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octubre 25, 2009
Retrato del heredero del trono inglés.
SU ALTEZA REAL Carlos Felipe Arturo Jorge, Príncipe de Gales y Conde de Chester, Duque de Cornualles y Duque de Rothesay, Conde de Carrick, Barón de Renfrew, Señor de las Islas y Gran Mayoral de Escocia, es capaz de pilotar un reactor de caza y sabe de helicópteros lo suficiente para ayudar a repararlos.
Capitaneó un dragaminas en la Marina Real a través de las tempestades del Atlántico Norte con la misma pericia con que maneja un velero de regatas. Es un audaz y aventajado jugador de polo, y un paracaidista experimentado. Toca el violonchelo y lo apasiona la ópera, especialmente la de Verdi.
Ha buceado con escafandra autónoma en el mar de las Antillas; se ha deslizado en esquís Alpes abajo y ha bailado la samba con hermosas brasileñas hasta avanzada la noche. Entusiasta lector de historia, habla con autoridad de las olvidadas virtudes de su antepasado, el rey Jorge III, y presentó una serie en televisión sobre temas de antropología.
Un cálculo conservador indica que sus ingresos anuales son de unas 225.000 libras esterlinas. Es el señor de una imponente mansión de 115 habitaciones y 1200 hectáreas en Kent, a la que se refiere bromeando como "el piso de soltero más cotizado de Europa". Tiene un sentido humorístico refinado y travieso, y una sonrisa contagiosa.
El apuesto heredero cumplió 30 años el 14 de noviembre de 1978, mide 1,78 m de estatura y es el prototipo del príncipe real y del hombre moderno. Tranquilo y aparentemente a gusto cuando atiende sus obligaciones oficiales, Carlos se ha esforzado en ampliar la influencia y los intereses de la familia reinante en una época de grandes cambios para Inglaterra.
La preocupación del Príncipe por los problemas contemporáneos se hizo notar en la conferencia de prensa que convocó en el palacio de Buckingham para anunciar los resultados del llamamiento realizado con motivo del Jubileo de Plata de la Reina, que estuvo especialmente a su cargo durante el año de festejos concluido en diciembre de 1977.
Con su voz de barítono, el heredero explicó que su misión había sido "extraer dinero de los bolsillos de la nación". La campaña reunió una suma de 16 millones de libras esterlinas, cuyo propósito es capacitar a la juventud para trabajar en beneficio de los demás.
Cuando le preguntaron si los nuevos programas se ocuparían de los rufianes responsables de los desmanes ocurridos poco antes durante unos partidos de fútbol, Carlos respondió hábilmente: "No hemos recibido aún ninguna solicitud de un grupo que se denomine rufianes del fútbol, pero quizá con suavidad podamos apartar a la juventud de la violencia".
Carlos es el feliz resultado de una educación minuciosamente forjada para un futuro monarca. Era ya segundo en la línea de sucesión cuando nació en el palacio de Buckingham en 1948, cuatro años antes de ascender su madre al trono. El público aprobó la decisión de la Reina y el príncipe Felipe cuando, por primera vez en la historia de Inglaterra, resolvieron que el heredero de la corona ingresase como alumno regular en un colegio, en vez de estudiar con preceptores reales y bien seguro en su hogar.
Asistió primero a Cheam, en Berkshire, y luego a Gordonstoun, en Escocia. Su padre había sido alumno en ambos establecimientos. Durante su estancia en el segundo de ellos, fue enviado por seis meses a Timbertop, escuela de campo en Australia, dirigida por la Iglesia de Inglaterra. Carlos aceptó de buen talante el severo régimen de ambas instituciones. "Se trata de poner a prueba a la persona para que descubra valores que ella misma no sospecha que posee", explicó más tarde el Príncipe. "Esto puede obrar un efecto electrizante en aquellos que normalmente dudaban de su propia capacidad. En mí, por ejemplo, el efecto ha durado hasta ahora. En la vida hay muchas cosas que es necesario hacer, aunque no nos guste. Esto es lo que llamamos deber".
Si Gordonstoun y Timbertop ayudaron a moldear el sentido del deber del joven Príncipe, Trinity College, en Cambridge, estimuló la manifestación de su personalidad. Carlos, que había sido un estudiante lento pero tenaz, obtuvo un honroso segundo grado de bachiller en artes, y lord Butler, entonces director del Trinity College, alabó al Príncipe por lo que, teniendo en cuenta sus obligaciones reales, fue de hecho, un logro considerable.
No sólo se dio tiempo para visitas oficiales en el extranjero y para la complicada ceremonia de investidura como Príncipe de Gales, en 1969, sino que también siguió un curso intensivo de idioma gales en el Colegio Universitario de Gales, en Aberystwyth. Sin embargo, Carlos obtuvo gran parte de su educación cambricense fuera de las aulas. Algunas de sus horas más felices pasadas en Trinity fueron aquellas en que tomó parte en revistas cómicas, donde demostró verdadero talento para representar escenas jocosas.
"A menudo me preguntan si es algún rasgo hereditario lo que me hace, como a mi padre, poner las manos detrás de la espalda cuando estoy de pie", dijo una vez, en un banquete de la Asociación de Benevolencia de los Maestros Sastres, "y respondo que es porque ambos tenemos el mismo sastre. Hace las mangas tan ajustadas que no podemos estirar los brazos".
Su ingenioso sentido del humor le ayuda a salir airoso de situaciones incómodas. En la primavera de 1978 lo tiró dos veces el caballo durante una difícil carrera a campo traviesa, después de lo cual observó alegremente: "Excelente práctica de paracaidismo".
El humorismo le ha sido útil durante el implacable asedio de la prensa para descubrir su vida amorosa y sus planes matrimoniales. Un allegado a la familia cuenta que los reporteros casi destruyeron su amistad naciente con lady Jane Wellesley, periodista de 27 años y atractiva hija trigueña del actual duque de Wellington. El Príncipe y lady Jane aún se ven de vez en cuando, pero ya no es probable que haya matrimonio.
LADY SARAH SPENCER (hija mayor del conde Spencer), esbelta pelirroja de 23 años, pasó una temporada de esquí el invierno de 1978 con Carlos y sus amigos en un chalé suizo. Ella asegura, sin embargo, que sólo son camaradas. En una entrevista dio sus impresiones del Príncipe soltero.
Carlos, según ella, elige sus amigas y no pide a terceros que le arreglen citas, como se ha dicho. Busca a la invitada en su automóvil deportivo Aston Martin o le pide que se encuentre con él en una de las residencias reales. Si la invitación es para pasar un fin de semana en el castillo de Windsor, ella debe llevar equipaje completo: ropa de montar para la mañana, vestido para el almuerzo, falda para la hora del té, traje largo para la cena. Un detalle de forma es que, cuando se dirige al Príncipe, lo llama "Sir". "Carlos me hace reír mucho. Me divierto en grande con él, pero no hay la menor probabilidad de que nos casemos", agrega Sarah terminantemente.
Carlos muestra una despreocupada timidez cuando se refiere al matrimonio. "Si me casara, no podría bailar la samba como la otra noche", explicó a los periodistas en marzo de 1978, durante su visita a Sudamérica. Desde que se retiró del servicio activo en la Marina Real con el grado de comandante, el Príncipe asume con seriedad cada vez mayor sus responsabilidades oficiales.
El centro de sus actividades civiles es su escritorio en el despacho que tiene en el palacio de Buckingham. Arriba, en su apartamento personal, la sala está repleta de recuerdos de sus viajes; en el cuarto de baño cuelgan dibujos cómicos de su predilección. Posee libros de historia, arte y arqueología, como también tocadiscos y televisor, y un aparato de cinta magnética para grabar programas televisados, que emplea con el objeto de observar y criticar su actuación en público.
Por las mañanas el Príncipe mantiene conferencias privadas en su oficina: como coronel en jefe honorario de diez regimientos, oficial activo en tres y patrocinador de 147 sociedades, está obligado a recibir un desfile continuo de visitantes. Entre ellos puede presentarse algún paracaidista, delegados de la sociedad de arboricultores o administradores de su propiedad particular, el ducado de Cornualles.
La mañana a menudo termina con almuerzos de negocios, y la tarde prosigue con más reuniones o visitas del Príncipe a instituciones que lo merecen.
Es probable que Carlos actúe cada vez más como asistente de su madre, y viaje en misiones de buena voluntad a las capitales extranjeras, donde ejecuta gestiones comerciales con notable habilidad. Su viaje a América del Sur fue algo más que un éxito social; regresó con un convenio de exportación de 1,25 millones de libras esterlinas.
Cuando sus obligaciones le dejan tiempo, el Príncipe pasa las veladas con un grupo selecto de amigos discretos que lo llaman simplemente "Wales". Les telefonea para que lo acompañen al teatro, a una partida de caza durante el fin de semana o a cenar en un restaurante londinense de su predilección. Si cena solo, prefiere algo ligero, como huevos revueltos con salmón ahumado. Bebe poco, no fuma y se mantiene en buena condición física trotando en el parque de Windsor.
"Carlos necesita justificar sus acciones con razones morales", observa un amigo suyo. Por este motivo, sus intereses son serios, internacionales y multirraciales. En cuanto a estos últimos, habla con franqueza de una sociedad abierta. Actuó como interlocutor en un programa de la BBC sobre antropología, en parte para promover su visión de armonía racial. Es también discípulo del desaparecido E. F. Schumacher, autor de Small is Beautiful ("Lo pequeño es hermoso"), que presenta diversas teorías de sistemas económicos.
"La primera función de una monarquía", ha dicho Carlos, "es la preocupación humanitaria por el bienestar de su pueblo". A fin de ayudar a la juventud trabada por graves problemas, trabaja asiduamente para mantener un fondo llamado "del Príncipe", destinado a auxiliar a los que normalmente quedan fuera del alcance de la mirada real: ex criminales jóvenes, muchachos inmigrantes, delincuentes juveniles. Gracias a su insistencia se ha nombrado a varios asistentes sociales de las distintas razas para que trabajen a la par de los integrantes del Comité del Fondo del Jubileo de Plata de la Reina.
Es opinión general que rara vez ha tenido el Reino Unido un heredero del trono con tan felices perspectivas. La buena fortuna del país alcanza al mundo entero. Inglaterra sigue siendo cuna de la democracia occidental moderna. Aunque recargada de atavíos, su monarquía es una lección viviente para otras naciones que buscan un equilibrio entre lo ceremonial y lo práctico, la tradición y el cambio, la autoridad y la libertad. El reinado suave, sabio y consciente de la reina Isabel, y la popularidad del Príncipe heredero, aseguran o poco menos el futuro de la monarquía británica.
CONDENSADO DE "TIME" (15-V-1978). © 1978 POR TIME INC.. TIME; LIFE BUILDING. ROCKEFELLER CENTER, NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10020. ILUSTRACIÓN: BRIAN SANDERS.