Publicado en
octubre 25, 2009
Sus padres se habían olvidado de ellos y vivían sin ninguna esperanza, hasta que alguien propuso fundar una aldea infantil. Fue entonces cuando Peter Tacón entró en acción.
Por Dorothy Sangster.
¡PAPI PEDRO! ¡Papi Pedro!, se oye por toda la pequeña comunidad situada en los aledaños de la población de Paraíso (Costa Rica). Una muchedumbre de escolares en uniforme azul se arremolina en torno a Peter Tacón, hombre alto y barbado, quien acaricia los cabellos de los chicos, escucha sus bromas y los saluda por su nombre. En otro tiempo estos niños figuraban entre los más desdichados de la Tierra; los conocían por "los abandonados". Actualmente tienen familia, vida hogareña y un halagüeño futuro por delante, todo gracias a Peter, antiguo maestro originario de Hamilton, en Ontario (Canadá).
En Iberoamérica hay cerca de tres millones de niños sin hogar, arrojados por sus padres para que se busquen la vida como mejor puedan. Son una multitud harapienta de pequeños que mendigan por las calles, hurgan en los depósitos de basura en busca de un mendrugo y por la noche se refugian en cualquier zaguán. Algunos son ladrones experimentados o prostitutas.
"¿Cómo es que nadie hace nada por ellos?" se preguntaban Tacón y Marión, su esposa, cuando, de viaje por Centro y Sudamérica en 1973, tropezaban con chicos vagabundos. Peter era consejero pedagógico de la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (CIDA son sus siglas en inglés), pero en ese tiempo no había ni programa ni fondos en favor de los abandonados.
Cierto día, de visita en un orfanato de San José (Costa Rica), Peter y Marión entablaron conversación con un muchacho de diez años, de ojos negros y carácter afable, a quien sus padres, antes de cumplir los cinco, ya habían abandonado dos veces., Se llamaba Alberto (lo apodaban Beto) y lo adoptaron. "Más que nada ni nadie, fue Beto quien nos convenció de que a esos chicos se les puede redimir", comenta Peter.
A punto de volver a Canadá por el verano de 1974, se enredaron, sentados ante una mesa de cocina, en una apasionada discusión acerca de los niños desamparados con varios vecinos y amigos costarricenses. El creciente desempleo hacía más desobligados a los padres de familia y agravaba el alcoholismo, la prostitución y el número de abandonados. En aquel país de dos millones de habitantes había, según se calculaba, 10.000 niños sin hogar.
PUEBLITO
En el curso de una de esas discusiones nació la idea de establecer un "pueblito" de casas separadas, en cada una de las cuales un padre y una madre se harían cargo de 10 chicos desamparados como si fueran hijos propios. Podrían construirla en unas 3,5 hectáreas de labrantío que los habitantes de Paraíso habían donado. Distaban 40 kilómetros de San José, la capital. La asociación de asistencia infantil de la provincia se comprometió a recoger a los niños que la ley reconocía como abandonados. Estos asistirían en Paraíso a la escuela y a la iglesia y sus familias entrarían a formar parte del pueblito. Claudio Orosco, alcalde suplente del lugar, que había estudiado desarrollo comunal en la Universidad de San Francisco Xavier, en Nueva Escocia, se preguntaba si Canadá apoyaría el proyecto. Peter prometió hacer gestiones en tal sentido.
"Marión y yo resolvimos dedicarnos durante los cinco años siguientes a una obra que entonces no pasaba de ser un sueño", comenta Peter.
Antes de tres meses de haber vuelto a Canadá, Tacón había organizado ya la empresa Pueblito Canadá, Inc., sociedad no lucrativa, con sede en Toronto y administrada por una junta de 26 directores. La CIDA prometió contribuir con la tercera parte de los 470.000 dólares canadienses que, según estimaban, necesitarían para los primeros cinco años. El gobierno de Costa Rica aportaría otra tercera parte, y se solicitaría del pueblo canadiense el tercio restante. Durante seis meses Tacón recorrió Canadá describiendo la situación de los abandonados. Su entusiasmo resultaba contagioso. Centenares de familias aceptaron contribuir con ocho dólares mensuales (la suma ascendió luego a diez), que se destinarían al sostenimiento de algún niño en particular de quien los donantes pasarían a ser padrinos.
Por el verano de 1975 y con la cooperación de algunos voluntarios del lugar, dio comienzo la construcción del pueblo. Tacón colaboraba sobre el terreno con los obreros, olvidándose de comer y dormir durante tantas horas que a la postre fue necesario trasladarlo de urgencia al hospital en condiciones de total agotamiento. Los alumnos de segunda enseñanza de Paraíso prestaban su ayuda al salir de clases. Los trabajadores de la construcción, con un salario equivalente a 35 centavos de dólar por hora, lejos de marcharse al terminar la jornada, permanecían allí haciendo juguetes para distribuirlos gratuitamente. Una institución católica de las cercanías mandó varios muebles hechos a mano para equipar dos casas, y doña Margarita de Odúber, esposa del Presidente de Costa Rica, regaló 300 libros.
El Dr. Bruce McLeod, ex presidente de la Iglesia Unión de Canadá, cumplía encargos, tendía aceras y ayudaba a instalar cables eléctricos. Otros canadienses viajaron desde su país en avión, costeando ellos el pasaje, para colaborar en la construcción; y una vez que se inauguró el pueblito otros 35 voluntarios canadienses (hombres y mujeres jubilados, dentistas, enfermeras, trabajadores sociales, profesores y estudiantes) ayudaron a trazar programas recreativos, difundieron la higiene bucal, levantaron la cosecha y ayudaron a los muchachos a escribir cartas a sus padrinos canadienses.
El siguiente problema fue elegir a los nuevos padres. Marión Tacón fue invitada a formar parte del Comité de Selección Paterna, al que correspondió localizar a matrimonios costarricenses jóvenes y generosos, con firmes bases conyugales y que no tuvieran más de dos o tres hijos propios. De entre 125 matrimonios solicitantes, escogieron ocho.
En octubre de 1975, al llegar al pueblito el primer grupo, de 17 niños de cuatro a catorce años, aún no estaban terminadas las casas de hormigón reforzado. En enero llegaron otros 60 y la aldea ofrecía ya en buena parte su actual aspecto : una comunidad de 12 casitas de una planta, blancas y bien cuidadas, cada una con su propio huerto. El pueblo cuenta con un parque infantil, un salón recreativo donde los voluntarios enseñan artesanías y juegos, un bullicioso gallinero y una panadería que exhala apetitosos olores. Actualmente viven y juegan en Pueblito de Costa Rica 120 chiquillos dichosos.
A muchos les costó adaptarse a su nueva situación. Algunos se resistían a dormirse por temor a despertar en otra parte; otros se mostraban rebeldes o callados y retraídos. "Los chicos vagabundos no suelen llorar", señala Tacón; "se guardan sus penas. Más de uno había sufrido demasiadas palizas o traiciones". Muchos venían llenos de parásitos o padecían anemia, desnutrición, enfermedades de la piel o infecciones respiratorias, o tenían los dientes en malas condiciones. Hubo problemas oftálmicos, deformidades óseas y casos quirúrgicos. Y uno de cada cinco era retrasado mental.
A los que desconocían la fecha de su nacimiento el médico les fijó una edad aproximada, que más adelante se legalizó. Por primera vez muchos celebraron su cumpleaños. Meses después de la llegada de los abandonados, Katie Tillson; enfermera voluntaria de Toronto, informó: "A medida que recobran la salud, se llenan de vida. Pero lo que más contribuye a su mejoramiento es la medicina que aporta la familia: su atención delicada y afectuosa".
CASA STRATFORD
Cuando visité el pueblo, durante la temporada otoñal de lluvias, atravesamos el encharcado campo de fútbol calzados con botas de caucho. Nos seguía una chiquilla regordeta de risita tímida. "Es Rita", *nos dijo Tacón. "Cuando la trajeron no era más que huesos y piel. Su madre, una pobre prostituta, confió la niña al cuidado de su abuela, que la dejaba fuera de casa, en una jaula de lámina acanalada con piso de tierra, donde la pequeña comía, dormía y hacía sus necesidades. Los vecinos denunciaron el caso a la asociación de auxilio a la niñez pero siempre que los representantes de la agrupación aparecían en el lugar la muchachita estaba dentro de la casa. Cierto día hicieron una visita inesperada y la encontraron en la jaula, por lo cual la declararon abandonada".
En la Casa Stratford (bautizada en honor de la ciudad de este nombre en Ontario, cuyos habitantes contribuyeron generosamente a la obra) María, de 12 años y vivos ojos negros, nos regaló con una sonrisa franca. "Esa chiquilla", me contó Tacón, "sería ahora una prostituta de oficio de no haberla recogido la policía por incorregible. Sus padres actuales dicen que es admirable y que trata como una madre a sus nuevos hermanos".
Un mozalbete moreno de rizos negros pasó a nuestro lado de camino a la escuela: "Es Juan Carlos", me informó Peten "Lo abandonaron a él y a sus cinco hermanos en la costa del Caribe. La policía lo sorprendió robando para darles de comer y lo detuvo. Decidimos colocar a todos en la misma casa. Al principio Juan Carlos era muy agresivo, pero ya se ha apaciguado".
La mayoría de los padres de familia del pueblo tienen veintitantos años de edad. Disponen de casa, alimentos y el equivalente de 60 dólares mensuales para otros gastos. Asimismo, reciben una parte de los ingresos de la cooperativa agrícola del lugar. Típica entre las madres es Ligia Muñoz, de 26 años, quien vive en la Casa Isabel con su marido Gerardo, de 29, y 11 niños a su cuidado. Como me habían dicho que Ligia llegó al lugar con dos chicos, le pregunté:
—¿Cuáles son sus hijos?
—Todos, y a todos los queremos por igual —repuso.
Pueblito de Costa Rica se propone ser autosuficiente para 1985. Ya están en marcha tres proyectos lucrativos: una granja avícola con 2500 gallinas, una panadería que vende en la zona circundante y una huerta de tres hectáreas. El verano de 1977 plantaron cafetos y plátanos en dos de ellas.
Tras un adiestramiento de un año, los padres de familia fijan la política del pueblito y administran sus propios asuntos. Originalmente pensaron acoger el doble de chicos, pero los padres prefirieron conservar el número actual. "Si somos pocos, nos integraremos mejor a la comunidad". Cuentan con dos consejeros, además de Peter Tacón, quien actualmente es coordinador internacional de Pueblito Canadá.
El gobierno costarricense ha prometido apoyo para 14 aldeas parecidas en diferentes zonas del país, y ha donado el terreno y el equivalente a 117.000 dólares para un segundo pueblito, que ya se encuentra en construcción. Tajón emplea parte de su tiempo trabajando para el gobierno como asesor y consejero en bienestar infantil. Además de Beto, que va a cumplir los 16 años, el matrimonio ha adoptado a otros dos niños: Mario, de 14, originario de San José, e Irma, de 15, nacida en El Salvador. Aunque ahora viven a 18 kilómetros del pueblito (primer paso de su desaparición de escena), raro es que en su casa no se reúna media docena de chicos callejeros, que van en busca de una comida, de una cama o de una palabra amistosa.
Como la noticia de la aldea se ha divulgado ampliamente, diversos grupos de Guatemala, El Salvador y otros países en difícil situación económica han solicitado la asesoría de Peter Tacón para establecer , nuevos pueblos para niños abandonados. Seguramente accederá. "Cuando uno se entera de que en esos países hay personas que se preocupan seriamente por los chicos desamparados", dice "¿quién puede volverles la espalda?"
*Se han cambiado los nombres de los niños.