Publicado en
abril 27, 2017
El problema no es nuevo; sin embargo, ha sido ignorado porque se le considera un fenómeno aborrecible aunque, por fortuna, raro. Aborrecible sí; raro no. Bajo un velo de vergüenza y secreto, el incesto permanece como un delito que no se denuncia. En el presente, el velo comienza a levantarse y, por fin, se acude en auxilio tanto de la víctima como del agresor.
Por Roul Tunley.
TODO COMENZÓ de la manera más inocente. Debbie, la hija de Jim,* tenía 10 años; siempre había sido la "consentida de papá". Se arrimaba a él por las noches para ver televisión cuando su madre no estaba en casa. A medida que la situación en su trabajo y en su matrimonio se iba haciendo amarga para Jim, la niña constituía la única fuente de dulzura en su existencia. Era tierna, adorable y fiel.
Al cumplir los 12, el cuerpo de Debbie comenzó a desarrollarse. El padre le hacía bromas al respecto. En poco tiempo, pasó de las bromas a los roces; luego a las caricias y, más tarde, cuando la chica ya era adolescente, a las relaciones sexuales. Jim, abrumado por la culpa, fue incapaz de poner fin a aquello.
La situación cambió cuando el consejero escolar de la joven habló con ella al advertir que andaba mal en sus estudios. La conversación derivó a la relación con los muchachos; entonces Debbie, que en esa época tenía 15 años, admitió tener un problema. No era su intención revelar lo que acontecía en su casa; no obstante, cuando le preguntaron si le molestaba que los chicos la tocaran reaccionó explosivamente: "¡Ni siquiera me gusta que mi padre lo haga!" Eso abrió las compuertas. Muy pronto el consejero conoció la historia completa; varias horas después, también la policía lo supo todo.
La joven fue llevada al Refugio para Niños. La policía se comunicó con la madre para explicarle lo sucedido, al tiempo que le sugirió convencer a Jim para que se presentara en la comisaría a la mañana siguiente. Ante las preguntas de su mujer al regresar a casa, el hombre confesó todo. Esa noche salió en su auto; llevaba una pistola: tenía intención de suicidarse. Pero no pudo hacerlo: al día siguiente acudió a la cita. Después que grabaron su confesión, sintió como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Por entonces no sabía (ni le importaba) cuál era el castigo que la sociedad le tenía destinado.
EL INCESTO ha sido un tabú a través de los siglos y las culturas. Por ser tanta la vergüenza que acompaña a este aborrecible crimen, la sociedad ha tendido un velo a su alrededor. Esta conspiración de silencio sirve para proteger al culpable y ocultar a la víctima.
Apenas 15 años atrás, los expertos manifestaban que los casos de incesto —definido en sentido extenso como excitación sexual producida por el contacto físico entre parientes solteros— ocurrían en sólo una entre un millón de familias estadounidenses. Algunos estiman que, en la actualidad, la incidencia puede ser demasiado alta y alcanzar la siguiente proporción: una de cada cinco familias. Aunque en 1978 sólo se denunciaron 6.000 casos en Estados Unidos, el más bajo total calculado según lee MacFarlane del Centro Nacional contra el Maltrato y Abandono de Menores, en la capital norteamericana el número de incestos llegó a 100.000 "y", observa MacFarlane, "la cifra crece cada año. Como el alcoholismo en los decenios de 1950 y 1960, y el más reciente síndrome de los niños golpeados, el incesto comienza al fin a ser descubierto, comentado y enfrentado".
En la mayoría de los estados norteamericanos, el incesto sigue siendo un crimen cuyos castigos van de 90 días de cárcel a cadena perpetua. Empero, un hombre que comete incesto (en el 90 por ciento de los casos denunciados se involucra al padre o a quien hace las veces de él, así como a la hija), rara vez es condenado; esto es así por que por lo general hay pocas pruebas físicas de violación, aparte de que no existen testigos presenciales, y la credibilidad de la criatura se pone en duda con frecuencia en el tribunal.
En los pocos casos en que el sujeto es condenado, el peso del castigo recae tanto sobre el ofensor como sobre la víctima. Con el jefe de la familia en prisión, otros miembros de ella sufren las consecuencias. La hija, a menudo considerada por la madre como la responsable de todo, puede ser internada en alguna institución. En tales circunstancias, separada de sus hermanos y presa de sentimientos de culpa, la chica puede convertirse en un ser amargado y autodestructivo. "Estamos convencidos de que existe alguna conexión entre el incesto y una posterior conducta contra la sociedad", afirma Deborah Anderson, de la Oficina del Fiscal del distrito de Minneapolis (Minnesota ). Una encuesta realizada entre 500 adolescentes toxicómanos de la citada ciudad. reveló que el 70 por ciento de ellos había sido objeto de abusos sexuales por parte de algún familiar. Otro estudio demostró que el 75 por ciento de las prostitutas adolescentes eran víctimas de agresiones similares.
El siguiente es un caso representativo de los 1.600 atendidos en un centro de rehabilitación en Minneapolis provisto de un programa contra el incesto y ultraje a la familia. Cathy, la hija de un ministro religioso, tenía siete años cuando su madre abusó sexualmente de ella; unos años después fue su padre quien la atacó. "Siempre me enseñaron a confiar en mis progenitores", cuenta, "y no sabía cómo detener la cosa". Por fin, el día de su decimoquinto cumpleaños, la joven intentó suicidarse y fue al hospital. El incesto terminó; no así el trauma emocional. Llena de sentimientos culpables, comenzó a comer con exceso, a quemarse con colillas de cigarrillo, a probar drogas y a llevar una vida licenciosa.
A los 18 años buscó una respuesta en el matrimonio; sin embargo no resistió la intimidad propia de dicha relación. Luego de su fracaso matrimonial, pasó a la deriva por una serie de empleos y volvió a buscar la muerte varias veces más. Hoy, después de un año de tratamiento, va saliendo de su abismo.
"Creo que lo mejor fue saber que había otras como yo", opina. "He enfrentado mi problema; lo he discutido con mi familia, eso es algo de lo que nunca me creí capaz. Ellos también están dándole la cara al asunto. Acabo de iniciar una relación con un hombre, y por primera vez está funcionando. Me quiero más a mí misma".
Una de las primeras comunidades empeñadas en darle un enfoque novedoso al tema del incesto ha sido el distrito de Santa Clara, en California. Habiendo auxiliado a 2.500 personas en los últimos 10 años, el programa de Santa Clara ha brindado más ayuda a víctimas de incesto que ningún otro organismo en Estados Unidos. Para comprender cómo funciona el programa, volvamos al caso de Jim y Debbie.
Después de confesar su delito, Jim quedó en libertad bajo caución y fue citado por la corte para el mes siguiente. Mientras tanto, se le ordenó marcharse de su casa; esto con el fin de que Debbie pudiera vivir con su madre y sus hermanos; del mismo modo, le fue vedado todo contacto con su familia. Sin embargo, pudo seguir trabajando para el sustento familiar. También se afilió a Padres Unidos, una organización de trasgresores que, junto con sus esposas, se reúnen con regularidad para discutir sus problemas; en el presente el organismo cuenta con 46 grupos en 15 estados. Debbie, a su vez, se unió a una asociación denominada Hijas e Hijos Unidos.
Gracias a su voluntad de cooperación y al hecho de que nunca recurrió a la fuerza ni a la coerción contra Debbie, Jim fue puesto en libertad condicional por cinco años, y le impusieron 600 horas de servicios comunitarios en lugar de enviarlo a prisión. Decidió trabajar para Padres Unidos, haciendo labores de oficina y ayudando a organizar grupos de debate. Pronto lo autorizaron a comunicarse con su familia; más tarde le permitieron visitarla.
Diez meses después de su arresto, regresó al hogar. "Cuando me dirigía a casa, estaba lleno de miedo y alegría a la vez", relata. "Trataba de imaginar lo que haría mi hija al verme. Entonces, al cruzar la puerta, la vi parada allí... tímida e indecisa. Tras unos momentos de verdadera agonía, se acercó y me abrazó. Lloré. Hoy mantenemos una relación maravillosamente sana".
Mientras que Jim no estuvo nunca en la cárcel, el 48 por ciento de los trasgresores de Santa Clara son enviados a prisión; el encierro puede durar desde unos pocos días hasta un año. Pero aun los que son encarcelados tienen por lo general licencia para asistir a su trabajo durante el día y regresar a la cárcel por la noche. A la larga, la mayoría de las familias vuelven a reunirse.
¿Funciona el sistema aplicado en Santa Clara? Por lo visto, sí. Sólo en menos del 5 por ciento de los casos de incesto se producen reincidencias; esto es magnífico comparado con el porcentaje nacional, calculado hasta en el 85 entre los trasgresores que no recibieron tratamiento. Además, debido a que se cuenta con ayuda y apoyo, el número de confesiones en Santa Clara es en extremo alto: 90 por ciento. En zonas de Estados Unidos donde no existe este tipo de programas, las negaciones siguen siendo un problema máximo. Y reconocer la culpa es, por supuesto, el primer paso hacia la rehabilitación.
La eficacia del programa de Santa Clara quedó de manifiesto durante una reciente asamblea nacional de Padres Unidos. Alguien preguntó a un hombre que llevaba meses asistiendo a las reuniones si estaba listo para hablar de su "problema". Se hizo un pesado silencio. Por fin, con voz quebrada, se resolvió: "Me resulta difícil pronunciar estas palabras, pero... sí... hice uso sexual de mi hijastra. Quizá no me crean, pero la adoro de verdad. No quise herirla, sólo quería estar más cerca. Me siento como la última basura del mundo". Volvió a tomar asiento, consumido emocionalmente. Le había tomado meses llegar a ese momento. Prosiguió el silencio; entonces, como un minuto después, una señora sentada cerca de él se aproximó para estrecharlo. "Sé por lo que usted está atravesando", le señaló. "Pronto estará bien".
Por los triunfos obtenidos, el programa de Santa Clara se convirtió en el primer centro de entrenamiento para combatir el maltrato a la infancia. Hoy existen 28 programas similares en California y en 18 estados más. En total, hay 200 programas de rehabilitación en Estados Unidos, mientras que en 1971 sólo había tres.
El nuevo modo de encarar en forma abierta el incesto está acarreando un claro efecto benéfico. Por ejemplo, una joven madre en Seattle (Washington ), escuchó hace poco una charla por televisión. El tema era el incesto. Su cónyuge se mostró tan ofendido que ella comenzó a sospechar. Su hija de tres años venía quejándose con frecuencia de un dolor en los órganos genitales. En cuanto el esposo salió de casa, interrogó a la pequeña.
—¿Te ha tocado alguien? Puedes decírmelo y te aseguro que no volverá a suceder.
La niña permaneció en silencio; hasta que dijo:
—Fue papito.
Madre e hija acudieron en seguida al Centro Médico de Harborview, donde hay un departamento especializado en el abuso sexual. Se les dio asistencia a ambas; el marido fue delatado a la policía. (Este caso aún no se ha ido a juicio.)
La doctora Shirley Anderson, pediatra de Harborview, es testigo de 300 casos parecidos cada año. "Por mucho tiempo", comenta, "las víctimas se han sentido traicionadas, avergonzadas, y rechazadas. De modo que guardan silencio... y continúan siendo víctimas". La doctora hace hincapié en que las comunidades deben recibir este mensaje: "No oculte su problema. Usted no está solo: alguien puede ayudarlo".
*Los nombres de las víctimas y de los culpables han sido cambiados.