Publicado en
octubre 02, 2009
Breve encuentro en un hotel de Italia.
Por A.E.O. Goldman.
RÁVENA es una población de sorpresas agradables.
Situada en la espléndida ruta turística que va de Venecia a Florencia, oculta entre sus deterioradas baldosas centenarias la más impresionante colección de mosaicos que exista al oeste de Constantinopla. Y fue para ver aquel tesoro que visité la ciudad cierta fría tarde del mes de octubre. Los hoteles estaban atestados. Bajo la lluvia recorrí una plaza tras otra, repitiendo cada vez mis 50 escasas palabras de italiano a los recepcionistas. Por fin, al extremo de una callejuela medio escondida, vi que una débil luz de neón anunciaba: Albergo. Era un hotel ruinoso. Me atendió una frágil y diminuta mujercita, que asintió cuando le pregunté si tenía una habitación.
La mujer tomó mi equipaje, empapado por la lluvia, y me llevó hasta el quinto piso, a una especie de alacena en la que, sin embargo, había una cama. Rehusó mi propina con una sonrisa fugaz y luego desapareció mientras yo me derrumbaba sobre la cama.
Desperté con el temor de haber dejado pasar la hora de la cena. Por la escasa luz del cuarto, tuve que salir al corredor para poder mirar mi reloj; eran casi las 7. Eché a correr escaleras abajo. En el vestíbulo, la misma mujer me saludó con una sonrisa; una puerta comunicaba con el comedor, sumido también en la oscuridad. Por supuesto, era aún temprano, me dije, recordando que los italianos esperan a que el mundo entero haya cenado para hacerlo ellos. Me asomé a la habitación, sintiéndome a punto de desfallecer, y pregunté en voz alta:
—¿La cena?
—¿Mangia?
—¡Si, si! —repuse alegremente.
—No.
—¡No!
Me encaminé a la calle, resignado a enfrentarme de nuevo con la tormenta. En eso, la mujercita me agarró de la mano, me hizo sentar en el comedor y encendió las luces. Las mesas vestían manteles de lino blanquísimo, perfectamente almidonados; unas guirnaldas decoraban las paredes. Aguardé en silencio, solo en el centro de aquel mundo fantástico. Al fin llegó una recamarera. Era mi salvadora misma, ahora de blanco y con un delantal rojo. Se acercó a tomar nota de mi pedido. Cuando reconocí una de mis sopas favoritas señalé apenas la minuta.
—¿Tortellini in brodo?
¡Adivinaba el pensamiento!
—Y lasagna verde —añadí.
Yo me preguntaba cuándo llegarían otros huéspedes. La calle estaba negra y desierta. La hotelera volvió con una botella de vino rojo, me lo escanció, y aguardó a que tomara un sorbo y diera mi aprobación. Luego me trajo la sopa.
—Formaggio? —preguntó antes de espolvorear el queso sobre el caldo. Paladeé cada cucharada. En seguida vino la pasta.
—Buono —comenté.
Cada bocado se me antojaba la perfección misma. La pena era que me aproximaba al final de mi comida. Mas, cuando creía haber acabado, la mujer reapareció con un frutero cargado de uvas y peras.
Pagué la cuenta y me quedé un rato reposando la cena. Nadie había entrado en el restaurante.
De pronto noté que la puerta de la cocina, apenas entreabierta, se movía como si alguien estuviese observándome desde allí. No dudé de quién se trataba. Me levanté trabajosamente, con el cuerpo abotagado, y salí del comedor. Las luces se apagaron detrás de mí.
Cuando atravesaba el vestíbulo vi que la polifacética dama estaba ya de vuelta tras el mostrador de la recepción. Me sonrió de nuevo, aunque esta vez su sonrisa me pareció un poco forzada. De camino a mi alacena eché una mirada al reloj: las 7. Comprendí que se había parado debido al agua.
¿Qué hora sería? La solícita mujer se me acercó y puso mi reloj a tiempo. ¡Eran las 2 de la madrugada! ¡Imposible! ¡A aquella hora, la dueña del hotel había abierto el restaurante y preparado la cena sólo para mí!
A pesar de que la lluvia no cesó al día siguiente, y como yo había ido a ver los mosaicos, anduve de un lado a otro, contemplando azulejos dorados de un brillo que nunca había imaginado. Con la mujer del hotel también me había llevado una sorpresa. La verdad, Rávena es una ciudad engañosa.
CONDENSADO DEL "TIMES" DE NUEVA YORK (10-X 229 W.43 ST..NUEVA Vt-1976). © 1976 POR THE NEW YORK TIMES CO... RK (NUEVA YORK) 10036.