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octubre 21, 2023
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes y, como es normal, Fred, su esposo, albergaba la esperanza de que pronto despertaría.
A las cinco de la tarde, Fred recibe la llamada del médico quien le dice que su esposa había fallecido, que nada se pudo hacer para evitarlo. Aceptando su gran pérdida, Fred decide darle cristiana sepultura al día siguiente.
Fue enterrada en un fresco día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su casa. Asistieron sus familiares y amigos. Después de su entierro, Fred le dedica sus últimas palabras: “Que descanses siempre en paz, mi amor”. Y se retiró a continuar su vida.
Al caer la noche, el descanso eterno de Daisy fue interrumpido por un ladrón de tumbas que andaba con pala y una linterna en mano. Había estado cerca del funeral y, por la presencia de sus familiares, imaginó que la muerta debía cargar joyas muy valiosas.
Comenzó a desenterrar a la difunta. Como la tierra seguía blanda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Se arrodilló y empezó a buscar en sus dedos y entre su ropa. Su corazonada había sido cierta. Daisy había sido enterrada portando dos valiosos anillos: uno con diamantes, el de su boda y el otro con un rubí que brillaba como si estuviera vivo. Empezó a forzar la salida de los anillós pero le fue imposible. Así que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando los dedos. Pero cuando cortó el dedo con la alianza, éste comenzó a sangrar y Daisy Clark comenzó a moverse y a emitir un gemido como de cansancio. ¡De repente, ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso de pie y desesperado empezó a saltar para salir del hoyo en que estaba. Al salir y con su desesperación en aumento, golpeó accidentalmente la linterna y la luz se apagó.
En el suelo podía oír a Daisy salir de su tumba. En la oscuridad pero con la luz de la luna, pudo verla pasar junto a él. Éste, congelado de miedo y aferrando el cuchillo con la mano, se quedó lo más quieto posible. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le preguntó: "¿Quién eres?”. Al escuchar hablar al “cadáver”, el ladrón se levantó con ligereza y corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás ni una sola vez.
Pero, cegado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección equivocada y cayó en la tumba que él mismo había abierto. Ya sobre el féretro, quizo incorporarse, pero se dio cuenta que el cuchillo que cargaba se había enterrado en su pecho. El dolor que éste le producía le quitó todas sus fuerzas y se desangró hasta morir.
Fuente del texto:
VERNE-EL PAÍS