Publicado en
marzo 16, 2014
Eulogia había llevado a Roberto a una discoteca. El, fascinado con la música, quería quedarse un rato más... Nunca salían, pero ella replicaba siempre que al día siguiente había que trabajar...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Tocaban una samba. Rica: Movida. Abrazados un ratito, luego separados, mueve las caderas, mueve la cintura, un paso adelante, uno atrás... La tía Eulogia lo llevaba con gracia, lo acercaba, lo alejaba, le daba una vuelta entera, media vuelta. Y todo esto sucedía en una discoteca de moda. La música penetraba por los poros y salía del cuerpo hecha risas, movimiento. Ella lo abrazaba mientras Roberto caía graciosamente hacia atrás (si hubiera tenido el pelo largo, se hubiese posado en sus caderas). De tanto en tanto, Roberto ponía cara de fatigado y susurraba:
—La música me trastorna. Esto es una divinidad, Eulo, una divinidad.
Una vez terminada la samba, Eulogia le preguntó si estaba cansado. ¿Se atrevía a bailar la próxima? ¿O prefería regresar a casa?
— Todavía aguanto otro poco —dijo Roberto entornando los ojos y ella, entonces, le ofreció traerle un trago.
—Que sea suavecito —le pidió Roberto acomodándose en el brazo de un sillón— y ponle una rodajita de limón; hielo a tu gusto — le sopló un beso.
Eran las dos de la madrugada de un domingo. Habían ido a bailar, pues Roberto se declaró aburrido en la casa, quería salir, sentirse joven, vibrante. Eulogia reclamó un poco:
—Mañana es día de trabajo —dijo, y Roberto replicó que nunca iban a ninguna parte porque "mañana es día de trabajo". Al fin, Eulogia cedió.
—Está bien, si tanto lo deseas, nos quedamos un poco más y mañana vamos a la disco de Chicho Pérez Argomeda, la más hot de la ciudad. Y se quedaron un rato más.
A la mañana siguiente y como cada día, el despertador sonó a las siete. La tía Eulogia saltó de la cama con el sueño todavía pegado en la nuca, se duchó casi dormida, besó a Roberto en la frente y se fue corriendo a su trabajo. Otra jornada, otro peso, pensó, suspirando. Subió a su auto, encendió la radio y a las pocas cuadras estaba prisionera en un mar de autos detenidos. Un embotellamiento infernal. Y esto le pasaba todos los días.
A esa hora, Roberto tocaba un timbre que conectaba con la cocina y con la voz adormilada le pedía a la Domitila que le subiera el periódico. A las ocho y media de la mañana, Eulogia entraba en la primera reunión del día. Pasadas las 10 de la mañana, la secretaria irrumpía en la segunda reunión para decirle que Roberto la estaba llamando por teléfono.
—Dile que estoy ocupada en una reunión.
—Ya se lo dije, pero insiste, dice que es urgente.
—¿Qué puede ser tan urgente que no puede esperar media hora?
—Dice que ha ocurrido una catástrofe en la casa.
La tía Eulogia se disculpó apenada ante las dos gerentas de un banco con las cuales estaba discutiendo la tasa de interés para su préstamo de dos millones de dólares, y corrió al teléfono apresurada.
—¡Se me desbordó la bañera! Me estaba dando un baño y no pude atajar el agua. La casa está inundada, el agua corrió por la escalera, ¿qué hago? —gritó desesperado.
—¿Qué hago? ¡Llama al fontanero, pelmazo!
—Pero no sé dónde llamarlo, tú te llevaste la libreta con los teléfonos — chilló Roberto en la otra punta de la línea. Estaba totalmente descompensado— . No te enojes conmigo. No tengo la culpa de que las cañerías de este vejestorio no funcionen. Fuiste tú quien se empeñó en comprar esta casa que se está cayendo a pedazos. La que paga la música, elige la melodía, ¿te acuerdas? Eso fue lo que me dijiste cuando te anticipé que esta casona no sería más que una fuente de problemas. Y mira lo que pasó ahora. Se inundó todo y tú andas con el teléfono del fontanero en tu cartera.
—No tengo el teléfono del fontanero. Búscalo en la guía. Se llama Alberto Parados. No puedo creer que seas tan perejiliento que no hayas atinado a hacer algo —dijo Eulogia y colgó.
"Qué se vaya al diablo, que se las arregle como sea", pensó acomodándose un poco el cabello. Tenía que parecer calmada y tranquila si quería que las gerentas le bajaran la tasa de interés. Las dos mujeres la recibieron de vuelta con cara de pregunta.
—No era nada grave. Mi marido... se inundó la casa —dijo Eulogia balbuceante.
—¿No quieres que llame a mi marido? Es bastante útil para estas cosas, tal vez pueda acercarse a tu casa y echarle una mano.
Esa noche regresó a casa agotada. Había sido un día espantoso. Tres reuniones en la mañana, un almuerzo con la presidenta de la compañía de seguros, otras tantas reuniones por la tarde y Roberto llamándola a cada rato para dar cuenta de que el fontanero esto y el fontanero lo otro. Que la bañera no tenía arreglo y había que hacer algo con urgencia.
—¡Compra una nueva! — gritó la tía Eulogia, pero Roberto no sabía dónde las vendían.
Después la llamó para preguntarle si 400 mil pesos por una bañera era demasiado caro.
Ahora entraba en su casa y un terrible vaho de humedad la golpeó como una verdadera patada en pleno rostro.
— ¡Roberto! — gritó. Pero Roberto, que estaba ensimismado en su teleserie no la escuchó.
Eulogia subió al segundo piso, ahora francamente molesta. La inundación no había sido menor, había que pintar toda la casa. Las paredes estaban mojadas, la pintura se había descascarado, el agua había corrido por los muros y por la escalera. ¡Un desastre!
—La casa se inundó y lo único que se te ocurre es encerrarte a mirar tu teleserie — dijo Eulogia con un dejo de tristeza al verlo literalmete pegado a la pantalla.
—Shhh. No me hables ahora, Marisa está a punto de revelarle a Francisco que ella es hija de Gustavo Alonso, shhhh...
Eulogia salió del cuarto y se encerró en su oficina. Estaba harta de esta vida, de cualquier vida, de todas las vidas. Sus días se le iban en trabajo, reuniones, hacer cheques para los gastos, tomar decisiones, solucionar problemas. Que la casa, que las vacaciones, que la compra de un auto nuevo. Era ella quien tomaba las decisiones importantes de la familia. Y los fines de semana, Roberto pretendía que se hiciera cargo de los niños. ¿Hacerme cargo de los niños? Pero si trabajo todo el día y tú te quedas... ¿haciendo qué?, en la casa.
—¡Cómo que haciendo qué! Haciendo todo —respondía Roberto encolerizado — . Voy a las compras, me preocupo de las comidas, las tareas de los niños, los llevo al dentista, los educo, los reto, los castigo. ¿Crees que no es agotador todo eso? ¿Crees que porque tú estás en una oficina y yo en la casa tengo menos trabajo que tú? Pues te equivocas, trabajo el doble.
Estaba colocando un CD (la música la serenaba) cuando entró Roberto con cara de preocupación.
—Tengo que decirte algo... Creo que estoy...
Y en ese momento, la tía Eulogia despertó. ¡Qué pesadilla!
—¡Roberto! No quiero ser hombre. Ni un minuto de mi vida quiero ser hombre — gritó sentada en la cama.
Roberto despertó de un salto. Eran las siete de la mañana.
—¿Qué dices?
—Eso. No quiero ser un hombre. Y hay algo muy importante que quiero saber. ¿Yo soy así? ¿Cómo tú? ¿Igual a ti? ¿Una perejilienta que te llama a la oficina a cada rato, incapaz de solucionar el problema de la bañera, que se la pasa pegada a la teleserie y no quiere hacerse cargo de sus niños los fines de semana? ¿Es así como me ves tú?
Roberto la miró anonadado.
—¿De qué diablos estás hablando?
—De nada. Déjalo así. No lo vas a entender nunca... Es que tuve un sueño. En todo caso, de hoy en adelante me levanto a las siete, contigo, y salgo a trabajar. Basta de quedarse en la cama remoloneando mientras el otro pobre se mata trabajando en una oficina. ¿Entiendes?
—No, no entiendo nada, pero si tú lo dices, así se hará.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JULIO 17 DEL 2007