FABULOSOS ÁRBOLES PARLANTES
Publicado en
abril 28, 2017
Talladores gitksan de la tribu tsimshian crean notables postes nuevos como los de este grupo en Richmond (Columbia Británica). Foto: Bill Staley/West Stock Inc.
Diseminados en la agreste costa occidental de Canadá, los tótems todavía evocan leyendas y extraños relatos de la vida real.
Por David MacDonald.
EN SU propio ambiente, inmóviles en una playa solitaria o en el claro de un bosque, los tótems indios de Columbia Británica ofrecen un aspecto misterioso y sobrecogedor, digno de estos objetos de arte aborigen que quizá son los más impresionantes jamás conocidos. Incluso en los museos de mármol de Nueva York, Londres y París demandan más atención que cualquier otra pieza de Canadá. Quienes los observan parecen maravillarse ante sus caras grotescas y figuras míticas —Mujer Caníbal, Gran Cuervo, Pájaro de Trueno— talladas por viejos maestros con nombres peculiares como Haesemhliyawn y Oyai.
En la actualidad, debido en gran parte a un moderno sucesor llamado Mungo Martin, el tallado de tótems renace en la costa del Pacífico. Las colecciones de estas antiguas piezas atraen ahora a millares de turistas a Vancouver, Victoria y Prince Rupert. También son de gran atracción en el extranjero y últimamente han surgido en Osaka, en la Ciudad de México, Buenos Aires, Bonn y Sydney (Australia). Otros son atesorados por coleccionistas de arte particulares como el actor Vincent Price, quien hace algunos años compró uno para su residencia en California.
Los postes totémicos son en realidad árboles genealógicos. Como la jerarquía social tenía una gran importancia para los pueblos haidas, tsimshian y kwakiutl, los caciques de estas tribus labraban en los postes totémicos figuras de lobo, águila, oso gris y orca para demostrar su linaje —cuanto más rico mejor—, figuras todas ligadas con la mitología india.
Entonces como ahora, los talladores talentosos se distinguieron por su realismo estilizado. Sus manos transformaban simples troncos de cedro en figuras emblemáticas tomadas de la vida real y de la leyenda. La pintora Emily Carr escribió sobre una obra kwakiutl hasta entonces desconocida: "Al reunir todas las figuras, mandaban un poderoso mensaje para el pueblo".
Tótem de la dinastía del Pájaro de Trueno en el Parque Stanley de Vancouver. Tallado en 1936 por el cacique Matthias Joe Capilano de la tribu squamish para conmemorar la reunión de los indios con el capitán George Vancouver en 1792. Relata la historia de la creación por el Pájaro de Trueno. Foto: Bill Brooks/The Image Bank of Canada.
Más que para ser "leídos", los tótems son para recordar. Partiendo del tope, donde por lo general se tallaba un cuervo o un águila, cualquier aborigen podía seguir la pista del dueño del poste, su alcurnia y grandes hazañas. El observar las otras figuras míticas esculpidas en la madera le permitía evocar relatos fantásticos acerca de Tsonoqua, la Mujer Salvaje de los Bosques; Tseakami, el gran cedro que se transformó en ser humano, y Yehl el Cuervo, que descubrió a la humanidad en una concha de almeja.
Sin embargo, estos árboles parlantes guardan un extraño silencio acerca de su origen. Mientras los tótems tienen similitud con algunas tallas del Pacífico Sur y muy poca semejanza con el arte de otras tribus de América del Norte, la mayoría de los etnólogos creen que los primeros indios del noroeste vinieron de Asia a través del estrecho de Bering hace aproximadamente 10.000 años. En un litoral favorecido con la abundancia de los bosques y del mar, evolucionaron en una sociedad refinada. Vivían 3.000 años antes de Jesucristo los llamados "comedores de salmón", que habitaron grandes casas construidas con tablas de cedro y desarrollaron un gran talento para la carpintería. La edad de oro para la talla de tótems llegó en el siglo XIX, cuando los indios adquirieron herramientas de hierro europeas para reemplazar sus antiguas azuelas de piedra y cinceles de hueso. Estos postes medían hasta 25 metros y los mejores alcanzaron tales niveles de imaginación metafísica que llegaron a ser denominados "parábolas en madera". En cierta talla, el Oso Gris tenía unos ojos adicionales en las palmas de sus patas delanteras para simbolizar el alma de un cacique muerto. En otra, la Mujer Llorosa de Tanoo tiene caras de niños muertos en sus lágrimas.
Los tótems, además de honrar a figuras legendarias, a veces tenían la finalidad de menospreciar a seres vivientes. Una mujer del norte de Columbia Británica erigió uno de estos para mofarse de su ex esposo, Diente Agudo, mientras en Alaska un cacique ridiculizó a cierto sacerdote ruso que trató en vano de convertirlo al cristianismo.
Cualquiera que fuese el objetivo, un buen tallador podía trabajar un año entero en un cedro derribado y embellecer su diseño con pinturas preparadas con mineral de hierro, arcilla azul, carbón o conchas quemadas de almejas. Cuando por fin se erigía el tótem, se realizaba un potlatch (banquete con danzas y discursos, donde el dueño tenía que demostrar su riqueza y posición distribuyendo valiosos regalos entre todos sus invitados).
Un enorme tótem mortuorio en la Universidad de Columbia Británica, enmarca el poste frontal de una casa colectiva haida. Cuando una persona de alta posición moría, colocaban al cadáver detrás del travesaño que ostentaba su cresta totémica, en este caso el tiburón. Foto: Museo Nacional del Hombre. Museos Nacionales de Canada.
El contacto de las tribus de los tótems con el alcohol y las enfermedades del hombre blanco, redujo el número de sus miembros de 60.000 en 1850 a 25.000 en 1900. En 1862, la viruela provocó la muerte de más de 15.000 indios de la costa. Entre tanto, sus antiguas artes y tradiciones, se enfrentaron con la oposición de la Iglesia y del Estado. Primero los misioneros cristianos equipararon a estos postes con imágenes paganas, razón por la cual muchos tótems fueron destruidos. Luego, en 1884, el Gobierno de Ottawa prohibió los potlatch —que eran la verdadera causa de la elevación de la mayoría de los tótems— argumentando que la costumbre de los regalos reducía a muchos indios a una extrema pobreza.
Después aparecieron los coleccionistas. Antropólogos y cazadores de curiosidades recorrieron la costa. Centenares de estas magníficas obras antiguas fueron robadas de aldeas desiertas o compradas a precios bajísimos para galerías de todo el mundo. Alrededor de 1900 hubo compradores que pagaron un dólar por 30 centímetros de poste de la tribu haida, valuados actualmente hasta en 500.000 dólares. Pero algunos indios se resistieron a separarse de su herencia. "Les entregaré los tótems de mis tíos abuelos cuando me traigan la lápida de la tumba del gobernador Douglas", declaró un orgulloso cacique tsimshian.
Al poco tiempo, sólo quedó un grupo numeroso de tótems en ocho aldeas en el norte del río Skeena: alrededor de 100 postes gitksan permanecieron al pie de imponentes picos montañosos. Cuando los colocaron bajo protección federal, en 1925, pocos indios de la localidad comprendían el significado de sus extraños símbolos o podían tallar nuevas esculturas.
Sin embargo, en la isla Vancouver, unos pocos artesanos kwakiutl mantuvieron activa su tradición. Uno de ellos fue el cacique Mungo Martin o Nakapenkim, dedicado a este arte desde su niñez, cuando, en solemne ceremonia, le arrancaron cuatro pelos de las cejas para formar con ellos un pincel. Erigió su primer poste totémico en 1897 con un potlatch, que ya era ilegal en Alert Bay. Durante 50 años talló hermosas fachadas de casas, máscaras, cajas ornamentales y algunos de los tótems más bellos jamás vistos. Pero aunque algunos visitantes pagaron 300 dólares por sus "miniaturas" de 1,50 metros, Mungo Martin tenía que pescar para ganarse la vida.
Sin revelar su origen, dos postes se desintegran en un solitario claro de un bosque del territorio de la tribu haida, en la isla Anthony del grupo Reina Carlota. Foto: Peter Thomas/Image Finders.
En 1947, a la edad de 68 años, la Universidad de Columbia Británica lo contrató para que exhibiera su nueva colección de postes haida y kwakiutl en los terrenos del plantel. Más tarde lo designaron primer tallador en el Museo Provincial de Columbia Británica en Victoria, y durante diez años allí esculpió tótems, enseñó a nuevos artesanos y restauró las obras de los maestros del pasado. Realizó toda esta labor por un salario de carpintero.
Al ser despedido de manera inesperada, Stuart Keate, editor del Times de Victoria, lo ayudó financieramente encargándole hacer el tótem más alto del mundo. Mientras Keate colectaba 8.500 dólares de diversos donantes, entre ellos sir Winston Churchill y Bing Crosby, Martin se dedicó, durante seis meses, a tallar un poste de 38 metros. La cresta del cuervo, emblema de su clan, la colocó en el extremo inferior del poste y, como expresión de agradecimiento, remató su obra con un águila de pico prominente y un notable parecido a la gran nariz de Keate.
Martin continuó tallando hasta su muerte, en 1962, cuando contaba 83 años. Para entonces había enseñado este arte a dos generaciones más de su familia (su yerno Henry Hunt y su nieto Tony) y al diseñador Doug Cranmer de la tribu kwakiutl. Tony Hunt explica: "Nosotros tres hemos enseñado a otros 250 o 300 talladores, de manera que alrededor del 90 por ciento del arte indígena actual en Columbia Británica se debe a Mungo Martín".
Otro importante benefactor es Walter Koerner, magnate forestal de Columbia Británica y oriundo de Checoslovaquia, quien comenzó a coleccionar tallas indias en 1941. Años después, envió expediciones para salvar tótems en descomposición en regiones desiertas, repatrió importantes artefactos desde galerías remotas y encargó nuevas esculturas a artistas jóvenes y talentosos como Bob Davidson, bisnieto de un maestro tallador haida. Cuando Davidson tenía 22 años, en 1969, erigió un tótem gigantesco en Masset, una población de las islas Reina Carlota. Este poste totémico fue el primero levantado allí en más de 80 años.
A partir de entonces, junto con otros destacados artistas indígenas, ha sido maestro en la admirable Aldea Histórica India Ksan, en Hazelton (Columbia Británica), donde un grupo de seis edificios de cedro con frentes de tótems alberga la primera escuela de arte indio del noroeste establecida en el mundo. Hombres y mujeres gitksan de la tribu tsimshian trabajan otra vez artesanías tan bellas como los grandes postes que sus antepasados labraron hace 200 años.
Detalle de un poste tsimshian en el Parque Thunderbird de Victoria, réplica de un tótem del siglo XIX erigido en la ribera norte del río Skeena. Foto: Bill Staley/West Stock Inc.