Publicado en
mayo 19, 2021
El mundo, bajo una luz nueva y esplendorosa.
Por Barbara Theisen.
MI HIJA KATE da vuelta a la hoja del calendario y llama a Kenna, su hermana. Juntas encuentran la inscripción "Noche de luna llena" y la señalan con una etiqueta engomada de color brillante. En casa, la llegada de la luna llena anuncia el comienzo de mágicas expediciones nocturnas.
Esta tradición nació hace varios años, un mes de octubre, durante un paseo en canoa que dimos en compañía de algunos amigos. Me encantó el influjo que ejercía la luna sobre la noche, transformándola y volviendo sereno y misterioso el paisaje mil veces visto. Cuando mis dos hijas cumplieron tres años (adoptamos a Kenna, nacida en Corea del Sur), tuve la absoluta certeza de que disfrutarían de una noche así.
Nuestra primera excursión familiar a la luz de la luna llena coincidió con una noche helada. Cuando salimos a ponernos los esquíes, advertimos que los abedules del jardín proyectaban un intrincado diseño de sombras. A pesar del aire frío, logramos conservar el calor gracias a nuestra ropa interior térmica, la actividad física y nuestro gran entusiasmo.
Nos sorprendió la brillantez de la luz de la luna reflejada en la nieve intacta.
—Los indios de estas partes designaban cada luna llena con un nombre diferente —expliqué a las niñas—. A esta la llamaban la Luna del Apretón de Manos.
Kate iba a la cabeza, seguida de cerca por Kenna; mi esposo, Tom, y yo íbamos a la zaga. Llegamos a un lago congelado y nos deslizamos sobre él, sin perder jamás de vista nuestras sombras. Finalmente nos acercamos a la ribera y emprendimos el regreso hacia el tibio resplandor que salía de las ventanas de la casa.
Una vez dentro, celebramos nuestra aventura con sidra caliente y palomitas de maíz. Las risas y las mejillas sonrosadas de las niñas me dijeron que iba a haber más andanzas a la luz de la luna llena.
Y las hubo... bajo la Luna del Esturión, en febrero; luego bajo las lunas llenas llamadas Costra de Nieve, Azúcar de Arce y Florecimiento, en marzo, abril y mayo, respectivamente. Una cálida noche de junio resultó ideal para que las niñas —en un paseo sólo para ellas— se bañaran desnudas bajo la Luna de Fresa. En julio, en una expedición de padre e hijas a la luz de la Luna de Mediados de Verano que iluminaba el cielo; los tres pescaron toda una cubeta de percas.
Otro año, en una noche de agosto poblada de estrellas, bajo la Luna de Arándano, extendimos un cobertor en el jardín trasero y nos acostamos a contemplar la noche. La aurora boreal parecía estar danzando, y las preguntas no se hicieron esperar:
—¿Por qué se ven todos esos colores, papá?
—¿Dónde va a aterrizar esa estrella, mamá?
Las niñas entraron en la casa rebosantes de entusiasmo, y de inmediato sacamos libros sobre la luna, las estrellas, los planetas y la exploración espacial.
No debió causarme sorpresa que, unas semanas después, Kate mirara la luna y dijera:
—La luna está en su cuarto menguante; cada vez es más pequeña. Si estuviera creciendo, estaría en su cuarto creciente.
Cuando se acercaba el periodo de vacaciones, una de las pequeñas me preguntó:
—¿Podemos cortar nuestro árbol de Navidad en una noche de luna llena?
¿Por qué no?, me dije. Y no pasó mucho tiempo antes de que Kate y Kenna salieran en busca del árbol perfecto.
—¡Helo aquí! —gritó Kenna.
—Este es perfecto — dijo Kate, al tiempo que señalaba otro árbol distinto.
Al fin encontramos uno que a todos nos gustó, y mientras la Luna Nocturna de diciembre nos sonreía, las niñas levantaron varios ángeles de nieve en torno del árbol para festejar el acontecimiento.
Otra de las noches de magia que nos gusta recordar fue la que pasamos explorando un pueblo fantasma. Caminar por las polvosas calles de un pueblo hace mucho tiempo olvidado puede ser una experiencia atemorizadora aun a plena luz del día. Esa noche, tomados de la mano, caminamos de puntillas por los edificios abandonados. Los sonidos ordinarios se vuelven extraordinarios en el vacío silencioso. Algunas nubes pequeñas cubrieron momentáneamente la faz de la luna. El ulular de un búho nos hizo saltar de susto, pero en seguida nos echamos a reír.
Aún no se nos agotan las ideas para emprender nuevas aventuras. En nuestra más reciente correría nos encaminamos a la torre de observación de un parque cercano. Subimos tantos escalones que creímos haber llegado a la cima del mundo: podíamos ver las luces centelleantes de los poblados a lo largo de la playa y oír el chapaleteo de las olas a nuestros pies. En la lejanía, la luz de un faro se reflejaba en las aguas.
En muchas ocasiones habíamos contemplado el mismo panorama, pero esa vez fue diferente: los cuatro lo vimos bajo una nueva y esplendorosa luz.
© 1993 POR BARBARA THEISEN. CONDENSADO DE "FAMILYFUN" (NOVIEMBRE DE 1993), DE NORTHAMPTON, MASSACHUSETTS. FOTO: R. HAMILTON SMITH / F / STOP PICTURES.