OCASO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS
Publicado en
agosto 25, 2017
Indios yanonárni en la selva amazónica de Brasil. Foto: Eddie Adams/Gamma Liaison.
En distintos puntos del orbe, varios pueblos primitivos presencian, maniatados, el asalto de sus tierras y la destrucción de sus costumbres.
HACE MUCHO tiempo, esos guerreros, pescadores y cazadores fueron los amos del mundo. Ahora son frecuentemente las víctimas.
• Dentro de los campamentos de refugiados que la ONU tiene en Somalia, los otrora orgullosos pastores nómadas esperan con apatía a que les den un jarro de avena.
• En los puestos de asistencia del interior de la selva lluviosa de Brasil, los indígenas tiritan y mueren a causa de una enfermedad infantil, el sarampión, que llegó a sus aldeas por culpa de las nuevas carreteras.
• En Filipinas, las tribus montaraces se oponen a la construcción de un conjunto de represas hidroeléctricas que inundarán sus arrozales centenarios.
• En la selva neblinosa del noroeste de Colombia, los indios katias, desnutridos y tuberculosos, se aferran a la mina de oro que hay en el territorio para ellos reservado, pues en esa mína encuentran su principal fuente de ingresos. Cinco niños katias murieron en 1980 cuando algunos ricachones provistos de escrituras de propiedad intentaron apoderarse de la mina; los invasores se hacían acompañar de policías armados con gases lacrimógenos.
Casi en todo el Tercer Mundo, y con frecuencia también en las naciones industrializadas, las tribus sufren una agresión implacable: constituyen una minoría mal armada y por lo general carecen de ciudadanía o de títulos de propiedad. En esta época, sedienta de nuevas fuentes de energía, de recursos minerales y agrícolas, se arrebata a los pueblos autóctonos la libertad de vagar por tierras aún inexploradas. Ante la embestida de la civilización, no tienen a donde retirarse o donde esconderse. Su alternativa —integrarse por la fuerza al mundo moderno— encierra una amenaza de extinción cultural y, en casos extremos, de extinción física.
La población indígena que hoy hace frente al "progreso" se calcula en doscientos millones y figura entre las minorías que más peligran en el mundo. El cambio es, por supuesto, inevitable, pero no justifica las formas tan repugnantes de explotación que suelen acompañar a la civilización.
Los gobiernos capitalistas y los comunistas, por igual, tienen asuntos más urgentes que proteger a las tribus, las cuales quedan fuera del sistema político en casi todo el planeta. Leales únicamente a sí mismas e indiferentes a cuantas leyes dicte y fronteras trace la sociedad, llegan a ser consideradas un problema de seguridad, como ocurre en la frontera chino-soviética. A muchos gobiernos les gusta la integración forzosa y algunas tribus hasta la aceptan. En la región de los matorrales africanos, donde abundan los niños de vientre abultado debido a la subalímentación aguda, no hay tiempo para discutir cuestiones políticas o económicas. "Cada año que pasa intentamos sobrevivir", declara Magorisa Ngwenya, mujer perteneciente a la tribu de los batongas.
CHISTES CRUELES
Los conservacionistas parecen ocuparse más de la fauna y la flora, que de los seres humanos. "Es prácticamente inevitable que para el año 2000 casi todas las tribus amazónicas hayan desaparecido", afirma el antropólogo francés Jean-Patrick Razon. "Estamos presenciando un etnocidio". Sin embargo, la extinción de los aborígenes sudamericanos no tiene el mismo impacto emocional que la matanza de focas jóvenes.
De entre todo lo que pone en peligro la supervivencia de las tribus, lo más inmediato son las enfermedades contagiosas. De los dos o seis millones de indígenas que había en Brasil a la llegada de los exploradores portugueses, a principios del siglo XVI, quedan ahora poco más de doscientos mil debido a las guerras, las matanzas y, sobre todo, las epidemias. Los supervivientes habitan precisamente en las regiones del Amazonas que se piensa explotar.
Durante años, los especuladores de tierras solían infectar a los aborígenes con ropa usada por víctimas de la viruela, táctica de que también echaron mano en el decenio de 1760 a 1769 los oficiales británicos al combatir a los indios norteamericanos. Pero aun las enfermedades al parecer más benignas, llevadas sin intención por las cuadrillas de trabajadores de caminos y por los colonos, suelen ser funestas. "La forma más sencilla de eliminar a los indígenas es estornudar", sentencia Barbara Bentley, directora de Survival International (SI) de Londres, organismo protector.
Otra amenaza es el despojo, fraudulento y descarado, de tierras. Con el apoyo de generosos incentivos fiscales, los granjeros y madereros del estado brasileño de Mato Grosso y del territorio de Rondónia invaden regularmente tierras indias por tradición, pero no sin antes recibir certificados de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI ), en los cuales se declara que esas tierras son "baldías". En América Latina, las dependencias gubernamentales encargadas de proteger los derechos de los indígenas dependen generalmente de algún ministerio interesado en explotar tierras. La mayor parte de esas dependencias se han convertido en chistes crueles desde el punto de vista indigenista. De la FUNAI, que desde su fundación (1968) ha sido refugio de militares retirados, se dice que es la "Funeraria Nacional de los Indios".
Niño yanonámi, víctima del sarampión.
EMIGRACIÓN
En 1978, este organismo brasileño designó veintiún zonas pequeñas y muy dispersas, en el norte de Amazonia, para uso exclusivo de 9,000 yanonámis. Los críticos lo llamaron el "archipiélago yanonámi". El resto de la patria tradicional de ese grupo quedaría abierto a programas de explotación agrícola y minera. Sín embargo, algunos antropólogos y organismos defensores propugnaron la creación de un "parque" al que no tuviesen acceso los empresarios y que fuese exclusivamente hogar de los yanonámis, pueblo que hasta fecha reciente vivió como en la Edad de Piedra. Forzada en parte por la opinión pública, la FUNAI declaró hace poco que una zona extensa y continua (que incluía la mayoría de las veintiún zonas arriba mencionadas) era "tierra prohibida", abierta sólo a los yanonámis y al gobierno federal. Pero como aún no se aprueba ninguna ley que confirme el carácter indio de esa zona, la suerte del "parque" es todavía incierta.
El ritmo acelerado del desarrollo del Tercer Mundo intensifica el peligro por el que atraviesan los pueblos primitivos. En la región panameña de la "Montaña Roja", el consorcio Río Tinto Zinc, con sede en Londres y asociado a una compañía minera propiedad del gobierno panameño, se propone invertir entre mil y dos mil millones de dólares en la explotación del depósito de cobre más grande del planeta. A causa de los trabajos de construcción, centenares de guaymis corren el riesgo de perder sus tierras y su agua sin recibir nada a cambio, y muchos miles más quizá se vean también afectados.
A medio mundo de distancia, en las tierras altas de Filipinas, cien mil agricultores de las tribus bontoc y kalinga, cuyos antepasados llegaron a la región hace varios milenios, tal vez vean inundadas sus tierras por cuatro represas que figuran en un programa de mil millones de dólares. Desde Nueva Guinea hasta Guyana aparecen varios programas de obras en la agenda de los planificadores del desarrollo que trabajan para compañías multinacionales o para organismos internacionales de ayuda al extranjero. En consecuencia, al decir de Otto Kimminich, profesor de derecho en la Universidad de Regensburgo, en Alemania Federal, "en todas partes vemos a las tribus alejarse de su hábitat natural. Al lado de esta, las grandes emigraciones germánicas de los siglos IV, V y VI resultan irrisorias".
En África, la guerra es la amenaza número uno. En Uganda, los bandidos, veteranos armados del ejército del expulsado dictador Idi Amín, casi han acabado con los rebaños —ya reducidos por la sequía— de las tribus nómadas del nordeste del país, y han obligado a pueblos enteros a apiñarse en campamentos de refugiados. Las escaramuzas entre etíopes y somalíes por la posesión de la zona de Ogaden han desarraigado a varios centenares de miles de indígenas.
Entre tanto, en las montañas de Laos, las tropas vietnamitas lanzan ataques esporádicos contra los sufridos montañeses. En Afganistán, cientos de miles de tribeños han sido muertos a tiros o por hambre, o han debido abandonar sus dominios a raíz de la invasión soviética.
INDICIOS DE ESPERANZA
Aunque los tribeños sobrevivan a tal agresión, la pérdida de sus tierras y de sus valores puede causarles un trauma psíquico fatal. "Tendemos a creer que cambiar de lugar es como cambiar de supermercado", comenta Martha Baker, de la oficina en Washington del SI. "Y no nos damos cuenta de que el desplazamiento de indígenas de un lugar a otro ha sido causa de su extinción".
Al abandonar las tierras, esa gente "pierde sus vínculos, y su personalidad se derrumba", señala el profesor Kimminich. Desde los sórdidos callejones de Pórto Velho, en la Amazonia brasileña, hasta las aldeas miserables cercanas a Alice Springs, en Australia, las escenas de alcoholismo y de indigencia son igualmente desoladoras. Reducidos a trabajos serviles, a la mendicidad o a la prostitución, muchos acaban vagando en los alrededores de algún asentamiento próspero. "Sienten vergüenza", agrega un sacerdote italiano radicado en Brasil. "Saben que son indios, pero la desesperación los induce a negarlo. He ahí su mayor tragedia".
Se entiende el que, ante semejante discriminación, reaccionen retrayéndose. Antes se les temía y respetaba por su implacable valor guerrero; ahora se les ve como escoria humana que debe ser barrida al paso del progreso nacional. En Sudamérica, algunos colonos apoyan los bombardeos, las ejecuciones y el uso de explosivos contra poblaciones de indios, alegando que no son seres humanos.
A veces hasta los esfuerzos bien intencionados desmoralizan. Así, se ha criticado a los misioneros por destruir las religiones autóctonas y por contribuir a transformar las tribus en grupos pasivos y letárgicos, aptos para ser explotados por empresarios ávidos de sus tierras. Los misioneros arguyen que con frecuencia son ellos los primeros portadores de medicinas modernas y de educación; que su labor permite a los pueblos primitivos hacer frente a las sociedades circundantes y ayuda a tender un puente entre ambas culturas.
Dejando a un lado la cuestión moral y jurídica, los indigenistas insisten en que esas sociedades tienen mucho que ofrecer al hombre moderno, como, por ejemplo, sus creencias con respecto al origen de las especies, sus conocimientos referentes a la fauna silvestre y a las plantas medicinales, y sus ideas sobre la relación entre el hombre y el medio. Según Barbara Bentley, la desaparición de una tribu es como "la destrucción de una biblioteca llena de informes. Esa extensa gama de culturas nos enriquece a todos. Si nos deshacemos de ellas, en el fondo estaremos destruyendo una parte de nosotros mismos".
Hace apenas unos años, el horizonte era sombrío e irremediable. Ahora surgen algunos indicios de esperanza. A juzgar por ellos, las tribus quizá puedan sobreponerse a algunos de los peores peligros que amenazan su supervivencia. Uno de los cambios observados ha sido el contacto y la cooperación entre las tribus mismas. Inspirándose en el movimiento en pro de los derechos civiles en Estados Unidos, los indígenas canadienses y norteamericanos han creado organismos nacionales que instan a la emisión de laudos de los tribunales. Han obligado a que se llegue a transacciones concernientes a programas de desarrollo y han obtenido considerables indemnizaciones monetarias por abusos cometidos en el pasado.
Ellos saben que deben cambiar si quieren salir adelante. Tal vez lo que más necesiten sea tiempo para adaptarse. "Sería utópico pensar que podemos crear zonas cerradas", señala Barbara Bentley. "No pedimos a los gobiernos que se abstengan de progresar. Simplemente les pedimos que reconozcan el desorden que crean, y que piensen en los pueblos indígenas al analizar sus planes".
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