Publicado en
octubre 25, 2017
UN SOCIO mío, excedido de peso, decidió que ya era tiempo de bajar unos kilos. Tomó en serio su nueva dieta, e incluso cambió su ruta diaria para no pasar cerca de su pastelería predilecta. No obstante, una mañana llegó a su oficina llevando un enorme pastel de café. Todos lo sermoneamos, pero él seguía sonriendo con expresión de querube. Nos explicó:
"Este es un pastel de café muy especial. Por mera casualidad pasé en mi coche enfrente de la pastelería, y vi en las vitrinas muchas deliciosas tentaciones. Sentí que una predestinación me había llevado hasta allí, así que oré: ¡Dios mío!, si es tu voluntad que me coma uno de esos pasteles de café, permíteme encontrar un lugar de estacionamiento junto a la puerta de la pastelería."
"Y, en efecto, a la octava vuelta a la manzana que di en el auto, ¡allí estaba un lugar libre!"
—J.G.
CUANDO me mudé a cierta ciudad importante, los primeros días caminé mucho viendo los lugares interesantes. Una mañana acerté a pasar por un pequeño establecimiento de reparación de calzado que tenía este letrero clavado en la ventana: REPARAMOS SUS ZAPATOS MIENTRAS USTED ESPERA. El anciano dueño del lugar convino en poner nuevas suelas a mi viejo par.
Mientras reunía sus materiales para empezar la labor, le pregunté cómo se había iniciado en ese negocio. Y durante la media hora siguiente, en que realizó un trabajo perfecto, escuché al zapatero relatarme sabrosas anécdotas de su juventud, cuando trabajaba en el taller de su padre, en Italia.
Al preguntarle cuánto le debía, me contestó: "No es nada, señor. Ha sido un gran placer. Verá usted: la mayoría de los clientes me pregúntan cómo me inicié en el negocio, pero antes de empezar, ellos me cuentan sus vidas. En cambio, hoy logré contar mi vida sin que me interrumpieran".
—B.M.
AL IR de compras me crucé con un grupo de muchachos que charlaban animadamente. Uno de ellos, alto, se me acercó y, observándome fijamente, exclamó: "¡Yo la conozco! Usted fue mi maestra en el jardín de niños¡Muchachos, les presento a mi maestra dé cuando era yo pequeño!"
De pronto, puso expresión de desconcierto. Inclinándose, me dijo: "¿Sabe? Me parece que ya no es usted tan alta como antes".
—B.S.B.
MI ESPOSO y unos amigos, todos músicos aficionados, estaban divirtiendo a un grupo de ancianos en la casa de otro amigo. Después de tocar melodías conocidas durante casi media hora, mi marido se disculpó de que ninguno pudiera leer música. Sólo podían tocar de oído las canciones que todos ellos conocían. "No se preocupe", respondió uno de los ancianos. "Nosotros también escuchamos de oído".
—L.K.
CUANDO era aprendiz de reportero y me ocupaba de las noticias eclesiásticas, el director del periódico me envió a la Guayana Francesa a cubrir el lanzamiento de un cohete francés, en lugar del reportero científico, que se hallaba ausente por enfermedad.
En el sitio de pruebas fuimos recibidos por un ingeniero que nos hizo pasar a la sala de control. Las paredes estaban tapizadas de instrumentos. Los demás reporteros, todos ellos familiarizados con las cuestiones científicas, hicieron preguntas sobre cada instrumento.
Si apenas entendía yo las preguntas de los reporteros, mucho menos alcanzaba a comprender las respuestas. Pero como no quería parecer ignorante, señalé un instrumento que nadie había mencionado, y en el que los números cambiaban con rapidez.
—¿Para qué sirve ese? —pregunté inocentemente.
—¿Ese? —dijo el ingeniero—. ¡Es un reloj!
—F.Ch.
UNA AMIGA mía de cuarenta años decidió obtener su licencia para conducir. Salió muy bien en la prueba escrita, pero reprobó seis veces la de manejo. Cada vez que lo intentaba se ponía tan nerviosa que, o se pasaba la luz roja, o le faltaba poco para atropellar a un ciclista. Cuando se presentó a la prueba por séptima vez, le dijo al examinador:
"Si tengo la suerte de aprobar, le prometo a usted que jamás volveré a tócar un volante".
—C.B.
AL FINAL de un pesado día de trabajo, se me hacía cuesta arriba tener que recorrer a pie el kilómetro y medio hasta mi casa. Después de andar dos calles decidí impulsivamente pedir "aventón". Una pareja de edad avanzada detuvo su auto junto a la acera y yo, sonriendo felizmente, abrí la portezuela trasera, me introduje y les agradecí que se detuvieran. Se miraron uno al otro y el hombre me devolvió la sonrisa, preguntándome dónde vivía.
Momentos después me llevaron a mi casa. Cuando les pregunté si vivían cerca, la mujer repuso: "No, querida. Habíamos llegado a nuestra casa cuando usted subió al auto".
—J.A.
MI ABUELO, que a sus 84 años aún transportaba mercancía en su pequeño y antiguo camión de la ciudad de Valera a nuestro pueblo, Timotes, decía a un compañero de oficio a propósito de la nueva carretera que estaba a punto de terminarse: "Es muy amplia, con muy pocas curvas y se puede desarrollar buena velocidad sin peligro. Todo el mundo viajará por ella y nosotros podremos conducir tranquilamente y sin sobresaltos... por la vieja".
—Colaboración de Flavio Quintero (Timotes, Venezuela)