Publicado en
mayo 25, 2021
Marcus recuperó la conciencia en una habitación conocida. Su cuerpo reposaba sobre un colchón hundido y pringoso. El ambiente olía a feromonas masculinas y sudor, el aire estaba bañado con la fuerza de la bebida alcohólica. La luz de una farola se colaba de forma tímida por una ranura de la ventana.
—Debo estar en la Casa Sucubo—. Murmuró mientras trataba de incorporarse con la cabeza rodando.
De repente, unas voces alcoholizadas irrumpieron en escena desde detrás de la puerta del baño.
—Ya estamos aquí preciosa. Hemos traído unos juguetes para ti—. Anunció una de las voces en un tono cargado de lívido y burla.
El varón se levantó de la cama, se sintió más ligero de lo que podría recordar, por lo que echó a correr. Sentía una corriente eléctrica en la columna que lo alertaba que algo malo iba a pasar. Descalzo y con los pantalones puestos, cruzó la habitación pisando lencería rasgada, restos de aceites de masaje, lubricantes, dilatadores y restos de fluidos. El largo pasillo cubierto de puertas idénticas se abría ante sus pies tras abrir la puerta.
—Joder, ¿dónde está la put@#$% salida?—. Se sobresaltó mientras corría a lo largo de un interminable pasillo. Su corazón latía rápidamente mientras poco a poco se iban incorporando al pasillo otras cuerdas vocales con idéntico tono de voz.
Figuras femeninas con lencería y cabeza de cerdo con pelucas de distintos colores se lanzaron a perseguirle. Las luces de las paredes se encendían y se apagaban, acelerando el sistema nervioso de la figura perseguida que había perdido varios kilos en la carrera.
—Quiero salir de aquí. ¿Dónde está la maldita salida?—. Gruñía la voz del cliente, cuyo tono se endulzaba hasta parecer de mujer.
—Por aquí mi amor, vas a sentir una experiencia onírica—. Le replicó una voz masculina no menos cargada de morbo que las de la habitación.
Una mano apareció de la oscuridad de una habitación y le tiró del pantalón para llevarle hacia adentro. En la caída hacia atrás notó como algo rebotó contra su estómago y una larga melena rubia le acariciaba lo que parecían... ¡senos!
—Mierda. Carajo. Ostias. ¿Qué pasa aquí?—. Gritó con la voz de una mujer que no alcanzaba los treinta años.
—El pago. El pago. El pago. El pago. El pago. El pago—. Repetían al unísono una legión de mujeres con el porcino rostro y eróticas vestimentas.
De los labios de la víctima no salió una sola palabra. Le habían amordazado la boca con una bola de goma, dieciséis brazos en total sujetaban las extremidades del cliente. Una de las meretrices le acomodó la cabeza para que pudiera ver todo el espectáculo.
—Que sienta el horror de ser un trozo de carne—. Avisó una voz femenina más clara de entre todas las que estaban reunidas.
Una figura blanca vestida de colegiala y con signos de violencia en su cuerpo irrumpió en la sala. Era Lilith, la mejor pagada de las señoritas del local.
—Untadle el cuerpo con aceite de cocina usado y con la lencería puesta introducidle huevos podridos en sus orificios—. Ordenó mientras se metía debajo de la cama buscando algo.
—No, por favor, dejadme—. Suplicaba con lágrimas en los ojos la mujer acosada.
—Trozo de carne, trozo de carne, trozo de carne—. Coreaban algunas damas mientras otras utilizaban los grilletes proporcionados por la veterana cortesana.
Una de ellas trajo un ordenador portátil a la sala, enfocó a la cama y encendió la cámara web.
—Que comience el espectáculo—. Anunció Grisha mientras descubría sus pechos para frotar los mismos con su morro de cerda.
—Mirad como disfruta Marcela, vamos a llenarle los orificios con huevos podridos como dilatadores—. Se burló de la situación una porcina, funcionaria del trabajo más antiguo de la humanidad.
En el ordenador corría una oleada de mensajes de usuarios que veían la humillación causada.
—¡No miréis, no miréis. Por favor os lo ruego!—. Sollozaba como el último rey de Granada al abandonar Al-Andalus.
Los masajes se volvieron más suaves, los aceites y la grasa corrieron e impregnaron el cuerpo de Marcela. Besos en la boca, introducciones bruscas con objetos e incluso una subasta ficticia para torturarlo, alegando que sentía placer, se formó entre las camareras. La víctima perdió el conocimiento, sin embargo, continuó siendo vejada y forzada frente al óculo de la cámara web.
La reanimaron de forma brusca cuando terminaron todas de aprovecharse. Un reloj de cucú indicaba una señal mágica conocida por todas.
—Los demonios del sueño reclaman a su víctima—. Ordenó Lilith, quien estaba impoluta y señalaba la habitación al final del pasillo.
Marcela observó como la serpenteante ruta lo mareaba, tenía los pechos destrozados de tanto ser mordidos y pellizcados, sus orificios le dolían e incluso le habían puesto una correa de perro para arrastrar su cada vez más pesado cuerpo hasta aquella habitación.
Entre varias mujeres arrastraron a un gordo y tacaño hombre que había abusado de su posición privilegiada, estafándolas a todas. Había abusado de sus cuerpos, ellas habían aceptado el trato de ser un pedazo de placer sexual y el insulto, pues consideraban parte de su trabajo, pero él no les pagó aquella noche. Lilia, quien era regente y estrella de la carta de mujeres, era practicante de la magia oscura y onírica, por lo que le administró una bebida que lo mantendría en un sueño eterno, manteniendo el cuerpo en vida con pesadillas recurrentes. La falta de comida y de bebida terminaría consumiendo a su ser, como el veneno de una serpiente.
Cuando lo depositaron pesadamente sobre la cama, sus ojos se cerraron, la silueta femenina regresó al estado de hombre entrado en carnes y con aspecto de rico adinerado que degradaba a su esposa al rango minoico. A pesar de que dormía en un letargo sin sueños, su figura mostraba indicios de un duro trauma emocional.
—Somos un reflejo de tu alma. ¡Cerdo violador!—. Gruñeron al unísono con voz ronca antes de convertirse en polvo y formar una suave brisa, la cual abandonó la habitación dispersándose a lo largo de un recto y firme pasillo.
Marco Víbora estaba sufriendo lo que la filosofía Nietzscheana denominaba "eterno retorno". También referida como una trabajadora retirada como Pesadilla en bucle, la maldición que recaía sobre aquellos que las maltrataban.
Fuente del texto:
BookNet