SURGIÓ DE LA SOMBRA DE CHIANG KAI-SHEK
Publicado en
junio 20, 2023
Semblanza de Chiang Ching-kuo, hijo, de un padre poderoso, y ahora primer ministro del país asiático más anticomunista y pro-occidental.
Por Mary McSherry.
Los 16 millones de ciudadanos de la República de China, en la isla de Formosa, producen casi todos los alimentos que necesitan y aun exportan una parte de sus cosechas. Por si esto fuera poco, fabrican y venden fuera más artículos que los 800 millones de la vasta República Popular de China, gobernada por Mao-Tse-tung. Logran todo ello en su islita de 36.000 kilómetros cuadrados, mientras riñen una guerra diplomática para sobrevivir contra el Goliat de tierra firme... que sin cesar trata de absorber al David situado frente a sus costas, o por lo menos de hacerlo invisible para el resto del mundo. El hombre que dirige esta lucha en Formosa, tras la muerte del legendario generalísimo Chiang Kaishek, es su hijo, el primer ministro Chiang Ching-kuo, casi desconocido en el mundo occidental...
LA PRINCIPAL razón de esta relativa oscuridad parece estar en la devoción filial, virtud confuciana que exige del hijo no tomarse la precedencia sobre el padre. Por tanto, aunque Chiang Ching-kuo virtualmente ha gobernado en Formosa desde que asumió el poder como primer ministro, en junio de 1972, constantemente trató de no desviar la atención del presidente Chiang Kai-shek sino hasta la muerte del Generalísimo, ocurrida en abril de 1975. Tal muestra de respeto es un rasgo esencial en la cultura de la nación china y en la modestia de Chiang Ching-kuo.
La sencillez trasciende de muchas maneras en la vida del primer ministro. H.P. Chung, ayudante suyo durante ocho años, recuerda que en una ocasión trató de llevar la cartera del primer ministro. "Chiang Ching-kuo me lo impidió diciéndome: Mi cartera la llevo yo. Y luego me contó que, cuando era discípulo de Wu Chihhui, un hombre rico envió al eminente sabio un carro rickshaw, muy elegante, tallado y dorado. Wu pidió a Chiang Ching-kuo que le aserrara las varas. En seguida Wu ordenó: Llévalo a mi estudio. Allí el maestro se sentó en el rickshaw y declaró: Sirve muy bien de silla. El que va en rickshaw utiliza las piernas de otro hombre. Los animales tienen cuatro patas; el hombre tiene dos piernas... y las emplea". Chung termina así la anécdota: "El señor Chiang interpreta esa enseñanza en el sentido de que el hombre debe hacer por sí mismo lo que sea capaz de ejecutar a solo. Y la pone en práctica".
Quizá haya sido esta la lección más importante en la vida de Chiang Ching-kuo. Como hijo de Chiang Kai-shek, podría haber paseado simbólicamente en el rickshaw del prestigio paterno. Pero el primer ministro a todas luces prefirió desde un principio valerse de sus propias piernas.
Empapado, pero sonriente. El almirante Philip Beshany, de la Marina de los Estados Unidos, revela un indicio del éxito del primer ministro: "Creo que gobierna principalmente con el ejemplo". Su estilo de hombre sencillo se puso de manifiesto en 1973, en la celebración del Doble Diez (uno por corresponder al mes de octubre y otro por el día), que conmemora la revolución de 1911. Era aquella una mañana gris, con amenaza de tifón, pero desde hacía 61 años, a partir de la fundación de la República, siempre se había festejado el Doble Diez. En esa ocasión, cuando Pekín había ingresado en las Naciones Unidas y Formosa estaba expulsada de ellas, era necesario más que nunca demostrar que todavía existía el país libre y reforzar el ánimo del pueblo. Aunque llovía a cántaros, la muchedumbre llenaba una plaza vistosamente adornada; el primer ministro ocupó su sitial en la tribuna de honor con semblante alegre, sin paraguas ni impermeable.
Lo que asombró a los asistentes fue la ausencia de gestos teatrales. Nada indicaba la presencia de un héroe que se enfrentaba a los elementos; sólo había allí un hombre robusto, calado hasta los huesos, pero sonriente, que saludaba a la multitud agitando los brazos.
Aunque visité al primer ministro en uno de sus días normales de 12 a 14 horas de trabajo, advertí que era un hombre con quien se podía conversar sosegadamente. Su sonrisa es contagiosa, y más parece tener 50 que 65 años. Habla un inglés bastante bueno y no se escuda tras un intérprete; contesta a todas las preguntas con seguridad. Si se equivoca al pronunciar una palabra, se encoge de hombros con buen talante, rectifica y sigue hablando.
"Mente serena". Uno de sus temas favoritos es la belleza natural de Formosa. Ha recorrido a pie casi toda la superficie de la isla y ha contribuido mucho a suavizar la tirantez entre los nativos de la isla y los chinos nacionalistas que se refugiaron en ella al ser derrotados por Mao en 1949. "Y no es sólo porque se haya empeñado en colocar en el gobierno a muchos isleños", explica un observador norteamericano. "Tampoco es sólo porque los granjeros están prósperos y son dueños de sus tierras, o porque sepan la suerte que han corrido sus iguales ante el régimen comunista de tierra firme. Lo ha logrado porque lo conocen bien. Su pueblo lo vio escalar montañas y visitar aldeas y granjas".
Las visitas de Chiang Ching-kuo a esos lugares son tan poco protocolarias como el hombre mismo. Se presenta sin anunciarse, vestido con ropa de camino: chamarra de cremallera o camisa abierta y una gorra de visera para protegerse del sol tropical. Si un veterano ha cumplido 100 años, allí está él para felicitarlo y entregarle como regalo un abrigo largo y acolchado. Los obreros de Taichung trabajan en el puerto, y allí está él, ayudándoles a mover piedras para los cimientos. Una familia de pescadores celebra el Año Nuevo y también allí está él, preguntando cómo les va. Sinceramente le desagrada que se le reciba con ceremonias o que lo sometan a un programa previo y estricto. Las visitas que decide hacer inopinadamente a oficinas de aldeas, escuelas y fábricas, mantienen siempre en guardia a los administradores.
Pero existe un motivo particular, y otro público, para sus excursiones. "Voy al campo", revela, "para serenarme. En Taipeh..." Con un movimiento de cabeza rechaza la posibilidad de pensar con serenidad en la agitada capital de Formosa, "es necesario tener calma para enfrentarse a nuestra difícil situación". Menciona de paso, sin mostrar rencor, las presiones diplomáticas que soporta su país.
Rápidamente cambia la conversación, y se refiere a los lugares que más le agrada visitar: un bosque, una islita. "Y los huertos de frutales en las tierras altas. Todo ello nuevo, pues data de los 20 años últimos. Antes que construyéramos los caminos de la isla a través de las montañas, no podíamos cultivar manzanas en Formosa, por el calor excesivo. Ahora, allá arriba, se dan grandes y dulces". Y no sin cierto orgullo añade: "Eso fue idea mía : cultivar manzanas".
Hay algo muy tranquilizador en un hombre que podía jactarse de haber llevado a su país a la cima del éxito económico, pero que en vez de ello se limita a mencionar modestamente su éxito con las manzanas. Chiang Ching-kuo quizá no tenga la cualidad mística llamada carisma, pero posee algo que tal vez sea ahora aun más importante: la facultad de inspirar fe en él.
Ética del trabajo. Alex Chiang, uno de sus tres hijos, declara: "Mi padre se considera un hombre común". Pero su vida ha distado mucho de serlo. En realidad es el único dirigente de un país no comunista que sabe lo que es vivir en un régimen comunista. A la edad de 15 años ingresó en un colegio superior en Rusia, con la aprobación de su padre. Corría 1925, año en que murió Sun Yat-sen, el fundador de la República de China. Pero el idealista y joven revolucionario se desilusionó del régimen de Stalin y, en 1931, fue enviado a trabajar a una granja colectiva.
Posteriormente, trasladado a una acería, conoció a Faina, muchacha huérfana rusa, otra estudiante transformada en mecánica. Se enamoraron y obtuvieron permiso para casarse, pero no para salir del país. Sólo en 1937, después del nacimiento de un hijo y de una hija, pudo Chiang Ching-kuo obtener los documentos que lo autorizaban a él y a su familia para regresar a China.
Los amigos del primer ministro recuerdan muy bien cómo tenía las manos cuando volvió de Rusia. Dice un periodista: "Parecían pezuñas... rajadas y duras. Estrecharle la mano era como empuñar una lima. Pasaron varios años antes que volviera a tenerlas como las de cualquier ser humano".***
Quizá, entre otras razones, a consecuencia de sus recuerdos de trabajador en Rusia, el primer ministro sabe muy bien que el dinero del gobierno procede de los bolsillos del pueblo, y está convencido de que la ostentación y la vida regalada no se compadecen con los deberes del funcionario público. Un lema que cuelga sobre su escritorio desde hace mucho se puede traducir poco más o menos así : "Si buscas provecho, que sea el del pueblo".
Esta filosofía no era universal en Formosa, y Chiang Ching-kuo lo sabía. También tenía conciencia de que las tabernas y los restaurantes con muchachas, en Taipeh, eran fuentes de soborno de los funcionarios. Los litigantes agasajaban allí a los jueces; los proveedores cultivaban la amistad de los agentes de compras de los almacenes gubernamentales. Y a la postre el pueblo pagaba toda aquella corrupción.
Uno de los primeros actos de Chiang Ching-kuo como primer ministro fue expedir lo que rápidamente se conoció en Taipeh como "los diez mandamientos". Prohibió que entrasen en bares y restaurantes de ese género los funcionarios del gobierno; proscribió los viajes de placer con cargo al presupuesto público y la aceptación de obsequios o favores. Al mismo tiempo alejó más la tentación de los recaudadores de impuestos y agentes de la policía aumentándoles el sueldo.
Familia de un solo hombre. Esa obstinada preocupación por la probidad refleja un precepto confuciano: el dirigente debe honradez al pueblo. (Es interesante la coincidencia de que Confucio fuese declarado en Pekín enemigo del Estado casi al mismo tiempo que Chiang Ching-kuo celebraba en Taipeh el 2523 aniversario del nacimiento de aquel sabio.) No obstante su sencillez, el primer ministro no se limita a la observancia ritual de las tradiciones culturales de su patria. Lee los clásicos chinos, medita, pinta y practica la caligrafía o escritura con pincel de los caracteres chinos. Su vida se concentra en su familia: la esposa y cuatro hijos adultos.
Pero en China el término "familia" significa mucho más que en Occidente. En el caso de un funcionario con sentido del deber también incluye a la gente que está a su cuidado. Uno de los primeros programas de Chiang Ching-kuo en Formosa fue fundar un organismo de ayuda vocacional a los veteranos de guerra, que ahora abarca una cadena de prósperas empresas comerciales con personal y administración de veteranos. Después fundó el Cuerpo de la Juventud, que ofrece durante todo el año programas académicos y de recreo para los adolescentes y jóvenes hasta los veintitantos años.
Su principal interés ha sido siempre la gente; no la teoría... Quiere examinar los problemas según el punto de vista de las personas comunes a quienes más afectan. Chung, ex ayudante suyo, declara: "No nos permite olvidar que estamos en una isla pequeña con 16 millones de habitantes que sostener. Necesitamos producir sin cesar, en cada centímetro cuadrado de tierra, para ser fuertes y para que el país siga siendo libre".
Si se menciona a Chiang Ching-kuo, la reacción que provoca su nombre (ya sea entre choferes de taxi, tenderos, estudiantes o pescadores, y aun entre los políticos de la oposición) no revela ningún vestigio de temor. Más bien inspira algo semejante a la amistad. Así lo atestigua la opinión de un joven de 24 años, de una famlia de granjeros de la isla: "Trata a todo el mundo de igual manera. Ya no estamos divididos en continentales e isleños. Nos hace sentir que todos somos chinos. Y así nos infunde fe en nuestro futuro"<.comi>.