RECORRIDO POR LA SAGRADA JERUSALÉN
Publicado en
octubre 02, 2009
Panorama de la Ciudad Santa desde el Monte de los Olivos.
Estos Santos Lugares, reverenciados por la fe y la historia, atraen cada año a cientos de miles de turistas y peregrinos.
Por Ernést Hauser .
Desde los 812 metros de altitud del monte de los Olivos, una de las colinas de laderas poco escarpadas que separan a Jerusalén del desierto de Judea, el viajero contempla la Ciudad Santa en toda su dorada gloria. A sus pies ve la alta explanada donde se alzó el Templo que mandó edificar Herodes, y en la que ahora se yergue el Domo de la Roca, templo musulmán cuya importancia en el mundo islámico sólo superan La Meca y Medina. Más allá, abrigada por sus grandes murallas, se acurruca la Jerusalén Antigua, laberíntico amasijo de tiendas y viviendas de techo plano, atravesado por estrechas y retorcidas callejuelas. Las resplandecientes manzanas de altos edificios de la Nueva Jerusalén constituyen un fondo incongruente, hechura del siglo XX.
De aquella verde cima fue de la que Jesús descendió a lomos de un asno prestado para hacer su entrada en Jerusalén. Miles de personas delirantes de gozo tendían mantos y palmas en el suelo ante Él, y clamaban: "¡Hosanna! ¡Hosanna!" El peregrino de hoy, que acude para seguir el recorrido que entonces siguió Jesús, haría bien en iniciar su viaje desde esta famosa colina. Al descender, entre altos cipreses y oscuros pinos quitasoles, llegará a un bosquecillo de nudosos olivos milenarios, que podrían ser vivientes retoños de aquellos árboles en cuyas raíces el Hijo del Hombre apoyó la cabeza. Y el peregrino se detendrá al pie del monte, en una moderna iglesia que conmemora al Huerto de Getsemaní, donde Jesús oró después de la Última Cena, sudó "como gruesas gotas de sangre", y donde lo aprehendieron.
De los cerca de 700,000 cristianos que visitan Jerusalén en un buen año, alrededor de una cuarta parte son peregrinos deseosos de conocer los lugares relacionados con la historia de la Salvación. ¿Cuán sólida es la tradición que reverencia esos lugares? La pregunta no es de índole religiosa. Ninguna iglesia cristiana considera artículo de fe la aceptación de su autenticidad, y es tarea de arqueólogos e historiadores señalar los sitios sagrados.
Tal tarea es ardua, porque Jerusalén, sagrada para cristianos, judíos y musulmanes, ha sufrido cambios radicales desde la época de Jesucristo. Una sublevación judía contra los romanos provocó la total destrucción de la ciudad en el año 70 de nuestra era. Luego, en el año 135, el emperador Adriano hizo levantar sobre las ruinas una espaciosa ciudad, con paseos flanqueados por columnatas, baños públicos, templos y un foro. A los judíos se les prohibió residir allí. Ese desplante de arrogancia de la Roma imperial se demolió progresivamente después del año 313, cuando el emperador Constantino el Grande otorgó a los cristianos el derecho a profesar su culto dentro de los confines del Imperio Romano. Jerusalén se convirtió entonces en el principal centro de atracción del mundo cristiano.
Jesucristo fue en esta ciudad un forastero. Nacido en Belén, se crió en Nazaret, pequeña población de Galilea, y ejerció la mayor parte de Su ministerio en el norte de la región. Juan nos informa que Jesús, como en general solían hacer los judíos en todo el país, "subía a Jerusalén" los días festivos para rendir culto en el Templo.
Fue sin duda durante una de esas visitas cuando Jesús curó milagrosamente a un paralítico en el estanque situado "junto al mercado de ovejas", cuyas aguas, al ser agitadas por un ángel, curaban de cualquiera enfermedad a la primera persona que pasara por ellas. El paralítico, que en vano había esperado a la orilla de esa piscina durante 38 años, le dijo al Señor que siempre que el agua se agitaba, "otro baja antes que yo". Jesús le respondió: "Levántate, toma tu camilla y anda". Y el hombre hizo lo que se le indicó.
Cuando entré en el famoso recinto de Bethesda, o "Casa de la Misericordia", en el barrio musulmán de la ciudad, me recibió un hombre alto y delgado, uno de los Padres Blancos, congregación francesa de pioneros religiosos que cuida el lugar.
—¿Quiere usted ver el estanque? —me preguntó—. Permítame; se lo enseñaré. Nuestra congregación practicó algunas excavaciones aquí hace unos 100 años, y descubrió dos embalses anteriores a Jesucristo, de 13 metros de profundidad cada uno. Al principio se pensó que se trataría del estanque descrito por Juan. Pero, ¿cómo podían los inválidos meterse en aguas tan profundas? A finales del decenio de 1950, excavamos de nuevo y descubrimos varias piletas pequeñas de escaso fondo, algunas con escalones de piedra que bajan a su interior. ¡Deben de haber sido parte del estanque curativo!
—Pero, ¿qué me dice del ángel que agitaba el agua? —le pregunté.
—¿Quiere usted una explicación racional? Pues bien, tal vez algún servidor vertía agua fresca en las piletas cuando estaban vacías... con lo que hacía olas, claro está. Pero, recuerde, ¡era el Señor quien realizaba las curaciones, y no el agua!
La mayoría de los cristianos identifican unos 30 lugares dentro de la Jerusalén Mayor como testimonios de los sucesos narrados en el Nuevo Testamento. Casi todos ellos están señalados por un santuario o una iglesia. Algunos se encuentran en manos de los musulmanes, como la Sala Superior del monte Sión, elegante salón medieval que evoca la Última Cena y el Descenso del Espíritu Santo. Ya en el año 130 de nuestra era, una minúscula "iglesia de Dios", la cuna de la Cristiandad, se alzó en ese lugar, o cerca de él.
También se halla en manos musulmanas el pequeño santuario que en el monte de los Olivos conmemora la Ascensión de Nuestro Señor.
Quince de los Santos Lugares de Jerusalén están al cuidado de los Custodios de Tierra Santa, rama de la Orden Franciscana. La más ostensible aportación de esta congregación a la presencia cristiana en Jerusalén es el recorrido de la Vía Dolorosa, o Vía Crucis, devoto ejercicio que se lleva a cabo todos los viernes por la tarde. La ley romana disponía que los condenados a la crucifixión debían cargar su propio instrumento de tortura mortal. Jesucristo se echó a cuestas Su cruz en el Pretorio, lugar en que fue condenado por Poncio Pilato. Pero, ¿dónde estaba el Pretorio?
Hasta hace poco tiempo, prevaleció la opinión de que aquel tribunal se encontraba en la fortaleza Antonia, cuartel romano situado en la esquina noroeste de la plataforma del Templo. En la actualidad, muchas autoridades en la materia creen que se hallaba en el palacio del rey Herodes, en el otro extremo de la ciudad. La tradición, sin embargo, triunfa sobre la erudición. La procesión de penitentes, encabezada por los franciscanos, sigue su ruta acostumbrada y se inicia en el patio de una escuela musulmana construida sobre las ruinas de la fortaleza Antonia y sigue su ruta por estrechas callejas hasta el Calvario, a 400 metros de allí.
Las últimas cinco Estaciones de la Vía Dolorosa se hallan en el interior de la Iglesia del Santo Sepulcro. Esta iglesia, rodeada de viviendas y tiendecillas, sombría y atestada en su interior, y sin otro acceso que una puerta lateral, no es ahora sino la sombra de su antigua gloria. No obstante, sigue siendo el adoratorio central de la Cristiandad; un sitio en el que todas las piedras proclaman el mensaje de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida". Más de 2000 turistas y peregrinos se apretujan aquí cada día para contemplar el vacío sepulcro de Jesucristo.
El espacio que ocupa ahora aquella iglesia se extendía, por los días en que Jesús murió, afuera de las murallas de la ciudad. Cuando el emperador Constantino quiso erigir "el templo más espléndido de la Cristiandad" sobre la tumba de Jesús, se enteró de que ésta permanecía oculta, a gran profundidad, debajo de un templo pagano edificado cuando Jerusalén pasó a ser ciudad romana. Sin por ello desalentarse, Constantino ordenó que unas partidas de demolición arrasaran el templo y excavaran su base de piedra y escombros hasta una profundidad de 12 metros, donde toparon con un fondo de roca.
Lo que entonces se descubrió fue un promontorio de piedra caliza, un pedestal natural para crucifixiones. La pared de un risco cercano estaba horadada horizontalmente por una tumba de construcción típicamente judía, compuesta de un estrecho vestíbulo para los dolientes y una cámara mortuoria con un reborde de roca para colocar el cadáver. La tumba estaba vacía. El lugar se ajusta con impresionante exactitud al texto del Evangelio: "Había cerca... un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí. . . por estar cerca el sepulcro, pusieron a Jesús".
Para ser exactos, se encontraba a 33 metros al noroeste del montículo de piedra caliza llamado Gólgota, o Calvario, "Lugar de la calavera", en lo que se cree habrá sido una cantera abandonada.
Dos trascendentales reliquias, reunidas dentro de estrechos límites: ¿cómo guardarlas en una iglesia? Constantino mandó romper la pared del risco hasta los mismos límites de la tumba, que quedó así reducida a una oquedad aislada. La dejó fija en el suelo y la mandó cubrir con fino mármol, tras de lo cual hizo levantar en su derredor una vasta estructura circular inspirada en los monumentos imperiales de Roma. Esta rotonda abovedada, llamada "Iglesia de la Resurrección", se complementó, en su lado oriental, con una iglesia conmemorativa de cinco naves laterales. Entre ambos edificios se tendió un Huerto Sagrado, abierto hacia el cielo, donde la roca del Calvario se levantaba a una altura de más de cinco metros del pulido pavimento. Con su columnata delantera, el conjunto medía alrededor de 180 metros de longitud por 60 de anchura. Las riquezas que contenía eran increíbles: oro, plata, piedras preciosas de todas clases. Su esplendor, lejos de ser mera ostentación, tenía el propósito de celebrar el triunfo de una religión universal cuyos adeptos, hasta hacía poco, habían sido arrojados a las fieras.
De aquella resplandeciente joya del mundo cristiano es poco lo que subsiste. Restaurada después de que los persas la incendiaron en el año 614, fue destruida en 1009 por el tirano egipcio Hakim el Loco, quien ordenó a sus tropas arrasar la tumba misma. En 1099, los Cruzados arrebataron la Ciudad Santa al dominio musulmán y restauraron las patéticas ruinas lo mejor que pudieron; eliminaron el Huerto Sagrado e hicieron de las capillas gemelas un solo edificio. Al ser expulsados de los Santos Lugares en 1187, los Cruzados dejaron tras sí una estructura empequeñecida y desproporcionada, apenas de la mitad de la longitud que tuvo el conjunto original.
Hoy día, lo que encuentra el peregrino es la maltratada y muy remendada iglesia de los Cruzados, la cual ha pasado por varios incendios y un terremoto. La tumba, es decir, una aproximación de ella realizada en 1810 bajo el patrocinio del zar Alejandro I de Rusia, es aún el centro de la devoción universal. De unos ocho metros de longitud por cinco de altura y otros tantos de anchura, está hecha, casi totalmente, de mampostería. Sólo cuatro personas a la vez pueden entrar en ella para orar brevemente, y por lo general la gente tiene que formarse para entrar. La roca del Calvario, de color pardogrisáceo y deteriorada por la intemperie, se puede ver a través de un vitral protector. Dieciocho peldaños llevan hasta el tope de la roca, y una de las escenas más conmovedoras que se ven en Jerusalén es la de los ancianos, los inválidos y los débiles que los suben a duras penas, pero con la faz radiante.
"Observe usted que la roca está partida", me dijo el joven franciscano con quien recorría el lugar, lo cual me recordó el relato estremecedor que hace el Evangelio de Mateo de la muerte de Jesucristo: "Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, entregó Su espíritu ... La tierra tembló y se hendieron las rocas".
Una capilla subterránea perpetúa la piadosa leyenda que atribuye a Santa Elena, la anciana madre del emperador Constantino, haber hallado, en una seca cisterna subterránea cerca del Calvario, la cruz en que Jesús murió. Esta mujer, habiendo desenterrado las tres cruces (la de Jesucristo y las de los dos ladrones crucificados con Él), identificó la verdadera, cuenta la leyenda, haciendo que una moribunda la tocase y sanara con ello. De este madero han sido enviadas astillas de la Verdadera Cruz "para cubrir al mundo", y son objeto de veneración eh millares de templos.
¿Qué significado tiene para el individuo recorrer la Jerusalén cristiana? La víspera de mi partida, un ministro protestante, de visita en la ciudad, a quien conocí en la Iglesia Luterana del Redentor, situada en la Ciudad Antigua, me dio su opinión. "Este es el tercer viaje que hago a Tierra Santa", me dijo. "Cada viaje se traduce en una renovación espiritual. Sentir la presencia del Señor profundiza nuestra comprensión de la Biblia. ¡Las palabras que he leído tantas veces cobran nueva vida! ¿Qué importa que no podamos demostrar la verdad histórica de algunos de estos lugares? ¿Acaso no bastan las plegarias de tantas y tantas generaciones para santificarlos?"
El pastor y yo salimos de la galería y vimos que el sol de la tarde hacía resplandecer como oro las blancas piedras de los antiguos edificios que nos rodeaban. Y mi acompañante me dijo, citando el Apocalipsis: "He ahí la gran ciudad, la Ciudad Santa, Jerusalén, que descendía del cielo, proveniente de Dios y que tenía la gloria de Dios. Su brillo era semejante al de la piedra más preciosa..." Se volvió hacia mí y me preguntó: "¿Acaso no es esta dorada ciudad, por sí misma, un Lugar Santo?"