Publicado en
octubre 19, 2009
Laurens van der Post, escritor, novelista y viajero, nació en Philippolis (Sudáfrica), en 1906. Sus libros fuera de la novelística sobre África incluyen The Lost World of the Kala hari ("El mundo perdido de los kala-hari") y su secuela The Heart of the Hunter ("El corazón del cazador").Un tributo místico a los animales salvajes y las lecciones que pueden darnos a todos nosotros.
Por Laurens Van Der Post .
SIEMPRE HE amado los matorrales y los desiertos de África más que a ningún otro lugar del mundo, y las palabras de sir Thomas Browne, el gran médico y escritor inglés del siglo XVII, explican este amor: "Llevamos dentro las maravillas que buscamos fuera: dentro de nosotros está todo África y sus prodigios".
Después de la Segunda Guerra Mundial, que para mí duró nueve años, me sentí atraído a regresar a la parte de África ubicada a lo largo del río Limpopo, cerca de la frontera de Sudáfrica con Mozambique.
El tímido y asustadizo antílope KUDU, de cuernos en espiral.
Llegué en un atardecer y acampé; dejé a mis dos criados africanos que me estaban ayudando a preparar la cena y anduve hasta una laguna cercana. Mientras permanecía allí, un enorme y majestuoso antílope "kudu" con hermosos cuernos en espiral salió de entre los arbustos directo hacia mí, hizo una pausa, me vio, levantó la cabeza y olfateó el aire entre él y yo. Inmediatamente pensé: ¡Oh, mi Dios, he regresado al hogar! También sentí de improviso como si la guerra hubiera sido una cadena que se desprendía de mí.
El tejedor de cabeza negra o tejedor común
Su fastidioso primo, el tejedor de cabeza roja
Luego de ese encuentro con el antílope kudu, todo lo odioso, destructivo y negativo se alejó gradualmente de mí. Observé a los animales en su belleza, en su elegancia y respeto del uno por el otro, desplazándose a través de la maleza, y algo de todo eso se me contagió. Lejos de ser embrutecidos por la naturaleza, lejos de encontrarla llena de colmillos y de garras, sentí que somos nosotros quienes proyectamos nuestra propia inhumanidad sobre ella.
Desde el comienzo, la variedad y abundancia de la vida animal en África fueron tan grandes que el primer hombre nunca estuvo solo; siempre fue observado por los ojos de algún animal. Entonces se desarrolló un sentimiento de parentesco y de compartir algo común; al igual que los animales, ese hombre raramente mataba, salvo para obtener comida.
Jirafa en una llanura, al pie del monte Kilimanjaro, en Tanzania
De la diversidad de animales y del comportamiento de estos, él hombre reconoció la diversidad de su propia naturaleza, profundizó su conocimiento de sí mismo y gradualmente alcanzó un mayor grado de conciencia.
La primera evidencia de ese proceso es que el hombre primitivo pintó animales mucho más claramente de lo que se pintó a sí mismo. Representó su participación en la naturaleza con tal delicadeza, precisión y belleza que las piedras de África se convirtieron en una gran galería de arte.
Los primeros frutos de esa participación fueron elementales y prácticos, vinculados con la propia lucha del hombre por su supervivencia. Por ejemplo, fue guiado por los animales para encontrar agua en épocas de sequía. Aunque los lechos de los grandes ríos parecían secos, el olfato del animal les indicó a ambos que en alguna parte subterránea había agua, oculta en un lugar seguro lejos del Sol.
El impacto de lo natural sobre la mente del hombre se revela en relatos inspirados por un sentimiento de admiración. ¿Qué daba a la jirafa su forma única, y qué evocaba en el hombre primitivo la naturaleza de ese animal? Los nómadas salvajes decían que el gran espíritu Nxhou-Nxhou había creado a la jirafa, o "la-más-alta-que-los-árboles", como la llamaban, dotándola así de un sentido de curiosidad para que pudiera vigilar todo. Al comienzo, cuando el Sol no conocía su trayectoria en el firmamento, Nxhou-Nxhou hizo que la más grande de las jirafas escudriñara más allá de la noche para seguir el paso del astro rey. Y allí está ella, aún vigilante, en la constelación que llamamos la Cruz del Sur. A través de la jirafa, la curiosidad fue convertida en un principio celestial.
EL VUELO DE LA CREACIÓN
Al observar el hombre cómo los pájaros construían sus nidos, cantaban y volaban en graciosa trayectoria, su percepción de lo maravilloso se inflamó. Con el paso del tiempo, el vuelo del pájaro llegó a representar todo lo que fuera auténtica inspiración o creación espontánea en su propio espíritu. Es por ello que el cacique africano tiende a llevar la pluma de un pájaro en una cinta en torno de su cabeza como señal a su tribu de que él está lleno de pensamientos inspirados. Cuanto mayor la inspiración, tanto más grande el pájaro elegido.
Tan estrecha era la identificación del hombre con la naturaleza que incluso llegó a observar en la lluvia la forma de un gran toro: un toro cuyo resuello era la bruma matinal y que vino del cielo para hacer el amor a la Tierra, una mujer de una raza primitiva. Esta arquetípica mujer-tierra y este toro arquetipo que era la lluvia, produjeron ambos las plantas, la vegetación, y proveyeron de alimentos a todos los seres vivientes.
A través de ese encuentro con la lluvia y la tormenta, el hombre alcanzó un nuevo grado de humildad. Pero esa paz y armonía, esa antigua y prolongada relación entre el hombre, el animal y la naturaleza fue abrupta y brutalmente interrumpida por la aparición del hombre europeo; a quien, irónicamente, ayudaron otros animales, como el caballo y el perro. Ello sucedió primero en el sur de África, hace unos 300 años. Para mediados del siglo XIX, un nuevo fenómeno humano —el hombre que mataba para lograr ganancias o por el placer de hacerlo—- penetró en el corazón del sur del continente. Pese a la belleza y al prodigio, era incapaz de contener su avidez por matar. Todo esto mostró en qué medida el europeo había perdido contacto no sólo con la naturaleza del mundo exterior, sino también con su propia naturaleza: un presagio de un desequilibrio en su espíritu que conduciría inevitablemente a la clase de autodestrucción que fue la guerra en la cual yo mismo intervine. Era claro que el hombre moderno había perdido casi totalmente su sentido de reverencia y asombro por todas las cosas vivientes, algo que había permanecido en los primeros habitantes de África.
Hoy, el rinoceronte blanco, o rinoceronte de belfos cuadrados, sólo se encuentra en tierras reservadas para animales
SALVAR A ÁFRICA
Afortunadamente, entre los invasores europeos aparecieron también hombres que vieron el horror y la tragedia de lo que estaba sucediendo. Especies animales completas habían desaparecido o estaban en peligro de extinción. La lucha por conservar lo que quedaba de esa abundancia comenzó en mi nativa África del Sur. Empezó primero con un intento de proteger al rinoceronte blanco, que otrora había vivido en casi todo el sur del continente; en mi propia niñez se pensaba que sólo quedaba más o menos una docena de esos ejemplares, ocultos entre las colinas de Zululandia. La lucha fue tan bien librada que el rinoceronte blanco es considerado hoy el principal éxito en materia de conservación animal.
Encuentro un gran significado en el hecho de que fue el rinoceronte quien volvió a despertar el perdido respeto del hombre por los animales, por provenir de la edad de los dinosaurios y los terodáctilos. A través de su comportamiento enigmático, el rinoceronte se convirtió en el más rechazado entre todos los animales de nuestro tiempo. Nuestra falta de comprensión hacia él era tan grande como su temor por nosotros. Aún ahora, uno sabe que cualquier avance hacia él puede ser mal interpretado. Felizmente, África en sí establece un ejemplo de cómo esta forma de rechazo, simbolizada por el rinoceronte, puede ser redimida.