Publicado en
octubre 12, 2009
Durante mi periodo de entrenamiento para ser recepcionista de un consultorio médico, me dijeron que nunca recomendara de manera especial a ninguno de los doctores, sino que me limitara a informarle al paciente cuál de los especialistas tenía horas libres. Cierto día llegó una mujer que me miró con aire de complicidad.
—Soy enfermera —susurró—, y sé que el personal siempre sabe quién es buen médico y quién no. ¿Con quién me recomienda que consulte?
Como sabía que mi supervisor me estaba oyendo, adopté un tono muy profesional.
—Lo siento —expliqué—. No puedo recomendarle a ninguno de nuestros médicos.
—Bien, si usted lo dice... —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
—J.A.A.
En los días en que trabajaba como primer oficial en una línea aérea, conocí a un piloto con un sentido del humor muy extraño. Un día tuvimos que volar en medio de una terrible tormenta de nieve, hasta que finalmente aterrizamos después de un vuelo muy accidentado. Una vez que salieron todos los pasajeros, la sobrecargo se dirigió a la cabina de mando. —¡Cielos! Sin duda este ha sido uno de los vuelos más agitados que he tenido en mi vida —le dijo al piloto—. Me parece realmente admirable el dominio que tuvo del avión en todo momento.
Entonces el capitán se volvió hacia ella y tranquilamente le dijo: —Eso es lo que usted cree.
—M.H.
Como asistente de personal de una casa impresora, tuve que actualizar las descripciones de puestos, así que solicité la colaboración de varios gerentes. Cuando el contralor, que era hijo del dueño, me devolvió el formulario que yo le había dado, la sección titulada "Requisitos" estaba en blanco. Se la envié de regreso y le pedí que la llenara. Lo hizo, y escribió esto: "Debe ser pariente del dueño y haberse recibido de contador en la Universidad de Notre Dame".
—J.P.
Me llevó varias semanas convencer a mi jefe de que un teléfono celular sería de enorme valor en mi trabajo de agente de seguros. Poco después, viajábamos los dos en mi auto cuando sonó el aparato. Respondí, ansioso de demostrar la utilidad de esta herramienta.
—Habla Curt Olsen. ¿En qué puedo servirle? Sí. Está bien. Yo recomendaría cinco. Me parece perfecto. Adiós.
—Bueno, Curt —dijo mi jefe, impresionado—, ¿cerraste otro trato importante?
—No —respondí abochornado—. Mi hijo quería saber cuántos huevos se necesitan para preparar torrejas.
—C.M.O.
En mi calidad de corredor de bienes raíces, en cierta ocasión me dieron a vender una casa que tenía varias habitaciones pintadas de un color de rosa escandaloso. Le aconsejé al propietario que las pintara de nuevo, y me dio mucho gusto cuando me llamó para decirme que ya lo había hecho.
—Tenía usted razón. Ahora se ve todo mucho mejor —reconoció.
Unos días después llevé a unos posibles compradores a ver la casa, y nos encontramos todos los interiores recién pintados... en el mismo tono de rosa.
—J.D.W.
Soy mecánico, y en una ocasión acudí a auxiliar a una automovilista en apuros. Cuando llegué al lugar donde se encontraba, la mujer le estaba diciendo al auto: "¡Vamos!", al tiempo que daba vuelta a la llave del motor. Me dijo que el auto pertenecía a uno de sus hijos, y que no sabía qué le ocurría. Pensé que tal vez el motor estuviera ahogado, así que esperé algunos minutos antes de intentar encenderlo de nuevo. Luego, yo también le dije: "¡Vamos!", al tiempo que hacía girar la llave. El auto arrancó de inmediato.
—No lo puedo creer —se quejó la mujer—. Mis hijos no sólo no me hacen caso, sino que les han enseñado a sus autos a no hacerme caso.
—J.P.
Cuando yo tocaba en una orquesta sinfónica, nuestro sindicato llegó a un acuerdo con una importante aerolínea sobre qué instrumentos podíamos llevar en la cabina de pasajeros y cuáles debían viajar en el compartimiento de equipajes. Uno de los violonchelistas se quedó consternado cuando le dijeron que su delicado y caro instrumento de madera tendría que sufrir el tratamiento brusco y las bajas temperaturas del compartimiento de equipajes.
Al hombre se le ocurrió entonces una idea genial. Violonchelo en mano, se acercó a la sobrecargo encargada de dar la bienvenida a los pasajeros, y le preguntó:
—¿Puedo subir al avión con mi clarinete?
Después de revisar su lista, la chica respondió:
—Los clarinetes están permitidos. Que tenga buen viaje.
Y con una sonrisa, lo dejó pasar.
—L.C.K.