DESPUÉS DEL DESASTRE DEL BHOPAL
Publicado en
octubre 02, 2009
Las compañías trasnacionales pueden ser la mejor fuente del Tercer Mundo en lo que se refiere a la actualización de la seguridad industrial y la tecnología ecológica .
Por Fergus Bordewich.
La mañana del 3 de diciembre de 1984, mientras los trabajadores de la planta química de la Union Carbide India, en Bhopal, India, corrían aterrorizados, una nube blanca de metilisocianato, sustancia tóxica utilizada para fabricar pesticidas, escapó de un tanque de almacenamiento y se cernió sobre la ciudad. Murieron por lo menos 2300 personas y más de 200,000 resultaron intoxicadas. De estas, probablemente 10,000 tendrán que soportar consecuencias dañinas duraderas. Fue el peor desastre industrial de la historia.
A pesar de que la Union Carbide India Ltd. era en un 49 por ciento de propiedad india y de que todo el personal era de esa nacionalidad, en casi todo el mundo se consideraba que la corporación era una compañía "estadunidense". Así, parecía una conclusión inevitable que el desastre generaría un estallido antinorteamericano y anticapitalista de primer orden. "Va a ser cada vez más difícil convencer a las compañías trasnacionales de que hagan inversiones en este tipo de países", predijo Kenneth Rush, ex presidente de la Union Carbide, pocos días después del accidente. "Los países en vías de desarrollo sentirán temor a las plantas industriales y a la inseguridad que las rodea".
Pero, ¿ha sido este el caso? Para averiguarlo, fui a Bhopal. Mi primera cita fue con V. N. Kaul, que era entonces secretario de Industria y Comercio del estado de Madhya Pradesh, donde está situada Bhopal.
Reconoció que el desastre había ahondado la preocupación respecto a la seguridad del medio biológico. Sin embargo, añadió: "No ha tenido efecto alguno ni en la marcha ni en el proceso del crecimiento industrial. ¿Por qué condenar a todas las trasnacionales por las decisiones erróneas de la Union Carbide?"
Cierto era que en las calles de Bhopal los manifestantes ocasionalmente gritaban: "¡Estados Unidos hizo el veneno y lo arrojó en Bhopal!" Pero ningún funcionario del Gobierno ni ningún partido político importante compartieron esta protesta. Ninguno de ellos pidió que se expropiaran las instalaciones de la Union Carbide, ni instó a tomar medidas enérgicas sistemáticas contra el capital extranjero. En el resto del Tercer Mundo, la reacción ha sido incluso más discreta.
Esto representa una profunda trasformación. Durante los años setentas, en el Tercer Mundo, se veía con frecuencia con animosidad a las trasnacionales por su capacidad de interferir en la política local, por el control que ejercían sobre las materias primas esenciales y por su supuesto afán de arrojar desechos peligrosos en países demasiado inexpertos para advertir el peligro que representan. En consecuencia, a veces surgía una guerra económica contra la explotación real o imaginaria. Entre 1970 y 1976, en el Tercer Mundo se nacionalizaron más de dos veces y medio del número de empresas de propiedad extranjera que las que se habían nacionalizado durante toda la década anterior. Innumerables empresas más fueron obligadas a salir de los mercados de países en vías de desarrollo por medio de reglamentos punitivos, barreras arancelarias y planeación económica centralizada.
Sin embargó, las multinacionales que capearon estas tormentas ideológicas demostraron tener más capacidad de adaptación de la que previeron sus críticos. Cuando los países en vías de desarrollo buscaron suplantarlas con monopolios estatales, las empresas extranjeras ganaron dinero al autorizar el empleo de su tecnología, contratar su capacidad administrativa y cambiar sus productos por mercancías locales, en vez de por dinero en efectivo. Cuando los gobiernos insistieron en tener voz y voto en las actividades de las trasnacionales, proliferaron las empresas de inversión mixta.
También ha habido un notorio cambio en las políticas de muchos países en vías de desarrollo hacia las trasnacionales. "Actualmente hay un amplio reconocimiento de que las trasnacionales desempeñan un papel decisivo en el desarrollo", opina un diplomático estadunidense que fue delegado de 1983 a 1985 en la Comisión sobre Corporaciones Trasnacionales de las Naciones Unidas. Las razones para este cambio de parecer son múltiples: la restricción de préstamos con bajo interés de los bancos occidentales; la comprensión de que la inversión extranjera privada genera empleos, divisas y recaudaciones de impuestos; la conciencia de que la modernización continua puede depender del aprendizaje de las avanzadas tecnologías occidentales; y la creciente desilusión respecto a las economías socialistas.
Para muchos países, este cambio de posición ha sido dramático. Argelia ha adoptado una nueva ley de inversión que otorga a los inversionistas extranjeros el derecho de repatriar sus utilidades. Ecuador elevó la proporción de propiedad extranjera permisible del 30 por ciento al 100 por ciento en compañías que se dedican a la exportación.
La India engloba muchas de las nuevas actitudes que está adoptando el Tercer Mundo. "Ya no hay personas influyentes que argumenten que el futuro de la economía o del país consiste en más nacionalización o control gubernamental", me señaló un director del Banco Estatal de la India. En los últimos dos años, ese Gobierno ha reducido impuestos, liberalizado las cuotas de producción y las restricciones de importación, establecido incentivos de exportación y promovido vigorosamente la competencia comercial. En una entrevista, el primer ministro Rajiv Gandhi declaró: "Las trasnacionales definitivamente desempeñan un papel... y han contribuido al desarrollo de la India".
En estas circunstancias, lo ocurrido en Bhopal se considera menos como un suceso político o moral que como un hecho de la vida industrial. El problema al que ahora se enfrentan los gobiernos de países en desarrollo es cómo crear una atmósfera a la cual las trasnacionales quisieran entrar.
Los países ansiosos de propiciar ese "ambiente" dudan incluso al planear estrictos programas de protección del medio ecológico que sospechan pudieran alejar a los inversionistas. "Las fábricas ocasionan contaminación y daño al ambiente, pero proporcionan empleos y productividad", me comentó un vocero de la Embajada de Tailandia en Washington. "No podemos preocuparnos mucho respecto a esos problemas ecológicos, porque deseamos que haya una mayor inversión".
No obstante, esto es pasar por alto una de las lecciones básicas del accidente ocurrido en Bhopal: que la salud humana y los recursos naturales son la base fundamental del desarrollo, y que, erróneamente reglamentada, la industrialización que no se preocupa del medio biológico socavará a la larga la capacidad de un país para el progreso. Además, no hay pruebas de que las exigentes normas para proteger al medio biológico sean un obstáculo para la inversión. Según un estudio realizado por la ONU en 1985, la inversión trasnacional en industrias peligrosas ha orientado sus pasos principalmente hacia los países que tienen economías industriales avanzadas y estrictos controles de la contaminación.
De hecho, las normas ecológicas escasas o poco confiables probablemente desalentarán la inversión de los países ricos en vez de atraerla. Ninguna trasnacional está dispuesta a pagar los daños de otro Bhopal, que muchos observadores suponen costarán a la Union Carbide entre 500 y 700 millones de dólares cuando terminen los litigios. "Los reglamentos ecológicos razonables e inteligentes crean un clima más seguro para los inversionistas", opina Jackson Browning, ex vicepresidente de Salud, Seguridad y Medio Biológico de la Union Carbide.
Así pues, pese a los temores surgidos en los años setentas, las trasnacionales han resultado ser probablemente la fuente principal de la tecnología más moderna en materia de seguridad industrial y del medio biológico. Según un estudio que llevó a cabo la Organización Internacional del Trabajo durante 1984, las trasnacionales suelen mantener normas de salud y seguridad muy por encima de las requeridas por los países en vías de desarrollo en los que operan. Por ejemplo: en dos nuevas plantas químicas que construyó la Compañía Monsanto en Argentina, incluyó un complejo sistema computarizado para el control del procesamiento.
Las trasnacionales, con su riqueza de compleja tecnología, están en una alta posición para contribuir a limitar las probabilidades de futuros desastres industriales. Pueden trasladar a Estados Unidos mayor número de empleados extranjeros para su entrenamiento, y advertir a los directivos locales que perderán sus puestos si no se apegan a las normas más avanzadas. Pueden firmar convenios explícitos con sus socios definiendo las responsabilidades ecológicas, y empeñarse en vigilar que los subcontratistas y distribuidores locales se ajusten a las políticas de seguridad de la empresa. "Los sistemas de protección del medio biológico deben formar una parte aprobada del costo de un proyecto", asegura V. N. Kaul.
Sin embargo, en la mayoría de los países en vías de desarrollo no hay un fuerte apoyo para ese tipo de protección. Aunque más de 100 países en vías de desarrollo tienen organismos responsables de la seguridad ecológica, la mayoría cuenta con poco personal y escasos fondos, y sus puntos de vista quedan desechados ante los planificadores económicos que todavía consideran que el desarrollo y la seguridad son objetivos que se excluyen mutuamente. No hay bases para suponer que el mundo en vías de desarrollo sea menos capaz de alcanzar la seguridad ecológica que los países avanzados. Sin embargo, hasta que quienes planean y dirigen las fábricas comprendan los horrendos peligros latentes que entraña la tecnología peligrosa y exijan la seguridad como un derecho, persistirá la posibilidad de futuros accidentes como el de Bhopal.
© 1987 POR FERGUS BORDEWICH. CONDENSADO DE "THE ATLANTIC" (MARZO DE 1987), DE BOSTON, MASSACHUSETTS. CON ADICIONES DEL AUTOR.