PANORAMA DESDE UNA ALTURA (Joan D. Vinge)
Publicado en
octubre 02, 2017
Sábado 7
¡Deseo saber por qué me faltan esas páginas! ¿Cómo se supone que voy a proseguir mi investigación si me quitan páginas…? (Largo sonido suspirante)
Escúchate a ti misma, Emmylou: estás escuchando el sonido del miedo. Fue un descuido, tú lo sabes. Nadie te lo hizo a propósito. Relájate, estás perdiendo los estribos. Mañana recuperarás las páginas, y también una disculpa, si Harvey Weems sabe lo que le conviene.
Pero de todos modos… cinco páginas completas; y la tabla de materias. ¿Cómo puedes perder cinco páginas? Y la tabla de materias.
¿Y si se tratara de una estratagema? El noroeste ha sido finalmente ocupado por completo, y están censurando los medios… Y como el Desterrado, todo lo que me envíen estará lleno de agujeros.
¿En ciencia?
¿O quizá Weems ha decidido volverme loca…?
Oh, Dios mío… No tardaría mucho. Ya no me queda uña sana.
—Arrwk. Hola, belleza. ¿Hola? ¿Hola?
— ¡Ozymandias! Déjame el pelo tranquilo, diablo —risas—. ¿Polly quiere una galleta? Aquí… ¡Tranquilo! Eso es, buen chico.
Es hermoso cuando vuela. Nunca me canso de observarlo, de mirarlo, ni siquiera después de veinte años. Veinte años… ¿Qué habrán hecho los psitácidos para obtener el derecho de llevar el arcoíris en su plumaje? Aunque por la forma como los hemos cazado, podría decirse que fue una bendición de doble filo. Como algunas otras cosas.
Veinte años. Que extraño resulta oír esas palabras, y saber que son ciertas. Hay cabellos grises cuando me miro en el espejo. Empiezan a formarse arrugas. ¡Y Weems está calvo! Calvo como un huevo, y completamente bizco tras sus gafas. ¿Cómo hemos podido cambiar de esta forma, sin darnos cuenta? El tiempo es a la vez más largo y más corto de lo que una piensa, y normalmente todo a la vez.
Doce días es mucho tiempo para aguardar a que alguien responda tu llamada. Veinte años es mucho tiempo perdido. Pero de alguna forma tengo la impresión de que fue apenas la semana pasada que abandoné mi casa. Mantengo limpios los circuitos, revisándolos una y otra vez, proyectándome películas mentales de casa hasta casi poder, en algunas ocasiones, penetrar en esa otra realidad. Pero entonces siempre miro hacia abajo, y ahí está ese tremendo abismo lleno de espacio y tiempo, y me doy cuenta de nuevo de que es imposible. No puedes volver a casa.
Especialmente cuando te hallas casi a un millar de unidades astronómicas fuera en el espacio. Casi el primer peldaño de la escala. El próximo martes es el día. Oh, esa botella de champán que lleva tanto tiempo aguardando. ¡Oh, el panorama del paralaje! Poseo lo que equivale al mejor equipo astronómico de todo el espacio cercano a la Tierra a mi disposición, y una visión del universo que nunca nadie ha tenido antes; y su utilización me ha convertido en la única astrofísica que haya obtenido nunca su doctorado en pleno espacio. A eso se le llama trabajo de campo.
Es extraño pensar que si la masa del Observatorio Avanzado hubiera pesado menos de sus mil toneladas, yo habría sido reemplazada por una máquina. Pero debido a que la instalación es tan amplia, yo, en mi infinita flexibilidad humana, incluso con mi infinito apetito humano, me he convertido en su mantenedora legal más eficiente. Y cuanto más me alejo, más importante resulta mi habilidad de juzgar lo que ocurre y actuar en consecuencia. La primera —y quizá la última— sonda interestelar habitada, en un viaje sin regreso al infinito…, a un universo no oscurecido por los gases y el polvo de nuestro propio sistema…, equipada con ojos que lo ven todo desde las longitudes de onda gamma a las ultralargas, y oídos que escuchan la música de las esferas.
Y Emmylou Stewart, la espectadora cautiva. A la deriva en una estrella…, si admiten ustedes la idea de que cualquier átomo de chatarra inerte moviéndose a través del espacio, sin importar lo pequeño que sea, tiene el potencial de una estrella. Estrellas oscuras, brillando en sus corazones secretos, impedidas de resplandecer enteramente a causa del Destino, que les ha negado la masa crítica para alcanzar su punto de encendido.
Y hablando de encendido: el rayo láser acaba de llegar para proporcionarme mi impulso diario, haciéndome avanzar un poco más aprisa, de tal modo que pueda sumergirme un poco más profundamente en el universo. Cielo azul a la hora de acostarse; siempre fui una persona nocturna. Estoy casi segura de que no diseñaron la vela solar para filtrar la luz como hace el cielo… Pero me gusta que funcione así. El cielo azul fue siempre mi pasión… El color, la textura, la fluida pureza del aire. Este color no es exactamente el mismo; pero no importa, porque ya no puedo recordar la diferencia. Este cielo es un filtro solar. Un gran parasol azul. Pero así era también el original, desde donde acostumbraba a contemplarlo. El cielo es un parasol azul… Me pregunto si alguien ha dicho eso mismo alguna vez, antes. Quien lo sepa, que me lo diga…
¿Pero está escuchando alguien siquiera? ¿Alguna vez lo estará?
—A quién le importará, de todos modos… Adelante, Ozzie, sube a bordo. Dejémonos caer hasta la cubierta de observación mientras medito, e intenta recordar a qué se parecían los días.
¡Weems, maldito sea! ¡Exijo una satisfacción!
Domingo 8
Ese idiota. Ese imbécil intolerable… ¿Cómo ha podido hacerme esto? Tras todo este tiempo, ¿no creen que debería conocerme mejor? Tenerme esperando durante doce días, haciéndome preguntas y sintiendo miedo: doce días de todas las estúpidas paranoias posibles que he podido tejer con mis ociosas manos y mente, sintiéndome miserable, buscándome problemas…
Y luego simplemente diciéndomelo. Dios, debe ser algún tipo de sádico. Si tan sólo pudiera alcanzarlo, y golpearlo de la misma forma que yo he sido golpeada durante estas últimas horas…
Excepto que sé que las noticias no son culpa suya, y que él no pretendía herirme… De modo que ni siquiera puedo aliviar mi dolor proyectándolo contra él.
No sé lo que habría hecho si su imagen no hubiese tenido una edad de seis días cuando llegó aquí. Lo que habría hecho, si hubiese tenido su oído a mi alcance mientras escuchaba; ¿qué le habría dicho? No más de lo que le dije, quizá.
¿Qué habrían dicho ustedes, si se hubieran enterado que habían desperdiciado toda la vida?
Él estaba sentado allí, detrás de su gastado bloc de notas, jugueteando con su pluma, tomando sus rocas lunares de recuerdo y volviendo a dejarlas… Con el aspecto para todo el mundo de un hombre con una bomba de relojería en el cajón de su escritorio… Y dijo:
—No te preocupes, Emmylou. No hay ningún problema…
Y lo repitió una y otra vez, durante cinco minutos… Hasta que yo me puse a gritar:
— ¿Qué es lo que va mal, maldito sea?
—Pensé que nunca te darías cuenta siquiera de esas pocas páginas —con aquella sonrisita furtiva tan característica suya.
Y mientras yo murmuraba: puede que haya permanecido en confinamiento solitario durante veinte años, Harvey, pero eso no me ha licuado el cerebro, él dijo:
—De modo que quizás es mejor que te explique, primero —y la expresión de su cara; oh, la expresión de su cara—. Ha habido un importante avance en medicina. Si estuvieras aquí en la Tierra, tú… Bien, las respuestas inmunológicas de tu cuerpo podrían ser… vueltas a la normalidad —y entonces bajó la vista, como si realmente pudiera ver la expresión de mi propio rostro.
Vueltas a la normalidad. Vueltas a la normalidad. Eso es todo lo que puedo oír.
Yo había nacido sin inmunidad natural. Sin defensas contra las enfermedades. No había ningún remedio para ello. No. No, no, no, eso fue todo lo que oí siempre, durante toda mi vida allá en la Tierra. A través de las paredes de plástico de mi habitación sellada; a través del casco de mi traje hermético…
Y ahora todo ha cambiado. Ellos podrían curarme… Pero no puedo volver a casa. Sabía que esto podía ocurrir; sabía que ocurriría algún día. Pero preferí ignorar ese hecho, y ahora es demasiado tarde para hacer nada al respecto.
Entonces, ¿por qué no puedo olvidar que ahora podría ser… libre?
No he respondido a Weems hoy. Carcelero Weems. No hay nada que decir. Nada en absoluto.
Estoy tan cansada…
Lunes 9
No he podido dormir. No he dejado de darle vueltas y más vueltas en mi mente… Por último he tomado algunas pastillas. He dormido todo el día y me siento horriblemente mal. Atontada. Y eso no se ha ido, de todos modos. Está ahí esperando, siempre esperando, que me despierte.
¡No es justo!
No siento deseos de hablar de ello.
Martes 10
Martes ya. No he hecho nada en dos días. Ni siquiera he empezado a comprobar la baliza de enlace, y debo soltar esa maldita cosa esta misma semana. No tengo ninguna fuerza; no parece que me mueva, simplemente permanezco sentada. Pero debo volver al trabajo. Tengo que…
En vez de eso he leído hoy la copia del artículo, ¡esperando encontrarle algún defecto! Es la más grande ironía de toda mi vida. Durante dos décadas recé para que alguien hallara una cura para mí. Y durante otras dos décadas dejé de preocuparme por ello. ¿Pasaré ahora las próximas dos décadas aborreciendo el descubrimiento?
No: aborreciéndome a mí misma. Habría podido ser libre, ellos habrían podido curarme, si tan sólo me hubiese quedado en la Tierra. Si tan sólo hubiese sabido ser paciente… Pero es demasiado tarde. Por veinte años…
Deseo ir a casa. Deseo volver a casa, pero no es posible. ¿Dije yo realmente eso, tan despreocupadamente, tan recientemente…? Tú no puedes; tú, Emmylou Stewart. Estás en una prisión, como siempre lo has estado.
Todo vuelve tan intensamente a mí… ¿Por qué yo? ¿Por qué habré tenido que ser yo la víctima definitiva? En toda mi vida no he aspirado el aroma del viento marino, ni arrancado las moras de un arbusto para comérmelas ¡allí mismo! Tampoco he sentido los besos de mis padres sobre mi piel, ni el cuerpo de un hombre… Porque para mí, todo eso han sido cosas mortíferas.
Recuerdo cuando era pequeña, y vivíamos aún en Victoria. Tenía apenas tres o cuatro años, y estaba a punto de comprender que yo era la única prisionera en mi mundo particular. Recuerdo que observaba a mi padre, sentado limpiando sus zapatos por la mañana, antes de partir hacia el museo. Y yo, con mi tortuosa sonrisa:
—Papi… Te ayudaré a hacerlo, si me dejas salir.
El vino hasta la pared de mi burbuja y metió los brazos en los fláccidos guantes, y dijo muy suavemente:
—No.
Entonces se echó a llorar. Y yo me eché a llorar también, pues no comprendía por qué yo lo hacía sentirse tan infeliz…
Y todos los niños en la escuela, con sus chistes del «espacionauta», señalando al monstruo; todos los años de gente insensible haciendo las mismas preguntas estúpidas cada vez que yo intentaba ir a algún sitio… Y lo peor de todo, aquellas personas que no eran estúpidas o insensibles. Como Jeffrey… ¡No, no pensaré en Jeffrey! No podía permitirme pensar en él tampoco entonces. Nunca podría acercarme a un hombre, pues nunca sería capaz de tocarlo.
Y ahora, es demasiado tarde. ¿Estaba controlando mi destino cuando me presenté voluntaria para este viaje sin retorno? ¿O simplemente estaba huyendo de una vida en la que siempre me sentiría impotente; impotente de escapar de las cosas que odiaba, impotente de abrazar las cosas que amaba?
Quise creer que esto sería diferente, e importante, pero… ¿era eso realmente lo que buscaba? ¡No! Simplemente quería arrastrarme a un agujero del que no pudiera volver a salir, por todo el miedo que tenía.
Miedo, mucho miedo de que un día agujereara las paredes de plástico, o me quitara el casco y el traje, caminara libremente para respirar el aire o chapotear en un arroyo, o tocar carne contra carne… Y morirme en el empeño.
De modo que me emparedé voluntariamente en esta tumba, herméticamente cerrada, preparada para una muerta viva. Un entorno perfectamente estéril, en el cual mi cuerpo no se corromperá después que muera. Sin haber vivido realmente nunca, nunca moriré realmente tampoco: el polvo al polvo. Un entorno perfectamente estéril, en el más amplio sentido de la palabra.
A menudo me quedo mirando mi cuerpo en el espejo después de tomar una ducha. Ojos de avellana, cabello castaño en densas y onduladas matas con apenas una cana… Y una buena figura; no propiamente escultural, pero sí atractiva. Pero nadie me ve nunca así, excepto yo. La noche pasada tuve de nuevo el sueño… Hacía mucho tiempo que no lo tenía. Esta vez estaba sentada en un animal de madera tallada, en el parque junto al Museo Provincial en Victoria. Pero no como una niña en mi traje: era una chica universitaria, e iba con unos shorts blancos y una llamativa camisa de algodón, sintiendo el sol sobre mis hombros y… los brazos de Jeffrey en torno a mi cintura. Caminamos a lo largo de la orilla de la bahía mano sobre mano, bajo las farolas victorianas con sus cestas de flores de brillantes colores colgando, y todo lo que hacía era fresco y espontáneo, lleno de improvisación. Pero como siempre, siempre, precisamente cuando al fin él me tomaba entre sus brazos, justo cuando iba a… Me desperté.
Cuando muramos, ¿nos despertaremos finalmente de esta realidad, y todos nuestros sueños se volverán auténticos? Cuando yo muera… seré arrastrada lejos y lejos, hacia las profundidades sin tiempo del espacio desconocido en esta tumba computarizada, sin nadie que me llore y sin nadie que me recuerde. Con el tiempo, toda la atmósfera escapará, y mi lívido cuerpo yacente como el de Blancanieves en su inviolado sueño verá cómo toda su humedad es absorbida hasta no ser más que una apergaminada momia de protuberantes huesos…
— ¡Hola! ¿Hola, belleza? Buenas noches. Sí, no, quizá… Awk. ¡Hora de comer!
— ¡Oh, Ozymandias! Sí, sí, lo sé… No te he dado de comer, lo siento. Lo sé, lo sé… (roces y tintineos)
¿Por qué soy tan egoísta? Sólo porque yo no puedo comer, espero que él también ayune… No. Simplemente lo olvidé.
Él no comprende, pero sabe que algo no va bien; trepa por el palo de la lámpara como un bem tripodo, utilizando ambas patas y el pico, y se queda mirándome con esas cuentas de cristal de sus ojos de pájaro, me mira y me mira y murmura cosas… ¡como un lunático! Hasta que ya no puedo aguantarlo y siento deseos de encerrarlo en un armario o algo así. Pero entonces se percha en mi hombro y me besa… Una caricia tan tierna contra mi mejilla, con ese curvado pico que puede partir una nuez como si fuera un grano de uva…, para hacerme saber que está preocupado por mí, y que me quiere. Y acaricio sus plumas para darle las gracias, y le digo que todo está bien…
Pero no lo está. Y él lo sabe.
¿Tendrá alguna vez resentimiento hacia mí? ¿Lo tendría, si pudiera? Separado de los de su propia especie, criado en una burbuja estéril para convertirse en un pájaro enjaulado para hacerle compañía a un ser humano enjaulado…
No soy más que un pájaro en una jaula dorada. Quiero volver a casa.
Miércoles 11
¿Por qué sigo manteniendo este diario? ¿Creo realmente que alguna vez un alienígena llegue a descubrirlo, o que alguna nave estelar procedente del glorioso futuro de la Tierra acudirá a alcanzarme…? Glorioso futuro, un infierno. Estúpidos, egoístas, miopes locos. Han cortado los fondos del programa espacial después de enviarme a mí; nadie me seguirá ya. Tendré suerte si no me declaran muerta y simplemente me olvidan.
Como si a alguien le preocupara lo que una mujer completamente sola en una voluminosa sonda espacial piense día tras día durante décadas. Qué monstruosa presunción.
Hoy he lubricado los soportes del gran telescopio. Lo hice para poder hacerlo girar hacia la Tierra, hacia el sol… hacia el maldito sistema. Porque ya ni siquiera puedo verlo. Todos los planetas exteriores a la órbita de Saturno, todos los planetas que veían los antiguos, se hallan apiñados en un espacio del diámetro de dos lunas, y son demasiado oscuros y pequeños y están demasiado lejos para mis ojos desnudos. Incluso el sol no es más que una estrella chillona que ni siquiera me hace parpadear. Así que la he buscado con el telescopio.
No es divertido como cuando eres una niña y ves todos esos dibujos y modelos del sistema solar con grandes y desproporcionados planetas y llamaradas amarillas que brotan en torno al sol. De todos modos una no espera tener la oportunidad de ver todo eso en persona. Y sin embargo aquí estoy yo, a un millar de unidades astronómicas al norte del polo solar, mirando hacia abajo desde una enorme altura… Y no se ve en absoluto así. No se parece a nada de eso en absoluto; ni siquiera a través del telescopio. Una gran mancha de luz, y todas las pequeñas y pálidas chispas diamantinas de los planetas y lunas a su alrededor, escasamente distinguibles del medio centenar de indistinguibles estrellas atrapadas en el mismo arco de oscuridad. Tan sin sentido, tan insignificantes, tan decepcionantes…
Cinco horas he pasado hoy escuchando mi diario, yendo hacia atrás e intentando descubrir… algo. No sé qué, algo que repentinamente ya no poseo.
Lo poseía al principio. Era repugnante: Pollyanna Estudiante brincando y cantando por las estancias de mi propio observatorio…, como un cielo, y toda una vida en él no sería lo bastante larga para todo lo que pensaba realizar y descubrir. Nunca llegaría a sentirme aburrida, no. Yo no…
Y había tanto que aprender acerca del potencial de aquel lugar, antes de partir hacia donde se suponía debía importar, y habría nuevas cosas hacia donde dirigir mis ampliados y maravillosos sentidos… Mientras, podría seguir comunicándome fácilmente con mi querido mentor, el doctor Weems, y con el mundo. ¿Quién habría podido llegar a pensar, cuando el lascivo viejo chivo era mi consejero para la tesis en Harvard y gastaba bromas al resto de sus alumnos acerca de «lo lejos que pueden llegar algunas mujeres para proteger su virginidad», que íbamos a pasar toda una vida juntos?
Allí estaba la primera palabra de Ozymandias… Y mi primer cumpleaños en el espacio, y mi primer aniversario… Y finalmente mi graduación, impresa por el ordenador con escritura hecha a base de pequeñas x y clavada a la pared…
Luego día y noche y día y noche, pulsando en negro y azul con azul y negro… El quinto aniversario, el octavo, la década. Crucé la magnetopausa para convertirme en el primer auténtico viajero del espacio interestelar… Pero por aquel entonces ya no quedaba nadie a quien hablar, con quien compartir realmente la experiencia. Incluso las emisiones de radio y televisión que llegaban de la Tierra eran difusas y raras; cada vez eran menos y menos los contactos con la realidad de afuera. La pesada rutina, el embrutecedor aburrimiento… En ocasiones hasta me eché a gritar por las estancias y los corredores sólo para obtener algo nuevo, escuchando los ecos que nadie más podría oír nunca, y pretendiendo que me llamaban; intentando testarudamente creer que había algo que oír que no fuera mi voz, mi eco, u Ozymandias haciendo burla de ello.
—Hola, belleza. Eso es una tontería. Hola, ¿hola?
—Ozymandias, lárgate de aquí…
Pero siempre conservaba esa fe fundamental en mi misión: que yo estaba allí con una finalidad, por razones mucho más importantes que mis propias motivaciones o las de la NASA ―o como diablos la llamaran ahora―, sirviendo a la Humanidad y a la Ciencia. A través de la meditación aprendí el valor real del silencio interior, y pensé que creando una paz interior había alcanzado el equilibrio con los silencios exteriores. Pensé que la meditación me había disciplinado: estaba en contacto conmigo misma y con el alma del cosmos… Pero no he sido capaz de meditar desde que… ocurrió eso. El silencio interior se llena con mi propia cólera y me grita, hasta que no puedo recordar a qué se parece la paz.
Y ¿qué es lo que he descubierto realmente, hasta aquí? Casi nada. Nada que valga la pena malgastar mis análisis o todas mis hermosas teorías… O mi libertad. El espacio está incluso más vacío de lo que nadie llegó a soñar: puedo contar usando sólo las dos manos los átomos de frío polvo o restos de rocas que he cruzado en todo este tiempo, almas perdidas cayendo desesperadamente a través de un vacío casi perfecto…, yo incluida. Con mi absurdamente largo medidor astronómico, he fijado con exactitud la distancia a NGC 2419 y algunos otros puntos de referencia, y a partir de eso se han establecido nuevas estimaciones sobre algunos de los cuerpos más distantes. Pero no he detectado ningún agujero negro en miniatura tragando insaciablemente el vacío; no he traspasado las invisibles nubes que envuelven como niebla las longitudes de onda ultralargas; no he descubierto que exista vida más allá de la Tierra ni siquiera en la forma más tentativa. Mirando atrás hacia el sistema solar, tampoco he visto nada que demuestre que nosotros existimos. Lo único que consigo oír cuando rastreo el espacio es un ruido electromagnético de lo más incoherente. Sólo Weems llega hasta mí, cada doceava noche, como el último hombre vivo… Cristo, ni siquiera le he respondido todavía.
Pero ¿por qué preocuparme? Dejémoslo que sude un poco. ¿Por qué preocuparse por nada? ¿Por qué malgastar mi precioso tiempo?
Oh, mi precioso tiempo… Media vida aún por delante, que habría podido ser completamente mía, allá en la Tierra.
Veinte años… Han transcurrido para mí muy, muy bien. Pensé que estaba a salvo. Y después de veinte años, mi fachada de disciplina y autocontrol se desmorona con un simple contacto. Qué hipócrita que he sido, engañándome a mí misma. ¿Saben que dije que el cielo era parecido a un parasol azul hace dieciocho años? Y probablemente volví a decirlo hace quince años, y hace diez, y cinco…
Mañana cruzaré las 1.000 UA.
Jueves 12
He arruinado el telescopio. Lo dejé apuntando hacia la Tierra, y cuando llegó el láser para darme el empuje nocturno penetró directamente por el instrumento y lo quemó. Me siento tan avergonzada… ¿Lo habré hecho a propósito, subconscientemente?
—Buenas noches, luz estelar. Arrk. Arrk. Buenas noches. Buenas…
— ¡Maldición, quiero escuchar otra voz! (el eco: voz, voz, voz, voz, voz…)
Cuando descubrí lo que había hecho, hui. Eché a correr, corrí y corrí por los pasillos y las estancias… Pero no hacía más que correr dentro de un círculo: este observatorio, mi prisión, yo misma… No puedo escapar. Siempre vuelvo al mismo sitio al final, a esta estancia de paredes verdes con el escritorio y las terminales, las alacenas atiborradas con un centenar de miles de docenas de todo, papel higiénico y cintas magnéticas y tanques de oxígeno… Y puedo decirles exactamente cuántos escalones hay hasta mi dormitorio, o cuánto tiempo me tomó hacer mi cubrecama de estambre a ganchillo. Y cuánto tiempo pasé sentada en la oscuridad y el silencio, preparando un programa de exposición o escuchando el débil pulsar de una radiofuente a dos mil millones de años luz de distancia. Nunca habrá nada que sea diferente, o nada más.
Cuando finalmente regresé aquí, había un mensaje aguardando. Weems, sonriéndome con aire medio de circunstancias desde la pantalla.
— ¡Felicidades en esta histórica ocasión! Emmylou, estamos teniendo una pequeña fiesta aquí en el laboratorio —me anunció—; ¿puedes imaginar que nos unimos a ti, a mil unidades astronómicas de casa…?
Nunca lo había visto borracho. Realmente habían querido hacer algo hermoso para mí, y debieron planearlo todo con seis días de anticipación…
Para celebrarlo, le grité una serie de obscenidades que jamás creí que conocía, hasta que mi voz se quebró y mi garganta se quedó en carne viva.
Luego me senté en mi escritorio durante largo rato, con mi navaja abierta en la palma de la mano. No estaba deseando morir; siempre le he tenido demasiado miedo a la muerte como para eso. Quería causarme una herida fresca, para desviar mi atención de la terrible cosa que estaba absorbiendo mi yo como una estrella que hace implosión. O quizá solamente para castigarme, no lo sé. Pero consideré con mucha calma la posibilidad de herirme realmente, mientras alguna parte separada de mí me miraba horrorizada. Llegué incluso a apretar la navaja contra mi carne… Y entonces me detuve y la arrojé lejos. Duele demasiado.
No puedo seguir así. Tengo deberes, obligaciones, y no puedo hacerles frente. ¿Qué haría sin los automecanismos de emergencia? Pero me queda por delante el resto de mi vida, y ellos no pueden hacer eternamente mi trabajo…
Más tarde.
Acabo de tener un visitante.
Por extraño que pueda parecer. Tremendamente extraño… Era el Pato Donald. Capté la mitad de una película infantil de dibujos hoy, el primer fragmento coherente de espectáculo televisivo no direccional, no enviado a través de rayo láser, que he registrado en meses. Y no creo que nunca me haya sentido más feliz de ver a alguien en mi vida. Qué magnífica sorpresa, me siento tan contenta de que hayas venido… A Ozymandias le encanta; se deja colgar de su percha bajo el botiquín con una galleta en una pata, cloqueando y diciendo:
—Danos un beso, smack-smack-smack…
He vuelto a pasar la cinta tres veces. Incluso he sonreído durante un rato, hasta que he recordado. Pero me ha ayudado. Volveré a pasarla antes de irme a dormir.
Viernes 13
Viernes y trece. Divertido. Pobre viernes y trece, ¿qué habrá hecho para merecer esa reputación? Incluso si tuviera el poder de hacer mi vida miserable, no podría hacer otra cosa que sostener la vela para el resto de esta semana. Parece una eternidad desde el pasado fin de semana.
Hoy he reparado el telescopio; he reemplazado las partes quemadas. Tuve que ponerme el traje y salir para realizar parte del trabajo… No he tenido que efectuar una labor de mantenimiento afuera desde hace mucho tiempo. Es extraño cuan estimulante y a la vez terrible resulta siempre cuando doy el primer paso fuera de la compuerta estanca, absolutamente sola, hacia el espacio. Una se encuentra abandonada a sus propios medios, lejos de cualquier posibilidad de ayuda, lejos de absolutamente todo. Y en ese momento una duda de sí misma, bruscamente, terriblemente… Sólo por un instante.
Pero entonces arrastras el cordón umbilical tras de ti y avanzas con resonancias metálicas a lo largo del casco sobre tus botas magnetizadas que te hacen sentir tan tranquila como si fueras lastrada con plomo, conectas los proyectores y buscas la avería, la descubres, y te pones al trabajo; ya no te preocupas más… Cuando tu vida parece haber roto todas sus amarras y navegar a la deriva, trabajar con tus manos crea una especie de anclaje, tanto al realizar cualquier verificación de rutina como la más intrincada de las reparaciones.
Hubo un momento de pánico cuando vi cables carbonizados y metal fundido, cuando imaginé que el daño era tan grande que no podría repararlo. Parecía tan definitivo, tan importante… Permanecí allí inmóvil, aferrada por mis botas, y sollocé y apreté mis manos dentro de sus guanteletes, como un gran bebé plateado, durante un rato. Pero luego me dominé y empecé a comprobar, y destornillé aquí y solté un componente allá…, y poco a poco lo fui reemplazando todo. Un paso detrás de otro, como hacemos para cruzar la vida.
Cuando terminé estaba completamente calmada, por primera vez en días; aquello que había estado queriendo ahogarme hasta la muerte la semana anterior pareció titubear un poco ante mi demostración de eficiencia. Desde entonces respiro más fácilmente; pero sigo sin sentirme muy fuerte. He utilizado todas mis fuerzas simplemente para superar mi propia inercia.
Pero después apagué los focos y vagué por el casco durante un rato… No podía enfrentarme en aquel momento a la idea de regresar al interior, mirando al negro disco convexo de la vela solar que casi me cubre, el disco más pequeño de la antena de radio cubriendo las estrellas mientras el cilindro del observatorio gira constantemente en el eje del también giratorio parasol…
Aquello me hizo sentirme mareada, y desvié la vista a los campos de estrellas que se extienden a ambos lados. Incluso con mis pobres y no incrementados sentidos hay mucho que ver por aquí, sin el impedimento de la atmósfera y el polvo, sin la interferencia del brillo de ningún sol. El resplandor de la Vía Láctea, las profundidades de las estrellas y nebulosas y lejanas galaxias suspendidas inmóviles… como yo misma. La realización de hallarme perdida por toda la eternidad en un mar no reflejado en ningún mapa.
Extrañamente, aunque ese pensamiento despertó una muy poderosa emoción cuando hizo impacto en mí, no fue en absoluto negativa: pertenecía completamente a otra escala de valores, como el universo. Era como si el propio universo hubiera extendido su dedo para tocarme. Y habiéndome tocado y elegido, no hacía más que elevar la conciencia de mi propia insignificancia.
Era algo muy reconfortante. Cuando una se enfrenta a la absoluta indiferencia de magnitudes y visiones tan abrumadoras, el hinchado ego de tus vanidosos sufrimientos se ve disminuido…
Y recordé una de las cosas que siempre han tenido mucha importancia para mí respecto al espacio: que aquí todo el mundo debe ponerse un traje espacial antes de salir. Todos somos alienígenas, nadie está mejor equipado que otro para la supervivencia. Aquí, soy tan normal como cualquiera.
Tengo que aferrarme a este pensamiento.
Sábado 14
Hay una razón por la cual estoy aquí. Hay una razón.
Hoy fui capaz de meditar, hace un rato. No fue del modo habitual, vaciando mi mente, sino dejando más bien que las cuestiones llenaran el espacio, sin luchar con ellas; dejándolas mezclarse con los recuerdos de todo mi pasado perdido. Puse música, el gran estimulante mnemónico, y dejé que las imágenes que evocaba cada canción se asociaran libremente e influyeran unas en otras.
Y al final pude creer de nuevo que mi estancia aquí era el resultado de una elección libre. Nadie me obligó a esto. Mis motivos para presentarme voluntaria fueron enteramente míos. Y conseguí este puesto porque la NASA creyó que yo tenía más probabilidades de éxito que cualquier otra persona que hubiesen podido elegir.
No importa que algunas de mis motivaciones hayan resultado ser un miedo no superado, o un deseo de escapar de cosas que no podía afrontar. Realmente no importa. A veces retirarse es la única alternativa a la destrucción, y solamente un loco podría desconocer la verdad de eso. Un loco… ¿Hay alguien «sano» en la Tierra, que no haya sido secretamente un fugitivo de algo insoportable en algún momento de su vida? Y sin embargo, actúan normalmente.
Si huyen corriendo, lo hacen hacia algo, y no tan sólo alejándose de algo. Y así hice yo. Ya había elegido la carrera de astrofísica antes de que soñara siquiera en formar parte de este proyecto. En vez de eso habría podido convertirme en una investigadora médica, trabajar sobre mí misma para descubrir una cura a mi condición. Habría podido crecer odiando la idea misma del espacio y los «astronautas», tambaleándome a lo largo de la vida en mi maldito y feo traje estéril…
Pero recuerdo que cuando tenía seis años, la primera vez que vi un film de astronautas con sus trajes trabajando en el espacio… ¡se parecían a mí! Y nadie se estaba riendo. ¿Cómo podía dejar de amar al espacio?
Y ¿cómo podía dejar de amar a Jeffrey, con su pelo negro como la noche, y con su traje de vuelo azul, con la insignia estrellada en su hombro? Pobre Jeffrey, pobre Jeffrey, que nunca llegó a ver realizado su propio sueño del espacio antes de que interrumpieran el programa… Pero no hablaré de Jeffrey. No lo haré.
Sí, pude haberme quedado en la Tierra, y esperar a que se descubriera una cura. Sabía incluso entonces que eso llegaría a producirse, algún día. Era a la vez más fácil y más difícil elegir el espacio, en vez de quedarse.
Y creo que lo que realmente me decidió fue que esa gente tenía la suficiente fe en mí y en mis habilidades como para creer que podía manejar este observatorio y mi propia vida sin problemas mientras sobreviviera. Miles de millones de dólares y mil toneladas de equipo confiados a mí, como Atlas sosteniendo su mundo.
Pero incluso Atlas intentó desembarazarse de su peso; porque no importa cuán vital fuera su función, la responsabilidad seguía siendo una carga para él. Pero también volvió a recuperar su responsabilidad y su peso, ¿no? Para mejor, o para peor…
Hoy he trabajado. He trabajado hasta derrengarme para recuperar la semana de retraso en el procesado de datos y el mantenimiento, y aún no he terminado. Mientras estaba en esto, he descubierto que Ozymandias ha utilizado esas páginas que faltaban del mismo modo que las noticias diarias: las ha hecho añicos.
¡Lo mismo que habría hecho yo! Me he reído y reído…
Creo que puedo seguir viviendo.
Domingo 15
Las nubes se han entreabierto.
No es retórica… Entre mis recientes datos procesados se halla una serie de reconstrucciones fotográficas en las longitudes de onda ultralargas. Y hay una brecha en los gases opacos frente a mí, una fisura en las nubes que se extiende a lo largo de treinta o cuarenta años luz. ¡Quizá cincuenta! Fantástico. Qué visión. Qué panorama tengo de todo desde aquí, con mi visión infinitamente extendida: del camino hacia adelante, de lo que dejo a los lados… O mirando hacia atrás, hacia la Tierra.
Mirando hacia atrás. Nunca dejaré de mirar hacia atrás, y preguntarme si podría haber sido distinto. Que al menos hubiesen podido existir dos yos: una para estar aquí, y otra que hubiese podido llegar a ser normal, allá abajo en la Tierra, así no tendría que sentirme eternamente torturada por los remordimientos…
—Hola. ¿Qué hay de nuevo, doc? ¡Resistid, marinos!
—¡Eh, cuidado! Si bebes, no puedes volar.
Maldito pájaro… Si me estoy poniendo sentimental, es debido a que hoy tuve una fiesta. Bebimos toda una botella de champán. Sí; he tenido la fiesta… Hemos tenido, Ozymandias y yo. Nuestra celebración privada de las 1.000 UA. Mejor tarde que nunca, imagino. Al menos teníamos algo concreto que celebrar… Las fotos. Y si la celebración no fue tan alegre como pudo haber sido, probablemente sí me parecerá que lo fue cuando mire hacia atrás en la próxima, a las 2.000 UA.
A partir de ahora irán sucediéndose más rápidamente las celebraciones. Puede que incluso viva para celebrar las 8.000. Qué infiernos, apuesto por las 10.000…
Una vez terminado el champán ―Ozymandias cree que el 98 fue un buen año; gracias a Dios no puede beber tan rápido como yo― puse mis valses de Strauss, y la Barcarola. Oh, la Filarmónica de Berlín… Su forma de tocar es igual a lo que debe ser el beso de un amante. Pasé la visión exterior a la gran pantalla, una sala de baile de estrellas, y bailé con mi sombra.
Y durante parte del tiempo no estaba bailando sobre el abismo en mono espacial y auriculares, sino valseando en metros de satén y encaje sobre el suelo de un salón de baile de la Viena del siglo diecinueve. Lo que daría por estar allí por un momento, fuera del tiempo… No por toda la vida, ni siquiera un año, sino tan sólo estar por una velada; sólo por un vals.
Otra cosa que jamás podré hacer. Hay tantas cosas que no podemos hacer, ninguno de nosotros, por múltiples razones… Tiempo, talento, caprichos despiadados de la vida. Todos nos hallamos en un viaje sin retorno hacia el infinito. Si tenemos suerte conseguiremos algún trabajo que nos guste, o alguna persona. O las dos cosas, si tenemos mucha suerte.
Y yo tengo a Weems. Algunas veces veo en nosotros algo parecido a un viejo matrimonio, que ha llegado a una tolerante comprensión a través de los años. Nunca hemos sido almas gemelas, Dios lo sabe; pero cada uno de nosotros se ha sentido cómodo con el silencio del otro…
Creo que ya es tiempo de que le responda.
Fin
COMENTARIO
Panorama desde una altura se me apareció muy claramente a partir de un párrafo de un artículo en Analog. El artículo, escrito por el doctor Robert L. Forward, era acerca de un observatorio astronómico tripulado que se lanzaba a un viaje sin regreso fuera del sistema solar, al espacio abierto. En el artículo, el doctor Forward especulaba brevemente acerca de qué tipo de persona debería elegirse para dedicar toda una vida a tal viaje. Esta historia fue un intento de responder a esa pregunta. Muchos escritores no pueden hablar de una nueva idea antes de que la historia esté escrita, debido a que hablar de ello les quita la necesidad de expresarla, y entonces la historia en sí jamás llega a ponerse sobre el papel. Yo pertenezco al grupo de escritores que realmente necesita hablar acerca de una idea… Creo que el toma y daca de compartirla revela posibilidades que nunca iban a ser tomadas en consideración; la realimentación estimula mis procesos creativos. Hablé sobre esta historia con Vernor —que ha servido como consejero técnico y supervisor general de todas estas historias, en un grado u otro— y la idea básica de una mujer sin respuestas inmunológicas surgió de nuestras discusiones. El loro surgió porque yo deseaba que ella tuviera alguna forma de compañerismo, y deseaba que fuera un compañerismo duradero. Puesto que los loros suelen tener largas vidas, ella tenía muchas posibilidades de conservar a Ozymandias durante toda su existencia.
Siento cariño hacia esta historia por un cierto número de razones, pero particularmente porque creo que existe una universalidad en la crisis de Emmylou y en su resolución. Todos nos hallamos en un viaje sin retorno; no hay realmente retorno de ninguna clase para nadie. La única elección que realmente tenemos es tomar la que consideramos mejor de las varias opciones que nos ofrecen las posibilidades de elección que se nos presentan.
Panorama desde una altura es la primera historia corta realmente de éxito que he escrito. Mi longitud natural parece ser mayor… Una historia «corta» tiende para mí a desarrollarse entre las 15.000 y las 25.000 palabras. Una historia auténticamente corta (por debajo de las 7.500 palabras) es probablemente el tipo de prosa más difícil de escribir con efectividad: requiere una gran dosis de disciplina y mucho trabajo de síntesis crear personajes y configurar escenarios tan rápidamente; es por eso quizá por lo que siempre me he mostrado prudente con ellas.
Pero por otra parte, las ideas de las historias poseen una longitud natural implícita. A fin de que una historia tenga éxito, la idea básica ha de ser desarrollada según su propia extensión, no obligada a encajar en un molde preestablecido. Un cuento corto sobrehinchado a novela corta es normalmente tedioso, del mismo modo que una novela corta reducida a la longitud de un cuento corto es decepcionante, como un postre demasiado pequeño. A medida que voy escribiendo empiezo a desarrollar un sentido de lo larga que necesita ser una historia antes de empezarla. Sentí que esta idea se presentaba como un cuento corto, y cuando la escribí realmente no pude resistirme a ese sentimiento. El producto final resultó ser algo que noté adecuado y correcto, y me sentí aliviada.
Pero el sexto sentido de los escritores no es siempre, sin embargo, un sistema autoprotector. Precisamente acabo de terminar una novela «normal» de 60.000 palabras…, que al final se ha convertido en un volumen de casi 200.000 palabras. Escribir no es sino una experiencia de aprendizaje.