Publicado en
junio 28, 2021
COLOMBIA.
Sobre el borde del muelle del mercado, la prolífica descendencia de los antiguos esclavos del África, se amontonan en Cartagena de Indias.
Son pobrísimos agricultores, de color, que hacen su enigmática vida tradicional, en humildes poblaciones cercanas al pintoresco puerto suramericano. Rocha y Palenque, son sus aldeas más características. Sobre todo en Palenque, la vida de la negrería se supervive, a través de los siglos, aferrada a sus viejos mitos, a sus costumbres africanas, a su dialecto exótico, a sus costumbres hogareñas.
Todavía se bailan danzas en torno al cadáver de sus deudos. Todavía se reúnen en derredor del muerto, las plañideras ancianas, recitando cada uno de los actos que de él recuerdan, canturreándole con curioso lenguaje. Todavía, cuando muere un pequeño, se le alquila o arrienda para que los vecinos pudientes hagan un "velorio" festivo.
Y, en otros aspectos: aún le está prohibido a una jacarandosa doncella de la tribu, casarse con un tipo de otra raza. Aún se siente allí el advenedizo que quiera pasar unos días en Palenque, alternando con sus típicas gentes, en un ambiente francamente hostil. Sobre todo, si este advenedizo es blanco, rubio y de ojos azules. Aún, cuando los herederos de las brujerías y maleficios extraños, de las tribus expoliadas un día, tejen sus diálogos cantarinos con el dialecto autóctono del Congo, Mandinga o el Camerón, etc., el forastero admirado que se acerquen no podrá captarles una sola palabra, porque callan, bruscamente, como celosos de que le sea dable al intruso perteneciente a otra raza, penetrar en su intríngulis lexicográfico o interpretar siquiera una palabra de su misteriosa composición...
Precisamente, sobre esto último existe la siguiente leyenda vernácula que más se cuenta por algunos de ellos mismos, que se han redimido un tanto de su impenetrabilidad con el contacto de las gentes de Cartagena y el transcurso de los años.
—¡Mona!... ¡Mona!... ¿cuándo vinite y cuándo te váa? —inquiría un negro palenquero a otro.
—¡Oé!... ¡Mona!, yo vine mañana y me voy ayé... —respondía el interpelado
—¡Anima e lo Diablo!... ¡Siempre jablando ál revé!... ¡Ayé jué primero y mañana ej dimpué! —Replicaba un tercero mas adelantado, al parecer, pues tenía una hija trabajando en la ciudad.
Esto era cuando los negros de Palenque, encerrados herméticamente en sus prejuicios, apenas si comenzaban a cogerle el paso al idioma español. Pero ese diálogo fue suficiente para que se originara una tragedia. ("Mona'', es el término genérico conque los palenqueros designan a cualquier conocido de la misma raza, al saludarlo o aludirlo, y este "Mona", originario de alguno de sus numerosos dialectos africanos, basta para saber que lo dice un negro palenquero).
En el borde mismo del pequeño bofe donde se oyó el breve diálogo otro negro, rollizo y joven, le guiñó maliciosamente el ojo a dos individuos que de pié cerca de los interlocutores, fingían charlar en voz baja, mirando hacia la bahía espléndida, pero quienes ciertamente espiaban al negro de la lengua enrevesada.
Todas las tardes se cubre esta bahía de pequeños botes costaneros, que zarpan con las primeras brisas del norte, con sus velas hinchadas, rumbo a los pueblos ribereños; después de haber vendido la carga de frutos diversos que trajeran en la madrugada al muelle del mercado.
Y el "Mona", que no sabía que ayer es primero que mañana, zarpó también, sin darse cuenta de que era seguido por otra pequeña embarcación ocupada por los dos sujetos sospechosos a quienes hemos aludido.
A media noche, en la soledad de las cañadas que forman las muchas arterias de la vía fluvial de Cartagena, los dos individuos lo asaltaron, sorprendiéndole solo e indefenso... ¿Qué querían de él? ¿Portaba, acaso, algún secreto, o tesoro, o documento capaz de estimularles para este atraco?
Pues lo que querían era solamente que él, pésimo en expresarse en español, pero uno de los más autóctonos conocedores del dialecto "congo", les explicara o tradujera lo que querían decir ciertas palabras de ese dialecto que llevaban escritas. En público, o entre sus familiares de la tribu, "Mona" se habría abstenido, acaso habría preferido la muerte, antes de explicar ese contenido. Pero solo e inerme, bajo una ruda tortura muscular, tuvo que darse por vencido cuando los asaltantes, leyendo al tiempo lo que habían copiado en una hoja de papel, le exigieron, amenazantes:
—Dí qué quiere decir: "Batú ji noe... Camadínga joe... Vina cosaca malimbá!" Contesta ligero y te dejamos ir tranquilo, de lo contrario...
"Mona" abrió aterrado los ojos, tragó saliva, se apechugó un gemido, y contestó en su media lengua:
—Mi amo mató a mi ama... y se juyó con too el joro...
Los asaltantes lanzaron una exclamación de júbilo:
—¡Eso es! ¡Fué él! ¡Fué el mismo Capitán!
—¡Bandido! ¡Miserable! ¡La asesinó para robarla!
—¡Muera! ¡Muera el Capitán!
Relatan los antiguos cronistas de Cartagena de Indias, que un Capitán de Guardias Reales, se había casado sin amor y sólo por interés, con la bella heredera de una muy rica familia. La llevó a una finca lejana y tras algún tiempo, codicioso de dinero, la asesino una noche, siendo sorprendido por un viejo esclavo congo, que asistía los servicios domésticos del matrimonio. El Capitán, consumado su uxoricidio, al verse sorprendido por el negro, se volvió contra él, lo hirió mortalmente y huyó con el cofre de oro y piedras preciosas de su esposa. Preparó una coartada, y fingió que el doble asesinato se había consumado por manos criminales con el móvil del robo, estando él ausente.
Pero el negro no murió en seguida, y la casualidad hizo que alguien, cuyo nombre no se recuerda, encontrara al negro agonizante a la vera del camino cercano a la finca a donde arrastrándose como pudo se dirigió en busca de auxilio. Y de ahí que el negro, delirando en su lengua nativa, hubiera pronunciado aquellas misteriosas palabras, que fueron copiadas en un papel conforme a su expresión fonética, por ser intraducibies al español.
Los dos hombres que asaltaron al "Mona" de la historia, eran nada menos que dos agentes de la justicia que estaban investigando el crimen, pudiendo, de este modo, dar con la clave de la confesión del moribundo.
No hay para qué decir que, el alevoso Capitán, fue sentenciado a galeras y cadena perpetua.
Extraído del libro: Mitos y Leyendas de Colombia - Volumen II, por Eugenia Villa Posse.