuentran en sus sagas. Los héroes eran fuertes, orgullosos, diestros en el manejo de las armas, celosos de su honor, dispuestos a dar su amistad, pero muy sensibles a cualquier ofensa. El prestigio del hombre dependía en gran parte de su fuerza y valentía. Así, en la Saga de Njal el Quemado, Hrut, el anciano tío de Hallgerd, mancha su buen nombre cuando se deja intimidar y devuelve la dote de su joven esposa. Pero en la Saga Laxdaela, el mismo Hrut, a la edad de 80 años, mata a un hombre que lo agravió y así recupera toda su honra.
Grettir el Fuerte, cuenta la leyenda del mismo nombre, era capaz de cargar dos ovejas en cada hombro; trabó épica batalla contra un fantasma durante tres días. Kjartan, héroe de una de las espléndidas historias narradas en la Laxdaela, amaba a una doncella llamada Gudrun, y le pidió que lo esperara tres años mientras él hacía fortuna en Noruega. Pero el galán tardó en regresar y a su vuelta encontró que la amada se había casado con su mejor amigo. Después de una violenta disputa, Gudrun instigó a su marido a que matara a Kjartan, con lo que dio comienzo una serie de venganzas sangrientas. Gudrun vivió hasta la vejez y, cuando su hijo le preguntó a cuál de sus cuatro maridos había querido más, ella respondió: "Al que mayor daño hice". Y sin duda pensaba en el objeto de su primer amor, cuya muerte había provocado.
Aunque las matanzas son parte esencial de las sagas, y vemos que los personajes se hieren mutuamente con alabardas, también los hallamos tratando penosamente de reconciliar a los enemigos y de solucionar sus diferencias. Los protagonistas de las sagas asisten cada año a una asamblea general llamada Althing, para dictar leyes destinadas a traer la paz a una tierra entregada a la anarquía. Buscan la manera de mejorar la posición de su familia. Labran el campo. Gunnar, por ejemplo, sale a recoger su heno; Njal y sus hijos extienden el abono sobre sus tierras.
Las sagas son inmortales. Cuando un islandés desea agraviar a otro, le dice "Falso Mord", por el personaje de Mord Valgardsson, cuyas calumnias tuvieron como consecuencia que, en la Saga de Njal el Quemado, una familia entera muriese en la hoguera. Si un islandés nos ofrece un tazón de skyr, especie de yogur, recordará, con toda seguridad, cómo, en la Saga Sturlunga, Gizur Jarl, el traidor que entregó Islandia al rey de Noruega, escapó de sus perseguidores zambulléndose en una gran cuba de skyr.
Asimismo, las sagas tienen también presencia física, pues sobreviven en unos 13.000 manuscritos que se conservan cuidadosamente. La mayor parte de ellos fueron encontrados en casas de granjeros durante los siglos XVII y XVIII y presentados a cierto rey de Dinamarca, entusiasta coleccionista de libros, cuando Islandia pertenecía a la corona dinamarquesa. Durante muchos años los islandeses gestionaron reiteradamente que se los devolvieran, lo que finalmente consiguieron. En 1971 un barco dinamarqués llevó los manuscritos más raros y mejores a Reykjavik, donde se guardan actualmente en un nuevo y hermoso edificio de la universidad.
Jónas Kristjánsson, curador de la biblioteca, me concedió el privilegio de entrar en las cámaras de aire acondicionado para ver y tomar en mis manos algunos de esos ejemplares. Son antiguas vitelas atadas con correas a tapas de madera, o bien copias más modernas de papel encuadernadas en cuero; unas y otras aparecen manchadas por las manos de las muchas generaciones de lectores que han vuelto pausadamente sus páginas. Tienen pocas ilustraciones. El texto está escrito con vigorosa letra masculina, propia para facilitar su lectura.
Ilustración del siglo XVII. Colección Arni Magnusson, Reykjavik.
EN CADA RINCON de Islandia se halla algún recuerdo de las antiguas sagas. Al norte de Reykjavik, por ejemplo, hay un camino de ocho kilómetros, abierto sobre lechos de lava, que lleva el nombre de Berserkjahraun. La Saga de Eyrbyggja es la historia de un islandés que entró al servicio del rey de Noruega y, cuando llegó el momento de volver a su tierra, el monarca le ofreció que eligiera una recompensa por su trabajo. El islandés eligió dos berserkers, soldados de la guardia del rey, aunque se le advirtió que no le traerían sino disgustos en su granja de Islandia.
Y así fue. Los berserkers, en vez de trabajar, no hacían sino fanfarronear dondequiera, de manera que el islandés persuadió a su hermano, también granjero, a que los tomara a su servicio. Uno de ellos insistió en casarse con la hija del hermano, y el granjero cedió al fin, pero a condición de que el berserker construyera un camino sobre el campo deslava. Los dos soldados comenzaron a trabajar y, cuando estuvieron exhaustos, el granjero les propuso que tomaran un sauna. Una vez ambos dentro del baño, el islandés atrancó la puerta y echó agua por el techo sobre las piedras calientes hasta que los noruegos no pudieron aguantar más el calor. Consiguieron, sin embargo, derribar la puerta para huir, pero al llegar afuera el granjero los mató.
Muchos islandeses están convencidos de que estas historias son verídicas. En muchos casos la arqueología confirma los detalles. Así, por ejemplo, se ha encontrado madera carbonizada justamente en el sitio donde, según la saga, Njal y su familia fueron quemados vivos en su casa. Las dos sagas sobre la sangrienta carrera de Eric el Rojo describen cómo su esposa, cuando estaba él en Groenlandia, se convirtió al cristianismo. Entonces Eric le permitió que construyera una capilla, siempre que no estuviera demasiado cerca de la casa. Las excavaciones practicadas hace poco en la granja de Eric, en la costa sudoccidental de Groenlandia, han puesto al descubierto una capillita del siglo X, a buena distancia de los muros del viejo y rudo pagano. Lo más notable de estas sagas es que se hayan mantenido vivas después de 700 años. Cierto día un amigo mío, Stefán Stefánsson, me llevó en su automóvil a Thingvellir, anfiteatro natural de roca y pradera al pie de negros y hoscos acantilados. De una grieta surge una cascada que lleva las aguas de un río frío y transparente hasta un hondo lago de azul sobrenatural. En este sitio se reunían los islandeses cada año en el mes de junio, y allí, en 930, establecieron el primer parlamento europeo. Allí se hallaba la Roca de la Ley, adonde acudían los hombres para resolver sus sangrientas disputas.
Mi amigo rompió a cantar una especie de salmodia tradicional con la historia de Grettir el Fuerte, quien nadaba por aguas tan frías que su manto se helaba y lo envolvía como una armadura de hielo. Luego Stefán entonó una canción compuesta por él mismo, acerca de un corcel del que es propietario y al que tiene gran apego.
Más tarde, al volver a su casa, recordé que en la saga de Hrafnkel, sacerdote de Frey, el héroe es dueño de un caballo magnífico y ha jurado dar muerte a cualquiera que ose montarlo. Stefán asintió y, tomando un libro de su biblioteca, comenzó a leer aquella saga.
Sus tres hijos lo escuchaban sin perder detalle con brillantes ojos azules. Sentados en esta confortable casa contemporánea, oía yo rugir el viento en el exterior y relinchar el caballo en el establo, y de pronto me sentí transportado a una primitiva casa de paredes de tepe, sentado junto al fuego, escuchando las viejas historias de aquella áspera tierra. Y comprendí por qué las sagas no morirán jamás.