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febrero 13, 2018
Durante todo el año de 1991, bicentenario de la muerte del gran compositor, su música ha estado más viva que nunca.
Por Alois Aigner (cornista francés, toca con la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo y dirige a los Solistas de Cámara de Salzburgo; además, enseña música y organiza serenatas mozartianas).
"PASARÁN 100 AÑOS antes de que la posteridad vuelva a ver un talento como este", comentó en una ocasión el compositor Joseph Haydn refiriéndose a Wolfgang Amadeus Mozart. Fue una profecía entusiasta, pero se quedó muy corta. En el año del bicentenario de la muerte del genial compositor, mientras el mundo entero escucha arrobado su música, muchos opinan que nadie, hasta la fecha, ha podido igualar a este cimero genio musical.
De Londres a Berlín, y de Buenos Aires a Tokio, las salas de concierto resuenan con la música de Mozart. En el Lincoln Center de Nueva York se está celebrando un festival que dura 19 meses y abarca todas y cada una de las notas de sus 626 composiciones, de las que forman parte 41 sinfonías, 48 conciertos, 18 óperas y 19 misas.
El centro del homenaje mundial es, por supuesto, su Austria natal, que es también mi país. Salzburgo, donde actúo como concertista, rebosa de visitantes. Para celebrar al hijo más famoso de la ciudad, hemos organizado funciones mozartianas diarias desde enero hasta diciembre.
"¿No llega a cansarse de tanto Mozart?", me pregunta la gente. Todo lo contrario: me considero verdaderamente afortunado de poder interpretar sus obras. ¿Qué otro compositor podría sobrevivir a una ejecución tan frecuente de sus creaciones? Aunque se escuche su música mil veces, su riqueza melódica siempre asombra y cautiva. En la época de Mozart, la gente del pueblo cantaba y silbaba en las calles varios pasajes de La flauta mágica.
Como se puede ver en la película Amadeus, premiada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, es verdad que Mozart solía decir malas palabras y gustaba de contar chistes vulgares. Pero, tratándose de música, su ingenio era muy sutil. Yo toco frecuentemente con el conjunto de Solistas de Cámara de Salzburgo algunas composiciones humorísticas que Mozart escribió para ciertas fiestas. Por ejemplo: en la Broma musical, cuatro cornos y cuatro instrumentos de cuerda entonan al principio compases clásicos perfectos, pero luego desafinan disparatadamente hasta terminar en un finale caótico. El público suelta la carcajada, y los músicos a duras penas logramos conservar la compostura.
Mozart también era afecto a tomarles el pelo a sus colegas. Un día, Joseph Haydn apostó a que podría tocar a primera vista cualquier partitura para piano. Mozart escribió una nueva composición y le entregó las hojas de papel pautado. Haydn comenzó a interpretarla, mas pronto se detuvo al advertir una nota que al parecer sobraba. Le era imposible alcanzarla porque ya tenía ocupados los diez dedos.
—¡Es imposible tocar esta pieza! —protestó.
—¡Pamplinas! —replicó Mozart al mismo tiempo que se sentaba al piano. Cuando llegó a la nota de marras, atacó la tecla correspondiente con la punta de la nariz—. ¡Ahí tienes! —exclamó con aires de triunfo—. ¡Claro que se puede tocar!
EN EL REGISTRO parroquial de nacimientos de la Catedral de Salzburgo, en la hoja fechada el 27 de enero de 1756, se puede ver escrito a mano el nombre Wolfgangus Theophilus Mozart. No fue sino a los 14 años cuando el compositor cambió el nombre de Theophilus por el de Amadeus, que le pareció más artístico.
El apartamento que fue su hogar, situado en un tercer piso, es ahora un museo muy apreciado. Cuando recorro las habitaciones de techos bajos, donde se exhiben los instrumentos de Wolfgang y los retratos familiares, casi puedo ver a aquel niño rubio de cuatro años, con sus grandes ojos castaños, sentado al piano sin poder alcanzar el suelo con sus piernitas. Sus dedos responden ávidamente a todo lo que le enseña papá Leopoldo, músico de oficio.
Tan sólo un año después, su padre lo encontró un día sentado ante el escritorio, con una pluma de ganso en la mano. "Estoy escribiendo un concierto", le explicó Wolfgang. Papá Mozart sonrió complaciente, pero al mirar la hoja de papel manchada de tinta, los ojos se le arrasaron: ¡Aquello era música de verdad! Leopoldo conservó para la posteridad ese primer andante para piano.
Leopoldo complementó de inmediato las clases de piano y violín que le daba a su hijo con lecciones de composición. Era un maestro exigente; cuando Wolfgang cumplió seis años, consideró que el niño ya estaba preparado para viajar a Munich y Viena a mostrar su talento. En muchas ocasiones, Wolfgang tocaba a dúo con su hermana Nannerl, casi cinco años mayor que él y, a su vez, virtuosa del teclado. Desde el principio, Wolfgang fue el niño mimado de la alta sociedad. La emperatriz austriaca María Teresa le regaló un traje de gala con bordados de oro y gustosamente le permitió sentarse en sus piernas y besarla.
El pequeño prodigio pasó más de diez años de su vida yendo de un lado a otro, y nunca disfrutó de una verdadera infancia. No es de extrañar, por tanto, que fuera enfermizo, pequeño y enclenque. Durante días enteros viajaba en carruajes que rebotaban tanto, que debía sentarle sobre las manos para amortiguar el golpeteo. Con todo, le agradaba viajar. "Querida mamá", escribió una vez a su madre, que estaba en Salzburgo, "mi corazón se siente feliz porque me divierto mucho en este viaje; la carroza es muy calentita y nuestro cochero conduce a gran velocidad".
En muchas de las paradas, Wolfgang practicaba en el órgano de la iglesia del lugar, y la gente que acudía a escucharlo quedaba embelesada. Al llegar a su destino final, rara vez disponía de tiempo para descansar antes de sus presentaciones.
En ellas exigía de su auditorio la máxima concentración y se enojaba al menor ruido o carraspeo. Si sus oyentes, miembros de la nobleza, seguían haciendo ruido, golpeaba furiosamente el teclado y musitaba maldiciones.
Como compositor, Mozart dominó todas las formas musicales. Las primeras composiciones suyas que se publicaron fueron cuatro sonatas para violín y piano, que escribió durante el invierno de 1763-1764, cuando cumplió ocho años de edad. A los 12 terminó una comedia musical. Dos años después, el público de Milán ovacionó de pie la primera gran ópera del adolescente: Mitrídates, rey del Ponto, cuyo estreno dirigió el mismo Mozart.
AUNQUE EUROPA entera lo adoraba —el papa Clemente XIV le otorgó la medalla eclesiástica de "Caballero de la Espuela de Oro" por su excelencia artística—, Mozart tuvo que luchar a brazo partido para hacerse respetar en su patria. Deseoso de complacer a su padre, soportó nueve humillantes años como concertino de la orquesta del severo Príncipe-Arzobispo de Salzburgo, quien lo trataba como a un sirviente. Cuando por fin se rebeló, a sus 25 años, fue despedido. Su padre, escandalizado, le imploró que pidiera perdón, a lo cual Wolfgang se negó rotundamente. "Sirviente o conde", respondió, "quien se atreva a ofenderme es un canalla".
En general, Mozart fue un hijo obediente. A los 22 años, habiéndose enamorado de una soprano de 16, Aloysia Weber, de Mannheim, intentó aplazar un viaje a París. Pero en cuanto su padre se enteró de ello, cortó de tajo el idilio con una orden perentoria: "¡Te irás a París de inmediato!" Mozart se plegó a la voluntad paterna.
Tres años después puso los ojos en Constanze, la hermana menor de Aloysia. De nueva cuenta, su padre se enfureció. Con gran paciencia y respeto, Wolfgang lo instó a que reconsiderara su actitud. "Aunque no es precisamente hermosa, tampoco es fea", escribió a Salzburgo. "No es muy lista, pero tiene bastante sentido común para cumplir satisfactoriamente con sus deberes de esposa y madre".
Wolfgang y Constanze contrajeron nupcias el 4 de agosto de 1782, en la Catedral de San Esteban, en Viena. Los nueve años de matrimonio de la pareja fueron dichosos, aunque no exentos de penas. Cuatro de sus seis hijos fallecieron a poco de nacer. Varios colegas envidiosos conspiraban contra Mozart y, peor aún, el público comenzó a hacer caso omiso de él. Los vieneses opinaban que la mayor parte de sus óperas eran demasiado intelectuales. Un crítico vienés calificó despiadadamente de "basura" a Cosí fan tutte, ("Así son todas"), hoy considerada una de sus obras maestras. Si bien el emperador José II nombró a Mozart compositor de la corte en 1787, le pagaba menos de la mitad del sueldo que había recibido su predecesor, Gluck.
Mozart componía a una velocidad pasmosa. En el mes de agosto de 1786 publicó su magnífica Sonata en fa mayor para dos pianos, así como un trío para clarinete y un cuarteto de cuerdas. Dos años después, en el transcurso de seis febriles semanas de verano, compuso la Júpiter y dos más de sus mejores sinfonías. Sin embargo, ninguna de sus obras revela la menor precipitación.
Mozart acumuló onerosas deudas durante los últimos años de su vida. A su sueldo se sumaban las ganancias de sus conciertos y óperas y las regalías por derechos de publicación e interpretación. Mozart, empero, era muy derrochador y poseía un principesco guardarropa de trajes con ricos brocados. Por otra parte, ni él ni su esposa sabían administrar el dinero. Hasta en su lecho de muerte, Mozart siguió trabajando con la misma tenacidad de siempre. Le indicó a un discípulo suyo de composición cómo terminar una misa de réquiem que le habían encargado. "El último movimiento que hizo", escribió su cuñada Sophie, "fue un intento de expresar con la boca los pasajes de timbal del Réquiem".
Mozart falleció después de la medianoche, el 5 de diciembre de 1791, cuando le faltaban menos de dos meses para cumplir 36 años. Los mitos que rodean a su muerte y sepultura los ha resucitado recientemente la película Amadeus. En la cinta, el envidioso compositor de la corte Antonio Salieri asesina al músico. Sin embargo, la mayoría de los estudiosos de Mozart opinan que una fiebre reumática aguda lo obligó a guardar cama, y que el entonces popular remedio de la sangría fue lo que acabó con su vida. En el dramático final de la película, el cuerpo de Mozart es arrojado a la fosa común, como si se tratara de un saco de basura. La verdad es que el compositor fue sepultado en el cementerio rural de San Marcos, al este de Viena, sin ceremonia, como se acostumbraba en aquellos tiempos.
El año del bicentenario se clausurará el 5 de diciembre con la interpretación del Réquiem en la Catedral de San Esteban, por la Orquesta Filarmónica de Viena y el coro de la Ópera de la Ciudad de Viena, bajo la dirección de sir Georg Solti. El evento será televisado y transmitido a todos los confines de la Tierra.
¿Deberá el mundo esperar otros 100 años para conocer a un compositor como él? Quizá. Sin embargo, ello no me acongoja. Me sentiré feliz de seguir interpretando a Mozart en los años venideros: sus serenatas de divina hermosura, sus magníficas sinfonías, óperas y misas... y, claro está, esas ingeniosas piececitas que cautivan al mundo.
FOTO: THE GRANCER COLLECTION