EL ÁNGEL DESPIERTO (Luisa Axpe)
Publicado en
abril 27, 2017
Usted está llegando a la zona donde no se sabe a quién pertenecen los recuerdos, y está a punto de arrepentirse pero sigue. Es como un túnel obscuro y largo, usted ha entrado en el momento menos esperado y ahora trata de pensar cómo es el túnel, qué significa.
En algún momento cree sentir un olor a humedad, a ropa recién lavada. Hace calor, sus manos están pegajosas y se imagina una canilla abierta y una pastilla de jabón. Ve la canilla abierta, siente la frescura del agua, pero ya se ha olvidado del sentido de esa canilla, y además piensa que eso no es suficiente.
Hay una escalera irregular que baja en desorden y usted no puede impedir que sus pies se amolden perfectamente a esos peldaños, que los recorran de la punta al talón, que los abandonen con desgano.
Al pie de la escalera hay una vieja máquina de coser. El traqueteo le llega desde muy lejos, y es tan monótono que usted se aburre y deja de escucharlo. Es entonces cuando descubre las frecuencias de una radio en onda corta que mezcla distintos idiomas con ruidos de estática, y usted quiere separarlos para ver dónde empiezan y dónde terminan. Como esto es imposible, usted piensa que la radio está allí para tapar otras cosas y, aunque no sabe cuáles, confía en que las encontrará.
Varios recuerdos disimulan su volumen aplastándose contra las paredes del túnel, para que usted se decida a seguir avanzando. Algunos tienen formas vaporosas y grises, otros son como temblores de fiebre que le cosquillean en los músculos con una sensación dulce y tenaz. Usted se distrae, da vueltas entre ellos, se olvida de seguir. Tal vez tiene miedo de resbalar.
Entre los recuerdos hay una niñita sentada en un balcón, en una tarde de verano, mirando cómo juegan otras niñas más abajo. Ahora no importa que usted sepa cómo ella las odia, ni cómo quisiera verlas aplastadas, o al menos humilladas por una buena paliza. Tampoco importa cuánta dulzura haya en la escena ni cuan inocente sea la mirada de la niña; allí está todo, y no hay por qué reducirlo a la mitad.
Ahora le cuesta un poco más bajar, tal vez porque ha estado bajando mucho. Hay un empecinamiento que le impide, sin embargo, iniciar el camino de regreso, y lo atrapa en la confluencia de varios caminos igualmente obscuros. Por un momento se ilusiona con la idea de quedarse allí para siempre, como un barco varado. Pero el túnel es algo viviente, en continuo cambio y, aun cuando usted no llegue a moverse, nunca permanecerá en el mismo lugar.
Entonces ha desistido del nirvana, y sigue explorando el túnel, recorriendo caminos bifurcados, algunos que bajan, otros que suben pero luego vuelven a bajar. En uno de ellos hay una persona con las manos y los pies atados, y usted no sabe si desatarla o no. Tampoco sabe si esa persona sufre por estar atada, o si sabe que sufre. Ni siquiera sabe si esa persona, sabe que está atada. Únicamente intuye que cree tener una explosión por dentro y que se mantiene así, entera, sin destruirse, sólo por estar atada. Y eso le basta. A usted no, pero tampoco encuentra el modo de cambiar el estado de cosas, y pasa por delante de ella sin tocarla siquiera con el aire que mueve al caminar; pasa despacio, en silencio, las manos cruzadas en la espalda y conteniendo la respiración. Piensa una frase suelta: "Un ángel podría despertarse, y sería demonio". Entonces lo muerde la certeza de su privación: le teme al demonio, pero querría que el ángel estuviese despierto.
Ha llegado a un punto en el cual todo parece estar en sombras. Los ojos le duelen tanto de mirar que finalmente consigue ver el dolor: está hecho de puntos luminosos como estrellas artificiales, que no se apagan aunque usted cierre los ojos. Los bordes del dolor son más nítidos que el resto, parecen más fríos. El corazón del dolor, en cambio, es brumoso y sucio como el humo de una fábrica. Pero caliente. Algunos puntos de dolor salen disparados hacia usted y le dan en el pecho. Al llegar, se apagan; y usted abre los ojos y hay más sombras que antes. Hay sombras de todas clases: lánguidas, redondas, móviles, quietas, separadas o mezcladas, compactas o fragmentadas, gruesas, delgadas o transparentes. Sombras malvadas, sombras de bondad, sombras que se vuelven sobre sí "mismas o que se retuercen y contorsionan como títeres, sombras que ríen, sombras de placer sobre todas las cosas.
Es una lástima que usted no pueda oír todavía las voces que llegan del otro lado de las sombras, porque si las oyera quizás podría comprender el significado del túnel. Pero es muy posible también que no sea del todo necesario llegar a un punto final para entender, es posible que las sombras sean lo importante. Es posible que no haya punto final.
Entonces usted se mezcla con las sombras, se mueve con su mismo ritmo, vive con ellas, las hace suyas. Entonces, las sombras dejan de ser sombras: son formas, colores, cuerpos, sonidos y olores que lo conmueven de maneras distintas. Una de ellas es un ave: se ha quitado los ojos y se los ofrece, aunque usted, claro, los rechaza con rapidez. Pero enseguida corrige el error: no son los ojos, sólo son dos perlas. Sin embargo usted no puede aceptarlas, le producen la misma pena que cuando creyó que eran los ojos. El ave no se preocupa, parece estar acostumbrada. Majestuosamente, inicia un rápido vuelo y se estrella contra una roca.
Ahora las sombras forman un bosque, en cuyo centro hay un árbol que parece ser el más importante. Al pie hay una mujer desnuda que trata de alcanzar uno de sus frutos, aunque se la ve vacilante. Usted sé deja tentar, y juntos cometen el más delicioso de los pecados, y no reciben ningún castigo. Sólo un cansancio fácil de olvidar. Antes de partir, ella le deja como recuerdo un espejo.
En este momento usted sabe que ya no le queda nada más por ver, y que aunque quisiera no podría seguir avanzando por el túnel.
Antes de salir se mira en el espejo; y por un momento, sólo por un momento, cree ver en él el rostro del ángel despierto.
Fin