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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
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  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
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  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
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  • Ancho igual a 1088
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  • Normal 1024
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  • + -

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


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    T 5 (8.3 seg)


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    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


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    T 10 (20 seg)


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    ÁCIDO SULFÚRICO (Amelie Nothomb)

    Publicado en diciembre 22, 2017

    El último grito en programas televisivos de entretenimiento se llama «Concentración». Por las calles de París se recluta a los participantes de este reality show, que serán trasladados al plató en vagones precintados como los que transportaban a los judíos durante el exterminio nazi y, después, internados en un campo. Ante las cámaras de televisión, los prisioneros son golpeados y humillados. El clímax llega cada semana, cuando los telespectadores ejercen el televoto: desde sus casas pueden eliminar-ejecutar a uno de los participantes. Pannonique, una estudiante de gran belleza, es reclutada. Zdena, una mujer sin empleo, se enamora de ella. Una pareja fatal: la víctima y el verdugo. Cuando la audiencia tiene que votar sale a la luz el sadismo inconsciente del público que deplora el horror pero es incapaz de perderse una entrega. Una historia que sirve como crítica de un mundo brutal y crudo de hipocresía biempensante: un mundo en el que incluso la denuncia del sistema pertenece al sistema.


    Primera parte


    Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo.

    No era necesaria ninguna cualificación para ser detenido. Las redadas se producían en cualquier lugar: se llevaban a todo el mundo, sin derogación posible. El único criterio era ser humano.

    Aquella mañana, Pannonique había salido a pasear por el Jardín Botánico. Los organizadores llegaron y peinaron minuciosamente el parque. De pronto, la joven se encontró dentro de un camión. Eso ocurrió antes del primer programa: la gente todavía no sabía qué les iba a ocurrir. Se indignaban. En la estación, les amontonaron en vagones de ganado. Pannonique vio que les estaban filmando: varias cámaras los escoltaban, sin perder ni el más mínimo detalle de su angustia.

    Entonces comprendió que rebelarse no sólo no serviría de nada sino que resultaría telegénico. Así pues, durante todo el viaje se mantuvo fría e inmóvil como el mármol. A su alrededor, lloraban niños, gruñían adultos y se sofocaban ancianos.

    Les desembarcaron en un campo parecido a los no tan lejanos campos de deportación nazis, con una diferencia nada baladí: habían instalado cámaras por todas partes.

    Para ser organizador tampoco era necesaria ninguna cualificación. Los jefes hacían desfilar a los candidatos y seleccionaban a aquellos que tenían «un rostro más significativo». Luego había que responder a cuestionarios de actitud.

    Zdena, que en su vida había aprobado un examen, fue admitida. Experimentó un inmenso orgullo. En adelante, podría decir que trabajaba en televisión. Con veinte años, sin estudios, un primer empleo: finalmente su círculo íntimo iba a dejar de burlarse de ella.

    Le explicaron los principios del programa. Los responsables le preguntaron si le resultaban chocantes.

    —No. Es fuerte -respondió ella.

    Pensativo, el cazatalentos le dijo que se trataba exactamente de eso.

    —Es lo que la gente quiere -añadió-. El cuento y el tongo se han acabado.

    Superó otros tests en los que demostró que era capaz de golpear a desconocidos, de vociferar insultos gratuitos, de imponer su autoridad, de no dejarse conmover por las lamentaciones.

    —Lo que cuenta es el respeto del público -dijo uno de los responsables-. Ningún espectador se merece nuestro desprecio.

    Zdena asintió.

    Le atribuyeron el grado de kapo.

    —Te llamaremos kapo Zdena -le dijeron.

    El término militar le gustó.

    —Menuda pinta, kapo Zdena -le lanzó a su propio reflejo en el espejo.

    Ni siquiera se dio cuenta de que ya estaba siendo filmada.

    Los periódicos no hablaban de otra cosa. Los editoriales estaban al rojo vivo, las grandes conciencias pusieron el grito en el cielo.

    El público, en cambio, pidió más desde la primera entrega. El programa, que llevaba la sobria denominación de Concentración, obtuvo un récord de audiencia. Nunca el horror había causado una impresión tan directa.

    «Algo está ocurriendo», comentaba la gente.

    A la cámara no le faltaban cosas que filmar. Paseaba sus múltiples ojos por los barracones en los que los prisioneros estaban encerrados: letrinas, amuebladas con jergones superpuestos. El comentarista destacaba el olor a orina y el húmedo frío que, por desgracia, la televisión no podía transmitir.

    Cada kapo tuvo derecho a algunos minutos de presentación.

    Zdena no daba crédito. Durante más de quinientos segundos, la cámara sólo tendría ojos para ella. Y aquel ojo sintético presagiaba millones de ojos de verdad.

    —No desaprovechéis esta oportunidad de mostraros simpáticos -les dijo un organizador a los kapos-. El público os ve como unas bestias primarias: demostradles que sois humanos.
    —Tampoco olvidéis que la televisión puede ser una tribuna para aquellos de vosotros que tengáis ideas, ideales -apuntó otro con una sonrisa perversa que era la viva expresión de todas las atrocidades que esperaba oírles proferir.

    Zdena se preguntó si tenía ideas. La confusión que bullía dentro de su cabeza y que ella denominaba pomposamente su pensamiento no la aturdió hasta el punto de concluir con una afirmación. Pero pensó que no tendría ninguna dificultad para inspirar simpatía.

    Es una ingenuidad corriente: la gente ignora hasta qué punto la televisión les afea. Zdena preparó su discurso delante del espejo sin darse cuenta de que la cámara no tendría con ella la indulgencia de su propio reflejo.

    Los espectadores esperaban con impaciencia la secuencia de los kapos: sabían que podrían odiarlos y que se lo habrían buscado, que incluso iban a proporcionarles un excedente de argumentos para su execración.

    No les decepcionaron. En su más abyecta mediocridad, las declaraciones de los kapos superaron sus expectativas.

    Sintieron una especial repulsión por una joven de rostro irregularmente anguloso llamada Zdena.

    —Tengo veinte años, intento acumular experiencias -dijo-. No hay que tener prejuicios respecto a Concentración. De hecho, creo que nunca hay que juzgar, porque ¿quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? Cuando termine este programa, dentro de un año, tendrá sentido sacar conclusiones. Ahora no. Sé que habrá quien opine que lo que aquí se le hace a la gente no es normal. Pero yo les hago la siguiente pregunta: ¿qué es la normalidad? ¿Qué es el bien y el mal? Algo cultural.
    —Pero kapo Zdena -intervino el organizador-, ¿le gustaría sufrir lo que sufren los prisioneros?
    —Es una pregunta deshonesta. En primer lugar, no sabemos lo que piensan los detenidos, ya que los organizadores no se lo preguntan. Incluso puede que no piensen nada.
    —Cuando cortas un pez vivo tampoco grita. ¿Eso le lleva a concluir que no sufre, kapo Zdena?
    —Ésa sí que es buena, me la apunto -dijo con una carcajada que intentaba provocar adhesiones-. ¿Sabe?, creo que si están en la cárcel es por algo. Digan lo que digan, creo que no es una casualidad si uno acaba aterrizando con los débiles. Lo que constato es que yo, que no soy ninguna blandengue, estoy del lado de los fuertes. En la escuela ya era así. En el patio, había el lado de las niñitas y de los moninos, yo nunca estuve con ellos, estaba con los duros. Nunca he buscado que nadie se apiade de mí.
    —¿Cree que los prisioneros intentan despertar la compasión de los demás?
    —Está claro. Les ha tocado el papel de buenos.
    —Muy bien, kapo Zdena. Gracias por su sinceridad.

    La joven salió del campo de la cámara, encantada con lo que acababa de decir. Ni ella misma sabía que tuviera tantos pensamientos. Disfrutó de la excelente impresión que iba a producir.

    Los periódicos no ahorraron invectivas contra el cinismo nihilista de los kapos y en particular de la kapo Zdena, cuyas opiniones en tono de superioridad produjeron consternación. Los editorialistas coincidieron varias veces sobre esa perla que atribuía el papel de bueno a los prisioneros: las cartas al director hablaron de estupidez autocomplaciente y de indulgencia humana.

    Zdena no comprendió para nada el desprecio de que era objeto. En ningún momento pensó haberse expresado mal. Llegó a la conclusión de que simplemente los espectadores y los periodistas eran unos burgueses que le reprochaban sus pocos estudios; atribuyó su reacción al odio hacia el proletariado lumpen. «¡Y pensar que yo los respeto!», se dijo.

    De hecho, dejó de respetarlos muy deprisa. Su estima se dirigió hacia los organizadores, con exclusión del resto del mundo. «Ellos por lo menos no me juzgan. La prueba es que me pagan. Y que me pagan bien.» Un error en cada frase: los jefes despreciaban a Zdena. Le tomaban el pelo, y a base de bien.

    Al contrario, si hubiera existido la más remota posibilidad de que uno u otro detenido saliera del campo con vida, lo cual no era el caso, habría sido recibido con honores de héroe. El público admiraba a las víctimas. La habilidad del programa consistía en mostrar su imagen más digna.

    Los prisioneros ignoraban quiénes eran filmados y lo que veían los espectadores. Aquello formaba parte de su suplicio. Los que se venían abajo tenían un miedo terrible a resultar telegénicos: al dolor de la crisis nerviosa se añadía la vergüenza de ser una atracción. Y, en efecto, la cámara no despreciaba los momentos de histeria.

    Tampoco los estimulaba. Sabia que el interés de Concentración radicaba en mostrar, cuanto más mejor, la belleza de aquella humanidad torturada. Así fue como muy rápidamente eligió a Pannonique.

    Pannonique lo ignoraba. Eso la salvó. Si hubiera sospechado que era el blanco preferido de la cámara, no habría aguantado. Pero estaba convencida de que un programa tan sádico sólo se interesaba por el sufrimiento.

    Así pues, se dedicó a no expresar ningún dolor. Cada mañana, cuando los seleccionadores pasaban revista a los contingentes para decretar cuáles de ellos se habían convertido en ineptos para el trabajo y serían condenados a muerte, Pannonique disimulaba su angustia y su repugnancia tras una máscara de altanería. Luego, cuando pasaba toda la jornada quitando escombros del túnel inútil que les obligaban a construir bajo la baqueta de castigo de los kapos, su rostro carecía de expresión. Finalmente, cuando les servían a esos hambrientos la inmunda sopa de la noche, se la tragaba sin expresión.

    Pannonique tenía veinte años y el rostro más sublime que uno pueda imaginar. Antes de la redada, era estudiante de paleontología. La pasión por los diplodocus no le había dejado demasiado tiempo para mirarse en los espejos ni para dedicar al amor una juventud tan radiante. Su inteligencia hacía que su esplendor resultara todavía más aterrador.

    Los organizadores no tardaron en fijarse en ella y en considerarla, con razón, una de las grandes bazas de Concentración. Que una chica tan guapa y tan encantadora estuviera prometida a una muerte a la que se asistiría en directo creaba una tensión insostenible e irresistible.

    Mientras tanto, no había que privar al público de los deleites a los que invitaba su magnificencia: los golpes se ensañaban con su espléndido cuerpo, no demasiado fuerte, con el objetivo de no estropearla en exceso, pero lo bastante para despertar el horror puro y duro. Los kapos también tenían derecho a insultar y no se privaban de injuriar con las mayores bajezas a Pannonique, para mayor emoción de los espectadores.


    La primera vez que Zdena vio a Pannonique, hizo una mueca.

    Nunca había visto nada parecido. ¿Qué era? A lo largo de su vida se había cruzado con mucha gente pero nunca había visto nada igual a lo que había sobre el rostro de aquella joven. En realidad, no sabía si era sobre su rostro o en el interior de su rostro.

    «Puede que las dos cosas», pensó con una mezcla de miedo y de repugnancia. Zdena odió aquella cosa que tanto la incomodaba. Le oprimía el corazón como cuando comes algo indigesto.

    De noche, la kapo Zdena volvió a pensar en ello. Poco a poco, se dio cuenta de que no pensaba en otra cosa. Si le hubieran preguntado lo que eso significaba, habría sido incapaz de responder.

    Durante el día, se las apañaba para estar lo más a menudo posible cerca de Pannonique, con el objetivo de observarla de reojo y de comprender por qué aquella apariencia la obsesionaba.

    Sin embargo, cuanto más la examinaba, menos comprendía. Guardaba un recuerdo muy borroso de las clases de historia de la escuela, cuando tenía doce años. En el libro de texto, se reproducían cuadros de pintores del pasado, le habría costado lo suyo decir si se trataba de la Edad Media o de un siglo posterior. A veces reproducían imágenes de damas -¿vírgenes?, ¿princesas?— cuyos rostros tenían aquel mismo misterio.

    Siendo una adolescente, había pensado que se trataba de algo imaginario. Semejantes rostros no existían. Lo había comprobado en su círculo íntimo. No debía tratarse de belleza ya que, en televisión, las que se suponían que eran guapas no eran así.

    Y he aquí que ahora aquella desconocida presentaba aquel rostro. Así que existía. ¿Por qué uno se sentía tan incómodo cuando lo veía? ¿Por qué daba ganas de llorar? ¿Acaso ella era la única que experimentaba eso?

    Zdena acabó por no poder dormir. Cada vez tenía más marcadas las ojeras. Las revistas decretaron que la más animal de las kapos tenía, cada vez más, cara de bestia.


    Desde su llegada al campo, los prisioneros habían sido desprovistos de su ropa y se les había entregado un uniforme reglamentario de su talla: pijamas para los hombres, batas para las mujeres. Una matrícula que les tatuaban sobre la piel se convertía en su único nombre autorizado.

    CKZ 114 -así se llamaba Pannonique- se había convertido en la ninfa Egeria de los espectadores. Los periódicos dedicaban artículos enteros a aquella joven de admirable belleza y clase, cuya voz nadie conocía. Destacaban la noble inteligencia de su expresión. Su foto ocupaba las portadas de numerosas revistas. En blanco y negro, en color, todo la favorecía.

    Zdena leyó un editorial en honor de «la hermosa CKZ 114».

    Hermosa: así que era eso. La kapo Zdena no se había atrevido a formularlo en estos términos, partiendo del principio que no entendía nada. Sin embargo, se sintió bastante orgullosa de haber sido capaz, si no de comprender, por lo menos de percibir el fenómeno.

    La belleza: así que el problema de CKZ 114 era ése. Las chicas guapas de la televisión no habían despertado en Zdena aquel malestar, y eso le hizo llegar a la conclusión de que quizá no eran realmente guapas. Concentración le enseñaba en qué consistía la auténtica belleza.

    Recortó una fotografía especialmente lograda de CKZ 114 y la colgó cerca de su cama.


    Los detenidos tenían en común con los espectadores que conocían el nombre de los kapos. Éstos no perdían ninguna ocasión de vociferar su propia identidad, como si tuvieran la necesidad de escucharla.

    Durante la selección de la mañana, la cosa sonaba así:

    —¡Hay que mantenerse firmes delante del kapo Marko!

    O en los trabajos del túnel:

    —Oye, tú, ¿a eso le llamas obedecer al kapo Jan?

    Existía cierta paridad entre los kapos, incluso en maldad, brutalidad y estupidez.

    Los kapos eran jóvenes. Ninguno superaba los treinta años. No habían faltado candidatos de más edad, incluso viejos. Pero los organizadores pensaron que la violencia ciega impresionaría más si emanaba de cuerpos juveniles, de músculos adolescentes y de rostros sonrosados.

    Incluso había un fenómeno, la kapo Lenka, una voluptuosa vampiresa que intentaba gustar constantemente. No se conformaba con provocar al público y contonearse delante de los otros kapos: llegaba al extremo de intentar seducir a los prisioneros, restregándoles su escote por la cara y lanzando miradas a sus sometidos. Aquella ninfomanía, sumada a la atmósfera mefítica que reinaba en el programa, resultaba tan repugnante como fascinante.


    Los detenidos también tenían en común con los espectadores que ignoraban el nombre de sus compañeros de infortunio. Les habría gustado saberlo, teniendo en cuenta hasta qué punto la solidaridad y la amistad les resultaban indispensables; sin embargo, el instinto les advertía del peligro de saberlo.

    No tardaron en tener un ejemplo grave de que estaban en lo cierto.

    La kapo Zdena multiplicaba las ocasiones de estar cerca de la joven CKZ 114. Las instrucciones no habían cambiado: si había que golpear gratuitamente a alguien, adelante y carta blanca.

    Amparándose en aquella consigna, Zdena podía invocar el sentido del deber para descargar su rabia sobre Pannonique. Para hacerlo empleaba un celo particular. Sin por ello transgredir las órdenes, que eran no dañar su belleza, la kapo pegaba a CKZ 114 más de lo conveniente.

    Los organizadores se habían percatado de ello. No desaprobaron su disposición: ver desencadenarse aquella encarnación de la brusquedad que era Zdena sobre la desgarradora delicadeza de la joven resultaba telegénico.

    No le habían dado demasiada importancia a otra señal de la obsesión de la kapo: no dejaba de nombrar, o mejor dicho de «matricular» a su víctima. Sonaba así:

    —¡Levántate, CKZ 114!

    O:

    —¡Te voy a enseñar lo que es obedecer, CKZ 114!

    O:

    —¡Vas a ver lo que es bueno, CKZ 114!

    O este simple grito, muy indicativo:

    —¡CKZ 114!

    A veces, cuando ya no podía más de golpear el joven cuerpo, lo tiraba al suelo suspirando:

    —¡Por esta vez lo dejamos aquí, CKZ!

    Frente a semejante trato, Pannonique demostraba un coraje y una entereza admirables. No dejaba de apretar los dientes y se aplicaba en ahogar hasta los gemidos de dolor.

    En la unidad de Pannonique había un hombre de unos treinta años a quien aquel martirio sacaba de quicio. Habría preferido mil veces ser él el golpeado antes que asistir al recurrente suplicio de la joven. En el descanso, una noche, aquel a quien llamaban EPJ 327 se acercó para hablarle:

    —Se ensaña con usted, CKZ 114. Resulta insoportable.
    —Si no fuera ella sería otro.
    —Lo que más me gustaría es que fuera otro el golpeado.
    —¿Y qué quiere que haga, EPJ 327?
    —No lo sé. ¿Quiere que hable con ella?
    —Sabe que no tiene derecho a hacerlo, y que eso tendría como único resultado redoblar su violencia.
    —¿Y si le hablara usted?
    —No tengo más derechos que usted.
    —No estoy seguro. La kapo Zdena está obsesionada con usted.
    —¿Cree que tengo ganas de entrar en su juego?
    —Entiendo.

    Hablaban en voz muy baja, por miedo a que alguno de los omnipresentes micrófonos captara su conversación.

    —CKZ 114, ¿puedo preguntarle cómo se llama?
    —En otros tiempos, me habría encantado decírselo. Ahora, intuyo que sería muy imprudente.
    —¿Por qué? Yo, si quiere, estoy dispuesto a revelarle que me llamo…
    —EPJ 327. Usted se llama EPJ 327.
    —Es duro. Necesito que sepa mi nombre. Y necesito saber el suyo.

    Empezaba a alzar el tono de voz, de desesperación. Ella le puso un dedo sobre los labios. Él se estremeció.


    En realidad, la pasión de la kapo Zdena superaba la de EPJ 327: ardía en deseos de saber el nombre de CKZ 114. De tanto rugir su matrícula, unas cuarenta veces al día, le resultaba insatisfactorio.

    No es casual que los humanos lleven nombres en lugar de matrícula: el nombre es la llave de la persona. Es el delicado ruido de su cerradura cuando queremos abrir su puerta. Es la metálica melodía que hace que el don sea posible.

    La matrícula es al conocimiento de los demás lo que el carnet de identidad a la persona: nada.

    Zdena percibió con furor aquella limitación de su poder: ella, que tenía derechos tan extendidos y monstruosos sobre la detenida CKZ 114, no poseía los medios para saber su nombre. Éste no figuraba en ninguna parte: cuando llegaban al campo, la documentación de los prisioneros era quemada.

    Sólo podría enterarse del nombre de CKZ 114 a través de la boca de la interesada.

    Sin saber si esta pregunta estaba autorizada, Zdena se acercó a la joven con cierta discreción en el momento de las obras del túnel y le susurró al oído:

    —¿Cómo te llamas?

    Pannonique dirigió hacia ella un rostro estupefacto.

    —¿Cuál es tu nombre? — volvió a murmurar la kapo.

    CKZ 114 negó con la cabeza con una expresión definitiva. Y volvió a quitar las piedras y los escombros.

    Derrotada, Zdena agarró su baqueta y molió a golpes a la insolente. Cuando por fin se detuvo, al límite de sus fuerzas, la víctima, pese al sufrimiento, le lanzó una mirada divertida que parecía decir: «¡Si crees que con estos métodos vas a doblegarme…!» «Soy una imbécil», pensó la kapo. «Para conseguir lo que quiero, la destruyo. ¡Qué idiota eres, Zdena! Pero no es sólo culpa mía: se está burlando de mí, me saca de quicio, entonces pierdo el control. ¡Ella se lo busca!»

    Al visionar las cintas sin descodificar, Zdena vio que CKZ 114 había mantenido una conversación con EPJ 327. Hurtó pentotal de la enfermería y le inyectó una dosis a EPJ 327. El suero de la verdad le soltó la lengua al infeliz, que se puso a hablar más de la cuenta:

    —Me llamo Pietro, Pietro Livi, necesitaba tanto decirlo, necesito tanto saber el nombre de CKZ 114, tenía razón al no decírmelo, si no estaría revelándolo, kapo Zdena, te odio, eres todo lo que desprecio y CKZ 114 es todo lo que amo, la belleza, la nobleza, la gracia, si pudiera matarte, kapo Zdena…

    Creyendo que ya había oído bastante, le golpeó en la cabeza. Otros organizadores la detuvieron: no tenía derecho a torturar a los prisioneros para su propio placer egoísta.

    —Haz lo que quieras, kapo Zdena, ¡pero delante de las cámaras!

    En cuanto al pentotal, le fue confiscado.

    «Si no fuera la reina de las cretinas», pensó Zdena, «le habría inyectado el pentotal a CKZ 114. Ahora, no podré acceder a él, y no podré saber su nombre. El periódico tenía razón: soy la estupidez complaciente.»

    Era la primera vez en su vida que Zdena tenía conciencia y vergüenza de su nulidad.


    En la carrera de baquetas, se hizo relevar por otros kapos. No eran bestias lo que faltaban para querer desahogarse sobre el débil cuerpo de CKZ 114.

    En un primer momento, Zdena sintió que progresaba. Ya no sentía tanta necesidad de destruir lo que la obsesionaba. A veces, para no dar la impresión de no estar haciendo nada, la emprendía a golpes con otros prisioneros. Pero aquello no tenía ninguna importancia.

    Poco a poco, su conciencia se enturbió. Al fin y al cabo, ¿cómo podía sentirse satisfecha consigo misma? CKZ 114 seguía sufriendo tanta violencia como antes. Lavarse las manos ante determinada situación no significaba ser inocente.

    Una parte oscura de Zdena también le susurraba al oído que cuando era ella la que se ensañaba con CKZ 114 había algo sagrado en aquel ensañamiento. Mientras que ahora la joven era sometida al maltrato común, al horror ciego, al suplicio vulgar. Decidió reafirmarse en su elección. De nuevo fue la kapo Zdena quien molió a palos a la hermosa joven. Cuando ésta vio regresar a la verdugo que se había alejado de ella durante siete días, su mirada expresó una perplejidad que parecía preguntarse por el sentido de tan extraña actitud.

    Zdena volvió a hacerle la pregunta:

    —¿Cómo te llamas?

    Y ella volvió a no responderle, sin abandonar esa expresión burlona que la kapo acertaba al interpretar como: «¿Acaso crees que voy a vivir tu regreso como una bendición por la que tengo que darte las gracias?»

    «Tiene razón», pensó Zdena, «tengo que darle motivos para que se alegre.»


    EPJ 327 le contó a CKZ 114 el interrogatorio al que le habían sometido.

    —¿Se da cuenta? — le dijo-. No debe saber mi nombre.
    —Ahora sabe el mío, pero está claro que eso le importa un bledo. Usted es la única obsesión de la kapo Zdena.
    —Es un privilegio del que muy a gusto prescindiría.
    —Estoy seguro de que podría sacarle provecho.
    —Prefiero no saber lo que insinúan sus palabras.
    —No lo decía en un sentido humillante. No tiene idea de lo mucho que la aprecio. Y estoy agradecido por ello: nunca había tenido tanta necesidad de querer a alguien como desde que estamos en este infierno.
    —Yo nunca había tenido tanta necesidad de continuar con la cabeza bien alta. Es lo único que me hace seguir adelante.
    —Gracias. Su orgullo es el mío. Tengo la impresión de que también es el de todos los que estamos aquí.

    Estaba en lo cierto. Los prisioneros también notaban que sus miradas se sentían atraídas por su belleza.

    —¿Sabía que las opiniones más sublimes sobre la gloria de Corneille fueron escritas por un judío francés en 1940? — dijo EPJ 327.
    —¿Era usted profesor? — preguntó la joven.
    —Lo sigo siendo. Me niego a hablar de ello en pasado.


    —¿Así que has vuelto a moler a palos a CKZ, kapo Zdena? — bromeó el kapo Jan.
    —Sí -dijo sin darse cuenta de que se burlaban de ella.
    —¿Te gusta, verdad? — preguntó el kapo Marko.
    —Sí -respondió ella.
    —Te encanta pegarle. No puedes vivir sin ello.

    Zdena reflexionó muy deprisa. Tuvo el instinto de mentir.

    —Sí, me gusta.

    Los otros rieron largamente.

    Zdena pensó que dos semanas antes no habría sido una mentira.

    —¿Chicos, puedo pediros algo? — preguntó ella.
    —Prueba a ver.
    —Que me la dejéis a mí.

    Los kapos gritaron de risa.

    —De acuerdo, kapo Zdena, te la dejamos -dijo el kapo Jan-. Con una condición.
    —¿Cuál? — preguntó Zdena.
    —Que luego nos lo cuentes.


    Al día siguiente, en las obras del túnel, CKZ 114 vio cómo se le acercaba la kapo Zdena, con su fusta en la mano.

    La cámara enfocó a aquel par de chicas que tanto obsesionaba a los espectadores.

    Pannonique redobló sus esfuerzos, sabiendo que su celo no le serviría de nada.

    —¡Eres una gallina, CKZ 114! — gritó la kapo. Una lluvia de golpes de fusta cayó sobre la prisionera.

    Inmediatamente, Pannonique se dio cuenta de que no sentía nada. La fusta había sido sustituida por una imitación inofensiva. CKZ 114 tuvo el reflejo de fingir el dolor retenido.

    Luego lanzó una fugaz mirada hacia el rostro de la kapo. En él leyó una intensidad significativa: la verdugo estaba en el origen de aquel secreto y sólo lo compartía con su víctima.

    En décimas de segundo, Zdena volvió a ser una kapo ordinaria que gritaba su odio.


    Después de una semana de falsa fusta, la kapo Zdena volvió a preguntarle a CKZ 114:

    —¿Cómo te llamas?

    Pannonique no respondió. Sus ojos sonrieron a los de su enemiga. Recogió su cuota de escombros y los llevó al montón común. Luego regresó a su depósito de escombros.

    Zdena la estaba esperando, con expresión insistente, como si quisiera darle a entender que su trato de favor merecía una recompensa.

    —¿Cómo te llamas?

    Pannonique se lo pensó un instante antes de responder:

    —Yo me llamo CKZ 114.

    Era la primera vez que un kapo la oía hablar.

    A falta de decirle su nombre a Zdena, le ofrecía un regalo inesperado: el sonido de su voz. Un sonido sobrio, severo y puro. Una voz de timbre extraño.

    Zdena se sintió tan desconcertada que no se dio cuenta de la respuesta evasiva.

    La kapo no fue la única en notar el fenómeno. A la mañana siguiente, numerosas crónicas llevaban por título: ¡HA HABLADO!

    Resultaba tremendamente extraño que un prisionero hablara. La prueba es que ningún medio de comunicación había conseguido captar la voz de CKZ 114. De su parte sólo habían podido oírse leves gemidos a consecuencia de los golpes. Ahora, en cambio, había dicho algo: «Yo me llamo CKZ 114.»

    «Lo más singular de este enunciado», escribió un periodista, «es el yo. Así, esa joven que, ante nuestra consternada mirada, sufrió la peor de las infamias, la violencia absoluta, esa joven a la que veremos morir y que ya está muerta, puede todavía iniciar con orgullo una frase con un yo triunfante, una afirmación de sí misma. ¡Qué lección de coraje!»

    Otro periódico ofrecía un análisis opuesto:

    «Esa joven está declarando públicamente su derrota. Toma -¡ya era hora!— la palabra, pero para confesarse derrotada, para decir que, en adelante, la única identidad que reconoce como propia es esa matrícula del horror bárbaro.»

    Ningún medio captó la auténtica naturaleza de lo que había ocurrido: la acción sólo había tenido lugar entre aquellas dos chicas y sólo tenia sentido para ellas. Y su significado gigantesco era: «Acepto dialogar contigo.»


    Los otros detenidos no entendieron mucho más. Todos sentían la más honda admiración por CKZ 114. Era su heroína, esa cuya nobleza proporcionaba el coraje de volver a levantar cabeza.

    Una mujer joven que llevaba la matrícula MDA 802 le dijo a Pannonique:

    —Está bien, se lo estás haciendo pagar caro.
    —Si no tiene inconveniente, prefiero el tratamiento de usted.
    —Creía que éramos amigas.
    —Precisamente por eso. Dejemos el tuteo para los que no nos quieren.
    —Me resultará difícil hablarle de usted. Tenemos la misma edad.
    —Los kapos también tienen nuestra edad. Ésa es la prueba de que, pasada la infancia, una edad idéntica no basta para constituir un punto en común.
    —¿Cree que llamarnos de usted servirá de algo?
    —Lo que nos diferencia de los kapos resulta forzosamente indispensable. Como todo lo que nos recuerde que, a diferencia de ellos, somos individuos civilizados.


    Esta actitud se propagó. Pronto ningún prisionero tuteó a otro.

    Aquel tratamiento de usted generalizado tuvo consecuencias. Nadie se quiso menos ni tuvo menos intimidad pero todos se respetaron infinitamente más. No se trataba de una deferencia formal: se tenían más estima unos a otros.

    La comida de la noche era miserable: pan duro y una sopa tan clara que resultaba milagroso que la taza contuviera alguna piel de verdura. Sin embargo, había tanta hambre y las cantidades eran tan escasas que aquella colación era esperada con ansia. Los que recibían aquella pitanza se abalanzaban encima sin hablar y la comían poco a poco, con expresión apática, midiendo los bocados.

    No resultaba extraño que, al terminar su ración, alguien rompiera a llorar al pensar que tendría el estómago tan vacío hasta el día siguiente por la noche: haber vivido sólo para aquella lamentable comida y ya no tener esperanza por nada, sí, había motivos para llorar.

    Pannonique ya no soportaba aquel sufrimiento. Durante una comida, empezó a hablar. Como una invitada alrededor de una mesa bien provista, inició la conversación con los integrantes de su unidad. Recordó las películas que le habían gustado y los actores a los que admiraba. Un vecino estuvo de acuerdo, otro se indignó, ella le contradijo, explicó su punto de vista. El tono subió. Cada uno tomó posición. Hubo quien se entusiasmó. Pannonique rompió a reír.

    Sólo EPJ 327 se percató de ello.

    —Es la primera vez que la veo reír.
    —Río de felicidad. Hablan, discuten, como si fuera importante. ¡Es maravilloso!
    —Usted es la que es maravillosa. Gracias a usted han olvidado que estaban comiendo mierda.
    —¿Usted no?
    —Yo no es el primer día que me doy cuenta de su poder. Sin usted, estaría muerto.
    —Morirse no es tan fácil.
    —Aquí nada resulta más sencillo. Basta con mostrarse inepto para el trabajo y a la mañana siguiente te ejecutan.
    —Sin embargo, uno no puede decidir morirse.
    —Sí. A eso se le llama suicidio.
    —Muy pocos seres humanos son realmente capaces de suicidarse. Yo soy como la mayoría, tengo instinto de supervivencia. Usted también.
    —Sinceramente, no estoy seguro de que lo tuviera sin usted. Ni siquiera en mi vida anterior había conocido a alguien de su especie: un ser al que uno pueda dedicar su pensamiento. Me basta pensar en usted para salvarme del asco.


    La mesa de Pannonique ya no conoció cenas sórdidas. Las unidades contiguas comprendieron el principio y lo imitaron: nadie más volvió a comer en silencio. El comedor se convirtió en un lugar ruidoso.

    El hambre seguía siendo la misma y, sin embargo, nadie rompía a llorar al terminar su pitanza. No por ello dejaban de adelgazar. CKZ 114, que ya era delgada cuando llegó al campo, había perdido la dulce redondez de sus mejillas. La belleza de sus ojos se incrementó, la belleza de su cuerpo se deterioró.

    A la kapo Zdena le preocupó. A escondidas, intentó darle provisiones al objeto de su obsesión. CKZ 114 las rechazó, horrorizada ante la idea de lo que la esperaba si las aceptaba.

    O el gesto de Zdena era grabado por la cámara y CKZ 114 padecería un castigo cuya naturaleza prefería no saber.

    O el gesto no era grabado por la cámara, y CKZ 114 prefería no saber la naturaleza del agradecimiento que la kapo le exigiría.

    Por otra parte, se moría de hambre. Resultaba terrible dejar escapar tabletas de chocolate cuya mera idea la ponían enferma de deseo. A falta de otra solución, sin embargo, tuvo que resignarse a ello.

    MDA 802 se dio cuenta de aquel tejemaneje y le produjo una inmensa cólera.

    Durante la pausa, en voz baja, se acercó a reprender a su compañera de infortunio:

    —¿Cómo se atreve a rechazar alimentos?
    —Eso es cosa mía, MDA 802.
    —No, también es cosa nuestra. Ese chocolate, podría compartirlo.
    —Pues vaya usted a hablar con la kapo Zdena.
    —Sabe perfectamente que sólo se interesa por usted.
    —¿No le parece que debería quejarme por ello?
    —No. Todos querríamos que alguien se acercara para ofrecernos chocolate.
    —¿A qué precio, MDA 802?
    —Al precio que usted fije, CKZ 114.

    Se marchó, furiosa.

    Pannonique reflexionó. MDA 802 tenía razón. Se había mostrado egoísta: «Al precio que usted fije»: sí, tenía que existir una manera de trapichear sin por ello abdicar.


    Después de las palabras de EPJ 327, Zdena no era capaz de pensar. Los fenómenos que percibía en el interior de su cabeza, sin embargo, eran comparables. Ella también conocía el asco del que le había hablado. Lo sentía hasta el punto de poder llamarlo por su nombre.

    En su primera juventud, cuando la despreciaban, cuando delante de ella se despreciaba lo que se desconocía, cuando se destruía gratuitamente algo hermoso, cuando alguien se ensañaba con otro por el simple placer de revolverse en el fango y provocar la risotada, Zdena experimentaba un persistente malestar que su cerebro había bautizado como asco.

    Se había acostumbrado a vivir con aquella inmundicia, repitiéndose que se trataba de una carga común, incluso alimentándola para tener la ilusión de no ser siempre su víctima. Pensaba que valía más provocar el asco que padecerlo.

    En rarísimas ocasiones, el asco se desvanecía. Cuando oía una melodía que le parecía hermosa, cuando salía de un lugar asfixiante y recibía de lleno la generosidad del aire gélido, cuando el exceso de alimento de un banquete se olvidaba con un trago de vino áspero, era mejor que una tregua: de repente el asco se invertía y no existía una palabra para expresar su antónimo, no se trataba ni de apetito ni de deseo, se trataba de algo mil veces más intenso, una fe en algo demasiado vasto que se dilataba dentro de su ser hasta el extremo de hacer que sus ojos se salieran de las órbitas.

    Pannonique le producía el mismo efecto. Una sensación sin nombre para una persona sin nombre: había demasiados innombrados en aquel asunto. Al precio que fuera, Zdena averiguaría el nombre de CKZ 114.


    Adelgazarse era menos un problema estético que una cuestión de vida o muerte. Por la mañana, durante la primera inspección, se pasaba revista a los detenidos: aquellos que parecían demasiado demacrados para ser viables eran seleccionados en la fila mala.

    Algunos prisioneros escondían trapos bajo su uniforme con el objetivo de dar consistencia a su silueta. No perder demasiado peso era una angustia permanente.

    Una unidad estaba compuesta por diez personas. Pannonique estaba obsesionada por la salud de aquellos diez individuos, entre los cuales estaban EPJ 327 y MDA 802. Pero la inconsciente presión que sobre ella ejercía su unidad para que aceptara el chocolate de la kapo le resultaba insoportable.

    El horror de las circunstancias exacerbaba su orgullo. «Mi nombre vale más que un poco de chocolate», pensaba.

    Mientras tanto, ella también seguía adelgazando. Ser la ninfa Egeria del público no la protegía de la muerte: los organizadores ya se frotaban las manos pensando en la telegenia de su agonía retransmitida por cinco cámaras.

    Zdena fue presa del pánico. Dado que CKZ 114 se obstinaba en rechazar el chocolate que ella le ofrecía, la kapo se lo metió a la fuerza en el bolsillo de su bata. Inmediatamente, la joven esbozó un gesto de duplicidad. Zdena se quedó tan pasmada ante semejante atrevimiento que, ni corta ni perezosa, metió una segunda tableta en el bolsillo de su protegida.

    Ésta le dirigió una ambigua mirada de agradecimiento. Zdena no daba crédito a tanta soberbia. «Pues si que se da aires», pensó. Sin embargo, convino que tenía toda la razón.


    Durante la cena, Pannonique fue repartiendo, debajo de la mesa, de rodilla en rodilla, trozos de chocolate que despertaron un patético entusiasmo. Los prisioneros devoraron aquel botín con éxtasis.

    —¿Se lo ha dado la kapo Zdena? — preguntó MDA 802.
    —Sí.

    EPJ 327 hizo una mueca de desagrado al pensar en lo que CKZ 114 había tenido que pagar a cambio.

    —¿Cuál ha sido el precio? — la interrogó MDA 802.
    —Ninguno. Lo he conseguido a cambio de nada.

    EPJ 327 soltó un suspiro de alivio.

    —Se preocupa por su vida -comentó MDA 802.
    —¿Lo ve? Hice bien en no despilfarrar mi nombre -dijo CKZ 114.

    Hubo una carcajada general.


    Se convirtió en una costumbre: cada día la kapo metía disimuladamente dos tabletas de chocolate en el bolsillo de CKZ 114, sin recibir más agradecimiento que una fugaz mirada.

    Superada la emoción inicial, Zdena empezó a considerar que su protegida le estaba tomando el pelo. Le gustaba la idea de ser la benefactora de aquella que la obsesionaba. No obstante, Pannonique no mostraba en absoluto la inmensa gratitud que la kapo esperaba: ¡si por lo menos hubiera dirigido hacia ella sus enormes ojos conmovidos de reconocimiento! En realidad, la joven se comportaba como si aquel chocolate fuera un derecho adquirido.

    Zdena pensaba que CKZ 114 estaba yendo demasiado lejos. Con el transcurrir de los días, su resentimiento se acrecentó. Le dio la sensación de estar reviviendo esa humillación que tan familiar le resultaba: la estaban despreciando.

    Sabia que los kapos y el público la despreciaban: le daba lo mismo. El desprecio de CKZ 114, en cambio, la ponía enferma. Lamentaba haber cambiado su baqueta de castigo por un sucedáneo. Le habría gustado castigar a la desconocida pero de verdad.

    Peor aún: le parecía que toda la unidad de CKZ 114 la despreciaba. Debía de ser el hazmerreír de todos. Pensó en privar a la joven de chocolate. Por desgracia, ésta todavía no sé había engordado.

    Era evidente: seguro que compartía el chocolate con los demás. Ésa era la razón por la cual no le aprovechaba. Los cabrones de su unidad quizá se comían su parte. Y además se burlaban de ella.

    Zdena sintió un odio infinito por quienes estaban cerca de aquella que la obsesionaba.


    La venganza de la kapo no tardó en manifestarse.

    Una mañana, mientras pasaba revista a la unidad de su protegida, Zdena se detuvo ante MDA 802.

    Se tomó su tiempo, sin decir nada, sabiendo hasta qué punto su silencio asustaba a su víctima. La miraba de arriba abajo. ¿Acaso era por culpa de su pequeño rostro puntiagudo e impertinente, justo lo opuesto al suyo? ¿Acaso era por su amistad con CKZ 114? El caso es que Zdena odiaba a MDA 802.

    Toda la unidad contenía la respiración, compartiendo el destino de la infortunada.

    —Estás delgada, MDA 802 -acabó lanzándole la kapo.
    —No, kapo Zdena -respondió la sediciosa.
    —Sí, has adelgazado. ¿Cómo no ibas a adelgazar con estos trabajos forzados y ese régimen de hambruna?
    —No he adelgazado, kapo Zdena.
    —¿No has adelgazado? ¿Por casualidad alguien te está suministrando golosinas a escondidas?
    —No, kapo Zdena -dijo la prisionera, cada vez más enferma a causa del miedo.
    —¡Entonces no niegues que has adelgazado! — gritó la kapo.

    Y agarró a la detenida por el hombro y la empujó como un proyectil hacia la fila de los condenados a muerte. La barbilla de MDA 802 se puso a temblar convulsivamente.

    Fue entonces cuando se produjo algo inenarrable.

    CKZ 114 salió de su fila, se acercó a MDA 802 para cogerla de la mano y la devolvió entre los vivos. Y justo cuando Zdena, furibunda, llegaba corriendo para restablecer su sentencia, CKZ 114 se plantó ante ella, clavó sus ojos en los de ella y clamó alto y fuerte:

    —¡Me llamo Pannonique!


    Segunda parte


    Transcurrió una eternidad antes de que las cosas siguieran su curso.

    Zdena había permanecido inmóvil ante la que, en adelante, tenía más nombre que cualquier otro. Beatífica, maravillada, escandalizada, despavorida, parecía haber recibido un golpe en la cabeza.

    MDA 802, noqueada, lloraba en silencio.

    CKZ 114 mantenía su mirada clavada en los ojos de la kapo. La miraba de arriba abajo con extrema intensidad.

    EPJ 327, loco de alegría, la contemplaba. Le parecía tan extraordinaria como su nombre.


    En la sala de las noventa y cinco pantallas, los organizadores se mostraban exultantes.

    Aquella chica tenía sentido del espectáculo. No estaban seguros de haber comprendido lo ocurrido; sin embargo, estaban convencidos de que, a juzgar por el desprecio que manifestaban hacia ella, el público no había comprendido. Eso, sin embargo, no era óbice para que estuvieran seguros de que se trataba de una escena legendaria.

    Inmediatamente, los medios de comunicación afines telefonearon para preguntar por el significado del acontecimiento. Se les explicó que en ningún caso se trataba de una de las reglas del juego: la joven CKZ 114 había causado un impacto cuyo único valor era el de su especificidad. Se trataba de un happening. Así pues, no volvería a ocurrir.

    La cosa resultaba tanto más perentoria cuanto no se captaba la naturaleza del milagro.


    ¿Quién la captaba?

    Zdena no, sin duda, pues ya había abandonado la esfera de la razón. Excesivamente deslumbrada por lo que acababa de oír para ser capaz de pensar, no dejaba de sufrir por la forma de ser de aquella que la obsesionaba. Se sentía desfallecer.

    Tampoco CKZ 114, que creía haber descubierto por azar un procedimiento. «Mi nombre ha salvado una vida. Un nombre vale una vida. Si cada uno de nosotros toma conciencia del precio de su nombre y actúa en consecuencia, se podrán salvar muchas vidas.»

    Tampoco los otros prisioneros, que aun estando impresionados, creían haber asistido a un sacrificio, a una abdicación. Su heroína se había despojado de un tesoro para socorrer a una amiga. ¿No sería aquello el principio de su prostitución? ¿Acaso aquel regalo no la exponía a ofrendas todavía peores?

    EPJ 327 era el único que no se engañaba: sabía que aquel acto no podía repetirse. Cuando un nombre es una muralla y el hecho de no poder franquearla enajena, a eso se le llama amor. Lo que acababan de presenciar era un acto de amor.


    Lo más terrible de los milagros son los límites de su impacto.

    El poder de disuasión del nombre Pannonique salvó la vida de MDA 802 y le reveló a la kapo la existencia de lo sagrado. Pero no salvó a aquellos que Concentración mató aquel día y tampoco le reveló la existencia de lo sagrado a multitud de personas.

    Tampoco impidió que el tiempo se pusiera de nuevo en marcha. Los prisioneros agotados y hambrientos fueron a trabajar al túnel a golpe de baqueta de castigo. La desesperación volvió a apoderarse de ellos.

    Muchos se sorprendieron al oírse a sí mismos pensando, con el fin de darse ánimos: «Se llama Pannonique.» No se les ocurría qué había en aquella información que les proporcionaba tanta fuerza, pero constataban que así era.


    Durante la cena, CKZ 114 fue recibida como una heroína. Cuando entró, todo el comedor coreó al unísono su nombre.

    En la mesa de su unidad, reinaba la animación.

    —Lo siento -empezó diciendo-, hoy la kapo Zdena no me ha dado chocolate.
    —Gracias, Pannonique. Me ha salvado la vida -dijo solemnemente MDA 802.

    CKZ 114 se lanzó a exponer la teoría que había elaborado mentalmente durante los trabajos en el túnel. Explicó que todos podían y debían hacer como ella: así podrían devolver a muchos condenados a la fila de los vivos.

    La escucharon con amabilidad. Tampoco se trataba de espetarle que estaba diciendo tonterías. Cuando, llena de entusiasmo, terminó su discurso, EPJ 327 declaró:

    —Sea como sea, no la llamaremos de ningún otro modo que Pannonique, ¿verdad?

    El asentimiento fue general.

    —Es un nombre bonito, nunca lo había oído -dijo un hombre que raramente hablaba.
    —Para mí siempre será el nombre más bonito del mundo -dijo MDA 802.
    —Para todos nosotros su nombre será eternamente el más noble -dijo EPJ 327.
    —Van a conseguir que me sonroje dijo CKZ 114.
    —Romain Gary fue prisionero en un campo alemán durante la última guerra -retomó EPJ 327-. Las condiciones de supervivencia de los detenidos eran más o menos las mismas que las nuestras. No hace falta que les cuente hasta qué punto es inhumano y, peor aún, deshumanizante. Contrariamente a lo que ocurre aquí, hombres y mujeres estaban separados. En su campo de hombres, Gary veía a detenidos como él convertirse en pobres salvajes, en animales agonizantes. Lo que pensaban era una tragedia todavía más grave que lo que soportaban. Ser conscientes de ello era su peor tormento. Permanentemente humillados por la porción congrua de humanidad a la que se veían reducidos, aspiraban a la muerte. Hasta el día en que uno de ellos tuvo una idea genial: inventó el personaje de la dama.

    EPJ 327 se calló para quitar de su sopa una cucaracha que flotaba, y luego prosiguió:

    —Decidió que en adelante todos vivirían como si entre ellos hubiera una dama, una auténtica dama, con la que conversarían con los honores reservados a una persona de su posición y ante la cual uno temería no estar a la altura. Este invento de la imaginación fue adoptado por todos. Así se hizo. Poco a poco, constataron que estaban salvados: a base de vivir en la elevada compañía de la dama ficticia, habían reconstituido la civilización. En las comidas, en las que los alimentos no valían mucho más que los nuestros, volvieron a conversar entre ellos, a dialogar, a escuchar a los demás con atención. Se dirigían a la dama con consideración para contarle cosas dignas de ella. Incluso cuando no hablaban con ella, se acostumbraban a la idea de vivir bajo su mirada, a tener una actitud que no resultara decepcionante para unos ojos semejantes. Aquel renovado fervor no pasó desapercibido para los kapos, que escucharon rumores respecto a la presencia de una dama e iniciaron una investigación. Registraron hasta el último rincón del campo y no encontraron a nadie. Aquella victoria mental de los prisioneros les permitió resistir hasta el final.
    —Es una hermosa historia -dijo uno de ellos.
    —La nuestra es más hermosa todavía -replicó EPJ 327-. No hemos tenido que inventar nuestro personaje de la dama: existe, vive con nosotros, podemos mirarla, hablarle, ella nos contesta, nos salva y se llama Pannonique.
    —Estoy segura de que una dama imaginaria sería mucho más eficaz -murmuró CKZ 114.


    EPJ 327 había olvidado mencionar otra diferencia fundamental respecto a los campos nazis: las cámaras. La omisión resultaba significativa: los prisioneros dejaban de pensar en ellas muy pronto. Estaban demasiado absorbidos por su sufrimiento para ofrecerse como espectáculo.

    Aquella amnesia parcial les salvaba. En la misma medida en que la mirada benévola de una dama imaginaria y la de una joven de carne y hueso ayudaban a vivir, el ojo frío y goloso de la máquina les reducía a meros esclavos. Peor aún: limitaba las posibilidades ficticias del espíritu.

    Cualquiera que viva un infierno durable o pasajero puede, para enfrentarse a él, recurrir a la técnica mental más gratificante de cuantas existen: contarse un cuento. El trabajador explotado imagina que es prisionero de guerra, el prisionero de guerra imagina que es un caballero del Grial, etc. Toda miseria comporta su emblema y su heroísmo. El infortunado que puede llenar su pecho con un soplo de grandeza levanta la cabeza y ya no encuentra motivos para quejarse.

    A menos que observe la cámara que espía su dolor. Entonces sabe que el público verá en él a una víctima y no a un luchador trágico.

    Vencido de antemano por la caja negra, deja caer las armas épicas de su relato interior. Y se convierte en lo que la gente verá: un pobre tipo machacado por una historia exterior, una porción congrua de sí mismo.


    Dios resulta tanto más necesario cuanto más evidente es su ausencia. Antes de Concentración, Dios era para Pannonique lo mismo que para la mayoría de la gente: una idea. Resultaba interesante examinarlo y apasionante pensar en los vértigos que podía producir. En cuanto al concepto de amor divino, resultaba particularmente fascinante, hasta el extremo de despejar la famosa cuestión de la existencia de Dios: la apologética era una vieja estupidez que sólo engendraba necedades.

    Desde su detención, Pannonique sentía una atroz necesidad de Dios. Tenía deseos de insultarlo hasta hartarse. Si tan sólo hubiera podido responsabilizar a una presencia superior de aquel infierno, habría experimentado el consuelo de poder odiarlo con todas sus fuerzas y colmarlo con las injurias más violentas. Por desgracia, la indiscutible realidad del campo era la negación de Dios: la existencia de uno implicaba la ineluctable inexistencia del otro. Ni siquiera era posible pensar en él: la ausencia de Dios era un hecho establecido.

    Resultaba insostenible no tener a nadie a quien dirigir un odio semejante. Aquel estado era el origen de una forma de locura. ¿Odiar a los hombres? Eso no tenía sentido. La humanidad era ese disparatado hormigueo, ese absurdo supermercado que igual vendía una cosa como su opuesto. Odiar a la humanidad equivalía a odiar una enciclopedia universal: no había remedio para semejante execración.

    No, lo que Pannonique necesitaba odiar era el principio fundamental. Un día se produjo un colapso dentro de su cabeza: ya que la plaza quedaba vacante, ella, Pannonique, sería Dios.

    Inicialmente, la enormidad de aquel plan la hizo reír. Aquella risa la retuvo: el mero hecho de haber encontrado un motivo para reír la impresionó. El proyecto era aberrante y grotesco, es cierto: le daba igual. En materia de aberración, nunca podría llegar más lejos que aquel campo.

    Dios: no estaba hecha para aquel papel. Nadie lo estaba. Ésa, sin embargo, no era la cuestión. La plaza estaba vacante: ése era el problema. Así pues, ella ocuparía ese lugar. Ella sería el principio fundamental al que odiar: resultaba mucho menos doloroso que no tener a nadie a quien dirigir aquel odio. Pero la cosa no acababa ahí. Sería Dios dentro de su cabeza, no sólo para denostarse.

    Sería Dios para todo. Ya no se trataba de crear el universo: era demasiado tarde, el mal ya estaba hecho. Al fin y al cabo, una vez consumada la creación, ¿cuál era la tarea de Dios? Sin duda la misma que la de un escritor cuando su libro es publicado: amar públicamente su texto, recibir elogios, las pullas, la indiferencia. Hacer frente a esos lectores que denuncian los defectos de la obra cuando, aun cuando tuvieran razón, resultaría imposible cambiarla. Quererla hasta el final. Aquel amor era la única ayuda concreta que podrían aportarle.

    Razón de más para permanecer callada. Pannonique pensaba en esos novelistas que discurren interminablemente sobre su libro: ¿a qué lleva eso? ¿Acaso sus libros no habrían resultado más útiles si, en el momento de crearlos, el escritor hubiera inyectado en ellos todo el amor necesario? Y si en su momento fallaron en este punto, ¿no resultarían más útiles a su texto amándolo pese a todo, con ese amor verdadero que no se expresa a través de la verborrea sino con un silencio puntuado de palabras fuertes? La creación no fue tan difícil precisamente por lo que tenía de embriagadora: la tarea divina se complicó luego.

    Aquí es donde intervendría Pannonique. No sería Jesucristo; nada de dárselas de víctima propiciatoria, papel que, precisamente, el programa les atribuía. Sería Dios, principio de grandeza y de amor. Concretamente, eso significaba que sería necesario amar a los demás de verdad. Lo cual no resultaría sencillo, ya que la mayoría de los prisioneros estaba lejos de inspirar amor.

    Amar a MDA 802, amar a EPJ 327, ¿había algo más natural? Amar a los detenidos de los que no se sabía nada, tampoco resultaba complicado. Amar a aquellos que resultaban perjudiciales para los demás entraba dentro de lo posible. Se puede amar a alguien siempre y cuando se le comprenda.

    Pero ¿cómo podría Pannonique amar a ZHF 911?

    ZHF 911 era una anciana. Era singular que los organizadores aún no hubieran eliminado a esa mujer, teniendo en cuenta que por regla general mataban a todas las personas de edad. Sin embargo, resultaba fácil adivinar por qué la mantenían: porque era un ser despreciable.

    Era un hada madrina de rostro surcado por miles de perversas arrugas. La boca era la viva expresión del mal tanto por su forma plisada -el pliegue característico de los labios malvados- como por las palabras que salían de ella: siempre encontraba en cada persona el punto débil que le permitía herirla. Su capacidad para hacer daño era únicamente verbal: era la prueba viviente de los poderes maléficos del lenguaje.

    Ya en el tren que había trasladado a los prisioneros al campo, ZHF 911 se había hecho notar: a las madres que apretaban a sus niños contra el pecho, la vieja les anunciaba el destino que aguardaba a su progenitura. «Está claro», les decía. «Los nazis exterminaron a los pequeños en primer lugar. No se les puede criticar por ello: todo el día chillando, cagándose y meándose encima, sólo causan problemas, ¡y son unos ingratos! No os encariñéis con ellos, los matarán nada más empezar. Bah, querida señora, aparte de ensancharle la cintura, ¿qué le han aportado, esos cagones?».

    Estupefactas, las madres no supieron qué responder a ese monstruo. Algunos hombres intervinieron:

    —Escucha, vieja ruina, ¿sabes qué destino se reservaba a los de la tercera edad en Dachau?
    —Eso ya lo veremos -había rechinado ella.

    La que todavía no se llamaba ZHF 911 estaba en lo cierto: las cámaras de los vagones debieron captar la naturaleza del personaje ya que, al llegar al campo, se salvó de ser ejecutada, contrariamente a otros ancianos. Los organizadores debieron pensar que minaría la moral de los detenidos y que eso resultaría divertido. ¿Era premeditada su actitud? Probablemente. Enseguida quedó claro que a aquella mujer no le importaba nada.

    Estudiar a ZHF 911 era estudiar el mal. Su característica principal era su absoluta indiferencia: no estaba a favor ni de los kapos, ni de los prisioneros, ni de sí misma Su propia persona no le inspiraba más apego que el resto. Consideraba del género grotesco defender a alguien o algo. Sin proyecto subyacente, le gustaba decir horrores a cada uno: por el simple placer de hacer sufrir.

    La observación científica de ZHF 911 revelaba otros rasgos del mal: era inerte, sólo tenía energía para hablar…, pero una energía inigualable. Si transmitía una sensación de inteligencia era a causa de la maldad de sus réplicas, que sembraban las lágrimas y la desesperación.

    Resultaba terrible darse cuenta de que el peor ser del lugar pertenecía al bando de los detenidos y no al bando del mal. Era lógico: el diablo es lo que divide. ZHF 911 era lo que destruía un bando que, sin ella, quizá habría sido el bando del bien y que, con ella, sólo era un lamentable grupo humano desgarrado por las querellas intestinas.

    ¿Cómo iban los prisioneros a creer que estaban en el bando de los buenos si cada mañana deseaban la muerte de la abyecta anciana? Cuando los kapos llegaban para hacer salir de la fila a los condenados del día, al miedo a ser elegido se le sumaba el deseo de que lo fuera ZHF 911. Nunca ocurría. Después de pasar la revista que la había librado de la muerte, dedicaba una mirada de triunfo a los de su bando. Sabía hasta qué punto era ansiada su eliminación.

    Algunas almas buenas se indignaban del odio de que era objeto: «Pero si no es más que una pobre anciana, no tiene la cabeza en su sitio, ¿cómo podéis odiarla? No es culpa suya.» Aquellas opiniones provocaban disputas que llegaban a oídos de ZHF 911 y la llenaban de satisfacción. «Sin mí, quizá se entenderían», pensaba.

    La lengua viperina también vertía su veneno sobre los kapos (con un constante sentido de la palabra que hiere: así, no trataba a la kapo Lenka de puta, lo cual la habría podido hacer sonreír, sino de mal follada, lo que la llenaba de rabia), sobre los organizadores -unos «nazis de poca monta», unos «Hitler de pacotilla»- y sobre los espectadores, a los que calificaba de «enormes borregos». Nadie la soportaba.

    Sin embargo, lo peor no podía serle reprochado, ya que no era consciente de ello: ZHF 911 le ululaba a la luna. Casi cada noche, hacia las doce, se oían unos estridentes aullidos que se elevaban sobre el campo; duraban cinco minutos y luego paraban. Pasó cierto tiempo hasta que comprendieron el origen de aquellos gritos. Los que dormían en el mismo barracón que la anciana acabaron por denunciarla: «Libradnos de esa loca que no tiene nada de humano.»

    Los jefes se frotaban las manos. Decidieron darle relevancia a este ruido nocturno: primero se veía el campo dormido, de pronto se oían unos terribles aullidos, la cámara parecía buscar, entraba en un barracón y se distinguía a ZHF 911 sentada sobre su jergón, gimiendo. Unos minutos más tarde, se la veía caer inconsciente sobre su camastro.

    La interrogaron sobre el fenómeno. ZHF 911 parecía sinceramente sorprendida y lo negó todo.

    Nada minaba tanto la moral de los prisioneros como esas manifestaciones de pura demencia. Cuando resonaban los gritos, cada deportado pensaba con rabia: «¡Que la maten! ¡Que la hagan salir de la fila mañana por la mañana!»

    Pannonique reventaba de odio hacia aquella mujer y soñaba con su muerte. Por más que intentaba razonar, repetirse que no era ZHF 911 quien había creado Concentración, sentía sus uñas transformarse en garras con sólo verla. Y cuando de noche oía los gritos de la apestada, ardía en deseos de estrangularla con sus propias manos.

    «¡Qué fácil sería ser Dios si no existiera ZHF 911!» Se reía de lo absurdo de semejante reflexión: en efecto, sería fácil ser Dios si el mal no existiera, pero entonces tampoco habría ninguna necesidad de Dios.


    En el otro extremo del campo había una niña que, extrañamente, había sido salvada. PFX 150 tenía doce años y no presentaba ninguna particularidad. No parecía estar adelantada a su edad, era un poco mona aunque sin ser guapa y su rostro de asombro era el vivo reflejo de su inocencia. Era una niña buena que hablaba poco. No comprendía por qué no la habían matado y no sabía si lo hubiera preferido.

    —¿A qué esperan para liquidar a esa chiquilla? — decía alto y fuerte ZHF 911 cuando se cruzaba con ella.

    PFX 150, probablemente bien educada, no replicaba. Eso hacía que Pannonique hirviera de rabia.

    —¿Por qué no se defiende? — le preguntó a la niña.
    —Porque no es a mí a quien dirige la palabra.

    Pannonique hizo que se aprendiera una frase para decirla alto y fuerte la próxima vez que ZHF 911 lanzara su retahíla de injurias.

    Aquello no tardó en producirse. PFX 150 levantó su voz aflautada para declamar:

    —¿A qué están esperando para librarnos de esa vieja que le aúlla a la luna?

    ZHF 911 sonrió.

    —Por eso mismo -respondió-. A mí, se sabe por qué me mantienen aquí: porque corrompo la vida de los demás ya horrible de por sí. Pero tú, que eres insignificante y que no molestas a nadie, ¿por qué motivo forzosamente despreciable te mantienen?

    Con expresión alelada, la pequeña no encontró nada que responderle. Cuando Pannonique se acercó para felicitarla por haber hablado, PFX 150 la reprendió:

    —¡Déjeme tranquila! ¡Hacía bien en callarme! Por su culpa, le he dado la ocasión de decirme cosas todavía mucho peores. Y ahora estoy muerta de miedo. ¡Métase en sus asuntos!

    Pannonique intentó abrazar a la niña para reconfortarla; ella la rechazó con violencia.

    —No sé qué se ha creído, actuando como si tuviera la solución a todo, pero no es verdad, no hace más que empeorar las cosas -estalló la niña.

    Pannonique se sintió mortificada. «Eso me enseñará a no atribuirme poderes de los que carezco», pensó.

    No por ello renunció a su divinidad interior, dispuesta a hacer un mejor uso de ella.


    Como casi todas las noches, los gritos de ZHF 911 despertaron a Pannonique.

    «¿Por qué será que la odio más por sus gritos que por las perrerías con que nos agobia? ¿Por qué soy incapaz de ser justa?»

    El hecho es que todo el campo compartía su actitud: la locura de la anciana indisponía más que su maldad. Bien es verdad que a esta última no le faltaba un elemento cómico involuntario, ya que sus gritos nocturnos subrayaban sólo lo sórdido de su existencia presente.

    Pannonique intentó analizar los alaridos; la palabra, de repente, le parecía mal elegida. El canto de las gaviotas no estaba exento de encanto. La anciana emitía más bien un largo ladrido de dogo. Ascendía, culminaba, descendía, se detenía, volvía a empezar.

    Al cabo de aproximadamente cinco minutos, un espasmo ronco («¡Aaaah!») anunciaba que había terminado.

    Pannonique sintió deseos de sonreír: «La artista ha terminado su espectáculo y saluda al público.» Entonces le pareció oír algo. «¡Oh, no, vuelve a empezar!» Pero, afinando el oído, frunció el ceño: eso no tenía nada que ver. No se trataba de la voz de la anciana, era el quejoso piar de un pajarito humano.

    Enseguida se detuvo. Sin embargo, aquel grito ínfimo atormentó a Pannonique. Le rompió el corazón.


    A la mañana siguiente, inició una discreta investigación. Pero nadie había oído nada, sólo el griterío de la anciana. No por ello la joven se sintió más tranquilizada.

    Mientras trabajaba fatigosamente en la limpieza de escombros, sufrió una crisis de odio pensando en los espectadores. Era una implosión lenta que se iniciaba en la caja torácica y que ascendía hasta los dientes, convirtiéndolos en colmillos. «¡Pensar que están allí, apoltronados delante de su televisor, saboreando nuestro infierno, probablemente fingiendo que se indignan! Ni siquiera uno de ellos es capaz de venir a salvarnos, eso por supuesto, pero ya no pido tanto: ni siquiera uno de ellos apaga su televisor o cambia de cadena, pondría mi mano en el fuego.»

    Entonces la kapo Zdena acudió con una lluvia de golpes de baqueta de castigo profiriendo toda clase de invectivas, y se marchó a ocuparse de otros asuntos.

    «También la odio, y, sin embargo, mucho menos que al público. Prefiero la que me golpea a los que miran cómo descarga su rabia sobre mi. Ella no es hipócrita, interpreta abiertamente un papel infame. Existe una jerarquía del mal, y no es la kapo Zdena quien ocupa el lugar más repugnante.»

    Vio cómo el kapo Marko vociferaba a PFX 150. Su estatus de niña le valía menos golpes y más discursos. Se notaba que la pequeña ya no sabía a qué atenerse. Lo que estaba viviendo le recordaba el colegio, donde los adultos también le gritaban, y al mismo tiempo no le recordaba nada, sólo un fondo de sumisión pueril ahogaba aún todo espíritu de rebelión.

    Pannonique se acercó disimuladamente.

    —¿Qué le decía? — le preguntó a la pequeña.
    —Fingía escucharla.
    —Bravo -dijo Pannonique, que pensaba que la infancia tenía sus recursos.
    —¿Por qué no me tutea? Lo preferiría.
    —Fuera del campo la habría tuteado y le habría pedido que también me tuteara. Aquí es muy importante dirigirnos los unos a los otros con las marcas de respeto que los kapos nos niegan.
    —¿Y a los organizadores hay que llamarles de usted o de tú?
    —¿Habla con ellos?

    PFX 150 pareció incómoda. Tardó en responder:

    —No. Pero si un organizador o un kapo me hace una pregunta, ¿debería tratarle de tú o de usted?
    —Hay que hablarle de usted a todo el mundo.

    La kapo Zdena se acercó para gritarles que estaban allí para trabajar, no para charlar.

    Aquel esbozo de conversación persiguió a Pannonique. Siguiendo con su trabajo, se dio cuenta de que le daba vueltas en la cabeza la balada de El rey de los alisos, de Schubert. No era la música idónea para aquella tarea. Normalmente, Pannonique programaba en su cerebro sinfonías que le proporcionaban la energía indispensable para un trabajo tan físico -Saint-Saëns, Dvoák-, pero en este caso el desgarrado lied se le pegaba al cráneo y minaba sus fuerzas.


    Pannonique preguntó a los prisioneros que dormían en el mismo barracón que la pequeña. No obtuvo ninguna respuesta significativa. La mayoría estaban tan cansados y tenían el sueño tan pesado que ni siquiera oían los gritos nocturnos de la anciana.

    —Sin embargo está alojada más cerca de ustedes que de nosotros -dijo Pannonique.
    —Estoy tan agotado que nada podría despertarme -le respondieron-. PFX 150 es una niña buena. Es tranquila, no se la oye -añadieron.

    De noche, Pannonique intentó de nuevo hablar con la niña. No resultaba fácil. Era tan inalcanzable como un trozo de jabón y se refugiaba en la insignificancia. Pannonique no se anduvo por las ramas:

    —En su vida anterior, ¿qué cosas le gustaban?
    —Me gustaban los pájaros. Son bonitos, son libres, pueden volar. Me pasaba el día observándolos. Todo mi dinero de bolsillo lo gastaba en el mercado de palomas, y luego las dejaba en libertad. Me encantaba: sujetaba con las dos manos aquel cuerpo caliente y palpitante, lo soltaba hacia el cielo y volvía a ser dueño de los aires. Intentaba acompañar aquel vuelo con el pensamiento.
    —¿Hay pájaros en el campo?
    —¿No se ha dado cuenta? No hay. Los pájaros no están locos. Aquí huele demasiado mal.
    —Usted es un poco el pajarito del campo -dijo Pannonique con afecto.

    Inmediatamente, PFX 150 se encolerizó.

    —¡Déjeme tranquila con eso!
    —¿He dicho algo malo?
    —Pajarito por aquí, pajarito por allá, ¡no quiero que me llamen así!
    —¿Otras personas del campo la llaman pajarito?

    La niña dejó de hablar. Sus labios temblaban. Hundió su rostro entre las manos. Pannonique no pudo arrancarle ni un sonido más.

    La noche siguiente, intentó mantenerse despierta. Pero un sueño de hormigón le cayó encima y no oyó nada. Se lo recriminó a sí misma: «Dios no dormiría como un tronco si tuviera que proteger a alguien.»

    La noche siguiente había programado tanto su cerebro que no pegó ojo. No oyó nada, ni siquiera a la anciana, que por razones incomprensibles se abstuvo de aullarle a la luna.

    Aquella noche blanca la llenó de un cansancio de odio: «Dios no experimentaría este tipo de sentimiento.» No por ello renunció a la divinidad: «No se me da muy bien y no me proporciona ningún placer, pero es del todo necesario.»

    ZHF 911 recuperó el terreno perdido la noche siguiente, gritando aún más fuerte que de costumbre y despertando a Pannonique, que se levantó como una sonámbula y salió de puntillas. Corrió hacia el barracón de PFX 150 y se escondió. Un hombre muy alto, delgado y corpulento, abrió la puerta llevando en brazos un pequeño cuerpo al que tapaba la boca con una mano. Cruzó el haz de luz de la torre de vigía y Pannonique vio que era muy viejo y que llevaba un traje elegante. Se marchó con su botín.

    Permaneció agazapada en el fango, con el corazón a punto de estallarle. Le pareció que aquel instante no terminaría nunca. Cuando regresó, ya no necesitaba taparle la boca a la niña: la pequeña, inerte, yacía contra él.

    Entró en el barracón y salió solo. Pannonique le siguió. Le vio entrar en las dependencias de los que llamaban oficiales: los organizadores en jefe. La puerta se cerró.

    De regreso en su jergón, Pannonique lloró de asco.


    A la mañana siguiente, escrutó el rostro de PFX 150: no expresaba absolutamente nada.

    —¿Quién era el señor mayor de esta noche?

    La pequeña no respondió.

    La joven la zarandeó con rabia:

    —¿Por qué le protege?
    —Es a mí a quien protejo.
    —¿Acaso la ha amenazado?

    El kapo Marko acudió a reprender a Pannonique:

    —¿Ya has terminado de zarandear a esta pobre cría?

    Quitando los escombros, se preguntaba, en el colmo de la cólera, si era posible que los prisioneros que dormían en el barracón de la pequeña no hubieran visto ni oído nada. «Estoy segura de que mienten. Están muertos de miedo, los cabrones. Voy a intervenir.»

    Esperó a que la kapo Zdena se acercara y le dijo que solicitaba una entrevista con un organizador. Zdena la miró con la misma estupefacción que habría sentido si le hubiera pedido un pavo asado. Pero nada parecía haber sido previsto para un caso así: la kapo se marchó.

    Es de suponer que transmitió el mensaje a las altas instancias ya que hubo respuesta: estaba fuera de lugar. Pannonique preguntó entonces si podía recurrir la decisión: «¿Dónde te crees que estás?», fue la única respuesta.

    La joven dedicó toda la jornada a buscar una tribuna para revelar el escándalo. Al llegar la noche, todavía no la había encontrado. En el comedor, estaba a punto de venirse abajo: «¿Y si me levantara, les tomara a todos como testigos y gritara todo lo que sé? No serviría de nada. En el mejor de los casos, se produciría un motín, que únicamente desembocaría en un baño de sangre. En el peor de los casos, los prisioneros seguirían sin reaccionar, apoltronados ante su pitanza, y no puedo correr el riesgo de sentir semejante asco por ellos. Más vale que intervenga directamente.»


    La noche siguiente fue una de las que la anciana no le gritó a la luna. Así pues, Pannonique no se despertó y no pudo proteger a PFX 150. A la mañana siguiente, sintió rabia: «¡Y pensar que cuando esta bruja no aúlla duermo sin preocuparme de nada!» La noche siguiente, los gritos de ZHF 911 la arrancaron de su sueño. Pero cuando llegó al barracón de la niña, el hombre ya estaba lejos. Se lanzó en su búsqueda y, sin pensar, se abalanzó sobre él. El hombre se detuvo y la miró en silencio.

    —¡Deja a la niña! — le ordenó ella.

    En sus brazos, PFX 150 dirigía a Pannonique extrañas señas, moviendo la cabeza.

    —¡Déjala! — repitió.

    Él permanecía de pie, inmóvil. Pannonique le saltó al cuello.

    —Vas a dejarla, sí o no?

    Con un solo gesto, apartó a la agresora y la lanzó como un proyectil y luego se dirigió hacia las dependencias de los oficiales. La joven le agarró por las piernas y le hizo caer. La pequeña se arrastró por el barro. Pannonique le dijo que huyera pero su tobillo estaba sujeto a la mano de su agresor, que volvió a levantarse y se marchó arrastrándola.

    La joven le persiguió lanzándole toda clase de invectivas:

    —¡Basura! Para ti es fácil, es una prisionera. Es una cría, no tiene ninguna posibilidad de defenderse. Pero te lo advierto: todo el mundo lo sabrá. Se lo contaré a los kapos y ellos se lo contarán a los organizadores, se lo contaré a los espectadores, ¡voy a arruinarte la vida!

    El hombre la miró con hilaridad, empujó a la niña dentro y cerró la puerta.

    Pannonique oyó un ruido de llaves y luego nada más. Aquel silencio resultaba más inquietante que un gemido.

    «Ni siquiera conozco la voz de este tipo. No ha dicho nada», pensó.

    Se quedó postrada en el barro, esperando. En vano. La niña no volvió a salir.


    Al pasar revista por la mañana, Pannonique vio cómo el kapo Marko regresaba con la niña. Ella le sonrió a la pequeña, que tenía cara de muerto.

    Luego el kapo Jan se acercó para seleccionar a los condenados del día: normalmente, pasaba revista a los efectivos y juzgaba quién merecía morir; esta vez, sin dudarlo, sacó de la fila a ZHF 911 y a PFX 150. Un estremecimiento recorrió la asamblea. Por más que los presentes estuvieran acostumbrados al mal, la condena de una niña era demasiado. Ni siquiera conseguían sentirse satisfechos por haberse librado al fin de la anciana.

    Se escuchó por última vez la voz de ZHF 911, que seguía sonando a medio camino entre el chirrido y la risa burlona.

    —Los extremos se atraen, al parecer.

    Morir la traía sin cuidado.

    PFX 150, en cambio, aturdida, permaneció en silencio. Tuvieron que empujarla para que caminara.


    Pannonique nunca sufrió tanto como al ver a la niña partir hacia la muerte.

    Estaba claro que el kapo Jan había recibido órdenes. «Si no hubiera intervenido, no habría resultado tan urgente librarse de la víctima», pensaba con horror.

    Aquél fue un día atroz: el fantasma de la niña poblaba todas las miradas.

    Pannonique no se permitió a sí misma caer en el paroxismo de repugnancia de la que se sentía capaz: «He cometido un error monumental, es cierto, pero no soy el origen del mal. Así que renuncio a ser Dios por el simple hecho de que era una idea perjudicial.»

    En aquel instante, vio a la endeble MDA 802 vacilando bajo la pesada carga de escombros. Acudió para ayudar a su amiga a sobrellevar aquel peso. El kapo Marko detectó la maniobra y se acercó para empujar a Pannonique y gritarle:

    —¿Quién te crees que eres, Simón de Cirene?

    La joven sintió un estremecimiento de la cabeza a los pies. Aquello pudo hacerle soñar que ciertos kapos ni siquiera tenían la excusa de ser oscuras bestias sin cultura; lo que la impactó era que, sin saberlo, el kapo acababa de pronunciar las palabras que necesitaba.

    Simón de Cirene, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Era el personaje más hermoso de la Biblia, porque no era necesario creer en Dios para encontrarlo milagroso. Un ser humano que ayuda a otro ser humano, por el simple hecho de que la carga que lleva sobre sus espaldas es demasiado pesada.

    «En adelante no tendré mayor ideal», se juró Pannonique.


    Tercera parte


    Zdena volvió a introducir a hurtadillas chocolate en el bolsillo de CKZ 114.

    Ya casi no la golpeaba con la baqueta de castigo. Resulta mucho más difícil golpear a un individuo cuando conoces su nombre.

    Desde que se había nombrado a sí misma, Pannonique había embellecido todavía más. Su estallido había acrecentado su esplendor. Además, uno siempre es más hermoso cuando hay un término para designarlo, cuando posee una palabra sólo para él. El lenguaje es menos práctico que la estética. Si, al querer hablar de una rosa, no dispusiéramos de ningún vocablo, si cada vez tuviéramos que decir «la cosa que se despliega en primavera y que huele bien», la cosa en cuestión sería mucho menos hermosa. Y cuando la palabra es una palabra lujosa, en este caso un nombre, su misión consiste en revelar la belleza.

    En el caso de Pannonique, así como su matrícula se limitaba a designarla, su nombre la llevaba a ella tanto como ella lo llevaba a él. Si uno hacía resonar aquellas tres sílabas a lo largo del conducto de Cratilo, obtenía una melodía que se correspondía con su rostro.

    Quien dice misión dice a veces error. Hay nombres que no designan a las personas que los llevan. Uno se cruza con una chica con aspecto de llamarse Aurora: descubrimos que, desde hace veinte años, sus padres y allegados la llaman Bernadette. Sin embargo, semejante negligencia no se contradice con la siguiente e inflexible verdad: siempre resulta más bonito llevar un nombre. Habitar unas sílabas que forman un todo es uno de los asuntos más relevantes de esta vida.


    Los kapos se pusieron nerviosos ante lo que consideraron un enternecimiento en el trato.

    —¡Oye, kapo Zdena, desde que sabes cómo se llama apenas la golpeas!
    —¿A quién?
    —¡Venga, para colmo no nos tomes el pelo!
    —¿Ella? Si la golpeo menos es porque en estos últimos tiempos obedece más.
    —Y qué más. La disciplina nunca ha sido tenida en cuenta. Si tú la golpeas menos, ya la golpearemos nosotros.
    —¡No, chicos, estábamos de acuerdo en este punto!
    —Nos habías prometido que, a cambio, nos contarías algo.
    —No tengo nada que contaros.
    —Pues búscalo. Si no, no respondemos de nosotros.


    Zdena se consagró nuevamente a fingir violencia sobre la espalda de CKZ 114. Pero ya no conseguía proferirle toda clase de invectivas.

    Pannonique pensaba que al principio la kapo le daba golpes de verdad y un sucedáneo de nombre, y que ahora la golpeaba con un sucedáneo y ya no gritaba un nombre que, por auténtico, resultaba imposible de gritar.


    Para huir de pensamientos que al fin y al cabo no llevaban a ninguna parte, CKZ 114 decidió buscar apoyo en EPJ 327. Sentirse querida por alguien decente le proporcionaba un potente consuelo.

    Él siempre buscaba la compañía de ella. A la que tenía ocasión, le hablaba. Comprendía que ella amaba el amor con el que la envolvía. Le estaba agradecido: se había convertido en su razón de vivir.

    —Desde que la conozco tengo más deseos de vivir, es decir, y de un modo singular, desde que soy prisionero.
    —Si de verdad me conociera quizá no diría eso.
    —¿Qué le hace suponer que no la conozco realmente?
    —Para conocerme realmente debería haberme conocido en circunstancias normales. Antes de la redada, yo era muy diferente.
    —¿En qué era diferente?
    —Era libre.
    —Podría decirle que eso cae por su propio peso. Prefiero decirle que lo sigue siendo.
    —Hoy me esfuerzo por ser libre. No es lo mismo.
    —Admitamos que es así.
    —A veces también soy fútil.
    —Todos lo éramos. Hacíamos bien. Aprovechar la futilidad de la vida requiere de un hermoso talento. Eso sigue sin decirme en qué era usted diferente antes de Concentración.
    —Lo cierto es que no encuentro las palabras. Sin embargo, puede usted creerme.
    —La creo. Pero la persona con la que aquí me codeo es una persona de verdad, aun cuando las circunstancias resulten inadmisibles. Así pues, puedo considerar que la conozco de verdad, quizá incluso mejor que si la hubiera conocido en tiempos de paz. Lo que estamos viviendo es una guerra. La guerra hace aflorar la naturaleza profunda de los seres.
    —No me gusta esta idea. Parece sugerir que necesitamos pruebas. Creo que la guerra sólo hace aflorar una de nuestras naturalezas profundas. Habría preferido mostrarle mi naturaleza profunda de paz.
    —Si por milagro sobrevivimos a esta pesadilla, ¿me mostrará su naturaleza profunda de paz?
    —Si todavía soy capaz de hacerlo, sí.


    Zdena observaba aquel acercamiento. No le gustaba. Lo que más nerviosa la ponía era pensar que él, que no era nada, al que podía golpear a voluntad, enviar a la muerte si eso le apetecía, tenía el mayor de los poderes: el de gustar -no sabía hasta qué punto- a aquella que la obsesionaba.

    Zdena sintió tentaciones de arrastrar a EPJ 327 a la fila de los condenados: ¿por qué no había eliminado simple y llanamente a su rival? Lo que la disuadió fue comprender que no se trataba de su rival: ella no estaba combatiendo con él. Sin duda resultaría más inteligente estudiar los métodos de aquel hombre. Por desgracia, había observado que era de los que seducen a través de la palabra.

    Y en eso Zdena se sentía en una posición de inferioridad. La única vez en su vida que se había considerado elocuente, fue delante de las cámaras de Concentración, cuando se presentó al público: ya había visto el resultado.

    Como cualquier otro frustrado, despreciaba a aquellos que destacaban allí donde ella había fracasado. «Los picos de oro», no los llamaba de otro modo, ¡menuda calaña! ¿Cómo podía Pannonique sentirse atraída por su cháchara, sus ronroneos? Que una conversación pudiera tener contenido ni siquiera se le pasaba por la cabeza. En su juventud, había conocido a gente que conversaba, había escuchado la vacuidad de sus monólogos alternos; a ella no se la pegarían, no. Por otra parte, Pannonique la había subyugado sin ni siquiera abrir la boca.

    Su mala fe no conseguía disimular del todo la impresión que le había producido descubrir la voz de la joven y el impacto de sus palabras.

    «Es diferente», se repetía la kapo para sí misma. «No estaba conversando. Lo hermoso es cuando alguien habla para decir algo.»

    Y, de repente, tuvo una sospecha: EPJ 327 conversaba con Pannonique para decirle algo. Por eso la estaba conquistando. ¡El cabrón tenía cosas que contar!

    Registró su propio ser en busca de «cosas que contar». A la luz de las impactantes palabras de Pannonique, había entendido la regla: «una cosa que contar» era una palabra en la que nada resultaba superfluo y con la que se intercambiaban informaciones tan esenciales que el interlocutor quedaba marcado para siempre.

    Consternada, Zdena no encontraba nada dentro de sí misma que correspondiera a esta descripción.

    «Estoy vacía», pensó.

    Pannonique y EPJ 327 no eran seres vacíos, eso saltaba a la vista. La kapo sufrió horrores al descubrir esta diferencia, ese abismo que la separaba de ambos. Se consoló pensando que los otros kapos, los organizadores, los espectadores y numerosos prisioneros también estaban vacíos. Resultaba curioso: había muchos más seres vacíos que seres llenos. ¿Por qué?

    Lo ignoraba, pero la cuestión que la oprimía era hallar el modo de dejar de estar vacía.


    Los prisioneros eran los únicos seres humanos que no habían visto ni siquiera un segundo de Concentración. Ése era su único privilegio.

    —Me pregunto qué secuencias interesan más al público -dijo MDA 802 durante la cena.
    —Estoy seguro de que son las escenas de condena a muerte -dijo un hombre.
    —Me temo que sea cierto -prosiguió Pannonique.
    —Las violentas también -dijo una mujer-. La baqueta, los gritos, eso debe entusiasmar.
    —Sin duda -dijo MDA 802-. Y las escenas «emoción»: con ésas seguro que se relamen.
    —Según ustedes -preguntó EPJ 327-, ¿quiénes son los culpables?
    —Los kapos -respondió el hombre.
    —No; los organizadores -intervino alguien que nunca abría la boca.
    —Los políticos que no prohíben semejante monstruosidad -dijo MDA 802.
    —¿Y usted qué opina, Pannonique? — preguntó EPJ 327.

    Se produjo un silencio, como cada vez que la atención se dirigía hacia la joven.

    —Opino que los máximos culpables son los espectadores -respondió.
    —¿No está siendo un poco injusta? — preguntó el hombre-. La gente vuelve de una dura jornada de trabajo, cansada, de mal humor, vacía.
    —Hay otras cadenas -dijo Pannonique.
    —Sabe muy bien que los programas de televisión son a menudo el único tema de conversación de la gente. Ésa es la razón por la cual todo el mundo ve lo mismo: para no quedar marginado y tener algo que compartir.
    —Pues que todos vean otra cosa -dijo la joven.
    —Eso es lo que debería ocurrir, claro.
    —Lo dice usted como si se tratara de un ideal utópico -retomó Pannonique-. Sólo se trata de cambiar de cadena, no es tan difícil.
    —No estoy de acuerdo -dijo MDA 802-. El público se equivoca, es cierto. ¡Pero de ahí a decir que es el culpable! Su nulidad es pasiva. Los organizadores y los políticos son mil veces más criminales.
    —Su perversidad está tolerada y creada por los espectadores -dijo Pannonique-. Los políticos son una emanación del público. En cuanto a los organizadores, son tiburones que se limitan a acudir allí donde se manifiestan los fallos del sistema, o sea donde existe un mercado susceptible de proporcionarles beneficios. Los espectadores son culpables de formar un mercado que se los proporciona.
    —¿No cree que son los organizadores quienes crean el mercado, como un publicitario crea una nueva necesidad?
    —No. La responsabilidad final recae en quien acepta ver un espectáculo tan sencillo de rechazar.
    —¿Y los niños? — dijo la mujer-. Vuelven de la escuela antes que los padres, que no tienen forzosamente los medios para pagar a una niñera. No se puede controlar lo que ven por la tele.
    —Hay que ver cómo son -declaró Pannonique-, buscan mil pretextos, mil indulgencias, mil excusas y mil circunstancias atenuantes cuando sólo se trata de ser simple y firme. Durante la última guerra, los que eligieron la resistencia sabían que sería difícil, incluso imposible. Y, sin embargo, no se lo pensaron dos veces, no se perdieron en tergiversaciones: resistieron por la única razón de que no tenían manera de hacer otra cosa. Dicho sea de paso, sus hijos les imitaron. No hay que tomar a los niños por idiotas. Un crío educado con firmeza no es el cretino que intentan imponernos.
    —¿Tiene un proyecto de sociedad, Pannonique? — ironizó el hombre.
    —Ni siquiera eso. Estoy del lado del orgullo y de la estima por uno mismo allí donde ellos sólo lo tienen por el desprecio. Eso es todo.
    —¿Y usted, EPJ 327, que no dice nada, qué opina?
    —Constato con espanto que aquí sólo hay una persona de la que podemos estar seguros que no habría visto nunca Concentración, y es Pannonique. Así que deduzco que ella tiene que tener razón a la fuerza -respondió.

    Se vivió un momento de apuro.


    —Usted tampoco habría visto nunca Concentración -le dijo Pannonique a EPJ 327, en una conversación aparte.
    —No tengo televisión.
    —Es una excelente razón. No se ha jactado de ello. ¿Por qué?
    —Usted es la abanderada. Yo me parezco demasiado a lo que soy: un profesor.
    —No hay motivos para avergonzarse de ello.
    —No. Pero usted galvaniza a los demás, el ideal es usted. Hablaba de resistencia. ¿Sabe que podría crear una estructura de resistencia dentro del campo?
    —¿Usted cree?
    —Estoy convencido. No le diré cómo, no tengo ni idea. Además, el genio táctico es usted. El golpe de efecto con el que salvó la vida de MDA 802, nunca se me habría ocurrido.
    —No tengo nada de genio.
    —Ésa no es la cuestión. Cuento con usted.

    La salvación de MDA 802 no fue premeditada, pensaba; las estrategias aparecían de repente, inspiradas por la tensión del momento. El resto del tiempo, sus pensamientos no diferían mucho del pensamiento de los demás prisioneros: confusión, miedo, hambre, cansancio, asco. Se esforzaba en dispersar todas esas meditaciones y sustituirlas por música, el cuarto movimiento de la Sinfonía para órgano de Saint-Saëns para engañar el hambre, el andante de la Décima sinfonía de Schubert para engañar la mente.


    A la mañana siguiente, durante la inspección matinal, Pannonique tuvo la repentina convicción de que estaba siendo filmada: la cámara no dejaba de enfocarla, podía notarlo, estaba segura.

    Una parte de su cerebro le decía que se trataba de un narcisismo infantil: cuando era pequeña, a menudo había tenido la impresión de que un ojo -¿Dios?, ¿la conciencia?— la seguía. Entre otras cosas, crecer consistía en dejar de creer en semejantes cosas.

    La parte heroica de su ser, sin embargo, le ordenó creer y aprovechar rápidamente la situación. Sin más demora, la joven dirigió su rostro hacia la cámara sobrepuesta y gritó alto y fuerte:

    —¡Espectadores, apaguen sus televisores! ¡Ustedes son los peores culpables! ¡Si no proporcionaran una audiencia tan alta a este monstruoso programa, hace tiempo que ya no existiría! ¡Los verdaderos kapos son ustedes! ¡Y cuando miran cómo morimos, los asesinos son sus ojos! ¡Son nuestra cárcel, son nuestro suplicio!

    Y se calló, pero el fuego seguía en su mirada.

    El kapo Jan se había acercado a ella y la abofeteaba como si quisiera decapitarla.

    La kapo Zdena, furiosa de que alguien usurpara derechos ajenos, acudió a detenerlo y le murmuró al oído:

    —Ya basta. Los organizadores están en el ajo.

    El kapo Jan la miró con estupefacción.

    —Esta gente ya no sabe qué inventar -dijo mientras se alejaba.

    Zdena devolvió a la joven a la fila y le murmuró, mirándola fijamente a los ojos:

    —Bravo. Pienso lo mismo que tú.


    La jornada transcurrió sin incidentes. Pannonique estaba fuera de sí y asombrada por el hecho de que su arrebato no fuera sancionado. Se repetía que quizá no perdía nada esperando. El efecto sorpresa que había intervenido no la preservaría eternamente.

    Los prisioneros le dedicaban miradas aterradas o admirativas que se reservan a los locos geniales condenados a muerte por su comportamiento demencial. En sus ojos podía leer aquella sentencia y se sentía todavía más confirmada en sus decisiones. Y Zdena aprobando su invectiva al público, era como si el hospital se burlara de la caridad.


    Por la noche, durante la cena, la unidad de Pannonique se mostró sorprendida de que todavía estuviera viva.

    —¿Se puede saber qué bicho le ha picado? — preguntó MDA 802.
    —Me acordé de la siguiente frase de un héroe argelino -dijo Pannonique-: «Si hablas, morirás; si no hablas, morirás. Así que habla y muere.»
    —De todos modos, procure protegerse -dijo EPJ 327-. La necesitamos viva.
    —¿Desaprueba mi conducta? — preguntó la joven.
    —La apruebo y la admiro. Eso no impide que tema por su vida.
    —Recuerde que nunca me había portado tan bien. Y eso no disuadió a la kapo Zdena de pasarme chocolate a escondidas -dijo repartiendo los trozos de la tableta.
    —Sin duda todavía no habrá recibido instrucciones respecto a usted.
    —¿Sabe que no ha esperado a recibirlas para felicitarme?

    Y Pannonique relató el «Bravo, pienso lo mismo que tú» de la kapo, lo cual provocó la hilaridad general.

    —¡La kapo Zdena piensa!
    —¡Y piensa igual que nuestra mascarón de proa!
    —¡Es de las nuestras!
    —Por su manera de gritarnos y de golpearnos, siempre lo habíamos sospechado.
    —Es un alma sensible.
    —Dicho esto -observó Pannonique-, le debemos mucho: sin su chocolate, la mayoría de nosotros ya estaríamos muertos de hambre.
    —Ya conocemos el motivo de su generosidad… -rechinó EPJ 327.

    Pannonique se sintió incómoda, como cada vez que EPJ 327 se permitía un comentario sobre la pasión con la que Zdena la envolvía. Él, que era la nobleza personificada, perdía toda pizca de grandeza de espíritu cuando se trataba de Zdena.


    Aquella noche, Pannonique, aún bajo los efectos de su arrebato, dormía con un sueño agitado que se interrumpía constantemente. El más mínimo ruido la sobresaltaba y se tranquilizaba como podía, abrazando su delgado cuerpo con firmeza.

    De repente se despertó y vio cerca de ella a Zdena que la devoraba con la mirada. Ésta tuvo el reflejo de taparle la boca con la mano para ahogar su grito. Le hizo señas para que la siguiera de puntillas.

    Una vez fuera del barracón, al aire libre, Pannonique murmuró:

    —¿Viene a verme a menudo mientras duermo?
    —Es la primera vez. Te juro que es verdad. No tengo motivos para mentirte, estoy en el lado de los fuertes.
    —¡Como si los fuertes no mintieran!
    —Miento mucho. A ti no te miento.
    —¿Qué quiere?
    —Decirte algo.
    —¿Y qué quiere decirme?
    —Que estoy de acuerdo contigo. Los espectadores son unos cabrones.
    —Eso ya me lo ha dicho. ¿Para eso ha venido a molestarme?

    Pannonique se sorprendía por la insolencia de su propio tono. No podía evitarlo.

    —Quería hablar contigo. No hemos tenido ocasión de hacerlo.
    —Quizá porque no teníamos nada de lo que hablar.
    —Tengo cosas que contarte. Me has abierto los ojos.
    —¿Respecto a qué? — preguntó Pannonique con ironía.
    —Respecto a ti.
    —No me apetece ser un tema de conversación -dijo la joven, e hizo gesto de alejarse.

    La kapo la agarró con un brazo mucho más musculoso que el suyo.

    —Tú eres mucho más que tú. No temas nada. No quiero hacerte daño.
    —Hay que elegir el bando al que perteneces, kapo Zdena. Si no está en el mío, es que quiere hacerme daño.
    —No me llames kapo Zdena. Llámame Zdena a secas.
    —Mientras sea usted quien es, la llamaré kapo Zdena.
    —No puedo cambiar de bando. Me pagan por ser kapo.
    —Atroz argumento.
    —Quizá me equivoqué al aceptar convertirme en kapo. Pero ahora que lo soy, es demasiado tarde.
    —Nunca es tarde para dejar de ser un monstruo.
    —Si soy un monstruo, no por cambiar de bando dejaré de serlo.
    —Lo que es más monstruoso en usted es la kapo, no Zdena. Deje de ser kapo y dejará de ser monstruosa.
    —Lo que propones es imposible. Hay una cláusula en el contrato de los kapos: si dimitimos antes del final de nuestro año de trabajo, nos convertimos inmediatamente en prisioneros.

    Pannonique pensó que quizá mentía. No importaba, no tenía modo de verificar sus afirmaciones.

    —¿Cómo pudo firmar un contrato semejante?
    —Era la primera vez que alguien me quería para algo.
    —¿Y eso le basta?
    —Sí.

    «Una pobre chica en todos los sentidos del término», pensó Pannonique.

    —Seguiré trayéndote chocolate. Toma, te he traído pan de mi cena.

    Le tendió un panecillo redondo y dorado, algo muy distinto a la horrible hogaza endurecida de las comidas de los detenidos. La joven miró el pan y se le hizo la boca agua. El hambre venció al miedo: lo agarró y lo devoró con ansia. La kapo la contemplaba con satisfacción.

    —¿Qué quieres ahora?
    —La libertad.
    —Eso no puedo ponérselo a escondidas en el bolsillo de alguien.
    —¿Cree que es factible escaparse?
    —Imposible. El sistema de seguridad es infranqueable.
    —¿Y si usted nos ayuda?
    —¿Cómo que nos? Es a ti a quien quiero ayudar.
    —Kapo Zdena, si sólo me ayuda a mí, no dejará de ser un monstruo.
    —No me fastidies con tu moral.
    —La moral es útil. Impide crear programas como Concentración.
    —Entonces ya ves que no funciona.
    —Podría funcionar. Este programa podría interrumpirse.
    —¿Estás loca? Es el mayor éxito de la historia de la televisión.
    —¿De verdad?
    —Cada mañana miramos los índices de audiencia del día anterior y es para caerse de espaldas.

    Pannonique se calló de desesperación.

    —Tienes razón: los espectadores son basura.
    —Eso no la exime, kapo Zdena.
    —Soy menos monstruosa que ellos.
    —Demuéstrelo.
    —No veo Concentración.
    —Tiene sentido del humor -chirrió Pannonique, asqueada.
    —Si te liberara poniendo en peligro mi vida, ¿sería una prueba?
    —Si sólo me libera a mí, no estoy segura.
    —Lo que me pides es imposible.
    —Si actúa poniendo en peligro su vida, por lo menos intente salvarlos a todos.
    —Ése no es el problema. Los otros no me interesan, eso es todo.
    —¿Y ésa es una razón para no liberarlos?
    —Por supuesto. Porque si te liberara a ti, no sería en vano.
    —¿Qué quiere decir con eso?
    —Habría un precio. No voy a arriesgar mi vida a cambio de nada.
    —No comprendo -dijo Pannonique poniéndose visiblemente rígida.
    —Claro que comprendes. Me comprendes perfectamente -dijo Zdena buscando su mirada.

    Pannonique se tapó la boca con la mano, como para impedirse vomitar.

    Esta vez la kapo no intentó retenerla.


    Sobre su jergón, Pannonique lloraba de asco.

    Asco por la humanidad que aseguraba un éxito tan escandaloso a un programa semejante.

    Asco por la humanidad que contaba en su seno con alguien como Zdena. ¡Y pensar que había visto en ella a una pobre chica sin rumbo, a una víctima del sistema! Era todavía peor que el sistema que la había creado.

    Y, por último, asco por sí misma, que despertaba semejantes deseos en un ser tan vulgar.

    Pannonique no estaba acostumbrada a tanto asco. Aquella noche, sufrió como un animal.


    La kapo Zdena regresó a su cama con una impresión que no conseguía ni identificar ni compartir.

    Le parecía que estaba más bien contenta. Ignoraba por qué. Quizá porque había mantenido una larga conversación con quien la obsesionaba. Que había acabado bastante mal, pero eso era previsible, y, además, ya cambiaría.

    ¿Acaso no era normal que pusiera una condición a su liberación?

    En su fuero interno, había una desesperación que no se atrevía a decir su nombre. En el transcurso de las horas de la noche, salió a la superficie.

    Poco a poco, la tristeza dio paso al resentimiento: «Yo soy la que pone las condiciones, y si a la señorita le molesta, peor para ella. El poder pertenece a los fuertes; un precio es un precio. Si quieres la libertad, pasarás por el aro.»

    Aquel resentimiento no tardó en culminar en una especie de trance placentero: «¡Si te repugno, mejor aún! Me encanta no gustarte, y eso sólo hará que el precio que hay que pagar me guste todavía más.»


    Al día siguiente, EPJ 327 vio que Pannonique tenía ojeras. No se dio cuenta de que la kapo también las tenía. Por otro lado, observó que ésta se mostraba más distante con Pannonique y eso sólo le produjo cierto alivio.

    Pero ¿por qué la ninfa Egeria de los prisioneros tenía una expresión tan agobiada, tan desesperada? Eso no iba con ella. Hasta entonces, incluso en los días más duros, conservaba intacta la fuerza de sus ojos. Hoy se había apagado.

    No tuvo ninguna oportunidad de hablar con ella antes de la noche.


    En el exterior, los medios de comunicación vivían en plena convulsión. La mayoría de los periódicos le dedicó la portada al arrebato de Pannonique: gran foto suya dirigiéndose al público. Algunos destacaron como único comentario su frase inicial en caracteres gigantes: «¡ESPECTADORES, APAGUEN SUS TELEVISORES!» Otros la segunda: «¡USTEDES SON LOS PEORES CULPABLES!» Había material para titular sobre sus opiniones más violentas: «¡LOS ASESINOS SON SUS OJOS!»

    Más adelante, transcribían el texto íntegro de su declaración. Hubo editorialistas que se atrevieron a iniciar su artículo con: «Ya os lo había dicho…» Algunas revistas afirmaron que se trataba de un montaje, que la joven había cobrado por decir aquello, etc. Los lectores escribieron para preguntar si también pagaban a los prisioneros por ser asesinados.

    Con excepción de estas intervenciones carentes de valor, la unanimidad era absoluta: todos los medios de comunicación le daban la razón a Pannonique y la glorificaban: «¡Una heroína de verdad!», se extasiaba la gente.


    Durante la cena, Pannonique declaró, confusa, a su unidad, que aquel día no había recibido el chocolate.

    —Evidentemente -dijo MDA 802-. Son las represalias por sus invectivas de ayer.
    —¿Lo ve? — retomó EPJ 327-. Ayer la kapo Zdena la felicitó por sus opiniones, pero ha sido la primera en castigarla por ellas. En adelante sabremos a qué atenernos respecto a su sinceridad.
    —¡Pero… por mi culpa no tendrán chocolate esta noche! — balbuceó la joven.
    —No diga tonterías -se rebeló MDA 802-. La verdad es que durante semanas hemos tenido chocolate gracias a usted.
    —Exacto -comentó un hombre.
    —Sin mi arrebato de ayer, hoy también habría podido repartir chocolate.
    —Visto su heroísmo, nos sentimos felices de vernos privados de chocolate esta noche -clamó una mujer.
    —Además, el chocolate no era nada del otro mundo. No era mi marca preferida -dijo MDA 802.

    La mesa entera soltó una enorme carcajada.

    —Gracias, amigos -murmuró Pannonique, repentinamente avergonzada pensando en el panecillo fresco que había devorado la víspera sin un solo pensamiento hacia sus camaradas.

    Sus remordimientos fueron tales que enseguida entregó su rebanada de pan endurecido para compartir con los suyos, que se abalanzaron sobre ella sin hacer preguntas.


    Dos días más tarde, los organizadores seguían maravillándose ante los índices de audiencia:

    —¡Es extraordinario; nunca, nunca habíamos tenido un público tan colosal!
    —Os dais cuenta: todos los medios de comunicación han aplaudido la toma de posición de la pequeña, y el resultado obtenido es exactamente inverso a lo que les pedía a los espectadores.
    —¡Ojalá vuelva a dirigirse a ellos!
    —¡Esta cría tiene un auténtico sentido del espectáculo!
    —¡Debería hacer televisión!

    Hilaridad general.


    La kapo Zdena seguía sin deslizar a escondidas chocolate en el bolsillo de Pannonique.

    La audiencia de Concentración seguía creciendo.

    Si la joven hubiera sabido que su valentía había tenido esta consecuencia, eso la habría llevado al colmo de una desesperación ya de por sí intolerable. Los periodistas se dieron cuenta del triste aspecto de la ninfa Egeria. Muchos medios de comunicación se refirieron al probable castigo que debía de haberle costado su declaración: «Deberíamos seguir la consigna de Pannonique tanto más por cuanto ha pagado caro su heroísmo.»

    La audiencia del programa subió todavía más.

    Un editorial se hizo eco de este fenómeno: «Todos sois innobles. Cuanto más indignados se sienten, más ven el programa.» Aquella paradoja infecta fue retomada y martilleada por el conjunto de los medios de comunicación.

    La audiencia del programa alcanzó las más altas cuotas.

    Un periodista vespertino retomó el editorial de la mañana: «Cuanto más hablamos de Concentración, cuanto más subrayamos su atrocidad, mejor funciona. La solución es el silencio.»

    Los medios de comunicación le proporcionaron un eco fabuloso a esa voluntad de mutismo. ¡CALLÉMONOS!, eran los titulares de las revistas. El periódico de mayor tirada ocupó su portada con una única palabra: ¡SILENCIO! Las radios repitieron a quien quería escucharlas que no dirían nada, absolutamente nada, sobre este tema.

    La audiencia del programa pulverizó todos los récords.


    —¿Seguimos sin chocolate? — le preguntó una noche a Pannonique un hombre de su grupo.
    —¡Cállese! — le ordenó MDA 802.
    —Lo siento -respondió la joven.
    —No tiene importancia -dijo EPJ 327 con firmeza.

    Pannonique sabía que mentía. Echaba de menos aquel chocolate de un modo doloroso. Como si nada, aquellas escasas piezas cotidianas habían constituido durante semanas lo esencial de su aportación energética. Y ni el lamentable mendrugo de pan ni el bodrio de caldo claro podían sustituir a aquellas preciosas calorías. Cada día que pasaba, la joven se sentía más débil.

    —Debería arengar al público otra vez -le dijo EPJ 327 a la ninfa Egeria.
    —¿Y arriesgarnos a que nos dejen sin pan? — rugió el hombre.
    —¿No le da vergüenza? — le dijo MDA 802.
    —Tiene razón -intervino Pannonique-. Mi declaración dirigida al público se remonta a hace dos semanas y ya ven que aparte de la desaparición del chocolate, no ha habido ningún resultado.
    —Usted no lo sabe -dijo EPJ 327-. No tenemos ni la más remota idea de lo que ocurre en el exterior. Quizá nadie mira el programa. Quizá estamos en la víspera de su anulación.
    —¿Usted cree? — preguntó Pannonique con una sonrisa.
    —Yo lo creo -dijo MDA 802-. Hay un proverbio árabe que me parece adecuado a las actuales circunstancias: «No bajes los brazos: correrías el riesgo de hacerlo una hora antes del milagro.»


    A la mañana siguiente, Pannonique murmuró muy deprisa al oído de Zdena: «Esta noche.»

    El resultado no se hizo esperar. Hacia las cuatro de la tarde, el bolsillo de su bata acogió dos tabletas de chocolate.

    Pasó la jornada en una angustia odiosa.

    Por la noche, en la mesa, cuando mostró el chocolate, hubo gritos de alegría.

    —¡Han levantado la sanción! — gritó uno de ellos.
    —¡Más bajo, por favor! ¡Piensen en las otras mesas! — dijo la ninfa Egeria.
    —¿Y por qué no exige más chocolate? — protestó el que había sido llamado al orden.
    —¿Acaso cree que estoy en posición de exigir? — dijo ella sintiendo cómo subía la cólera dentro de sí.
    —Podría pensar un poco antes de decir semejantes burradas -le dijo EPJ 327 al hombre.
    —Ya puestos a vender sus encantos, ¿por qué no fijar un precio exorbitante? — chirrió el que no soportaba ser tomado en falso.

    Pannonique se levantó como activada por un muelle.

    —¿Y según usted, cómo me lo gano, ese chocolate?
    —Eso es asunto suyo.
    —De ningún modo -dijo ella-. Si usted se lo come, también es asunto suyo.
    —Eso es falso, ya que yo no le he pedido nada.
    —Es usted peor que un rufián. ¡Y pensar que me juego la vida para darle comida a un ser de su calaña!
    —Oh, basta ya, me niego a ser un chivo expiatorio. Todos los de la mesa piensan lo mismo.

    Se produjo un clamor de indignación, destinado a desmarcarse de aquellas opiniones.

    —No los crea -retomó el hombre-. No quieren enemistarse con usted para seguir recibiendo su chocolate. Yo me limito a decir en voz alta lo que ellos piensan en voz baja. Además, hay algo que se le escapa: y es que nos da exactamente lo mismo el modo como consigue el chocolate. Como suele decirse, en la guerra todo vale.
    —Deje de decir nosotros, tenga la valentía de decir yo -intervino EPJ 327.
    —No tengo que recibir ninguna lección de usted, soy el único que ha tenido la valentía de decir lo que piensan los demás.
    —Lo que me parece más extraordinario -subrayó Pannonique- es hasta qué punto parece orgulloso de usted mismo.
    —Uno siempre se siente orgulloso cuando dice la verdad -declaró el hombre con la cabeza alta.

    A Pannonique le fue otorgado un momento de inspiración: se dio cuenta de lo ridículo que era aquel individuo y soltó una carcajada. Aquello resultó contagioso; todos los comensales se pusieron a reír a costa de aquel personaje.

    —Eso es, ríanse -chirrió-. Sé lo que digo. Soy una molestia. Y en adelante sé que me quedaré sin chocolate.
    —Desengáñese -retomó Pannonique-: Seguirá recibiendo lo que usted denomina su parte.


    Esperó a que los demás estuvieran en lo más profundo de su sueño para salir del barracón y se dio de bruces con la kapo Zdena, que la estaba vigilando.

    —¿Vamos a mi habitación?
    —Nos quedamos aquí -respondió Pannonique.
    —¿Igual que la última vez? Es un poco molesto.

    Se dio cuenta de que Zdena pensaba repentinamente en nuevas posibilidades que tampoco mejoraban su situación. Se le anticipó:

    —Quiero hablar con usted. Creo que hay un malentendido entre nosotras.
    —Es cierto. Yo sólo deseo tu bien, y no das la impresión de entenderlo así.
    —Ése es otro malentendido, kapo Zdena.
    —Me gusta cuando me nombras, aun cuando preferiría que te ahorraras mi rango. Me gusta cuando pronuncias mi nombre.

    Pannonique se prometió evitar nombrarla en adelante.

    La kapo se acercó. La joven sintió tanto miedo que se puso a hablar temblando:

    —El malentendido es que se equivoca respecto a mi desprecio hacia usted.
    —¿Así que no me desprecias?
    —Se equivoca respecto a la naturaleza de mi desprecio.
    —Lo que me cuentas no me sirve de nada.
    —Lo que desprecio en usted -dijo Pannonique que ya no podía más de terror- es su uso de la fuerza, de la presión, del chantaje, de la violencia. No es la naturaleza de su deseo.
    —Ah, ¿te gusta este tipo de deseo?
    —Lo que me repugna en usted es lo que no es usted. Es cuando se comporta como una auténtica kapo: ésa no es usted. Creo que es una persona válida, salvo cuando decide convertirse en una kapo.
    —Tus historias son complicadas. ¿Me citas a medianoche para contarme todo este galimatías?
    —No es un galimatías.
    —¿Crees que así te librarás?
    —Es muy importante que sepa que es usted una buena persona.
    —En el estado en el que me encuentro, no me importa lo más mínimo.
    —La parte esencial de usted arde en deseos de ser estimada por mí. Le gustaría tanto ver lucir en mi ojo, provocado por usted, un fuego que no fuera provocado por el odio, un reflejo en el que usted sería grande y no miserable.
    —Por más que viera eso en tu mirada, no por ello me ofrecerías lo que espero.
    —Tendría algo mejor. Infinitamente mejor.
    —No estoy segura de que fuera mejor.
    —Lo que quiere, sólo podrá conseguirlo por la fuerza. Y eso, contrariamente a lo que cree, le repugnaría. Más tarde, cuando volviera a pensar en ello, resultaría peor que la náusea. El único recuerdo que le perseguiría seria el de mis ojos insostenibles de odio.
    —Basta. Haces que aumente mi deseo.
    —Si realmente tuviera el deseo que asegura tener, sería capaz de pronunciar mi nombre.

    Zdena palideció.

    —Cuando uno siente lo que usted, necesita pronunciar el nombre de la otra persona. No es casual que haya hecho lo imposible para saber el mío. Y ahora que lo sabe y que me tiene delante, es incapaz de llamarme por mi nombre.
    —Es cierto.
    —Y sin embargo le gustaría, ¿verdad?
    —Sí.
    —Es una imposibilidad fisiológica. Se equivocan los que menosprecian el cuerpo: es infinitamente menos nocivo que el alma. Su alma pretende desear cosas que su cuerpo rechaza. Cuando su alma sea igual de honesta que su cuerpo, podrá pronunciar mi nombre.
    —Te aseguro que mi cuerpo sería capaz de hacer daño.
    —Pero no es él el que lo quiere.
    —¿Cómo sabes todo eso?
    —No pretendo conocerla. El desprecio también consiste en creer conocer lo desconocido de los demás. Tengo una intuición respecto a usted, eso es todo. Pero sus tinieblas también lo son para mí.

    Se produjo un silencio.

    —Soy desgraciada -dijo Zdena-. No me imaginaba que esta noche sería así. Dime qué puedo esperar de ti. Dímelo.

    Durante una décima de segundo, a Pannonique le pareció conmovedora.

    —Podría pronunciar mi nombre mirándome a los ojos.
    —Nada más?
    —Si lo consiguiera, seria inmenso.
    —No me imaginaba la vida así -dijo la kapo deshecha.
    —Yo tampoco.

    Se rieron. Fue un instante de connivencia: dos chicas de veinte años descubriendo juntas la ignominia del mundo.

    —Me voy a acostar -dijo Pannonique.
    —Yo no podré dormir.
    —Durante su insomnio, pregúntese de qué modo puede ayudarnos, a los míos y a mí.


    Cuarta parte


    La audiencia dejó de crecer. No es que bajara lo más mínimo, pero tampoco aumentó.

    Los organizadores perdieron la cabeza. Concentración existía desde hacía seis meses, y en ese tiempo la curva no había dejado de subir, con, ocasionalmente, algunas subidas muy lentas y, a veces, picos de crecimiento durante los incidentes más mediáticos: nunca se había estancado.

    —Es nuestro plato fuerte -dijo uno de ellos.
    —Un plato siempre es un falso plato -dijo otro-. Es una ley de la naturaleza: lo que no avanza retrocede.
    —Eso no impide que nuestra audiencia sea enorme y siga siendo la más aplastante jamás conocida por un programa.
    —Eso no es suficiente. Si no hacemos algo, tarde o temprano tendremos una sorpresa desagradable.
    —A la fuerza: los medios de comunicación han dejado de hablar de nosotros. Se han pasado meses hablando únicamente de Concentración, y ahora, han cambiado de tema. Si queremos atraer de nuevo su atención, debemos encontrar otra cosa.

    Uno de ellos propuso dedicar un magazine a los principales candidatos, como habían hecho los espectáculos televisados de la década precedente, con fotos y entrevistas a artistas.

    —Imposible -le dijeron-. Sólo podríamos hacerlo con los kapos. Sin embargo, las auténticas estrellas del programa son los prisioneros. Y ya que reproducimos aquí las condiciones de un auténtico campo de concentración, no podemos entrevistarlos: eso iría en contra de los principios de deshumanización que gobiernan todo campo que se precie.
    —¿Y qué? Quizá tengamos que seguir evolucionando a partir de esta idea. Cuando CKZ 114 adquirió una identidad al revelar su nombre, tuvimos una cobertura mediática formidable.
    —Eso sólo funcionó con ella. Es imprescindible que no banalicemos este hallazgo.
    —Es que es realmente hermosa, esa pequeña. Lástima que se haya calmado un poco, en estos últimos tiempos.
    —¿Cómo andan sus amores con Zdena? Sería una idea, el verdugo y la víctima…
    —No, al público le gusta que sea una virgen inaccesible.
    —De todos modos, eso no nos salvará del abismo. Necesitamos un nuevo plan.


    Los organizadores siguieron debatiendo y reflexionando antes de reunirse en una mesa redonda. Se bebieron litros de café y fumaron en abundancia.

    —El único defecto de Concentración es que no es en absoluto interactivo -señaló uno de ellos.
    —La interactividad: hace veinte años que no tienen otra palabra que llevarse a la boca.
    —Con razón, al público le encanta participar. Le encanta que le pidan su opinión.
    —¿Cómo hacer que nuestro programa sea interactivo?

    Silencio.

    —¡Es evidente! — exclamó alguien-. ¡Que el público haga el trabajo de los kapos!
    —¿La baqueta de castigo?
    —¡No! La selección para la condena a muerte.
    —Creo que ya lo tenemos.
    —¿Difundimos un número de teléfono muy caro?
    —Mejor aún, utilizamos el teletexto. Es mucho mejor si el espectador puede resolverlo todo desde su mando a distancia. Le basta pulsar las tres letras y las tres cifras de la matricula del prisionero que decida eliminar.
    —¡Genial! Eso es mejor que el circo romano, el pulgar hacia arriba o hacia abajo.
    —Estáis locos. La participación será nula. Ningún espectador se atreverá a señalar a las víctimas con el dedo.

    Todas las miradas se dirigieron hacia el que acababa de hablar.

    —¿Cuánto te apuestas? — preguntó otro.

    Rompieron en una estruendosa carcajada.

    —El programa está salvado -decretó el jefe del simposio, dando así por terminada la reunión.


    Los nuevos principios fueron explicados al público de modo que pudieran ser entendidos incluso por el más cretino. Un sonriente y entusiasta presentador anunció que Concentración sería su programa.

    —En adelante, son ustedes los que seleccionarán a los prisioneros. Elegirán a los que se quedan y a los que se marchan.

    El uso de la palabra «muerte» era cuidadosamente evitado.

    Luego aparecía un mando a distancia que ocupaba toda la pantalla. Se indicaban en rojo los botones que había que emplear para acceder al teletexto de Concentración. Era muy fácil, pero como temían que algunos no lo consiguieran, lo volvían a explicar: «Sería una verdadera lástima que su voto se perdiera por un simple problema técnico», dijo el presentador.

    —Queremos indicarles que el acceso al teletexto de Concentración es gratuito, conforme al principio democrático de nuestro programa -concluyó con una expresión gentil.


    Los medios de comunicación rugieron con más fuerza todavía de lo que lo habían hecho con el nacimiento del programa: ÚLTIMO HALLAZGO DE CONCENTRACICSN: ¡LOS KAPOS SOMOS NOSOTROS! Éstos fueron los titulares del periódico de mayor tirada. TODOS SOMOS VERDUGOS.

    ¿POR QUIÉN NOS TOMAN?, podía leerse en todas partes.

    El tono de un editorialista se hizo más vibrante que nunca: «Hago un llamamiento al honor de la humanidad», escribía. «Es cierto que ya ha caído muy bajo al propiciar un éxito así al programa más repugnante de la Historia. Pero ante tanta abyección, espero de ustedes, de nosotros, una reacción de honor: que nadie vote. ¡Llamo al boicot, si no al espectáculo sí por lo menos a la participación a esta infamia!»


    El índice de audiencia a la primera votación de Concentración fue inversamente proporcional al de las últimas elecciones legislativas europeas: casi nulo, lo que llevó a los políticos a decir que, en el futuro, debería pensarse en sustituir las urnas por mandos a distancia.

    En cuanto a la audiencia del primer programa postelectoral de Concentración, pulverizó los récords precedentes.

    Las cifras son las cifras.


    A la mañana siguiente de la nueva versión de Concentración, los prisioneros fueron dispuestos en fila, como de costumbre.

    Los kapos estaban tan indignados con ese reglamento que les desproveía de su principal prerrogativa que sólo la kapo Lenka se ofreció para exponérselo a los deportados. Una vez hubo enseñado a lo largo y a lo ancho sus piernas encaramadas sobre unos tacones de aguja y considerado que ya habían producido su efecto, se quedó quieta, sacó pecho y dijo:

    —En adelante, será el público el que votará para decretar cuál de vosotros saldrá de la fila. A eso se le llama democracia, creo, ¿verdad?

    Sonrió, sacó un sobre de su escote, lo abrió como se hace en la ceremonia de los Óscar y leyó:

    —Los elegidos son GPU 246 y JMB 008.

    Se trataba de los prisioneros de más edad.

    —A los espectadores no les gustan los ancianos, por lo que veo -añadió Lenka en tono de burla.


    Pannonique se había quedado aturdida. La vulgaridad de la kapo Lenka añadía peso a su incredulidad. Aquello no era posible, era demasiado. Lenka se había inventado aquella historia, había maquillado su elección con un referéndum. Sí, sólo podía tratarse de eso.

    Lo que menos se explicaba era la actitud de los otros kapos. Se mantenían en segundo término, contrariados; Pannonique intuyó que había algún conflicto entre Lenka y sus colegas. Pero durante la jornada, la ausencia de la kapo erotómana no cambió su humor.

    Zdena parecía particularmente sombría.


    A la mañana siguiente, la ambigüedad desapareció. Los prisioneros estaban en fila, el kapo Marko ni siquiera les pasó revista; se plantó ante ellos, sacó un papel y dijo:

    —Ya que no nos han consultado para conocer nuestra opinión, no haré la comedia de la inspección. Hoy los condenados del público son AAF 167 y CJJ 214.

    Se trataba de dos chicas singularmente apagadas.

    —Me permito opinar que esta elección es discutible -clamó el kapo Marko-. Esto es lo que ocurre cuando se pide la opinión de no especialistas. La opinión de los profesionales es otra cosa, ¿no? En fin, vox populi, vox Dei.


    Se produjo una auténtica movilización de los medios de comunicación frente a la ignominia que suponía la participación masiva de los espectadores. De común acuerdo, el mismo día todos los periódicos pusieron en titulares con caracteres gigantescos: ¡EL COLMO!, y empezaron todos el único artículo de la primera página con: «Hemos tocado fondo.»

    Las radios y las televisiones no hablaban de otra cosa. Los periódicos satíricos se quejaban de no tener que realizar ningún esfuerzo: en materia de comicidad terrorífica, la realidad les había superado para siempre. «Lo más divertido de esta abyección será siempre la indignación de los kapos, privados en adelante de su poder de vida y muerte sobre los prisioneros y perorando trascendentalmente sobre las debilidades de la democracia», comentó uno de ellos.

    El resultado de aquel desencadenamiento de pasiones no se hizo esperar: todo el mundo se puso a ver Concentración. Incluso los que no tenían televisión iban a verla a casa de sus vecinos, lo cual no les impedía presumir alto y fuerte de ser los últimos refractarios y los mayores detractores de la telebasura. Resultó más sorprendente todavía escucharles pontificar sobre ese programa teniendo en cuenta su conocimiento de causa.

    Era la pandemia.


    Zdena estaba preocupada. Mientras fueron los kapos quienes decidían las condenas a muerte, había tenido el poder de proteger a Pannonique; ahora que la sentencia pertenecía al público, en cambio, ya no estaba segura de nada. De la democracia, cuya existencia acababa de descubrir, eso era lo que le parecía más odioso: la incertidumbre.

    Se tranquilizó como pudo: Pannonique era la niña mimada, la ninfa Egeria, la heroína, la más hermosa, etc. Los espectadores no cometerían la estupidez de sacrificar a su favorita.

    La primera votación la alivió: si la consulta popular culminaba con la evicción de los más ancianos, Pannonique estaba a buen recaudo. La segunda votación resucitó sus temores: dos chicas habían sido condenadas sólo por ser apagadas. Es cierto que Pannonique no pasaba desapercibida, pero era reservada…, cada vez más en los últimos tiempos.

    En definitiva, con un público tan absurdo, podía temerse lo peor. Por la tarde, en el momento de introducir a escondidas el chocolate de rigor en su bolsillo, la kapo le murmuró: «Esta noche.» Pannonique asintió.


    Las dos mujeres se encontraron a medianoche.

    —Es indispensable que reacciones -dijo Zdena-. ¿Por qué ya no tomas la palabra? ¿Por qué ya no te diriges a los espectadores?
    —Ya vio hasta qué punto fue útil mi intervención -rechinó Pannonique.
    —¡No cambiarás al público pero por lo menos te salvarás! Las dos chicas que han eliminado esta mañana sólo lo fueron por su insignificancia. Tienes que vivir. El mundo te necesita.
    —¿Y usted por qué no actúa? No se toma ninguna molestia por nosotros. Hace dos semanas, le pedí que pensara en un plan para salvarnos. Todavía estoy esperando.
    —Tienes más medios que yo. La gente siente pasión por ti. Yo no le intereso a nadie.
    —¡Pero usted es libre y yo estoy prisionera! ¿Ya ha pensado en un plan de evasión?
    —Estoy en ello.
    —¡Dese prisa o estaremos todos muertos!
    —Trabajaría mejor si fueras más amable.
    —La veo venir.
    —¿Te das cuenta de que me pides un imposible a cambio de nada?
    —¿Que los míos y yo sobrevivamos, a eso le llama nada?
    —¡Hay que ver lo estúpida que llegas a ser! Tampoco te estoy pidiendo tanto.
    —Yo no opino así.
    —Eres idiota. No mereces vivir.
    —En este caso, puede darse por satisfecha. No viviré -dijo Pannonique zanjando el tema.

    Hasta entonces, Zdena se había sentido fascinada por la inteligencia de aquella que la obsesionaba. Su manera de hablar, de economizar las palabras y de responder cuando no se esperaba, la persuadía de la excelencia de su cerebro. Ahora, en cambio, descubría que era tonta del bote.

    Preferir la muerte, eso le parecía escandaloso. La vida merecía algunos esfuerzos, de todos modos. Además, lo que ella le pedía a cambio era una nadería.

    Le parecía que Pannonique se comportaba como esas marquesas de novela que no había leído, pagando un alto precio por defender unas virtudes grotescas que sólo ellas valoraban. Zdena se burlaba de esa literatura en la misma medida en la que dudaba de su existencia, de un modo global, el universo novelesco le parecía lo suficientemente estúpido para albergar semejantes hábitos.

    «Lo peor es que eso no me impide amarla. Es como si me gustara todavía más. De tanto resistirse a darme lo que se da tan fácilmente, de tanto irritarse como si le estuviera pidiendo el sacrificio de su padre y de su madre, me muero de deseo.»

    Tuvo un arrebato de alegría por el hecho de experimentar un deseo tan fuerte…, inmediatamente interrumpido por el recuerdo de la realidad: Pannonique iba a morir tarde o temprano. Lo que la humanidad había engendrado de más hermoso, de más puro, de más elevado y de más deleitable sería ejecutado entre atroces sufrimientos ante millones de espectadores.

    A Zdena le pareció entender por primera vez el horror de semejante información.


    Decidió entonces elaborar un plan a la altura de su pasión. Tenía que aproximarse a los amigos de Pannonique.

    Su elección la llevó hacia MDA 802. La había odiado durante tanto tiempo que había visto en ella a una rival en potencia. Más adelante, supo que se había equivocado: MDA 802 sólo sentía amistad por Pannonique, la cual, oh desolación, no parecía insensible al amor de EPJ 327.

    A hurtadillas, le dio subrepticiamente a MDA 802 un frasco de cochinillas y murmuró:

    —¡Finge tener una herida ensangrentada, rápido!

    El corazón de MDA 802 se puso a latir a cien por hora; la kapo intentaba quedarse a solas con ella. ¿Iba a hacerle proposiciones como a Pannonique? Si era así, no desaprovecharía la ocasión. No sentía ninguna atracción por Zdena, pero para recobrar la libertad, estaba dispuesta a todo.

    Vertió las cochinillas en la palma de su mano y gimió enseñándola.

    —Se está desangrando -dijo Zdena-, la llevaré a la enfermería.

    La acompañó gritándole:

    —¡Herirse con unos escombros, hay que ver lo torpe que eres!

    Nadie tuvo tiempo de reaccionar. Visto y no visto, se alejaron no hacia la enfermería sino hacia la habitación de la kapo.

    —Tenemos que hablar -empezó Zdena-. Eres muy amiga de CKZ 114, ¿verdad?
    —Sí.
    —Pues eso sólo funciona en una dirección. Ella os esconde cosas, a ti y a la unidad.
    —Está en su derecho.
    —Lo que tú digas. Sabe sobre todo a lo que se arriesga.

    MDA 802 consideró más prudente guardar silencio.

    —No quieres perjudicar a tu amiga, eso está bien -prosiguió la kapo-. Ella no dudaría en hacerlo.

    «Es una trampa», pensó la prisionera.

    —Ya sabes lo que quiero de ella. No es demasiado pedir, ¿verdad? Y si ella me lo concediera, yo garantizaría la fuga de toda la unidad, de ti, de ella. Pero no; la señorita se niega, y al negarse, se está negando a salvaros.

    MDA 802 sintió cómo la rabia le hinchaba el pecho, con una indignación indiferenciada que se dirigía tanto a la kapo como a Pannonique. Pragmática, decidió posponer su furor hasta más tarde y se lo jugó todo a una carta:

    —Kapo Zdena, lo que CKZ 114 se niega a darle, yo no se lo niego.

    Estaba temblando convulsivamente.

    Zdena se quedó boquiabierta, y luego rompió a reír en una carcajada de ogro.

    —¿Te gusto, MDA 802?
    —No me desagrada -dijo la infeliz.
    —¿Así que te ofreces gratuitamente?
    —No.
    —¿No? — se sublevó la kapo muerta de risa-. ¿Y cuál es tu precio?
    —El mismo que CKZ 114 -respondió a punto de romper a llorar.
    —¿Ya te has mirado en el espejo? ¡Rebaja tus pretensiones, chiquilla!
    —La vida de CKZ 114 y la mía -regateó valientemente la prisionera.
    —¿Estás de guasa? — gritó Zdena.
    —Mi vida -acabó por decir MDA 802.
    —¡No, no, no y no!

    Entonces MDA 802 soltó un comentario miserable que sólo se permitirán juzgar aquellos que creen valer más:

    —Pan.

    Zdena se irguió de desprecio y le escupió.

    —¡Me das asco! Ni gratis querría nada de ti.

    Y la echó.

    —¡Y ahora vete a contarles a los demás lo que ya sabes!

    MDA 802 lloraba al regresar a los trabajos del túnel. Los prisioneros lo atribuyeron a la herida de la mano, que supusieron ya había desinfectado. Pannonique, en cambio, sospechaba que ocurría algo.

    Sorprendió a MDA 802 mirándola fijamente, con unos ojos humillados y ofendidos. También creyó leer en ellos el odio.

    Pannonique movió la cabeza de desesperación.


    Por la noche, en la mesa, resultó evidente que MDA 802 no estaba bien.

    —¿La kapo Zdena le ha hecho daño? — le preguntaron.
    —No -respondió mirando fijamente a Pannonique, que no era ajena a aquel asunto.
    —Hable, diga lo que tenga que decir -suspiró la ninfa Egeria.
    —¿No es más bien usted quien tiene algo que decir? — preguntó MDA 802.
    —No. Usted necesita hablar imperiosamente.

    Silencio.

    —Resulta muy desagradable -empezó diciendo MDA 802-. La kapo Zdena me ha informado de que le había hecho proposiciones a Pannonique, a cambio de las cuales se nos ofrecía la evasión, a todos. Y Pannonique se ha negado.

    Los ojos de todos los comensales se dieron la vuelta hacia la ninfa Egeria, que permanecía en actitud marmórea.

    —Pannonique ha hecho bien -dijo EPJ 327.
    —¿Usted cree? — preguntó MDA 802.
    —Se burla de nosotros -dijo el hombre que no había perdonado la risotada de la que había sido objeto-. ¡Nos condena a muerte sólo porque la rechaza!
    —Cállese, no sea bestia -intervino una mujer-. Pannonique, entiendo sus reticencias. Todos las entendemos. La kapo Zdena es un monstruo y a todos nos repugnaría consentir algo… así. No obstante, es una cuestión de vida o muerte. Punto final.
    —Qué poco valor le da al honor -rechinó EPJ 327.
    —¿Acaso salvarnos la vida no sería un acto honorable? — protestó la mujer-. Usted, EPJ 327, está locamente enamorado de Pannonique: ¿cree que no lo sabemos? Hay que estar locamente enamorado para preferir nuestra muerte y la suya a su sumisión de una hora a la kapo Zdena. Nosotros amamos y admiramos a Pannonique, pero no hasta el extremo de sacrificar nuestra vida por su ansia de pureza.

    La mujer se calló. Acababa de expresar la opinión general hasta tal punto que nadie tuvo nada que añadir.

    —Ustedes son como los burgueses de Bola de sebo -se sublevó EPJ 327.
    —No -dijo MDA 802-. La prueba es que me he ofrecido en su lugar y ella me ha rechazado.

    Con la mirada baja, la ninfa Egeria permanecía en silencio.

    —¿Por qué no dice nada? — le preguntó MDA 802.
    —Porque no tengo nada que decir.
    —Es falso. Sabemos que tiene un gran corazón. Nos gustaría entenderla -insistió MDA 802.

    Pannonique movió la cabeza suspirando.

    —¿Es porque se trata de una mujer? — preguntó ingenuamente uno de ellos.
    —Mi reacción sería la misma si la kapo Zdena fuera un hombre -zanjó la ninfa Egeria.
    —Le aseguro que necesitamos una explicación -dijo MDA 802.
    —No la tendrán -respondió Pannonique.
    —¡Nos envía a la muerte por dárselas de princesita! — gritó el hombre.

    Había gritado demasiado fuerte. Las otras unidades miraron en dirección a su mesa.

    Largo silencio. Cuando el ambiente empezó a relajarse, se reanudó el guirigay.

    —Se comportan como vencidos -dijo entonces Pannonique-. Ninguno de nosotros será ejecutado, precisamente porque no haré ninguna concesión al enemigo.

    La comida terminó en un clima de frustración.


    Al día siguiente, cuando la kapo hubo acabado de leer el sobre de los condenados del día, Pannonique dio dos pasos adelante, se volvió hacia lo que presentía era la cámara principal y clamó:

    —¡Espectadores, esta noche voten por mí! ¡Que en el escrutinio no haya dos nombres sino uno solo! Que la matrícula CKZ 114 obtenga la unanimidad absoluta. Todos ustedes se han envilecido al ver este abyecto programa. La absolución sólo les será concedida con esta condición: que yo sea la condenada de mañana. ¡Me lo deben!

    Dio dos pasos hacia atrás y regresó a la fila.

    «Por desgracia, he aquí la confirmación de mis temores; está completamente loca», sentenció MDA 802.
    «Y pensar que contábamos con ella para escaparnos», pensó el resto de la unidad.

    Incluso EPJ 327 albergó ciertos temores: «Es sublime. Pero se puede ser sublime y equivocarse.»

    Zdena estaba consternada.

    Pannonique pasó su jornada en la más absoluta serenidad.


    Los comunicados de prensa se sucedían, declarando las cosas más abstrusas.

    Una opinión recurrente se llevaba la palma sobre las versiones divergentes: «Se cree Jesucristo.» Por la tarde, fue la misma noticia la que se extendió en todas direcciones: «Esta mañana, la deportada Pannonique tomó la palabra para ordenar con firmeza al público de Concentración que, por unanimidad, votara a favor de su condena. Sin ambigüedad, se designó a sí misma como víctima expiatoria, declarando que, a cambio, los espectadores obtendrían la absolución.»

    Las radios y las televisiones, menos escrupulosas que los periódicos, sugerían que Pannonique había perdido la razón.


    Durante la cena, reinaba cierto malestar.

    —¿Acaso se supone que ésta será la última Cena? — preguntó MDA 802.

    Pannonique rompió a reír y cogió de su bolsillo las tabletas de chocolate.

    Tomó el chocolate, lo partió en trozos y los fue repartiendo entre sus discípulos al tiempo que decía: «Tomad y comed uno, ya que éste es mi cuerpo.»

    —Él no era tan austero con su cuerpo -bromeó el hombre que la odiaba.
    —Yo tampoco lo soy y usted tampoco es Judas, que era un personaje conmovedor e indispensable.
    —¡Él por lo menos salvó a alguien!
    —Me están reprochando no ser Jesucristo. ¡Qué barbaridad!
    —No hace ni siquiera un día, nos garantizaba que ninguno de nosotros sería ejecutado -protestó el hombre.
    —Es cierto.
    —¿Y cómo piensa hacerlo? ¿Nos protegerá desde el más allá? — preguntó.
    —No dé por hechas las cosas tan deprisa. Todavía no estoy muerta.
    —Lo que le ha ordenado al público podría producirse perfectamente. Es usted persuasiva, ¿lo sabe?
    —Cuento con ello, en efecto.
    —Entonces ¿cuándo nos salvará? — se sublevó.
    —La salvación es como esas dos tabletas de chocolate: un derecho adquirido, ¿verdad?
    —No se las dé de instruida -dijo el hombre-. Se supone que nuestras almas no son tan elevadas como la suya. Eso no impide que todos nosotros habríamos aceptado la proposición de la kapo Zdena para salvar a los demás.
    —La habría aceptado incluso por mucho menos -encadenó Pannonique.

    MDA 802 experimentó un imperceptible sobresalto al escucharla.

    —Pues sí -prosiguió el hombre que no había entendido nada-. Somos seres humanos, seres vivos y de una pieza, sabemos que a veces es necesario ensuciarse las manos.
    —¿Las manos? — soltó Pannonique como si de una incongruencia se tratara-. Me gustaría que dejaran de contarme lo que habrían hecho en mi lugar. Nadie está en mi lugar, nadie está en el lugar de nadie. Cuando alguien toma un riesgo por ustedes que serían incapaces de tomar por él, no pretendan comprenderlo, y mucho menos juzgarlo.
    —Por eso mismo, ¿por qué correr semejante riesgo? — intervino MDA 802-. Lo que Zdena ofrecía carecía de riesgo.
    —Perdería para siempre la convicción de que en este paisaje mi deseo es el único dueño. No tengo nada más que añadir -concluyó Pannonique.

    EPJ 327, que hasta aquel momento había permanecido en silencio, tomó la palabra:

    —Sabe hasta qué punto le doy la razón, Pannonique. Pero desde su declaración, tengo miedo. Tengo un miedo terrible y, por primera vez, ya no la comprendo.
    —Le pido simplemente, como un último favor, que hablemos de otra cosa.
    —¿Cómo podríamos hablar de otra cosa? — dijo EPJ 327.
    —En este caso, solicito el derecho a permanecer en silencio.


    A medianoche, sin ni siquiera haberse citado antes, Zdena y Pannonique se encontraron.

    —¿Sabes lo que te espera? ¿Sabes en qué consiste la condena a muerte? ¿Sabes lo que va a ocurrirle a tu pequeño cuerpo frágil?

    Pannonique se tapó los oídos y esperó a que los labios de Zdena dejaran de moverse.

    —Si mañana muero, será obra suya. Si mañana muero, podrá pensar cada día que usted me condenó por la única razón de que la rechacé.
    —¿Tan poco deseable soy?
    —No es ni más ni menos deseable que cualquier otra persona.

    Zdena sonrió como si acabara de escuchar un cumplido. La prisionera se apresuró a añadir:

    —En cambio, el procedimiento al que ha recurrido hace que deje de ser deseable para mí para siempre.
    —¿Para siempre?
    —Para siempre.
    —Entonces ¿de qué me serviría salvarte?
    —Para que siga con vida -dijo Pannonique, a la que divertía esta clase de tautología.
    —¿Y eso, a mí, de qué me sirve?
    —Acabo de decírselo: para que siga con vida.
    —No me sirve de nada.
    —Sí. La prueba es que la simple idea de mi muerte la horroriza. Necesita que viva.
    —¿Por qué?
    —Porque me ama.

    La kapo la miró con asombro, luego rió ahogando su risa para no ser escuchada.

    —¡No tienes abuela!
    —¿Me equivoco?
    —No lo sé. ¿Tú me quieres?
    —No -dijo Pannonique perentoria.
    —Qué descaro.
    —Usted me quiere: no es culpa suya ni mía. Yo no la quiero: es lo mismo.
    —¿Y por eso tengo que salvarte?

    Pannonique suspiró.

    —No vamos a salir de ésta si no pone de su parte. Se ha comportado de un modo repugnante. Ahora tiene la posibilidad de resarcirse, no la desaproveche.
    —Estás perdiendo el tiempo. Aun cuando exista un infierno, me da lo mismo abrasarme en él.
    —Existe un infierno, estamos en él.
    —A mí ya me vale.
    —¿Le parece que las condiciones de nuestro encuentro son las ideales?
    —De no ser por Concentración nunca te habría conocido.
    —Por culpa de Concentración, nunca me conocerá.
    —En tiempos normales, las personas como tú no conocen a personas como yo.
    —No es cierto. Siempre he estado dispuesta a conocer a toda clase de personas.
    —¿Y qué? No te habría gustado.
    —A la fuerza me habría gustado más de lo que me gusta.
    —No hables de mí como si te repugnara.
    —A usted le corresponde invertir esta situación: puede convertirse en un magnífico ser humano que liberará a los prisioneros y terminará con una experiencia repugnante.
    —Eso no me hará merecer tus favores, como dices tú.
    —Le valdrá mi admiración y mi amistad. Amará, y deseará amar todavía más. La dejo, no tengo nada más que decirle. Necesitará toda la noche para reflexionar sobre un plan.

    Pannonique se marchó con expresión resuelta. No podía disimular su angustia por más tiempo.

    Cuando se quedó a solas, Zdena comprendió que no tenía elección.

    Un plan de fuga resultaba imposible de poner a punto. Era kapo, no una de esas técnicas capaces de desactivar la alarma.

    Tenía que encontrar armas.

    No durmió ni un segundo.

    Pannonique tampoco durmió.

    «Estoy loca de arriesgarme tanto. Dicho esto, de todos modos iba a morir. Estoy acelerando mi muerte, eso es. No debería haberlo hecho. No tengo prisa por morir.»

    Decidió recordar lo que le había gustado en la vida. Repasó su música preferida, el olor delicado de los claveles, el sabor de la pimienta gris, el champán, el pan fresco, los hermosos momentos pasados con los seres queridos, el aire después de la lluvia, su vestido azul, los mejores libros. Estaba bien, pero aquello no le había bastado.

    «¡Lo que más deseaba vivir, no lo he vivido!» También pensó en lo mucho que le habían gustado las mañanas.


    Aquella mañana la descompuso. Era tan ligera como cualquier otra. Era un nuevo día traidor. Traidor era aquel aire fresco, ¿qué ocurría durante la noche para que el aire siempre fuera nuevo por las mañanas? ¿Cuál era esa perpetua redención? ¿Y por qué los que lo respiraban no eran redimidos?

    Traidora era esa luz inefable, promesa de un día perfecto, genérico muy superior a la película que precedía.

    «Todo el placer de los días está en su propia mañana», como dijo el otro.

    Pannonique, en la última mañana de su vida, se sentía estafada.

    Como de costumbre, los prisioneros fueron reagrupados en la explanada para la proclamación de los condenados elegidos.


    Quinta parle


    Era en directo y el público lo sabía; se leía «directo» en el rincón de la pantalla.

    Concentración alcanzó la audiencia absoluta: cien por cien de la población. El programa fue visto por todo el mundo, literalmente. Los ciegos, los sordos, los anacoretas, los religiosos, los poetas callejeros, los niños, los recién casados, los animales de compañía…, incluso las cadenas de televisión de la competencia interrumpieron su programación para que sus presentadores pudieran ver el programa.

    Los políticos, ante su televisor, movían la cabeza con desesperación mientras decían:

    —Es terrible. Deberíamos haber intervenido.

    En los bares, la gente, medio amontonada en la barra y con los ojos clavados en la pantalla, diagnosticaba:

    —Te digo yo que se la van a cargar. Es repugnante. ¿Por qué los políticos han permitido que las cosas lleguen hasta este punto? Sólo tenían que prohibir esta clase de porquería. En la cúspide del Estado ya no existe moralidad, no tengo más que decir.

    Los bienpensantes pensaban en voz alta, con la cabeza inclinada tristemente en dirección al aparato:

    —¡Qué sufrimiento! ¡Qué día más aciago para la humanidad! No tenemos derecho a no mirarlo; habrá que ser testigo de tanto horror, habrá que rendir cuentas. Entonces no diremos que no estábamos aquí.

    En las cárceles, los detenidos observaban y se burlaban:

    —¡Y pensar que los que estamos fuera de la ley somos nosotros! Es a nosotros a quienes meten en la trena y no a los organizadores de esta mierda.

    Pero la veían.

    Los cándidos enamorados, acurrucados el uno contra la otra en sus camas blanditas, habían instalado el televisor a los pies de la cama.

    —¡Qué bien que seamos tan extraños en este mundo despreciable! ¡El amor nos protege!

    La víspera, cada uno había aprovechado una pequeña necesidad para hacerse con el mando a distancia y votar presionando las teclas.

    Los carmelitas, en silencio, miraban.

    Los padres enseñaban el programa a sus hijos para explicarles que aquello era el mal.

    En los hospitales, los enfermos miraban, considerando sin duda que su patología les eximía de culpabilidad.

    El colmo de la hipocresía lo alcanzaron aquellos que no tenían televisión, que se hacían invitar a casa de sus vecinos para ver Concentración e indignarse:

    —¡Cuando veo eso, me siento feliz de no tener televisión!


    En el momento de pasar revista, Pannonique observó la ausencia de la kapo Zdena.

    «Me ha abandonado», pensó. «He perdido. Estoy perdida.»

    Respiró profundamente. Le pareció que el aire que penetraba en su pecho contenía polvo de cristal. El kapo Jan se situó delante de los prisioneros, se detuvo, abrió el sobre y clamó:

    —Los condenados del día son CKZ 114 y MDA 802.

    Superado el estupor inicial, Pannonique dio un paso adelante y declaró:

    —¡Espectadores, son todos unos cerdos!

    Se detuvo un instante para calmar su corazón, que latía muy fuerte. Las cámaras enfocaron a aquella que jadeaba de cólera. Sus ojos se habían convertido en un manantial de odio. Continuó:

    —¡Hacen el mal con toda impunidad! ¡E incluso el mal, lo hacen mal!

    Escupió al suelo y prosiguió:

    —Creen estar en una posición de fuerza porque nos ven y nosotros no les vemos a ustedes. Se equivocan, ¡les veo! Miren mi ojo, leerán en él tanto desprecio que tendrán la prueba de ello; ¡les veo! Veo a aquellos que nos miran estúpidamente, también veo a los que creen mirarnos inteligentemente, a los que dicen: «Miro para ver hasta dónde pueden llegar los que se rebajan», y que, al hacerlo, se rebajan todavía más que ellos. ¡El ojo estaba dentro de la televisión y les miraba! ¡Van a verme morir sabiendo que les estoy viendo!

    MDA 802 lloraba:

    —Pare, Pannonique. Se ha equivocado.

    Pannonique pensó que MDA 802 iba a morir por su culpa. Se sintió avergonzada y se calló.


    En la sala de las noventa y cinco pantallas, los organizadores contemplaban la escena con satisfacción.

    —Hay que admitir que es una estrella: nunca se había visto una audiencia absoluta, ni siquiera el 21 de julio de 1969 en los Estados Unidos. ¿En vuestra opinión, cómo lo consigue?
    —La gente la toma por el símbolo del bien, de la belleza, de la pureza, todas estas pamplinas. El combate entre el bien y el mal, les encanta. ¡Pero el gran anzuelo del espectáculo es la pureza ejecutada por el vicio! ¡La inocencia entregada al suplicio!
    —Es porque es hermosa, eso es todo. Si hubiera sido fea, nadie se habría preocupado por ella.
    —Desde Paris, nada ha cambiado -dijo una bazofia culta-. Entre Hera, Atenea y Afrodita, es la última a la que eligen.


    La elegida caminaba solemnemente hacia su suplicio, en compañía de MDA 802 -«la amiga a la que no he salvado», se mortificaba Pannonique, añadiendo la culpabilidad a la suma de sus sufrimientos.

    EPJ 327 no dejaba de reprenderse a sí mismo: «Vas a dejarla morir sin hacer nada, ni siquiera por cobardía; ¡qué impotencia! ¡Si por lo menos pudiera destruir las cámaras que mostrarán su agonía! ¡Si por lo menos pudiera evitar su muerte, aunque fuera al precio de la mía! ¡La amo y no sirve de nada!»

    Dio un paso adelante y gritó:

    —¡Espectadores, pueden estar satisfechos! ¡Han condenado a muerte a la sal de la tierra y ahora van a presenciar la muerte de aquella que les habría gustado ser o de aquella que habrían querido tener! Necesitan que desaparezca porque es todo lo opuesto a ustedes: ¡está tan llena como vacíos están ustedes! ¡Si no fueran tan necios, no les parecería intolerable la existencia de la que tiene sustancia! ¡Un programa como Concentración es el espejo de su vida y es a causa de este narcisismo por lo que son tan numerosos los que lo ven!

    EPJ 327 se detuvo cuando se dio cuenta de que nadie se interesaba por él ni le escuchaba.

    La kapo Zdena había reaparecido; había vuelto a traer a la explanada a las dos condenadas y a su escolta. Depositó en el suelo una parte de los tarros de vidrio de los que iba cargada. Guardó uno en cada mano y los levantó.

    —¡Basta ya! ¡Yo soy la que manda aquí! ¡Tengo en mis manos suficientes cócteles Molotov para mataros a todos, puedo destruir todo el campo! ¡Si alguien intenta dispararme, los dejó caer y todo explotará!

    Se calló con un evidente deleite, consciente de que todas las cámaras la estaban enfocando. Varios organizadores corrieron hacia el plató, con altavoces.

    —Os estaba esperando -les dijo sonriendo.
    —Venga, Zdena, va a dejar todo eso en el suelo y vamos a hablar -declaró la voz paternalista del jefe.
    —Vamos a ver -gritó ella-, me llamo kapo Zdena y a mí se me trata de usted, ¿está claro? ¡Os recuerdo que el cóctel Molotov explota cuando se rompe el cristal!
    —¿Cuáles son sus exigencias, kapo Zdena? — retomó la voz intimidada a través de un megáfono.
    —No tengo exigencias, sólo doy órdenes, ¡soy la que manda aquí! Y decido que este programa de mierda se ha acabado! ¡Soltamos a todos los prisioneros sin excepción!
    —Venga, esto no es serio.
    —¡Es tan serio que hago un llamamiento a los dirigentes de esta nación! ¡Y al ejército!
    —¿El ejército?
    —Sí, el ejército. Hay un ejército en este país, ¿verdad? Que el jefe del Estado me envíe el ejército, y entonces quizá pasaremos por alto que se ha cruzado de brazos mientras los detenidos morían.
    —¿Quién nos asegura que los cócteles Molotov que sujeta son auténticos?
    —¡El olor! — dijo ella con una amplia sonrisa.

    Abrió uno de los frascos. Apestaba a gasolina y a otros olores deletéreos todavía más lamentables. La gente se tapó la nariz. Zdena volvió a tapar el frasco y clamó:

    —Me gusta esta mezcla de gasolina, ácido sulfúrico y potasa, pero parece que no compartís mis gustos.
    —¡Es un farol, kapo Zdena! ¿Cómo puede haber conseguido ácido sulfúrico?
    —Una vieja batería de camión contiene la cantidad suficiente. Y en este campo no son camiones lo que nos faltan.
    —Por el auricular, un especialista me comenta que el líquido del fondo debería ser marrón rojizo y no rojo oscuro como el que está sujetando…
    —Me encantará haceros una demostración, aunque sólo sea para que me contéis cómo se ha transformado en puzzle de un modo ortodoxo. ¿Es bonito, verdad, un cóctel Molotov? Esos líquidos diferentes que no se mezclan… Bastaría con que entraran en contacto con el trapo empapado de potasa y ¡bum!

    La kapo Zdena iba a lo suyo. Estaba disfrutando, interpretando el papel de su vida.

    Pannonique la miraba sonriendo.


    Cuando el ejército rodeó el lugar en el que se rodaba Concentración, los kapos abrieron las puertas. Las unidades móviles de todas las cadenas filmaron el cortejo de prisioneros delgados y estupefactos que salieron de él.

    El ministro de Defensa entró con entusiasmo y quiso estrechar la mano a la kapo Zdena. Ella no soltó los tarros de vidrio y declaró que exigía un acuerdo por escrito.

    —¿Cómo? — preguntó el ministro-. ¿Un acuerdo?
    —Digamos mejor un contrato que estipulará su intervención cada vez que la televisión quiera volver a hacer un programa como éste.
    —¡Nunca más habrá programas como éste! — protestó el hombre de Estado.
    —Sí, sí. Pero nunca se es lo bastante prudente -respondió ella mostrando sus cócteles Molotov.

    El contrato fue inmediatamente redactado por el secretario del ministro. La kapo Zdena sólo depositó uno de sus frascos para firmar el documento, cogerlo y enseñarlo a cámara.

    —Espectadores, son ustedes testigos de la existencia de este contrato.

    Le dio tiempo al zoom para acercarse y al público para leerlo. Luego cogió los tarros entre sus brazos y se marchó hacia Pannonique, que la estaba esperando.


    —Ha estado usted genial -dijo Pannonique mientras salían juntas del campo.
    —¿De verdad? — preguntó Zdena con una expresión vanidosa.
    —No se me ocurre otra palabra. ¿No quiere que la ayude con los tarros? Se le podría caer uno, sería una lástima que explotaran ahora.
    —No hay peligro. Al parecer hay ácido sulfúrico en las viejas baterías, pero no sé exactamente dónde.
    —Entonces ¿el liquido rojo qué es?
    —Vino. Denominación de origen Haut-Médoc. Es todo lo que he conseguido. No he empapado los trapos con potasa, pero la gasolina es auténtica, por el olor.
    —Ha estado usted fantástica.
    —¿Eso cambia algo entre tú y yo?
    —Hasta ahora tenia sólo una intuición sobre usted. En adelante, será una certeza.
    —Concretando, ¿eso qué significa?
    —No cambia nada en nuestros acuerdos.
    —¿Nada? Me estás engatusando. Finges halagarme para darme gato por liebre.
    —No. Me ciño estrictamente a lo que le había anunciado.
    —¿De qué demonios hablas?
    —Ha estado usted heroica. Es una heroína. Que el resto de su actitud esté a la misma altura.
    —Te burlas de mi.
    —Al contrario. La tengo en la más alta estima, no soportaría que me decepcionara.
    —Intentas timarme.
    —Invierte usted los papeles. He sido honesta con usted de cabo a rabo.
    —He realizado un milagro y confieso que no esperaba menos de tu parte.
    —Éste es el milagro. Lo que en mí subsistía de desprecio hacia usted ha desaparecido. Usted era, bien hay que decirlo, lo que la humanidad había creado de más miserable, y en adelante es lo que ha producido de más magnífico.
    —Para. ¿Qué te has creído? No me he convertido en otra persona, sigo siendo la que había aceptado encantada ser kapo en este programa.
    —No es verdad. Ha cambiado profundamente.
    —¡Es falso! Todo lo que he hecho es para conseguirte. Me da igual ser buena persona. Lo único que cuenta para mí, es poseerte. Nada ha cambiado en mí.
    —¿Lamenta haber estado formidable?
    —No. Pero no me esperaba que fuera a cambio de nada.
    —Eso es el heroísmo: a cambio de nada.

    Zdena siguió caminando con la mirada clavada en el suelo.

    Cruzaron los descampados a pie. Era una Europa indeterminada. Caminaron durante mucho tiempo. En el trayecto, llegaron a una aldea.

    —Vayamos a la estación. Tomarás el tren hacia tu ciudad.
    —No tengo dinero.
    —Yo te lo pagaré. No quiero volver a verte. Es una prueba para mí. No me comprendes.

    En la taquilla, Zdena le compró un billete a Pannonique. La acompañó hasta el andén.

    —Me ha salvado la vida. Ha salvado la humanidad, lo que queda de humanidad en este mundo.
    —Basta ya, no te sientas obligada a decir estas cosas.
    —En absoluto. Tengo que expresarle la admiración y la gratitud que siento por usted. Es una necesidad, Zdena. Necesito decirle que es la persona más importante de toda mi vida.
    —Espera. ¿Cómo has dicho?
    —… la persona más importante…
    —No. Me has llamado por mi nombre.

    Pannonique sonrió. La miró fijamente a los ojos y dijo:

    —Nunca la olvidaré, Zdena.

    Ésta se estremeció de la cabeza a los pies.

    —Sigue sin llamarme por mi nombre, eso también es lo que quería decirle.

    Zdena inspiró profundamente, clavó sus ojos en los de la joven y, como quien se lanza al vacío, dijo:

    —Me siento feliz de saber que existes, Pannonique.

    De lo que Zdena sintió en aquel instante, Pannonique sólo vio la onda indescriptible que la atravesó. Subió inmediatamente al tren, y éste se puso en marcha.


    Aturdida, Zdena retomó su larga marcha hacia el azar. No dejaba de pensar en lo que acababa de ocurrir.

    De repente, se dio cuenta de que seguía sin soltar los sucedáneos de cócteles Molotov.

    Se sentó en el borde del camino y observó uno de los frascos. «Esta gasolina y este vino incapaces de mezclarse, uno que perdura sobre el otro, pase lo que pase, me recuerda algo. No quiero saber cuál de nosotros es la gasolina y cuál el vino.»

    Depositó el tarro y creyó explotar de amargura. «¡No me has dado nada y sufro! ¡Te he salvado y me dejas morir de hambre! ¡Y tendré hambre hasta el día de mi muerte! ¡Y te parece justo!»

    Entonces cogió los tarros y los lanzó contra un árbol, con la energía de su indignación. Las botellas se rompieron, una tras otra, los líquidos no se mezclaron pero Zdena vio que la gasolina y el vino eran absorbidos por la misma tierra. Le produjo una especie de exaltación y júbilo, como una iluminación: «¡Me has dado lo mejor! ¡Y lo que me has dado nunca nadie se lo ha dado a nadie!»


    Al regresar al Jardín Botánico en el que toda esta historia había comenzado, Pannonique vio a EPJ 327 sentado en un banco. Parecía estar esperándola.

    —¿Cómo me ha encontrado?
    —La paleontología…

    No supo qué decirle.

    —Necesitaba que supiera algo, me llamo Pietro Livi.
    —Pietro Livi -repitió ella, consciente de la importancia de aquella revelación.
    —Había juzgado mal a Zdena. Tenía usted razón. Sin embargo, le corresponde el mérito de lo que ha ocurrido; usted y sólo usted era capaz de cambiar ese ser.
    —¿Y cómo sabe? — preguntó ella con cierto fastidio.
    —Lo sé, porque lo he vivido y porque lo estoy viviendo. Me siento tan cercano a Zdena como equivocado estaba despreciándola. Al igual que ella, no dejo de pensar en usted.

    Pannonique se sentó a su lado, en el banco. De repente se sintió feliz de que estuviera allí.

    —Yo también le necesito -dijo ella-. Ahora hay un abismo que me separa de los demás. Ellos no lo saben, no lo entienden. Me despierto en medio de la noche, jadeando de angustia. Y a menudo me avergüenzo de haber sobrevivido.
    —Me parece estar oyéndome a mí mismo.
    —Cuando la culpabilidad es demasiado fuerte, pienso en Zdena, en el milagro que realizó para nosotros. Me digo que debo mostrarme digna de ella, a la altura de este regalo.

    Pietro Livi frunció el ceño.

    —Mi vida ha cambiado profundamente desde Zdena -prosiguió.
    —¿No estudia paleontología?
    —Sí, mejor acabar lo que he empezado. Pero ahora, cada vez que conozco a alguien, le pregunto cómo se llama y repito su nombre en voz alta.
    —Entiendo.
    —Eso no es todo. He decidido hacer feliz a los demás.
    —Ah -dijo Pietro Livi, consternado ante la idea de ver a la sublime Pannonique entregándose a la beneficencia-. ¿Y cómo piensa hacerlo? ¿Se va a convertir en dama de la beneficencia?
    —No. Estoy estudiando violonchelo.

    Rió de alivio.

    —¿Violonchelo? Eso es magnífico. ¿Y por qué el violonchelo?
    —Porque es el instrumento que más se parece a la voz humana.


    Fin

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