PASARLE LA CUENTA AL MARIDO
Publicado en
junio 13, 2022
Pasarle la cuenta al marido al cabo de los años, puede tener consecuencias. La sabia de mi abuela decía: "Callar o morir".
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía Katie, la prima norteamericana de mi papá, había nacido con una estrella soñadora en medio de su rostro de ángel anglosajón. Lamentablemente, en esa época el feminismo no había cundido en el mundo, mucho menos en el estado donde vivía mi tía Katie, Nebraska, donde los hombres estaban llamados a trabajar la tierra y las mujeres a prepararles pasteles de "sweet corn" y cordero asado, para que ellos salieran a los campos fortalecidos y pudieran hacer realidad el sueño americano.
Mi tía Katie veía a su mamá y a sus tías cocinando pasteles casi todo el día, amasando el pan y tosiendo con las pelusas del maíz, pero como en el fondo de su alma presentía que a las mujeres les estaban destinadas tareas mucho más interesantes que rallar mazorcas y quemarse hasta el corazón tratando de sacar el "apple pie" del horno, se pasó la adolescencia soñando con una vida realmente glamorosa.
Ella se iba a casar a lo grande, con una fiesta de princesa rusa en París. Su novio iba a ser un "latin lover" romántico y refinado, de ojos profundos y voz de caramelo, como el que había visto en una película de Greta Garbo. Ella iba a ser la primera mujer periodista de Norteamérica, iba a estudiar periodismo en la Universidad de Chicago, iba a ser la reportera número uno del New York Times y su primer trabajo sería una entrevista con el trío Greta Garbo, Cecil Beaton y Mercedes Acosta, un trío amoroso que la fascinaba y echaba a volar la imaginación exuberante y apasionada que tenía.
El abuelo Jesse, quien pasaba la mitad del día sentado frente a la casa con un fusil entre las piernas y la otra mitad comiendo chuletas de cordero en la cocina, miraba a su nieta con aprensión. "Katherine, Katherine...", le decía. "Ten mucho cuidado con los sueños porque parten como pompas de jabón y terminan convertidos en tortilla".
El viejo sabía de lo que estaba hablando... Los sueños de mi tía Katie fueron haciéndose tortilla en la misma medida en que su vida fue aterrizando en las duras pistas de la realidad. Lo único que se pareció en algo a sus ilusiones de niña fue que se casó; no con un "latin lover" como el que ella había visto en la película, pero se casó.
Dios tiene que haber estado distraído cuando mi tía Katie conoció a Telésforo Piedrabuena en el "Bull Ring Bar" de Kearney, Nebraska, porque fue en ese desgraciado encuentro donde su suerte quedó sellada para siempre. Bastó una sola mirada para que su destino se dibujara con otro lápiz.
Telésforo, recién llegado de Sombrerete, Durango, vio la carita de ángel de mi tía y creyó que la hija de la Virgen María había bajado del cielo a visitarlo. Mi tía Katie vio los ojos almendrados, la piel aceituna y el bigote negro de Telésforo y creyó que el "latin lover" de sus sueños se había hecho carne y hueso en ese bar.
En menos de media hora sus corazones se habían amalgamado en un beso estilo medio oeste americano. Después vino la presentación del novio a la familia y vino el matrimonio. Al abuelo Jesse le pareció que Telésforo, con ese bigotón enorme, esa pistola al cinto y esa cara de malos amigos que ponía a cada rato y por cualquier cosa, no era ni mucho menos el marido ideal para su nieta y aunque fracasó en todos los intentos de disuadirla de aquel compromiso sentimental, asistió a la boda vestido de luto y llorando, pero asistió.
Ya en la fiesta de su boda, mi tía Katie comenzó a darse cuenta de que los sueños son una cosa y la realidad otra muy distinta. Lejos de un banquete con orquesta de Viena y "petit bouchés" a la parisina, como el que ella había soñado, la suya fue una boda casera donde se sirvió un jamón con repollo preparado por su mamá en la cocina. Las fotos las tomó un primo y no había orquesta sino una vieja vitrola RCA Víctor que a las dos horas se echó a perder.
Estudiar periodismo en la Universidad de Chicago tampoco le resultó. Telésforo quería vivir en Sombrerete, su pueblo de Durango, y en Sombrerete las mujeres no iban a la universidad ni aspiraban a trabajar en el New York Times, sino todo lo contrario. "Lo único que deben estudiar las mujeres es cómo preparar un buen champandongo", le dijo un día, y allí, bajo la carne molida de puerco, las nueces, el mole, las almendras, el acitrón, los jitomates, la crema y el queso manchego del champandongo, quedó enterrada su carrera de periodista. Una sola vez le dio permiso para publicar un obituario en el diario local, sin firmarlo.
Pero de todos los sueños rotos de mi tía Katie, el peor fue el de su "latin lover". Ni en la más espantosa de sus pesadillas se había imaginado ella lo que iba a ser su matrimonio con Telésforo.
A los veinte años de casada le había preparado 7,300 desayunos, 7,300 cenas, de las cuales 200 habían sido guisadas especialmente para los distintos diputados, senadores, consejales, candidatos a la presidencia y otros políticos amigos de Telésforo. Le había planchado 16,800 camisas. Había tenido ocho hijos, había pedido 1,440 horas al pediatra y comprado 640 pares de zapatos de niños, 70 termómetros, 46,859 pañales y 26 mantillas. Había pasado 400 horas encerrada en el clóset llorando, porque Telésforo había tenido cuatro amantes, un hijo natural, dos quiebras, un encarcelamiento por cheque sin fondo, 26 campañas políticas y 3 infartos al miocardio. Ella le había colocado 423 inyecciones, había encerado la casa 960 veces y se había quemado los dedos en el horno 21,900 veces. De la vida esplendorosa de sus sueños infantiles quedaban más de 9,559 tortillas de papas, 5,000 platos de champandongo, 28,750 chiles de nogada, 23,000 kilos de mole poblano y 4,000 litros de caldo de guajolote con ajonjolí. Se le habían engordado las piernas, agriado el alma, encanecido la cabeza, trizado el corazón e hinchado los ojos.
Cuando cumplió 21 años de matrimonio se enfrentó a Telésforo y le dijo enérgicamente:
"Me debes treinta millones de pesos, un pasaje de vuelta a Nebraska, 7,305 días de plenitud, mi pelo negro, mis cincuenta kilos, un amante y toda, toda mi juventud. Me debes además, 45 ramos de rosas, cinco copas de champaña, siete noches de amor, una cadenita de oro con mi nombre y un poema que diga:
"Tu pupila es azul y, cuando lloras, las transparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una violeta".
"Me debes..." Pero no alcanzó a decir ni una palabra más, porque en ese mismo instante Telésforo ya le había puesto una camisa de fuerza y estaba llamando a los médicos y enfermeros del hospital siquiátrico, donde mi pobre tía Katie permaneció encerrada por los próximos veinte años.
A veces pienso que es mejor no pasarle la cuenta al marido. "Callar o morir", decía la sabia de mi abuela.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 20 DE 1995