¡SOCORRO, TENGO UNA HIJA ADOLESCENTE!
Publicado en
abril 16, 2017
Por Mariano CasteInouvo. Foto por Corbis.
Hablando de su hija adolescente, una paciente me dijo, con mucha vergüenza y culpa: "Doctor, cuando la vi en la playa con ese cuerpazo, y yo así, medio avejentada, le juro que me dio envidia y rabia". Le costó mucho contar lo que había experimentado. Se sentía mal. Una mala madre. Envidiosa. ¡Y de su propia hija!
Estas cosas pasan con mayor frecuencia de lo que nos animamos a contar. Nunca es fácil manejar bien ese complejo vínculo que tienen las madres con sus hijas mujeres, y esto se potencia en esa difícil época que es la adolescencia. De ambos lados se entrecruzan muchas sensaciones y fantasías, a veces fuertes y contradictorias.
Son varias las madres que afirman, como algo muy sentido en carne propia, que la relación entre madre e hija es mucho más difícil que entre madre e hijo. Y eso es cierto.
Madres e hijas se confrontan con sensaciones muy fuertes. La madre ha dado la vida a su hija, la ha cuidado, protegido, mimado. Ambas lo saben. ¡Vaya deuda! ¿Y qué espera la madre a cambio? ¿Qué cosas no se anima a pedir, pero las anhela?
Hay madres que son compañeras, casi amigas de sus hijas. Pueden ser compinches y confidentes. Pero aun teniendo una relación así, aparentemente armónica, es frecuente que las madres perciban señales inquietantes, una fisura, una grieta en esa "perfecta armonía": puede ser un comentario, una mirada, un desplante, cualquier conducta donde se manifiesta la rivalidad o la envidia.
Esto nos habla de lo inevitable. Es normal que así sea, siempre hay algo que marca una separación necesaria —y sana— en la relación de toda madre con su hija.
Recibir de la hija alguna muestra de agresividad más o menos velada, más o menos directa, es lo que se espera. Lo importante es que la madre sepa contenerla y no se la devuelva con la misma moneda.
NO ES FÁCIL
Las agresiones y los desplantes generan una sensación amarga, de ingratitud, del tipo "¿qué he hecho yo para merecer esto?".
Con tristeza o desazón, es frecuente que la madre sienta cierta insatisfacción, porque esperaba más u otra cosa de su hija. Aparece una falta, una distancia. Con esta sensación hay que aprender a convivir, porque desde el nacimiento un camino de separación las ha unido.
Decíamos que no es un vínculo fácil. Es una relación de amor y de sombras. Y no solo desde la hija. Una madre puede sentir rabia, intolerancia, envidia, celos frente a una hija. Como en la paciente del comienzo, que envidiaba el cuerpo de su hija; este vínculo genera sentimientos contradictorios, porque se dirigen a esa hija a la cual también se ama y por la que se ha hecho tanto.
Es conveniente recordar que cada mujer es la mejor madre que puede. Pensando en el difícil arte del "maternaje", solo pueden dar eso que alguna vez recibieron. Aprendieron a ser madres, siendo hijas. Por eso, en la relación con las hijas, siempre está presente el vínculo que cada una tuvo con su propia madre. A veces algunas mujeres solo lo recuerdan; otras, simplemente, lo repiten, sin reflexionarlo o modificarlo.
¿Cuánto amor u odio, aceptación o rechazo, deseo o culpa les fue permitido sentir a las ahora madres cuando comenzaban a ser adolescentes? ¿Sus propias madres las escuchaban o solo les daban órdenes y dirigían? ¿Había comprensión y amor? Y ahora estas mujeres, en su rol de madres, ¿qué harán? ¿Repetir el modelo heredado? ¿Tratar de recrearlo para sentirse mejor? ¿Qué vínculo ofrecen a sus hijas?
UN BUEN VÍNCULO ES POSIBLE
Es difícil y trabajoso, pero hacer de esta relación algo disfrutable y también tolerable es posible. Se puede sobrevivir a una hija adolescente. Créanme.
Sin embargo, las madres no lo pueden hacer solas. Para posibilitar un buen vínculo madre/hija el padre también debe colaborar y "hacer su tarea". Puede que él comparta menos actividades cotidianas con su hija, pero no por eso su función deja de ser menos importante. Un hombre que es padre es quien se dirige a su mujer dignificándola —afecto mediante— como mujer. Si este hombre ocupa este lugar, produce al mismo tiempo un apaciguamiento en la relación entre madres e hijas, facilitando que se teja un vínculo más ligado a disfrutar que a padecer.
Fuente:
Mundo Diners, Mayo 2008