NÚMERO OPUESTO (John Wyndham)
Publicado en
abril 16, 2017
Probablemente fue cosa de suerte el ver a la pareja en aquel momento. En cualquier caso, quizás los hubiese encontrado después, pero el resultado hubiese sido bastante diferente. Lo que sucedió fue simplemente que llegué al cruce de corredores cuando ellos estaban en el otro extremo, de espaldas a mí, y los vi atisbando por el paso principal como si se quisiesen asegurar de que no había nadie a la vista. A Jean, la reconocí en seguida, me bastó ver su perfil a distancia. Del hombre, que estaba de espaldas, sólo puedo decir que me pareció conocido.
Dudo de que les hubiese prestado atención, o por lo menos no les hubiese seguido, a no ser por la mirada de furtiva investigación que dirigieron al corredor, y en cuanto me di cuenta de ello se me ocurrió que sólo podían haber salido de las habitaciones del viejo Whetstone que todavía se conocen por este nombre, aunque murió hace más de dos años.
No había razón para que Jean no fuese allí si así lo deseaba, puesto que Whetstone había sido su padre y todo lo que hay en la habitación legalmente es de ella, aunque de hecho todo permanece igual, cubierto con fundas para protegerlo contra el polvo, porque nadie se ha preocupado de desmontar los aparatos. El viejo siempre había sido respetado por su trabajo oficial en los laboratorios de la parte superior, y aunque estaba un poco, por así decirlo, obsesionado por su propio proyecto y a pesar del hecho de que el proyecto nunca llegase a cumplimentar sus esperanzas ni parecía probable que éstas se cumplieran, su prestigio todavía protegía a la habitación y a los aparatos. Es una especie de monumento temporal en su memoria.
Además, entre los que en diferentes épocas le ayudamos en su trabajo, tenemos la sensación de que realmente estaba en la pista de algo. Hubo algunos resultados, los suficientes para que hubiese conseguido algún éxito siguiéndolos, de no haberse emperrado en aferrarse a su propia teoría. En consecuencia, esta sensación de que algún día alguien que tuviese tiempo y ganas podría encontrar algo allí ha contribuido a mantener la habitación y los aparatos tal como él los dejó.
Pero no podía imaginarme ninguna razón por la cual Jean tuviese que hacer visitas furtivas a la habitación, exceptuando naturalmente que quien quiera que fuese su compañero, no era su marido...
Tengo que admitir que cuando me desvié de mi camino y los seguí, fue debido a una punzante curiosidad. Después de todo era Jean, y no otra, y no me podía imaginar que ella tuviese una especie de lío de rincones oscuros que era el único que podría tener en un cuarto de trabajo polvoriento y entre aparatos enfundados...
Cuando llegué a la esquina, ya estaban recorriendo el pasillo de una manera no furtiva, pero sí circunspecta. Vi que él le cogía la mano y que se la oprimía para darle ánimos. Dejé que pasasen la siguiente esquina y los seguí.
Cuando llegué a la puerta estaban en el patio a medio camino de la cantina, ahora no tenían ningún aspecto de clandestinidad sino que miraban a la gente que había en derredor como si buscasen a alguien. Continuaban estando a demasiada distancia para que pudiese identificar al hombre. Entraron en la cantina y les seguí.
No se sentaron a una mesa; estaban hacia el centro de la sala dándome la espalda y por la manera en que movían la cabeza no había duda de que estaban buscando algo. Una o dos personas les saludaron y ellos devolvieron el saludo sin reunirse con los demás.
Empecé a tener la sensación de haber hecho una tontería y además también algo de vergüenza, al fin y al cabo no me importaban sus asuntos y en aquel momento no tenían nada de clandestinos. Acababa de decidirme a volver cuando por primera vez pude ver bien la cara del hombre en uno de los espejos de la pared. Había en ella algo que resultaba sorprendentemente familiar, pero en el primer instante no pude reconocerle; de hecho debieron pasar varios segundos antes de que me percatase de que era la cara que estaba acostumbrado a ver por las mañanas al afeitarme.
El parecido era tan grande, que me tuve que sentar en la silla más próxima sintiendo que me flaqueaban las piernas, y por alguna razón que no comprendía, me sentí un poco asustado.
El hombre todavía estaba mirando al resto de la gente. Si me había visto por el espejo yo no le había interesado. Ambos se fueron lentamente de la habitación continuando su búsqueda, saliendo finalmente por la puerta del lado opuesto. Yo me escurrí por la puerta que había detrás de mí y di la vuelta al edificio por la parte de fuera. Se habían detenido en los jardines a pocos metros de la puerta y estaban enfrascados en una discusión.
Estuve tentado de ir hacia donde estaban, pero hacía bastante tiempo que Jean y yo no nos hablábamos y me parecía algo presuntuosa la idea de ir a un desconocido simplemente para decirle: —¡Oiga, usted y yo nos parecemos mucho! — De manera que esperé.
En aquel momento llegaron a un acuerdo y se dirigieron al camino que conduce a la entrada principal. Jean iba señalando cosas que al parecer la divertían, aunque yo no podía ver por qué. Se acercó más a él y mientras iban andando enlazó su brazo en el del hombre.
Tengo que decir que no me pareció correcto; el Instituto de Investigación Pleyben constituye una de esas comunidades introvertidas, por no decir que crecen hacia dentro, en las que nada pasa desapercibido. Las mujeres desocupadas pueden seguir pistas que desconcertarían a un sabueso, y un guiño, por no decir una mano sobre el brazo de otro, son suficientes para que la gente empiece a construir castillos en el aire. Aquel gesto, que posiblemente era inocente, en aquel ambiente casi resultaba una baladronada extravagante. No fui el único en darme cuenta. A decir verdad, parecía que la gente aquella tarde estaba en plan de observar: varios de ellos me miraron con fijeza y extrañeza cuando los crucé al pasar.
Una vez fuera de las puertas, la pareja fue hacia la izquierda y les dejé que se adelantasen un poco y no porque me importase mucho, pues en el caso de que Jean mirase hacia atrás y me viese era perfectamente normal que yo fuese por el camino que normalmente tomaba para ir a casa. Acababan de doblar la segunda esquina hacia la derecha, que es donde está mi casa, cuando oí un rápido ruido de pasos tras de mí y una voz que jadeaba:
—¡Míster Ruddle, míster, Ruddle, señor!
Di la vuelta y vi que era uno de los botones del Instituto. Entrecortadamente me dijo:
—El Director le ha visto cuando se marchaba, señor. Me ha enviado para recordarle que tiene que tener a las cinco sus cálculos para la coordinación final Pensó que quizás usted lo había olvidado, señor.
Qué era lo que me había pasado. Miré al reloj y vi que eran las cuatro y media. Aquello alejó a Jean y a su amigo de mi mente por el momento y me apresuré a regresar al Instituto.
Para terminar sólo tenía que hacer un par de cálculos sin importancia y conseguí llevar el resultado a la oficina del Director a las cinco menos cinco. Este me miró con bastante frialdad.
—Siento haberme entremetido en sus... ah... arreglos domésticos, Ruddle, pero es imprescindible que todos los resultados se puedan relacionar esta noche — me dijo sin amabilidad.
Me excuse por haberlo dejado para el último minuto y también escuchó mi explicación adustamente a pesar de que había llegado a tiempo. No fue hasta después de haber salido de su despacho que se me ocurrió una explicación posible. Incluso a mí me había sorprendido el extraordinario parecido del compañero de Jean conmigo; no era cosa de que yo me fuera a equivocar sobre quién era quién, pero otros quizá sí... y recordé que se habían paseado del brazo a la vista de todo el mundo...
Lo mejor que podía hacer era irme a casa lo más de prisa posible, esperando poder decir algo antes de que empezase la murmuración...
Sólo faltaban unos veinte metros para llegar a mi casa, cuando vi salir de ella a Jean y su compañero y nos encontramos frente a frente. Jean estaba ruborizada y confusa, y él confuso y enfadado. Su expresión cambió con velocidad asombrosa en cuanto me reconocieron.
—¡Ah, eres tú! Gracias a Dios — dijo Jean —. ¿En dónde has estado?
No era la clase de saludo que yo esperaba. Al fin y al cabo hacía casi tres años que apenas nos saludábamos y sólo cuando resultaba imprescindible. Mientras intentaba sobreponerme busqué refugio en la dignidad.
—No te entiendo del todo — le dije y miré de olla a su compañero —. ¿Querrás presentarme a tu amigo...?— le sugerí.
—¡Oh, Peter! No seas tan tonto y envarado — me dijo con impaciencia.
Pero el hombre me miraba detenidamente. En su cara había una expresión bastante curiosa; no me extrañó mucho, porque probablemente la mía era igual. La similitud, no, era más que eso, la duplicación era completa en todos los detalles. Desde luego, los trajes eran diferentes Yo no tenía ninguno parecido al que él llevaba, pero aparte de esto... De pronto vi su reloj de pulsera, y la cadena que lo sujetaba era exactamente igual a la mía. Me toqué el reloj para asegurarme que todavía lo tenía y me tranquilicé. El me dijo:
—Me temo que va a resultar un poco complicado y además los dos acabamos de cometer un error terrible en su casa. Lo siento muchísimo. No lo sabíamos.
—¡Oh, aquella mujer! — dijo Jean furiosa —. Con gusto la estrangularía.
Con la sensación de irme ahogando lentamente, lo comprendí.
—¿Qué mujer?— le pregunté.
—La que está en tu casa. Esa horrible chica Tenter.
La miré con fijeza.
—¡Óyeme! —le dije—. Esto está yendo un poco demasiado lejos. Mi mujer es...
—¿Lo es? Dijo que lo era, pero no pude creerla. Oh, Peter, de verdad. ¡No podías casarte con ella, no, no podías hacerlo!
La miré con dureza; ya sé que muchas personas con las que tropezamos pueden llegar a pensar algo parecido de las mujeres de los demás, pero eso no se dice, y en cualquier caso no al propio interesado. Una cosa así sólo se podía escuchar con ira o con compasión.
—Me temo que estés indispuesta — le respondí —. ¿Quieres entrar y echarte un rato mientras llamo un taxi? Estoy seguro de que...
—¡Ja, ja! — rió Jean con melancolía irónica.
—Siento decir que es precisamente ahí en donde hemos metido la pata — explicó su compañero —. Teníamos mucho interés en verle, y como no había nadie en su casa pensamos que lo mejor sería esperar allí hasta que usted llegase. Pero la que llegó fue miss Tenter; no la esperábamos y no quiso creer que yo no era su marido. Lamento decir que se comportó de forma muy incorrecta respecto a Jean, y... en fin, todo ha sido muy desagradable y difícil... — terminó diciendo lleno de confusión.
Desde luego me habían metido en un buen lío, del que no sabía cómo salir.
—¿Y por qué dice «miss Tenter»?— pregunté —. En cualquier caso Jean sabe perfectamente que llevamos casados más de dos años.
—¡Dios mío! —dijo Jean—. Vaya confusión. Nunca hubiese podido imaginarme que pudieses llegar a casarte con ella.
No era fácil ser tolerante y recordar que debía de estar un poco desequilibrada. Su comportamiento era completamente normal.
—¡Y bien! —dije fríamente—. ¿Con quién te imaginabas que me iba a casar?
—Conmigo, naturalmente — dijo Jean.
—Escucha... — empezó a decir su compañero; pero le interrumpí.
—Tú me cerraste las puertas al comprometerte con Freddie Tallboy — le contesté con amargura, porque aún me dolía el recuerdo.
—¿Freddie Tallboy?— repitió ella —. ¿Quién es?
Aquello fue demasiado lejos.
—Mistress Tallboy — dije —. No pretendo comprender la razón de este engaño y ya estoy harto.
—Pero si yo no soy mistress Tallboy — dijo —. Yo soy mistress Peter Ruddle.
—Supongo que lo encontrarás divertido —le dije con amargura —, pero para mí no lo es — añadí.
Y desde luego no lo era. Tiempo atrás lo que yo más había deseado era que Jean se casase conmigo. La miré fijamente.
—Jean — le dije —, esto no es una broma de las tuyas; es cruel.
Durante un momento ella me miró fijamente y luego vi que sus ojos cambiaban; brillaron un poco.
—¡Oh! — dijo como si se hubiese dado cuenta de algo — .¡Esto es horrible! ... Dios mío... Yo... Oh, Peter, ayúdame — dijo, pero se lo decía al otro, no a mí.
Yo también lo miré.
—Oiga — dije —. No sé quién es usted, ni lo que sucede, pero...
—¡Ah! — dijo él como si de repente lo viese todo claro —. Es natural que no lo sepa. Soy Peter Ruddle.
Hubo una larga pausa. Decidí que ya me habían tomado bastante el pelo y di la vuelta para marcharme. El me dijo
—¿No podemos ir a alguna parte para hablar ?Los dos somos Peter Ruddle, eso es lo que hace que sea todo tan difícil.
—«Difícil» no es el término correcto — dije fríamente y empecé a andar.
—¿Pero no se da cuenta? — dijo su voz detrás de mí—. ¡Es la máquina del viejo Whetstone, hombre, funciona!
Evidentemente mi propia casa nos estaba vedada, y el único lugar cercano que se me ocurrió en aquel momento era el cuarto de arriba del Café del Jubileo. La mayor parte de los que trabajaban en el Instituto habrían acabado ya en aquel momento y continuarían saliendo durante una hora o más. No tenía ni el menor deseo de confirmar la idea de mis asuntos privados que ya tenía el Director, de manera que entré yo solo en el café, vi que en el cuarto superior no había nadie y los llamé desde la ventana. La camarera que nos sirvió el té no era muy inteligente y si se dio cuenta de nuestra semejanza no le hizo ninguna impresión. En cuanto se hubo marchado, Jean sirvió el té y entramos de lleno en el asunto.
—¿Te acuerdas dijo mi doble inclinándose hacia delante —, te acuerdas del concepto del tiempo del viejo Whetstone? Acostumbraba a citar aquella burda analogía del mar helándose. El presente estaba representado por el borde de hielo que gradualmente iba formándose y adelantando. Tras él, el hielo macizo representaba el pasado; al frente, el agua que todavía estaba fluida figuraba el futuro. Se podía saber que un número determinado de moléculas de las que estaban en movimiento se helarían en un espacio de tiempo determinado, pero no se podía predecir cuántas ni en qué posición quedarían las unas respecto a las otras.
»En cuanto a la substancia sólida que quedaba atrás, creía que probablemente no se podía hacer nada, pero estaba seguro que de una manera u otra sería posible adelantarse al avance del borde de hielo, que es el presente. Si se lograba esto, sería como crear pequeñas porciones de agua helada, es decir, actualizada. A su debido tiempo, éstas deberían quedar absorbidas y formar parte del presente que avanza. En otras palabras, adelantándonos, crearíamos una porción de futuro que tendría que llegar a ser cierta. No se podía escoger qué moléculas se iban a ligar, pero éstas se solidificarían por el hecho de hallarlas y por tanto llegarían a ser inevitables.
—Sí, lo recuerdo muy bien — le dije —. Estaba equivocado de medio a medio.
—Desde luego que lo estaba — convino en seguida —. Todos los que habían probado de echarle una mano, llegaban pronto o tarde a esta conclusión y se marchaban. Pero él no quería darse cuenta, era tozudo como una mula — dijo mirando a Jean.
—No te preocupe, ya lo sé — dijo ella con tristeza.
El prosiguió:
—El continuaba haciendo pruebas para ver si aquella máquina suya confirmaba su teoría, lo cual naturalmente era imposible porque la teoría estaba equivocada. Por esa misma razón no quiso seguir ninguna de las pistas que el aparato proporcionaba en realidad. No había nada que lo apartase de su idea, con el resultado de que trabajaba demasiado y se preocupaba tratando de conseguir lo imposible.
»No tardó en morir, antes de lo que era de esperar, y su aparato se quedó sin que nadie tuviese ganas de hacer nada con él.
»Ahora bien, poco después de que Jean y yo nos casásemos...
Nuevamente me sentí desconcertado.
—Pero Jean no se casó contigo sino con Freddie — objeté.
—Espera un poco que ahora te explicaré eso. Como te he dicho, poco después de casarnos tuve una idea sobre todo este asunto del tiempo que no tenía nada en común con la otra. Jean convino en que usase el aparato de su padre, por lo menos la parte que me sirviese, para que yo pudiese probar si mi teoría era cierta. He tenido éxito hasta cierto punto y aquí está el resultado.
Hizo una pausa.
—Estoy tan a oscuras como antes — le dije.
—Bueno, voy a explicarte el fundamento. No aseguro que no pueda estar equivocado, pero el resultado empírico es que ahora te estoy hablando.
»El tiempo es algo parecido a una radiación del quantum. Los átomos del tiempo se parecen a los átomos radiactivos en que están desintegrándose continuamente y desprenden quantum. Probablemente debe haber una vida media, pero hasta ahora no he podido determinarla, pero es evidente que tiene que ser una fracción de segundo muy pequeña, de manera que haré referencia a ella como «instante».
»En cada «instante» se divide un átomo del tiempo; las dos mitades siguen caminos diferentes y al separarse encuentran diversas influencias, pero no divergen como unidades constantes, porque cada una de ellas continúa dividiéndose también en cada instante. El diagrama sería como el de un árbol que se bifurcase, y en el que cada una de las ramas se bifurcase, las resultantes también y así indefinidamente.
»En consecuencia, en un momento dado tenemos un Peter Ruddle, un instante después este átomo del tiempo en el que existe, se divide y tenemos dos Peter Ruddle, ligeramente divergentes. Pero estos átomos del tiempo se dividen y nos encontramos con cuatro Peter Ruddle. Un tercer instante y habrá ocho, luego dieciséis, después treinta y dos. Y como esta división tiene que ocurrir muchas veces por segundo, hay un número infinito de Peter Ruddle, que originalmente son todos similares, pero que en realidad son diferentes debido a las circunstancias y que habitan en mundos que son también diferentes, en grado imperceptible o muy amplio, lo que depende principalmente de la distancia al punto de la escisión original. Naturalmente, también hay un número infinito de universos en los que Peter Ruddle nunca ha nacido...
Hizo una ligera pausa para que yo pudiese captar del todo lo que me había dicho. Inmediatamente se me ocurrieron varios puntos que me parecían discutibles, pero de momento no dije nada y le dejé continuar.
—El recorrido del tiempo dejaba de ser un problema, que era lo que suponía el viejo Whetstone. Es evidente que no se pueden juntar de nuevo dos átomos que se hayan dividido para reconstruir un pasado y que tampoco se puede observar el resultado de la escisión en átomos que todavía no se han dividido, por lo menos yo creo que no, aunque sea verdad que en el presente hay muchos futuros latentes
Como resultado de esto, el primer problema quedaba sustituido por otro: ¿es posible trasladarse desde la propia rama de descendencia a una de las, por así decirlo, ramas afines? Me dediqué a ello de lleno y aquí estamos para demostrar que dentro de ciertos límites sí que lo es...
De nuevo hizo una pausa para que yo pudiese seguirle.
—Sí — admití finalmente —. En esquema me parece correcto, pero lo que me resulta difícil de creer es que nosotros, tú y yo, seamos los dos igualmente reales. Tengo que aceptar la teoría, por lo menos en conjunto, puesto que estás aquí; pero tengo la sensación de que soy el verdadero Peter Ruddle y que tú debes ser el Peter Ruddle que yo podría haber sido. Supongo que es un punto de vista subjetivo perfectamente natural.
Jean nos miró e intervino por primera vez.
—Yo no lo veo así. Nosotros somos los verdaderos Peter y Jean y tú lo que podría haberle sucedido a Peter...
Se me quedó mirando durante un largo momento y continuó:
—¿Por qué lo hiciste, cariño? Y con ella tampoco eres feliz, lo veo perfectamente.
—Esto... — empezó a decir el otro Peter, pero se interrumpió al abrirse súbitamente la puerta.
Alguien miró dentro y una voz de mujer dijo: « ¡Oh! Lo siento», y la puerta se cerró de nuevo. Desde el punto en que yo estaba no veía la puerta y miré a Jean interrogativamente.
—Era mistress Terry — me dijo.
El otro Peter volvió a empezar:
—Es evidente que los dos somos igualmente reales, sólo que normalmente existimos en diferentes ramas. He ahí la diferencia.
Continuó explicando esta cuestión un poco más y luego dijo:
—Aunque lo he conseguido, todavía no tengo una idea muy clara de cómo ha sido, de manera que se me ocurrió lo siguiente: ya sabes que en trabajos de esta índole uno siempre tiene tendencia a obsesionarse por algo y pensé que si podía hacer que uno de mis dobles trabajase también en esto se podría conseguir mayor comprensión del problema. Es evidente que nuestras mentes deben ser suficientemente afines para que nos interesen las mismas cosas, pero como una parte de nuestra experiencia es diferente no es probable que sigamos los mismos surcos mentales. Esto en realidad es evidente, porque si nuestras líneas de pensamiento fueran exactas tú habrías realizado los mismos descubrimientos que yo al mismo tiempo que yo.
Desde luego, nuestra manera de pensar era muy parecida.
Nunca he comprendido mejor y con más rapidez lo que otra persona me quería decir. Se debía a algo más que a las simples palabras. Le pregunté:
—¿Cuándo crees que la división ha tenido lugar en nuestro caso?
—Ya he estado pensando en esto — me dijo.
Extendió la mano izquierda y añadió:
—Tiene que haber sido hace menos de cinco años; como puedes ver los dos tenemos el mismo reloj.
Yo pensé y dije:
—Y también tiene que haber sido hace más de tres años, porque es entonces cuando apareció por aquí Freddie Tallboy; y por lo que dice Jean en vuestro universo no debe haber aparecido.
—Nunca he oído hablar de él — convino denegando con la cabeza.
—Pues has tenido suerte — le dije mirando un momento a Jean.
Los dos seguimos pensando.
—También tiene que haber sido antes de que tu padre muriese, porque entonces ya estaba aquí Tallboy — le dije a Jean.
Pero mi doble discrepaba.
—La muerte del viejo no es una constante. En diferentes ramas puede haber ocurrido más pronto o más tarde.
Aquello no se me había ocurrido y probé de nuevo:
—Hubo una pelea entre nosotros — dijo mirando fijamente a Jean.
—¿Una pelea?— preguntó Jean.
—No puedes haberte olvidado — le dije incrédulo —. Fue la noche en que todo terminó entre nosotros, cuando dije que ya no ayudaría más a tu padre.
—¡Cuando todo terminó! — repitió ella —. Aquella fue la noche en que nos prometimos.
—Claro que fue aquella, cariño — corroboró mi doble.
Yo denegué con la cabeza.
—fue la noche que me emborraché, porque el mundo no tenía ningún interés para mí — les dije.
—Ya nos vamos acercando — dijo el otro Peter brillándole los ojos con interés.
Yo no compartía su entusiasmo; todo aquello me recordaba uno de los momentos más penosos de toda mi vida.
—Yo te dije que ya estaba harto de ayudar a tu padre, porque se empeñaba en aferrarse a una teoría que se podía demostrar que era absurda — le recordé a Jean.
—Y yo te dije que por lo menos deberías fingir que la creías, pues era viejo y otro desengaño le podría perjudicar, y el médico ya estaba muy preocupado por él.
Yo negué con decisión:
—Recuerdo exactamente lo que me dijiste, Jean, y fue esto: «De manera que estás tan encallecido como los demás y vas abandonar a un pobre viejo y dejarlo en la estacada». Estas fueron exactamente tus palabras
Los dos se me quedaron mirando.
—Luego continuamos — le recordé —, hasta que yo dije que la obstinación parecía ser la característica de tu familia y tú dijiste que te alegrabas de haber descubierto a tiempo el egoísmo y poca consideración que había en la mía.
—¡Oh, no! Peter, yo nunca... — empezó a decir Jean.
Mi doble nos interrumpió excitado:
—¡Debe haber sido entonces, en ese mismo momento! Yo nunca he dicho nada sobre la obstinación de la familia de Jean. Lo que dije fue que volvería a probar y que haría lo posible para tener paciencia con él.
Durante un rato nos quedamos silenciosos. Seguidamente Jean dijo con voz trémula:
—¡Sólo eso! ¡Y por eso fuiste y te casaste con ella en lugar de hacerlo conmigo! — en sus ojos casi había lágrimas—. ¡Es horrible, Peter, cariño!
—Te prometiste con Tallboy antes que yo con ella —le dije —. Bueno, no quiero decir tú, sino la otra Jean.
Ella extendió la mano izquierda y cogió la de su marido.
—¡Qué desgracia! — dijo nuevamente casi asustada —. Piensa en mi pobre otra yo... — hizo una ligerísima pausa —. Quizás hubiese sido mejor no haber venido — añadió —. Habíamos pensado que si íbamos a tu casa en este universo te encontraríamos a ti y a mi otra yo y que todo iría bien. Hubiese tenido que darme cuenta antes; en cuanto vi las cortinas que ella ha colocado en las ventanas tuve la sensación de que algo no iba bien. Estoy segura de que yo no las hubiese escogido nunca, y me parece que mi otra yo tampoco. Y el mobiliario, no me gusta nada. ¡Y además, esa mujer...! Y todo te ha ido mal sólo porque... Oh, es horrible, Peter, es horrible...
Sacó el pañuelo del monedero, se frotó los ojos, se sonó y volvió a inclinarse hacia mí con ojos todavía algo húmedos.
—No puedes, Peter... No tenía que haber sucedido así... Todo está equivocado... Mi otra yo, la otra Jean, ¿dónde está?
—Todavía está aquí — le dije —, vive hacia las afueras en la carretera de Reading.
—Tienes que ir a verla, Peter.
—Escúchame — empecé a decir con amargura.
—Te quiere, Peter, y te necesita. Ella es yo y sé lo que tiene que sentir... ¿No te das cuenta de que yo lo sé...?
La miré y denegué con la cabeza.
—Me parece que lo que no sabes — le dije — es cómo se siente uno cuando le vuelven a abrir una herida, como ahora. Ella está casada con otro, yo también estoy casado y todo se ha terminado.
—¡Oh, no, no! — dijo ella cogiendo nuevamente la mano de su marido —. No, no le puedes hacer esto a ella, ni tampoco a ti. Es... — apurada, se volvió hacia su marido —. Cariño, si pudiésemos hacerle comprender lo que significa. No lo puede comprender, es imposible que lo sepa.
Los ojos del otro Peter miraron a los míos.
—Me parece que lo comprendo bastante bien — le dije a Jean.
Yo me levanté.
—Espero que me perdonaréis — les dije —, no puedo soportar que continuemos hablando de esto.
Jean también se levantó en seguida y contrita me dijo:
—Lo siento, Peter, no quería herirte. Sólo quiero que tú y mi otra yo seáis felices. Yo... yo...
Se interrumpió y el otro Petes intervino entonces rápidamente:
—Mira, si puedes dedicarme media hora más o menos, vamos a las habitaciones del viejo Whetstone, será mucho más fácil darte allí las instrucciones para la modificación que requiere el aparato. En realidad es para esto pasa lo que he venido.
—Y tú, ¿para qué has venido?— le pregunté a Jean.
En aquel momento ella estaba de espaldas y no se volvió.
—Por curiosidad — contestó con voz insegura.
Dudé, pero él tenía razón en cuanto a lo de la semejanza de nuestras mentes; lo que a él le interesaba también me interesaba a mí.
—De acuerdo, vamos — dije algo de mala gana.
Cuando salimos y nos dirigimos al Instituto, la calle estaba casi vacía. La explanada contigua a las puertas estaba desierta y en el mismo edificio sólo se veían algunas ventanas iluminadas que indicaban que todavía había gente trabajando. Anduvimos en silencio tanto Jean como yo, mientras el otro Peter iba dando explicaciones sobre la radiación del quantum tiempo y diciendo que el campo de acción, por el momento, parecía tener límites bastantes naturales, por ejemplo, cómo era posible pasar de una rama a otra tan sólo en el caso de que hubiera espacio para hacerlo.
Por ejemplo, sólo podría trasladarme a una línea de existencia en la que el cuarto del viejo Whetstone estuviese arreglado de manera que hubiese un área despejada dispuesta para recibir lo que él llamaba cámara de transferencia, porque si hubiera alguna cosa ocupando aquel espacio, quedaría destruida, de manera que siempre había que realizar un ensayo preliminar para tener la seguridad de que volvería intacta. Con ello se establecían unos límites bastante estrechos: el retroceder a una rama demasiado alejada suponía el exponerse a entrar en un universo en el que la habitación no existiese porque el Instituto no se habría construido. Las consecuencias de que una cámara de transferencia tratase de entrar en un espacio que ya estuviese ocupado o de aparecer en un nuevo universo en la mitad del aire serían desastrosas.
Cuando llegamos a la habitación todo tenía el mismo aspecto de siempre, excepto por la cámara de transferencia que estaba en medio de los aparatos cubiertos. Tenía el aspecto de una garita de centinela con puerta.
Quitamos las fundas de algunos de los instrumentos y el otro Peter empezó a explicarme lo que había hecho para cambiar los circuitos e introducir pasos nuevos. Jean quitó el polvo de una silla y se sentó en ella fumando pacientemente un cigarrillo. Hubiésemos podido acabar antes de haber tenido las notas y diagramas del viejo, pero desgraciadamente el archivo de acero en que se hallaban estaba cerrado. Sin embargo, pudo indicarme la teoría general e instrucciones suficientes acerca de la manera de proceder para llevar a cabo los cambios necesarios.
Al cabo de un rato Jean miró su reloj y se levantó.
—Siento interrumpiros — nos dijo—, pero tenemos que volver. Le dije a la chica que no llegaríamos después de las siete y ya es la media.
—¿Qué chica?—preguntó mi doble distraídamente.
—Pues la niñera, quién iba a ser — le contestó ella.
Aquello me sorprendió mucho.
—¿Es que tenéis un hijo?— pregunté estúpidamente. Jean me miró.
—Sí — dijo suavemente —, y es una niña encantadora, ¿no es verdad, Peter?
—Desde luego, es la criatura más encantadora del mundo — convino Peter.
—No pongas esa cara, cariño — dijo Jean.
Se acercó a mí, puso su mano derecha en mi mejilla izquierda, y apretando su cara contra la mía me dijo en voz queda:
—Ve a verla Peter, ve a verla; ella te necesita, aunque tú no lo creas.
El otro Peter abrió la puerta de la cámara de transferencia y ambos entraron. Sólo había sitio para dos. Luego, él salió e indicó una parte del suelo.
—Cuando te funcione ven a buscarnos —me dijo —, te reservaremos este espacio despejado.
—Tráela contigo — dijo Jean.
Volvió a entrar en la cámara y cerró la puerta. Lo último que vi cuando se cerraba, fue la cara de Jean con lágrimas en los ojos...
Mientras estaba mirando, la cámara de transferencia desapareció; no se desvaneció, sino que en una fracción de segundo dejé de verla. Podría no haber estado nunca allí a no ser por las cuatro colillas aplastadas que vi junto a la silla en que había estado sentada Jean...
No tenía humor de ir a casa. Me entretuve en la habitación mirando los aparatos, recordando lo que el otro Peter me había dicho y tratando de enfrascarme en los detalles técnicos. A sus explicaciones había prestado una atención un poco forzada, tenía la sensación de que tendría más oportunidad de absorberme si pudiese tener las notas y diagramas que estaban encerrados con llave.
Más o menos al cabo de una hora lo dejé y anduve hasta casa desde el Instituto, y cuando llegué allí todavía tenía menos ganas de entrar. En lugar de ello, saqué el coche y después, sin darme cuenta, me encontré conduciendo por la carretera de Reading...
Cuando Jean me abrió la puerta quedó sorprendida al verme allí.
—¡Oh! — me dijo palideciendo y ruborizándose después, y con una voz forzadamente tranquila añadió: —Freddie está trabajando en el laboratorio número cuatro.
—No buscaba a Freddie — le dije —. Quería hablar contigo sobre aquellas cosas (le tu padre que hay en las habitaciones del Instituto.
Ella dudó un momento y luego abrió más la puerta.
—Muy bien — dijo con voz indiferente —. Será mejor que pases.
Era la primera vez que entraba en su casa. La seguí hasta un cuarto de estar grande y confortable que daba a la parte de atrás del jardín. Ha sido la vez en que me he comportado con mayor torpeza, pues tenía que recordar continuamente que no era la misma Jean con la que había hablado por la tarde. Esta Jean era una persona con la que no había tenido contacto en aquellos tres años, más que cuando en alguna reunión del Instituto nos veíamos forzados a reconocer la existencia del otro. Cuanto más la miraba más idiota me encontraba por haberme comportado de aquella manera.
A trompicones le expliqué que tenía una nueva teoría en la que me agradaría trabajar. Le dije que su padre, a pesar de su falta de éxito, había llevado a cabo una gran cantidad de trabajo previo que sería una lástima que se desperdiciase y que estaba seguro de que a él tampoco le agradaría que no sirviese para nada...
Jean escuchaba como si estuviese muy interesada por el dibujo de la alfombra que estaba ante el fuego. Sin embargo, al cabo de un rato nuestros ojos se encontraron y perdí el hilo de lo que estaba diciendo, con la sensación de que hablaba en un lenguaje que no entendía; hilvané unas cuantas frases para terminar y acabé sin saber si lo que había dicho era coherente o no.
Ella continuó mirándome por un momento, pero no tan distante como antes, y me dijo:
—Me parece que sí, Peter. Ya sé que te hartaste de él como todos los demás; pero un día u otro alguien tendrá que emplear los aparatos y creo que él hubiese preferido que fueses tú. Probablemente querrás que te dé mi consentimiento por escrito, ¿verdad?
—Sería preferible — le dije —, porque algunos de los instrumentos que hay allí valen un montón de dinero.
Ella asintió y cruzó la habitación para dirigirse a un escritorio pequeño; un momento después volvió con una hoja de papel.
—Jean... — empecé a decir.
Ella se quedó alargándome el papel.
—¿Qué, Peter...?
—Jean... — volví a empezar, pero me sobrecogió la consciencia de la imposibilidad de aquella situación.
Ella continuaba mirándome y me sobrepuse.
—Es... es que no puedo llegar hasta sus papeles. Están encerrados con llave — dije de un tirón.
—Oh — dijo ella —, oh, sí — como si estuviese a gran distancia; seguidamente añadió con una voz diferente: —¿Conocerías la llave si la vieras? Arriba tengo una caja con sus llaves.
Subimos al piso superior; en una de las habitaciones que estaba sin amueblar y que servía como cuarto de trastos, había media docena de baúles. La caja de las llaves estaba en el segundo de los que abrimos. Había dos que podrían servir, de manera que me las metí en el bolsillo y empezamos a bajar la escalera para volver abajo.
Cuando estábamos hacia la mitad de la escalera, se abrió la puerta y entró su marido...
Bueno, ya está...
Unas veinte o treinta personas, incluyendo al Director, nos vieron cruzando del brazo los jardines del Instituto. Mi mujer me encontró agasajando a mi ex novia en mi propia casa durante su ausencia. Mistress Terry tropezó con nosotros en el cuarto de arriba del Café del Jubileo. Otras personas nos vieron en otros lugares y resulta que casi todo el mundo lo sospechaba desde hacía mucho tiempo. Finalmente, su marido sorprendió a Jean descendiendo del piso de los dormitorios de su casa con su ex novio...
Por lo tanto...
Las pruebas que yo podría presentar para probar lo contrario me parece que no son muy convincentes para un jurado. Además, y esto es muy importante, tanto el uno como el otro hemos decidido que nada está más lejos de nuestros deseos que defendernos...
Fin