EL FANTASMA DEL TEATRO AZUL
Publicado en
junio 07, 2021
COLOMBIA.
Aquella mañana de enero de fines del siglo pasado, se ofrecía un animado espectáculo en el puerto. Una abigarrada multitud recibía alborozada a una de las Compañías Teatrales de Cuba que mayor fama gozaban en la época, la Compañía Lírico-dramática de "Alejandrina Caro'í". El ajetreo del desembarco de equipajes, decoraciones, etc., era excesivo. En medio de este enorme tráfago, bajó la Compañía, entre la que se distinguían como primeras figuras, doña Rosario, doña Leonor, Refugio, Esperanza y el Director don Arcadio Azuaga. Con ellos venía también una linda chiquilla, la menor de las hermanas Azuaga, Estrellita.
El humorismo que siempre distinguió al jefe de la familia, don Arcadio, era exquisito. Podría tenerse una idea de él por este episodio, ocurrido en el mismo muelle, en momentos de desembarcar. Apurado por la urgencia del desembarco de tanto equipaje, don Arcadio, todo actividad, dirigía esto y aquello, y urgía con insistencia a los mozos que parecían dilatarse en su faena.
De pronto, uno de ellos dejó caer un baúl en el suelo y se puso a lamentarse, dirigiéndose a don Arcadio, mientras se agarraba el brazo derecho:
—¡Ay docto!, ¡ay docto! ¡mi brazo!
Don Arcadio no se alteró. Se acercó al hombre y se inclinó como buscando algo por el suelo, diciéndole:
—¿Su brazo? ¿Dónde se le ha perdido?
Después, alzando la vista y dándole un golpecito en el hombro al mozo, le dijo:
—¡No, hombre! Si usted tiene el brazo ahí en su puesto... ¡Mírelo!... y apure, ¡no sea tonto!
El hombre, ante aquella salida, se rió, y alzó nuevamente el baúl.
Doña Leonor se quedó viendo a su hermano con cierta malicia, y le dijo:
—Pero Arcadio, ¿no viste que se le hirió el codo?
—Y, ¿qué querías, que lo hubiera lamentado con él? Eso hubiera agravado el dolor, y... ¡ya vez qué fácilmente lo curé al minuto!
Estrellita se había creado en un ambiente teatral. Nació en alta mar, en una travesía hecha de una gira por Venezuela y Panamá. Muñequita trigueña, de pequeños y lindos ojos negros, era ingenua, graciosa, inocente. Un divino color de morena del trópico, que se acentuaba en rosa en sus finas mejillas, contrastaba con el brillo de sus ojitos cautivantes.
Entre trapos de escena, perfumes, luces, cantos, ensayos y tramoyas de bastidores; viajando de uno a otro puerto latinoamericano, hoy en una capital incrustada entre las montañas, mañana en un puerto marino cosmopolita; allá iba la muñequita linda arrebujada en sus tules, como la mascota de la Compañía, aplaudida en todas partes. Autores célebres, autoridades de alta importancia internacional, ricos hombres, admiradores de la gaya belleza de las hermanas Azuaga, veían en la graciosa chiquilla un motivo de tiernos atractivos. Y la regalaban como a la "pequeña tirana" del teatro.
Fue creciendo Estrellita, educándose, mimada por todos los artistas de la Compañía. El arte estaba en su sangre, en su ambiente, en su alma. Aprendió a cantar maravillosamente. Las óperas en boga: Tosca, Marina, el Barbero de Sevilla, Romeo y Julieta, y muchas otras, le fueron enseñadas por sus hermanas mayores. Sus primeros triunfos artísticos en la niñez, fueron como los deliciosos postres de los programas lírico—dramáticos de la Compañía, y en ocasiones entremeses solicitados por el público enamorado de la fina gracia diminuta de la precoz artista. Eran triunfos que hacían exclamar a sus hermanos mayores, tras de bastidores, mientras los aplausos atronaban la sala:
—¡Estrellita! ¡Nuestra Estrellita! ¡Tú eres nuestra Estrellita!... Y luego una lluvia de besos en las mejillas de la tierna adolecente, que reía y palmoteaba, como poseída hasta la sangre de su instinto para el arte victorioso.
Pero un día Estrellita, hecha ya toda una bella y encantadora muchacha amaneció triste. No saldría más a escena... Alguien, que había herido su corazón, se lo prohibía...
¿Era, tal vez, aquel caballerete de spolman novecentista que se sentaba siempre en la primera fila de platea, o era, acaso, aquel galán trigueño que ocupaba invariablemente el palco más cerca de la escena? Nadie lo sabía.
Lo cierto es que Estrellita cada día se preocupaba menos por sus ensayos de canto y piano, por las cosas del teatro, y en la mayoría de las veces se quejaba de neuralgias repentinas, para no salir a las tablas. Los hermanos, disgustados, se miraban entre sí y no sabían qué hacer.
Y pasaron los días... Y otro día Estrellita amaneció arrebatada de dolor, de un inocultable dolor sentimental. Inocultable, porque estas penas de amor no pueden esconderse. Una sola palabra basta a denunciarlas, y, sin darse cuenta en medio de su llanto, Estrellita las denunció con una sola frase:
—¡Ingrato!... ¡Qué cruel ha sido...! ¡Desencantarme después que por él, me he atrasado un año en mi arte!
La delicada sensibilidad de esta muchacha, flor virginal de la vida de teatro y no del teatro de la vida, acaso se formó una psicología extraña a la humana existencia, y de aquí que su dolor debió ser aún más fuerte.
Pero no se desgarró su corazón del todo por eso. Su afección profunda al teatro, los aplausos que se reanudaron a su regreso a escena, las luces, las flores, la música, los perfumes, los agasajos sociales, la hicieron olvidar bien pronto su deliquio amoroso, en el que obtuvo su primera experiencia.
Mientras más profundo es el dolor que nos abate, más intensa es la reación cuando el alma es capaz de curarse. Ahora amaba más que antes las tablas, a las que había estado a punto de cometerles una inocente deslealtad.
Y vino otro amor siguiendo la estela de luz de Estrellita... Como en el poema sentimental, ella podría exclamar:
Un amor que se va, ¡cuántos se han ido!
Otro amor volverá más duradero
Y menos doloroso que el olvido.
Pero ya Estrellita tenía en la mente, hincada como una dulce espina, la idea de formar con sus hermanos un teatro aparte, que se llamaría el teatro "Azul "... ¡Cuántos sueños sobre ese teatro "Azul"! Todos los hermanos, Refugio, Esperanza, Rosario, Leonor, don Arcadio, participaban de ese sueño dorado, o mejor dicho, Azul.
Sería algo fantástico. Algo así como una innovación de colores de todos los géneros teatrales. Serían cuentos de Andersen, de Perrault, los célebres cuentistas nórdicos, llevados a las tablas... Tal cual se hace hoy en el cine.
No hubo medios de que el nuevo amor sobrepasara a esta ensoñación de Estrellita, llamándola a una vida de hogar.
—¡No, imposible! —decía—. Yo tengo el teatro en el espíritu, en el alma, y si me caso es con la condición de seguir mi carrera. De lo contrario, ¡no y no!
El día en que el pretendiente se convenció de que la resolución de Estrellita era definitiva, se disgustó con ella y la abandonó... Ella le quería, si, le quería por su ordenado temperamento, por su afección a las cosas delicadas, pero... se encogió de hombros... Primero que todo, el teatro, su Teatro "Azul".
Si alguna vez se demuestra que el espíritu de una época muere "físicamente", es cuando se le ve extinguirse en la muerte física de quien lo heredaron. Herederos del teatro de fin de siglo, que llena toda una época de dramatismo, fueron los hermanos Azuaga en esta ciudad de Cartagena de Indias. Con el derrumbe de los valores anteriores a la guerra de 1914-18, vino la extinción de aquella modalidad teatral que ellos caracterizaron. Después, el cine completó su obra.
Y se fueron retirando los densos públicos de las tablas del teatro de Cartagena y cerrándose, en consecuencia, las puertas de éste. La Compañía quedó bloqueada. Aquí se quedaron los Azuaga. Aunque ellos trataron de revivir su antigua existencia, fomentando a veces en Cartagena la afición teatral en pequeñas academias, aquello no era sino la agonía de una apoteosis de luz que se apaga.
El teatro "Azul" se volvió un fantasma en la mente de Estrellita, que con los días fue a juntarse al fantasma del amor desleal, de su primer amor, y del otro amor desdeñado. Sus hermanos fueron muriendo uno tras otro, apegados al viejo mural de la ciudad, como su último áncora. Aquí los había sorprendido el maretazo de la transformación mundial, y aquí se quedaron.
Estrellita se quedó sola. Terriblemente seca. Pobre, triste, desencantada. Una vejez prematura arrugó su terso rostro de enantes, apagó sus ojillos vivaces, demacró su cuerpo, encaneció su pelo. Y vestida de negro, se le vio por las calles, evocando siempre sus antiguas, remotas glorias, como quien desempolva papeles entre cenizas...
—¡Estrellita! ¡Estrellita la loca! —le gritaban los gandules por las calles de la ciudad.
Entre la gente del pueblo nadie sabía de su pasado. Y entre quienes podían recordar su antiguo valimento y auxiliarla, la mayor parte se hicieron los indiferentes. Preguntarle a ella algo de la vida de teatro, era tocarle el punto esencial del espíritu. Y la llamaban loca...
Ahora, en el Asilo de San Pedro Claver, acaba de morir esta virgen disecada en el culto recordatorio de su arte. Allí pensó, soñó y divagó, creyendo, hasta su último momento, que aún podía volver al teatro... Y se ofendía cuando alguien se permitía hablar contra los artistas, "Nosotras las artistas!..." —decía— y relataba su historia.
Fue, pues, hasta su postrer suspiro, el fantasma adolorido de sus sueños: el fantasma del teatro "Azul"...
Extraído del libro: Mitos y Leyendas de Colombia - Volumen II, por Eugenia Villa Posse.