EL TESORO DEL GALEÓN PERDIDO
Publicado en
octubre 14, 2009
Piezas de cerámica del San Diego en el fondo del mar.
Por Frank Taylor.
El calor tropical abrasaba a Gilbert Fournier en su traje de buzo escarlata cuando se zambulló en las frescas aguas del mar. Su misión consistía en seguir un cable señalizador hasta un lugar situado a 52 metros de profundidad, donde unos refinados magnetómetros habían detectado metal.
El francés formaba parte de un grupo de diez expedicionarios que estaban reconociendo el lecho marino a cerca de un kilómetro de distancia de la costa de la isla Fortuna en Filipinas, en busca de los restos de un galeón español hundido el 14 de diciembre de 1600. Asido ingrávidamente al cable, Fournier esperó a que los ojos se le acostumbraran a la falta de luz.
Unos segundos después se le estremeció el cuerpo con oleadas de adrenalina. A menos de medio metro del plomo que fijaba el cable al fondo del mar vio la inconfundible silueta de un ancla de barco. Tomó rápidamente unas fotografías documentales, con cuidado de no mover nada. Luego miró a su alrededor y observó, dispersos bajo un manto protector de lodo, unos objetos largos y cilíndricos que le parecieron cañones.
Se acercó a ellos y alcanzó a ver el apagado brillo del bronce, así como un año claramente inscrito: 1593. Sintió que el corazón se le detenía por un segundo, para latirle en seguida apresuradamente. Fue un momento de júbilo absoluto.
Ascendió despacio hasta la superficie, hizo con impaciencia la parada de descompresión obligatoria y subió después a bordo del Kaimiloa, el catamarán de la expedición. Todos los tripulantes, que lo aguardaban ansiosamente, se agolparon de inmediato en torno suyo. Agitando las manos y con los ojos relucientes de entusiasmo, Fournier exclamó: —¡Vi un ancla, muchas vasijas y un cañón de bronce inscrito con el año de 1593! ¡Encontramos el San Diego!
LA AVENTURA que aquel 24 de abril de 1991 culminó con el descubrimiento del galeón hundido había comenzado tres años antes por iniciativa del francés Franck Goddio, financiero internacional apasionado por la búsqueda y la recuperación de barcos hundidos. Después de leer sobre el San Diego en un libro de historia de Filipinas, Goddio se propuso dar con el lugar donde yacía el buque.
Para ello leyó el libro del capitán del San Diego, don Antonio de Morga, quien sobrevivió al naufragio y escribió el único relato de primera mano que se conoce al respecto. En el libro, titulado Sucesos de las Islas Filipinas, De Morga cuenta que la escuadra española mandada por él se encontró con el enemigo cerca de Miraveles, donde se desató una encarnizada batalla naval. El San Diego, buque insignia español, contendió con su igual holandés, el Mauritius, capitaneado por el almirante Oliver van Noort.
Según la crónica, De Morga y sus hombres se lanzaron al abordaje del Mauritius, pero la tripulación holandesa los hizo retroceder. La batalla duró más de seis horas, hasta que el buque holandés se incendió y De Morga se vio obligado a retirar el suyo. Pero, azotado por la artillería enemiga, el San Diego hizo agua y se hundió.
Por varios motivos, como el afán de engrandecer su actuación y restar importancia a sus yerros, De Morga no fue veraz en la relación de los hechos. Por eso, cuando Goddio y su investigador principal, Patrick Lizé, comenzaron a estudiar el documento, se dieron cuenta de que no les sería de gran ayuda para encontrar el San Diego. A fin de poner en claro los hechos falseados por el capitán De Morga, pasaron tres años consultando archivos en Madrid, Sevilla, Amsterdam, la Ciudad del Vaticano, la Ciudad de México y Manila.
Averiguaron que el San Diego era un galeón mercante que prestaba servicio en el archipiélago filipino y que fue habilitado precipitadamente como buque de guerra para perseguir a los piratas holandeses. Capitaneado por De Morga, el arrogante vicegobernador de Manila, el barco llevaba 450 marineros que esperaban cubrirse de gloria defendiendo el honor de España y de su colonia. De Morga desmontó 14 cañones de las fortificaciones de Manila, los instaló en el pequeño galeón y zarpó en busca del navío de Van Noort.
Lo absurdo de la empresa no tardó en hacerse evidente. Cuando De Morga ordenó abrir las troneras, el agua se precipitó al interior del barco con tal rapidez que amenazó con hundirlo. Sobrecargado y probablemente mal lastrado, el San Diego tenía la línea de flotación demasiado alta para presentar batalla. Desesperado, De Morga mandó subir un cañón pequeño a cubierta para abrir fuego contra los holandeses, que ya se acercaban. El intento fue en vano.
Sólo un disparo ineficaz salió del arma antes de que el desastre sobreviniera al galeón y a su inexperto capitán.
Van Noort se acercó y asestó el golpe de gracia: disparó contra el San Diego hasta que el mar lo devoró, junto con la mayoría de sus tripulantes. De Morga sostenía que él y otros sobrevivientes habían tenido que nadar durante cuatro horas para llegar a la isla Fortuna. Pero las pruebas halladas por Goddio y Lizé revelaron que el buque había naufragado a escaso kilómetro y medio de la costa. Goddio ubicó el lugar probable en un área de 2.5 por 3.5 kilómetros.
Para febrero de 1991 el empresario estaba listo para emprender la búsqueda del galeón perdido y, de encontrarlo, intentar la recuperación de su carga. La Fundación ELF de Francia, órgano cultural de la mayor compañía petrolera de ese país, accedió a brindar apoyo financiero a la expedición. Goddio equipó al Kaimiloa con modernos aparatos de sondeo y dos computadoras para analizar los datos. Gracias a sus magnetómetros, los técnicos del catamarán podrían "ver" el lecho oceánico en un impreso de computadora.
El 30 de marzo de 1991, Goddio y los diez hombres que formaban su equipo de exploración empezaron a trabajar en Filipinas. Por espacio de casi un mes los buzos se sumergieron a investigar los objetivos prometedores detectados por los magnetómetros, y no encontraron nada aparte de formaciones naturales y naufragios recientes. Pero al cabo de ese tiempo los aparatos de sondeo mostraron algo que parecía sumamente interesante. Fue entonces cuando Fournier se zambulló y halló el San Diego, 1300 metros al noreste de la isla Fortuna.
Diez meses más tarde, con ayuda del Museo Nacional de Filipinas, se inició la colosal tarea de recuperación. Una vez más, Fournier hizo un descubrimiento formidable. El 10 de marzo de 1992, cuando quitaba una porción de sedimento con una aspiradora submarina, se fue materializando ante sus ojos la silueta de un astrolabio. El buzo tomó varias fotografías documentales mientras desenterraba el rarísimo instrumento de navegación (antecesor del sextante), y lo preparaba para subirlo a la superficie.
A bordo del barco nodriza, Fournier comunicó la buena nueva a Goddio, al padre Gabriel Casal, director del Museo Nacional de Filipinas, y al resto de la tripulación. El júbilo se dibujó en todos los rostros. "No podía creerlo", recuerda Casal. Hasta entonces sólo se tenía noticia de seis astrolabios anteriores al año 1600. Más tarde los arqueólogos declararon que esa sola reliquia náutica había valido todo el esfuerzo de la expedición.
Otro hallazgo importante fue una brújula cuyo cristal estaba, al parecer, en perfectas condiciones. El número de objetos encontrados sorprendió a los arqueólogos. En 1993, cuando se hizo el recuento final, se habían recuperado 34,407 objetos del siglo XVI. Una de las mayores recompensas fue una colección de más de 700 piezas de porcelana china de la dinastía Ming, entre ellas algunas vajillas completas. En su mayoría, las piezas no estaban desportilladas ni rajadas.
También se sacaron a la superficie unas 600 vasijas de cerámica procedentes de España, Birmania (hoy Myanmar), Filipinas, China, Tailandia y México. Algunas todavía contenían avellanas y cocos. Otras estaban llenas de huesos de cerdo y otros comestibles que revelan secretos de la dieta de los marinos hacia el año 1600. Se hallaron pocos de los tesoros acostumbrados, como oro, plata y joyas (entre ellos figuran un sello de oro, una moneda de oro asiática y un rosario con cadena de oro y cuentas de marfil), pero muchos objetos de menos valor arrojan luz sobre el estilo de vida de aquella gente: trozos de cuerda de Manila, tijeras, piezas de ajedrez. El inventario del galeón resultó ser una lista de artículos domésticos mezclados con utensilios de guerra.
Los huesos humanos, otra rareza en los restos de naufragios, se izaron con cuidado a la superficie. Se examinarán para buscar señales de desnutrición, deficiencias vitamínicas y otras características que permitan conocer mejor la dieta de la época colonial española. "Llevará decenios evaluar todo", dice el padre Casal, "pero cuando la tarea concluya tendremos la mayor fuente de información que ha existido en la historia de la arqueología sobre la época colonial filipina hacia el año 1600".
Gilbert Fournier jamás olvidará la parte que le tocó en la expedición. En los 22 años que lleva de bucear en todo el mundo, ha visto cosas increíbles, pero ninguna comparable a la emoción de descubrir el San Diego.
Con los tesoros del San Diego se montó en París una exposición que permaneció abierta hasta principios de 1995. Después de viajar a Estados Unidos y a Tokio, la exposición se llevará de regreso a Manila.
© 1993 POR FHANK TAYLOR. CONDENSADO DE "MABUHAY", REVISTA DE VIAJE DE PHILIPPINE AIRLINES (9-IX-19) DE MANILA, FILIPINAS. FOTOS: GILBERT FOURNIER