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diciembre 04, 2022
Aunque sentía que quería a Jack, la tía Eulogia estaba considerando seriamente volver con Roberto y se lo dijo a la Domitila. "Bien, voy a ver a don Rober", le dijo esta. "Tengo que prepararlo para volver con usted".
Por Elizabeth Subercaseaux.
La Domitila amaneció contenta ese día. Eulogia le comunicó, la noche anterior, que Roberto había pasado la prueba del fuego (responder de manera inteligente unas cuantas preguntas) y estaba considerando seriamente volver con él. Jack era lo único que le preocupaba. ¿Cómo se le dice al amante, después de más de un año viviendo juntos, que debe hacer sus maletas, irse donde mejor le convenga y dejarle el hueco al ex marido? No era un asunto fácil. Jack era sentimental. Capaz que se pusiera a llorar, y la tía Eulogia soportaba cualquier cosa en la vida, lo que fuera, menos ver a un hombre llorando por amor. Las lágrimas masculinas la ponían histérica y, en lugar de consolar al sufriente, le daban ganas de matarlo.
—Corte por lo sano, señora Eulogia, dígale que nunca lo ha querido y punto — aconsejó la Domitila.
—¡Cómo le voy a decir eso! Si no lo hubiera querido no habría vivido todo este tiempo con él. Es más, creo que lo sigo queriendo, Domitila —le dijo con cierta tristeza.
—Bueno, ahora va a tener que ponerse de acuerdo con usted misma, ¿lo quiere o no lo quiere?
—Es que las cosas no son blancas o negras, Domi, hay matices, claro que lo quiero, pero no como quise a Roberto, y no es el padre de mis hijos, y...
—Déjelo hasta ahí. No es el padre de sus hijos. Punto. Razón de más para pedirle que se vaya de la casa. Y mientras usted se pone de acuerdo con usted misma y con sus sentimientos, voy a ver a don Rober, para prepararlo.
—¿Prepararlo? ¿Y para qué vas a prepararlo?
—Para volver con usted, pues —dijo la Domi, y sin esperar más comentarios tomó su bolso, sus anteojos de sol y enfrentó la calle con el gesto altivo, la cabeza en alto, como quien va a las Cruzadas.
Encontró a Roberto enfrascado en un problema de trabajo. La secretaria le rogó que no lo interrumpiera en ese momento; pero, a juicio de la Domi, la vuelta de don Rober con la señora Eulogia era lo más importante en la vida de los dos, y entró como una tromba en su oficina. Los otros dos socios que estaban con Roberto alzaron la cabeza sorprendidos.
—¿Qué haces aquí, Domitila? —preguntó Roberto con cara de pocos amigos.
—Tengo algo muy importante que hablar con usted.
—¿No podías esperar a que llegara a mi casa?
—No —dijo la Domi, y se sentó a la cabecera de una larga mesa de reuniones, provocando risitas y codazos entre los socios— . Si no les importa, señores, necesito hablar a solas con don Rober —y los socios se levantaron de mala gana y abandonaron la sala.
—¿Qué significa esto, Domi?
—Usted está a punto de ser admitido de regreso en la casa de la señora Eulogia —partió la Domi—. No todos los días se dan estas oportunidades, debe de darse con una piedra en el pecho; he venido solo para hacerle algunas recomendaciones— dijo, y acto seguido le explicó lo que debía hacer para no echarlo todo a perder.
Después de media hora, Roberto se comprometió a hacer paso a paso lo que la Domi le indicó, partiendo por lo que llamó "un examen de conciencia a fondo", cosa que pensaba hacer esa misma noche.
—Domi, tengo que decirte que tú has sido la artífice de nuestro reencuentro, de nuestro regreso, de nuestro segundo matrimonio, y por eso quiero agradecértelo —le dijo Roberto, abrazándola.
—No me agradezca nada, limítese a seguir mis consejos y lo demás funcionará como un tren nuevo sobre rieles aceitados —dijo la Domi y luego salió de la oficina dejando a Roberto con los ojos mojados.
Esa noche, solo y tranquilo en su casa, Roberto se puso a la tarea. Lo primero que emprendió fue el "examen de conciencia" inventado por la Domitila. Debía hacerse preguntas acerca de su comportamiento con Eulogia, durante todo su matrimonio, y anotar sus debilidades. Parte del examen consistía en preguntarse, también, qué cosas de Eulogia no le gustaban, qué cosas no comprendía y cuáles aspectos de ese matrimonio habían sido los más duros para él. Algo así como una profunda revisión de sí mismo, encaminada a comprender sus propias debilidades y las de Eulogia. De pronto, se dio cuenta de que sería más fácil si la Domi lo ayudaba, y la llamó. A los 10 minutos, la fiel Domitila estaba en su casa, lista para enseñarle algunas cosas fundamentales. Estuvo un buen rato repasando todos los puntos de conflicto en un matrimonio y después lo sometió a las pruebas pertinentes.
—¡Ya, don Rober! Yo pregunto, usted responde. ¿Dónde se dejan las toallas del baño?
—Colgadas en el gancho.
—¿Qué es lo que jamás debe preguntarse cuando se llega a la casa de regreso de la oficina?
—¿Qué hay de comer?
—Si por la noche, quiere hacer el amor y la señora Eulogia está cansada, ¿qué debe hacer usted?
—Traerle un vasito de agua, abrir la ventana para que entre el aire fresco, ponerle una música suave, arroparla y dejarla dormir tranquila. En fin, tener consideraciones con ella.
— Si tienen una fiesta o una boda, ¿qué es lo que no debe hacer jamás cinco minutos antes de salir de la casa?
—Fijarme si el traje está limpio en ese momento; debo revisar mi traje el día anterior, no a última hora.
—Y si la señora se está arreglando para salir y usted ya está listo, ¿qué es lo que nunca debe hacer?
—Subirme al auto y tocar la bocina, o apurarla, o decirle "mujer tenías que ser".
— Si van por una calle, usted conduciendo, y se han perdido, ¿qué debe hacer de inmediato?
—Parar y pedir direcciones.
—¡Bien, don Rober, vamos bien! Sigamos: ¿Qué regalos no deben hacerse ni para Navidad, ni para el cumpleaños, ni para el aniversario de matrimonio?
—Una lavadora de platos, una juguera, una aspiradora, un plumero, una escoba, un desmanchador de trajes y una plancha.
—Y, cuando la señora Eulogia quiera contarle una historia, lo que hizo durante el día, lo que le pasó o alguna inquietud suya, ¿qué es lo que nunca debe decirle?
—Espera a que el Chuleta Prieto meta el gol y después hablamos.
—Y una última reflexión don Rober. Los hombres tienen una infinita capacidad para informar: no hay pan, se acabó el azúcar, esa persiana está chueca, este cubrecama está manchado, las flores se ven marchitas. En lugar de proporcionar tanta información que nadie le está pidiendo, ¿qué debe hacer usted?
—Fijarme en qué cosas necesitan ser reparadas, buscar las herramientas necesarias y repararlas. En el caso del cubrecama, sacarlo y llevarlo a la tintorería, y si me molesta que las flores estén mustias, debo cambiarlas.
—Bien, don Rober, pero sigue habiendo un problema. Me tiene preocupada. Usted contesta como si todo esto fuese una penosa obligación, y no se trata de eso, se trata de que usted goce ayudando a su mujer, que lo tome como parte importante de su relación con ella, que sea un agrado cambiar el agua de los floreros, que lo pase bien llevando el cubrecama a la tintorería, que le guste salir a comprar el pan cuando se ha terminado, ¿entiende?
—Entiendo, pero ¿tengo un período de adaptación o debo llegar a mi nueva vida con Eulogia y adquirir roles de mujer, así, de la noche a la mañana?
—Poquito a poquito se irá acostumbrando a ser lo menos perejiliento posible, don Rober, de eso se trata.
—No hemos hecho ningún ejercicio que tenga que ver con las debilidades de Eulogia. No me parece justo. Ella también contribuyó a que nuestro matrimonio fuera complicado.
—Eso lo vamos a dejar para mañana y, además, ¿no fue usted mismo quien dijo que las mujeres éramos casi perfectas, porque veníamos de la costilla de Adán?
Esa noche, Roberto se acostó pensativo, con la vaga sensación de haber perdido una batalla.
ILUSTRACIÓN: TERESITA PARERA
Fuente: REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 07 DEL 2006