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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

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    S2
    S3
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    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    LA GRAN RUEDA (James E. Gunn)

    Publicado en diciembre 15, 2017
    I


    Desnudo y anónimo me estremecí en el frío corredor con los brazos cruzados sobre el pecho; una cifra humana esperando en una línea de hombres igualmente desnudos, igualmente anónimos.

    El hábito hace al monje, pensé. Pero no era eso exactamente. Las ropas nos dan el valor de ser hombres. Sí, eso era un poco mejor.

    Algo se puede decir en favor del nudismo: sin sus ropas, todos los hombres son hermanos. Ricos, pobres mendigos...

    Era apropiado que estuviéramos ahí parados y desnudos. Por algún desconocido pecado, algún crimen insospechado contra la sociedad, perdimos el derecho de ser hombres. Nos despojaron de nuestros trabajos, del lugar que nos correspondía en la sociedad. Se nos arrancó el orgullo y la hombría. Ninguna indignidad sería demasiado grande para expiar.

    La inseguridad hace así a los hombres.

    Este no era diferente de ningún otro proyecto del gobierno: prisas para llegar, prisas para desvestirse, prisas para esperar. Tenía la esperanza de que fuera sólo ineficacia. No me gustaría pensar que era una política de trato, una indignidad calculada para hacernos más maleables.

    Pero en aquellos días había muchas cosas que no me gustaba pensar.

    La línea se movió con impaciencia. Alguien tosió. Miré el reloj. Media hora. Me estremecí nuevamente.

    El hombre que estaba frente a mí se volvió, haciendo una mueca. Era grande, rubio y de vientre prominente.

    —¿Frío?
    —Bastante.
    —Debería tener algo de aislante como yo —dijo, palmeándose el vientre—. Pero si cree tener frío, mire al tipo que está a su espalda.

    Me volví. Tras de mí estaba un muchacho delgado, de cabellos oscuros. Lo miré fijamente sin poderlo evitar. Siempre creí que la frase “azul de frío” era una hipérbole.

    —M-m-me gustaría q-que se a-p-presuraran —dijo el chico entre dientes.

    Tras de él estaba un hombre magro, melancólico, de cejas negras y movibles, enmarcando los ojos hundidos.

    —Los molinos de nuestros dioses económicos, muelen despacio —dijo con resonante voz de orador—, pero habrán de molernos extremadamente fino.

    Sonreí.

    —Mi nombre es Bruce Patterson —dije a los tres.
    —Jock Eckert —respondió el hombre del vientre prominente, extendiendo una robusta mano al extremo de un grueso antebrazo.
    —George Kendrix —se presentó el que estaba tras el chico.
    —Clary Calhoun —dijo el muchacho.
    —¡Estás bromeando! —protestó Eckert.
    —No, ése es realmente mi nombre —dijo el chico azorado.
    —Anímate —le dije—. Quizá puedas sobreponerte.

    Reímos juntos. Fue un acto de alquimia que nos hizo hombres nuevamente.

    Al extremo de la línea se abrió una puerta. Una voz seca y autoritaria dijo:

    —Que pasen los primeros días. —La voz los contó—. Eso es todo. Atenderemos a los demás tan pronto como sea posible.

    La línea se movió hacia adelante. Conté las cabezas frente a nosotros: trece.

    —¿Y cuál es el trabajo? —pregunté—. ¿Alguien lo sabe?

    Eckert se encogió de hombros.

    —¿Qué importa? Es un trabajo del gobierno, es un trabajo de construcción y la paga será triple por condiciones riesgosas. Cualquier trabajo de construcción que tengan, es bueno para mí.
    —No exactamente del gobierno —corrigió Kendrix—. C.I.C. Hay una diferencia.
    —No para mí —gruñó Eckert—. Es un paquetazo como las obras del Hell River, pero cuando se empiece a trabajar, el pequeño Jock estará presente. La triple paga es una ganga en estos tiempos.
    —Es verdad —concedí, notando en mi voz una voracidad que me desagradó.

    La puerta se abrió nuevamente.

    —Diez más. De uno en uno. No empujen. Ya les tocará su turno.

    La puerta se cerró. Nos movimos. La siguiente vez, pensé.

    —Yo era capataz en Hell River —dijo Eckret—. Este trabajo me pareció mejor, así es que renuncié y vine.
    —Entonces no eres casado.
    —¿En una época como ésta? ¡Diablos, no!
    —Tienes suerte —dije.

    Eckert se volvió hacia Clary.

    —¿Por qué sonríes? ¿Acaso sabes algo?
    —Tal vez. —La sonrisa de Clary se amplió—. Pronto lo sabrán.
    —¡Oigan al chico! —Eckert movió la cabeza—. Se cree mayor porque está entre los hombres. Apuesto a que es su primer trabajo. ¿Y tú, Patterson? ¿Qué hacías antes de la crisis?
    —Era inspector de una cadena de producción en serie. —Me reí amargamente—. Entonces trajeron un pedazo de metal, alambres y transistores para ocupar mi lugar.
    —¿Kendrix?
    —Créanlo o no —dijo Kendrix— yo era profesor de economía en un colegio del medio oeste. Me echaron por llamar al pan pan y al vino vino. Específicamente, les dije que estábamos en medio de la mayor depresión económica que hubiera conocido el hombre.
    —¿Cómo llaman entonces al hecho de que veinte millones de hombres estén sin empleo —dijo Eckert— sino una depresión?

    Clary pareció confundido.

    Kendrix se rio y pareció realmente divertido.

    —Vaya, es una recesión circulante, un reajuste tecnológico, una corrección un retorno a la normalidad, un altibajo, cualquier cosa, menos la palabra proscrita. Fui llamado a rendir testimonio ante un comité del Congreso. Y por hacer honor a mis convicciones, engrosé las filas de los desempleados.

    La puerta se abrió.

    —Diez más —dijo la voz autoritaria.

    La voz pertenecía a un hombre de más o menos mi edad, pero que portaba el uniforme gris del C.I.C. Quítenle las ropas, pensé, ¿y dónde quedará su autoridad?

    Pasamos a la blancura antiséptica de un pabellón de hospital. Estaba desnudo a excepción de algunos escritorios, sillas y una mesa de examen médico. Tras los escritorios, y en las sillas, esperaban doctores uniformados de blanco que llevaban colgados al cuello los estetoscopios, a manera de medallones de identidad.

    Eckert siguió la línea, respondiendo a las preguntas con no más libre albedrío que el más íntimo servomecanismo.

    —¿Ha tenido alguna enfermedad grave? ¿ataques? ¿desórdenes mentales en la familia? ¿se marea en el mar? ¿al hacer algún vuelo? Inclínese. Infle los carrillos. ¿Ha tenido alguna hernia...?

    Más adelante, los solicitantes subían y bajaban de unos bancos; trataban de conservar el equilibrio sobre un solo pie, y con los ojos cerrados; hacían sentadillas profundas; ajustaban cuerdas atadas a boyas distantes; leían cartas ópticas.

    Cerré los ojos. Denme el trabajo, pensé suplicante. ¡Por favor, denme el trabajo!

    —Le diré lo que es —murmuró Clary a mi oído.

    Me volví. El rostro de Clary tenía una vivacidad extraña, sus ojos brillaban con un secreto entusiasmo.

    —Vamos a construir un satélite —murmuró.


    II


    El salón de reuniones estaba caliente y pegajoso con el calor animal y la transpiración de quinientos hombres. Por lo menos éramos quinientos los que esperábamos lo que vendría, sentados en las duras sillas plegables. Empecé a contar las cabezas, y llegué hasta 373 antes de perder la cuenta y abandonar el intento.

    Los cuatro nos sentamos atrás; Eckert, Clary Calhoun, Kendrix y yo. Todos pasamos el examen físico. Era bueno estar vestido otra vez, pero aún era mejor estar un poco más cerca del trabajo. Trescientos dólares a la semana, pensé con codicia, y sentí vergüenza.

    —¿Qué te hace pensar que sea el satélite? —pregunté a Clary.
    —Si no lo fuera no estaría yo aquí —dijo Clary confidencialmente—. No pude conseguir que me admitieran en la Academia. Fui al colegio, estudié ingeniería de cohetes y cosas por el estilo. Pero cuando me gradué la depresión estaba en todo su apogeo y ya nadie construía cohetes. Entonces oí hablar de esto.

    Me imaginé flotando allá en el cielo, en el éter frío, rodeado por la noche eterna, construyendo un satélite, y me estremecí a pesar del calor.

    —¿Y para qué construir otro satélite? —le pregunté incrédulo.

    Hendrix arqueó las cejas con conocimiento de causa.

    —El C.I.C. tiene sus razones, públicas y privadas.
    —¿Y yo soy el único que no estaba enterado?
    —Yo soy otro —dijo Eckert, y rio quedamente—. Pero me importa un comino. Si es trabajo, yo lo haré. Si me pagaran lo suficiente les construiría un anillo extra para Saturno.
    —El moderno Hércules y sus motivos —dijo Kendrix.
    —¿No les llena de emoción —preguntó Clary ávidamente—, ser parte de la mayor aventura de nuestro tiempo?
    —A mí no se me ha perdido nada allá arriba —le respondí agriamente.

    Se abrió una puerta a un lado de la plataforma que precedía el salón. Cuatro hombres entraron y ascendieron al improvisado escenario: uno, portando el uniforme gris de la C.I.C, otro el azul de la fuerza aérea; los otros dos en trajes color obscuro, de hombres de negocios. Los cuatro tomaron asiento en sillas plegadizas, al fondo del estrado, y hablaron entre ellos, ignorándonos.

    Después que me cansé de mirarlos, estudié la plataforma. Estaba decorada con festones y un par de banderas colocadas en bases, a ambos lados de la escena. Encima colgaba una insignia: CAPITAL INVESTMENT CORPORATION. Dos leyendas destacaban en el muro trasero: “Compre una acción del futuro”. “Invierta en América”.

    Seguro, pensé, pero, ¿con qué dinero?

    Ya el hombre de la C.I.C. se movía hacia el proscenio.

    —¿Me escuchan bien todos? —dijo al micrófono.
    —¡Sí, diablos! —trono Eckert a mi lado.
    —Empecemos entonces. Mi nombre es John Bradley, gerente de proyectos de la C.I.C. —Se volvió a medias hacia los otros personajes—. El caballero alto, de aspecto distinguido, que porta el traje marrón, es Sam Franklin, representante de la Tesorería de los Estados Unidos. Lo llamamos Tío Sam.

    Reímos comprensivamente.

    —El otro caballero, con cuerpo de luchador, es Carmen Vecchio, contratista general. El oficial de la fuerza aérea es el capitán Max Kovac, comisionado con nosotros como instructor técnico y director de la obra. Después escucharán a los otros, al capitán Kovac en particular. De momento es mi turno. Quiero decirles algo acerca de ustedes. Cada uno es uno en un centenar.

    Lo escuchábamos atentamente cautivos ya de su fácil y seguro flujo verbal.

    —Cincuenta mil como ustedes llenaron las solicitudes. Un millar fueron invitados a presentarse a los exámenes físicos. Quinientos fueron aceptados. Habrá más exámenes, tanto físicos cuanto sicológicos, y el entrenamiento será lo más rudo que se puedan imaginar. Cuando éste haya terminado, quedará menos de la mitad de ustedes.

    Hizo una pausa para dejar que nos compenetráramos, y después vino el cerrojo.

    —Pero a partir de ahora todos están cobrando sueldo. No triple, entendámonos. Eso vendrá después. Pero tendrán su salario hasta que se separen o se queden en definitivo.

    Aplaudimos frenéticamente. Yo también. Ahí estaba, de pie, batiendo palmas con el resto.

    —Este es un proyecto de la C.I.C. —dijo Bradley con seriedad—, y a partir de este momento son empleados de la C.I.C. Nos gusta pensar en cada empleado de la C.I.C. como un embajador ante el público. Como tales, será su deber corregir algunas de las ideas extrañas acerca de la C.I.C, que habitualmente circulan.

    »Una —levantó un dedo— la C.I.C. no es una organización de alivio. Dos; no es una oficina de gobierno aunque el gobierno federal participa de ella. Tres —hizo una pausa y descargó el puño contra la palma de su otra mano—. ¡No! Mejor les diré qué es la C.I.C. La C.I.C. es una organización lucrativa destinada a invertir capital en proyectos a largo plazo, demasiado grandes para ser manejados por una sola empresa.

    Aplaudimos. Estábamos de humor para aplaudir cualquier cosa.

    —Casi todas las corporaciones del país tienen acciones de la C.I.C. La mayoría de ellas contribuyen con hombres y elementos que se les solicitan. Pero no controlan la C.I.C. Como todas las corporaciones, la C.I.C. es controlada por los accionistas. El interés de la C.I.C. es el único motivo en que ustedes pueden confiar: el lucrativo. Queremos hacer dinero, y, la C.I.C, es la mejor inversión, a largo plazo, del mundo. Fuera del gobierno de los E.U., por supuesto.

    Entre los aplausos, alguien vitoreó. Franklin sonrió.

    —¿Por qué es una buena inversión la C.I.C? —Bradley parecía dirigir la pregunta a cada uno de nosotros—. Porque nosotros invertimos en los poderes cerebrales y en los elementos necesarios para proveerlos de los datos que necesitan para trabajar. Invertimos en la ciencia básica y en la tecnología para aplicarla. Invertimos en el futuro.

    »Si no se hubiera descubierto la energía nuclear, estaríamos descubriéndola. Ahora, la estamos adaptando a una multitud de usos, desde pequeñas plantas de energía hasta motores cohete. Aprovechamos el calor interno de la Tierra, construimos sistemas de hidroeléctricos con la fuerza de las mareas, trabajamos en la recuperación de vastas áreas como el Proyecto del Sahara y financiamos un centenar de diferentes exploraciones científicas dentro de lo desconocido.
    »Uno de los ineludibles hechos de esta mitad del Siglo Veinte es que la investigación científica ha crecido más allá de los recursos del científico individual, y, a veces, de la corporación. La investigación debe ser financiada por la economía, como un todo, si deseamos proporcionar la esencial verificación experimental de la visión de nuestros brillantes científicos; o nuevos hechos acerca del universo para que sobre éstos, construyan sus teorías. Nuestro trabajo es ofrecer los medios para esa investigación y el clima para la especulación científica.

    Miré de reojo a Kendrix. Sonreía sardónicamente.

    —Muy bien —gritó alguien—, pero, ¿qué vamos a hacer?
    —Vamos a construir un satélite artificial de un millar de usos. Para lucro inmediato: retransmisión de televisión y observación meteorológica. Para negocios futuros: laboratorios de atmósfera cero, gravedad cero, y temperatura cero, para la astronomía, física, química, biología...
    —¿Qué pasa entonces con la Dona? —gritó alguien.

    La voz resonó cerca de mí. Miré. Era Kendrix. Aquello me sorprendió; la voz sonaba diferente.

    Bradley trató de localizar a su interlocutor, sin lograrlo. Pero sonrió con facilidad.

    —No pasa nada a la Dona, excepto que pertenece a la fuerza aérea y que es demasiado pequeña. Su función primordial es militar, y las otras funciones requieren demasiado personal. El satélite que vamos a construir tendrá diez veces más espacio y cien veces más comodidades que ninguno.

    »Tenemos el S.1.1., el primer satélite, tripulado del espacio; aún está allí y Rev Mc Millen aún está allí, mirando ciegamente a las estrellas por toda la eternidad. En la misma órbita está el S.1.2., la Dona, de la fuerza aérea. Les voy a predecir algo. Antes de un año, todo el mundo la llamará la Rueda Pequeña.

    Bradley nos dio oportunidad para digerir el significado de lo dicho.

    —Porque nosotros vamos a construir la Gran Rueda, la S.2.1., y las estaciones de retransmisión de televisión, S.2.2. y S.2.3. Construiremos la Gran Rueda a veintidós mil millas de altura, donde su velocidad será la misma de la Tierra al girar sobre su eje, por lo que colgará, para siempre, sobre el centro de los Estados Unidos, como una nueva estrella fija. Servirá de guía para que los hombres orienten sus naves y sus sueños. Y nosotros vamos a construirlas.

    Nos pusimos de pie gritando de entusiasmo y palmeándonos las espaldas mutuamente.

    Kendrix acercó sus labios a mi oído.

    —Nunca confíes en un economista —dijo quedamente—. Bradley es un economista. La C.I.C. está infestada de ellos.

    ¿Qué trataba Kendrix de hacer? O quizá tenía razón, la C.I.C. no construía el satélite sólo por lucro; hay maneras más rápidas y fáciles de ganar dinero. Existía otro motivo, y me atemorizaban los motivos ocultos. Por eso temía a Kendrix. ¿Qué sacaría él en claro de esto?

    Desconfiaba de la C.I.C. Desconfiaba de Kendrix también, no porque, como Bradley, hablara de lo que no creía, sino porque él no creía en nada.

    Bradley presentó al capitán Kovac y éste empezó a hablarnos del entrenamiento que nos esperaba, pero yo no escuchaba.

    Pensaba en cómo lo tomaría Gloria.


    III


    Di vuelta a la llave, en la cerradura, y empujé, pero la puerta no se abrió. Las cosas se torcían allí, en el seco viento del desierto: la madera y la gente. La puerta era de madera verde, barata.

    Se distinguía de la interminable hilera de casas vecinas sólo en el desvaído número pintado hacía mucho tiempo: 313. Empujé con el hombro. Se abrió, rechinando quejumbrosamente.

    —¿Eres tú, Bruce? —Llamó Gloria desde la cocina.
    —¿Quién más podía ser?

    Gloria vino hacia mí, limpiándose en el delantal las manos enjabonadas.

    —¡El hombre del hielo, tonto! —Me besó y después retrocedió para estudiar mi semblante—. ¿Te dieron el trabajo?

    Sus mejillas estaban arreboladas por el calor de la cocina y aún me parecía bonita después de cinco años de matrimonio. Pero el desierto y la preñez no eran generosos con ella. Su piel estaba reseca y su rostro mostraba abotagamiento alrededor de los ojos. A pesar de eso la amaba. No podría decir por qué la amaba.

    —¿Bien? —preguntó terminantemente.
    —Sí —le dije—. Me lo dieron. Ya estoy nuevamente a sueldo.
    —¿Cuál es el trabajo?
    —Construir un satélite.

    No fue sorpresa. Algún femenino sistema de alarma o la intuición de tragedia, ya la habían advertido.

    —No —dijo llanamente—. No te dejaré ir. Tendrás que buscar otra cosa.
    —No seas tonta. —Mi voz era rígida y desagradable—. No hay alternativa.
    —¡No puedes hacerlo, Bruce! —Suspiró dolorosamente—. Eso me matará. Quédate. Qué importa el dinero...

    Moví las manos con impaciencia.

    —Siéntate. Trata de entenderlo.

    Se dejó caer lentamente en el maltratado sofá y se sentó en la orilla, con el rostro obstinado y la mirada que tan bien le conocía. Tendría que hacerla entender.

    —No lo hagas más difícil. No es el dinero; es el trabajo. No puedo quedarme. El campo está terminado. Ya no nos necesitan.
    —Busca trabajo en otra parte. Odio el desierto, ya lo sabes.
    —No te empecines Gloria —supliqué. Miré mis manos que se abrían y cerraban inútilmente—. No puedo hacer otra cosa. Son trescientos a la semana. En seis meses son casi ocho mil dólares. Con ocho mil podemos aguantar la depresión. No tendremos que preocuparnos.
    —¡Preocuparnos! —Dijo como si la palabra fuera de su propiedad—. ¿Qué sabes tú de preocupaciones? ¿Qué te hace pensar que regresarás vivo? Muchos no regresan. El espacio se los lleva.
    —Es peligroso —admití—. Para eso pagan bien.
    —¿Cuánto vale la vida de un hombre?
    —No mucho —dije amargamente—, ya no vale.

    Se llevó la mano al pecho como si le doliera.

    —No me hagas eso por favor. Trata de hallar otro trabajo en cualquier parte. No te pediré nada más por el resto de mi vida.
    —No hay empleos. No los ha habido durante dos años, desde el derrumbe del sesentaiséis. En cada trabajo hay un hombre aferrado con temor a perderlo. No sabes lo que la inseguridad hace en un hombre, cómo acaba con su valor y devora sus entrañas con el temor de perder su trabajo, de no tener un techo y alimento para su familia. Ya he sentido una vez disolverse el suelo bajo mis plantas. No deseo sentirlo otra vez.
    —La pasaremos de algún modo.
    —De algún modo no es suficiente —le dije con enojo—. Tiene que ser una certidumbre. Tengo responsabilidades. Tengo que tener seguridades. ¿No lo entiendes? —Mi voz se hizo aguda—. Si no te hubieras embarazado...
    —¡No pretendas que fue culpa mía!
    —¿Bien? Si no hubieras olvidado tomar la píldora...
    —No lo olvidé —gritó—. ¿Cuántas veces habré de decirlo? Simplemente no dio resultado. Aún ocurren accidentes. —Lágrimas de indignación rodaron por sus mejillas.
    —Si algo me ocurriera —le dije suavemente—, hay una póliza de accidentes de trabajo por valor de diez mil dólares. Bastará para ti y el niño.
    —¡Dinero! —dijo fríamente, mirándome—. ¿Es todo lo que puedes pensar? ¿Crees que quiero el dinero? ¿Y si regresas tullido, o ciego, y con el constante temor de tener hijos monstruosos...?
    —No sucederá eso —le dije—. Está prevista en el contrato la esterilización obligatoria.
    —Si me haces eso —dijo con voz extrañamente calmada—, si me dejas para tomar ese trabajo, no me encontrarás a tu regreso.
    —No tiene caso —dije—. Es demasiado tarde. Ya firmé el contrato.

    Se hundió en el asiento, mirando ciegamente, con lágrimas aflorando a sus ojos y resbalando lentamente por sus mejillas.

    Durante un instante la mire, después me volví, y salí de la casa azotando furiosamente la puerta tras de mí.


    IV


    De algún modo continuamos viviendo; era un hábito hacerlo. Ninguno de los dos admitió estar equivocado; ninguno cambió su actitud. No volvimos a hablar del asunto, pero Gloria se conducía con una tranquilidad que me hacía sentir a disgusto.

    El disgusto me acompañó a lo largo de los exámenes que siguieron: los insidiosos interrogatorios de los psicólogos, las angustias de la centrífuga y la cámara de descompresión, y un centenar más de tormentos para la mente y el cuerpo. Apreté los dientes y soporté estoicamente, pensando en la insoportable alternativa, y de algún modo logré pasarlos.

    Jock Eckert también lo consiguió, divertido y riéndose con alegría gargantuesca. George Kendrix —el profesor— también logró pasar, sonriendo sardónicamente; superior a todo lo que pudieran hacerle y mostrando una sorprendente resistencia en su magro cuerpo. Igualmente pasó Clary Clahoun, permitiendo que sometieran su cuerpo a pruebas más allá de la resistencia, mientras por dentro se aferraba a sus sueños.

    Pero más de la mitad abandonaron la empresa antes de que iniciáramos el verdadero entrenamiento.

    Se distinguía de las pruebas únicamente en que era más estricto. El rostro duro y curtido de Kovac nos acompañaba a todas horas del día, y me perseguía por las noches, mostrando los ojos salpicados con diminutas cataratas, mirándome implacablemente mientras decía:

    —Esto no es nada, terrestres piojosos, no es nada comparado con la realidad allá afuera. A los cadetes les toma cuatro años aprenderlo; ustedes tendrán que hacerlo al dedillo en tres meses. ¡Tendrán que hacerlo a la perfección o el espacio los matará! ¿Lo entendieron? Morirán como un miserable pez boqueando fuera del agua.

    Pasábamos hora tras hora en el gigantesco planetario, mirando las películas panorámicas del espacio: el fijo brillo de las estrellas, la fiera luz del Sol imposible de mirarse directamente, el resplandor de la Luna, más tenue, la enorme masa de la Tierra, una imagen gigantesca enmarcada por un resplandor blanco, reflejando la luz solar en los casquetes polares o en el mar, y, por doquier, el vacío del espacio, una negrura más allá de lo negro. Era un lugar de fuertes contrastes y algunas veces, cuando la cámara giraba o cambiaba de dirección, resultaba un sitio de vértigo y disgusto.

    Después me quedaba un taladrante dolor de cabeza.

    —¡No es nada! —gritaba Kovac—. Estas películas se parecen al espacio lo que la fotografía de una nena con poca ropa puede parecerse a una verdadera mujer. El espacio es más feo, más letal y más real. En el momento en que supongan que lo saben, están perdidos.

    Flotábamos en un tanque lleno de agua que había sido calentada a la misma temperatura de la sangre. En la obscuridad, daba a uno la sensación de estar descuartizado. Una vez, cuando nos anestesiaron el oído interno, fue peor. Muchos casi nos ahogamos y una quinta parte de los hombres sufrieron de fuertes náuseas. No los volvimos a ver.

    Encontré a Clary, con el semblante demudado inclinado sobre una coladera en un rincón escondido.

    —¿No me denunciarás, verdad que no, Bruce? —murmuró angustiado—. Me echarán si se enteran. La siguiente vez tomaré dramamina.

    Asentí lentamente. Su temor de quedar sin empleo era mayor que el mío.

    —Esperen a que estemos en gravedad cero —rugía Kovac, con el rostro ensombrecido—. Sus sentidos no estarán embotados entonces. Estarán vivos y toda la información que proporcionen será equivocada. Los órganos otológicos les dirán a gritos que ustedes caen y, si mueven la cabeza, el líquido de los canales semicirculares les dirá que están girando locamente...

    Hizo una pausa.

    —No hay modo de describirlo. Para describir algo se requiere de una experiencia análoga, y no hay nada semejante en la Tierra. ¡Cualquiera que tenga miedo, dudas, escrúpulos, renuncie ahora mismo! ¡Sálgase de esto! ¡O tendrán que salir del modo más difícil! —Dio medio vuelta y se alejó pisando fuertemente.

    ¿Por qué está tan enojado? Me pregunté.


    Los 512 originales se redujeron a 250, a 200 y aún menos. Lo soporté porque no había otra salida. Jock Eckert lo hizo con facilidad. Nada podía borrar la sardónica sonrisa de George Kendrix. Clary se aferró con determinación.

    Teníamos que aprender mucho, que experimentar, que recordar, y traté de hacerlo con todas mis ganas sabiendo que mi vida dependería de ello. Los que quedamos fuimos divididos en cuadrillas: construcción básica, electricidad, soldadura plomería, calderería, aparejos y ajustes. Jock Eckert fue instalado como capataz; yo quedé como miembro de su cuadrilla de construcción básica.

    Trabajábamos en los trajes que emplearíamos allá afuera. Eran complejos monstruos, de articulaciones metálicas, cuyas mangas estaban equipadas con herramientas en vez de guantes. Dentro se localizaban controles para ser operados con la punta de los dedos; para hacer girar los desatornilladores magnéticos, para apretar o soltar las pinzas y hacerlas dar vuelta, y para ajustar las llaves de tuercas y moverlas en los ajustes.

    Día tras día arrastrábamos los pesados trajes, mientras practicábamos el ensamblado de las innumerables secciones de plástico y nylon. Cuando estuvieron ensambladas, las inflamos y revestimos con la cubierta metálica que Kovac llamaba la defensa anti-meteoros. Instalamos los reguladores de temperatura, la tubería, el alambrado, la planta de energía solar y toda la ingeniosa y compacta maquinaria, instrumentos, mobiliario y accesorios.

    Sudamos hasta conocer de vista y al tacto todas y cada una de las partes, hasta que hubimos memorizado el nombre, el número y la colocación de la más pequeña sección de cubierta y el más insignificante tubo o alambre.

    La probamos a cinco atmósferas de presión, la desensamblamos, finalmente, y la empacamos en cajas etiquetadas estibando las que llevaban la marca PRIMERA SEMANA en el compartimiento de carga de diez cohetes de tres etapas. El resto fue guardado cuidadosamente en el almacén; nuestras vidas dependerían de que aquellas piezas llegaran a nosotros a medida que las necesitáramos; en el momento oportuno, en el orden justo.

    Tres meses duró el adiestramiento. Tres meses para hacernos hombres del espacio. Tres meses para aprender a construir la Gran Rueda. Y terminó la práctica.

    Ciento setentaiocho hombres aguardaban en la vasta lobreguez de un gigantesco cobertizo. Allí otros hombres construyeron las naves que nos llevarían a 22.000 millas sobre la superficie de la Tierra. El amanecer era gris y frío. Los hombres se estremecían en sus delgados uniformes de trabajo, de una pieza, tensos, quietos, temerosos y tratando de no demostrarlo.

    Caminé a través del vasto local, empequeñecido por el tamaño de la construcción. Me incorporé al grupo de hombres. Éramos 179.

    Clary me tomó del brazo. Mis ojos lo enfocaron.

    —¿Conseguiste hablar con ella? —preguntó.

    Moví lentamente la cabeza.

    —No puedo entenderlo. No me habló esta mañana. Ni siquiera me miró. Era como si ya me hubiera ido.
    —Tú sabes cómo son las mujeres —me consoló Jock—. Tienen ideas locas. Déjalas solas y se componen. Gloria estará bien.
    —No me preocupó al principio. Sabía que la afectaba mucho. Me imaginé que deseaba hacerlo fácil, evitar las despedidas. Pero... ¿por qué no contestó el teléfono?
    —Quizá regresó a la cama —sugirió Clary, pero su mente no estaba en ello. Pensaba en lo que ocurriría pronto y su voz se quebró.
    —Gloria no acostumbraba a eso —insistí—. Después que despierta por la mañana, no puede volver a dormirse. El niño se mueve, dice. No, se ha ido... o está sentada en el apartamento escuchando sonar el teléfono.
    —CERO MENOS TREINTA MINUTOS —dijo una potente voz metálica en las oscuras alturas del cobertizo—. PASAJEROS, PREPÁRENSE PARA SUBIR.
    —Voy a intentarlo de nuevo —dije repentinamente.

    Clary me tomó nuevamente del brazo.

    —No puedes. Ya no hay tiempo. Aquí vienen los camiones.

    Silenciosamente se alinearon en una fila; los conductores eran misteriosas figuras negras tras el resplandor de los faros. Los hombres, a mi alrededor, se agolparon para ascender. Los seguí lentamente, ignorando las manos que se extendieron para ayudarme.

    —CERO MENOS VEINTICINCO MINUTOS —decía el altavoz—. MIEMBROS DE LA TRIPULACIÓN TOMEN SUS PUESTOS. PASAJEROS PREPÁRENSE A ABORDAR LA NAVE. DESCONECTEN TODAS LAS JUNTAS, RETÍRENSE LOS TRABAJADORES DEL ÁREA DE FUEGO.
    —Quizá llegó el momento del parto —dije.
    —Entonces el problema es de los doctores. Para eso les pagamos. —Jock se palmeó el hombro.

    Los camiones rodaron lentamente hacia las naves que nos aguardaban. Se erguían como gigantes contra el impreciso cielo matutino.


    V


    Las terceras etapas de cinco de aquellas naves fueron nuestro hogar durante dos meses; mientras, los otros cinco iban y venían con suministros. Dos meses. Parecieron dos años. Dos años de infierno.

    Las congestionadas cabinas fueron construidas para servir de cuartos de control y no de dormitorios. Fueron diseñadas para dar asiento a cinco hombres y mantenerlos en buena forma física para operar la nave durante el vuelo. Nunca se pretendió que estuvieran indefinidamente en órbita, expuestos de lleno a los rayos del Sol, como barracas para treinta y siete hombres.

    Desmantelamos la cabina y colgamos hileras de literas, de aluminio y lona, en las paredes. Comíamos nuestras raciones condensadas, frías, y bebíamos agua tibia y píldoras; nos afectaron enfermedades estomacales, afecciones de la piel y de la orientación. El único remedo de la gravedad ocurría cuando alguien se daba impulso a partir de una de las paredes o chocaba contra otra.

    Pero lo peor era el calor, y la humedad. El sistema de aire acondicionado de la nave podía haber enfriado un edificio de dieciocho pisos, pero no podía con el calor animal de treinta y siete hombres o el calor radiante de la Tierra y el Sol.

    El sistema de absorción de la humedad estaba siempre sobrecargado; la humedad no descendía casi nunca de 100%. Los ventiladores trabajaban de continuo impidiendo que nos asfixiáramos en nuestras propias emanaciones. El aire que respirábamos era caliente, húmedo y pesado, espesado con el olor de la maquinaria y de treinta y siete hombres sin bañarse.

    Y ante todo el trabajo, duro, doloroso. Peligrosas tareas exteriores en la quemante noche. Construimos la Gran Rueda en un ambiente tan nuevo y letal, como el sufrido por las primeras criaturas marinas abandonadas sobre una playa paleozoica.

    Nosotros fuimos elegidos para este ambiente, y nos adaptamos a él; casi todos, al menos. Quizá ese es nuestro talento básico: nos ajustamos, y a lo que no podemos ajustarnos, lo cambiamos.

    Uno de los que no se ajustaron fue Clary Calhoun.

    Día tras día yacía interminablemente en su litera, con los ojos fijos en la lona de la litera superior, con los dedos como arañas blancas engarfiados en los cinturones entrelazados que impedían que flotara impelido por la propulsión de su aliento desacompasado. Se veía pálido y enjuto cuando me acerqué a él, deslizándome a lo largo de la escala de metal y asiéndome al marco tubular de su litera.

    —Hola chico —le dije alegremente—. Terminamos hoy la sección dieciocho. Sólo faltan ochentaidós.

    Clary volvió su cabeza hacia mí con los ojos brillantes y asombrado.

    —¿De veras? —Pero, al decirlo, sus labios se apretaron, apareció una mirada vidriosa en sus ojos y sus manos se aferraron al marco.
    —¿No te sientes mejor?
    —No. —Mantuvo rígida la cabeza—. Cada vez que muevo la cabeza siento que giro sin descanso. Es la ley Weber-Fechner, creo. Cuanto menos estímulo reciben mis órganos sensoriales, más sensitivos resultan a los cambios exteriores. Pero lo peor es cuando duermo. Las pesadillas en las que caigo, interminablemente, hacia la noche... —Se detuvo y sonrió animosamente diciendo—. Pude comer alguna sopa hoy.
    —Maravilloso, muchacho —le dije con orgullo—. Unos días más y estarás afuera con nosotros.
    —No. No. No tiene caso engañarme. Tengo mareo espacial crónico. Kovac me enviará de regreso en la próxima nave.
    —Quizá si yo le hablara...
    —¿Para qué? Tiene razón. Yo estoy ocupando el sitio de un hombre capaz, respirando su aire, comiendo sus alimentos.
    —Es algo miserable. Yo sé lo que esto significa para ti.

    Me miró fijamente.

    —No. No lo sabes. No puedes saberlo. Nadie puede. Para ustedes es sólo un trabajo, un trabajo duro, desagradable y peligroso. Para mí es la única razón de mi vida. Y soy yo precisamente quien jamás podré ser un hombre del espacio. ¿No es risible?
    —Nadie se reirá —le dije amablemente—. Espera a estar algún tiempo allá abajo. Las cosas te parecerán diferentes. Quizá más tarde, cuando hagan girar la Rueda, puedas volver.
    —Nunca regresaré. —Por un momento sus ojos vieron al porvenir—. Esto es todo. Todo lo que haré. —Trató de sonreír—. ¿Terminaron la sección dieciocho, eh? Y no ha pasado una semana. Terminarán la Rueda antes de tres meses. —Se rio débilmente—. No trabajen tan rápido o se quedarán sin empleo.
    —No es demasiado rápido.
    —¿Has sabido algo de Gloria? —preguntó con avidez.
    —Ni una línea. Ni una palabra. Nada.
    —La falta de noticias son buenas noticias. —dijo Clary consolándome—. Si algo le hubiese ocurrido ya lo sabrías.
    —Así es —Me moví a un rincón oscuro. Podía sentir el sudor brotando de mis poros y quedándose como pequeñas y perfectas esferas en mi semblante. Cuando movía la cabeza, se desprendían y seguían rutas meteóricas hasta que chocaban con algo que las desbarataba o las extendía como una delgada película en cualquier superficie. Casi todos los objetos de la nave eran pegajosos al tacto a causa de ello.
    —¿Hubo algunas bajas hoy? —preguntó Clary.
    —Sólo dos, ninguna de ellas fatal. Un tipo que trabajaba del lado oscuro y volvió la mirada al Sol. Aún esta ciego, pero el médico piensa que es temporal. El otro idiota olvidó de quitarse de la luz del Sol y su traje no resistió el calor. No aprenden nunca. El tipo estuvo asándose más de diez minutos o algo así antes de que nadie se percatara.
    —Eso está mal. Alguien debería hacer algo.
    —Nos han organizado con el sistema de parejas. Y cada cinco minutos pasan lista por el sistema de comunicación de la nave a los trajes espaciales. Pero no importa lo que hagan, es un asunto miserable. ¿Para qué quieren otro satélite? Ya tienen la Dona. Esto es una trampa mortal. Ya han muerto nueve hombres. Y el doble ha resultado heridos.
    —La Dona no es suficiente —dijo Clary—. No sólo por su pequeño tamaño. La Dona es de la fuerza aérea, y la fuerza aérea tiene ya lo que quiere: el control de la Tierra. ¿De qué utilidad podría serle la Luna, Marte, Venus?
    —¿Y de qué le sirven a cualquiera? —dije violentamente.
    —El espíritu humano, para eso son buenos. A través de las edades de la inquietud humana, han estado allí, esperando, en eterno reto; ahora tenemos el poder de hacerlo, y debemos aceptar la empresa aunque no sea sino porque rehusar un reto es el principio de la decadencia. Pero si se acepta se renueva la vida, y el obstáculo conquistado fortalece al hombre para el siguiente de mayor tamaño.

    »Pero hay razones más importantes —continuó Clary casi en un murmullo—. El hombre necesita un punto de vista más amplio, un horizonte más abierto. Dejémoslo salir al encuentro del universo y se hallará reflejado en él, no como terrestre con toda la estrechez y prejuicios de la mentalidad pueblerina, sino como hombre del espacio, ciudadano del universo.
    »Dondequiera que va, el hombre se encuentra a sí mismo. Aquí se hallará un hombre mejor porque ha dejado tras de sí todos los odios y prejuicios. Estos pesan demasiado. Todo lo que puede traer consigo son sus sueños, los que encumbran. Y aquí encontrará las respuestas que tan larga e inútilmente ha buscado allá abajo.

    La voz de Clary se extinguió en un murmullo inaudible. Se detuvo, y la visión de sus ojos murió como él resplandor del crepúsculo antes de la caída de la noche. Sus ojos se cerraron como sombras purpurinas.

    —Vete, Bruce —murmuró—. Quiero soñar.

    ¡Sueña, astronauta! Tus sueños son mejores que mi realidad. Adiós.


    VI


    Primero construimos el cubo con sus plataformas de aterrizaje por ambos lados, para recibir los taxis espaciales de forma oblonga, y después ensamblamos los cuatro túneles que, a modo de rayos, se desprendían del cubo de la Rueda. Aquellos ofrecerían el único modo práctico de trasladarse de un arco de la Rueda a otro. Al extremo de cada rayo, las secciones de plástico y nylon del borde empezaron a crecer.

    El área de trabajo disponible se multiplicó. Donde al principio sólo podían operar unos cuantos a la vez, pronto hubo sitio para todos. Después del primer mes empezaron a llegar los reemplazos que ocuparían el lugar de los heridos, los enfermos y los muertos. El ritmo de trabajo se estableció firmemente.

    Sin embargo, fueron los trabajadores de relevo con sus quejas acerca de la estrechez de los alojamientos, la incomible y monótona alimentación y las eternas incomodidades, quienes nos reinfectaron a quienes habíamos ya logrado una adaptación al difícil medio ambiente.

    Kovac nos trataba con dureza. Pero él mismo se trataba con mucho más rigor, aun cuando pocos de nosotros nos detuviéramos a considerarlo. Kovac sentía nuestras inquietudes y repentinamente hizo cambios en la organización. Nunca supe si hubo desacuerdo allá abajo, pero los envíos empezaron a llegar en diferente orden.

    Los plomeros, electricistas y caldereros, se apegaron a su oficio. Los soldadores y ajustadores iniciaron el revestimiento del plástico y el nylon con una delgada capa de aluminio cubierta con cerámica, e instalaron los reguladores de temperatura.

    El resto de nosotros trabajó en el interior fijando literas provisionales a los muros, instalando el aire acondicionado y el sistema de circulación de agua, aunque el complejo sistema de aprovechamiento de los desechos, y las algas productoras de oxígeno, tendrían que esperar hasta más tarde. Después ensamblamos lo que pudimos de la planta de energía solar.

    Dos meses después de haber llegado al espacio, nos cambiamos a la relativa comodidad de la parcialmente terminada Rueda. A estas alturas parecía más bien un gigantesco engrane.

    Es tal la naturaleza humana, que vimos nuestros nuevos alojamientos como el mismo cielo. Nos estiramos voluptuosamente en nuestro espacio asignado, de ocho por cuatro pies, que habríamos de compartir, claro está, con otros dos compañeros, en sus turnos de descanso.

    —¡Esto es vida, hombre, esto es vida!

    No se trataba solamente del espacio extra. El aire era mejor, más fresco, menos ponzoñoso, despojado de la molesta humedad. El control de la temperatura mejoró considerablemente y hasta teníamos una caseta, que más tarde sería empleada como ducha, en la cual tomábamos baños de esponja.

    Pero así somos los hombres; al poco tiempo empezamos a quejarnos nuevamente. Teníamos razones para hacerlo. La Rueda era un poco más confortable, pero continuaba siendo uno de los círculos del Infierno.

    —Mañana —anunció Kovac a través del sistema de sonido, haciendo una pausa como si pesara las consecuencias—, mañana haremos girar la rueda. Repórtense a mi oficina los capataces para recibir instrucciones.

    Aplaudimos entusiasmados. El movimiento giratorio, significaba el retorno del peso, una simulación de la gravedad.

    Pero la Rueda no fue diseñada para girar, hasta que el borde estuviera completo. Los rayos habrían de soportar tensiones que los diseñadores no podían calcular ni siquiera prever.

    El plan era anclar un taxi espacial a cada uno de los cuatro segmentos del aro. En cada taxi, un experimentado piloto de la fuerza aérea aplicaría lenta y simultáneamente suficiente poder, hasta que se estableciera el movimiento de rotación cada treinta y dos segundos. Ello simularía una gravedad de un tercio de la terrestre en el nivel extremo del aro.

    Se ordenó que todos salieran de la Rueda durante la operación, a excepción de los coordinadores. Los que no participaron en ella permanecieron como espectadores flotando en el espacio, uncidos a las etapas terceras por medio de líneas de seguridad. Con intervalos de cinco minutos, llevados por el hábito creado, tiraban de las cuerdas para colocarse a sí mismos dentro del radiante calor del círculo flamígero del Sol o en la absorbente negrura de la sombra, para ayudar a sus trajes espaciales a equilibrar la temperatura.

    Floté hasta el final de la línea atada al cubo. Busqué con la mirada a Jock Eckert.

    Colgando de una argolla, Jock ataba uno de los taxis. Probó la resistencia de cada una de las tres líneas, individualmente, así como los pasadores de seguridad, zarandeando el vehículo sin misericordia.

    —¡Vamos, Jock! —se quejó el piloto a través del circuito de intercomunicación—. ¡Ten compasión!
    —Si algo malo pasa —gruñó Eckert—, no va a ser en mi Sector.

    Pronto no quedó nada sin comprobar. Los ganchos se insertaron en las argollas que formaban parte integral de la cubierta de aluminio y se alejó Eckert. Flotó suavemente hacia mí.

    En tanto, entre el murmullo monótono de la voz que pasaba lista, se dejó oír su nombre.

    —¿Eckert?
    —Presente —dijo descuidadamente, e hizo funcionar el circuito que establecía la comunicación sólo entre los trajes espaciales—. Oí llegar el correo mientras estaba con Kovac.
    —Sí —le dije—. No hay nada para ti.
    —No se puede confiar en las faldas —dijo Jock—. No pueden ser fieles aunque les vaya en ello la vida. Cuando regrese, les enseñaré un par de cosas. —Se rio—. ¡A propósito! ¿Has sabido algo de Gloria?
    —No, pero ayer entregué mi renuncia a Kovac.
    —¿Y qué te respondió?
    —Me dijo que la C.I.C. había gastado veinte mil dólares en mí y que me obligaría a cumplir mi contrato.
    —¡El muy cerdo!
    —¿Patterson? —llamó nuevamente la lista.
    —Presente.
    —Aplaquen la charla. Se suspende la lista. ¿Todos preparados? Adelante. Listos los taxis.

    Un hilo de vapor salió del escape posterior de nuestro taxi. Las líneas se tensaron. El taxi se colocó en posición mediante breves disparos de sus cohetes.

    Jock se volvió, tirando de su línea, para ver los otros sectores. Cuando lo hubo hecho, detuvo su movimiento.

    —Está bien.
    —¡Listos! —dijo el coordinador—, uno... dos... tres...

    El taxi estaba al extremo de tres líneas tirantes. El vapor salió violentamente de su escape. Tiró de la pesada pero silenciosa estructura. Miré a Jock. A través del oscuro cristal de su casco, pude ver sus ojos fijos en la pequeña nave.

    La Rueda empezó a moverse.

    —Aquella línea —dijo Jock de súbito—. Es demasiado corta. Está ejerciendo demasiada tensión en aquella lámina.

    El vapor del escape se convirtió en llama.

    —¡La plancha se está soltando! —dijo Jock—. Si se suelta, ocurrirá lo mismo con las demás. ¡Dios sabe que pasaría a la Rueda! ¡Detengan todo! —gritó.
    —No tiene caso —le dije—. El sistema general de comunicación está desconectado. No pueden oírte.
    —No van a estropear mi trabajo —rugió Jock. Con un tirón de su línea de seguridad se impulsó vigorosamente en dirección de la incompleta sección del aro.

    Miré angustiado cómo una esquina de la plancha de metal se desprendía de sus remaches.

    —¡Jock! —grité—. ¡No lo intentes! ¡No puedes hacer nada!
    —Si puedo trabar mi línea en ese gancho, podré enlazarla con la siguiente y equilibrar la tensión.

    Sucedió con impresionante rapidez. La plancha se soltó, ondulando mortíferamente al extremo de la línea.

    Cortó el traje de Jock como un cuchillo caliente en mantequilla.


    VII


    El capitán Max Kovac permaneció en la entrada de nuestro compartimiento, con las piernas separadas por la desusada sensación de peso y el curtido rostro desprovisto de toda expresión.

    —La plancha no llegó a tocar a Eckert —dijo sin entonación—pero ya estaba muerto cuando pudimos alcanzarlo.
    —¿Qué lo mató entonces? —alguien preguntó.
    —La falta de aire. Sus células cerebrales murieron por falta de oxígeno —explicó el capitán, como si los detalles sirvieran de expiación—. Los fluidos de su cuerpo se evaporaron en el vacío.

    Yo permanecí tendido en mi litera.

    —Está muerto —dije—. ¿De qué sirve hablar de ello?

    Kovac me miró con frialdad.

    —Por fortuna la Rueda no sufrió mucho daño. Podemos regresar al trabajo en el siguiente turno.
    —Su satélite ya ha matado a veintitrés de nosotros —le dije—. ¿No está satisfecho?

    Sus ojos me quemaron.

    —¿Cree que yo no he muerto con cada uno de ellos? He tratado de hacerles entender... —se interrumpió—. No es mi satélite. Es de ustedes. Mi trabajo consiste en ayudarlos a construirlo y no estaré satisfecho hasta que se haya concluido.
    —¡Este trabajo asesino no vale la vida de un hombre como Jock Eckert! —gritó alguien tras de mí.

    Se elevó un sordo murmullo de asentimiento.

    —¿Supongamos que decidimos no terminar este armatoste? —dijo otro.
    —Ustedes firmaron para hacer un trabajo. —La voz de Kovac era metálica y desagradable—. ¡Tendrán que hacerlo!
    —¡Obligarnos! —gritó alguien—. Tenemos derecho a renunciar si lo deseamos. ¡La constitución nos ampara!
    —No los ampara. Y si los amparara... la constitución termina con la atmósfera. ¡Aquí tendrán que trabajar o atenerse a las consecuencias!
    —¿Cuáles consecuencias, capitán? —preguntaron.
    —No comerán.
    —Es tonto pensarlo, capitán. Sólo tiene a cinco pilotos de su confianza. No podrá obligarnos a trabajar o privarnos de comida. No a doscientos de nosotros.
    —¡No hable como un necio! —dijo Kovac con desprecio—. No están en la Tierra, y no podrán regresar sin las naves. Estarán aquí hasta que terminen su trabajo o yo los envíe de regreso.
    —Capitán, vamos —continuó la voz anónima—, ¿quién habla ahora como un necio? si nos hacemos cargo de la situación y pedimos ayuda por radio, ¿cuánto tiempo podría la C.I.C. sostener una situación así?
    —Tienen contratos. Rómpanlos y serán demandados.
    —¿Todos nosotros? ¡Tontería! La C.I.C. no podrá ir muy lejos después de que un jurado escuche por lo que hemos pasado.

    Kovac nos miró largamente.

    —Si han leído sus contratos —dijo calmadamente—, se darán cuenta de que cualquier desobediencia, organizada sobre el límite de las ciento veinte millas, es un motín. Y será tratado como tal. Ustedes dicen que sólo tengo a cinco hombres. Correcto. Pero estamos armados y dispararemos.

    »Quiero que piensen en lo que unas cuantas balas harían a esta estructura. Y pueden considerar esto: han perdido veintitrés hombres, pero lo peor ya ha pasado, y de aquí en adelante las bajas serán mucho menores. Si se amotinan, habrá más de veintitrés muertos antes de que termine.

    Se enfrentó a nosotros con las manos vacías, como si estuviera por abajo de su dignidad desenfundar una pistola, y nos miró de arriba a abajo. Nos movimos con incomodidad bajo aquella implacable presión. Entonces se volvió rápidamente, cruzó el umbral y cerró de golpe herméticamente la puerta.

    Por un momento nadie se movió; después un robusto soldador se lanzó a la puerta. Accionó la manija. Se volvió a nosotros con la ira y el temor luchando por dominar su semblante.

    —Está cerrada —dijo roncamente.
    —¡No puede hacer eso! —gritó alguien.
    —¡Nos puede agujerar un meteoro! —sugirió otra voz—. ¡Moriremos atrapados aquí!
    —¡Echemos abajo la puerta!

    Un grupo de ellos se movilizó en dirección de la puerta.

    —¡Un momento! —dijo George Kendrix. Todos escucharon su educada voz. Se detuvieron, no por simpatía ni por respeto, sino por la voz en sí y la advertencia que implicaba—. Morirán sin remedio si rompen esa puerta. Ya Kovac habrá evacuado el aire del siguiente compartimiento.

    Los hombres vieron el rostro, enjuto y sardónico de Kendrix y retrocedieron lentamente.

    —¿Qué vamos a hacer entonces? —preguntó uno de ellos en tono inerme.
    —No puede matarnos de hambre —dijo descuidadamente Kendrix—, y para alimentarnos, tendrá que abrir la puerta.
    —Podrá enviar gas anestésico a través del sistema de aire acondicionado —sugerí.

    Kendrix se encogió de hombros.

    —¿De qué le serviría? No puede hacernos trabajar contra nuestra voluntad. El habla de motín, pero no podrá dispararnos o matarnos si no intentamos ninguna violencia. Resistencia pasiva, amigos míos, es la respuesta al ultimátum del capitán Kovac.
    —Bien —dije—. Está muy bien. ¿Para qué sirve la Rueda, después de todo?

    Kendrix se irguió ligeramente y descansó en mí sus maliciosos ojos.

    —¿Para qué sirve? Para todo, Patterson. La C.I.C. está llenando plenamente sus funciones.
    —¿Qué quieres decir con eso?
    —Este es el mayor proyecto de alivio económico de todos los tiempos. Pensé que todos lo sabían. Estamos aquí para revivir la economía.

    Las implicaciones de las afirmaciones de Kendrix eran demasiado para nosotros. Si tenía razón, todas las bajas, todos los tormentos, todos los sacrificios, habían sido en vano. ¡No era sino un proyecto de alivio!

    —Cállate, profesor —gritaron.
    —¡Estás loco! —gritó otro.
    —Si creyera que eso es verdad —le dije lentamente—, si pensara que todo lo que hemos sufrido y pasado no es sino un...
    —¿Qué harías? —me preguntó vivamente Kendrix, estudiándome—. Nada. Eso es lo que harías. ¿Qué podrías hacer? Es una empresa legítima. Sabías en lo que te metías cuando firmaste el contrato, las incomodidades, los peligros. Eckert lo sabía también.
    —No sabes lo que dices profesor. Somos menos de doscientos aquí. ¿Qué clase de alivio económico podemos dar? —preguntó un muchacho rubio.

    Kendrix sonrió a su nuevo oponente verbal.

    —Te sientes solitario, ¿no es así muchacho? Pero por cada hombre aquí arriba hay cincuenta mil trabajando abajo: haciendo los cohetes que traen los suministros, el combustible que los mueve, el oxígeno que respira, produciendo y procesando los alimentos que consume, construyendo sus trajes y su satélite, y todas las incontables y costosas cosas necesarias para crear un medio ambiente de tipo terrestre en el ardiente y gálico vacío del espacio. Ustedes se encuentran en la cima de una pirámide construida con esfuerzos humanos. Ustedes son el pretexto para todo ello.
    —Se equivoca, profesor —contestó el chico rápidamente—. La Rueda, es el pretexto de todo.
    —Por supuesto —concedió Kendrix—. El Santo Grial. La piedra filosofal. Nadie los encontró jamás, pero la búsqueda fue inapreciable. Los experimentos de los alquimistas, por ejemplo, condujeron directamente a todos los milagros de la química moderna. Y ahora la Gran Rueda, la nueva piedra filosofal. Tales objetivos no son finales, sino metas. Los hombres no necesitan ser empujados sino conducidos. Y deben tener una justificación moral, real, aun para sus necesidades más obvias.
    —¡Oh, cállate! —dijo un rudo soldador desde el borde de su litera—. Déjanos dormir. Mañana habrá algo de acción.
    —¡Allí habla la humanidad! —señaló Kendrix—. ¡Escúchenla roncar! No la molesten con verdades. Como un oso iracundo, destrozará al hombre que lo despierte. Duerme amigo mío. Duerme. Aunque el mundo se desplome a tu alrededor, duerme, duerme...
    —¿Quién dice que el mundo se esté derrumbando? —Demandé.
    —Yo lo digo. —Los oscuros ojos de Kendrix se posaron en mí nuevamente—. ¿Cómo llamarías a la crisis del sesentaiséis? La sociedad humana es incapaz de atar sus propias energías, incapaz de consumir su propia abundancia. Debe desviar la inundación a menos que pretenda ahogarse en ella. La gran tragedia es que las aguas siempre retornan multiplicadas. Nuestra fertilidad nos ha dado alcance. No la fertilidad de los neo-maltusianos, sino la infinitamente más peligrosa fertilidad de la mente humana.

    Lo miré sin entender ni la mitad de lo que decía.

    —Si escogieran proyectos de desahogo económico, podrían escoger algo mejor que esto —le dije en tono desafiante.
    —¿Podrían?, ¿para cuántas carreteras podemos escoger el menor pretexto? ¿cuántas presas se pueden construir antes de que agotemos los ríos factibles y el mercado para la energía resultante? ¿Cuántas escuelas podemos construir? Muchas, te lo aseguro. Pero no las suficientes. Lo que es más, son obras de construcción y sólo emplean a trabajadores experimentados. ¿Y el resto de nosotros? Y lo más importante: las carreteras se pagan solas, las presas devuelven multiplicada la inversión, y las escuelas, bueno, las escuelas son el mejor negocio de todos.
    —¿Bien, por qué no había de ser negocio? —pregunté.

    Los hombres ya formaban coro alrededor de Kendrix, con los rostros serios e interesados.

    —¿No es para eso para lo que existe la C.I.C. —pregunté—, sino para invertir capital en proyectos promisorios y obtener lucro con ellos?
    —La C.I.C., Patterson —dijo gravemente Kendrix—, es la respuesta de la democracia a una economía incontrolable. Cuando la automatización nos dio alcance y la Dona hizo predecible el estado del tiempo en un noventa y nueve por ciento, incrementando al doble la producción agrícola, y los proyectiles orbitales de la Dona con sus cargas nucleares imposibilitaron las guerras agresivas, repentinamente nos vimos hundidos en la abundancia. ¿La C.I.C? Les diré lo que es. La C.I.C.: es una pala para arrojar nuestros excedentes al espacio.

    De una litera distante alguien gritó:

    —¿Acaso eres comunista?

    Kendrix se volvió y localizó a su interlocutor.

    —¡La refutación final de lo irrefutable! No, amigo mío, no soy comunista. Aun siendo mala nuestra economía, es mucho peor la economía sobrecontrolada; sólo puede producir deficiencias. Si pudiera elegir, preferiría morir de glotonería que de hambre. Para producir, el hombre necesita de un incentivo; pero denle uno y producirá en exceso. El único terreno aceptable es aquél en que la economía pasa de un estado a otro.
    —¿Existe una respuesta? —Kendrix pareció preguntarse a sí mismo—. Con seguridad existe una respuesta, algún lugar donde se encuentren el control y la empresa...

    Se interrumpió y nos miró.

    —El conocimiento tecnológico ha incrementado en progresión geométrica fantástica, en los últimos sesenta años, multiplicando el poder productivo, diez veces, en cada generación. Ni siquiera reconocimos el problema. Los excedentes fluyeron por los drenajes de dos guerras mundiales y los preparativos de una tercera.

    »La Dona cerró esos drenajes y nuestros excedentes no tienen a donde ir. No estábamos preparados para la inundación y casi nos ahogamos antes de encontrar un alivio. Entonces se presenta la C.I.C. con una inversión que se espera consuma una mayoría de nuestros excedentes durante las siguientes décadas: la conquista del espacio.

    Mis manos se aferraron al marco de aluminio de la litera.

    —No tiene sentido. Si ese es el único propósito de la C.I.C, sería más fácil tirar todo, quemarlo, enterrarlo...
    —¡Nunca! —dijo Kendrix sardónicamente—. O mejor dicho, no otra vez. Tratamos de hacerlo en la última gran depresión económica y la reacción sicológica fue desastrosa ¡Ya escucharon a su compañero! Déjenlo dormir, está pidiéndolo. No lo hagan enfrentarse al hecho de que puede conquistar el espacio pero no su propia economía. No le preocupemos con el rompecabezas de gente muriéndose de hambre mientras se incineran toneladas de alimentos. Si la humanidad ha de librarse de sus excedentes, debe ser por una causa que lo valga. Esta vez, es la cruzada del espacio.

    »La eterna agonía, como la C.I.C. descubrirá, es que esto que estamos construyendo, aun el esfuerzo en sí para construir la Rueda, llevará hacia nuevos descubrimientos y a mejores medios de hacer las cosas que intensificarán el problema. No habrá espacio respirable en el que el hombre no pueda descubrir los mensajes interiores de su propia economía, antes que los secretos de los vuelos espaciales o del universo mismo.

    Kendrix nos miró con aire de triunfo.

    —Y nosotros... nosotros somos los cruzados, las tropas de asalto de este poderoso ejército humano lanzado contra los cielos. Se suponía que tuviéramos algunas bajas. Esa es nuestra función. Por eso nos pagan triple sueldo.
    —No tenemos por qué detenernos aquí —dijo el muchacho de la litera superior, tercamente—, podemos continuar hasta los planetas y las estrellas. Así estaremos al mismo paso que nuestros excedentes.

    Reconocí que el chico aceptaba los argumentos de Kendrix como verdaderos.

    —Quizá —dijo irónicamente Kendrix—, los hombres hallarán lucro hasta en eso.

    Alguien rio.

    Después, el silencio. Y me di cuenta, de súbito, que el motín había terminado. Kendrix lo hizo. Por qué, no lo sé, pero lo hizo a plena conciencia y le dolió hacerlo. Sacrificó su acariciado concepto del hombre económico en aras de las necesidades del hombre. Desde este momento en adelante, tendría que pensar en un hombre íntegro, no en un fácil estereotipo fraccionado.

    Puso un espejo frente a nosotros, nos mostró cómo éramos realmente y los cimientos egoístas de nuestra ira se derrumbaron.

    Terminaríamos la Gran Rueda.


    VIII


    Caminé cojeando hasta la puerta que mostraba el desvaído número: 313. Me cansaba caminar. Descansé contra el marco de la puerta durante un momento, reuniendo fuerzas, y después llamé.

    Aún se atascaba la puerta. Se abrió rechinando, después de un minuto, y un hombre apareció en el umbral, con una camiseta, húmeda de sudor, pegada al pecho. Me miró sin ninguna simpatía.

    —¿Qué se ofrece?

    Me sobresalté. Comprendí que mi aspecto era extraño. Cojeando. Con el rostro enfermizo pero curtido. Y los ojos con cataratas.

    —Hace seis meses vivía aquí la señora Gloria Patterson —le dije—. ¿No sabe dónde se encuentra ahora?
    —Nos cambiamos hace seis meses. No había nadie. Nunca oí hablar de ella.
    —Tenía un bebé —insistí—. Un niño. ¿No dejó su dirección?
    —Si vivió aquí antes que nosotros, no dejó ni un gancho para ropa. —Empezó a volverse pero vaciló, como si aún hubiera algo de humanidad en él—. ¿Por qué no pregunta en las oficinas?
    —Ya lo hice.
    —Si tuvo un niño, sabrán algo en el hospital.
    —Vengo justo de allí.

    Empezó a cerrar la puerta.

    —Bueno, creo que no hay nada que pueda hacer por usted.

    Me volví.

    —No, creo que no.

    Caminé, cojeando, a lo largo de la acera. A mis espaldas se escuchó la llamada del hombre.

    —Si quiere dejar su nombre en caso que ella...

    No volví el rostro. Continué hasta el sitio donde se detenían los autobuses.

    El boletero me miró con impaciencia.

    —¿Una mujer rubia con un niño? Cada semana veo a cinco o seis como ella. ¿Cómo espera que recuerde a una en particular después de seis meses? Por lo que a mi respecta, lo mismo podía haber tomado un avión.

    Me recargué cansadamente contra el filo del mostrador y moví la cabeza.

    —Ella tenía miedo de volar. Seguro tomó el autobús. No tenía coche y el autobús es la única forma de salir de aquí.
    —Mire, amigo —me dijo el tipo amablemente—, no llegará a ninguna parte preguntando lo que ocurrió hace seis meses. Esa mujer debe haber venido de otro lado, aquí no hay nativos. Quizá tenga amigos o parientes en otra parte. ¿Por qué no la busca allá? La vida es dura para una mujer con un niño pequeño. No puede trabajar y cuidar del niño a la vez.
    —Tal vez tenga razón. ¿Cuándo pasa el siguiente autobús?
    —¿Hacia dónde?
    —Rumbo al Este —dije tras un momento de vacilación.
    —Una hora y media —dijo el vendedor de boletos—, espero que la encuentre... y que lo reciba a su lado.

    No respondí. Gloria no regresó a su pueblo, a menos que su hermana me hubiera mentido. Pero trataría otra vez. Tal vez su hermana mintió. Me dirigí lentamente hacia el bar.

    El cantinero deslizó un tarro de cerveza a través de la barra.

    —Tenga, amigo —dijo con simpatía—. Parece que esto es lo que necesita.
    —Gracias —dije. El bar con aire acondicionado estaba fresco y oscuro contrastando con el luminoso calor del desierto. El sudor corría por mi rostro mientras levanté el tarro.
    —Parece que se ha asoleado mucho —dijo el cantinero tratando de hacer conversación.
    —Así es. —Tomé un trago y me estremecí. El sabor era demasiado fuerte. Descansé el tarro y dibujé círculos en la humedad condensada de la barra. Parecían ruedas.
    —Como le decía, gracias a Dios que los muchachos construyeron la Gran Rueda. —La voz sonora, propia de un vendedor, sonó a mi derecha.

    Me volví violentamente y el hombre, sorprendido en el acto de ajustarse el cierre de cremallera, dio un salto hacia atrás, sorprendido.

    —¿Q-q-que pasa? —tartamudeó.
    —Perdone —murmuré.
    —Vino usted por el lado donde no veo bien.
    —¡Vaya! La verdad es que me asustó. Creí que iba a golpearme. —Me miró todavía con alguna hostilidad.

    Tomó su vaso de jaibol y se encaminó a la sinfonola del rincón. Dejó caer una moneda y eligió una grabación. Al regresar, dijo al cantinero:

    —Creo que los negocios han ido bien por acá, con la construcción y lo demás. Por Dios que las cosas están casi tan bien como antaño.

    El disco empezó a tocar. La melodía me era familiar aun cuando no pude identificarla.

    —Es la confianza —decía el vendedor—. Eso es. Es fe en la economía. Las mujeres quieren tener niños otra vez. Te diré francamente, Mac, por un tiempo me asusté. Vendo alimentos para niños, ¿sabes? temía tener que comérmelos yo mismo. Por eso es que digo: “gracias a Dios que los muchachos construyeron la Gran Rueda”. Esos chicos mostraron a la nación que no hay nada qué temer.

    La música estaba llena de efectos de sonido, zumbidos y ruidos de estática, pero pronto se desvanecieron y un coro de voces cantó con claridad:

    ... la Gran Rueda,
    en el camino a las estrellas,
    los hombres que la hicieron,
    los hombres del espacio…


    —Oí que no todo fue cantar y reír allá arriba —comentó el barman.
    —Siempre son rudas las cosas en el frente —dijo el vendedor—. Pero recibieron buena paga. Y obtuvieron algo más que eso. Podrán contar a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, que ayudaron a construir la Gran Rueda. Si yo fuera más joven, hubiera ido también allá arriba. Pienso lo que es poder decir: “Yo construí la Gran Rueda”.
    —Costó bastante trabajo —confirmó el barman.
    —Apuesto que sí —concedió el vendedor—. Mucho trabajo, como todas las cosas que valen la pena. ¡Sí señor! Me descubro ante los hombres que tuvieron las agallas de ir allá y hacer realidad sus sueños.

    Se inclinó confidencialmente sobre la barra.

    —Francamente, creo que las cosas están frenándose un poco ahora. Se terminaron las grandes obras de construcción. Aunque ya se habla de viajes a Marte y a Venus. No creo que será muy pronto. Así es como veo las cosas.

    Me levanté y cojeé hacia la puerta.

    —Hey, amigo —dijo el barman—, no terminó su cerveza.

    No miré hacia atrás. Pasé por la puerta giratoria y salí al desierto, escuchando la sinfonola que cantaba acerca de la inspiración, el valor, la fortaleza. Cuando falta el ánimo, decía, cuando el trabajo es excesivo...

    Miren arriba y vean la Rueda
    colgando en medio del cielo…


    Pero no era así. Y, lo más gracioso, era que, si alguien me lo preguntara, no hubiera podido decir cómo era.

    No existían palabras. Si se tuviera que decir algo acerca de como construimos la Rueda, les diría:


    Hubo cuatro hombres. Uno era un soñador, y encontró que sus sueños no bastaban. Otro era un constructor; para él sólo era otro trabajo más, pero fue el último. Uno era un hombre educado y aprendió que la gente es más importante que las teorías. Y otro tenía miedo y descubrió que no hay seguridad, ni modo de estar a salvo del temor, ni nada que valga la pena hacer, si no hay amor.

    Y para amar no hay razones.

    Fuimos a construir la Gran Rueda llevados por motivos erróneos y encontramos allá cosas equivocadas. Pero quizá eso no importaba. Pensaré acerca de ello y algún día tal vez seré capaz de creer que no importaba y que lo único digno de consideración, era ser hombre.

    Ese día quizá, me dará gusto haber ayudado, ser parte de los constructores de la Gran Rueda.


    El autobús ya estaba frente a la estación. La gente descendía de la frescura al calor del desierto.

    Me apresuré, balanceando mi pierna rígida. De repente, me detuve.

    Una mujer descendía, con un bebé en los brazos. No, no un bebé. Un chico con la cabeza erguida, los ojos curiosos, menor de un año de edad. Tal vez seis meses. Pero indiscutiblemente un chico.

    La mujer era rubia y su rostro me era conocido. Muy conocido.

    Me imaginé. Ella leyó acerca de nuestro regreso, de aquellos que quedábamos, y llevó la cuenta de los días durante seis meses.

    Ella aprendió también algo durante aquellos seis meses y regresó a esperarme. Esta vez seríamos más listos, pensé, sabiendo que éramos humanos y falibles; también que lo nuestro era más importante que los sentimientos heridos, y determinando lo que corresponde a hombres y mujeres.

    —¡Gloria! —grité.

    Ella levantó la vista y yo corrí olvidando mi pierna, olvidándolo todo, salvo la necesidad de estar con ella y de estrecharla, una vez más, entre mis brazos.


    Fin

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      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
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              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
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      - BLUR NEGRO - 1 - 2
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      - Quitar
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      - TITULO
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      - TODO EL SIDEBAR
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