ROALD AMUNDSEN, PIONERO DE LOS POLOS
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septiembre 26, 2022
Burny Iversen: Roald Amundsen, retrato de Arthur Fuller colocado a bordo del "Fram".
Los triunfos de este extraordinario precursor noruego son otros tantos hitos en la historia de la exploración geográfica.
Por Emily y Ola D'Aulaire.
EL SOL de medianoche resplandecía como un ascua gigantesca, ese día de enero de 1912, cuando cinco hombres entraron silenciosamente en una chocita de madera. En el interior sólo se oía la respiración regular de otras personas que dormían en las literas alineadas junto a las paredes. Pero mientras los recién llegados comenzaban a quitarse la abrigada ropa que llevaban, los que dormían despertaron uno por uno y los miraron como si vieran fantasmas. Por fin uno de ellos murmuró:
—¿Llegaron ustedes allá?
El más alto de los recién llegados pasó la vista, lentamente, de uno a otro y contestó:
—Sí, llegamos allá.
En un instante se desató en la choza una baraúnda de gritos y de risas, y los hombres saltaron y se abrazaron. Quién había contestado era Roald Amundsen, considerado por muchos como el explorador polar más notable de todos los tiempos. Y al decir "allá" se había referido al fondo mismo del globo, a un inhóspito círculo de nieves y hielos perpetuos, jamás hollado antes por el ser humano: el polo sur.
Roald Amundsen tenía entonces 39 años de edad y se hallaba en el pináculo de una carrera sensacional. Antes de esta hazaña había sido el primero en cruzar el traicionero paso del Noroeste y, después de ella, fue el primero en volar sobre el casquete polar ártico desde Europa hasta América del Norte. Sus increíbles triunfos en empresas en que tantos habían fracasado, se pueden atribuir a la minuciosidad con que trazaba sus planes y hacía sus preparativos, así como a su extraordinaria resistencia física. Al referirse a la conquista del polo sur por Amundsen, comentó Fridtjof Nansen, explorador ártico: "Constituyó un trittnfo del hombre sobre la naturaleza; una victoria del cuerpo y del espíritu humanos".
En opinión de quienes lo conocieron, Amundsen era un gigante entre los hombres, un capitán nato que se ganaba la lealtad ardiente y duradera de sus hombres. Se encontraba siempre en excelentes condiciones físicas, si bien el rostro, curtido por la intemperie, parecía envejecido y arrugado prematuramente. Los cabellos y las pobladas cejas se le encanecieron pronto. En los ojos, sin embargo, brillaba siempre una chispa de fuego azul, y la nariz aguileña denunciaba un carácter firmemente resuelto. Cierto explorador de una de sus expediciones expresó alguna vez lo que muchos de sus compañeros sentían en lo íntimo de su ser, al decir: "Si alguna vez nos faltara la comida y Amundsen dijera que uno de nosot.ros debía sacrificarse por los demás, yo no vacilaría en salir tranquilamente a la ventisca y dar la vida por él".
Aquel hombre extraordinario vino al mundo en Borge, cerca de Sarpsborg (Noruega), el 6 de julio de 1872. Su padre y sus tíos eran armadores, y el joven Roald se empapó muy pronto en los relatos del mar y de tierras lejanas. Tenía 15 años de edad cuando leyó la trágica suerte corrida por el explorador inglés Sir John Franklin en su intento de forzar el paso del Noroeste, esto es, los traicioneros y helados estrechos que se abren entre una maraña de islas extendidas desde el Canadá hacia el polo norte. Franklin y sus 129 compañeros perecieron de hambre y de frío. "Es extraño", escribiá Amundsen, "pero lo que más me atrajo fueron los sufrimientos de Sir John y sus compañeros, y en secreto me juré a mí mismo que sería explorador ártico".
Seis años después, tras de estudiar dos años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Oslo, Roald se enroló como simple marinero en una goleta de cazadores de focas, que zarpaba para las regiónes árticas. Aprendió con rapidez el arte de la navegación, y a los 25 años de edad la expedición antártica belga lo contrató como primer oficial a bordo de su navío, el Bélgica. Este buque estuvo bloqueado por los hielos durante 13 meses, y su tripulación fue la primera en sobrevivir al invierno antártico.
Harlingue-Viollet: La "Gjøa", vieja balandra pesquera en que Amundsen cruzó el paso del Noroeste en 1903-1905.
Aquella aventura aumentó el apetito de Amundsen por la exploración polar. De regreso en Noruega comenzó a hacer planes para encabezar una expedición propia, en la que intentaría la conquista del paso del Noroeste. Lo primero que hizo fue estudiar a fondo la historia de los anteriores intentos de cruzar los estrechos, hasta que supo tanto de la región como los que habían estado allí. Estudió las costumbres de los lapones escandinavos y sus hábitos de vestido y alimentación, para descubrir cómo sobrevivían al frío. También aprendió a manejar tiros de perros y adquirió gran pericia en esquiar a campo traviesa. Por último compró una vieja balandra pesquera de nombre Gjøa, sólida aunque pequeña embarcación de 21 m. de longitud, y la avitualló cuidadosamente para el viaje. Por ejemplo, mandó empacar carne seca suficiente para cinco años, y equipo científico para estudios meteorológicos y del magnetismo terrestre en cajas especiales que podrían emplear también como bloques para construir la base que necesitarían durante el invierno. Tomó una tripulación de seis marineros solamente, ya que sería más fácil alimentarlos si quedaban varados.
Por ironía de la suerte, fue precisamente tan larga y minuciosa preparación lo que por poco da al traste con la expedición. Como Amundsen tenía muy poco dinero (pasaría dificultades económicas durante toda su carrera), debía casi todo su equipo. El 16 de junio de 1903 sus acreedores se presentaron en el muelle exigiéndole que saldara sus deudas antes de 24 horas, o confiscarían la nave y las provisiones. Amundsen sabía que le sería imposible reunir a tiempo el dinero necesario, por lo que esa misma noche, al sonar las 12, él y su tripulación soltaron amarras silenciosamente y salieron por el fiordo de Oslo para iniciar su aventura.
Amundsen tuvo presente que la mayoría de los exploradores que lo precedieron habían puesto rumbo al norte, y él, al llegar al estrecho de Lancaster, al norte de Canadá, puso proa hacia el sur. A la entrada del invierno ártico, cuando los hielos flotantes comenzaban a invadir la comarca, el Gjøa ya había penetrado en la región más que ningún otro barco. Los exploradores desembarcaron en la isla del Rey Guillermo, desolada tierra sin más vegetación que líquenes, extendida frente a la costa canadiense. Allí levantaron sus barracas con las cajas de embalaje y se dispusieron a pasar la larga y helada estación invernal.
La embarcación de Amundsen quedó varada en los hielos durante dos inviernos, pero él y sus compañeros no estuvieron ociosos. Cazaron caribúes para alimentarse, hicieron amistad con las tribus esquimales del lugar y reunieron acerca del variable polo norte magnético suficientes datos para mantener ocupados a los científicos durante los 20 años siguientes.
Por fin, en agosto de 1905, el deshielo, tanto tiempo esperado, liberó al Gjøa, y Amundsen gobernó la pequeña embarcación por las aguas costeras, poco profundas, del norte del Canadá. En una ocasión llegaron a navegar con tres centímetros apenas de agua bajo la quilla del Gjøa. Con todo, la decisión de Amundsen de seguir la más meridional de las rutas, resultó correcta. A las dos semanas de haber partido de la isla del Rey Guillermo avistaron un navío hacia el oeste: el ballenero Charles Hansson, de San Francisco. "¡Qué visión tan gloriosa!" escribió Amundsen. "Por ella supimos que habíamos dejado atrás el paso del Noroeste".
Así quedó asegurado un lugar para Amundsen en la historia. Sin embargo, él consideraba que le faltaba aún realizar otro sueño. De regreso en su país, reunió dinero dando conferencias, pagó a sus acreedores y preparó su siguiente aventura: internarse por el casquete helado al norte de Siberia y dejarse llevar por el hielo flotante hacia el oeste para cruzar la cima del mundo y quizá el polo norte.
Faltaba poco para que Amundsen terminara sus preparativos cuando, en septiembre de 1909, sufrió una tremenda desilusión: el almirante Robert Peary, explorador norteamericano, había llegado ya al polo norte. Amundsen prosiguió su empresa con aparente calma. Sin embargo, para sus adentros había concebido ya una hazaña sensacional. Si se le habían adelantado en la conquista del polo norte, ¿por qué no acometer la del polo sur ?
La estrategia de Amundsen fue brillantísima desde el principio. Al llegar a la Antártida, levantó en tierra, a tres kilómetros de su nave, una choza prefabricada de madera, y trasladó a ella tripulantes y provisiones. En tres depósitos situados a 160 km. uno de otro, en la barrera de Ross, almacenó vituallas que aprovecharía en la última etapa de su viaje de regreso del polo, cuando Amundsen y sus compañeros llegaran fatigados. Para asegurarse de que localizarían los depósitos, colocó banderas en una línea de ocho kilómetros de longitud, que les servirían de referencia en caso de extraviar el rumbo.
Museo Popular Noruego: La bandera noruega ondea en el polo sur el 14 de diciembre de 1911.
Cuando llegó la primavera antártica, Amundsen emprendió la marcha hacia el polo con cuatro de sus hombres, 52 perros esquiniales y cuatro trineos cargados de provisiones; deberían salvar una distancia de 1450 km. por tierra. Al cabo de un mes llegaron a la cordillera continental, plagada de hendiduras ocultas y frágiles puentes de hielo. Desde allí tardaron cuatro penosos días en subir más de 3000 m. hasta la meseta polar, donde soplaba una violenta ventisca. Aunque casi cegados por la tormenta de. nieve, los hombres siguieron adelante.
Por fin, el 14 de diciembre de 1911, a las 3 de la tarde, Amundsen y sus compañeros llegaron al fondo mismo del mundo. Acerca de aquel momento, ha dicho Amundsen con legítimo orgullo: "Con cinco puños curtidos por la intemperie y lacerados por el frío, asimos el asta y alzamos en alto la bandera noruega: primera en llegar al polo sur".
Amundsen había coronado gloriosamente su carrera, pero no la había concluido aún. El polo norte lo atraía como siempre. A bordo de un nuevo navío, el Maud, el explorador intentó en vano, durante cuatro años, penetrar por los flotantes hielos árticos, primero desde el norte de Siberia, después desde el norte de Alaska. Amundsen comprendió entonces que, si había de llegar al polo norte, tendría que hacerlo por aire. Desde comienzos de 1914 había obtenido la primera licencia de piloto civil de Noruega. Pero, ¿de dónde sacar el dinero para una expedición como la que proyectaba? En 1925, por fortuna, Lincoln Ellsworth, joven y acaudalado, explorador norteamericano, fue en ayuda de Amundsen con el dinero necesario para adquirir dos avionetas anfibias Dornier-Wal, de fabricación alemana. Así, a la edad de 53 años y apodado "el Águila blanca" por los diarios, Amundsen, su compañero Ellsworth y cuatro tripulantes, despegaron de Spitzberg a bordo de las avionetas y enfilaron sobre el océano glacial Ártico hacia el polo norte. Hora tras hora continuaron el vuelo, pero a 250 km. de su meta fallaron los motores de la avioneta de Amundsen y tuvo que hacer un amaraje forzoso en el mar glacial. Ellsworth descendió en el hielo, siguiendo a su compañero, pero en el aterrizaje se averió la avioneta a tal grado que era imposible repararla.
Los seis expedicionarios halaron el aparato de Amundsen hasta el hielo firme y repararon el motor. La extensión de agua libre era demasiado corta para probar a elevarse, y donde el mar estaba helado, el hielo resultaba demasiado irregular para servir de pista. Por tanto, contando con escasas provisiones de boca y valiéndose de tres palas, un hacha y un ancla, trabajaron durante 25 días en tallar una pista utilizable de 500 m. de longitud. Fue una labor hercúlea, en la que debieron arrancar 500 toneladas de hielo. Los seis exploradores se apiñaron luego en la avioneta, que sólo por milagro pudo despegar de la helada pista. Muchas horas más tarde la Dornier acuatizó frente a las costas de Spitzberg con los depósitos de combustible vacíos. El mundo había dado ya por perdidos a Amundsen y sus compañeros, así que, al difundirse la noticia de su sensacional hazaña, la gente comenzó a hablar de "la buena estrella de Amundsen".
Aunque había volado más cerca del polo norte que nadie, el explorador noruego no llegó hasta él. Además, quedaba por hacer otra cosa en el campo de la exploración de las regiones árticas: hasta entonces nadie había cruzado el océano glacial Ártico desde Europa hasta América. Así pues, en sociedad con Lincoln Ellsworth, Amundsen compró un dirigible italiano desechado, contrató como piloto a su diseñador, Umberto Nobile, y en mayo de 1926 emprendió otra vez el viaje desde Spitzberg. Amundsen realizó al fin el sueño que había acariciado durante toda su vida al cernerse el plateado dirigible exactamente sobre el polo norte. A continuación, a las 72 horas de haber partido de Spitzberg, Amundsen avistó Punta Barrow, en Alaska. ¡Lo había logrado! Había salvado una distancia de 5457 km. sobre el polo norte; había sido el primero en atravesar la cima del globo. "Considero concluida mi carrera de explorador", anunció Amundsen. "Se me ha concedido hacer todo lo que me había propuesto".
La historia, sin embargo, no había terminado aún con Roald Amundsen. Dos años después Umberto Nobile, al mando de su propio dirigible Italia, se estrelló en los hielos del polo. Amundsen, entonces de 56 años y avejentado para su edad, se brindó voluntariamente para ir en auxilio de su camarada. "Conozco la región", dijo. "Yo iré". El 18 de junio de 1928 despegó el Águila blanca en aquella misión piadosa, que habría de ser la última de su vida. Durante tres meses el mundo entero se aferró a la esperanza de que también esta vez, milagrosamente, Amundsen regresaría... hasta que encontraron, flotando a la deriva al norte de Tramsø, un flotador de su hidroavión. Pero quizá fue este el final que el mismo explorador hubiera deseado.
Gyldendal Book Company, Noruega: Roald Amundsen (apoyado sobre la mesa), rodeado de sus hombres en el centro de operaciones "Framheim", cerca del polo sur.
En la actualidad, 44 años después de su desaparición y a los 100 de su nacimiento, la sombra del Águila blanca persiste aún en la historia de la exploración. Hasta 1956 no volvió el hombre a poner el pie en el polo sur y regresar con vida para contarlo. Hasta ayer —en 1969— ningún barco mercante volvió a cruzar el paso del Noroeste. Y en cuanto a la ruta aérea seguida por Amundsen desde Europa hasta América sobre el polo norte, sólo hoy, en la era del jet, se ha convertido en una vía normal para los modernos aviones.
Ejemplo clásico de espíritu indoblegable, Roald Amundsen fue un hombre de acero templado que calladamente siguió el rumbo que había elegido, sin vacilar jamás, hasta que alcanzó su destino. El explorador Fridtjof Nansen, amigo de Amundsen, expresó en poético lenguaje nórdico lo que muchos sintieron al morir el Águila blanca: "Halló una tumba anónima bajo la paz de los hielos, pero sin duda su nombre brillará durante mucho tiempo, como nuestra aurora boreal. Fue entre nosotros como una estrella encendida en el oscuro firmamento. Y, de pronto, esa estrella se apagó, y nosotros quedamos contemplando tristemente el sitio que dejó vacío".