PALADÍN DE LA EMPRESA PRIVADA EN RUSIA
Publicado en
octubre 12, 2009
Desde la derecha: El Gobernador regional Boris Nemtsov; inscribiéndose como postor en una subasta; inspeccionando un camión que se va a subastar; quesería, una de las 22 tiendas cuyos dueños son ciudadanos rusos.
Boris Nemtsov, acérrimo defensor de la privatización en Rusia, ha ayudado a poner a su país en el camino de la reforma económica.
Por David Satter.
Fuera de la sala de juntas de la granja estatal de Niva, la nieve se arremolina sobre los campos; aquí y allá hay montones de grano pudriéndose tras la reciente cosecha. En la sala, cientos de trabajadores de esta granja colectiva, cubiertos con gorros de piel y gruesos abrigos, esperan nerviosos a que el jefe les anuncie su destino. Pero no es un burócrata comunista quien sube al podio, sino un joven con chaqueta de cuero y pantalones de mezclilla. Con una amplia sonrisa, el gobernador regional Boris Nemtsov da unos golpecitos al micrófono y comienza a hablar.
—Este día señala el principio del fin de una idea detestable: la colectivización —dice, mientras unos voluntarios reparten títulos de propiedad a cada asistente.
En esos momentos se está efectuando la primera división de una granja colectiva soviética.
Una mujer pide la palabra y se levanta para protestar:
—No estoy de acuerdo en que se deshaga la granja. ¿Por qué nos la estamos repartiendo?
El gobernador Nemtsov se vuelve hacia ella:
—Nadie la obliga a usted —le dice—. Si quiere una granja colectiva, fórmela con los que compartan su opinión. Pero no les niegue a los demás la libertad de elegir.
A continuación varias mujeres se ponen de pie para apoyar al joven gobernador.
—Queremos nuestra tierra —le gritan al auditorio—. Ustedes ya se olvidaron de lo que significa ser granjeros.
Lo que ocurrió en la granja de Niva en octubre de 1993 no es sino un pequeño ejemplo de los grandes cambios iniciados por el joven gobernador de Nizhny Novgorod, de 35 años de edad. En sólo tres años, Nemtsov ha convertido esta provincia en un centro de reformas económicas. Aunque las malas noticias aún prevalecen en la economía rusa, las innovaciones de este hábil político ya han comenzado a fructificar.
HACE 100 años, Nizhny Novgorod era una ciudad comercial donde el pregón de los mercaderes resonaba en los muelles del Volga, río por el que se trasportaban las riquezas de Rusia. Pero en 1967, cuando Boris Nemtsov, entonces de siete años, llegó con su familia, la ciudad, cuyo nombre los comunistas habían cambiado por el de Gorky, era la capital de la industria militar soviética. De sus fábricas salían tanques, submarinos y aviones de guerra. El Instituto de Investigación Científica y Radiofísica de Gorky, donde Nemtsov entró a trabajar como físico en 1981, ideó avanzados sistemas de radar para los submarinos y los aviones militares del país.
En 1986, la explosión del reactor nuclear de Chernobyl lanzó nubes de radiactividad al cielo, y provocó una conmoción política en la Unión Soviética. Los científicos trataron de convencer a la inquieta población de que los demás reactores no suponían peligro alguno. Nemtsov aprovechó su acceso a las publicaciones técnicas de Occidente para estudiar el problema, y comprendió que el reactor de Chernobyl había estallado a causa de errores de diseño. Aun así, se estaba construyendo otro reactor nuclear a sólo cinco kilómetros de Gorky.
Indignado, Nemtsov comenzó a manifestarse públicamente en contra del proyecto. Como estaba bien enterado de los detalles técnicos, resultó ser un polemista eficaz. Al poco tiempo la obra fue clausurada "para realizar más estudios".
Cuando se llevaron a cabo las elecciones parlamentarias de 1989, Nemtsov, a la sazón de 29 años, decidió presentar su candidatura para representar a Gorky. "Sólo una cosa les prometo: no voy a mentirles", les dijo a los electores.
El contraste entre su franqueza y las vanas promesas que los ciudadanos soviéticos habían oído durante décadas no podía ser más marcado. El candidato realizó su campaña electoral a un ritmo febril. Acosado a preguntas en cada aparición pública, daba respuestas contundentes: ¿Por qué tienen privilegios los dirigentes del Partido Comunista? No deberían tenerlos; que hagan cola como todos los demás. ¿Por qué las tiendas están vacías? Porque el sistema soviético no tolera la iniciativa privada. Abordaba todos los temas con una paciencia inagotable. Aunque el Partido Comunista local hizo cuanto pudo para derrotarlo, Nemtsov obtuvo una victoria aplastante.
Pero su carrera parlamentaria duró poco. Cuando los comunistas intransigentes trataron de tomar el poder, en agosto de 1991, Nemtsov ayudó a defender el Parlamento. Agradecido, Boris Yeltsin lo nombró gobernador de Nizhny Novgorod, una de las regiones industriales más importantes de Rusia, en noviembre del mismo año.
DESDE SU despacho en la ciudadela de ladrillo rojo de Nizhny Novgorod, el nuevo gobernador posó la mirada en el gris Volga. Frente a las tiendas de alimentos se extendían largas colas de gente empobrecida. Era noviembre de 1991, y la economía local estaba al borde de la ruina. Las reservas de grano eran tan escasas que Nemtsov hacía llevar cargamentos diarios de pan. En las calles reinaba la desesperación.
Aunque el gobierno ruso estaba por levantar el control de precios, era muy poco lo que se hacía para fomentar la producción de bienes. En consecuencia, la inflación iba en aumento sin que la escasez disminuyera. Un coro de voces, tanto nacionales como extranjeras, pusieron en duda que el país tuviera la disciplina necesaria para salir de la miseria.
El joven gobernador recordó sus días de legislador, cuando luchaba por encontrar remedios para el hundimiento económico de Rusia. Sabía que las reformas introducidas en 1906 por el primer ministro Piotr Stolipin habían dejado a los campesinos en libertad de abandonar las comunas y cultivar parcelas propias. Como resultado, las cosechas y la riqueza del país aumentaron notablemente. Inspirado en este ejemplo, Nemtsov comprendió que el camino para volver a crear riqueza consistía en devolverle al pueblo la propiedad privada de granjas, fábricas y tiendas.
Su proyecto recibió impulso en diciembre de 1991, cuando un inglés llamado Anthony Doran, de la Sociedad Financiera Internacional (SFI), hizo una visita a Nizhny Novgorod. En su calidad de agencia del Banco Mundial para el sector privado, la SFI había recorrido el país en busca del mejor lugar para iniciar la privatización.
Muchos ayuntamientos se oponían a la idea de entregar el poder a organizaciones privadas. Otros simplemente no sabían por dónde empezar. Pero Nemtsov sí lo sabía.
—Las tiendas están cerca de la gente —le dijo a Doran—. Si las privatizamos, la gente verá beneficios inmediatos.
—Tardaríamos tres meses en privatizarlas —advirtió el financiero.
—Podemos hacerlo en unas cuantas semanas —-prometió Nemtsov.
Finalmente acordaron un plazo de ocho semanas.
El proyecto piloto tuvo lugar en Nizhny Novgorod. Trabajando bajo intensas nevadas y a temperaturas de hasta 34° C. bajo cero, Nemtsov y la SFI formularon la serie de principios que regirían el proceso. A medida que se intensificaban los preparativos para la primera subasta, Nemtsov estaba más y más atareado. Tenía frecuentes reuniones con la ciudadanía y se presentaba en programas de radio y televisión para explicar las ventajas de las empresas privadas. Aún quedaban minorías que se oponían al proyecto. Los directores de las tiendas, muchos de los cuales se habían enriquecido con el producto de ventas clandestinas, acusaron a Nemtsov de descuidar los intereses del pueblo. Propagaron entre los pensionados rumores de que los dueños de almacenes privados iban a llenar los anaqueles de costosos productos importados y venderían la leche y el pan a precios prohibitivos. Nemtsov contraatacó diciendo:
"Cuando los almacenes estén en manos privadas, los pensionados ya no tendrán que pasar horas haciendo cola, ¡y nadie podrá llevarse los mejores productos por la puerta trasera!"
Se decidió que la primera subasta se celebraría el 4 de abril de 1992 en el centro de subastas de Nizhny Novgorod. A las puertas del edificio, unos irritados manifestantes impedían la entrada. Sus pancartas decían: "¡No al capitalismo!" y "¡No roben a los trabajadores!"
—¡Nos están subastando! —gritó uno de ellos, empleado de una de las tiendas que se iban a ofrecer en venta.
Pero Nemtsov tenía preparada una respuesta.
—Cuando se vende una tienda, no se puede despedir a ningún empleado durante el primer año —explicó—. Pero lo más importante es que ustedes mismos pueden comprarla. Pueden ser propietarios. Quiero poner su destino en sus manos.
Dicho esto, el gobernador entró en el edificio, seguido por los dirigentes de la reforma económica rusa: el primer vicepresidente del consejo de ministros, Yegor Gaidar, y el jefe del programa de privatización, Anatoli Chubais. En el podio, el subastador se pasó un pañuelo por la frente y ofreció en venta el taller de costura número 38, ubicado en la calle Yamskaya.
En el atestado recinto, el público levantaba tarjetas blancas mientras el subastador anunciaba posturas crecientes:
—Cien mil rublos... ¿Alguien dijo 200,000?
Finalmente, con un golpe de martillo, proclamó:
—¡Vendido a la señora de la última fila por 3,600,000 rublos!
Al finalizar el día, casi 50 ciudadanos rusos habían competido por la adquisición de 22 negocios, entre los que se contaban una quesería, una librería y una tienda de artículos de vidrio y cristal. El cambio de propietario fue inmediato. Los rematantes del sábado asumieron la administración de sus establecimientos el lunes. El 6 de abril de 1992 volvió a haber negocios privados en Rusia por primera vez desde la Revolución Bolchevique.
A esto siguió la privatización del transporte y de la tierra. En colaboración con la SFI, Nemtsov discurrió un plan para desmantelar el monopolio del transporte local. Nizhneavtotrans, monstruoso conglomerado de 42 empresas, 18,000 empleados, 8000 camiones y 735 autobuses, controlaba la distribución de alimentos y demás bienes en la región. Según el plan de Nemtsov y la SFI, el conglomerado se dividiría en 42 empresas privadas, y 20 por ciento de sus vehículos se venderían a particulares interesados en echar a andar negocios de transporte.
Pero Leonid Sokolov, director general de la compañía de transporte, se negó a cooperar. Durante años había disfrutado la explotación del servicio con carácter exclusivo, y no estaba dispuesto a desprenderse de su monopolio.
Cuando Nemtsov se enteró, citó a Sokolov y le exigió una explicación. Este negó todo al principio, pero luego empezó a ceder.
—Usted es un buen comunista, ¿no? —le dijo el gobernador—. Pues compórtese como tal. Yo soy el jefe. Obedezca mis órdenes.
El 31 de octubre de 1992 se llevó a cabo la subasta del conglomerado como se había previsto. Sokolov no estuvo presente.
Los resultados de las reformas de Nemtsov se pueden ver por toda la provincia. En la quesería de la calle Pokrovka, adquirida por sus empleados en 4.5 millones de rublos, los anaqueles antes vacíos están repletos de queso gouda holandés, embutidos alemanes y aceitunas israelíes. Los dependientes, en otro tiempo displicentes, atienden con gusto a la clientela. "Un salario más alto compensa la presión psicológica de tener que ser amable", comenta Vera Pavlova, directora del establecimiento. Como las utilidades alcanzaron en poco tiempo los 20 millones de rublos mensuales, los empleados pudieron pagar el crédito antes de lo esperado.
Antes de la privatización, el centro comercial Helios, dedicado a la venta de aparatos domésticos, tenía que cumplir tediosos trámites para hacer la menor entrega. "Primero escribíamos una carta solicitando un camión", recuerda Alexander Solntsev, director de la empresa. "Luego teníamos que pagar en el banco y esperar acuse de recibo del dinero por escrito. Sólo entonces, después de varios días, conseguíamos el camión".
Actualmente la empresa, que está en proceso de privatización, posee dos camiones. Uno de ellos sale del almacén tan pronto como se recibe un pedido. Para satisfacer la creciente demanda, Solntsev extendió sus instalaciones a un antiguo cine, y añadió a la tienda departamentos de joyería, ropa y calzado. "Los negocios marchan viento en popa", dice.
"ANTE NOSOTROS se extiende un camino difícil", dice Nemtsov con expresión de fatiga. Pero insiste con orgullo en que la tarea ha comenzado bien. La experiencia de los tres últimos años lo ha convencido de que Rusia tiene un porvenir brillante. Su buena nueva de privatización ha ganado adeptos por todo el país. A principios de 1994 el primer ministro Viktor Chernomirdin dio instrucciones a su gobierno para que encontrara la manera de aplicar en todo el país las reformas agrarias hechas en Nizhny Novgorod.
El programa oficial de conversión de propiedades del Estado en acciones individuales está produciendo un cambio real. "La privatización rusa ha hecho enormes progresos", señala Joseph Blasi, profesor de administración de la Universidad Rutgers, en New Brunswick, Nueva Jersey, quien ha estudiado 200 de las empresas privatizadas. En la primera etapa del proceso, 40 millones de rusos se convirtieron en accionistas de antiguas compañías estatales, lo cual significa que millones de ciudadanos tienen un interés personal en la reforma económica. El proyecto de Nemtsov para el futuro de Rusia está a punto de cristalizar.
Pero como siempre, Nemtsov está un paso adelante: "En la mayor parte de Rusia hay que pagar sobornos para convertirse en empresario", denuncia. "En Nizhny Novgorod hemos implantado un sistema de registro gratuito para empresas pequeñas. Basta llenar una forma en la oficina de correos". Durante los tres primeros meses de vigencia del sistema, se registraron en Nizhny Novgorod unas 2500 empresas.
El presidente ruso, Boris Yeltsin, ya ha mencionado la posibilidad de que algún día Nemtsov ocupe su cargo. Pero el gobernador habla de su futuro con reserva. "Nadie sabe lo que pasará en Rusia en el año 2000", dice. "Pero sabemos a dónde debemos ir. Y creo que llegaremos".