Publicado en
mayo 22, 2022
En la Isla Virgen, rodeada de dinosaurios, jirafas y cisnes, comiendo solo frutas, la tía Eulogia se dio cuenta de que se había transformado en Eva, y de que el tiempo había retrocedido...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Cuando el agente de viaje detuvo su dedo en un punto del mapa y le dijo: "Señora, aquí hay una Isla Virgen, es la única que existe en el mundo, pero, claro, tiene un problema grave, y es que allí no habita nadie, ni siquiera aborígenes", la tía Eulogia dio un salto de alegría.
—¡Eso! Eso es justamente lo que quiero.
—Pero no hay ni hotel.
—Me da lo mismo. Duermo en una cueva de las montañas, a campo traviesa, en la playa, donde sea, pero la sola idea de vivir en un mundo sin celulares, ni computadoras, ni teléfonos, y donde no haya un hombre a 20 mil kilómetros a la redonda, me fascina.
—Mire, tampoco hay aeropuerto, así que va a tener que irse en un bote desde la isla más cercana. Y sola, porque a nadie le gusta ir allá.
—Perfecto.
Y así fue como la tía Eulogia llegó remando a una isla perdida en el medio de ninguna parte y en donde no había seres humanos, solamente animales, de todas las eras, tamaños y colores. Atracó el bote a una roca y se fue nadando hasta la orilla. Llegó a una playa de arenas suaves y blancas y se tendió de cara al sol. De pronto, sintió que alguien la observaba. Era un bellísimo pavo real.
—Bienvenida al Paraíso, Eva.
—Me llamo Eulogia —dijo ella.
—Allá te llamabas Eulogia, pero aquí eres Eva, la primera, la única, la solitaria en el reino, donde no hay pecado ni problema, ni dolor.
Eulogia se restregó los ojos creyendo que estaba soñando, pero al cabo de poco tiempo se dio cuenta de que el ave decía la verdad: se había transformado en Eva, el tiempo había retrocedido, toda su experiencia de vida en la tierra se había esfumado. Era el principio del principio, la primera mañana del mundo y allí estaba ella, en el mismísimo Paraíso, experimentando paz.
Sin hacer preguntas se dedicó a gozarlo plenamente. Fue un tiempo maravilloso que, para no olvidar, dejó consignado en su diario de vida. Todas las noches, antes de acostarse en la arena o en un potrero o cerca de la cascada mirando las estrellas, anotaba su vida en un cuaderno que era su única pertenencia.
EN EL PARAÍSO...
SÁBADO
Querido diario:
Mis días son largos y placenteros. Juego con los dinosaurios, canto con los gorriones, me escondo con las ardillas. Cuando deseo estar cerca de una estrella monto en las jirafas, y cuando quiero tocar el horizonte, le pido al cisne que me lleve en su lomo blanco. No me falta ni me sobra nada. Para bañarme tengo el río Eufrates y el Pisón, que corren por aquí cerca. Para dormir, un lecho de flores. Para cubrirme el cuerpo uso hojas de parra. Para alimentarme, tengo las frutas de los árboles del huerto. Puedo comer de todos, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal; de este no puedo comer, si lo hago, moriría.
DOMINGO
Querido diario:
Hoy es día de descanso. Me tiendo en la colina de cara al cielo y pienso en lo delicioso que resulta no tener que descansar de nada, porque no hago más que retozar por los potreros, conversar con mi amigo el búho y dejar que el agua tibia de la cascada bañe mi cuerpo desnudo. Mi vida gira en torno a las cosas sencillas del Paraíso: si cayó suficiente agua para calmar la sed de los conejos, si los pájaros encontraron las semillas que andaban buscando, si las nubes se han corrido hacia el nordeste. No tengo presiones, como algún fruto si me da hambre, juego y pienso.
Mientras esto ocurría en el Paraíso, lejos de allí, la Domitila lidiaba con Roberto y Jack Griffin. Con Roberto, porque insistía en vivir en el departamento de la tía Eulogia mientras esta se encontrara de viaje, y con Jack, porque la echaba de menos y no quería comer.
—¡Sanseacabó! Me aburrieron los dos. Usted, don Rober, se muda a esta casa mañana y usted, don Jack, termina con su huelga de hambre, o yo renuncio a este trabajo.
—¿Pero Roberto va a vivir con nosotros? —preguntó Jack.
—Así es —dijo Roberto, empujando su maletín de cuero hasta el living, para tomar posesión del departamento.
—¿Y crees que esto le gustaría a Eulogia? —preguntó Jack.
—Antes de irse la señora fue bien clarita —intervino la Domitila—. Le dio permiso a don Rober para vivir aquí, ¿no se acuerda que es usted el que está de paso, porque se le inundó la casa?
LUNES
Querido diario:
Ha llegado una nueva criatura. Es muy curiosa. Anda en dos patas, como yo. Usa el cabello hasta los hombros y tiene pelos en todas partes. No tiene pechos. En lo demás, cuenta con un cierto parecido conmigo: posee dos brazos y dos manos, como yo; camina erguida, como yo, y para hacerlo se apoya en las plantas de los pies, como yo; me mira fijamente a los ojos como si quisiera hipnotizarme. Me espía. No ha dejado de observarme desde que apareció. No me gusta nada. Anda dando vueltas alrededor mío. Actúa como si quisiera sentarse a mi lado. Hace un rato se me acercó hasta casi tocarme y me preguntó: "¿Cómo te llamas?". No respondí. ¿Para qué quiere saber mi nombre? La criatura luego dijo: "¿Estamos solos aquí?". Me quedé mirándola sin responder, porque no entendí el significado de su pregunta... ni las consecuencias. ¿Qué importaba si estábamos solos o no? Yo quería seguir disfrutando de la soledad, y esa criatura extraña me estaba interrumpiendo.
Al otro lado del tiempo, la Domi le servía una taza de té a Jack Griffin, mientras este leía el diario. A su lado, Roberto sorbía su café sacando el puzzle del día anterior. Ese lunes era feriado y ambos hombres decidieron hacer "vida hogareña".
"Solo a mí me pasan estas cosas", pensaba la Domi sin saber qué hacer. "Aquí estoy, sin la señora Eulogia, a cargo de estos dos perejilientos, y quién sabe qué va a pasar cuando la señora vuelva, si es que regresa algún día". La Domi sintió un escalofrío en la espalda, ¿y si no volvía...?
MARTES
Querido diario:
La nueva criatura debe estar gravemente enferma. Quizás de la cabeza. Hoy en la mañana mató a palos a un dinosaurio que paseaba tranquilo por el prado. El dinosaurio no le había hecho nada. Las plantas quedaron rojas con su sangre y el dinosaurio quedó tendido de espaldas, con los ojos abiertos y las patas apoyadas en el cielo. "Es para que tengamos algo de comer", me dijo enseñándome el palo con que le había dado al animal en la cabeza. ¿Algo de comer? ¿Para qué, me pregunto? Antes de que llegara la nueva criatura yo no necesitaba comer dinosaurios. ¿De dónde habrá salido? Después de matar al dinosaurio, me preguntó cómo se llamaba este lugar. "Se llama Paraíso", le dije, "¿no lo sabías?". "¿Y quién es el dueño?", preguntó luego. "Nadie", le respondí. Entonces me preguntó: "¿Cuánto vale este Paraíso? Quiero comprarlo". Me quedé mirándola perpleja y no le dije nada. Por la noche, me tendí bajo las estrellas e intenté conciliar el sueño.
En la casa de Eulogia, Roberto no podía dormir. Se sentía mal, inquieto. Dos puertas más allá estaba durmiendo el amante de su mujer. Se levantó de un salto y se encaminó hacia el dormitorio de la Domitila. La Domi estaba rezándole a la Virgen del Carmelo.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó cuando vio a Roberto.
—Quiero saber dónde está mi mujer.
—Primero, usted ya no tiene mujer, y segundo, la señora Eulogia anda en una Isla Virgen donde no hay más que cisnes, cascadas, jirafas y praderas. Algo así como el Paraíso —dijo la Domi, sin soñar que estaba diciendo la verdad.
MIÉRCOLES
Querido diario:
La nueva criatura no se sacia con nada. Come como salvaje y cada vez que me observa se mueve inquieta y se le ponen los ojos redondos. Mañana te sigo contando...
ILUSTRACIÓN: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, ABRIL 25 DEL 2006