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marzo 05, 2025
Esta intrépida campeona del tenis y de los derechos de la mujer se abrió, en ambos campos, paso hacia la gloria.
Por James Stewart Gordon (condensado del suplemento dominical del "KANSAS CITY STAR").
UN LUMINOSO sábado de enero pasado estaba yo sentado en la gradería de Mission Viejo (California) viendo jugar a Billie Jean King (la mejor tenista norteamericana) contra Chris Evert, en las finales por una bolsa de 50.000 dólares. Billie Jean perdió, pero cuando subió al estrado y se acercó al micrófono para aceptar el cheque del segundo premio, por 5600 dólares, fue recibida por una marejada de aplausos de más de 4000 aficionados.
—¡Gracias a todos por haber venido! —declaró mientras saludaba con la mano— Es maravilloso ver aquí tanta gente. Hace dos años, cuando iniciamos el tenis profesional de mujeres, ya era una fortuna contar con diez espectadores.
La muchedumbre contestó con un grito de aprobación y Billie Jean sonrió complacida.
—¡Vaya ovación para un juego de tenis! —comenté con una mujer madura que estaba junto a mí.
La dama me miró fríamente:
—Billie Jean —replicó articulando con precisión las palabras— no es sólo una tenista; es una causa.
Utilidades netas. Hasta los más recalcitrantes varones reconocen que Billie Jean King es una de las más extraordinarias raquetistas de la historia. En Wimbledon, catedral del tenis, ha ganado 17 títulos en los últimos 13 años, inclusive los campeonatos de individuales, dobles y dobles mixtos de 1973. En los Estados Unidos la proclamaron la deportista del año en dos ocasiones, y ha ganado tres veces el título de los individuales femeninos.
Es más: ha estimulado mundialmente el interés por su deporte y se ha convertido en una figura familiar para millones de personas. Con su enérgica actuación al frente de la Asociación de Jugadoras Profesionales de Tenis, se opuso tenazmente en 1973 a los mandarines del juego y exigió que se dieran en los torneos los mismos premios en efectivo que a los hombres. A juicio de sus colegas y de los promotores, ella es en la actualidad la máxima atracción de taquilla (hombre o mujer) en la historia del tenis. Si logra llegar a finales, los organizadores pueden contar con un lleno absoluto; si la derrotan antes, estarán vacíos muchos asientos.
Su magnetismo no sólo emana de su habilidad de tenista, sino de la emoción que suscita con su presencia en el campo de tenis. Billie Jean charla con los espectadores, sonríe contagiosamente cuando se anota un tanto, se apostrofa en voz alta cuando hace una mala jugada, y en ocasiones lanza la raqueta al aire, a la altura de las copas de los árboles. Aunque otros jugadores insisten en que se guarde un silencio de biblioteca durante el juego, ella alienta a los espectadores a exteriorizar sus impresiones. "El deporte", afirma sin resabio de excusa, "es un espectáculo. El público paga, y puede aplaudir o abuchear cuanto le venga en gana".
La campeona gana enormes sumas de dinero. El año pasado cobró 200.000 dólares exclusivamente en los encuentros. Además, dirigida por su marido Larry, que también es su apoderado, recomendó ciertos productos, como una pasta dentífrica y varios artículos deportivos de empresas que querían asociar sus marcas a la imagen triunfante de Billie Jean. (Al usar zapatos tenis de gamuza azul, contribuyó a la explosión de colores que se observa actualmente en el atuendo del tenis.)
La tenista es también presidenta y accionista importante de Tennis America, cadena de 22 escuelas tenísticas, y editora de la revista femenina Women-Sports. Desde agosto de 1973 es entrenadora y jugadora del Philadelphia Freedoms, uno de los 16 equipos de la primera liga mundial de tenis. Todo ello se traduce en un ritmo de vida frenético. Cuando la gente comenta el brillo de su existencia, ella ríe y replica: "Es que nunca me han visto lavando mis uniformes y mis calcetines en eI lavabo de un hotel".
Sobre la marcha. Billie Jean tiene 30 años, mide 1,62 m. y pesa 61 kilos de músculos duros como la roca. Su estilo de juego es una combinación de certera anticipación y reflejos excepcionalmente rápidos. Unos cuantos segundos antes de que la pelota salga disparada de la raqueta enemiga corre hacia el punto preciso donde espera interceptarla. Tanta energía tiene su precio: Billie Jean se ha sometido, a operaciones correctivas en ambas rodillas. Como el trastorno tiende a empeorar, debe ejercitarse con pesas durante una hora, todos los días, a fin de que se le conserven firmes las piernas en los 20 o más torneos anuales en que interviene.
Con su experiencia de 16 años en campeonatos (gusta de llamarse a sí misma "la vieja"), conoce todos los trucos del "deporte blanco". Poco antes de su famosa partida contra Bobby Riggs (presenciada en televisión por un público que se calculó en 59 millones de espectadores, el más numeroso de la historia del tenis) descubrió, viendo películas de Riggs, que el tiro ganador de éste era un voleo alto muy arqueado. Esto no presagiaba nada bueno, pues la campeona es miope e incluso con gafas se le dificulta seguir pelotas altas contra el sol o las luces de una cancha cubierta.
Segura de que Riggs trataría de sacar ventaja de tal circunstancia bajo los reflectores del Astrodome de Houston, no sólo practicó muchas horas al día, sino que tuvo el cuidado de contar el tiempo que tardaba el voleo de su adversario en bajar al alcance de su brazo. Cuando Riggs le disparó uno de sus tiros cenitales al principiar la partida, Billie Jean esperó, contó y lo remató de manera que ganó el tanto. El sorprendido Riggs perdió el encuentro dos horas después, pero en realidad ya había terminado en el momento en que la tenista anuló su ataque de voleos altos.
Si Billie Jean fuera únicamente una raquetista más, ya sería una estrella, pero la han convertido en una supernova su determinación de modificar las actitudes del público del tenis y su apasionada defensa de los derechos de la mujer. "A las muchachas se nos enseña, por mil sutiles modos, a apartarnos del espíritu de competición", declaró una vez. "Sin embargo, no veo nada reprochable en ese espíritu. Simplemente significa esforzarse en darlo todo". Cuando no está ejercitándose, riñendo su perpetua batalla contra el peso, pronunciando discursos en juntas feministas, concediendo entrevistas, celebrando sesiones de negocios, posando para anuncios de televisión o atacando a los zares del tenis organizado, se refugia en su casa de California, toca diestramente la guitarra y el piano y así trata de olvidar las presiones de su afanosa existencia.
Arranque brioso. Billie Jean Moffitt nació en Long Beach (California) eI 22 de noviembre de 1943. Recibió el nombre de su padre, bombero y talentoso atleta ("no sabíamos si el primogénito sería niño o niña", dice, "pero su madre sabía que se llamaría Bill"), creció en una manzana donde había 32 niños. En la escuela obtuvo siempre notas sobresalientes, y la pequeña Moffitt descubrió que podía correr más velozmente, lanzar lo que fuera a mayor distancia, resistir y jugar mejor que cualquiera de sus compañeros de su edad, niño o niña. A los diez años figuró en un equipo de softball, formado por muchachas, que ganó fácilmente todos los campeonatos locales. Demasiado buena para ese deporte, jugó luego de shortstop en equipos de béisbol de varones adultos. Sin embargo, comprendió que no tenía mucho futuro como beisbolista, e ingresó en la escuela gratuita de tenis del departamento de parques de Long Beach. "El primer día que le pegué a una pelota de tenis descubrí mi vocación", confesó más tarde. "Entonces empezó mi vida".
La joven pecosa y con gafas vivió consagrada al tenis de día y de noche; pegaba siempre a la pelota con todas sus fuerzas. A los 14 años ganó el campeonato del sur de California para el grupo de su edad. A los 17, después de practicar intensamente dirigida por el entrenador Frank Brennan (al que impresionó vivamente), ganó su primer campeonato de dobles en Wimbledon. En 1962 Billie Jean se rehizo de la derrota sufrida en un primer set aplastante y triunfó sobre la mejor jugadora del mundo, la australiana Margaret Smith Court, ante una estupefacta muchedumbre de 18.000 personas, en el campo principal de Wimbledon. Al año siguiente llegó a los finales de Wimbledon, pero perdió, lo cual la desalentó. Margaret Court, que sintió simpatía por la fornida muchacha, le aconsejó: "Billie Jean, dominas todos los tiros, pero siempre te gano. No juegas con suficiente agilidad. Sé que podrías vencer en Wimbledon". La joven comprendió: en Australia se seguían programas de acondicionamiento más rígidos que los de Estados Unidos.
Eficacia de los mejores métodos. Al volver a los Estados Unidos Billie Jean se comprometió con Larry King. Ambos cursaban el último año de estudios universitarios, ella en la carrera de historia y él en la de leyes. Un buen día Larry le planteó la disyuntiva: ¿quería seguir estudiando o ansiaba convertirse en la mejor tenista del mundo? La joven cerró los libros, dio a su prometido un beso de despedida, tomó sus raquetas y se marchó,a Australia.
En ese país se sometió a ejercicios diarios y a disciplinas tenísticas, entre ellas los agobiantes "dos contra uno", en que dos jugadores en un lado de la red se enfrentan a uno solo en el otro. Al regresar a los Estados Unidos estaba en inmejorable condición física, lo cual demostró al jugar; en ese año no perdió ninguna partida con ningún contrincante estadounidense.
Billie Jean y Larry se casaron en septiembre de 1965. Dos años más tarde ella ganó los campeonatos tanto de los Estados Unidos como de Wimbledon en individuales, dobles y dobles mixtos; después el tifo la obligó a hospitalizarse y a dejar las competiciones durante un largo período.
En 1968 soplaban vientos nuevos en el mundo del tenis. Se admitió a los jugadores profesionales en Wimbledon y en Forest Hills, y las estrellas del tenis empezaron a jugar por dinero en vez de hacerlo por los trofeos y la gloria. Pero el tenis de varones era el que tenía premios más cuantiosos (en el Torneo Abierto de Estados Unidos de 1972 el primer premio fue de 25.000 dólares) mientras la bolsa para las mujeres era de sólo 10.000. Indignada por tal disparidad, Billie Jean realizó en 1973, en Wimbledon, la primera reunión de la Asociación de Jugadoras Profesionales de Tenis. Así dio comienzo una enconada campaña de estas importantes tenistas profesionales, que unos meses después obtuvieron en el primer torneo abierto norteamericano igual premio en efectivo para hombres y mujeres.
Bill Moffitt trató de explicarme el celo de su hija por la perfección del trabajo cuando visité a la familia hace poco en Long Beach. Calle abajo hay una iglesita donde el reverendo Bob Richards, ex campeón olímpico de salto con garrocha, oficiaba ya de pastor protestante cuando Billie Jean era una niña. "Todas las tardes", cuenta Bill Moffitt, "el reverendo Bob practicaba en un campito para saltos de garrocha que habían construido junto a la iglesia; mi hija lo admiraba y él le aconsejó algo que nunca olvidaría: Debes esforzarte y trabajar para ser la mejor, ya se trate de enseñar la palabra de Dios, de saltar con garrocha o de cavar zanjas".
Poco después visité a la campeona entre las partidas de un torneo. La encontré contestando a las preguntas de 40 periodistas con el mismo estilo enérgico que despliega en las canchas. Le pregunté si aún creía en lo que le había dicho Bob Richards respecto al valor del trabajo para llegar a la cumbre. Ella entornó los párpados sobre los ojos oscuros tras las gafas.
—¿Con quién ha hablado usted de eso?
—Con el padre de usted.
—Ah! —replicó—, entonces ha hablado con un hombre que sabe mucho del asunto.
—¿Así es? —dije, como si le lanzara una pelota.
—Así es —contestó Billie Jean, a manera de remate.