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diciembre 22, 2017
Compilación.
EN LA Escuela Pública Número 2 de Stapanavan, pequeña ciudad del norte de Armenia, eran casi las 11:30 de la mañana del miércoles 7 de diciembre de 1988. Faltaban 15 minutos para el recreo, y el maestro David Gregorian ansiaba ese descanso. Los niños estaban más inquietos que nunca; se quejaban sin cesar de un ruido sordo que les resonaba en los oídos.
A las 11:40, ya era imposible proseguir la lección. Cuenta Gregorian: "Abrí la ventana, y entonces oí un retumbo ensordecedor. Saqué a los niños a toda prisa hacia la calle. Segundos después, la escuela se desplomó. Luego, la ciudad entera se vino abajo".
—Paris Match
EN LA plaza principal de Leninakan, las manecillas del reloj de la torre se detuvieron a las 11:41 de la mañana, registrando el aterrador momento en que la ciudad de 290,000 habitantes fue violentamente sacudida por un estruendo que provino de las entrañas de la Tierra. Estructuras de piedra y concreto se partieron como frágiles ramitas. Hospitales y escuelas se derrumbaron sobre pacientes y niños. Muchos obreros quedaron sepultados en las fábricas. En cuestión de minutos, la ciudad quedó en ruinas. Setenta kilómetros al noreste, el pueblo de Spitak, de 30,000 habitantes, fue virtualmente borrado de la faz de la Tierra.
—Time
EN LENINAKAN, el taxista Dajan Harudian había dado un servicio que lo llevó cerca de su casa. "Pensé que sería bueno echar un vistazo a mi hogar", cuenta.
De pronto, sintió una sacudida. Luego, la calle empezó a bambolearse. "Tres o cuatro autos se estrellaron unos contra otros. La gente gritaba, y oí cómo los cristales de las ventanas se hacían añicos".
Harudian saltó de su auto, y corrió hacia la escuela de sus hijos.
"La gente gritaba: ¡La escuela se derrumbó! Cuando por fin llegué allí, aquello era un montón de escombros. ¡Dios mío!, agradecí, gritando, al ver a mi hijo y a mi hija a salvo. ¡Están vivos! ¡Están vivos!"
—Stern
EL TERREMOTO destruyó gran parte de la República Soviética de Armenia. Uno de los primeros informes oficiales hablaba de 55,000 muertos y medio millón de damnificados. Muchos rescatistas declararon que las cifras reales eran mucho mayores.
—Times de Nueva York
MIKHAIL Gorbachov acababa de pronunciar un discurso en las Naciones Unidas cuando le informaron de la catástrofe ocurrida en Armenia. De inmediato volvió a su patria, para afrontar una crisis mucho mayor, en términos humanos, que la de Chernobyl. Cuando llegó a Armenia, los aturdidos sobrevivientes se quedaron mirándolo fijamente, como los deudos que vuelven la cabeza para identificar al curioso invitado al funeral.
Con Gorbachov llegó un torrente de ayuda de Occidente. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la URSS aceptó asistencia en gran escala procedente del exterior; incluso de Estados Unidos.
—Newsweek y Post de Washington
A UNOS días del terremoto, docenas de aviones llenaban los cielos de Armenia. Paramédicos y suministros médicos llegaron de Estados Unidos; médicos y perros buscadores, de Francia; bomberos, de Inglaterra; máquinas excavadoras, de Alemania Occidental; tiendas de campaña y mantas, de Japón. Todos en una carrera contra el tiempo.
Más de 70 países enviaron ayuda, que incluía a más de 2000 rescatistas y a más de 300 aviones cargados con equipo pesado, provisiones y ropa. Los estadunidenses enviaron diez cargamentos de ayuda oficial, además de otros 12 de donaciones de particulares.
—Reuters y Time
EN LA Escuela Armenia Diurna de los Santos Mártires, en Queens, Nueva York, los niños habían vendido carteles y reunido 97 dólares para hacer un viaje escolar; en vez de ello, donaron el dinero a un fondo de solidaridad con Armenia. En Chicago, un niño de nueve años, que esa mañana había cobrado 7.60 dólares por limpiar de nieve las aceras, llevó sus ganancias al centro comunitario armenio. Un desempleado se presentó en el mismo centro, y ofreció su mano de obra, porque no tenía dinero que donar. Trabajó entonces seis horas, cargando cajas.
—Post y Times de Nueva York
EN SPITAK, un huerfanito de grandes ojos negros miraba fijamente a su tía, que había ido a recogerlo. La mujer, sin poder dejar de morder su chal, luchaba por contener las lágrimas. "El mundo entero nos está ayudando", comentó ella. "Pero, ¿qué será de nosotros?... Mire", añadió, señalando a un terreno vacío: "esa era la fábrica de azúcar. Y allá", apuntó hacia una grúa que levantaba una gran piedra, "estaba la panadería, y junto a ella, el jardín de niños".
Los pequeños pupitres, adornados con duendes y hongos gigantes, estaban todos patas arriba, con muñecas y libros ilustrados desparramados por el fango.
—Le Monde
EL CENTRO de Leninakan se veía como si lo hubieran bombardeado. Los trabajadores hormigueaban sobre los montones de escombros, algunos con palas, y otros cavando con sus propias manos. Un hombre con los dedos ensangrentados escarbaba desesperadamente, a solas, entre enormes bloques de cemento. Juraba haber oído las voces de su esposa y de su hija, debajo de los escombros. Los demás rescatistas, impotentes y apenados, apartaron la vista.
Pero también hubo milagros. Dos días después del terremoto, una grúa de 16 toneladas, enviada desde Yerevan, levantó una enorme losa de concreto que cubría la bodega de una fábrica. Doscientos obreros emergieron de allí, sanos y salvos.
En otro caso, la mano izquierda de una mujer era lo único visible entre los escombros. El hijo de Jenia Saakian, David, la identificó por el anillo que llevaba puesto. Solo, cavó incansable, interminablemente, hasta salvarla.
—Paris Match
"JAMÁS había visto un esfuerzo de salvamento en casos de desastre tan mal organizado", declaró un médico de la organización francesa Médicos sín Fronteras. Hay escasez de todo: jeringas, hospitales rurales, tiendas de campaña, albergues prefabricados, riñones artificiales y grúas para retirar los enormes pedazos de concreto bajo los cuales hombres, mujeres y niños todavía gimen. Sobre todo, hay falta de experiencia, pues anteriormente el comunismo había superado las catástrofes naturales guardando silencio en torno a ellas.
Los aviones de auxilio se apiñaban en el aeropuerto de Yerevan, pero no había equipo para descargarlos. Cientos de voluntarios intervinieron para trasladar tiendas de campaña, equipo para trasfusiones y vendajes a los camiones. Dos accidentes aéreos agravaron el desastre: un avión militar soviético cayó cerca de Leninakan, y murieron 70 personas; otra nave de auxilio, yugoslava, con siete personas a bordo, se estrelló cerca de Yerevan.
—Newsweek, Le Monde, Stern
ANTE LA desgracia de Armenia, resulta irreverente pensar en términos políticos. Con todo, esta tragedia quizá se convierta en uno de los acontecimientos más señalados en el empeño de Mikhail Gorbachov por transformar a la Unión Soviética.
Además de manifestar un franco pesar, muchos dirigentes soviéticos también parecían profundamente avergonzados por su impotencia en medio del caos. Era evidente que los trabajadores soviéticos podían hacer muy poco para organizar los esfuerzos de socorro. Es verdad que hubo valor y trabajo honrado en las labores de rescate; pero también hubo una sensación de futilidad por los inexplicables retrasos, y aun la sombra de un burócrata renuente a repartir pan en una población, porque no había allí un funcionario sobreviviente que le firmara de recibido.
El terremoto dejó ver a los visitantes un terrible ejemplo de los muchos y graves problemas de la Unión Soviética: desorganización, tensiones nacionalistas, y una infraestructura económica tan caduca, que difícilmente puede responder a las necesidades cotidianas de la sociedad, mucho menos a una catástrofe. Acaso más que ningún otro acontecimiento desde el sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, el terremoto de Armenia mostró al mundo una URSS en su momento más vulnerable y doloroso.
—Post de Washington
LOS VOLUNTARIOS de la Cruz Roja alemana, de uniforme anaranjado, seguían a sus perros buscadores, indicando a los exhaustos armenios dónde cavar primero. Ayudados por las hogueras del campamento, después del anochecer, trabajaron las 24 horas del día.
Los voluntarios tuvieron un momento de alegría cuando un hombre de 33 años fue encontrado vivo debajo de las ruinas de un edificio de tres pisos. Decenas de espectadores aguardaban sobre los escombros mientras el rescatista Peter Schaefer, de Hamburgo, sacaba poco a poco al sobreviviente. Se lo llevaron en camilla, rodeado de jubilosos armenios que le proporcionaban agua y le limpiaban de tierra la cara.
No obstante, escenas como la anterior daban escaso consuelo a personas como Gegush Aganian, quien en sollozante vigilia permanecía cerca del arruinado apartamento de su hijo. Ella había venido desde una población serrana con la esperanza de encontrar vivos a su hijo y a la esposa de este, embarazada. "Iba a ser mi primer nieto", dijo, desolada.
—AP
EN LENINAKAN, el taxista Dajan Harudian y su hijo de 15 años procuraron ayudar en todo lo posible. "Oíamos continuamente débiles gritos de gente pidiendo auxilio", comenta Harudian, "pero, ¿qué podíamos hacer, sin más equipo que nuestras manos?"
En un caso, sin embargo, sus esfuerzos no fueron inútiles. "Estábamos removiendo trozos de concreto y dimos con un agujero", cuenta Harudian. "Dos manos se extendían hacia nosotros. En ellas había un bebé, de dos o tres meses de edad, ¡vivo! Luego, el padre salió arrastrándose. ¡Yo lo conocía! Era el relojero de enfrente de mi casa. Estuvieron bajo los escombros dos días completos".
—Stern
FILMADO, descrito, fotografiado por los medios de comunicación soviéticos, el sufrimiento armenio tocó profundamente el corazón de la URSS. Al pueblo soviético jamás le habían mostrado tanto dolor y desesperación dentro de sus fronteras. El infortunio solía existir sólo en el infierno del capitalismo.
La televisión soviética mostró a un demacrado hombre que trepaba sobre las ruinas, en busca de gente que no volvería a ver jamás; blandía el puño al cielo, para luego postrarse, impotente, con un alarido de rebelión. En seguida, aparecieron una mujer aquí, otra allá, estrechando al único hijo sobreviviente. En otra escena, se veían huérfanos adolescentes acurrucados en torno de una hoguera. Pudieron ver a sus compatriotas cavando con sus propias manos toda la noche, luchando por salvar a un hijo o a una esposa, o a un desconocido, hora tras hora, piedra tras piedra, sin cejar hasta que los cada vez más débiles gemidos se desvanecían.
Cierto día, una unidad de rescate llegó de Israel, hasta entonces considerado país abominable. Por medio de declaraciones y artículos oficiales, entrevistas con rescatistas e imágenes televisadas, la Unión Soviética, cerrada por tanto tiempo al mundo exterior, descubría la solidaridad internacional.
—Le Monde
RADIO Moscú señaló que las viviendas construidas en los últimos 15 años habían resultado patéticamente vulnerables. Si se lleva a cabo una investigación, como en el caso de Chernobyl, sin duda se encontrarán a los culpables entre los arquitectos y los supervisores de construcción oficiales. Pero, como en Chernobyl, la culpa será, principalmente, del clima de negligencia, burocratismo y corrupción del sistema soviético.
Es obvio que muchos miles de personas murieron innecesariamente, víctimas del sistema que heredó Gorbachov, y del cual surgió. Las décadas de corrupción, apatía e incompetencia endémicas que provocaron el glasnost y la perestroika también hicieron inminente una catástrofe como la de Armenia.
—Suplemento dominical del Times de Londres
NADA LO prepara a uno para Spitak. Nada lo prepara a uno para ver el estadio de una pequeña población atestado de ataúdes y cadáveres dejados a la intemperie.
Un joven subía y bajaba por entre los féretros, levantando las tapas en busca de su hermano. Por fin se topó con lo que no quería ver, y cuando descubrió el cadáver, se abalanzó al ataúd, dispuesto a unírsele en la muerte.
"Antes, cuando alguien fallecía, todos llorábamos", comentó Ardavast Kogowian, un trabajador azucarero que aún seguía en busca de su hija. "Pero ahora ya no nos quedan lágrimas".
—Post de Washington
CON EL rostro inexpresivo, un joven permanecía de pie frente al arruinado edificio, mientras que una grúa levantaba un tablero, dejando al descubierto los cuerpos prensados de su madre, su esposa y su hijo, este aún en brazos de la madre. Un grupo de 20 hombres tardó varias horas para sacar los cadáveres, pues tuvieron que apartar laboriosamente los escombros. Cuando un pedacito de roca fue a caer en el rostro de la joven madre, un hombre lo quitó con sumo cuidado, aunque el resto del cuerpo de la víctima estaba aplastado y cubierto de cascajo. Fue un gesto intensamente humano.
—Suplemento dominical del Times de Londres
EL 16 de diciembre, nueve días después de ocurrir el terremoto, muchos rescatistas franceses, británicos, italianos y germano-occidentales habían desistido de la búsqueda y emprendido el regreso a sus respectivos países, en tanto que el grupo oficial de rescate estadunidense empacaba sus pertrechos. Por algún tiempo, ese estrujante drama había unido a las naciones del mundo entero.
—Time
LOS PILOTOS extranjeros, que se aprestaban ya para sus vuelos de regreso, tenían lágrimas en los ojos. Jóvenes armenios habían acudido en tropel a sus aviones, para abrazar a los tripulantes. "Díganle a su pueblo que se lo agradecemos", expresó un armenio. "Jamás olvidaremos esta ayuda".
—Stern
LAS SEMANAS que los israelíes pasaron en Armenia estuvieron marcadas por docenas de pistas falsas. Familias desesperadas por encontrar a sus muertos informaban a los trabajadores de haber oído "algo, allá adentro". Con todo, cuando los milagros en verdad ocurrían, todos "sentían la mano de Díos", según lo expresó un israelí.
El undécimo día después del terremoto, Artur Arutunian fue rescatado vivo de entre los escombros. Según se dice, fue el último sobreviviente encontrado. "Había perdido mucho peso, pero su agudeza mental estaba intacta", afirmó Mordechai Goldenberg, médico israelí. "Llevaba puesta una medalla cristiana, y parece que fue su amuleto de la buena suerte".
Decenas de miles de seres humanos murieron en Armenia, y algunos poblados perdieron a casi todos sus niños. "Pero permítame mostrarle algo", sugirió Goldenberg a un visitante. Subió por las escaleras del hospital, y entró en una sala abovedada. Dentro, reposaban en cama dos mujeres con sendos bebés recién nacidos en sus brazos, ambos venidos al mundo en los días subsiguientes al terremoto.
"La presencia de estos bebés nos alentará a todos nosotros durante algún tiempo", concluyó Mordechai Goldenberg.
—Post de Washington