UN GRAN CONSEJO EN CINCO PALABRAS
Publicado en
septiembre 23, 2023
Hans Selye: Hombre tranquilo; poderoso forjador de ideas para bien vivir.
Entrevista con un sabio.
Hans Selye, médico y científico, charla con Arthur Gordon.
—¿UNA FÓRMULA para triunfar en la vida? —preguntó el Dr. Hans Selye, reconocida autoridad mundial en tensión sicosomática—. Sí, tengo una; se basa en casi 40 años de trabajos en el laboratorio, pero puede condensarse en cinco palabras. ¿Se las digo?
—¿Por qué no empieza usted por relatarme qué le impulsó a buscar tal fórmula? —sugerí.
Estábamos en un acogedor despacho del Instituto de Medicina Experimental y Cirugía de la Universidad de Montreal. Esta entrevista, que me concedió el director del Instituto, formaba parte de una apasionante misión periodística: buscar a las más notables figuras en los diversos campos de las actividades humanas y pedirles que compartan con el público sus opiniones e ideales, sus conceptos y técnicas para triunfar en la vida. Yo estaba ansioso de hablar con el Dr. Selye, no sólo por su gran fama de médico y hombre de ciencia, sino también porque pensaba yo, después de leer algunos de sus libros,* que poseía una amplia visión de la vida, y que la amaba profundamente.
—¿Desea usted saber qué me impulsó a formular una filosofía práctica de la vida? —me preguntó el sabio de 66 años nacido en Austria— Una razón fué, ciertamente, haber observado que vivimos en un mundo del cual han desaparecido muchos valores tradicionales y estabilizadores. Para muchas personas las metas de la existencia ya no son tan claras como solían serlo.
—¿Qué metas, doctor?
—Las fundamentales; aquellas que, sin vacilar, anteponíamos a todas las demás. Mi padre, por ejemplo, era cirujano militar del Imperio Austro-Húngaro. Lo que él anteponía a todo era el patriotismo; hubiera considerado un honor morir por el Emperador. También la religión ofrecía antes análogos objetivos, pero para muchos la Iglesia no posee ya ni la autoridad ni la influencia que tuvo en otro tiempo. Es más probable que los objetivos supremos actuales sean el dinero y el poder. Estos fines son peligrosos, a veces destructivos, y evidentemente egoístas.
"Entonces me pregunté qué hay de sólido y constante en este mundo inestable. Y me pareció que la ciencia era duradera. Aún se la respetaba; la gente aceptaba sus hallazgos. Me convencí de que, si encontraba una manera de encararme diariamente con la vida partiendo de una firme base científica, acaso pudiera hacer algo realmente valioso y constructivo".
—¿En dónde comenzó usted ?
—En el ambiente que conozco mejor: en el laboratorio. Y empecé con la unidad básica de la vida: la célula. Ésta podrá parecer muy alejada de la combinación increíblemente compleja de células que llamamos un ser humano, pero recordemos que las grandes leyes naturales son válidas en todos los niveles. Existen formas que se repiten. En los sistemas solares los planetas giran en torno a los soles. En los átomos, los electrones describen órbitas en torno al núcleo. ¿ Por qué esa analogía? Lo ignoro. Sólo sé que existe.
—¿Ve usted también semejanza entre el comportamiento de una célula aislada y el de un ser humano?
—Sí; y hasta en la conducta de un grupo de personas. La semejanza se advierte en la manera como reaccionan ante la tensión o la amenaza. Pero hablemos antes de una propiedad que todos los organismos vivos comparten: el egocentrismo.
Hice notar entonces, algo secamente, que me parecía esta una triste cualidad, aunque todos los seres vivientes la compartieran.
—Quizá —concedió el Dr. Selye esbozando una sonrisa—. En realidad bien podría ser el pecado original que menciona la Biblia. Pero no cabe duda de que es instintivo, y acaso obligatorio para cualquier ser vivo, cuidar ante todo de sí mismo. Llámese a esto egoísmo, instinto de conservación o lo que usted quiera. El caso es que forma una tendencia propia de cada uno de nosotros.
"Y si la sociedad humana no lo modifica o refrena, este egoísmo natural resulta peligroso. Todas las grandes religiones han reconocido tal riesgo, y han tratado de combatirlo con nobles principios como Ama a tu prójimo como a ti mismo. Gran bien moral surgió de esta norma, pero el hombre nunca ha podido aplicarla por completo. Es casi imposible amar por deber. Además, este principio puede chocar con la gran ley biológica de que hablábamos".
—¿Sugiere usted —pregunté—que todos estamos atrapados en esta ley del egocentrismo?
—No; dije que es peligrosa si no se modifica. Y la biología nos demuestra que generalmente se modifica. Retrocedamos hasta el principio del tiempo en que apareció la vida en la forma del organismo más primitivo. Ese organismo debía luchar con otros por el alimento, el espacio vital y la satisfacción de todas las, necesidades de su minúscula y primitiva existencia. Peso un día ocurrió algo extraordinario: esas entidades combativas y egoístas descubrieron que adquirían ventajas si se combinaban para formar un organismo más complejo. Entonces iniciaron actividades diferenciadas que redundaron en provecho mutuo. Un grupo de células se especializó en la nutrición, otro en la locomoción, otro en la defensa... Cada célula cumplía su propio objetivo, que era seguir existiendo, pero al mismo tiempo cada una servía los propósitos de las demás. De este modo surgió el principio que yo llamo egoísmo altruista.
—Egoísmo altruista —repetí—. ¿No son términos contradictorios?
—No —repuso el Dr. Selye, rechazando mi objeción con un ademán—. Tomemos por ejemplo los líquenes, esas plantas semejantes a musgos. Sabemos ahora que constan de dos organismos completamente separados y diferentes: uno es un alga; el otro, un hongo. Se apoyan y sostienen mutuamente; por ello los líquenes son casi indestructibles. O bien consideremos las células del cuerpo humano. Billones de ellas trabajan conjuntamente para mantenernos en un equilibrio bastante satisfactorio y que garantiza la continuación de la existencia. Esto es egoísmo altruista, ¿verdad?
Confesé que estaba convencido.
—Muy bien —prosiguió el sabio—. Mis años de experimentación en el laboratorio me han enseñado que, cuando algún organismo sufre una tensión de la que no puede escapar, reacciona de una de estas dos maneras: o moviliza sus defensas y lucha, o trata de adaptarse para convivir con su enemigo.
—¿Y existe un fenómeno análogo entre las personas?
—Creo que sí. Las dos grandes emociones que originan la presencia o la ausencia de tensión son el amor y el odio. La Biblia se refiere a este fenómeno en muchos pasajes. El mensaje es que, si no hacemos algo para modificar nuestro egoísmo natural, despertamos temor y hostilidad en nuestros semejantes, y creamos un ambiente muy poco favorable para la vida. A la inversa, cuanto más modifiquemos ese egocentrismo, tanto más fácil nos será persuadir a otras personas de que nos amen en vez de odiarnos; nos. sentiremos más seguros y soportaremos menos tensiones.
—¿Cree usted —pregunté al Dr. Selye— que, juntamente con ese egoísmo innato, la mayoría de la gente posee también el instinto de ayudar al prójimo
—Sí; así es.
—Y ¿de dónde procede tal impulso ?
Mi entrevistado se encogió levemente de hombros.
—Lo ignoro —repuso con sinceridad—. Al considerar al hombre como una especie de máquina, no juzgo al Hacedor ni sus designios creadores. En realidad soy sólo un mecánico. Estudio la máquina; trato de comprender qué la hace funcionar bien; qué impide que se desgaste prematuramente... Esa es mi labor.
—Pero no busca usted la razón final.
—No. Ahora hablamos solamente de cómo entendernos los unos con los otros. En mi calidad de hombre de ciencia, busco una clave natural del comportamiento. Somos hijos de la naturaleza, y no es probable que nos equivoquemos si comprendemos y seguimos sus leyes. He observado que la actitud más eficaz en la vida es persuadir a los demás de que compartan nuestro natural anhelo de bienestar. Esto sólo se puede lograr mediante un esfuerzo constante, deliberado, orientado a ganar el afecto y la gratitud de nuestros semejantes. Conquista el afecto del prójimo; he ahí las cinco palabras a que me referí al comienzo de nuestra entrevista; estas palabras lo sintetizan todo. No trate de acumular dinero ni poder. ¡Acumule buena voluntad! Adquiérala haciendo algo que ayude al prójimo.
—Suponga —argüí— que trata usted de conquistar el afecto de alguien, y él lo rechaza.
—En ese caso, no insista —repuso en el acto el Dr. Selye—. Si una persona no corresponde al afecto, no debe usted continuar esforzándose en aplacarla. Eso es fuente de frustraciones y tensión. No se puede acariciar a un erizo.
—¿Sería justo decir que su norma para la vida: Conquista el afecto del prójimo, es un eco de la regla de oro bíblica "No quieras para otros lo que no quieres para ti"?
—Sí; así es. Ciertamente, si la persona aplica en forma constante esta regla, conquistará el afecto de su prójimo. Mi teoría se basa más en una ley natural; en el principio del egoísmo altruista, que en determinada ética religiosa. Pero no hay conflicto entre ambas. Los resultados son lqs mismos: gente feliz, vidas felices.
Acumular buena voluntad. Relajar la tensión del ambiente. Granjearse la gratitud, por razones altruistamente egoístas... Durante el vuelo de regreso iba yo meditando en todo ello. Y me pregunté también hasta qué punto eran sólidas mis convicciones.
En el autobús que me conducía del aeropuerto a la ciudad vi a una mujer que había colocado una pesada maleta en el portaequipajes, sobre su asiento. Al llegar a la estación terminal, la bajé y la coloqué en la plataforma.
—Gracias —me dijo ella con sonrisa fatigada.
Su moneda de gratitud apenas resonó al caer en mi tesoro escondido. Pero tintineó para mí como un alegre cascabel.
*La obra más conocida del Dr. Selye es The Stress of Life ("La tensión de la vida"). Muy pronto se publicará su obra Stress and Distress ("Tensión y zozobra").