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diciembre 14, 2017
Si nos lo propusiéramos, muchos podríamos igualar estas asombrosas hazañas.
Por Ruth Mehrtens Galvin
CUANDO Stephen Powelson tenía nueve años, su escuela dominical en Syracuse, Nueva York, organizaba concursos semanales de memorización de pasajes bíblicos. Stephen no daba a esto mayor importancia, hasta que le riñeron por no participar. Al siguiente domingo, sorprendió a la concurrencia al recitar todos los pasajes asignados en un año.
Ya adolescente, al estudiar preparatoria, siguió un curso de griego. Una vez, el profesor dio de tarea al grupo aprenderse 21 versos, de La Ilíada, en una semana. Al final de la hora de clase, que según él había seguido con toda atención, Stephen ya los había memorizado. Posteriormente se aprendió los primeros 100 versos de la obra.
En la Universidad de Harvard, Powelson se inscribió en un curso de teatro griego, pero, durante los siguientes 44 años, no tuvo "nada que ver" con esta lengua. Se recibió de maestro en administración de empresas, ejerció como contador público y trabajó en varias compañías internacionales. Junto con su esposa Esther, crió a cinco hijos.
En 1978 era director de Finanzas de Spalding, en Europa, cuando la empresa de artículos deportivos cerró su oficina en París. Así, a los 60 años, Powelson disponía, por vez primera desde su época de estudiante, de algo de tiempo libre.
A fin de conservar activa la mente, releyó La Ilíada y descubrió que aún recordaba los primeros 100 versos. "De pronto, se me ocurrió una idea: ¿por qué no aprenderme toda La Ilíada de memoria?" Diez años después, había memorizado 22 de los 24 cantos de este monumento literario, insólita proeza en una persona de su edad... o de cualquier edad.
Que alguien pueda retener en el cerebro tanto, entre los 60 y los 70 años, asombra a la mayoría de la gente, pues se cree que la memoria mengua al paso de los años. Pero, ¿qué tiene Stephen Powelson de especial? ¿Qué podemos aprender de este hombre?
Su método consiste en leer un libro y grabarlo en una cinta; luego, lo relee varias veces, verificando su comprensión de cada frase y de cada palabra. "También procuro verme a mí mismo como actor de la acción", añade.
Lee cada párrafo una y otra vez, repitiendo cada renglón hasta memorizarlo de cabo a rabo. Después, recita varias líneas hasta poder repetir sin errores el párrafo entero. Luego, una vez que ha memorizado varios párrafos, los recita en bloque, y prosigue hasta saberse perfectamente todo el libro. Si se cansa de recitar, escucha la grabación correspondiente, "que me ayuda a fijar el texto en la memoria".
Stephen observa, sin embargo, que "tan pronto como memorizo un libro, comienzo a olvidar otros. Tengo que rememorizarlo todo sistemáticamente". Después de repetirlos innumerables veces, acaba por retenerlos en la mente. Compara este procedimiento con llenar una serie de recipientes que gotean, hasta taponar los hoyos.
Powelson es un excelente ejemplo de lo que los científicos han descubierto sobre el funcionamiento de la memoria:
En varias sesiones cortas se retiene más que en una larga. Yo imaginaba a Powelson estudiando La Ilíada por las tardes, después de merendar. Pero no es así: él practica a ratos perdidos; mientras maneja el auto, cuando se baña, al formarse para pagar o cuando espera.
Nos grabamos partes completas y pautas significantes. El significado de las palabras nos ayuda siempre. Powelson no memoriza sílabas sin sentido, sino tramas de contenido claro, en cuya acción, además, procura involucrarse cada vez que las recita.
Cuanto mejor organicemos la nueva información, y la relacionemos con lo que ya sabemos, mejor la recordaremos. Un maestro de ajedrez puede recordar con exactitud la posición de las piezas en el tablero, porque entiende el juego como un todo organizado, y no como un montón de piezas sueltas.
Existen trucos de retentiva, llamados auxiliares nemotécnicos. Estas claves transfieren información de la memoria "primaria" (por ejemplo, el número telefónico que acabamos de buscar) a la "secundaria" (algo que después recordaremos). Estas claves derivan su nombre de Mnemosina, diosa de la memoria en la mitología griega, y consisten en rimas, correlaciones de fechas "nuevas" con "viejas" (como los cumpleaños), e imágenes visuales (cuanto más absurdas, mejor).
Otro artificio nemotécnico es la memorización "clásica", llamada así por alusión al poeta griego Simónides, de quien se cuenta que, poco después de haber salido de una fiesta, el techo del local se desplomó. Al recordar por asociación qué silla ocupaba cada invitado, Simónides coligió quiénes habían muerto. Desde entonces se generalizó la costumbre de recorrer mentalmente la casa, y relacionar cada mueble con una idea o pensamiento.
—¿Y no podrías hacer lo mismo con La Ilíada? —preguntó en una ocasión su hijo John a Powelson.
—No lo creo. La Ilíada consta de 15,693 versos, y yo no poseo tantos muebles —replicó Stephen.
Se ha descubierto que, curiosamente, la memoria funciona según el estado psicofisiológico en que se encuentre el individuo. Alan Baddeley, experto nemólogo británico, lo explica así: "Lo que se aprende en estado de ebriedad, se recuerda mejor en ese estado; y lo que se memoriza en estado de sobriedad, se recuerda mejor en igual condición". Por su parte, Powelson no bebe más que vino, y con moderación (nunca en tanto memorizaba La Ilíada). En realidad aprendemos y recordamos mejor sobrios, en nuestros cinco sentidos.
Atender resulta esencial. Todo lo que obstaculiza la atención, perjudica a la memoria. Es más difícil concentrarnos cuando estamos en medio de una multitud, que al hablar con una sola persona.
La psicóloga Marilyn Albert, que dirige una clínica contra el mal de Alzheimer en el Hospital General de Massachusetts, en Boston, ha descubierto que conforme envejecemos, el proceso de memorización se dificulta si nuestra atención está dividida. La mayor disminución del rendimiento de la memoria suele ocurrir entre los 40 y los 50 años de edad, cuando la gente que trabaja tiene más elementos que recordar. A este respecto, Albert aconseja: "Si en nuestra rutina diaria tenemos que cumplir con muchas responsabilidades, debemos aprender a concentrarnos en un solo objetivo, y llevarlo a cabo, en vez de atender a varios a la vez".
Conforme envejecemos, en efecto, nos resulta más difícil recordar lo que acabamos de aprender, quizá porque no lo organizamos adecuadamente en la memoria, para facilitar la recuperación de los datos. En un estudio efectuado por la Clínica de la Memoria de la Administración de Ex Combatientes de Estados Unidos, en Boston, se descubrió que los estudiantes universitarios olvidan dónde ponen las cosas con la misma frecuencia que la gente de edad avanzada, pero que los jóvenes buscan con más acierto.
"Por experiencia propia, sé que, pese a la edad, la memoria mejora con la práctica", afirma Powelson. "Ahora memorizo una página de La Ilíada en la mitad de tiempo que antes, y mi retentiva es mayor".
Hoy día, cuando a Powelson le solicitan que recuerde y recite determinado pasaje, su capacidad de respuesta es más lenta, pero él lo explica de esta manera: "Cuando tenía yo dieciséis años, quizá utilizaba el diez por ciento de mi memoria. Hoy mi retentiva es la mitad de buena, pero probablemente utilizo el ochenta por ciento de mi capacidad nemónica".
La emoción tiene un gran impacto en los recuerdos, tanto buenos como malos. La angustia en un examen puede inhibir el buen funcionamiento de la memoria. A la inversa, los chispazos de memoria están relacionados con las emociones fuertes, como la experiencia de un desastre natural. Los psicólogos han descubierto que lo que la gente recuerda de su primer año en la universidad no son sus actividades académicas, sino su experiencia emocional, como sus idilios.
A mí me agrada pensar que Powelson memorizó los primeros versos de La Ilíada porque le impresionaron mucho. En su opinión, "Es el más grandioso poema épico que se haya escrito". Y su identificación con él sigue vigente 44 años después. Powelson aceptó el reto de aprenderse de memoria toda La Ilíada, explica, porque le encanta.
CONDENSADO DE "HARVARD MAGAZINE". (ENERO Y FEBRERO DE 1988). © 1988 POR HARVARD MAGAZINE. INC,. DE CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS. FOTO: PETE TURNER/THE IMAGE BANK.