CAZADOR DE CRIMINALES DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
Publicado en
julio 11, 2022
Simon Wiesenthal
Convencido de que la justicia no tiene límites de espacio ni de tiempo, Simon Wiesenthal ha localizado ya a más de mil criminales de guerra.
Por Joseph Blank.
MIENTRAS el magistrado resumía la historia de los crímenes del acusado, las más impasibles entre las personas que atestaban la sala del tribunal, en Düsseldorf (Alemania Occidental), parecían ser el acusado mismo, Franz Stangl, en otro tiemp Hauptsturmführer (capitán) de las SS (o tropas de asalto nazis), y Simon Wiesenthal, simple ciudadano que había seguido la pista de Stangl durante 20 años para entregarlo a la justicia. Al dar comienzo la causa, siete meses antes, el fiscal había declarado: "Stangl es el funcionario de más alta graduación, entre los que sirvieron en los mortíferos campos de concentración, que Alemania Occidental ha logrado someter a juicio".
Aquel frío 22 de diciembre de 1970, el juez hizo notar en su resumen, que duró dos horas y media: "El acusado, en su carácter de comandante del campo de exterminio de Treblinka, en Polonia, dirigió la matanza de no menos de 400.000 hombres, mujeres y niños". El magistrado revivió con estas palabras un espantoso episodio histórico que incontables personas preferirían olvidar. Stangl, que en su defensa sólo había podido alegar : "No hice sino cumplir con mi deber", se puso rígidamente en pie para escuchar su sentencia: cadena perpetua.
Wiesenthal, hombre corpulento, de 100 kilos de peso, escasos cabellos canos, bigote del mismo color y ojos chispeantes, abandonó con paso vivo la sala del tribunal. (Todos sus movimientos dan la impresión de autoridad, de urgencia; como si le faltara el tiempo necesario para dar cima a la misión que se ha impuesto.) Ya en el corredor, se detuvo delante de un depósito de basura, abrió su billetera y sacó de ella una fotografía de Stangl que guardaba entre las de su esposa y la de su hija. La había conservado como constante recordatorio de las inocentes víctimas del acusado. Silenciosamente, rasgó la foto.
Mas no sintió satisfacción. "La condena de Stangl no tuvo para mí ninguna importancia", dice. "Fue algo puramente simbólico. Ningún castigo podría pagar la enormidad de su crimen. Lo importante fue que se comprobó su culpabilidad y se hizo justicia".
Cuando Wiesenthal emprendía el viaje de regreso al Centro de Documentación, su oficina de tres habitaciones, en Viena, ya había echado el juicio al olvido. Aún tenía pendientes, en diversas etapas de investigación, más de 300 casos de otros tantos asesinos, responsables de matanzas colectivas como la que se acababa de juzgar. En sus archivos aparecían millares de otros nombres a los que quizá nunca se prestará atención.
"La mía es una tarea que no terminaré nunca", comentaba no hace mucho. "Tengo ahora 64 años de edad. Pero de un modo u otro persistiré hasta el último suspiro".
En deuda con los muertos. A partir de mayo de 1945, cuando las tropas norteamericanas lo libertaron del campo de concentración de Mauthausen (Austria), Wiesenthal se dedicó a reunir pruebas contra hombres y mujeres responsables del crimen más terrible que registra la historia: el exterminio consumado por los nazis, durante la segunda guerra mundial, de seis millones de judíos y de varios millones de individuos de otras razas. Hasta ahora ha localizado a más de 1000 de esos criminales, lo cual lo coloca en una posición singularísima como detective. Y exceptuando un año en que sirvió, inmediatamente después de la guerra, en el cuerpo de agentes norteamericanos encargados de investigar los crímenes de guerra, ha realizado esta labor a título privado, sin autoridad oficial, sosteniéndose en lo económico sólo con las modestas aportaciones de particulares de diferentes lugares del mundo y con lo que obtiene de sus escritos y conferencias.
Wiesenthal opera, en lo fundamental, completamente solo. Al principio disponía de un cuerpo de 30 voluntarios y ayudantes mal pagados. Poco a poco estos colaboradores lo fueron dejando, para buscar la tranquilidad de una actividad normal y hacer vida de familia. Aún hoy, sin embargo, unas líneas de Wiesenthal bastan para que una monja en Australia, un rabino en Sudáfrica o un abogado en Nueva York sigan la pista de alguno de los criminales.
No fue nunca el anhelo de Simon Wiesenthal dedicar su vida a la terrible tarea policiaca que ahora le ocupa. Antes de la guerra, en su juventud, fue brillante arquitecto en Lvow (Polonia). Hacia fines de 1945, al reunirse con su esposa (uno y otro se habían dado mutuamente por muertos), ambos hablaron de lo que sería su existencia en lo sucesivo.
"Han matado a todos nuestros parientes", le dijo Wiesenthal a su esposa. "No puedo pensar en ejercer otra vez mi profesión. ¿Cómo voy a construir habitaciones mientras no haya hecho lo que pueda para que estén a salvo los que las ocupen? No puedo olvidar a los millones de seres humanos que han sido asesinados. Yo estoy vivo y, por estarlo, he contraído una deuda. Es preciso que se haga justicia".
Aunque al principio fue el deseo de venganza lo que impulsó a Wiesenthal, no tardó en comprender que su apasionado sentimiento era destructivo y vano. Así quiso explicárselo a cierto dirigente judío, que pretendía que Wiesenthal le entregara su fichero, a fin, decía, "de que podamos exterminarlos como ellos nos exterminaron a nosotros".
"No; no", repuso Wiesenthal. "Nosotros no nos pondremos en su mismo nivel. Recurriremos a la ley. Si los matamos, el mundo nunca se dará cuenta de lo que ellos hicieron. Es necesario que rindan cuentas. Es preciso obtener testimonios ante un tribunal; testimonios que la historia deberá conservar".
Si bien Wiesenthal se opone apasionadamente a demandas como aquella (inspiradas en el deseo de venganza y el propósito de cobrarse ojo por ojo y diente por diente), siempre que algún sobreviviente de los campos de concentración se echa a llorar al recordar los horrores que presenció, lo acompaña en su llanto, sumando los sufrimientos de aquel sobreviviente, hombre o mujer, a los que conoció él mismo. "A veces", dice, "me resulta difícil establecer alguna diferencia entre lo que sufrí y lo que otros padecieron".
Esta profunda empatía ha sostenido a Wiesenthal en su solitaria labor, pero también le ha causado enfermedades y terribles insomnios. Por la noche cruzaban sin cesar en su mente las atrocidades de los nazis. Acudió a un médico que le dijo: "No puedo hacer nada por usted. Necesita ocuparse en algo que lo distraiga de su trabajo. Cultive alguna afición".
Ya había sentido algún interés por los sellos postales que traía su correspondencia, procedente de muchos países. Por tanto, se dio a coleccionar sellos de correo y ha llegado a ser un filatelista de primera, al aprender a abstraerse en el arte y la historia de la filatelia. Su afición habría de ser, sin que él lo pensara, factor decisivo en la localización de Adolf Eichmann, el diabólico agente de la muerte que de principio a fin dirigió la campaña de Hitler para aniquilar a los judíos.
Pista difícil. Wiesenthal inició su paciente búsqueda de aquel criminal en 1946. Si bien los archivos personales de Eichmann fueron destruidos la víspera de la derrota de Alemania (nunca se hallaron huellas dactilares ni fotografías), tras activas investigaciones se localizó a la esposa de Eichmann, que por entonces vivía utilizando su apellido de soltera, y con sus tres hijos.
Los vecinos de aquella señora suponían que se había divorciado de Eichmann, a lo cual Wiesenthal no quiso dar crédito. La mujer de Eichmann se mostraba en extremo desconfiada de los forasteros, y a ojos de Wiesenthal aquella cautela significaba que se mantenía, en alguna forma, en relación con su marido. Luego, en 1948, Wiesenthal averiguó que había solicitado de los tribunales que declarasen muerto oficialmente a su esposo. En apoyo de su petición había presentado el testimonio firmado de Karl Lukas, funcionario del Ministerio de Agricultura de Checoslovaquia, quien juraba que el 30 de abril de 1945 había visto el cadáver de Eichmann en Praga.
"Estaba yo seguro de que Eichmann mismo había planeado aquella treta", comenta Wiesenthal. "Si se le declaraba fallecido legalmente, todos los gobiernos renunciarían a seguir buscándolo, y quedaría libre de temor".
Wiesenthal y algunos de sus colaboradores voluntarios pusieron manos a la obra. Antes de dos semanas habían obtenido pruebas de que Lukas era el marido de una de las hermanas de la señora Eichmann; también obtuvieron la declaración jurada de un oficial de las SS, y las de otros testigos, quienes aseguraban haber visto a Eichmann con vida después del 30 de abril. Así pues el tribunal rechazó la petición de la señora Eichmann. Con esto, Eichmann siguió figurando entre los criminales de guerra que buscaba la justicia.
Aunque se encontraron dos fotografías de Eichmann tomadas antes de la guerra, las investigaciones habían llegado a un callejón sin salida. Entonces, por la Pascua de 1952, Wiesenthal perdió lo que constituía su único contacto con su presa, pues la señora Eichmann y sus hijos habían desaparecido. La mujer había conseguido un pasaporte con su apellido de soltera. "Eichmann se siente a salvo; a tal punto que ha querido que su familia se le reúna", se dijo el cazador de criminales.
Cierta noche, 18 meses después, Wiesenthal hablaba de sellos postales con otro coleccionista. "Acabo de recibir un bellísimo sello argentino con una carta que me escribe un viejo amigo mío", le dijo su amigo. "Fue oficial de la Wehrmacht y en la actualidad se dedica a adiestrar a los soldados argentinos. Me cuenta que ha conocido a varias personas oriundas de Alemania". Y a continuación dio lectura a la misiva, en voz alta. Un pasaje dejó aturdido a Wiesenthal: "...ese inmundo cerdo de Eichmann, que acosaba a los judíos, vive en las cercanías de Buenos Aires..."
¡El caso Eichmann cobró vida de nuevo! Al día siguiente Wiesenthal envió aquellas noticias, así como unas copias de las viejas fotos que tenía, al Congreso Mundial Judío, en Nueva York, y al consulado de Israel en Viena.
Némesis honorable. Por los últimos días de 1959 el gobierno israelí comunicó a Wiesenthal que había localizado a la señora Eichmann y a sus tres hijos, que vivían en Buenos Aires con un alemán de nombre Ricardo Klement. Dos agentes israelíes se presentaron con Wiesenthal para revisar el caso.
—Este Klement tiene que ser Eichmann —les dijo Wiesenthal—. No veo ninguna otra razón para que la señora Eichmann haya abandonado su país natal y se fuera sigilosamente a Buenos Aires.
—Tenemos que estar seguros de ello —replicaron los agentes—. No podemos exponernos a cometer un error de identificación. Nos hace falta una fotografía más reciente que esas viejas fotos que nos envió.
Pocos meses después Wiesenthal supo, al leer la prensa, que el padre de Eichmann había fallecido, y recordó que en los primeros años de sus pesquisas solía guiarse a menudo por informes que recibía acerca de la presencia de Eichmann, sin otro resultado que toparse invariablemente con que se trataba de Otto, uno de los cuatro hermanos de Eichmann. La semejanza entre este último y Otto debía de ser extraordinaria.
Wiesenthal encontró el cementerio de la familia Eichmann en Linz (Austria), y examinó cuidadosamente el terreno en un centenar de metros a la redonda. Después se trasladó a Viena, donde contrató a dos fotógrafos y les dijo: "Necesito fotografías de cuantos asistan a los funerales, pero tendrán ustedes que cuidarse de no ser vistos". Y les dibujó en un plano los puntos que podrían servirles de escondite.
Cinco horas después del entierro, Wiesenthal examinaba las ampliaciones de las fotografías tomadas a los hermanos de Eichmann. Observó una marcada semejanza entre unos y otros... y entre ellos y las viejas fotos de Eichmann.
Más tarde hizo ver a los agentes israelíes el parecido que mostraban entre sí la cabeza y los rasgos faciales de los hermanos. "Imagínense a Eichmann con el aspecto que corresponde al que hoy ofrecen sus hermanos; éste en especial: Otto", les recomendó. "Lo que perciban ustedes con los ojos de la imaginación, muy probablemente guardará notable semejanza con Klement".
El 23 de mayo de 1960 Eichmann fue procesado criminalmente en Israel. Wiesenthal recibió de Jerusalén un cablegrama que decía: "Felicitaciones por su excelente labor". Tras haber sido juzgado y condenado, Eichmann murió en la horca el 31 de mayo de 1962.
Incentivos para la caza. Wiesenthal no puede nunca prever el curso que seguirán sus investigaciones, ni cómo dará él con la clave para la solución de un caso determinado. El único indicio de que dispuso en el de Anton Fehringer, sádico guardia del campo de concentración de Plaszow (Polonia), fue que este sujeto había nacido en el norte de Austria. Wiesenthal buscaba información en los periódicos de los años de la guerra, en la biblioteca pública, cuando alcanzó a oír a dos genealogistas que hablaban de su especialidad. Días después, al acudir a su memoria aquella conversación, Wiesenthal consultó con otro genealogista y le preguntó: "¿Existe algún sitio en particular, en la alta Austria, donde viva un grupo de familias de apellido Fehringer?"
Antes de 48 horas el genealogista le informaba: "Hay varias familias de apellido Fehringer en el valle de Krems, entre Kirchdorf y Micheldorf".
Uno de los ayudantes de Wiesenthal localizó a cierto Anton Fehringer establecido en Kirchdorf; Wiesenthal contrató a un fotógrafo y le dijó: "Vaya usted a Kirchdorf y hágase pasar por turista. Tome muchas fotografías, pero sobre todo, tráigame una del tal Anton Fehringer". Éste resultó ser precisamente el hombre a quien Wiesenthal buscaba, y al poco tiempo la justicia lo condenó.
En varias ocasiones, una breve carta, una llamada telefónica o un fortuito encuentro callejero han bastado para espolear a Wiesenthal. Un suceso de esta índole dio origen al caso de Hermine Braunsteiner: se encontraba Wiesenthal en un café de Tel Aviv, en abril.de 1964, cuando lo reconoció una señora que pasaba por allí. Con muestras de gran agitación, la mujer le dijo: "Yo estuve recluida en el campo de concentración de Majdanek, en Polonia, donde había entre las carceleras una de nombre Hermine Braunsteiner. La Braunsteiner nos echaba un perro feroz y solía azotar a las prisioneras con un látigo cargado de plomo. Esa mujer tiene que purgar sus crímenes".
El detective no tenía noticia alguna de la Braunsteiner y, por tanto, albergaba pocas esperanzas de localizarla. Sin embargo, en los archivos de los tribunales se enteró de que la Braunsteiner había sido enjuiciada tres lustros antes y sentenciada a tres años de prisión por atormentar a las reclusas del campo de concentración de Ravensbrück (Alemania). Por otra parte, la habían absuelto de culpa en sus servicios en Majdanek, campo de concentración donde perecieron más de 100.000 personas.
A continuación Wiesenthal se comunicó con su círculo de amigos de todo el mundo. Obtuvo declaraciones condenatorias de la conducta de la Braunsteiner de varios sobrevivientes de Majdanek, establecidos en Polonia, Israel y Yugoslavia. A partir de la prisión de donde había salido libre la sádica carcelera, Wiesenthal le siguió la pista a través de Austria, hasta Alemania. En este país, la Braunsteiner se había casado con un norteamericano que trabajaba en la industria de la construcción. En 1963 la mujer había obtenido la ciudadanía estadounidense, y vivía en las afueras de Nueva York.
Sabiendo que la Braunsteiner no pudo haber obtenido la ciudadanía norteamericana sin antes jurar en falso que jamás la habían condenado por delito, Wiesenthal comunicó cuanto se refería a la antigua carcelera al, gobierno de los Estados Unidos, el cual ya está dando pasos para deportarla en calidad de extranjera indeseable.
Como ha ocurrido con frecuencia en Austria y en Alemania, muchos de los vecinos de la Braunsteiner se muestran compadecidos de la acusada, diciendo: "Es una buena mujer que no se mete con nadie". Su marido exclama rencorosamente:
—¿No han oído nunca la expresión: "Dejen descansar a los muertos"?
Cuestión de moral. En opinión de Wiesenthal, los muertos jamás podrán hallar descanso mientras no se haga justicia. Ni él tampoco. A esto se debe que por fin se lograra condenar a Franz Stangl tras una persecución que duró cerca de 20 años. A ello se debe también que persista en remover cielo y tierra en busca de informes acerca de Martin Bormann, el principal consejero de Hitler. Wiesenthal tiene la certeza de que Bormann huyó a Sudamérica.
A Stangl lo habían detenido al terminar la guerra, pero consiguió escapar y desapareció en compañía de su esposa y de sus tres hijas. No se había encontrado indicio alguno de él hasta que, el 22 de febrero de 1964, un individuo de edad madura, andrajoso y que arrastraba los pies al andar, se presentó en la oficina de Wiesenthal. El visitante declaró: "Serví en las filas de la Gestapo durante la guerra. El otro día leí en el periódico un artículo en que lo mencionaban a usted y se decía que la justicia busca a Franz Stangl, acusado de crímenes de guerra. Yo sé dónde está, pero tendrá usted que pagarme mi información".
Acabaron acordando que se le pagarían 7000 dólares si los informes que proporcionara culminaban en la detención de Stangl.
La noticia que el hombre les dio, en el sentido de que Stangl trabajaba en la fábrica de la Volkswagen en Sáo Paulo (Brasil), resultó exacta. Stangl llevaba discretamente una buena vida en Sáo Paulo y era dueño de la casa que habitaba, de dos automóviles y de varias armas de fuego. Cierto pariente suyo le había hablado del artículo periodístico en que se le mencionaba: el mismo artículo que había ocasionado la visita del ex agente de la Gestapo. Stangl no pareció inquietarse por ello. ¿Qué podría hacer contra él un particular sin autoridad, metido en un despacho situado a 10.000 kilómetros de distancia? Además, Brasil nunca había colaborado en la campaña emprendida para dar caza a los nazis. Stangl se consideraba a salvo.
La tarea de localizar a Stangl, de comprobar su identidad y de verlo finalmente encarcelado en Alemania Occidental, impuso a Wiesenthal tres años de labor secreta, cumplida con paciencia, cautela y habilidad. "El sigilo era importantísimo", explica. "Se trataba de obtener la colaboración del gobierno del Brasil, pero a la vez limitando al mínimo el número de personas que estuvieran informadas de nuestros planes. En las ocasiones anteriores algún burócrata había dejado traslucir adrede nuestros proyectos, facilitando así la fuga de nuestra presa".
Esta vez el plan tuvo éxito. Y cuando se le cablegrafió a Wiesenthal que habían detenido a Stangl, el investigador sintió la emoción del triunfo, mas no porque considerara el suceso como un éxito personal, sino "por el hecho de que, con tal detención, había quedado demostrado que, para la justicia, no hay límites de tiempo ni de distancia". Posteriormente el Ministerio de Justicia de Austria y el de Alemania Occidental persuadieron a las autoridades brasileñas de que extraditaran a Stangl.
A cada detención y en cada juicio, la correspondencia de Wiesenthal, por lo general copiosa, aumenta considerablemente. Algunas cartas van dirigidas en términos vagos: "Simon Wiesenthal, Oficina de Valores Humanos, Viena"; o bien: "Para el inmundo judío Wiesenthal, Austria". Wiesenthal recibe cheques, parabienes, nuevos informes, súplicas para que desenmascare a determinado criminal de guerra, y también, invariablemente, amenazas.
Tales amenazas lo han vuelto cauto, pero no lo atemorizan. Más bien lo reafirman en su empeño. "Las amenazas indican que los criminales que gozan aún de libertad saben que la justicia los busca", comenta Wiesenthal reflexivamente. "Por mi parte, tengo el compromiso moral de seguir acosando a tales individuos, los cuales han de saber que aún se les considera obligados a rendir cuentas, y ninguno de ellos sabe si la justicia estará pisándole los talones en este preciso momento".