MAFIA Y HEROÍNA: BINOMIO SANGRIENTO
Publicado en
octubre 27, 2017
Tres años de guerra implacable entre las bandas han dejado una estela de sangre por todo Sicilia y en varios países.
Por Tana de Zuleta.
UNA TIBIA tarde del mes de febrero de 1983, Alfonso Librici, próspero hombre de negocios del sur de Sicilia, de 48 años, traspuso el umbral de la prisión central de Palermo y se mezcló al bullicio de la circulación vial. Acompañaba a Librici su amigo y paisano Gaetano Di Bilio. Para ambos era aquel un día memorable: por la mañana se les había exonerado del cargo de tráfico de drogas.
Aunque la policía describió a Librici como a "un influyente líder de la Mafia", las pruebas no fueron fehacientes: ni un solo testigo del fiscal se presentó a declarar, y el juez no tuvo más remedio que dejarlo en libertad. Con ánimo jovial, Librici, su amigo y un primo se dirigieron al centro de Palermo en un carruaje tirado por caballos.
Minutos después, a la vista de la muchedumbre, tres jóvenes vaciaron sus revólveres calibre .38 sobre el vehículo descubierto, para después desaparecer en el tráfico de la tarde. Librici y Di Bilio murieron al instante. El primo salió ileso, pero, a pesar de haber presenciado el ataque, no pudo dar a la policía ninguna información. Ni un solo transeúnte se ofreció a colaborar para identificar a los asesinos.
El escuadrón de lucha contra el crimen de Palermo únicamente estaba seguro de algo: Librici era la última víctima de una guerra total entre bandas de la Mafia siciliana, por el control del muy lucrativo comercio de heroína en la isla. En 1983, hubo alrededor de cien asesinatos perpetrados por la Mafia en la provincia de Palermo, y quizá otros cien en el resto de Sicilia, crímenes cuya sola finalidad fue eliminar a la oposición e intimidar a los secuaces de esta.
"CONTACTO EN FRANCIA"
A pesar de las dificultades a que se enfrenta la policía, hace poco ha habido dos juicios importantes contra facciones antagónicas de la Mafia, y por lo menos veinte investigaciones conducirán a enjuiciar a otros mafiosos.
Si bien la Mafia siciliana fue respetada en otro tiempo por acatar valores como el honor, la lealtad y la familia, hoy lo único que inspira es temor. En los últimos diez años, se ha convertido en la mayor entidad refinadora de heroína y en el principal proveedor del mercado estadunidense. Las familias norteamericanosicilianas de la Cosa Nostra controlan la rama del negocio del narcotráfico masivo en Estados Unidos, pero su centro de operaciones es Sicilia. "La capital del crimen es Palermo", afirma la policía de la ciudad.
Desde sus orígenes, hace alrededor de un siglo, en la relegada campiña siciliana, en donde suplió a la inepta administración regional, la Mafia ha impuesto el statu quo. Aún hoy, la policía local reconoce que el crimen organizado no habría podido prosperar sin apoyo político. Mientras las bandas se adueñaban de Palermo a punta de pistola, sus aliados políticos a veces aportaban los medios para conseguir electricidad, caminos y alcantarillado en beneficio de los nuevos especuladores mafiosos en bienes raíces. En aquellos primeros días de su existencia, las bandas tenían injerencia en todo: desde el control de las pescaderías, hasta el contrabando de cigarrillos, la extorsión, los secuestros... y los estupefacientes.
A fines de la década de los sesenta y principios de los setenta, cuando el "Contacto en Francia" estaba en su apogeo y los pandilleros marselleses refinaban heroína destinada a Estados Unidos, los sicilianos eran quienes a veces hacían de "correos". Pero al cabo de pocos años los franceses estaban al servicio de los sicilianos.
En agosto de 1980, basando su acción en informes de la policía francesa y de la Oficina Central de Lucha contra los Narcóticos, la policía italiana desmanteló dos refinerías de heroína en las afueras de Palermo. La capacidad de producción estimada de cada una de esas instalaciones era de cincuenta kilos de heroína pura a la semana. Mas para la policía el mayor logro fue detener a uno de los más perseguidos "padrinos" sicilianos: Gerlando Alberti. El juicio contra este y su banda se inició en diciembre de 1982, tras los ventanales a prueba de balas de los tribunales de Palermo. En abril de 1983 Alberti fue declarado culpable y sentenciado a dieciocho años de cárcél. Él interpuso apelación de inmediato. La policía italiana descubrió por entonces dos refinerías más de heroína, así como una red de operaciones de la Mafia, que se extendía desde Sicilia hasta el norte de la península.
Cuando detuvieron a Alberti, la policía siciliana estaba atando cabos para desmantelar una red aún más vasta, investigación que desembocó en otro de los más sonados juicios contra la Mafia siciliana. Hacia 1980 ya era posible dictar orden de aprehensión contra miembros de tres de las principales familias, entre ellas la famosa Gambino, de la Ciudad de Nueva York, que operaba entre Sicilia y Estados Unidos.
Las pesquisas habían empezado el año anterior, cuando en el aeropuerto de Palermo, Boris Giuliano, jefe del escuadrón aéreo del departamento de policía, confiscó dos valijas no reclamadas por nadie y que permanecían en las bandas transportadoras. En su interior había 500,000 dólares en billetes de banco, enrollados, debajo de una capa de mandiles de una pizzería. La Administración Ejecutora de las Leyes sobre Drogas, de Estados Unidos, pronto identificó a los propietarios de la cadena de pizzerías: la familia Gambino. La confiscación de dos envíos de heroína en el Aeropuerto Kennedy, de Nueva York, confirmó las sospechas de los investigadores sicilianos y norteamericanos: estaban refinando la droga en la isla italiana, y pagaban por ella, en efectivo, familias norteamericano-sicilianas. Pero la Mafia hizo la primera jugada: en julio de 1979, Giuliano, el hombre que denunció a la banda, fue abatido a balazos en un bar.
Las investigaciones se hicieron más lentas, pero no se interrumpieron. Alrededor de un año después, la policía sintió suficiente confianza para pedir al fiscal de Palermo, el recién designado Gaetano Costa, de 64 años, que firmara 33 órdenes de aprehensión. A menos de un mes del nombramiento, cuando Costa caminaba por una de las principales calles de Palermo, un joven le disparó a quemarropa y huyó en un automóvil.
Hoy día, el hombre que ha heredado la investigación, el juez de instrucción Giovanni Falcone, de 44 años, es una de las personas mejor protegidas de Sicilia. En Italia, los magistrados tienen amplias facultades para investigar; Falcone ha tenido éxito al ensanchar los alcances de las pesquisas y consignar a 75 sospechosos de pertenecer a la Mafia. El funcionario va a todas partes en un automóvil blindado, con una escolta de cuatro hombres que viajan en otro vehículo, detrás del suyo. Cuando va a nadar al elegante centro recreativo de Mondello, cuatro oficiales de la policía, ametralladora en mano, montan guardia en la terraza que domina la playa.*
GANADORES Y PERDEDORES
No es de extrañar que Falcone haya tenido que instruir el juicio sin ayuda de testigos locales. "Para derrotar a la Mafia", afirma, "debe uno desechar todas sus ideas preconcebidas sobre lo que es la organización; sobre cómo deben ser los mafiosos. A lo que uno se enfrenta es a un negocio. Para desbaratarlo, debemos saber cuáles son sus activos y sus pasivos, comprender cómo actúan sus dirigentes".
Los activos de este negocio representaban treinta por ciento de toda la heroína que se consume en Estados Unidos, el más grande mercado del mundo. Debido en gran parte a la red de Gambino, la heroína siciliana introducida en Estados Unidos se distribuía en Nueva York. A falta de testigos, Falcone investigó las cuentas bancarias en busca de indicios del torrente de dólares que debía de estar fluyendo de regreso a Sicilia.
Sin embargo, muy pocos de los cabecillas de las tres familias vivieron lo suficiente para comparecer ante los tribunales. En cuanto la policía desbarató la red de su organización, amenazó a sus líneas de abastecimiento y se incautó de sus refinerías, las bandas rivales entraron en acción, a punta de pistola. Los primos sicilianos de los Gambino, los Inzerillo, ya casi se habían reducido a un solo hombre. Otra rama de la familia, los Spatola, también habían sido blanco de ataques.
La policía de Palermo divide ahora a la Mafia local en ganadores y perdedores. Afirma que los 75 acusados en el juicio Gambino-Inzerillo-Spatola, que terminó en junio de 1983, fueron los perdedores. En consecuencia, no sólo se protegió a los investigadores durante las audiencias judiciales, sino también a los procesados. Abogados, parientes y asistentes a las audiencias; todos tenían que pasar por un detector de metales antes de entrar en la sala del tribunal. Pocos acusados estaban dispuestos a correr e] riesgo de trasladarse a la corte en una camioneta de la policía, y no se presentaron; en aquellos días, el número de abogados era cinco veces mayor que el de sus defendidos.
Los ganadores integran una alianza de familias en torno a un clan conocido aún como la Mafia de Corleone, aunque desde hace mucho han trasladado sus centros de operación, de esa ciudad siciliana, a los ignotos suburbios de Palermo. La policía considera que Gerlando Alberti puede estar remotamente vinculado a los Corleone.
Junto con las gavillas de mafiosos que a lo largo de tres años han sido victimados en la implacable guerra intestina, una creciente lista de "ilustres cadáveres" ha sacudido a la opinión pública. Cinco magistrados, cerca de veinte oficiales policiacos, dos periodistas, el presidente de la Asamblea Regional siciliana, Piersanti Mattarella, y el secretario regional del Partido Comunista, Pio La Torre, han perdido la vida por amenazar al floreciente negocio de la Mafia.
LAZOS SANGUÍNEOS
El general Carlo Alberto dalla Chiesa creyó conocer a la Mafia. Su padre había servido a las órdenes del "prefecto de hierro", Cesare Mori, a quien Mussolini envió a Sicilia para aplastar a las bandas. El propio general había sido comandante de los carabinieri en Palermo, antes de ír a combatir a las Brigadas Rojas.
Pero calculó mal. Cuando se le envió a la isla en la primavera de 1982, rechazó el automóvil blindado que debía usar como prefecto de Palermo. En compañía de su esposa acudía abiertamente a los restaurantes y recorría la ciudad a pie. Estaba consciente de que la Mafia se había convertido en una industria, pero no se percató de que las reglas del juego ya eran otras y de que su puesto ya no le garantizaba inmunidad. Una noche de septiembre de 1982, él y su esposa cayeron víctimas de una emboscada que les tendieron en una congestionada calle de la ciudad. Ambos fueron acribillados con rifles automáticos.
Los políticos italianos salieron de su letargo. En una semana se aprobaron las leyes por las que había pugnado desde hacía meses Dalla Chiesa, y que facultaban a la policía para interceptar los teléfonos de sospechosos de pertenecer a la Mafia, lo mismo que para pasar por alto el secreto bancario y revisar las cuentas de presuntos mafiosos y de sus parientes.
La familia ha sido siempre la unidad operativa más importante de la Mafia. Entre las pruebas que presentó la policía de Palermo en un juicio figuraban conversaciones grabadas, de dos amas de casa sicilianas. Sus alusiones a la "cocción", el "hervor" y las "cocinas" no eran sino mensajes en clave, acerca del estado de producción de heroína en una refinería de aquella ciudad.
La Mafia moderna es una curiosa mezcla de lo añejo y lo nuevo. La gran alianza Gambino-Inzerillo-Spatola opera como cualquier empresa multinacional de regular magnitud: hace pedidos por teléfono entre Nueva York y Milán; sus dirigentes viajan en el concorde; se hacen inversiones en cadenas de pizzerías en Nueva Jersey, en estaciones de esquiaje enclavadas en los Alpes italianos y en haciendas de Brasil y Venezuela. Los encargados de administrar este consorcio internacional son políglotos de treinta a cuarenta y tantos años de edad. Pero los vínculos entre ellos son mucho más que comerciales. Los principales miembros del grupo están unidos por una intrincada maraña de lazos familiares. Siempre que fuera posible, se recurría al matrimonio para vincular a los recién incorporados al grupo. La Mafia sólo confía en los lazos sanguíneos.
Y quizá esté en lo correcto. Mientras la organización siciliana estuvo totalmente controlada por sicilianos, su ley del silencio, llamada omertá, salvaguardó el comercio de heroína. "Su problema", explica un magistrado de Palermo, "surgió al expandirse el grupo con tal rapidez, que ya no pudo seguir ejerciendo el control absoluto de la red".
Quienes se hospedaban en el Hotel Plaza de Milán el 14 de febrero del año pasado, recordarán sin duda lo que ocurrió aquella noche. Los ocupantes de las 118 habitaciones fueron sacados de la cama en tanto la policía registraba todo el edificio. El propietario del hotel, Antonio Virgilio, fue una de las 109 personas enjuiciadas o detenidas a raíz de la Operación San Valentín, que abarcó cuatro ciudades. Al término de la noche, la policía concluyó que se había anotado uno de sus mayores éxitos desde la aprobación de las leyes contra la Mafia. Tan sólo en Milán, se detuvo a 32 personas, y se expidió 54 órdenes de aprehensión.
El sacerdote Ennio Pintacuda dirige un centro de estudios sociales en Palermo, ciudad en que muchos jóvenes no logran encontrar empleo. Junto con un creciente grupo de clérigos y con el arzobispo de Palermo, el cardenal Salvatore Pappalardo, ha denunciado a la Mafia.
"Con todo", concluye Pintacuda, "debemos recordar que la Mafia proporciona empleos. Para poder erradicarla, alguien tiene que ofrecer nuevos empleos a nuestra gente. La pobreza y el desempleo constituyen las raíces sociales de la Mafia".
*A pesar de similares rígidas medidas de seguridad, el magistrado Rocco Chinnici, jefe de Falcone, murió al estallar una bomba afuera de su residencia de Palermo, el 29 de julio de 1983. Dos oficiales de la policía y el superintendente del edificio en que vivía Chinnici fallecieron también en la explosión, que hirió a otras diez personas.
CONDENSADO DEL "SUNDAY TIMES MAGAZINE" (I-V-1983), © 1983 POR SUNDAY TIMES MAGAZINE, DE LONDRES, INGLATERRA.