Publicado en
octubre 02, 2009
Bajo aquel sol suave y reconfortante, el paisaje irradiaba serenidad.
Por Chang Hsiao-Feng.
Fue como encontrar un tesoro perdido. El cielo, recién bañado por una larga lluvia, cobró color de zafiro; los montes reaparecieron en la mañana y el astro rey saturó el valle.
Caminé por la terraza, por los campos, sonriendo para mis adentros. En aquella soledad sentí como si yo no fuera yo. Me sentí flor, brisa, rayo de sol. Nunca mi corazón había estado tan feliz. Recordé un versículo de la Biblia: "Vuestro Padre celestial hace salir su Sol sobre buenos y malos". Y de pronto amé a todos los seres vivientes e inanimados. Quería gritar "¡buenos días!" al mundo.
El Sol me embriagó, casi literalmente. De buenas a primeras se me ocurrió visitar a Chen en el campo.
Después de tomar varios autobuses llegué a un sendero sinuoso, de barro. El Sol lo había secado y estaba suave y caliente, como el pulso de la Tierra. Anduve hasta el cerco de bambú de la casa de Chen, pero ningún cachorro me dio la bienvenida, Hice sonar la campana y luego el silencio se volvió a condensar. En eso vi el candado de cobre. Chen había salido.
Pensé en dejar una nota, pero no encontraba que decir. Realmente no deseaba mucho verla. Sólo quería pasar un día en el campo.
A lo lejos se mecían los arrozales, salpicados aquí y allá por algunos haces. Era una estampa arrancada de otros tiempos. Vagué por un claro espacioso de hierba verdiseca, me senté en una roca y dejé que el Sol me mimara. Permanecí así no sé cuánto tiempo, hipnotizada y enajenada por el gozo. ¡Con qué poca frecuencia puede una persona, absorta en los problemas del mundo encontrarse con un astro tan cálido y reconfortante!
A veces había comparado mi intranquilidad con el Sol de verano, que la gente trata de evitar por incisivo. Prefiero, como el Sol de invierno, brillar sin cegar, calentar sin abrasar. ¿Cuándo aprenderé a ser más sutil, más suave y profunda? "Si me quieres para ser luz, déjame ser esta clase de luz", rogué. "No me dejes sola en el firmamento; deja también las nubes para que mi calor consuele a los que habitan en la humedad y en la oscuridad".
Traía para Chen una bolsa con bocadillos que me sirvieron de almuerzo allí, a media pradera. Fue una sensación nueva. Después me dormí.
Varias ovejas pacían en el pradal cuando desperté. En lontananza, un niño, recostado y con las piernas recogidas, masticaba un tallo de hierba. Empecé a caminar. El muchacho cruzó los brazos bajo la cabeza a modo de almohada. No pude evitar sentir envidia por su posición, que parecía anunciar: "Las riquezas mundanas son para mí lo que las nubes fugitivas".
Las sombras se deslizaban hacia el este. Volví sobre mis pasos y me senté. Las nubes, sutiles, eran como una breve poesía. Evoqué un verso de la dinastía Yuan, sobre un hombre que no lograba escribir una carta: "No es que carezca de sentimientos; es que no logro encontrar un papel más expresivo que el cielo".
Mientras mi cabeza se preñaba de estos pensamientos, la forma y el color de las nubes fue cambiando. El Sol tiñó de escarlata medio cielo y hasta manchó la hierba. Fácilmente se podía confundir el pastizal del horizonte con un mar de fuego. El pastorcillo había reunido en silencio las ovejas. Las chimeneas del pueblo echaban su humo hacia el cielo cuando él se perdió en el atardecer.
Me puse de pie. La roca seguía algo caliente, pero cierto frío se había colado en el aire. Pasó un grupo de niños, cada uno con una brazada de leña.
—¡Qué rara!, ¿no? —murmuraron al verme.
—Sí —concedió uno de los mayores—; pero hay gente que viene aquí a dibujar.
—¿Dónde están sus papeles y sus colores?
—Debe de haber terminado y guardado todo.
Satisfechos con esa conclusión, prosiguieron su camino. Entre la foresta de bambúes divisé parte de unas paredes rojas, y tuve una sensación de pérdida cuando vi a los chiquillos desaparecer en sus casas. Pensé en las calles de la ciudad y en los rascacielos; en la urbe sólo se ven franjas de cielo. Pero aquella región salvaje estaba empapada de sol. ¡Cuánto difiere la vida de unos hombres y de otros!
Me di la vuelta y eché a andar. El Sol moría detrás de mí. Advertí que había luces en la casa de Chen, pero no me atreví a llamar a su puerta.
Cuando llegué a la parada de autobuses, sentí que regresaba con algo más de lo que había llevado. Luego me pregunté si me llevaba realmente un cuadro. El niño de la leña había sugerido: "Ha pintado un cuadro y lo ha guardado".
Camino de casa en la creciente oscuridad, creí haberlo encontrado. Se titulaba Día de campo, y lo había pintado con suave tinta en mi corazón. La oscuridad se impregnó poco a poco de él.
CONDENSADO DE “THE OTHER SIDE OF THE CARPET” PUBLICADO POR TA LING PUBLISHING C.O. DE TAIPEN (FORMOSA). FUE PUBLICADO POR PRIMERA VEZ EN “CENTRAL DAILY NEWS” (11-III-1964). ILUSTRACIÓN: LO WAI-HIN