Publicado en
febrero 25, 2022
Cada vez que Roberto la invitaba al cine, Eulogia le decía "espérame un minuto nada más, solo me cambio los zapatos"; pero el minuto se convertía en media hora, y cuando llegaban, la película ya estaba a la mitad. "Es que soy mujer", se justificaba ella cuando Roberto le reclamaba, "y desde que Eva existió, las mujeres siempre se han atrasado".
Por Elizabeth Subercaseaux.
Cuando Roberto invitaba a mi tía Eulogia al cine, esto es lo que pasaba. Primero a mi tía se le caían las lágrimas de emoción, porque Roberto rara vez la invitaba a alguna parte. Y después, le decía:
—Espérame un minuto, voy a cambiarme los zapatos y nos vamos —y subía al segundo piso de la casa, entraba en su dormitorio, buscaba los zapatos y Roberto la esperaba abajo.
Pero mi tía no solo se cambiaba los zapatos, sino que aprovechaba para amarrarse el pelo, para cambiarse de vestido, para buscar en la parte más alta del clóset ese bolso marrón que nunca tenía posibilidad de lucir y para maquillarse.
Y Roberto esperando...
En todas estas operaciones, el minutito se había convertido en media hora, el cine había cerrado sus puertas hacía rato y la película de John Travolta estaba a la mitad.
—¡Ya! Estoy lista, mi amor.
—¿Lista para qué? —decía Roberto indignado—. Porque para el cine ya es demasiado tarde.
Siempre ocurría lo mismo. Hasta que un día la Domitila descubrió la solución.
—Dígale a don Rober que la invite con anticipación, porque si cada vez que se le ocurre llevarla al cine se lo dice 10 minutos antes de la función, nunca va a llegar a tiempo a ninguna película.
—¿Y por qué no puedes llegar y salir sin tener que hacer tanto trámite? —preguntó Roberto, cuando mi tía le propuso que le dijera con una semana de antelación que quería llevarla al cine.
—Porque soy mujer —dijo mi tía—y desde que Eva existió, las mujeres siempre se han atrasado.
—¿Entonces para qué dices espérame un minutito si vas a tardar 30?
—Porque soy mujer —dijo mi tía—y desde que Eva existió las mujeres dicen dame un minutito cuando necesitan una hora y media.
Ante estas razones tan contundentes, Roberto fruncía el ceño.
Una noche soñó con su ángel de la guarda, un angelote de pera y bigote para nada simpático, con el que había estado soñando desde un tiempo a esa parte. El ángel lo miraba y le decía:
"Haz lo mismo que tu mujer. Dile que necesitas un minutito para cualquier cosa y te tomas 10; a las mujeres hay que tratarlas así, y la única forma que entiendan lo difíciles que son, es poniéndose igual a ellas".
Huelga decir que el ángel de Roberto era machista y desatinado, pero en fin, cada uno tiene el ángel que le corresponde y no vamos a decir que Roberto era un querubín de colección, porque no lo era. La cosa es que le hizo caso a su ángel y, al día siguiente, cuando mi tía Eulogia lo invitó a darle el pésame a una de sus amigas que había perdido al marido, Roberto le gritó desde el segundo piso:
—Encantado te acompaño, dame un minutito, me pongo los zapatos y voy.
Pasaron 10 minutos y Roberto no bajaba.
—¿Perdiste los zapatos? —gritaba mi tía desde abajo.
—Dame un minutito, ya casi estoy listo, Eulogia —le respondía.
Pasaron otros 10 minutos y nada.
—¿Qué te pasa, Rober? Apúrate, que vamos a llegar muy tarde.
—Un minutito.
Una hora más tarde, mi tía estaba totalmente frenética.
—¡El marido de mi amiga debe de haber resucitado en todo este tiempo! ¡Ya es demasiado tarde! ¡No te des ni la molestia de bajar!
Entonces Roberto, con la mejor cara de perejiliento que tenía, bajó la escalera, listo para salir.
—¿Qué te has imaginado? —lo enfrentó mi tía.
—Bueno, es lo que haces tú. Me pides un minutito y tardas una hora. ¿Ves lo desagradable que es? El ángel tenía toda la razón.
—¿Cuál ángel? —vociferó mi tía.
—Mi ángel de la guarda, que se me apareció anoche en sueños, y me dijo que la única manera de hacer que las mujeres entendieran lo cargante que es su historia del minutito, era hacerles lo mismo a ella.
—La próxima vez que se te aparezca el ángel dile que hable conmigo.
El ángel no volvió a visitarlo hasta muchos años más tarde, pero Roberto puso en práctica su consejo y cada vez que mi tía lo invitaba a alguna parte le decía, "ya voy, dame un minutito e inmediatamente estoy contigo, y tardaba una hora". Al más puro estilo de mi propia tía... Al comienzo, mi tía pensó que se había vuelto loco, total, Roberto nunca fue una persona normal. Después se dijo que tal vez se estaba poniendo viejo y por eso tardaba tanto en arreglarse hasta para ir a la esquina a comprar cigarrillos o al paradero de buces a esperar a Eulogita. Mi tía descubrió miles de razones para el comportamiento de Roberto, pero ¿crees que ella cambió? ¡Cómo se te ocurre! Siguió igual que siempre, "dame un minutito" y tardaba una hora; "dame un minutito" y tardaba dos horas; "dame un minutito"... El resultado fue que al cabo de un tiempo no iban a ninguna parte o llegaban tarde a cualquier lugar donde, por fin, partían juntos. Fue entonces cuando Roberto le propuso a mi tía que fuera a ver a la sicóloga.
—Te hará bien, Eulogia. Dile que tienes un problema con la hora.
—¿Y tú no vas a ir a una sicóloga también?
Mi tía pidió un turno con la sicóloga y esta le mandó a decir con la secretaria que la esperara un minutito y la atendió 40 minutos más tarde. Mientras tanto, llamó a Roberto a la oficina.
—Esta doctora es peor que yo —le dijo—. Me dijo que la esperara un minutito y llevo más de media hora plantada aquí.
—¿Es mujer? —preguntó Roberto.
—Sí, pues, qué otra cosa iba a ser.
—¿No te dije que fueras donde un hombre?
—¿Y cuál es la diferencia, si puede saberse?
—¡El reloj! —chilló Roberto impaciente.
Un año más tarde, sucedió que Roberto y mi tía se marcharon por dos años a los Estados Unidos. La primera noticia que tuvo mi tía de lo distintos que son los americanos a la hora de la puntualidad fue en el restaurante donde se empleó medio día para ganarse unos pesos. Era una pizzería.
—¿Es rápida? —le preguntó Brian, el dueño, al entrevistarla.
—Como un celaje —respondió mi tía en su pésimo inglés.
—¿Cuántas pizzas se cree capaz de servir en 10 minutos?
—Bueno, unas tres.
—¿Tres? ¡Ah! No, señora, ¿cómo se llama?
—Eulogia.
—¡No, señora Eulogia! Usted sir ve 20 pizzas cada 10 minutos o búsquese otro trabajo.
—Está bien. Serán 20.
Y Brian la contrató.
Cuando se lo dijo a Roberto, esa noche, él se echó a reír.
—¿20 pizzas en 10 minutos? ¿Tú que eres una carreta?
Sus palabras le dolieron. Seguro que si ella fuera la flaca no la habría llamado carreta.
—Ya verás —dijo, y dio media vuelta y se durmió.
Al día siguiente empezaba su trabajo. Se puso su mejor vestido. Tardó media hora más de lo necesario. Casi pierde el bus. Y llegó atrasada.
—El primer día y llega tarde —dijo Brian—. ¡Vaya a cambiarse de ropa!
—Me da un minutito y estoy lista para empezar —dijo mi tía y entró en una pieza que había en la parte trasera, donde los empleados se cambiaban de ropa.
Pasó media hora y cuando apareció, lista para servir las dos pizzas cada minuto, Brian la estaba esperando con una cara realmente atroz.
—¡You are FIRE!
Mi tía sospechó que no le estaba diciendo nada bueno y entró de vuelta en la pieza, agarró sus zapatos y su bolso marrón, y salió disparada a la calle.
—Yo no puedo vivir aquí —le dijo esa noche a Roberto.
—¿Por qué no?
—Porque esta gente vive corriendo y no entienden lo que es una mujer.
—¿Y qué entiendes tú por ser una mujer? —preguntó Roberto curioso.
—Alguien que nunca puede estar lista en un minuto —dijo ella y se durmió.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, DICIEMBRE 24 DEL 2002