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octubre 14, 2009
En el retiro religioso al que asistí, los participantes podían adquirir diversas publicaciones de índole espiritual. El último día del retiro, uno de los sacerdotes iba a bendecir los folletos y los libros de las personas que así lo desearan.
Cuando nos reunimos para orar y recibir la bendición, oí una voz, dos filas más atrás, que decía en un susurro:
—Oye, John. ¿Trajiste los billetes de lotería?
—G.A.T.
Comía yo en un restaurante, y alcancé a escuchar una conversación entre una madre y una hija que planeaban una boda. La joven decía en tono de protesta que era ella la que se casaba y, por tanto, quería ser quien tomara las decisiones.
—Al fin y al cabo, mamá, tú tuviste tu propia boda hace 23 años.
—No, querida. Esa boda fue de mi mamá —fue la respuesta.
—L.C.S.
El contratista que estaba remodelando el baño de mi prima Audrey le preguntó dónde quería que colocara la ducha de teléfono. Como no sabía exactamente a qué altura la quería, Audrey se metió en la bañera para averiguarlo. En ese instante sonó el teléfono. Mi prima se salió de la bañera y corrió a contestar.
—¿Puedo comunicarme contigo más tarde? —le preguntó a quien la había llamado—. Estoy en la ducha con el contratista.
—E.M.
Un domingo en que dábamos un paseo en auto con mi hermano y mi cuñada, mi esposo y yo vimos a lo lejos una casa pintada de morado brillante. Mi hermano hizo varios comentarios despectivos sobre ella. Cuando nos acercamos más, vimos este letrero en el jardín del frente: "A nosotros tampoco nos gusta el color de su casa".
—O.B.
Mi esposo, Joe, y yo íbamos a visitar por primera vez a nuestra hija mayor, que se había mudado recientemente a otra ciudad. Encontramos el edificio donde vivía, pero no podíamos localizar el apartamento.
—Voy a cruzar la calle —me dijo Joe.
Ya del otro lado, silbó como solía hacerlo para llamar a los niños cuando eran pequeños.
De inmediato se abrió una ventana, nuestra hija se asomó sonriente y nos saludó con la mano. En cuanto estuvimos dentro, nos explicó:
—Estaba hablando por teléfono, tenía encendido el estereofónico y había mucho ruido en la calle, ¡pero reconocería el silbido de papá en cualquier lado!
—J.F.
Después de mudarnos de una zona suburbana a una zona rural, mi esposo y yo tardamos un poco en adaptarnos al estilo de vida pueblerino. Cuando Gary tuvo que renovar su licencia de conductor, salió un día muy de mañana para llegar a la oficina de tránsito antes de que hubiera mucha gente. Al entrar, no había nadie salvo tres empleados detrás del mostrador.
Gary se detuvo en seco y exclamó:
—¡Qué! ¿No hay colas?
—No —contestó uno de los empleados—, pero si quiere, me formo delante de usted.
—K.K.
Una amiga y yo hablábamos de la ropa que nos pondríamos para asistir a la reunión de ex alumnos de nuestra escuela de enseñanza media.
—Estoy pensando en ponerme lo mismo que en la última reunión, hace cinco años —dije—. No creo que nadie se acuerde.
—¡Ah! ¿Te refieres al vestido de color canela?
—E.M.W.
Durante un viaje en avión, me senté junto a una mujer que llevaba una nena de seis meses. La niñita era muy activa, encantadora y amigable, así que me entretuve con ella la mayor parte del trayecto. Mientras tanto, su cansada madre pudo dormir un poco.
Cuando el avión estaba a punto de aterrizar, la madre se inclinó hacia mí.
—Tenemos que volver a viajar en avión la semana próxima —me dijo—. ¿Podría acompañarnos?
—D.M.
Habíamos invitado a nuestros amigos Bob y Sheila a una cena especial en la casa. Mientras mi esposa, Lee, cocinaba, me escapé a comprar un buen vino.
Todo parecía perfecto cuando nos sentamos a la mesa, hasta que observé que en el cubo del hielo había un vino de no muy buena calidad.
—Cariño —pedí—, por favor trae la botella que compré esta noche. Bob y Sheila merecen algo mejor que esto.
—Querido —me respondió ella en voz baja—, Bob trajo el vino.
—D.U.
Cuando mi tía dio marcha atrás en la camioneta para meterla en el garaje, rompió accidentalmente un espejo lateral.
—Alguien le dio un golpe a la camioneta mientras yo hacía mis compras en el centro comercial —le explicó a mi tío cuando este regresó de la oficina—. El responsable ni siquiera dejó una nota. ¿No es un descarado?
—Es mucho más descarado de lo que crees —respondió mi tío—. Se atrevió a seguirte y a dejar los pedazos de vidrio en el garaje.
—L.S.