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abril 27, 2017
David Scudder debe vigilar una zona remota y abrupta, pero rica en belleza y vida natural. Aunque su trabajo es peligroso, a él le fascina.
Por Gerald Moore.
UNA hermosa mañana de marzo, el guardabosque David Scudder de Elizabethtown (Nueva York) sale en su carro patrulla para recorrer los 1.300 kilómetros cuadrados de selva que van desde el lago Champlain, al este, hasta los altos picos de. Adirondack, al oeste. La tensión que siente en ese momento le empezó hace diez días, cuando encontró el primero de cinco ciervos de Virginia atrapado en la profunda nevada y despedazado por una manada de perros salvajes. Esta mañana él trata de imaginar dónde será el próximo ataque y, siguiendo su intuición, se desvía por un camino secundario que lleva hasta el monte Saddleback.
Más o menos a la misma hora, un antílope de cola blanca que mordisquea unas ramas de cedro oye el ladrar de un perro que sigue su huella. Alarmado, se dirige al Saddleback, huyendo entre la nieve que le llega hasta el pecho. En un terreno despejado podría fácilmente dejar atrás a cualquier perro, pero sus patas se hunden rompiendo la costra helada de la nieve.
El antílope comienza a cansarse y oye cómo los animales acortan la brecha. Cerca del camino, disminuye su marcha; en una situación normal habría esperado que el automóvil pasara, pero en esta ocasión los agresores estaban demasiado cerca. Enloquecido de terror, salta el banco de nieve que bordea el camino cayendo 20 metros delante del vehículo de Scudder. Brinca otra vez y pasa al banco opuesto con un salto largo y arqueado.
Scudder, adivinando el pedido de auxilio, frena bruscamente y baja del vehículo cargado con una escopeta de calibre 12.
Un gran perro gris sale del bosque, saltando el banco de nieve en feroz persecución. El guardabosque dispara rompiendo el frío silencio de la montaña y el animal cae muerto. Aparece otro perro, David aprieta otra vez el gatillo y da en el blanco, pero como la bestia resiste, le da el tiro de gracia. Baja la escopeta y mueve la cabeza. "Detesto matar perros", murmura. "Pero me preocupo por proteger a los antílopes".
RUTINAS DE RIGOR
Durante sus 20 años en la Sección de Aplicación de la Ley del Departamento de Conservación Ambiental del Estado de Nueva York, Scudder, de 44 años de edad y 1,90 metros de estatura, ha salvado a miles de criaturas salvajes. El es uno de los 250 oficiales responsables de hacer respetar las leyes de Nueva York sobre la conservación ambiental en una de las zonas más remotas y hermosas de Estados Unidos. Scudder insiste en que es el mejor trabajo del mundo y lo considera una especie de confianza depositada en él por la sociedad. "No puedo imaginar nada mejor que desempeñar mi trabajo en estas montañas", comenta sonriente.
Scudder así lo cree, a pesar de que su labor es de las más peligrosas en esa rama. Conforme a un estudio nacional hecho por el Departamento de Caza y Pesca de Wyoming, él tiene cinco veces más probabilidades de ser atacado con un arma, y ocho de morir a causa de un asalto, que cualquier otro agente. Casi todas las personas que arresta portan armas, y muchas están bajo los efectos del alcohol. En las misiones de rescate, debe escalar elevadas montañas bajo un clima tan riguroso que hasta los visones permanecen en sus cuevas. Un patrullaje de rutina implica caminar horas con raquetas en terrenos tan traicioneros que el menor error puede generar un desastre. Se ha internado en los bosques para rastrear delincuentes fugados, o para llevar sobre su espalda a alpinistas accidentados. Para Scudder los riesgos son parte de un trabajo que ama.
Su interés por la naturaleza se remonta a los días que pasó en los bosques con su padre, escalando, cazando y pescando. Se preparó formalmente para esta labor al estudiar ciencias biológicas, primero en la Universidad Estatal de Michigan, en East Lansing (Michigan) y luego en la del estado de Nueva York, en Buffalo. Después del servicio militar, consiguió un empleo en el Departamento de Conservación Ambiental, pasando exámenes en los que obtuvo el tercer lugar en la región.
Como oficial de conservación, se ha convertido en un perito en sobrevivencia de parques nacionales, excelente tirador, hábil rastreador y especialista en violaciones a la contaminación del aire y del agua. Pero entre todas estas aptitudes, la que más aprecia es su habilidad para tratar con la gente.
ESFUERZO COMÚN
"Uno no puede realizar esta tarea solo; es necesario contar con la ayuda de la gente que vive y pasa sus vacaciones en este lugar", explica.
La cooperación de un ciudadano conciente le permitió al guardabosque desmantelar una cruel operación de caza furtiva en el invierno de 1977.
Cierta noche, a fines de febrero, un automovilista vio que alguien arrastraba un ciervo dentro de una camioneta. Minutos después, Scudder recibió una llamada en la que le describieron el vehículo y le dieron el número de la matrícula. Él y otro oficial detuvieron al cazador furtivo, quien se declaró culpable de matar dos antílopes, y por tanto se le impuso una multa de 1.000 dólares.
"Ese hombre estaba matando animales", informa Scudder, "para vender la piel a un encuadernador de libros. Gracias al aviso que recibí, se terminó con una situación que pudo haberse prolongado por meses".
El día común de Scudder comienza a las 7:30 de la mañana, cuando selecciona su medio de transporte: el automóvil si tiene intención de patrullar caminos, un vehículo de tracción en las cuatro ruedas si piensa ir al bosque o un bote de 4,5 metros si planea controlar a los pescadores del lago Champlain. Lo que más le gusta de su trabajo es que cada estación trae consigo sus deberes y cada día encierra sus sorpresas y riesgos.
Esta mañana de marzo, escoge el automóvil para un día de patrullaje y se dirige al lugar donde, algunos días antes, descubrió unas huellas en la nieve que conducían al bosque. Sospecha que puede haber trampas para los castores al final del sendero y quiere cerciorarse de ello. Inspecciona, como de costumbre, las huellas de raquetas en la nieve. A principios de la primavera de 1977, una pista como esa lo condujo al caso más raro que recuerda.
UN HORRIBLE ESPECTÁCULO
En un vuelo de vigilancia sobre las montañas centrales de Adirondack, descubrió huellas cerca de una laguna, a más de 16 kilómetros del camino. El piloto disminuyó la altura para poder ver mejor y Scudder distinguió algo que podía ser una trampa puesta ilegalmente, justo en la entrada de una madriguera de castores. Quien hubiese puesto la trampa, no era un aficionado. Más de un metro de nieve cubría el suelo, las temperaturas nocturnas descendían hasta los 35° C. bajo cero, y no era fácil el acceso a esa zona agreste, excepto caminando. Su primer pensamiento fue de que alguien había hecho un campamento permanente. Sin embargo, no veía rastros de alguno.
Al día siguiente, Scudder y otro oficial de conservación, David Jarvis, se calzaron las raquetas de nieve y se dirigieron a la montaña a investigar. A las 5 de la tarde habían recogido alrededor de una docena de trampas ilegales para castores. Los dos oficiales acamparon por la noche y al otro día siguieron la pista del cazador furtivo internándose más en las montañas, con una temperatura de 17,8° C. bajo cero.
En la tarde del tercer día, Scudder y Jarvis llegaron a un claro. Allí, camuflada con ramas de pino, había una choza de cartón. La nieve casi tapaba las dos ventanas provisionales y no salía humo del tiro de la chimenea. "¡Mira eso!", susurró Scudder. "A 22 kilómetros del camino".
Las emboscadas siempre están en la mente de cualquier oficial de conservación cuando se encuentra en el bosque, por lo que ambos se movieron con cautela hasta que ubicaron la puerta de la barraca. Alertas a cualquier movimiento sospechoso, entraron rápidamente.
Bajo una luz mortecina, los oficiales vieron a un hombre sucio y barbado, en un extremo del cuartucho, desollando un castor. Había escopetas y cuchillos por todos lados. "Era un espectáculo horrible", recuerda Scudder. "Jarvis lo mantuvo apuntado mientras yo recogía las armas. El hombre se sorprendió tanto con nuestra presencia, que comenzó a tartamudear".
"Después de media hora, ya tranquilos, nos informó que había estado cazando ilegalmente durante años, y que mataba hasta 20 castores por semana. Agregó que nos había visto sacar sus trampas ese primer día. Si él hubiera sido otro tipo de persona, nos habría disparado. No me sentí mucho mejor cuando regresamos y supimos que ya había sido arrestado una semana antes por asalto a mano armada".
Scudder y Jarvis, antes de partir, extendieron media docena de citaciones, incluyendo un recibo por 20 pieles de castor.
Sus esfuerzos tuvieron consecuencias de largo alcance. El trampero se declaró culpable de los cargos y pagó las multas. Tanto le impresionó que los dos hombres hubieran dado con él, que contó la historia por todo el distrito. "Creo que la lección está presente en cada ocasión en que la anécdota es relatada", comenta Scudder.
TRABAJO PERFECTO
Las huellas frescas de las raquetas de nieve que Scudder sigue esta mañana conducen a trampas legales, identificadas con el nombre y dirección del propietario. Scudder va de trampa en trampa, examinando cada una minuciosamente. En algunos lugares, se hunde hasta las rodillas en el fango helado, pero no se detiene hasta comprobar que todas las trampas cumplen con los requisitos de la ley.
Poco después de las 2 de la tarde, se detiene a comer algo en un café del distrito, y habla sobre algunas situaciones divertidas en su carrera. Un otoño, durante la temporada de caza de pájaros en las montañas, Scudder estaba controlando a los cazadores de faisanes. Se dirigió a un hombre que cazaba junto con su hijo, un niño como de ocho años.
—¿Están ustedes de suerte? —les preguntó.
—No —fue la respuesta, acompañada de una cara larga—. No hemos visto ni a un faisán.
El pequeño, en apariencia preocupado por la afirmación de su padre, dijo:
—Pero muéstrale lo que lograste, papá.
El hombre, avergonzado, sacó de su bolsa una paloma de las que está prohibido cazar. Aceptó la citación que le entregó Scudder con filosófica resignación.
También me cuenta sobre las repentinas tormentas de nieve en los Adirondack durante el mes de mayo; me relata sobre una de estas que acaeció en 1976 y que dejó atrapados a un grupo de seminaristas de Nueva Inglaterra, quienes se encontraban en un retiro en Street Mountain. Ese temporal dejó 30 centímetros de nieve blanda, y la temperatura bajó casi hasta el punto de congelación. "La niebla era tan densa", recuerda, "que nuestras señales luminosas no la traspasaban". Scudder y el oficial Gary Mulverhill encontraron al grupo, y a cada uno de ellos le proporcionaron ropa seca, los ayudaron a llevar su equipo y los condujeron al albergue más cercano.
Después de almorzar, Scudder pasa por un terreno local y controla si está bien mantenido. En el dique que atraviesa el río Bouquet inspecciona el nivel del agua y la capa de hielo. Su informe será compilado como parte de un sistema de prevención contra inundaciones. Luego se dirige a una zona donde abundan los ciervos. Quiere asegurarse de que no los están molestando. Observa a un grupo de ciervos que se dirigen hacia unos arbustos de cedro y empiezan a comer pacíficamente.
Cuando va de regreso a casa para ver a su esposa y dos hijas, casi todas las personas con quienes se encuentra lo saludan agitando la mano y sonriéndole. El dice que, salvo algunas excepciones, lo saludan con la mano porque saben "que estamos todos del mismo lado". Y eso, piensa, es una de las mejores partes de su trabajo. "Estos bosques no son míos", explica, "sino nuestros".