CINCO FORMAS DE COMBATIR LAS TENSIONES FAMILIARES
Publicado en
octubre 02, 2009
Es posible que las familias afronten un mundo lleno de presiones; sin resquebrajarse emocionalmente.
Por Dolores Curran.
Dolores Curran, madre de tres hijos y especialista en problemas familiares, escribe una columna que se publica en varios periódicos de Estados Unidos y es autora del libro Traits of a Healt by Family (Características de una familia saludable).
"Lo único que anhelo, cuando regreso del trabajo, tras afrontar decisiones y plazos perentorios, es una atmósfera relativamente tranquila", declara un hombre de 36 años, padre de tres hijos. "En cambio, encuentro a mi esposa acosada, a mis hijos peleándose, y una cena precipitada, porque siempre hay una partida o reunión a la que debemos asistir ahora mismo. ¿Es inevitable e insuperable este tipo de estrés en la familia?"
Inevitable, sí; insuperable, no; porque el estrés familiar está empezando a recibir finalmente la atención que merece. Un número considerable de empresas estadunidenses cubren ya los gastos de un consejero matrimonial o familiar, debido a que los empleados llevan al trabajo los problemas de la familia. Las escuelas empiezan a ofrecer programas prácticos de educación para los padres. Además, los templos comienzan a concentrar sus esfuerzos tanto en atender a las familias, dentro del hogar, como en lograr que asistan a la iglesia.
Si alguien se siente presionado, esto afecta a toda la familia. Entre los síntomas más comunes se incluye una constante sensación de urgencia; una tensión latente; el deseo de escapar... a la propia alcoba, al taller, ¡a cualquier parte!; una perenne sensación de culpabilidad por no hacerlo todo por las personas con quienes convivimos.
Recuerdo que me topé con una conocida en el supermercado. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando me confió que el director del grupo de niños exploradores al que pertenece su hijo acababa de reprenderla por olvidar una importante asamblea. El día de la reunión tuvo cuatro actividades extracurriculares a las que debía ir en auto, llevando a varios niños; uno de sus hijos estaba enfermo, en casa, y recibió a unos visitantes inesperados. No es raro que olvidara la asamblea del grupo.
La numerosa gente que disfruta del hogar como un sitio donde se refresca y renueva actúa de manera diferente de las familias que sufren a causa del estrés cotidiano. En dos años de estudiar a familias norteamericanas y entrevistar a más de 600 miembros de dichas familias, he logrado descubrir los métodos con los cuales se contrarresta el estrés en los hogares saludables:
1) Las familias sanas hablan abiertamente acerca del dinero. El problema principal de las familias corresponde al dinero: cómo se va a gastar, quién tiene la capacidad de gastarlo y si habrá suficiente para el futuro. Las familias sanas tienen los mismos problemas y preocupaciones que las demás a este respecto, pero hablan más abiertamente.
Cuando los cónyuges disienten en la manera de gastar el dinero, el tema oculto es el poder: quién tiene derecho a tomar decisiones, y por qué. Por este motivo, muchos matrimonios evitan discutir de cuestiones de dinero: no quieren sacar a colación el peligroso tema del equilibrio del poder y de la dignidad en sus relaciones. "Nosotros no hablamos de dinero", me confesó cierta ama de casa. "Nos peleamos por él".
Las parejas que hablan de dinero comparten valores y sentimientos respecto de solicitar préstamos, invertir, obtener tarjetas de crédito y determinar la mesada de los hijos; a veces se acaloran, pero siempre hablan con franqueza. Reconocen que es preferible colaborar en las decisiones —y discutir de vez en cuando— a permitir que las presiones económicas hagan explosión después.
Si el marido desea un auto nuevo, que la esposa no quiere tener, la presencia o ausencia del nuevo auto en el garaje puede provocar tensión. ¿Cómo resuelven los matrimonios sanos esas situaciones aparentemente insolubles? He descubierto que tienden a ceder. "Pero, cuando yo cedo en algo importante, espero que ella ceda después en algo que también me parezca importante", advirtió un marido.
2) Las familias sanas reservan tiempo para todos sus integrantes. Más de la mitad de los hombres y mujeres casados a quienes interrogué citaron como un problema importante la insuficiencia del tiempo que pasaban juntos. En cambio, las familias sanas consideran que el tiempo es un recurso controlable, que reclama la misma atención que el dinero. Establecen prioridades y programan el tiempo para las actividades familiares. Los cónyuges se reúnen para comer o se telefonean durante el día. Reservan cierto tiempo "sólo para nosotros": correr juntos a las 6 de la mañana o caminar a las 10 de la noche.
Una amiga mía, que entró a trabajar tras años de ser un ama de casa impecable, señaló: "Yo exigía tener el piso super limpio. Ahora, no me preocupa". Muchos maridos me informaron que no les molestaba consumir más comidas preparadas, ponerse camisas que no necesitan plancharse y vivir con más desorden. Están promoviendo más tiempo para el descanso y menos sentimientos de culpabilidad.
Las familias que adquieren el hábito de jugar descubren a menudo que, en vez de perder a los adolescentes por cuestionables actividades fuera de casa, sus hijos llevan amigos al hogar. Conozco tres matrimonios que celebran juntos el Año Nuevo. Actualmente, sus hijos adolescentes han pedido que se les incluya, y llevan a sus amistades.
Además, las familias saludables aceptan el derecho de pasar cierto tiempo a solas, para padres e hijos. Sin embargo, los padres sensatos ven con escepticismo el argumento de la "calidad contra la cantidad del tiempo" aplicado al cuidado de los hijos. Los hijos nos necesitan cuando les hacemos falta y no sólo cuando la situación se adapta a nuestro programa. Creo que la solución consiste en convencer a nuestros hijos de que siempre nos encontramos a su disposición.
3) Las familias saludables conservan la autoridad —y flexibilidad— paterna. Los matrimonios eficaces ejercen la autoridad sin ser autocríticos. Escuchan los deseos, las quejas y los sentimientos de sus hijos, y toman decisiones basadas en lo que consideran mejor para cada niño. . . y nunca abdican cuando la sociedad o los hijos les ponen objeciones. "Nuestros adolescentes pueden decir lo que quieran del sexo y la mariguana, pero no pueden hacer lo que quieran al respecto", observó un padre de familia. "Trazamos una línea entre las palabras y la conducta, y ellos lo saben".
Los padres que evitan el estrés señalan las expectativas y explican las reglas con claridad y razonablemente. Me encanta la historia que relata el consejero familiar Foster Cline de la primera noche que pasaron dos hijos adoptivos con él y con su esposa. Los niños rechazaron, disgustados, todo lo que se les sirvió en la primera cena y, cuando Hermie, la mujer de Foster, no hizo el intento de ofrecerles otra cosa, se quejaron:
—Pero, ¿qué hay para nosotros?
—El desayuno —respondió ella.
En la mañana, los pequeños se retrasaron en la cama, haraganearon al vestirse y estuvieron a punto de perder el autobús escolar. Foster fue a la habitación, anunció que ya llegaba el autobús y metió en una caja la ropa que les faltaba ponerse y los zapatos. Cuando se dieron cuenta de que hablaba en serio, cogieron la caja y salieron corriendo.
Al atravesar la cocina, vieron el tocino y el pan tostado, se detuvieron y preguntaron, ansiosos:
—Pero, ¿qué comeremos?
—El almuerzo —replicó Hermie.
Aquella noche, devoraron todo lo que les pusieron enfrente y, a la mañana siguiente, se levantaron en cuanto oyeron sonar la alarma del despertador.
Sin embargo, esos padres son flexibles, capaces de ceder sin poner en peligro ninguna regla en sí. La hora de acostarse, por ejemplo, se basa habitualmente en la edad; pero, cuando se presenta una ocasión especial, estos padres modifican la hora normal de acostarse. También tienden a otorgar voz y voto a los niños, cuando maduran, para determinar las reglas y consecuencias. "¿A qué hora crees que debes regresar?" y "¿Qué sanciones sugieres?" son preguntas que con frecuencia se hacen en esas familias.
4) Las familias sanas comunican sentimientos, y no sólo palabras. "Siempre que mi marido cae en profundo abatimiento, tengo que hurgar para remediarlo", me dijo una mujer. "¿Por qué no quiere compartir sus sentimientos? Cuanto más hurgo, tanto más abatido se muestra". Esta es una queja muy común. Pero, cuando entrevisté a matrimonios que se comunicaban con eficacia, me sorprendieron las técnicas inocuas que han descubierto para manifestar sus emociones.
"En nuestro matrimonio pronto aprendí a no preguntar: ¿Qué te molesta?", me comentó una señora. "Siempre, su respuesta era: Nada. Un día, le dije: Me siento tan sola cuando algo te molesta y no quieres decírmelo... como si hubiera yo fracasado".
"Se quedó atónito, y me explicó: La razón de que no te cuente mis problemas es que no quiero que te preocupes. Y nos pusimos de acuerdo en que, cuando yo sintiera que me rechazaba, le diría: Me siento sola, y que él procuraría ser más explícito. Nos ha costado mucho tiempo, pero funciona".
5) Las familias sanas se dividen equitativamente los quehaceres domésticos. La falta de responsabilidad compartida en el hogar fue citada como la segunda causa de estrés por las mujeres casadas, sobre todo cuando ambos cónyuges trabajan. No obstante, las familias bien avenidas tienden a compartir la responsabilidad de los quehaceres domésticos. En The Cooperating Family (La familia colaboradora), Eleanor Berman indica que podemos esperar que los niños "colaboren en los quehaceres de la casa sólo si les aclaramos desde la más tierna edad posible que el hogar constituye un esfuerzo cooperativo, y no algo que es exclusivamente responsabilidad de la madre".
"Desde que nos casamos", declaró una mujer, "nos pusimos a trabajar y a ayudarnos sin reservas, tanto en las labores domésticas como en el trabajo fuera de la casa. Nuestros hijos siguieron ese ejemplo al crecer". A los hombres de las familias en que hay poca tensión no les gustan los quehaceres domésticos más que a sus esposas; pero, cuando el padre ayuda, los hijos tienden a prestar ayuda con más agrado.
Además, estos niños también tienden a volverse más hábiles. Se sienten más dueños de todo en la familia, porque se les da la oportunidad de ser responsables, no sólo en los quehaceres, sino en el gobierno de su propia vida. Recuerdo la ocasión en qué mi hijo de 12 años se clavó un anzuelo en el dedo, al estar a orillas de un lago, a seis calles de la clínica más cercana. Cortó el cordel, caminó hasta la clínica y logró que le aplicaran dos puntos de sutura y una inyección antitetánica, antes de telefonear para que fuéramos por él.
Una amiga mía comentó que se habría puesto furiosa si su hijo hubiera hecho eso.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque me habría gustado acompañarlo a la clínica para hablar con el médico —respondió.
No tuve el valor necesario para decirle que, en vez de disgustarnos, felicitamos a nuestro hijo por haber resuelto así la situación. Él asumió una responsabilidad familiar —por su propio bienestar— al recurrir al médico. No le trasfirió el problema ni a mamá ni a papá. ¡Eso es compartir la responsabilidad!
CONDENSADO DE "STRESS AND THE HEALTH FAMILY". © 1985 POR DOLORES CURRAN. PUBLICADO POR HARPER & ROW PUBLISHERS. INC., DE NUEVA YORK. NUEVA YORK. VERSIÓN EN ESPAÑOL "EL STRESS Y LA FAMILIA SANA". © 1987 POR SUDAMERICANA / PLANETA. S.A.(EDITORES). DE BUENOS AIRES ARGENTINA