EL PLANEADOR DE LA LIBERTAD
Publicado en
octubre 02, 2009
Este intrépido checoslovaco de 39 años de edad puso en juego su vida en un improvisado artefacto que ni siquiera sabía accionar.
Por Rudolph Chelminski.
LA PRIMERA vez que Vladimir Prislupsky intentó volar, estrelló su avión y se dislocó un hombro. La segunda, estrelló otra vez su nave, que resultó muy dañada. Esta ocasión, un cálido crepúsculo de mayo, en un camino rural de Checoslovaquia, aproximadamente a 25 kilómetros de la frontera con Alemania Occidental, tenía una tercera —y última— oportunidad. Oprimió el acelerador al máximo, y su aparato de fabricación casera empezó a avanzar por el camino ruidosamente y bamboleándose hacia el sol poniente.
Tras su desesperada carrera hacia lo desconocido quedaban años de lucha contra un enemigo tenaz y vengativo: la policía secreta checa, la *STB y con quiénes se juntan, lo apremiaban.
LAS DIFICULTADES de Vladimir empezaron realmente en 1982, cuando, a sus 34 años, lo niombraron director general de un hotel de lujo en el centro turístico de Kezmarok, en los montes Tatra. Los agentes de la STB lo presionaban para que les diera información con la cual pudieran chantajear a los visitantes extranjeros y a los políticos locales. "Infórmanos qué hacen tus huéspedes y con quiénes se juntan", lo apremiaban.
Durante más de un año Vladimir los rechazó, pero la situación hizo crisis en agosto de 1983, cuando un agente de la STB le pidió que le mostrara sus documentos de identidad. "Puede preguntarle a cualquier persona de aquí quién soy", contestó, riéndose. "¿Para qué necesita ver mis papeles?" Furioso, el agente le dio un puñetazo, y se desencadenó una riña entre empleados del hotel y un escuadrón de policías vestidos de civil.
En noviembre de aquel año, los jueces condenaron a Vladimir a ocho meses de cárcel por "atacar a un funcionario público", aunque la sentencia quedó en suspenso. Pero la stb aún no desistía de que el hotelero colaborara con ella. Nuevamente le pidieron información, y volvió a negarse. "Desde ahora, no vas a tener paz", le advirtieron.
Al darse cuenta de que peligraba su trabajo en el hotel, Vladimir solicitó una licencia para conducir camiones. Pero el día que se presentó al examen de manejo, unos policías secretos lo estaban esperando para detenerlo. Esta vez la acusación era por "malversación de propiedad socialista", ya que había permitido a unos amigos dormir en el hotel sin pagar. Que se hubieran alojado en la habitación privada de Vladimir no influyó en el criterio de las autoridades. Además, se le acusó de administrar mal los recursos económicos del hotel.
Durante nueve meses estuvo detenido para investigación, y luego fue liberado. Cuatro meses después fue detenido nuevamente, puesto en libertad una vez más y citado para comparecer ante el juez en diciembre de 1985. Pero su sentencia—un año en prisión, más dos años de condena condicional— le pareció al fiscal demasiado benigna, y solicitó la revisión del juicio. Afortunadamente para Vladimir, este trámite tardaría más de 15 meses, debido al papeleo burocrático. Y esto le dio tiempo para madurar sus planes, porque ya había decidido huir de Checoslovaquia.
Pero, ¿cómo? Vivía a más de 900 kilómetros, por carretera, de la frontera con Alemania Occidental, fortificada del lado checo por una faja de terreno que estaba iluminada con reflectores en la mayor parte de su longitud, vigilada por patrullas y cercada con altas alambradas. ¿Cómo atravesar todo eso? La respuesta le llegó en agosto de 1984, cuando Ivo Zdársky, instructor de aviones planeadores, atornilló un motor y una hélice a un ala en forma de delta y voló hasta Austria. Eso era: Vladimir atravesaría la frontera volando.
PRIMERA PRUEBA
Sin embargo, había problemas; graves problemas. No poseía un planeador motorizado; no sabía dónde conseguirlo, y prácticamente no sabía pilotar. Había volado una vez en un avión ultraligero, pero el vuelo había sido un desastre. No obstante, era preciso intentarlo.
Puesto en libertad en julio de 1985, Vladimir trabajó de mesero y se dedicó a realizar su plan. Mediante contactos con el mercado negro, consiguió los planos para construir un ala de 12 metros de envergadura y reunió los materiales para construirla. Compró 27 metros de lona gruesa. Para el bastidor del ala y el tren de aterrizaje, consiguió 30 metros de tubo metálico, y adquirió un motor ligero, de aluminio, proveniente de un automóvil chocado de Alemania Oriental.
La parte más delicada era la hélice. Si era muy pequeña, no proporcionaría el impulso suficiente; si quedaba algo desequilibrada, podría sacudir la frágil aeronave hasta hacerla pedazos. Gracias a un amigo, obtuvo una hélice, muy pequeña para su objetivo, pero que le serviría de modelo. Con mucho cuidado cortó, cepilló y lijó una pieza de fresno para hacer su hélice, basada en su modelo. Pero, ¿funcionaría?
En agosto de 1986, Vladimir y un amigo suyo que era experto piloto de aviones ultraligeros subieron las partes de la máquina voladora al auto de Vladimir y fueron a hacer su primera prueba. En un campo solitario, a 50 kilómetros de la ciudad, montaron el aparato.
Casi caía la noche cuando el amigo del fugitivo conectó el encendido. El motor rugió, y el experto aeronauta se apresuró a colocarse en el pequeño asiento de tela que había debajo del ala. Con la máquina a toda velocidad, se balanceó hacia adelante. ¡A pesar de haber corrido por el campo unos 1600 metros, la máquina no se elevaba del suelo! La causa, pensaron, debía de ser la hélice.. El avión necesitaba una más grande, que ofreciera mayor superficie al aire.
TRIUNFAR O MORIR
De regreso al taller que habían instalado en un sótano, añadieron unas extensiones improvisadas a la hélice de 1.20 metros, con lo que la alargaron 30 centímetros más. Cuando regresaron al campo de prueba, en octubre, la improvisada aeronave pudo volar a la perfección.
El optimismo de Vladimir se remontó al igual que el avión cuando vio a su amigo despegar de pronto con el aparato en el aire, volar en círculo y regresar a tierra.
—No intentes volarlo sin mí —le advirtió su amigo—. Probablemente te estrellarías.
—¡Por supuesto que no! —contestó Vladimir—. ¿Quién sería tan tonto para intentar volar sin saber pilotar? ¿Quién, en verdad? '
El mal tiempo impidió a Vladimir hacer pruebas de vuelo durante los siguientes seis meses. Por otra parte, las autoridades no lo habían olvidado. El 12 de marzo de 1987, fue condenado a tres años y medio de prisión, con un año de reducción por el tiempo que ya había estado apresado. Su sentencia empezaría a cumplirse el 29 de abril. Así, dispondría de siete semanas para aprender a pilotar y salir del país.
No fue sino hasta mediados de abril cuando las condiciones del clima fueron suficientemente buenas como para hacer otro vuelo de prueba. ¡Vladimir se enteró entonces de que su amigo el piloto estaba comprometido durante todo el mes de abril! Tendría que aprender a volar él solo.
Antes del amanecer del 23 de abril, a seis días apenas de la fecha de su reingreso a la prisión, se dirigió al campo. Aproximadamente a las 9:30, la nave de Vladimir despegó y empezó a ascender. Si me voy a matar, podré hacerlo por lo menos como es debido, pensó.
A 100 metros de altitud, las corrientes de aire hicieron que la gigantesca ala en forma de delta se balanceara de lado a lado. Luchando contra el miedo, Vladimir se esforzó en detener las oscilaciones pendulares. Por más que lo intentó, no pudo nivelar la nave para aterrizar suavemente. Cinco veces se balanceó en forma caótica alrededor del campo, preparándose a aterrizar. Decidió hacerlo en el sexto intento, como fuera.
Lo hizo... y se estrelló. Vladimir salió del planeador sin un solo rasguño, pero el bastidor principal del aparato se rompió, la palanca de control se torció, la lona se rasgó y la hélice se melló profundamente. Empacó los restos en su auto y se fue a su casa.
SIN MAS TIEMPO
Dos días después, fingió tener fuertes dolores abdominales. Un médico lo hospitalizó para tenerlo en observación. El 30 de abril lo dieron de alta, y recibió una orden oficial para guardar diez días de reposo en cama, de lo cual tomaron nota debidamente las autoridades. Se puso a trabajar de día y de noche para reconstruir su avión, deteniéndose únicamente para volver al hospital y quejarse de que todavía le dolía el vientre. El médico le dio otra incapacidad para posponer su ingreso a la prisión.
El 15 de mayo el avión ya estaba preparado, y su amigo piloto al fin dispuso de tiempo para ayudarlo. En auto condujeron la máquina remendada a otro sitio de prueba, a 65 kilómetros de allí. Vladimir había tenido que acortar diez centímetros la hélice dañada. ¿Volaría el aparato?
Con el experto en los controles, la nave despegó y funcionó razonablemente bien. Vladimir vio cómo su amigo le mostraba la forma de manejar los controles mientras pasaba volando despacio a su lado. Luego, Vladimir dio un par de vueltas de práctica, aproximadamente a un metro de altitud, mientras su amigo corría a su lado y le gritaba instrucciones. Más tarde el piloto le dijo: "Ya sabes subir y bajar, pero no lo haces bien cuando te desplazas hacia los lados". Pero ya no le quedaba más tiempo para aprender.
MIGS EN LO ALTO
A la mañana siguiente, Vladimir se dirigió hacia el occidente en una camioneta prestada, en la que llevaba las partes de su aeronave empacadas entre equipo de acampar, para disimularlas. Al anochecer del segundo día ya había escogido un lugar para el despegue: un campo de heno, a 15 kilómetros de la frontera con Alemania Occidental. Su máquina llevaba suficiente combustible para 80 kilómetros, cuando mucho. Saldría a la mañana siguiente.
A las 3:30, la madrugada del lunes 18 de mayo, Vladimir se encontraba en el campo, armando su avión. A las 5:30, accionó la ignición y empujó la hélice, pero el motor no arrancaba. Limpió a toda prisa las bujías y roció gasolina en los dos cilindros. Cuando el motor arrancó, aplicó el acelerador al máximo. Aullando y retumbando, la máquina avanzó lentamente, pero algo andaba mal.
No va a funcionar, dedujo Vladimir mientras se aproximaba al final del campo de heno. La hierba estaba demasiado alta; la nave no podría vencer tal resistencia para alcanzar la velocidad de despegue.
Una vez más desarmó su aparato y lo puso en la camioneta. Toda esa mañana buscó otro lugar para despegar y finalmente encontró un camino vecinal recto, de un solo carril, a unos 25 kilómetros de la frontera. No había postes de teléfono ni árboles a los lados. Casi exactamente enfrente, en la cima de una colina distante, había una estación de radar dé la defensa aérea checa, ominosamente agazapada para vigilar a Alemania Occidental. ¿Vigilaría también el trayecto de Vladimir? No le quedaba más remedio que arriesgarse.
A las 6:30 de la tarde, después de que todos los campesinos se habían - marchado de los alrededores, Vladimir volvió a armar su aeronave. A las 7 de la noche, un par de MiGs sobrevolaron de norte a sur vigilando la frontera. Quince minutos después regresaron a la base. El mejor momento para despegar, pensó el fugitivo, sería cuando acabaran de aterrizar los MiGs. Esperó diez minutos, condujo su aeronave a la mitad del camino y pisó el pedal del acelerador.
Durante lo que pareció una eternidad, la pequeña máquina gimió y se bamboleó por el camino, combándose y balanceándose. Vladimir empujó entonces la palanca de control hacia adelante, hasta su límite, y despegó.
Poco después, se dio cuenta de que su velocidad de ascenso no sería suficiente para librar la cima de la colina que estaba enfrente. Moviendo la palanca de control hacia la izquierda, viró completamente, en redondo, hasta que enfiló de nuevo hacia Checoslovaquia. Esa era la única forma de ganar altura. Elevándose metro a metro, dio otra vuelta en redondo y se dirigió de nuevo hacia el poniente.
Se mantuvo sobre los valles que hay entre las colinas de Bohemia occidental, fuera del alcance del radar. Avanzó zumbando, conservando la velocidad constante de 69 kph., a la altitud de 90 a 150 metros, lo cual lo convertía en un blanco fácil para cualquier guardia. Tras 15 minutos de vuelo, supo que debía de estar cerca de la frontera.
De pronto, escuchó el rugido de dos aviones de retropropulsión checos. Contuvo la respiración, pero pasaron a toda velocidad, muy por encima de él. Luego, conforme se acercaba a un pueblo, avistó anuncios de colores brillantes en los lados de los remolques de los camiones de carga. Esa tenía que ser Alemania Occidental.
A medida que volaba más bajo, notó un campo de heno. Aflojó el acelerador y planeó hasta lograr un aterrizaje perfecto, a 65 minutos y 72 kilómetros del lugar de donde había partido.
Rosa Hofstetter se disponía a alimentar sus patos cuando un hombre extraño surgió corriendo de su campo.
—¿Frau, bitte, ist hier das Bundesrepublik? (¿Por favor, señora, es esta Alemania Occidental?) —preguntó en su precario alemán. —Ja —repuso la señora Hofstetter, y Vladimir Prislupsky supo que por fin estaba libre.
HOY, la improvisada máquina voladora de Vladimir se exhibe en la Haus am Checkpoint Charlie de Berlín, un museo dedicado a los miles que han huido por la frontera hacia Occidente. Los vehículos, uniformes y otros artefactos reunidos ahí trasmiten el mismo mensaje: cuando los hombres y mujeres valientes e ingeniosos lo desean con suficiente intensidad, encuentran un camino hacia la libertad.
*STATNI TAJNA BEZPECNOST (Servicio Secreto de Seguridad del Estado)