KHOMEINI, FANATISMO Y PODER
Publicado en
octubre 02, 2009
Se apoderó de su nación y sacudió al mundo.
Los ocultos ojos miran en forma siniestra bajo el negro turbante mientras el severo anciano de barba blanca arrastra los pies enchancletados hacia la azotea de su residencia, en la ciudad sagrada de Qum, y saluda apáticamente con la mano a las multitudes concentradas más abajo. Para los musulmanes chiítas legos de Irán él es el Imán, el ayatollah Ruhollah Khomeini, un ascético líder espiritual cuyas enseñanzas son irrefutables. Para millones de otros es un fanático cuyos juicios son ásperos, sus razonamientos grotescos y sus conclusiones a menudo surrealistas. Rara vez un líder tan inverosímil ha sacudido al mundo.
Piadoso y arrogante. Terco y vengativo. Ascético y hambriento de poder. Estos son algunos de los adjetivos que los expertos sobre Irán usan para describirlo. Sin embargo, todas las fuentes coinciden en que este místico religioso cree qué el mismo Dios le indica cómo aplicar los principios del Corán y de la Shariá (ley islámica) a la política.
Khomeini y el mundo fuera de Irán se pasaron la mayor parte de 1979 y lo que va de 1980 mirándose sin verse, en mutua incomprensión. Las barreras contra la comprensión rebasan ampliamente el desinterés del Ayatollah por explicarse ante los extranjeros. Y su importancia dentro del escenario mundial trasciende con mucho la pesadilla de los diplomáticos norteamericanos retenidos como rehenes tras la toma de la embajada de Estados Unidos por una turba de estudiantes el pasado 4 de noviembre. Trasciende incluso el derrocamiento del sha de Irán. Porque la revolución que Khomeini condujo al triunfo amenaza con trastornar el equilibrio de poder mundial más que cualquier otro acontecimiento político desde la conquista de Europa por Hitler.
Algunas de sus prédicas suenan estrafalarias, incluso irracionales, a los oídos occidentales. Ha justificado la poligamia, por ejemplo, sobre la base de que hay más mujeres que hombres en el mundo y que, sin la, protección de los matrimonios múltiples, estas serían llevadas a la prostitución. Afirma que los soldados que dispararon a las multitudes durante la revolución eran forasteros ataviados con uniformes del Ejército iraní; deben haberlo sido, dice, pues los musulmanes no matan a sus propios hermanos.
Sus pintorescas denuncias contra variados oponentes tachándolos de "diablos" y "agentes de Satán", persuadieron a algunos Occidentales de que Khomeini es, en palabras del presidente egipcio Anwar el Sadat, "un lunático". No es así, concluye la mayoría de los iraníes eruditos. Uno ha dicho: "La mayor parte de sus decisiones fueron tomadas con bastante lógica, como consecuencia de su percepción de la voluntad popular". Otro añade:
Está a favor de la propiedad privada de la carne y electricidad baratas, y de la abundancia de agua. Eso lo convierte en un iraní populista.
El movimiento que encabezó fue único en varios aspectos. Una revuelta triunfante, en su mayor parte no violenta, en contra de un dictador aparentemente atrincherado, la cual no debió nada a la ayuda occidental ni tan siquiera a ninguna ideología de Occidente. Convirtió a Irán en una "República Islámica" que está socavando la estabilidad de Oriente Medio, región que se halla en la encrucijada de la competencia entre las superpotencias.
El ayatollah Khomeini no es un político en el sentido Occidental y, sin embargo, posee la más temible —y siniestra— de las dotes políticas, la facultad de despertar en millones de personas la adulación y la furia. Aplaudió a los estudiantes que tomaron la embajada de Estados Unidos y proclamó que Irán tenía todos los derechos morales y legales para juzgar a los rehenes como espías, acción que complació a sus seguidores y desafió una de las más elementales reglas de convivencia entre naciones civilizadas. Cuando las Naciones Unidas y el Tribunal Internacional de Justicia condenaron la toma de rehenes, calificó a estos cuerpos de secuaces del enemigo. Se trataba de Irán contra el mundo... ciertamente, del Islam contra los "infieles". Unificar a una nación tras posiciones tan extremistas es un notable logro para un teólogo austero que hace poco menos de dos años era totalmente desconocido en Occidente.
FRASES DEL *"AYATOLLAH” KHOMEINI
El Islam lo contiene todo. El Islam lo incluye todo. El Islam lo es todo.
—En una entrevista, suplemento dominical de The New York Times
Todos los gobiernos occidentales no son más que ladrones. Nada sino el mal proviene de ellos.
—Asesores partidarios, Time
No hay lugar para el juego en el Islam. Es terriblemente serio en todo.
—De un discurso en Qum, Time
Durante mi larga vida, siempre he tenido razón en lo que he dicho.
—Sobre la ley y costumbres islámicas. Suplemento dominical de The New York Times
La nación votó por la República Islámica, y todos debieron obedecer. Si no obedeces serás aniquilado.
—Denunciando oponentes, Time
Incluso hoy es aún un enigma. Algunos de los hechos más elementales de su vida son temas para la conjetura, en gran medida porque Khomeini contempla tales detalles personales como carentes de importancia. Pasó la mayor parte de su vida en la oscuridad. No se sabe si su fecha de nacimiento es realmente el 17 de mayo de 1900, como afirman los periódicos de Teherán, o si Quesiran o Khadigeh (según diferentes formas de deletrear), con quien está casado desde hace 50 años es su primera o segunda esposa. Las traducciones occidentales de sus enseñanzas básicas pre-revolucionarias son de dudosa autenticidad o precisión. Pero, a partir de discusiones con sus antiguos alumnos, de conversaciones con estudiosos occidentales que lo visitaron, de perfiles dibujados por analistas de los servicios de espionaje occidentales, y de los discursos y entrevistas que ha concedido, es posible formarse alguna idea del pensamiento del Ayatollah.
LOS VOCEROS DE DIOS
A lo largo de 64 años de estudio y enseñanza filosóficos, incluyendo 15 de exilio, y ahora más de uno de adulación y poder en su patria, Khomeini ha sido totalmente consecuente... y totalmente inflexible. Para él sólo hay un Estado justo; el dirigido por teólogos islámicos, los únicos en quien se puede confiar para una correcta interpretación de los mandatos de Dios. No hay separación entre Iglesia y Estado, o diferencia entre lo sagrado y lo profano en la enseñanza islámica. El Ayatollah, sin embargo, lleva su visión teocrática mucho más allá que otros eruditos musulmanes al insistir en que el clero tiene el deber no sólo de emitir un juicio moral sobre los actos del Gobierno, sino de dirigir el Estado directamente.
Algunos observadores advierten dos etapas en la ascensión de Khomeini al poder: en la primera utilizó su instinto finamente sintonizado para articular los anhelos y rencores de su pueblo con el fin de fomentar una revuelta que derrocó al Sha; la segunda fue un "golpe Khomeini" que triunfó concentrando todo el poder en el clero. La primera etapa data de 1963, cuando Irán se vio conmocionado por tumultos provocados por el poderoso clero islámico en contra de la "Revolución Blanca" del Sha. Entre otras cosas, esta reforma bien intencionada había abolido el sistema feudal del señor-campesino, reduciendo en el proceso las donaciones de grandes terratenientes al clero chiíta. El Sha suprimió esos desórdenes, en parte encarcelando a uno de los instigadores. Este era un ascético teólogo llamado Ruhollah Khomeini, que hacía poco había alcanzado el título de ayatollah,* y arrastrado multitudes mediante vehementes sermones en los que denunciaba la reforma del suelo como un fraude, y al Sha como un traidor al Islam. Khomeini fue desterrado primero a Turquía y después a Irak, donde siguió predicando contra el Sha idólatra, y promulgando su visión de una República Islámica cuya ley suprema sería el Corán.
El Sha, mientras, continuó los planes de construir la nación más completamente occidentalizada del mundo musulmán. Pero hacia 1978 se había enemistado con casi todos los elementos.de la sociedad iraní: los iraníes de las clases media y alta se sentían furiosos por las crecientes corrupción y represión; los trabajadores y campesinos, por la prosperidad selectiva que edificaba brillantes apartamentos para los ricos mientras los pobres seguían en chozas de barro; el clero y sus piadosos seguidores musulmanes, por los casinos de juego, bares y discotecas que parecían el resultado más visible de la occidentalización. (Uno de los últimos primer ministros del Sha también había acabado con los subsidios anuales del Gobierno a los mullahs.) Las manifestaciones y marchas de protesta que comenzaron como un genuino estallido popular crecieron por una especie de combustión espontánea hasta que cientos de miles y finalmente millones de manifestantes se echaron a las calles de Teherán.
JUGADA EQUIVOCADA
En este momento Khomeini era el símbolo principal de una revolución que, en su inicio, no tenía líderes visibles. Incluso cuando permanecía exiliado el Ayatollah era bien conocido dentro de Irán debido a su intransigente insistencia en que el Sha debía abdicar. Cuando los manifestantes comenzaron a blandir el retrato de Khomeini, el Sha, ahora asustado presionó a Irak para que pusiera en la calle al Ayatollah. Fue un, error fatal; en octubre de 1978 Khomeini se estableció en Francia, en las afueras de París, donde reunió un círculo de exiliados y por primera vez dio a la publicidad sus puntos de vista a través de la prensa occidental.
Se convirtió en el eje de la revolución. Se vendieron en los bazares cartuchos de cinta magnetofónica de sus sermones contra el Sha como si fueran discos de música popular y se reproducían en mezquitas atestadas a lo largo del país. Cuando convocó huelgas, sus seguidores cerraron los bancos, el servicio de correos, las fábricas, las tiendas de alimentos y, lo más importante, los pozos de petróleo, llevando al país al borde de la parálisis. El 16 de enero de 1979 el Sha huyó de Irán para buscar asilo en Occidente. Dos semanas después, el Ayatollah volvía del exilio hacia una bienvenida tumultuosa. "¡Ha llegado el "bendito!" gritaban triunfalmente las masas que recibían a Khomeini. "Es la luz de nuestras vidas". El Ayatollah se retiró a Qum desde donde, anunció, cuidaría de que Irán permaneciese "en la imagen de Mahoma".
Con mucho, la fuerza más poderosa que explica el dominio de Khomeini sobre su país es el del chiístno, la rama del Islam a la que .pertenece el 93 por ciento de los 35 millones de habitantes de Irán. En contraste con la rama dominante del Islam, la sunnita, el chiísmo hace hincapié en el martirio por la causa del Islam; así, muchos iraníes se muestran receptivos a los discursos de Khomeini acerca de cuánto "honor" significaría morir en una guerra con Estados Unidos. Más allá de esto, el chiísmo toma en consideración la presencia de un intermediario entre Dios y los hombres. Originariamente, los mediadores fueron 12 imanes que los chiítas consideran sucesores legítimos del profeta Mahoma; el duodécimo desapareció en el año 940 de la era cristiana. Se supone que está oculto, pero que un día volverá para purificar la religión e instituir el justo reino de Dios sobre la Tierra. Esta creencia da al chiísmo un aspecto fuertemente mesiánico al que apela Khomeini cuando promete expulsar la influencia occidental y convertir a Irán en una sociedad puramente islámica.
En la ciudad santa, Khomeini vive como un modesto hombre de Dios en una pequeña casa escasamente amueblada. Subsiste con una rala dieta de arroz, puré de judías, yogur y cebollas crudas, complementada de vez en cuando por una rebanada de melón o un poco de cordero. Sufre de problemas del corazón y sólo puede trabajar unas pocas horas diarias. Sin embargo, cumple el ritual diario del musulmán devoto de la oración sin esfuerzo apreciable.
Para el Ayatollah, la esencia de la actitud mística es el desprendimiento: la serenidad en aceptar y predicar la voluntad de Dios. En público no muestra sentimiento alguno, ya sea alegría, tristeza, rabia o cualquier otra emoción. Sus palabras más fuertes son emitidas con una suave voz sin modular, que rara vez eleva por encima de un murmullo. Sin embargo, los íntimos dicen que no se halla desprovisto de sentimientos. Ríe, llora, incluso cuenta chistes en privado con su familia y sus alumnos, y goza del alegre ruido y confusión de un hogar típico de Oriente Medio y de la compañía de sus 14 nietos.
Aunque puede ser misteriosamente vago en los enfoques programáticos de los temas específicos políticos y económicos, tiene una filosofía social que Hamid Enayat de la Universidad de Oxford resume de esta manera: "El país debería conformarse con una vida sencilla. El ejemplo del Ayatollah debería ser un modelo para toda la nación".
Así, poco después de su regreso a Irán, lanzó un torrente de Elamiehs (directrices) desde Qum, preocupado por imponer una estricta "vida islámica" a todos los iraníes. Entonces tomó un control personal sobre el Gobierno, aunque al principio había dicho que no lo haría. Aparentemente decidió que no podía confiar en ningún otro para llevar a cabo la voluntad de Dios.
¿Y qué ordena el dios de Khomeini? Un código de conducta que abarca todo. Marvin Zonis, del Centro de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de Chicago, ha dicho: "Se trata de una rigurosa, minuciosa y específica codificación que versa sobre cómo hay que conducirse en toda circunstancia concebible, desde llevar a cabo transacciones económicas a cepillarse los dientes". El alcohol está prohibido. Las mujeres se encuentran segregadas y se les impone el vestir "modestamente" (de preferencia con el chadar que todo lo envuelve), el cine está censurado, las discotecas y otros símbolos de la corrupción occidental permanecen clausurados o prohibidos.
El Estado islámico de Khomeini se desenvuelve en condiciones de caos primitivo. Embajadores y ministros del Gobierno, al igual que campesinos suplicantes esperan audiencias en una antesala alumbrada por una bombilla desnuda que cuelga del techo. Dos mullahs hacen guardia ante el único lazo que une la residencia con el mundo exterior: cuatro teléfonos de una sola línea.
Khomeini ha declarado a menudo que el Gobierno islámico ideal fue el reinado de cinco años que sobre la península Arábiga ejerció Alí, el yerno de Mahoma que murió en el año 661 de nuestra era.
De hecho, Khomeini ha leído intensamente filosofía griega antigua y puede discutir sobre Aristóteles con admiración vivaz..Pero alguno de sus iguales cree que en asuntos de ciencia islámica es menos profundo que otros respetados ayatollahs (en especial Seyyed Kazem Shariatmadari, su rival más poderoso en cuanto a la reverencia popular).
Numerosos sabios occidentales que hablaron con él se han visto sorprendidos por su ignorancia de la vida moderna. Sabe poco del mundo no musulmán, y lo mira con suspicacia enfermiza. Uno de sus primeros actos desde el poder fue prohibir la mayor parte de la música de la radio y la televisión. Las marchas eran aceptables, dijo a la periodista italiana Oriana Fallaci, pero otra música occidental "embota la mente porque implica placer y éxtasis como las drogas".
—Incluso la de Bach, Beethoven, Verdir —le preguntó Oriana.
—No conozco esos nombres.
El desinterés de Khomeini por la cultura occidental no significa que el Ayatollah sea contrario a la tecnología occidental. Efectivamente, la ha utilizado sagazmente: primero, distribuyendo aquellas grabaciones de sermones contra el Sha antes de la revolución, después explotando la televisión para mantener su popularidad entre la gente.
Hay señales de que el poder empieza a intoxicarle. Ha reconocido disfrutar de la adulación de las multitudes. Y, aunque nunca ha reclamado para sí el título de Imán, nada hace para desanimar de su uso a sus seguidores, hecho que molesta a alguno de sus iguales dentro del clero iraní. El ayatollah Shariatmadari ha observado cáusticamente que el Imán Oculto efectivamente volverá, "pero no en un Boeing 747"... refiriéndose al avión que trasladó a Khomeini de Francia a Irán. Otro ayatollah ha observado que Khomeini, debido a su larga carrera en la oposición al Sha, es "un buen destructor, pero un mal constructor".
No importa qué reserva el futuro al imprevisible liderato de Irán, las fuerzas de desintegración que Khomeini ha desatado no deben ser menospreciadas. El poder de su convocatoria a una lucha entre el Islam y los "infieles" podría amenazar a muchos otros países en los años por venir.
Una cosa es segura: el mundo no volverá a tener exactamente el mismo aspecto que tuvo antes del primero de febrero de 1979, fecha en que el ayatollah Ruhollah Khomeini retornó en avión hacia una tumultuosa bienvenida en Irán tras 15 años de exilio.
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Título que significa "Señal de Dios". No hay procedimiento formal para otorgarlo; un líder religioso es llamado ayatollah por un amplio número de seguidores reverentes y es aceptado como tal por el resto del clero iraní. Actualmente, quizá tenga Irán de 50 a 60 mullahs, generalmente considerados cómo ayatollahs.
CONDENSADO DE "TIME" (7-1-1980). © 1980. POR TIME INC.TIME & LIFE BLDG. ROCKEFELLER CENTER, NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10020