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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
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  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
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  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
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  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
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  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
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    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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  • Ancho igual a 1088
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  • Normal 1024
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  • + -

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    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


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    EN LAS TIERRAS DEL FONDO (Harry Turtledove)

    Publicado en marzo 29, 2017

    En un mundo alternativo, el Mar Mediterráneo nunca fue inundado por el Atlántico hace cinco millones de años, durante el Mioceno.

    El Mediterráneo es ahora un vasto fondo seco conocido como las Tierras del Fondo, a dos kilómetros bajo el nivel del mar sin lluvia y con temperaturas superiores a los 40 grados.

    En este exótico mundo, los neandertales han sobrevivido, ocupando el entorno de la cuenca del mar seco, y conviven con los Homo Sapiens del resto del mundo.

    Radnal gez Krobir cumple el periodo de servicio que todos los jóvenes de la Tiranía de Tartesh han de cubrir como guía del Parque del Foso, el remanente de las antiguas Tierras del Fondo.

    Lo que Radnal ignora es que entre el nutrido grupo de turistas que acaba de recoger para guiar se esconde un asesino, y una amenaza que hará tambalearse los cimientos de su mundo y que podrían suponer el final de las Tierras del Fondo.


    Un doble puñado de turistas descendió del ómnibus, hablando con excitación. Por debajo de la larga visera de su gorra, Radnal gez Krobir los estudió, comparándolos con los demás grupos que había guiado anteriormente por el Parque Foso. Dentro del promedio, decidió: un viejo gastándose su dinero antes de morir; personas más jóvenes buscando aventuras en un mundo excesivamente civilizado; algunos que no encajaban en ninguna categoría obvia y que podían ser pintores, escritores, investigadores o cualquier otra cosa bajo el sol.

    Estudió a las mujeres del grupo turístico con una curiosidad diferente.

    Radnal estaba en trámite de comprar una esposa, pero no lo había hecho todavía; legal y moralmente continuaba siendo un agente libre. Algunas de las mujeres valían el esfuerzo de examinarlas, además: un par de Cabezas Altas delgadas, morenas y de elevada estatura, de las tierras orientales, que no se despegaban una de la otra, y otra de la misma raza que Radnal, Cejas Fuertes, más baja, más rechoncha, más rubia, de ojos claros y hundidos bajo una frente protuberante.

    Una de las chicas de las Tierras Altas le dedicó una deslumbrante sonrisa. Él también le sonrió mientras se aproximaba al grupo, con sus ropajes de lana flameando a su alrededor.

    —Hola, amigos —gritó—. ¿Todos entendéis tarteshano? Ah, muy bien. Mientras hablaba, funcionaron las cámaras fotográficas. Estaba acostumbrado: los integrantes de todos los grupos turísticos tenían la costumbre de desperdiciar fotos en él, aunque él no fuera lo que habían venido a ver. Comenzó su habitual discurso de bienvenida.
    —En nombre de la Tiranía Hereditaria de Tartesh y del personal del Parque Foso, me complace recibiros aquí el día de hoy. Por si aún no habéis leído mi insignia o habláis tarteshano pero no conocéis nuestro silabario, mi nombre es Radnal gez Krobir. Soy biólogo de campo del Parque y estoy cumpliendo con mi período de dos años de servicio obligatorio como guía.
    —¿Servicio? —dijo la mujer que le había sonreído—. Lo dices como si fuera una sentencia en las minas.
    —No tuve esa intención… en absoluto. —Le dedicó su sonrisa más seductora. La mayoría de los turistas le devolvieron la sonrisa. Algunos permanecieron serios, posiblemente los que sospechaban que la intención era real y la sonrisa falsa. Había algo de cierto en eso. Radnal lo sabía, pero suponía que los turistas no.
    —En breve —continuó— os conduciré hasta los asnos para iniciar el descenso hacia el Foso propiamente dicho. Como ya sabéis, intentamos mantener este Parque al margen de nuestra civilización mecánica para poder mostraros cómo era todo en las Tierras del Fondo no hace tanto tiempo. No hay de qué preocuparse. Los asnos son muy seguros. No hemos perdido uno solo, ni un solo turista, en muchos años.

    Esta vez, algunas de las risitas que le respondieron sonaron nerviosas. Probablemente no habría más de un par de personas en todo el grupo que hubieran hecho algo tan arcaico como montar un animal. Lo lamentaba por los que justo ahora se ponían a pensar en el asunto. Las reglas estaban claramente establecidas. Las preciosas chicas Cabezas Altas le parecieron especialmente inquietas. Los plácidos asnos las preocupaban más que las bestias salvajes del Foso.

    —Demoremos el momento fatal lo más que podamos —dijo Radnal—. Nos quedaremos en la galería por medio diadécimo para hablar de las cosas que hacen del Parque Foso algo único.

    Los turistas lo siguieron hasta la sombra. Varias personas suspiraron con alivio. Radnal tuvo que esforzarse por mantener la expresión de seriedad. El sol tarteshano era fuerte, pero si ya tenían problemas aquí, en el Foso se asarían. Allá ellos. Si se insolaban, Radnal los atendería. Lo había hecho otras veces.

    Señaló al primer mapa iluminado.

    —Hace veinte millones de años, como podéis ver, las Tierras del Fondo no existían. Una larga franja de mar separaba lo que ahora es el sector sudoeste del Gran Continente del resto. Mirad: lo que en ese entonces eran dos masas de tierra acabaron uniéndose en el este, y aquí surgió un puente de tierra. —Volvió a señalar, esta vez con más precisión—. Ese mar, que era un largo brazo del Océano Occidental, se conservó.

    Se acercó al siguiente mapa, seguido por los turistas.

    —Las cosas siguieron así hasta hace unos seis millones y medio de años. Entonces, mientras ese sector sudoeste del Gran Continente continuaba derivando hacia el norte, surgió gradualmente una nueva cordillera aquí, en la salida occidental de ese mar mediterráneo. Cuando quedó separado del Océano Occidental comenzó a secarse: perdía más agua por evaporación de la que recibía de los ríos afluentes. Ahora, si me acompañáis…

    El tercer mapa tenía varias capas en diferentes tonalidades de azul.

    —El mar tardó unos mil años en convertirse en las Tierras del Fondo. Volvió a llenarse con aguas del Océano Occidental varias veces, ya que las fuerzas tectónicas hicieron descender las Montañas Barrera. Pero durante los últimos cinco millones y medio de años, las Tierras del Fondo han tenido la forma que hoy conocemos.

    El último mapa mostraba una imagen que le era familiar a cualquier niño que estudiara geografía: el Foso de las Tierras del Fondo, que surcaba el Gran Continente como una cicatriz quirúrgica y cuyo relieve exigía la utilización de colores indicativos que no se necesitaban para ningún otro lugar del mundo.

    Radnal condujo a los turistas hasta el corral donde estaban los asnos. Los hirsutos animales ya estaban con las bridas puestas y ensillados. Radnal explicó cómo montarlos, hizo una demostración y esperó a que los turistas comenzaran a embarullarse. Como era de esperar, las dos chicas Cabezas Altas pusieron en el estribo el pie que no correspondía.

    —No, así —les dijo, volviendo a enseñárselo—. Usad el pie izquierdo y luego montad de un salto.

    La chica que le había sonreído tuvo éxito en el segundo intento. La otra fracasó una y otra vez.

    —Ayúdame —le dijo.

    Resoplando por la larga nariz a modo de suspiro, Radnal le puso las manos en la cintura y la levantó hasta la montura mientras ella se impulsaba. La joven rio estúpidamente.

    —Eres muy fuerte. Es muy fuerte, Evillia. —La otra Cabeza Alta, presumiblemente Evillia, rio también.

    Radnal volvió a resoplar, con más energía. Los tarteshanos y otros pueblos de la raza Cejas Fuertes que vivían al norte de las Tierras del Fondo y en lo más profundo de estas eran más fuertes que la mayoría de los Cabezas Altas, pero generalmente no los igualaban en agilidad. ¿Y con eso qué, al fin y al cabo?

    Volvió al trabajo.

    —Ahora que hemos aprendido a montarnos en los asnos, vamos a aprender a desmontar. —Los turistas gruñeron, pero Radnal fue inexorable—. Todavía falta que traigáis todas vuestras cosas del ómnibus y las carguéis en las alforjas. Soy guía, no sirviente. —Las palabras en idioma tarteshano fueron pronunciadas en un tono que significaba «Soy vuestro igual, no vuestro esclavo».

    La mayoría de los turistas desmontaron, pero Evillia permaneció sobre el asno. Radnal se acercó a paso lento; su paciencia estaba flaqueando.

    —Así. —La guio para que realizara los movimientos necesarios.
    —Gracias, ciudadano gez Krobir —le dijo ella, en un tarteshano de fluidez sorprendente. Se volvió hacia su amiga—. Tienes razón, Lofosa: es muy fuerte.

    Radnal sintió que se le calentaban las orejas bajo la caperuza de lana. Un Cabeza Alta de piel morena, de la región ubicada al sur de las Tierras del Fondo, movió las caderas y dijo:

    —Estoy celoso de ti. —Varios turistas rieron.
    —Continuemos —dijo Radnal—. Cuanto más pronto carguemos los asnos más rápido podremos partir y más podremos ver. —Esa frase nunca fallaba; uno no se convertía en turista a menos que quisiera conocer la mayor cantidad posible de lugares. Como si le hubieran dado una señal, el chófer acercó el ómnibus al corral. Las puertas del depósito de equipaje se abrieron con un siseo de aire comprimido. El chófer comenzó a sacar el equipaje del depósito.
    —No vais a tener problemas —dijo Radnal. El equipo de cada turista había sido sometido a pesaje y medido de antemano para asegurar que los asnos no tuvieran que cargar nada excesivamente pesado o voluminoso. Casi todos pudieron cargar sus pertenencias en las alforjas. A las dos Cabezas Altas, sin embargo, les estaba resultando terriblemente difícil lograr que cupiera todo. Radnal pensó en ayudarlas, pero decidió no hacerlo. Si tenían que pagar multa por obligar a los burros de carga a llevar parte de su equipo, la culpa sería de ellas.

    Finalmente, las chicas lograron cargar todo, aunque sus alforjas estaban hinchadas como una serpiente después de tragarse un camello joven. Había un par de personas, cuyas alforjas ya estaban llenas y tenían otros equipos que no cabían, paradas en actitud indefensa. Con una sonrisa que esperaba no fuese demasiado depredadora, Radnal llevó el equipaje a las balanzas y les cobró un décimo de unidad de plata por cada unidad de exceso de peso.

    —Esto es un ultraje —dijo el Cabeza Alta de piel marrón oscura—. ¿Sabe usted quién soy? Soy el hijo de Moblay Sopsirk, auxiliar del Príncipe de la Tierra de Lisson. —Se enderezó cuan largo era, casi un codo tarteshano más alto que Radnal.
    —Entonces puede pagar los cuatro décimos con tres —respondió Radnal—. El dinero no es para mí. Se destina al mantenimiento del Parque.

    Aún gruñendo, Moblay le pagó. Después se alejó a grandes trancos y montó su animal con más gracia de la que Radnal hubiera advertido que poseyera. El guía recordó que en la Tierra de Lisson la gente importante, para alardear, a veces montaba caballos a rayas. Radnal no lo entendía. No tenía ningún interés en subirse a un asno cuando no estaba descendiendo hacia el Parque Foso. Si había mejores maneras de hacer las cosas, ¿por qué no aprovecharlas?

    Una pareja tarteshana de edad madura también resultó culpable de exceso de equipaje. De igual modo, sus cuerpos estaban excedidos de peso, pero Radnal no podía hacer nada al respecto. Eltsac gez Martois protestó:

    —Según la balanza de mi casa, todo estaba bien.
    —Si la leíste como correspondía —le dijo Nocso zeg Martois a su marido—. Y probablemente no fue así.
    —¿De qué lado estás tú? —refunfuñó él. Ella le gritó. Radnal esperó a que se cansaran y luego les cobró lo que le debían al Parque.

    Cuando los turistas estuvieron montados en los asnos, el guía caminó hasta el portón ubicado al fondo del corral, lo abrió y volvió a colocar la llave en una bolsita que llevaba atada al cinturón, debajo de la túnica. Mientras se dirigía a su propia montura, dijo:

    —Cuando paséis por allí estaréis ingresando en el Parque propiamente dicho y entrarán en vigencia los compromisos que firmasteis. Según la ley tarteshana, dentro de los límites del Parque los guías tenemos la autoridad de oficiales militares. No tengo intenciones de ejercer esa autoridad más de lo debido; nos llevaremos muy bien si aplicamos, sencillamente, el sentido común. Pero se me exige que os recuerde que dicha autoridad existe. —También guardaba un cañón de mano en una de las alforjas del asno, pero no lo mencionó—. Por favor, manteneos detrás de mí y tratad de permanecer en el sendero. Hoy no será muy empinado; esta noche acamparemos en lo que era el borde de la plataforma continental. Mañana descenderemos hasta el fondo del antiguo mar, a una profundidad, con referencia al nivel del mar, equivalente a la altura de una montaña mediana. El terreno será más escarpado.

    La mujer Cejas Fuertes dijo:

    —También hará calor, mucho más calor que ahora. Visité este Parque hace tres o cuatro años y me dio la impresión de estar en un horno. Quedáis avisados, todos vosotros.
    —Tiene razón, ciudadana, eh… —dijo Radnal.
    —Me llamo Toglo zeg Pamdal. —Luego agregó, rápidamente—: Tenemos un parentesco lejano y colateral, se lo aseguro.
    —Como usted diga, ciudadana. —A Radnal le costó mantener la voz firme. El Tirano Hereditario de Tartesh se llamaba Bortav gez Pamdal. Era necesario tratar a sus parientes con guantes de seda, incluso a los más lejanos y colaterales. Radnal se alegró de que Toglo hubiese tenido la cortesía de advertirle de quién era, o mejor dicho de quién era su pariente lejano y colateral. Al menos la mujer no parecía ser de las que espiaban a la gente para luego dar malos informes a los amigos que indudablemente debía de tener en las altas esferas.

    Aunque la región por la que deambulaban los asnos se encontraba por debajo del nivel del mar, no estaba a mucha profundidad. No parecía muy diferente del terreno por el que había viajado el ómnibus turístico para llegar a la entrada del Parque Foso: seco y achaparrado, con arbustos espinosos y palmeras que parecían plumeros de largo mango. Radnal dejó que el terreno se expresara por sí mismo, aunque hizo una observación.

    —Si cavarais un par de cientos de codos en el suelo de los alrededores encontraríais una capa de sal, igual que en cualquier otro lugar de las Tierras del Fondo. Aquí, en la plataforma continental, la capa no es muy gruesa porque esta zona se secó muy rápido, pero existe. Esa es una de las primeras pistas que indicaron a los geólogos que las Tierras del Fondo antes eran un mar, y es una de las formas que utilizan para mapear las cotas de las antiguas aguas.

    El hijo de Moblay Sopsirk se secó la frente sudorosa con el antebrazo. Mientras Radnal, como cualquier otro tarteshano, estaba todo cubierto para protegerse del calor, Moblay llevaba solo un sombrero, zapatos y un cinturón con bolsillos para las piezas de plata, tal vez para una pequeña navaja o mondadientes y para cualquier otra cosa de la que, según él, no pudiera prescindir. Era tan oscuro que no necesitaba preocuparse por el cáncer de piel, pero tampoco parecía estar cómodo. Dijo:

    —Si en las Tierras del Fondo todavía existiera una porción de esas aguas, Radnal, Tartesh tendría mejor clima.
    —Tiene razón —dijo Radnal; estaba resignado a que los extranjeros lo llamaran por su nombre de pila con tosca familiaridad—. Sería varios grados más fresco en verano y más cálido en invierno. Pero si las Montañas Barrera volvieran a caer, perderíamos la gran zona comprendida en las Tierras del Fondo y también las riquezas minerales que extraemos de allí: la sal, los demás productos químicos acumulados por la evaporación y las reservas de petróleo, que no serían accesibles de encontrarse bajo el agua. A lo largo de los siglos, los tarteshanos nos hemos acostumbrado al calor. No nos molesta.
    —Yo no diría tanto —dijo Toglo—. Creo que no es por accidente que los enfriadores de aire tarteshanos se vendan en todo el mundo.

    Radnal tuvo que asentir.

    —Es un buen argumento, ciudadana. Sin embargo, lo que obtenemos del Fondo compensa ampliamente las molestias del clima.

    Como Radnal había esperado, llegaron al campamento cuando en el cielo todavía se veía el sol; lo contemplaron hundirse detrás de las montañas occidentales. Agradecidos, los turistas descendieron de los asnos y pasearon por los alrededores, quejándose de cuánto les dolían los muslos. El guía les hizo traer leña de los soportes de metal que se alineaban a un costado.

    Radnal encendió las fogatas con unos chorros del combustible que extrajo de una botella y con un encendedor de pedernal y acero.

    —A la manera de los perezosos —admitió alegremente.

    Igual que su habilidad con los asnos, el hecho de que fuera capaz de hacer fuego impresionó a los turistas. Radnal volvió a los asnos, sacó los paquetes de raciones y los arrojó a las llamas. Cuando las tapas comenzaron a chasquear y a despedir vapor, retiró los paquetes con un tenedor de mango largo.

    —Aquí están —dijo—. Quítenles el papel de aluminio y tendrán comida tarteshana; quizás no sea un banquete digno de los dioses, pero es suficiente para que no os muráis de inanición y no tengáis que conocer a esos dioses antes de tiempo.

    Evillia leyó la inscripción que estaba en un costado del paquete.

    —Son raciones militares —dijo con desconfianza. Varias personas gruñeron.

    Igual que cualquier otro ciudadano tarteshano, Radnal había cumplido con sus dos años de servicio obligatorio en la Guardia Voluntaria del Tirano Hereditario. Salió en defensa de los paquetes de raciones:

    —Como os dije, evitarán que os muráis de inanición.

    La comida de los paquetes —guiso de carne y cebada con zanahoria, cebolla y una buena dosis de pimienta molida y ajo— no era tan mala. Los dos Martois devoraron la suya y pidieron más.

    —Lo lamento —dijo Radnal—. Los asnos cargan lo justo. Si les doy otro paquete más a cada uno, alguien se quedará con hambre antes de llegar a la hostería.
    —Tenemos hambre ahora —dijo Nocso zeg Martois.
    —Exacto —dijo Eltsac como un eco. Se miraron, tal vez sorprendidos de estar de acuerdo.
    —Lo lamento —volvió a decir Radnal. Nunca nadie le había pedido una segunda porción. Pensando en eso, le echó un vistazo a Toglo zeg Pamdal para ver cómo se conformaba con una vianda tan básica. Al mismo tiempo que sus ojos se fijaban en ella, vio que abollaba el paquete vacío y se levantaba para arrojarlo en un recipiente de basura.

    Toglo tenía un andar flexible, aunque Radnal podía adivinar muy poco de las formas de su cuerpo debido a las túnicas que la cubrían. Igual que los hombres jóvenes —y no tan jóvenes—, se dejó llevar por la fantasía. Supongamos que estuviera en negociaciones para establecer el precio de la novia con el padre de Toglo y no con Markaf gez Putun, que actuaba como si su hija Wello cagara plata y meara petróleo…

    Radnal tenía suficiente criterio para reconocer los momentos en que se comportaba como un tonto, que era más de lo que le concedían los dioses a la mayoría de la gente. Indudablemente, el padre de Toglo podría encontrarle a su hija mil parejas que fueran mejores que un biólogo no demasiado especial. La confrontación con esa cruda verdad no le impidió seguir especulando, pero sí evitó que se lo tomara muy en serio.

    Sonrió mientras sacaba los sacos de dormir del cestón de uno de los asnos de carga. Los turistas se turnaron para inflarlos con una bomba de pie. Con un clima tan cálido, muchos turistas decidieron dormir encima de las bolsas en vez de meterse dentro. Algunos se dejaron puesta la ropa que tenían, otros traían ropa de dormir y otros no se molestaron en usar ropa. En Tartesh existía un tabú moderadamente fuerte contra la desnudez, no tanto como para horrorizar a Radnal ante un cuerpo desnudo, pero suficiente para impedir que apartara la vista de Evillia y Lofosa mientras se quitaban despreocupadamente sus camisas y pantalones. Eran jóvenes, atractivas e incluso de buenos músculos para ser Cabezas Altas. A Radnal le parecieron más desnudas porque sus cuerpos eran menos velludos que los de las Cejas Fuertes. Sintió alivio de que su túnica ocultara la plena reacción corporal que le provocaban.

    Hablándole al grupo, dijo:

    —Esta noche dormid lo más que podáis. No os quedéis despiertos charlando. Mañana estaremos en las monturas casi todo el día, en terrenos peores que el que vimos hoy. Os irá mejor si estáis descansados.
    —Sí, padre del clan —dijo el hijo de Moblay Sopsirk, como le hubiera dicho un joven al líder de su grupo familiar, aunque cualquier joven que hubiese empleado un tono tan insolente como el de Moblay habría recibido una buena bofetada en la boca por parte del padre del clan para recordarle que no debía volver a expresarse así.

    Pero, en vista de que Radnal había dicho algo razonable, casi todos los turistas trataron de dormir. No conocían los desiertos, pero no eran tontos, con la posible excepción de los Martois: muy pocos tontos lograban acumular el dinero necesario para hacer una excursión al Parque Foso. Como habitualmente hacía la primera noche que pasaba con un grupo nuevo, Radnal no hizo caso de su propio consejo. Tenía experiencia en permanecer toda la noche sin dormir y, como sabía lo que les esperaba más adelante, no malgastaría energías durante el viaje de descenso hacia el Foso propiamente dicho.

    Una lechuza ululó desde un hoyo en un tronco de palmera. El aire tenía un tenue aroma a especias. Salvia y lavanda, adelfa, laurel, tomillo: muchas plantas locales tenían hojas que secretaban aceites aromáticos. La película que las recubría reducía la pérdida de agua —algo que aquí siempre era de vital importancia— y hacía que las hojas resultaran desagradables al paladar de los insectos y animales.

    Las fogatas, que ya estaban apagándose, atraían mariposas nocturnas. De vez en cuando, el resplandor iluminaba brevemente otras formas más grandes: murciélagos y chotacabras que descendían planeando para aprovechar el festín desplegado ante sus ojos. Los turistas no advirtieron a los insectos y depredadores. Sus ronquidos eran más fuertes que el ulular de la lechuza. Después de varios viajes como guía turístico, Radnal se había convencido de que prácticamente todo el mundo roncaba. Suponía que él también, aunque nunca se había escuchado.

    Bostezó, se recostó en la bolsa de dormir con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y miró las estrellas, que parecían extenderse sobre un manto de terciopelo negro. Aquí se veían muchísimas más que con las luces de la ciudad: otra razón para trabajar en el Parque Foso. Contempló su lento remolinear; nunca había descubierto una mejor manera de vaciar la mente y abandonarse al sueño.

    Ya estaba sintiendo los párpados pesados cuando alguien se levantó de su bolsa: era Evillia, camino al excusado que estaba detrás de unos arbustos. Radnal abrió más los ojos; con la tenue luz de la fogata, la joven parecía una estatua animada de bronce pulido. Apenas la joven le dio la espalda, Radnal se pasó la lengua por los labios.

    Pero al regresar, en vez de volver a introducirse en su bolsa, Evillia se acuclilló junto a la de Lofosa. Ambas Cabezas Altas rieron suavemente. Un momento después, se pusieron de pie y se dirigieron hacia Radnal. La lujuria se transformó en alarma… ¿qué estaban haciendo?

    Se arrodillaron, una a cada lado de Radnal. Lofosa susurró:

    —Pensamos que eres un hermoso pedazo de hombre.

    Evillia le apoyó una mano en el lazo de la túnica y comenzó a desatarlo.

    —¿Las dos? —explotó Radnal. La lujuria había vuelto, ahora imposible de ocultar porque estaba tendido de espaldas. Junto con ella, había incredulidad. Las mujeres tarteshanas, incluso las rameras tarteshanas, no eran tan descaradas, y tampoco lo eran los hombres de Tartesh. No era que los tarteshanos no disfrutaran de las fantasías lascivas, pero generalmente las callaban.

    Las Cabezas Altas se sacudieron con más risas suaves, como si el pudor de Radnal fuese la cosa más divertida imaginable.

    —¿Por qué no? —dijo Evillia—. Tres personas pueden hacer muchas cosas interesantes que dos no pueden.
    —Pero… —Radnal señaló al resto del grupo turístico—. ¿Y si se despiertan?

    Las chicas rieron más fuerte; sus cuerpos se mecieron más tentadoramente. Lofosa respondió:

    —Aprenderán algo.

    Radnal, por cierto, aprendió unas cuantas cosas. Una era que, teniendo cerca de cuarenta años, sus noches de satisfacer a más de una mujer ya habían quedado atrás, aunque disfrutara con el intento. Otra era que, en cuanto a distracciones sensuales, tratar de satisfacer a dos mujeres al mismo tiempo era más difícil que palmearse la cabeza con una mano y frotarse el estómago con la otra. Otra más era que ni Lofosa ni Evillia tenían ninguna inhibición con respecto a ningún lugar de sus cuerpos.

    Finalmente se amilanó, sabiendo que al llegar la mañana se sentiría flojo en más de una manera.

    —¿Le tendremos piedad? —preguntó Evillia en tarteshano, para que él pudiera entender la broma.
    —Supongo que sí —dijo Lofosa—. Por esta vez. —Se retorció como una serpiente y frotó los labios de Radnal con los suyos—. Que duermas bien, ciudadano. —Ella y Evillia regresaron a sus bolsas de dormir y le dejaron pensando si había soñado estar con ellas, demasiado agotado para creerlo.

    Esta vez, más que abandonarse al sueño se zambulló en él. Pero antes de caer rendido vio a Toglo zeg Pamdal regresando del excusado. Por un momento, eso no significó nada. Pero si Toglo estaba regresando del excusado quería decir que antes, cuando Radnal estaba muy ocupado para darse cuenta, se había dirigido hacia allá… lo cual significaba que Toglo debía de haber visto cuán ocupado se encontraba.

    Siseó como una lagartija ocelada, aunque no se estaba poniendo precisamente verde. Toglo regresó a la bolsa de dormir sin mirarlo a él ni a las dos Cabezas Altas. Cualquier fantasía que Radnal hubiera albergado sobre ella se marchitó. Lo mejor que podía esperar para la mañana siguiente era la fría cortesía que alguien de alcurnia suele dedicarle a un inferior de modales imperfectos. Lo peor era…

    ¿Y si empieza a gritárselo al grupo?, se preguntó. Supuso que podía apretar los dientes y continuar. ¿Pero si se queja de mi conducta ante el Tirano Hereditario? No le gustaban las respuestas que se le ocurrían. Perderé mi empleo fue la primera que le vino a la mente y a partir de allí todo iba cuesta abajo.
    Deseó que el que se hubiera levantado a vaciar la vejiga hubiese sido el hijo de Moblay Sopsirk. Moblay habría sentido envidia y admiración, no disgusto, como seguramente le ocurría a Toglo.

    Radnal volvió a sisear. Puesto que ya no podía hacer nada por borrar lo que ya estaba hecho, trató de decirse que tendría que seguir adelante y aguantarse cualquier cosa que surgiera. Se lo repitió varias veces. Pero con eso no impidió que el problema lo mantuviera despierto la mayor parte de la noche, sin importar lo cansado que estaba.

    El sol despertó al guía turístico. Oyó que algunos ya estaban despiertos e inquietos. Aunque aún tenía los ojos arenosos y estaba atontado por la falta de sueño, se obligó a salir de la bolsa de dormir. Había tenido intención de levantarse primero que los demás, como generalmente hacía, pero el esfuerzo de la noche anterior y la preocupación sobrepasaban las mejores intenciones.

    Para encubrir lo que consideraba un fallo, trató de moverse dos veces más rápido de lo normal, lo que implicaba que continuamente cometía pequeños y fastidiosos errores: resbaló con una piedra y casi se cayó, llamó fogata al excusado y excusado a la fogata, fue hacia un asno que solo cargaba forraje cuando en realidad quería sacar los paquetes del desayuno. Finalmente, encontró las salchichas ahumadas y el pan duro. Evillia y Lofosa sonrieron cuando recibieron las salchichas, cosa que aturdió a Radnal todavía más. Esta vez Martois le robó una rosquilla a su esposa y esta lo insultó con la fluidez de un estibador y a un volumen mayor que el de un estibador.

    Después, Radnal tuvo que servirle el desayuno a Toglo zeg Pamdal.

    —Gracias, ciudadano —dijo ella, más despreocupada de lo que él se había atrevido a esperar. Los ojos grises de Toglo se encontraron con los suyos—. Confío en que haya dormido bien.

    Era un saludo matinal tarteshano convencional, o lo habría sido si ella no hubiese usado un tono tan… no, decidió Radnal, no podía ser un tono jocoso.

    —Eh… sí —logró contestar él, y huyó.

    Se alivió de ir a entregarle el siguiente desayuno a un Cejas Fuertes que dejó a un costado un cuaderno de bocetos y un lápiz de carboncillo para tomarlo.

    —Gracias —dijo el sujeto.

    Aunque parecía muy bien educado, su acento gutural y la túnica y los pantalones rayados que llevaba proclamaban que era nativo de Morgaf, el reino insular cercano a las costas del norte de Tartesh y adversario frecuente de la Tiranía. El actual período de paz de veinte años era el más largo que habían disfrutado en siglos.

    Normalmente, Radnal habría sido cauteloso en compañía de un morgafano. Pero ahora le parecía que este era más fácil de enfrentar que Toglo. Echando un vistazo al cuaderno de bocetos, dijo:

    —Qué buenos dibujos, ciudadano, eh…

    El morgafano estiró las manos frente a él, haciendo el saludo habitual de su pueblo.

    —Soy Dokhnor de Kellef, ciudadano gez Krobir —dijo—. Gracias por su interés.

    La frase sonó a Deje de espiarme. Radnal no había querido decir eso. Con unos escasos y diestros trazos de carbonilla, Dokhnor había esbozado los detalles del campamento: las fogatas, las plantas de adelfa que estaban delante del excusado, los asnos atados. Como biólogo que hacía trabajo de campo, Radnal tenía buena mano para el carboncillo. Aunque no tenía el nivel de Dokhnor. Un ingeniero militar no podría haberlo hecho mejor.

    Esa idea disparó sus sospechas. Estudió al morgafano más detenidamente. El hombre tenía apostura de soldado, lo que no significaba nada. Muchos morgafanos eran soldados. Aunque mucho más pequeño que Tartesh, el reino insular siempre había tenido lo suyo. Radnal se rio de sí mismo. Si Dokhnor era un agente, ¿por qué estaba en el Parque Foso en vez de estar en, digamos, una base naval del Océano Occidental?

    El morgafano lo miró con rabia.

    —Si ha terminado de examinar mi trabajo, ciudadano, tal vez pueda ir a darle el desayuno a otra persona.
    —Desde luego —contestó Radnal, con el tono más helado que pudo. Dokhnor, evidentemente, tenía la arrogancia proverbial de todo morgafano. Quizás esa era la prueba de que no era un espía: un verdadero espía se habría comportado con más delicadeza. Aunque tal vez un verdadero espía pensara que nadie esperaría que se comportara como un espía y se comportaría como un espía para disimular. Radnal se dio cuenta de que podía extender la cadena de razonamiento tantos eslabones como su imaginación pudiera forjar. Se dio por vencido.

    Cuando acabaron de comerse todos los paquetes de desayuno, de desinflar todas las bolsas de dormir y de cargar todo, los turistas volvieron a montar los asnos para iniciar el viaje por el Parque Foso. Igual que la noche anterior, Radnal les advirtió:

    —El sendero será mucho más escabroso el día de hoy. Mientras vayamos lentamente y con cuidado todo saldrá bien.

    No terminaron de salir de su boca esas palabras cuando el suelo se sacudió bajo sus pies.

    Todos se quedaron paralizados; un par de personas lanzaron exclamaciones de consternación. Todos los pájaros, al contrario, callaron. Radnal había vivido toda su vida en regiones donde se producían terremotos. Esperó a que se detuvieran los temblores, cosa que sucedió al cabo de unos momentos.

    —No hay por qué alarmarse —dijo cuando pasó el terremoto—. Esta parte de Tartesh tiene actividad sísmica, probablemente a causa del mar mediterráneo que se secó hace tanto tiempo. La corteza de la Tierra todavía sigue ajustándose a la desaparición del peso de tanta agua. Hay muchas fallas en esta zona, algunas bastante cerca de la superficie.

    Dokhnor de Kellef levantó la mano.

    —¿Y si un terremoto… como decirlo… hiciera caer las Montañas Barrera?
    —Las Tierras del Fondo se inundarían —rio Radnal—. Ciudadano, si eso no ha ocurrido en los últimos cinco millones y medio de años, yo no pierdo el sueño pensando que va a ocurrir mañana, ni en ninguna otra oportunidad en que me encuentre en el Parque Foso.

    El morgafano asintió secamente.

    —Es una respuesta válida. Continúe, ciudadano.

    Radnal sintió el impulso de hacer el saludo marcial; el morgafano hablaba con la misma actitud de arrogante autoridad que empleaban los oficiales tarteshanos. El guía montó el asno, esperó a que todo el grupo se ubicara en fila detrás de él y les hizo una seña.

    —En marcha.

    El sendero que descendía hacia el Parque Foso estaba cubierto de rocas picadas y agujereadas que habían estado en el fondo del mar. Solo tenía unos seis u ocho codos de ancho, y frecuentemente se desviaba y retrocedía. Un vehículo con tracción en las cuatro ruedas podría haberlo superado, pero Radnal no habría deseado estar en los zapatos del que lo intentara.

    Su asno arrancó un gladiolo y comenzó a masticarlo. Eso le hizo pensar en algo que había olvidado advertir al grupo. Les dijo:

    —Cuando lleguemos más abajo, no debéis permitir que los animales coman nada. El suelo posee grandes cantidades de elementos como el selenio y el telurio, junto con otros minerales más comunes que se concentraron cuando el mar se evaporó. Esto no perturba demasiado a las plantas del Fondo, pero a los asnos sí los perturbaría y probablemente los mataría si llegan a comerse la planta equivocada.
    —¿Cómo sabremos cuál es cuál? —gritó Eltsac gez Martois.

    Radnal luchó contra el impulso de empujar a Eltsac por el borde del precipicio y dejarlo rodar hasta el fondo del Parque. El muy idiota probablemente aterrizaría de cabeza, la cual, según indicaban todas las evidencias, era demasiado dura para sufrir contusiones en una caída de apenas unos miles de codos. Pero el trabajo de Radnal consistía en arrear turistas idiotas. Le respondió:

    —No permita que el asno se alimente por su cuenta. Los animales de carga traen forraje y hay más en la hostería.

    El grupo marchó en silencio por un rato. Después, Toglo zeg Pamdal dijo:

    —Este sendero me recuerda al que desciende hacia el gran cañón que atraviesa el desierto occidental del Imperio de Stekia, en el Continente Doble.

    Radnal se sentía contento de que Toglo le dirigiera la palabra y a la vez celoso de las riquezas que le permitían viajar. Nada más que un parentesco colateral con el Tirano Hereditario, ¿verdad?

    —Solo lo he visto en fotos —dijo Radnal, pensativo—. Supongo que hay similitud en su apariencia, pero ese cañón se formó de manera diferente a las Tierras del Fondo: por erosión, no por evaporación.
    —Por supuesto —dijo ella—. Yo también lo he visto solamente en fotos.
    —Ah. —Tal vez sí era pariente lejana, entonces. Continuó hablando—. Mucho más parecidas al Gran Cañón son las cañadas que recorren nuestros ríos antes de volcarse en lo que antes era el fondo del mar, para formar los Lagos Amargos, que se encuentran en lo más profundo de las Tierras del Fondo. En el Parque Foso hay un lago pequeño, aunque se seca con frecuencia… el río Dalorz no trae suficiente agua para mantenerlo.

    Un poco más tarde, cuando el sendero se retorcía hacia el oeste, rodeando un gran bloque de piedra caliza, varios turistas lanzaron exclamaciones al ver el brumoso penacho de agua que se precipitaba hacia el suelo del Parque. Lofosa preguntó:

    —¿Ese es el Dalorz?
    —Sí —dijo Radnal—. Su flujo es demasiado errático para que valga la pena que Tartesh construya una planta generadora de energía en el sitio donde el río cae de la antigua plataforma continental, aunque sí lo hemos hecho con otros ríos más grandes. Proporcionan más de tres cuartas partes de la electricidad que usamos: otro beneficio que nos brindan las Tierras del Fondo.

    Algunas nubecitas de algodón de azúcar flotaban por el cielo, de oeste a este. Aparte de ellas, ninguna otra cosa impedía que el sol agobiara a los turistas cada vez con más fuerza a cada codo que descendían. Los asnos levantaban polvo con cada paso.

    —¿Aquí llueve alguna vez? —preguntó Evillia.
    —No muy a menudo —admitió Radnal—. El desierto del Fondo es uno de los lugares más secos de la Tierra. Las Montañas Barrera retienen la mayor parte de la humedad que el viento trae del Océano Occidental, y las otras cordilleras que vienen del norte y se internan en el Fondo atrapan casi todo lo que queda. Pero el Parque Foso tiene su diluvio cada dos o tres años. Es la época más peligrosa para venir aquí… de golpe, puede bajar una correntada que os ahogaría antes de que os dierais cuenta de que se aproxima el torrente.
    —Pero también es la época más hermosa —dijo Toglo zeg Pamdal—. Fueron unas fotos del Parque Foso después de la lluvia lo que me motivó a venir por primera vez, y tuve la suerte de verla con mis propios ojos en mi visita anterior.
    —Ojalá tenga esa fortuna —dijo Dokhnor de Kellef—. Traje lápices de colores además de carboncillo, por si tengo la oportunidad de dibujar el follaje después de la lluvia.
    —Las posibilidades están en su contra, aunque la ciudadana haya tenido esa suerte antes —dijo Radnal. Dokhnor estiró las manos para demostrar que estaba de acuerdo. Como todo lo que hacía, el gesto era rígido, contenido, perfectamente controlado. A Radnal le resultaba difícil imaginárselo embelesado de éxtasis artístico ante las flores del desierto, sin importar cuan singulares o brillantes fueran estas—. Las flores son hermosas, pero son solo la punta del iceberg, si me permiten hacer una comparación terriblemente inapropiada. Toda la vida del Parque Foso depende del agua, igual que en cualquier otro sitio. Está adaptada para arreglárselas con muy poca, pero no con nada. Tan pronto como llega la humedad, las plantas y los animales tratan de acaparar, durante el breve lapso que tarda en secarse, la cantidad suficiente para que crezca y se reproduzca una generación completa.

    Alrededor de un cuarto de diadécimo después, un cartel colocado a un costado del sendero anunció que los turistas estaban mucho más por debajo del nivel del mar que en cualquier otro lugar fuera de las Tierras del Fondo. Radnal lo leyó en voz alta y, con un tono bastante presumido, señaló que, fuera del Foso, el lago salado mediterráneo más sumergido del mundo estaba cerca de las Tierras del Fondo y casi podía ser considerado una extensión de estas.

    El hijo de Moblay Sopsirk dijo:

    —Nunca imaginé que alguien pudiera estar tan orgulloso de este desierto como para querer incluir en él otra porción más del Gran Continente. —Su piel marrón impedía que el hombre se asara bajo el sol del desierto, pero sus brazos y torso desnudos estaban lustrosos de sudor.

    A poco más de la mitad del trayecto por el sendero descendente había una amplia zona de descanso plana, cavada en la roca. Radnal permitió que los turistas se detuvieran un rato, estiraran las piernas, descansaran sus agotados cuartos traseros e hicieran uso del pestilente excusado. Entregó paquetes de raciones e ignoró los rezongos de quienes tenía a cargo. Advirtió que Dokhnor de Kellef se comía el alimento sin chistar. Al terminar de comer su paquete, Radnal lo arrojó al bote de basura que estaba junto al excusado y luego, deteniéndose a un par de codos del borde del sendero, miró hacia abajo, hacia el suelo del Fondo. Después de una de las escasas lluvias, el parque se veía espectacular desde allí. Ahora no era más que un horno: blancos panes de sal, tierra marrón grisácea o marrón amarillenta, parches de vegetación de color verde desteñido. Ni siquiera la zona que rodeaba la hostería tenía riego artificial; el estatuto del Tirano ordenaba que el Parque Foso debía mantenerse virgen.

    Cuando abandonaron el sendero y comenzaron a recorrer el fondo del antiguo mar, rumbo a la hostería, Evillia dijo:

    —Pensé que sería como estar en el fondo de un cuenco, rodeados de montañas. No me parece así. Veo las montañas por las que acabamos de bajar, y las Montañas Barrera hacia el oeste, pero hacia el este no hay nada y hacia el sur casi nada… solo una línea borrosa en el horizonte.
    —Yo también suponía que parecería un cuenco, antes de venir aquí por primera vez —dijo Radnal—. Estamos en el fondo de un cuenco. Pero no lo parece porque las Tierras del Fondo son extensas comparadas con su profundidad… es un cuenco grande y poco profundo. Lo que lo hace interesante es que su borde superior está al mismo nivel que el fondo de la mayor parte de las demás cuencas geológicas, y su base está a más profundidad todavía.
    —¿Qué son esas grietas? —preguntó Toglo zeg Pamdal, señalando las fisuras que cruzaban el suelo por delante del grupo turístico. Algunas no eran más anchas que un grano de cebada; en otras, semejantes a bocas abiertas y sin labios, había una abertura de un par de dedos entre ambos bordes.
    —En terrenos áridos como este, verán toda clase de grietas en el suelo, porque después de una lluvia el barro se seca en forma despareja —dijo Radnal—. Pero las que acaban de ver marcan una falla. El terremoto que sentimos antes probablemente se produjo a lo largo de esta falla, que marca el punto de colisión de dos placas de la corteza terrestre.

    Nocso zeg Martois dejó escapar un chillido asustado.

    —¿Quiere decir que si hay otro terremoto esas grietas se abrirán y nos tragarán? —Tironeó de las riendas del asno, como para que este se diera prisa y la llevara tan lejos de la falla como pudiera.

    Radnal no rio; la Tiranía le pagaba para que no se riera de los turistas. Respondió gravemente:

    —Si se preocupa por algo tan improbable, también preocúpese por que pueda aplastarla un meteorito. Una cosa tiene tantas posibilidades de ocurrir como la otra.
    —¿Estás seguro? —Lofosa también parecía angustiada.
    —Estoy seguro. —Radnal trató de adivinar de dónde serían ella y Evillia; probablemente, por su acento, de la Unidad Krepalga. Krepalga era la nación Cabeza Alta ubicada más al noroeste; su frontera occidental se encontraba en el límite oriental de las Tierras del Fondo. Más a su favor: también era una región sísmicamente activa. Si esto era todo lo que Lofosa sabía de los terremotos, no se podía esperar mucho de su cerebro.

    Y si Lofosa no tenía mucho cerebro, ¿qué significaba que ella y Evillia hubieran elegido a Radnal para divertirse? A nadie le agrada pensar que la inteligencia de un compañero sexual es imperfecta, pues eso se refleja en uno mismo.

    Radnal hizo lo que hubiera hecho cualquier hombre sensato: cambió de tema.

    —Pronto llegaremos a la hostería, así que pensad que tendréis que descargar vuestras cosas de las alforjas para llevarlas a los cubículos.
    —En lo que voy a pensar es en lavarme —le contradijo el hijo de Moblay Sopsirk.
    —Os entregarán una pequeña cubeta con agua a cada uno, todos los días, para fines personales —dijo Radnal, y pasó por alto un coro de rezongos—. No os quejéis… nuestros folletos son muy específicos al respecto. Casi toda el agua potable del Parque Foso baja por el mismo sendero que utilizamos nosotros, en los lomos de estos asnos. Pensad en cómo vais a disfrutar de un baño caliente cuando salgáis del Parque.
    —Pensad en cómo vamos a necesitar un baño caliente cuando salgamos del Parque —dijo el Cejas Fuertes de edad madura que Radnal había clasificado como el hombre que estaba gastando el dinero que había ganado en su juventud (para su bochorno, había olvidado cómo se llamaba el sujeto)—. No es tan grave para estos Cabezas Altas, porque están casi desnudos, pero cuando termine la excursión mi cabello se habrá convertido un revoltijo engrasado. —Miró a Radnal echando fuego por los ojos, como si fuera su culpa.

    Toglo zeg Pamdal dijo:

    —No se inquiete, ciudadano gez Maprab. —Benter gez Maprab, así se llamaba, pensó Radnal, lanzándole a Toglo una mirada agradecida. Ella siguió hablando con el anciano Cejas Fuertes—. Tengo un frasco de limpiador seco para el pelo, que se pasa con un peine. Hay más del que voy a necesitar; lo compartiré con usted.
    —Bueno, muy amable de su parte —dijo Benter gez Maprab, apaciguado—. Tal vez debí traer un frasco yo también.

    Desde luego que sí, viejo tonto, en vez de quejarte, pensó Radnal. También tomó nota de que Toglo había pensado en lo que necesitaría para el viaje antes de partir. Le parecía bien; si él hubiese sido turista en lugar de guía habría hecho lo mismo.

    Por supuesto, de haberse olvidado el limpiador seco para el cabello que había traído, podría haber pedido prestado el de ella. Exhaló por la nariz. Quizás había sido demasiado previsor para su propio bien.

    Algo pequeño y parduzco correteó velozmente entre los cascos de los asnos y luego se alejó brincando hacia un parche de adelfas.

    —¿Qué fue eso? —preguntaron varias personas cuando desaparecía entre las hojas caídas que había bajo las plantas.
    —Es una de las especies de jerbo que viven por aquí —respondió Radnal—. Sin haberlo visto más fugazmente, no puedo deciros a cuál pertenece. Hay muchas variedades a lo ancho de las Tierras del Fondo. Ya habitaban las regiones áridas cuando aún existía el mar mediterráneo, por lo que su evolución los preparó para extraer únicamente de su alimento toda la humedad que necesitan para vivir. Lo cual los preadaptó para tener éxito en esta zona, donde el agua es tan escasa.
    —¿Son peligrosos? —preguntó Nocso zeg Martois.
    —Solo si usted es un arbusto —dijo Radnal—. No, en realidad no es del todo cierto. Algunos comen insectos y una de las especies, los dientes de navaja, cazan y matan a sus parientes de menor tamaño. Llenaron el nicho de los depredadores pequeños antes de que los carnívoros se establecieran definitivamente en el Fondo. Ahora son escasos, en particular fuera del Parque Foso, pero siguen por ahí, a menudo en las regiones más calurosas y secas, donde ningún otro carnívoro puede prosperar.

    Poco después, el guía señaló una planta pequeña, sin características particulares, de hojas delgadas de color marrón verdoso.

    —¿Alguien puede decirme qué es eso? —Hacía esa pregunta siempre que llevaba a un grupo por el sendero y solo una vez, después de una lluvia, le habían dado la respuesta correcta.

    Pero esta vez Benter gez Maprab dijo con confianza:

    —Es una orquídea del Fondo, ciudadano gez Krobir, y del tipo más común. Si nos muestra una de nervaduras rojas valdrá la pena hacer todo ese escándalo.
    —Tiene razón, ciudadano, es una orquídea. Pero no se parece mucho a las que se ven en climas más hospitalarios, ¿no? —dijo Radnal, sonriéndole al anciano Cejas Fuertes. Si era un entendido en orquídeas, probablemente eso explicaba por qué había venido al Parque Foso.

    Como respuesta, Benter se limitó a gruñir y a fruncir el ceño… evidentemente, en su corazón había albergado la esperanza de ver una de las escasas orquídeas de nervaduras rojas durante su primer día en el Parque. Radnal resolvió revisarle las alforjas al finalizar la excursión: llevarse especímenes del Parque estaba prohibido por ley.

    El jerbo pegó un salto y comenzó a mordisquear la hoja de una orquídea. Rápido como un rayo, algo salió de detrás de la planta, se apoderó del roedor y escapó. Los turistas bombardearon a Radnal con preguntas.

    —¿Vio eso?
    —¿Qué era?
    —¿Adónde se fue?
    —Era un pájaro koprit —respondió Radnal—. Veloz, ¿verdad? Es de la familia de las aves carnívoras, pero adaptado principalmente a la vida sobre el suelo. Puede volar, pero normalmente corre. Como los pájaros excretan urea en forma más o menos sólida, no en la orina como los mamíferos, les ha ido muy bien en las Tierras del Fondo. —Señaló a la hostería, que estaba a solo unos cientos de codos más adelante—. ¿Veis? Hay otro koprit sobre el tejado, mirando a todos lados para ver qué puede atrapar.

    De la hostería salieron un par de empleados del Parque. Saludaron a Radnal con la mano y se hicieron cargo de los turistas, ayudándoles a llevar los asnos al establo.

    —Descargad únicamente lo que necesitaréis esta noche en la hostería —dijo uno de ellos, Fer gez Canthal—. Dejad el resto en las alforjas para el viaje de mañana. Cuanto menos tengáis que cargar y descargar, mejor.

    Algunos turistas, viajeros veteranos, asintieron al oír el buen consejo. Evillia y Lofosa lanzaron exclamaciones, como si nunca hubiesen escuchado cosa semejante. Arrugando el entrecejo ante su ignorancia, Radnal quiso apartar la vista de las jóvenes, pero eran demasiado bellas.

    El hijo de Moblay Sopsirk también opinaba lo mismo. Cuando el grupo salía del establo rumbo a la hostería, se acercó a Evillia por detrás y le rodeó la cintura con un brazo. Al mismo tiempo debió de haber resbalado, porque lanzó un atónito grito que hizo que Radnal se diera vuelta rápidamente para mirarlos.

    Moblay estaba tendido en el piso de tierra del establo. Evillia trastabilló, agitó los brazos violentamente y cayó a plomo encima de él. El hombre volvió a gritar, profiriendo un alarido que le hizo perder todo el aliento, cuando ella, apoyándose para volver a ponerse de pie, le golpeó la boca del estómago con el codo.

    Evillia lo miró. Era la viva imagen de la preocupación.

    —Lo lamento mucho —le dijo—. Me asustó.

    Moblay necesitó un buen rato para lograr sentarse, y ni hablar del que necesitó para ponerse de pie. Finalmente, resolló:

    —Si vuelvo a tocarla, tenga más cuidado. —Su tono implicaba que la joven llevaría las de perder.

    Evillia levantó la nariz. Radnal dijo:

    —Debemos recordar que provenimos de diferentes países y que tenemos diferentes costumbres. Si somos lentos y cuidadosos no nos ofenderemos mutuamente.
    —¿Qué, ciudadano, acaso te ofendiste anoche? —preguntó Lofosa. En vez de responderle, Radnal comenzó a toser. Lofosa y Evillia rieron. A pesar de lo que había dicho Fer gez Canthal, las dos estaban llevando a la hostería las alforjas completas. Tal vez no tenían mucho cerebro. Pero sus cuerpos, esos cuerpos tersos y, ¡ay!, tan desnudos, eran otra cosa.La hostería no era lujosa, pero tenía un tejido de alambre que no dejaba entrar a los insectos del Fondo, luz eléctrica y ventiladores que removían el aire del desierto para uniformarlo, ya que no lo refrescaban. También había un refrigerador.
    —No habrá paquetes de raciones esta noche —dijo Radnal. Los turistas vitorearon.

    El fogón estaba al aire libre; la hostería ya era bastante calurosa sin que hubiera una fogata para cocinar en su interior. Fer gez Canthal y el otro empleado, Zosel gez Glesir, lo llenaron con carbón, lo salpicaron con aceite ligero y encendieron el fuego. Luego pusieron un cordero troceado sobre una parrilla que después colgaron sobre la fogata. De tanto en tanto, alguno de los dos bañaba la carne con una salsa repleta de pimienta y ajo. La salsa y la grasa derretida chorreaban sobre los carbones, que chisporroteaban y siseaban, despidiendo pequeñas nubes de humo aromático. A Radnal se le hizo agua la boca.

    El refrigerador también guardaba hidromiel, vino de dátiles, vino de uvas y cerveza. Algunos de los turistas bebían atragantadamente. Dokhnor de Kellef sorprendió a Radnal al beber únicamente agua helada.

    —Hice votos a la Diosa —explicó Dokhnor.
    —No es asunto mío —respondió Radnal, pero su desconfianza dormida volvió a despertar. La Diosa era la deidad a la que comúnmente era devota la aristocracia militar de Morgaf. Era posible que un dibujante viajero pudiera contarse entre sus adoradores, pero Radnal no lo consideraba verosímil.

    No tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre el problema que representaba Dokhnor. Zosel gez Glesir lo llamó para hacerle los honores al cordero. El empleado usó un par de palillos grandes para levantar cada trozo de carne y transferirlo a un plato de papel.

    Los Martois comieron como gatos de las cavernas famélicos. Radnal se sintió culpable; tal vez las raciones normales no eran suficientes para ellos. Después vio cómo se estiraba la tela de sus ropas por la presión de sus abundantes carnes. El sentimiento de culpa se evaporó. No estaban famélicos.

    Evillia y Lofosa se habían servido varios jarros de vino de dátiles, lo que pronto causó dificultades. Los krepalganos usualmente comían con cuchillo y brochetas; les resultaba difícil manipular los palillos de madera descartables. Después de cortar la carne en pedacitos, Lofosa se puso a perseguirlos por todo el plato sin poder levantarlos. Evillia podía hacerlo, pero se le caían antes de llegar a la boca.

    Ambas parecían estar bajo los efectos de una borrachera alegre y se reían de sus torpezas. Hasta el rígido Dokhnor se dignó a tratar de enseñarles a usar los palillos. La lección no sirvió de mucho, aunque ambas Cabezas Altas se acercaron a él lo bastante como para poner celoso a Radnal. Evillia le dijo:

    —Es usted muy hábil. Los morgafanos debéis usar estos palillos todos los días.

    Con la cabeza, Dokhnor hizo el gesto negativo típico de su pueblo.

    —Nuestro cubierto habitual sirve de tenedor, cuchara y borde afilado, todo al mismo tiempo. Los tarteshanos dicen que debemos ser gente tranquila, porque corremos el riesgo de cortarnos la lengua cada vez que abrimos la boca. Pero he viajado por Tartesh y aprendí a manejar los palillos.
    —Déjeme intentarlo de nuevo —dijo Evillia. Esta vez se le cayó un trozo de cordero sobre el muslo de Dokhnor. Lo levantó con los dedos. Después de que su mano se demorara sobre la pierna del morgafano el tiempo suficiente para que Radnal sintiera otra punzada de celos, Evillia se echó el trozo de comida a la boca.

    El hijo de Moblay Sopsirk comenzó a cantar en su idioma. Radnal no comprendía la mayoría de las palabras, pero la melodía era pegadiza, ligera y fácil de seguir. Muy pronto, todo el grupo se puso a batir palmas. Luego siguieron más canciones. Fer gez Canthal tenía una sonora voz de barítono. Todos los integrantes del grupo hablaban tarteshano, pero no todos conocían las canciones de Tartesh tan bien como para cantarlas con él. Igual que con Moblay, los que no sabían cantar hicieron palmas.

    Cuando cayó la noche aparecieron unas irritantes nubes de mosquitos. Radnal y el grupo se retiraron al interior de la hostería, donde el tejido de alambre mantenía fuera a los agresores.

    —Ahora sé por qué usas tanta ropa —dijo Moblay—. Es una armadura contra los insectos. —El Cabeza Alta de piel marrón oscura daba la impresión de no saber por dónde empezar a rascarse.
    —Por supuesto —dijo Radnal, sorprendido de que Moblay hubiese tardado tanto en darse cuenta de lo obvio—. Si puede aguantar un poco más, tenemos un aerosol que hará desaparecer la picazón.

    Moblay suspiró mientras Radnal le aplicaba el analgésico.

    —¿Alguien quiere oír otra canción? —dijo.

    Esta vez obtuvo poca respuesta. Algunas personas se inhibían al estar bajo techo. Pero esa pregunta les recordó a muchos el largo día que habían tenido; Toglo zeg Pamdal no fue la única que se dirigió al cubículo dormitorio. Dokhnor de Kellef y el viejo Benter gez Maprab habían descubierto un tablero de guerra y estaban enfrascados en una partida. Moblay se les acercó para mirar. También lo hizo Radnal, que se consideraba un buen jugador de guerra.

    Dokhnor, que tenía las piezas azules, hizo avanzar a un soldado de infantería sobre la banda central vacía que separaba su lado del tablero del de su oponente.

    —Cruzó el río —dijo Moblay.
    —¿Así llaman los lissoneses a la línea divisoria? —dijo Radnal—. Nosotros le decimos el Foso.
    —Y en Morgaf se llama la Manga, como el canal que separa nuestras islas de Tartesh —dijo Dokhnor—. No importa cómo la llamemos, sin embargo; el juego es el mismo en todo el mundo.
    —Y es un juego que exige reflexión y tranquilidad —dijo Benter, mordaz. Después de pensarlo un poco, movió a un consejero (así se llamaba la pieza que se encontraba en la mitad roja del tablero; su equivalente azul era un elefante) dos cuadrados, en diagonal.

    Las pausas concentradas del anciano tarteshano se hicieron cada vez más frecuentes a medida que avanzaba el juego. El ataque de Dokhnor obligaba al gobernador rojo a escabullirse a lo largo de las líneas verticales y horizontales de su fortaleza, mientras sus guardias lo hacían por las diagonales, para evadir o bloquear el paso de las piezas azules. Finalmente, Dokhnor alineó uno de sus cañones detrás de otro y dijo:

    —Se terminó.

    Benter asintió de mala gana. Era difícil jugar bien con el cañón azul (la pieza roja de valor idéntico se llamaba catapulta), porque se movía vertical y horizontalmente, pero para hacerlo debía saltar por encima de otras piezas. Por lo tanto, era el cañón que estaba detrás, no el de adelante, el que amenazaba al gobernador rojo. Pero si Benter interponía un guardia o alguno de sus carruajes, era el cañón de delante el que se transformaba en una amenaza.

    —Muy bien jugado —dijo Benter. Se levantó de la mesa donde estaba el juego de guerra y se dirigió a uno de los cubículos.
    —¿Alguno de vosotros queréis jugar? —preguntó Dokhnor a los espectadores.

    El hijo de Moblay Sopsirk sacudió la cabeza. Radnal dijo:

    —Yo quería hacerlo hasta que lo vi jugar a usted. No me molesta enfrentar a alguien mejor que yo cuando tengo la oportunidad. Aunque pierda, aprendo algo. Pero usted me daría una paliza y eso ya es demasiado.
    —Como prefiera. —Dokhnor plegó el tablero y echó las piezas con forma de disco al interior de la bolsa. Volvió a colocar la bolsa y el tablero en un estante—. Me voy a la cama, entonces. —Se encaminó hacia el cubículo que había elegido.

    Radnal y Moblay se miraron y luego miraron al juego de guerra. Con mudo consentimiento, parecieron decidir que si ninguno había aceptado jugar con Dokhnor de Kellef, era una descortesía ponerse a jugar entre ellos.

    —Alguna otra noche —dijo Radnal.
    —Me parece justo. —Moblay bostezó, mostrando unos dientes que refulgieron con una blancura suprema en contraste con su piel marrón—. Estoy bastante agotado… no, en tarteshano se dice «exhausto», ¿verdad? En todo caso, te veo mañana, Radnal.

    Nuevamente, el guía turístico contuvo su fastidio al oír que Moblay, al nombrarlo, no empleaba la partícula de cortesía, «gez». Al principio, cuando los extranjeros se olvidaban de esa treta de la gramática tarteshana, se había imaginado que lo insultaban deliberadamente. Ahora tenía más experiencia, aunque aún le molestaba la omisión.

    Se encendió una lucecita en el cubículo de Dokhnor: una lámpara de lectura a batería. El morgafano, sin embargo, no estaba leyendo. Estaba sentado en la estera de dormir, con la espalda apoyada contra la pared. Sobre sus rodillas dobladas se apoyaba el cuaderno de bocetos. Radnal escuchó el tenue chic-chic del carboncillo contra el papel.

    —¿Qué hace? —susurró Fer gez Canthal. Un período de paz de una generación no había sido suficiente para que la mayoría de los tarteshanos aprendiera a confiar en sus vecinos isleños.
    —Está dibujando —respondió Radnal, con voz igualmente baja. Ninguno de los dos quería atraer la atención de Dokhnor. La respuesta podía haber sonado inocente. Pero no lo era. Radnal continuó—: Sus documentos de viaje dicen que es dibujante. —Otra vez, su tono insinuó mucho más que eso.

    Zosel gez Glesir dijo:

    —Si realmente fuese un espía, Radnal gez, traería una cámara, no un cuaderno de bocetos. Todos traen cámara al Parque Foso… ni siquiera lo habríamos notado.
    —Cierto —dijo Radnal—. Pero no se comporta como un dibujante. Se comporta como un miembro de la casta militar de Morgaf. Ya lo oísteis… hizo votos a la Diosa.

    Fer gez Canthal dijo algo soez sobre la Diosa de Morgaf. Pero antes de hacerlo bajó la voz todavía más. Un oficial de Morgaf que lo oyera proferir una ofensa contra su deidad lo desafiaría formalmente a duelo. Ahora bien, como en Tartesh batirse a duelo era ilegal, el oficial podría decidirse, sencillamente, por cometer un asesinato. Lo único cierto era que no ignoraría el insulto.

    —No podemos hacerle nada, ni hacer nada al respecto, a menos que descubramos que realmente está espiando —dijo Zosel gez Glesir.
    —Sí —dijo Radnal—. Lo último que desea Tartesh es tener un incidente con Morgaf. —Pensó en lo que le sucedería al que cometiera un error tan desmedido. Nada bueno, eso seguro. Entonces se le ocurrió otra cosa—. Hablando del Tirano, ¿sabéis quién está en este grupo? La ciudadana Toglo zeg Pamdal, nada menos.

    Zosel y Fer lanzaron suaves silbidos.

    —Qué bueno que nos avisaste —dijo Zosel—. La envolveremos como si fuésemos algodón y ella un vidrio cortante.
    —No creo que le importen esas cosas —dijo Radnal—. Tratadla bien, eso sí, pero no seáis aduladores.

    Zosel asintió. Fer seguía pensando en Dokhnor de Kellef.

    —Si de veras es un espía, ¿qué está haciendo en el Parque Foso, en vez de estar en algún lugar importante?
    —Yo también lo pensé —dijo Radnal—. Está encubierto, tal vez. ¿Y quién sabe adónde irá después de que se marche de aquí?
    —Yo sí sé adónde voy a ir —dijo Zosel, bostezando—. A la cama. Si queréis quedaros levantados toda la noche hablando de espías es cosa vuestra.
    —No, gracias —respondió Fer—. Un espía tendría que estar loco o de vacaciones para venir al Parque Foso. Si está loco no tenemos que preocuparnos por él y si está de vacaciones tampoco tenemos que preocuparnos por él. Así que yo también me voy a la cama.
    —Si creéis que voy a quedarme aquí hablando solo, los locos sois vosotros —dijo Radnal.

    Los tres tarteshanos se levantaron. Dokhnor de Kellef apagó la lámpara de lectura, sumergiendo el cubículo en la oscuridad. Radnal bajó las luces de la sala común.

    Se dejó caer sobre la estera de dormir con un largo suspiro. Daba lo mismo que estar afuera, en el campo, enroscado en la bolsa de dormir bajo el mosquitero. Este era el precio que pagaba por hacer lo que quería durante la mayor parte de su tiempo. Sabía que sus ronquidos pronto se unirían a los de los turistas.

    Entonces aparecieron dos formas femeninas en la entrada de su cubículo. Por los dioses, otra vez no, pensó mientras sus ojos se abrían como platos, lo que indicaba lo cansado que estaba. Dijo:

    —¿No creéis en las bondades del sueño? Evillia rio suavemente, o tal vez fue Lofosa.
    —No cuando hay mejores cosas que hacer —dijo Lofosa—. Además, tenemos algunas ideas nuevas. Pero siempre nos queda la opción de ir a ver quién más está despierto.

    Radnal casi le dijo que lo hiciera y que se llevara a Evillia con ella. Pero en lugar de eso, se oyó decir «No». La noche anterior había sido más instructiva de lo que jamás había soñado, la clase de experiencia que la gente se imaginaba cuando hablaba sobre los beneficios adicionales de ser un guía turístico. Hasta la noche anterior, había considerado que esos cuentos eran imaginarios; en esos dos años como guía, nunca antes se había acostado con una turista. Ahora… Sonrió, mientras sentía que comenzaba a ponerse enhiesto en honor a la ocasión.

    Las Cabezas Altas entraron. Como le habían prometido, el trío intentó algunas cosas nuevas. Se preguntó cuánto duraría la inventiva de las chicas y si él podría durar lo mismo. Estaba seguro de que gozaría mucho con el intento.

    Su vigor y la creatividad de las jóvenes fueron mermando a la par. Radnal recordaba que ellas se habían levantado de la estera. Creía que recordaba haberlas visto salir hacia la sala común. Estaba seguro de que no recordaba nada más. Durmió como un tronco de un bosque petrificado.

    Cuando un alarido lo despertó de una sacudida, su confuso primer pensamiento fue que habían transcurrido unos instantes. Pero con un vistazo a su reloj de bolsillo, mientras se cerraba la túnica, descubrió que se acercaba el amanecer. Se precipitó hacia la sala común.

    Ya había varios turistas allí, algunos vestidos, algunos no. A cada momento aparecían más, junto con los otros dos empleados del Parque Foso. Todos repetían una y otra vez: «¿Qué sucede?».

    Aunque nadie respondía esa pregunta directamente, no hacía falta contestarla. Igual de desnuda que cuando retozara con Radnal, Evillia estaba de pie junto a la mesa donde Benter gez Maprab y Dokhnor de Kellef habían jugado a la guerra. Dokhnor también estaba allí, pero no de pie. Estaba tendido en el suelo, con la cabeza torcida en un ángulo antinatural.

    Evillia se había metido un puño en la boca para ahogar otro alarido. Retiró el puño y dijo con voz trémula:

    —¿Está… está muerto?

    Radnal se acercó a Dokhnor, lo tomó de la muñeca, buscó el pulso. No lo encontró; el morgafano tampoco respiraba.

    —Está bien muerto —dijo Radnal sombríamente.

    Evillia lanzó un gemido. Le flaquearon las rodillas. Se desplomó sobre la espalda inclinada de Radnal. Cuando Evillia se desmayó, Lofosa gritó y se lanzó corriendo hacia ella para tratar de ayudar. Nocso zeg Martois también gritó, más fuerte todavía. El hijo de Moblay Sopsirk corrió hacia Radnal y Evillia. También lo hicieron Fer gez Canthal y Zosel gez Glesir. También Toglo zeg Pamdal. También otro turista, un Cabeza Alta que había hablado muy poco durante el descenso hacia la hostería.

    Todos entorpecían a todos. Entonces, el Cabeza Alta silencioso dejó de estar en silencio y gritó:

    —¡Soy médico, que los seis millones de dioses os maldigan! ¡Dejadme pasar!
    —Dejad pasar al médico —dijo Radnal como un eco, quitándose a Evillia de encima y deslizándola hasta el suelo lo más suavemente que pudo—. Primero revísela a ella, ciudadano Golobol —agregó, complacido de recordar el nombre del doctor—. Me temo que ya es muy tarde para asistir a Dokhnor.

    Golobol era casi tan oscuro como Moblay, pero hablaba tarteshano con acento distinto. Al mirar a Evillia, esta gimió y se revolvió.

    —Mejorará, oh sí, estoy seguro —dijo el médico—. Pero este pobre hombre… —Igual que lo había hecho Radnal, buscó el pulso de Dokhnor. Igual que le había ocurrido a Radnal, no lo encontró—. Tiene usted razón, señor. Este hombre está muerto. Está muerto desde hace tiempo.
    —¿Cómo lo sabe? —le preguntó Radnal.
    —Usted lo tocó, ¿verdad? —dijo el médico—. Seguramente advirtió que su cuerpo ha comenzado a enfriarse.
    —Sí, ah sí. —Ahora que lo recordaba, Radnal sí lo había notado, pero no le había prestado al hecho ninguna atención especial. Siempre se enorgullecía de lo bien que le había ido en el entrenamiento de primeros auxilios. Pero no era médico y no tenía en cuenta todos los factores automáticamente, como lo hacía un médico. Su ataque de desazón se vio interrumpido cuando Evillia dejó escapar un chillido digno de un gato de las cavernas en plan de cacería.

    Lofosa se agachó a su lado, le habló en su idioma. El chillido se interrumpió. Radnal comenzó a pensar en qué debía hacer a continuación.

    Golobol le dijo:

    —Señor, mire aquí, si es tan amable.

    Señalaba un punto en la nuca de Dokhnor, justo por encima del lugar donde se doblaba de un modo horripilante. Radnal tuvo que responderle:

    —No veo nada.
    —Ustedes los Cejas Fuertes son gente peluda, esa es la razón —dijo Golobol—. Sin embargo, vea aquí, esta… eh… decoloración… ¿así se dice en su idioma? ¿Sí? Bien. Sí. Esta decoloración es la clase de marca que se presume es el resultado de un golpe con el canto de la mano, un golpe mortal.

    A pesar del calor de las Tierras del Fondo, a Radnal se le heló la boca del estómago.

    —Me está diciendo que fue un asesinato.

    Como un escalpelo, la palabra cortó el parloteo que invadía la sala común. En un segundo era el caos y al segundo siguiente era el silencio. En ese silencio abrupto, intenso, Golobol dijo:

    —Sí.
    —Ay, por los dioses… qué lío —dijo Fer gez Canthal.

    Imaginarse qué hacer a continuación se volvió mucho más urgente para Radnal. ¿Por qué los dioses (aunque él no creía que hubiera seis millones) permitían que una persona de su grupo turístico fuera asesinada? ¿Y por qué, en nombre de todos los dioses en los que sí creía, tenía que ser un morgafano? Morgaf manifestaba sus sospechas —y por qué no su hostilidad— si cualquiera de sus ciudadanos era víctima de un abuso mientras se encontraba en Tartesh. Y si Dokhnor de Kellef era realmente un espía, los de Morgaf sentirían algo más que sospechas. Los de Morgaf se pondrían furiosos.

    Radnal se acercó al radiófono.

    —¿A quién vas a llamar? —le preguntó Fer.
    —Primero, a la milicia del Parque. Tienen que ser notificados de cualquier eventualidad. Y después… —Radnal inspiró profundamente—. Después creo que será mejor que llame a los Ojos y Oídos del Tirano Hereditario, en Tarteshem. El asesinato de un morgafano que hizo votos a la Diosa es un asunto mucho más serio que los que puede manejar la milicia. Además, prefiero que sea un Ojos y Oídos, y no yo, el que se lo comunique al plenipotenciario de Morgaf.
    —Sí, me doy cuenta —dijo Fer—. No querría que los barcos artilleros morgafanos cruzaran la Manga para atacar nuestras costas porque tú les dijiste algo equivocado. O bien… —El encargado de la hostería meneó la cabeza—. No, ni siquiera el rey de la isla estaría tan loco como para comenzar a arrojar astrobombas sobre un lugar tan pequeño como este. —La voz de Fer se llenó de angustia—. ¿O sí?
    —No lo creo. —Pero la voz de Radnal también sonó nerviosa. La política no había sido la misma desde la aparición de las astrobombas, hacía cincuenta años. Ni Tartesh ni Morgaf las habían utilizado, ni siquiera cuando estaban en guerra uno contra otro, pero ambos países las construían sin cesar. Al igual que otras ocho o diez naciones desparramadas por el globo. Si comenzaba otra gran guerra, fácilmente podría convertirse en la Gran Guerra, la que todos temían.

    Radnal apretó unos botones del radiófono. Después de un par de estallidos de estática, respondió una voz:

    —Milicia del Parque Foso, habla el sublíder gez Steries.
    —Que los dioses te bendigan, Liem gez —dijo Radnal; era un hombre que conocía y que le agradaba—. Habla gez Krobir, desde la hostería turística. Lamento decirte que hemos tenido un fallecimiento. Mucho más lamento tener que decirte que aparentemente fue un asesinato. —Radnal le explicó lo que le había ocurrido a Dokhnor de Kellef.

    Liem gez Steries dijo:

    —¿Por qué no pudo ser cualquier otro, en vez del morgafano? Ahora tendrás que llamar a los Ojos y Oídos y solo los dioses saben lo que pasará cuando esto haga erupción.
    —La siguiente llamada que iba a hacer era a Tarteshem —concordó Radnal.
    —Probablemente debió ser la primera, pero no importa —dijo Liem gez Steries—. Estaré allí con un asesor apenas pueda poner un heli en el aire. Adiós.
    —Adiós. —La siguiente llamada de Radnal tuvo que atravesar una serie de relés humanos. Después de unos doscientos latidos, se encontró hablando con un Ojos y Oídos llamado Peggol gez Menk. A diferencia de los milicianos del Parque, Peggol no cesaba de interrumpirlo con preguntas, de modo que la conversación duró dos veces más que la anterior.

    Cuando Radnal terminó, el Ojos y Oídos dijo:

    —Hizo bien en notificarnos, ciudadano gez Krobir. Nos encargaremos de los aspectos diplomáticos y enviaremos un equipo para que ayude en la investigación. No permita que nadie deje la… ¿hostería, dijo usted? Adiós.

    En la consola del radiófono había un altavoz tipo diafragma, no el más común —ni el más privado— receptor para hablar y escuchar. Todos oyeron lo que había dicho Peggol gez Menk. A nadie le había gustado. Evillia dijo:

    —¿Quiso decir que vamos a tener que permanecer enjaulados aquí… con un asesino? —Comenzó a temblar. Lofosa la rodeó con un brazo.

    Benter gez Maprab tenía una objeción distinta:

    —Mire, ciudadano, pagué mucho dinero por una excursión al Parque Foso y tengo la intención de hacer esa excursión. Si no es así, tomaré medidas legales.

    Radnal ahogó un gruñido. La ley tarteshana, que estaba fuertemente basada en el principio de confianza, dejaba caer todo su peso sobre aquellos que violaran contratos en cualquier nivel. Si el viejo Cejas Fuertes recurría a los tribunales era muy posible que perjudicara enormemente al Parque Foso… y a Radnal, que iba a ser el individuo culpable de no brindar el servicio contratado.

    Para peor, los Martois se unieron al reclamo. Como hombre razonablemente honrado y recto, Radnal nunca en su vida había tenido que contratar un abogado defensor. Se preguntó si tendría suficiente dinero para pagarse uno bueno. Después se preguntó si alguna vez volvería a tener dinero, después de que los turistas, los tribunales y el abogado defensor hubiesen acabado con él.

    Toglo zeg Pamdal habló por sobre el alboroto:

    —Esperemos un poco. Hay un hombre muerto. Eso es más importante que todo lo demás. Si el comienzo de la excursión se retrasa, es posible que el Parque Foso se comporte con equidad y también aplace su finalización, para concedernos el período de excursión completo por el que hemos pagado.
    —Es una excelente sugerencia, ciudadana zeg Pamdal —dijo Radnal, agradecido. Fer y Zosel asintieron.

    Un distante trueno que se oía en el cielo se convirtió en un rugido. El heli de la milicia levantó una pequeña tormenta de polvo al aterrizar entre los establos y la hostería. Los guijarros voladores golpetearon las paredes y las ventanas. Se apagó el motor. A medida que las paletas se fueron deteniendo, el polvo comenzó a asentarse.

    Radnal se sintió como si un dios bondadoso hubiese ahuyentado a un demonio nocturno instalado sobre sus hombros.

    —Creo que no necesitaremos extender la estadía aquí por más de un día —dijo con felicidad.
    —¿Cómo se las ingeniará para lograrlo si estamos confinados aquí, en este desierto olvidado por los dioses? —refunfuñó Eltsac gez Martois.
    —Así es —dijo Radnal—. Estamos en un desierto. Suponga que salimos a conocer los paisajes que hay para ver en el Parque Foso. ¿A dónde va a huir el criminal, montado en un burro? Si trata de escapar, sabremos quién es porque será el único que no estará en el grupo; entonces lo rastrearemos con el heli. —El guía les echó una mirada intensa. Los turistas se la devolvieron, incluido, recordó Radnal, el asesino que se encontraba entre ellos.

    Liem gez Steries y otros dos miembros de la milicia del Parque entraron en la hostería. Usaban versiones soldadescas de la vestimenta de Radnal: sus túnicas, en lugar de blancas, eran estampadas, con manchas en diferentes tonos de marrón y verde claro, igual que sus gorras de larga visera. Los distintivos que indicaban su rango eran opacos; hasta el metal de las hebillas de sus sandalias estaba pintado, para evitar el reflejo.

    Liem colocó un grabador sobre la mesa que Dokhnor y Benter gez Maprab habían utilizado para el juego de guerra la noche anterior. El asesor comenzó a tomar fotos con la desidia propia de un turista. Preguntó:

    —¿Habéis movido el cuerpo?
    —Lo imprescindible para asegurarnos de que el hombre estaba muerto —respondió Radnal.
    —¿Asegurarnos? —preguntó el asesor. Radnal le presentó a Golobol. Liem grabó los testimonios de todos: primero el de Evillia, que se atragantaba y contenía las lágrimas cada vez que parpadeaba, después el de Radnal, después el del médico y por último el de los otros turistas y los encargados de la hostería. La mayoría repitió lo que decían los demás: habían escuchado un grito, salieron corriendo y vieron a Evillia de pie junto al cadáver de Dokhnor.

    Golobol agregó:

    —La mujer no puede ser la responsable de su muerte. Hacía tiempo que estaba muerto, entre uno y dos diadécimos, posiblemente. Ella, para su desgracia, fue meramente la que descubrió el cadáver.
    —Comprendo, ciudadano —le aseguró Liem gez Steries—. Pero como fue ella quien lo descubrió, su testimonio de lo que ocurrió es importante.Apenas los milicianos terminaron de grabar la última declaración, aterrizó otro heli en el patio de la hostería. Cuando la tormenta de polvo comenzaba a asentarse, descendieron cuatro hombres. Los Ojos y Oídos del Tirano Hereditario más bien parecían mercaderes prósperos que soldados: sus gorras tenían viseras de cuero legítimo, sus ropas se cerraban con cadenas de plata y llevaban anillos en cada dedo índice.
    —Soy Peggol gez Menk —anunció uno de ellos. Era de baja estatura y, según los parámetros tarteshanos, delgado; se había calzado la gorra en una posición ladeada. Su mirada era de una perspicacia extraordinaria, como si estuviera esperando que alguien cometiera un error. Detectó a Liem gez Steries en el acto y le preguntó—: ¿Qué se ha hecho hasta ahora, sublíder?
    —Lo que usted esperaba —respondió el miliciano—. Tomamos declaración a todos los presentes y nuestro asesor, Oficial Mayor gez Sofana, ha tomado algunas fotos. No movimos el cuerpo.
    —Bastante bien —dijo el Ojos y Oídos. Uno de sus hombres estaba tomando más fotos con un flash. Otro colocó un grabador junto al que ya estaba sobre la mesa—. Haremos una copia de su grabación y grabaremos otro interrogatorio por nuestra cuenta… tal vez encontremos preguntas que a usted se le han escapado. ¿Ha revisado ya las pertenencias?
    —No, ciudadano. —La voz de Liem gez Steries sonó a madera. A Radnal tampoco le habría gustado que otro viniera a robar y duplicar su trabajo. Los Ojos y Oídos, sin embargo, hacían lo que se les antojaba.

    ¿Por qué no? Ellos vigilaban Tartesh, pero ¿quién los vigilaba a ellos?
    —Nosotros nos haremos cargo. —Peggol gez Menk se sentó a la mesa. El fotógrafo cargó un cartucho nuevo de película y luego siguió a los dos restantes Ojos y Oídos, que iban rumbo al cubículo dormitorio más cercano a la entrada.

    Era el de Golobol.

    —Tened cuidado, oh, por favor, os los ruego —exclamó el médico—. Parte de mi equipo es muy delicado.

    Peggol dijo:

    —Quiero escuchar la historia de la mujer que descubrió el cadáver. —Sacó una libreta de notas, le echó un vistazo—. Evillia.

    Ahora algo más calmada, Evillia volvió a contar su historia usando, en opinión de Radnal, las mismas palabras que había empleado anteriormente. Si Peggol había encontrado nuevas preguntas que hacerle, no se las hizo.

    Después de alrededor de un décimo de diadécimo, le llegó el turno a Radnal. Peggol recordó su nombre sin que hiciera falta refrescarle la memoria. Nuevamente, sus preguntas fueron iguales a las formuladas por Liem gez Steries. Cuando le hizo la última, Radnal le preguntó algo de su cosecha:

    —Ciudadano, mientras continúa la investigación… ¿puedo llevar a mi grupo a las Tierras del Fondo? —Le explicó que Benter gez Maprab había amenazado con recurrir a los tribunales y cuáles eran los motivos que le inducían a pensar que el turista culpable no tendría posibilidad de escapar.

    El Ojos y Oídos se tironeó el labio inferior. La barba que le crecía debajo tenía forma de copete y hacía que su mentón pareciera tan protuberante como el de un Cabeza Alta. Cuando soltó el labio, este volvió a su lugar emitiendo un sonido acuoso. Bajo la gorra ladeada, el hombre tenía una expresión sabia y cínica. Las esperanzas de Radnal se fueron a pique. Esperó que Peggol comenzara a reírse de él por plantear el asunto.

    Peggol le dijo:

    —Ciudadano, sé que usted, técnicamente, ostenta un rango militar, pero suponga que descubre quién es el asesino o que el asesino vuelve a matar. ¿Se considera capaz de atraparlo y traerlo de vuelta para ser sometido a juicio y decapitación?
    —Yo… —Radnal calló antes de seguir hablando. La irónica pregunta le recordó que esto no era un juego. Dokhnor de Kellef podía haber sido un espía y ahora estaba muerto; el que lo hubiera matado podía volver a matar… podría matarme a mí, si descubro quién es, pensó—. No lo sé. Me gustaría pensar que sí, pero nunca hice algo semejante.

    En los ojos de Peggol gez Menk vio algo parecido a la aprobación.

    —Es honesto consigo mismo. No todos pueden jactarse de eso. Mmm… si hubiera una denuncia, no solo estaría en juego su dinero, ¿verdad? No, claro que no; también lo estaría el dinero del Parque Foso, es decir el del Tirano Hereditario.
    —Exactamente lo que estaba pensando —dijo Radnal, con patriotismo. Para él, lo primero era su propio dinero. Era tan honesto consigo mismo que podía asegurarlo… pero no debía decírselo a Peggol.
    —Seguro que sí —dijo el Ojos y Oídos con voz seca—. Para mí, el dinero del Tirano realmente tiene prioridad. ¿Cómo es esto, entonces? Supongamos que se lleva a los turistas de paseo, como figura en el contrato que firmaron. Pero supongamos que yo voy con ustedes para investigar, mientras mis colegas permanecen trabajando aquí. ¿Le suena razonable?
    —Sí, ciudadano, gracias —exclamó Radnal.
    —Bien —dijo Peggol—. Hace rato que mi concubina insiste con que la traiga aquí. Ahora veremos si querré hacerlo. —Sonrió sabiamente—. Como usted ve, también tengo en mente mis intereses personales.

    Los demás Ojos y Oídos habían recorrido un cubículo dormitorio tras otro, examinando las posesiones de los turistas. Uno de ellos cogió un códice del cubículo de Lofosa y lo apoyó sobre la mesa, frente a Peggol gez Menk. La tapa tenía una foto a colores de dos atractivos Cabezas Altas fornicando. Peggol lo hojeó. Variaciones del mismo tema llenaban todas las páginas.

    —Divertido —dijo—, aunque debieron secuestrarlo cuando su dueña ingresó en nuestros dominios.
    —¡Me gusta eso! —Lofosa parecía indignada—. Vosotros, Cejas Fuertes santurrones, fingís no hacer las mismas cosas… pero también gozáis con ellas. Y yo lo sé muy bien.

    Radnal esperaba que Peggol no le preguntara cómo era que lo sabía. Estaba seguro de que ella se lo contaría, y en detalle; Lofosa y Evillia podían ser muchas cosas, pero no tímidas. Sin embargo, Peggol dijo:

    —No vinimos aquí para investigar inmundicias. Puede que la señorita haya dejado exhausto a Dokhnor con este ejemplar, pero no lo mató con esto. Dejad que lo conserve, si es que tanto le agrada contarle al mundo lo que debería reservarse para sí.
    —¡Oh, tonterías! —Lofosa levantó el códice y lo llevó de nuevo al cubículo, frunciendo los labios a cada paso como para contradecir a Peggol, aunque no dijo ni una palabra.

    Los Ojos y Oídos no trajeron nada más de su cubículo dormitorio, ni del de Evillia, para someter a la inspección de su jefe. Eso sorprendió a Radnal; las dos mujeres habían traído todo consigo, salvo los asnos que habían montado. Se encogió de hombros… probablemente tenían las alforjas llenas de frivolidades femeninas y de basura que podrían haber dejado en el hotel tarteshano, o tal vez en Krepalga.

    Después dejó de pensar en ellas… el Ojos y Oídos que había entrado al cubículo de Dokhnor lanzó un silbido. Peggol gez Menk corrió hacia allí. Salió con un puño firmemente apretado sobre algo. Abrió la mano. Radnal vio dos estrellas de oro de seis puntas: distintivos de rango militar morgafanos.

    —Así que, finalmente, era un espía —exclamó Fer gez Canthal.
    —Es posible —dijo Peggol.

    Pero cuando llamó por radiófono a Tarteshem, le informaron que Dokhnor de Kellef había declarado su rango de líder de batallón al ingresar al territorio de la Tiranía. El Ojos y Oídos frunció el entrecejo.

    —Según parece, militar sí, pero espía no, después de todo. Benter gez Maprab estalló:
    —Ojalá terminaseis de dar vueltas y nos permitieseis continuar con la excursión. No me quedan tantos días de vida, por eso odio tener que despilfarrar uno solo.
    —Paz, ciudadano —dijo Peggol—. Ha muerto un hombre.
    —Lo que significa que en nada va a perjudicarlo que vayamos a conocer las muy mentadas maravillas del Parque Foso. —Echando fuego por los ojos, Benter lo miró como si fuese el Tirano Hereditario dirigiéndose a un tosco subalterno.

    Viendo cómo reaccionaba Benter al ver frustrados sus planes, Radnal se preguntó si le habría roto el cuello a Dokhnor por alguna razón no más importante que el haber perdido el juego de guerra. Benter podía ser viejo, pero no era débil. Y Radnal estaba seguro de que era veterano de la última guerra contra Morgaf, o de la anterior, contra Morgaf y la Unidad Krepalga. Debía de saber cómo matar.

    Radnal meneó la cabeza. Si las cosas seguían así, comenzaría a sospechar hasta de Fer y Zosel, o hasta de su propia sombra. Deseó no haberse presentado al reclutamiento de guías turísticos. Hubiera preferido estar estudiando las ratas del desierto antes que tratando de dilucidar cuál de los miembros del grupo a su cargo había cometido un asesinato.

    Peggol gez Menk dijo:

    —Tendremos que revisar los edificios de fuera antes de comenzar. El ciudadano gez Krobir ya le ha dicho que saldremos mañana. Mi opinión profesional es que ningún tribunal haría lugar a una denuncia si la demora es de un solo día, siempre y cuando se garantice la compensación del tiempo.
    —¡Bah! —Benter se alejó golpeando los pies.

    Radnal miró a Toglo zeg Pamdal a los ojos. Ella levantó ligeramente una ceja, meneó la cabeza. Él encogió los hombros con un leve gesto. Ambos sonrieron. En todos los grupos, siempre había alguien que resultaba ser un fastidioso. Radnal dejó que su sonrisa se expandiera, contento de que Toglo no usara en su contra la aventura que había tenido con Lofosa y Evillia.

    —Hablando de los edificios de fuera, ciudadano gez Krobir —dijo Peggol—, aquí solo hay establos, ¿cierto?
    —Establos y el excusado, sí —dijo Radnal.
    —Ah, sí, el excusado. —El Ojos y Oídos frunció la nariz. Era mucho más prominente que la de Radnal. La mayoría de los Cejas Fuertes tenían nariz grande, como para compensar sus cráneos aplanados. Debido a eso, los lissoneses, cuyas narices normalmente eran achatadas, a veces llamaban «trompudos» a los tarteshanos. El apodo era motivo de camorra en todos los puertos del Océano Occidental.

    Fer gez Canthal acompañó a uno de los hombres de Peggol hasta los establos; el Ojos y Oídos obviamente necesitaba apoyo logístico para defenderse de los feroces asnos sedientos de sangre que estaban dentro… o al menos eso era lo que expresaba su lenguaje corporal. Al oír que Peggol le ordenaba que saliera, el subordinado se había sobresaltado como si le hubiese dicho que fuera a invadir Morgaf y le trajera las orejas del rey.

    —Los Ojos y Oídos no acostumbran encargarse de asuntos que ocurren fuera de las grandes ciudades, ¿verdad? —preguntó Radnal.
    —¿Se ha dado cuenta? —dijo Peggol gez Menk, alzando una torcida ceja—. Tiene razón; somos urbanos hasta la médula. Las amenazas contra el reino normalmente se esconden en las multitudes anónimas. Casi todas las amenazas que no son así son problema del ejército, no nuestro.

    El hijo de Moblay Sopsirk se acercó al estante donde estaba guardado el tablero de guerra.

    —Si hoy no podemos salir, Radnal, ¿quieres jugar la partida que no jugamos anoche?
    —Quizás en otro momento, ciudadano gez Sopsirk —dijo el guía turístico, convirtiendo el nombre de Moblay en el equivalente tarteshano más aproximado. Tal vez el hombre de piel marrón entendería la indirecta y le hablaría con un poco más de formalidad. Pero Moblay no parecía tener facilidad para captar indirectas, como lo atestiguaban sus avances sobre Evillia y esta sugerencia, todavía más extemporánea, de jugar una partida.

    El Ojos y Oídos regresó del establo sin traer la solución de la muerte de Dokhnor. Por sus comentarios en voz baja a sus amigos, se notaba que estaba feliz de haber logrado escapar vivo de ese cobertizo lleno de bestias depravadas. Los empleados del Parque Foso trataron de ocultar las risas. Incluso algunos turistas, solo dos días más acostumbrados a los asnos que el Ojos y Oídos, se rieron de su alarma.

    Algo que estaba en el tejado hizo jig-jig-jig con una voz fuerte y estridente. El Ojos y Oídos que se había aventurado a los establos dio un respingo, nervioso. Peggol gez Menk volvió a levantar la ceja.

    —¿Qué es eso, ciudadano gez Krobir?
    —Un pájaro koprit —dijo Radnal—. Casi nunca ensartan gente en las espinas de los arbustos.
    —¿Ah, no? Es bueno saberlo. —La tos seca de Peggol hizo las veces de risa.

    La comida del mediodía consistió en paquetes de raciones. Radnal le lanzó una mirada preocupada a Liem gez Steries: debido a las bocas adicionales para alimentar que había ahora en la hostería, las raciones se acabarían antes de lo planeado. Comprendiendo esa mirada, Liem dijo:

    —Si es necesario, traeremos más por aire desde el puesto de la milicia.
    —Bien.

    Además, Peggol gez Menk y Liem gez Steries pasaban la mayor parte del tiempo al radiófono. Radnal estaba preocupado por la provisión de energía, pero no mucho. Aunque el generador se quedara sin combustible, las celdas solares se harían cargo de la mayor parte de la demanda. El Parque Foso disponía de abundante luz solar.

    Después de la cena, los milicianos y los Ojos y Oídos extendieron sus sacos de dormir en el suelo de la sala común. Peggol organizó un programa de guardias que le asignaba alrededor de medio diadécimo a cada uno de sus hombres y los de Liem. Radnal también se ofreció como voluntario para hacer guardia.

    —No —respondió Peggol—. Aunque no dudo de su inocencia, ciudadano gez Krobir, usted y sus colegas permanecen bajo sospecha. Si le diéramos un puesto que usted pudiera utilizar de alguna manera para aprovecharse de nosotros, el plenipotenciario morgafano podría protestar.

    Aunque el argumento tenía algún sentido, hizo enojar a Radnal. Se retiró a su cubículo con moderada inquina, se acostó y descubrió que no podía dormir. Las últimas dos noches había estado a punto de hacerlo, pero las visitas de Evillia y Lofosa lo habían interrumpido. Ahora estaba despierto y ellas no aparecían.

    Se preguntó por qué. Ya le habían demostrado que no les importaba quién las mirara mientras hacían el amor. Tal vez consideraban que él era muy tímido para animarse a hacer algo con los milicianos y los Ojos y Oídos del otro lado de su puerta. Unos días antes habrían estado en lo cierto. Ahora, Radnal dudaba. Ellas tomaban con naturalidad tantas cosas con respecto al acto sexual que cualquier otro punto de vista parecía una tontería.

    Cualesquiera fueran sus razones, no aparecieron. Radnal se agitó y dio vueltas en la bolsa de dormir. Pensó en irse a charlar con el tío que estaba de guardia, pero decidió no hacerlo: si lo intentaba, Peggol gez Menk sospecharía que tramaba algo malvado. Ese pensamiento volvió a fastidiarlo y empujó al sueño más lejos que antes. También la furiosa pelea que estaban manteniendo los Martois, respecto a cuál de los dos —Eltsac decía que Nocso, Nocso decía que Eltsac— había perdido la única rascadera que tenían.

    Finalmente, el guía turístico logró dormirse, pues despertó sobresaltado cuando los hombres de la sala común encendieron las luces antes del amanecer. Por un momento, se preguntó por qué estaban allí. Después lo recordó.

    Bostezando, cogió la gorra, se ató el cinturón de la túnica y salió del cubículo. Zosel gez Glesir y un par de turistas ya estaban en la sala común, hablando con los milicianos y los Ojos y Oídos. La conversación se interrumpió cuando Lofosa emergió de su cubículo sin antes vestirse.

    —Qué trabajo difícil debe ser este, el del guía turístico —dijo Peggol gez Menk, sonando como cualquier otra persona que pensaba que los guías no hacían nada salvo revolcarse en las bolsas de dormir de sus turistas.

    Radnal gruñó. En esta excursión no había hecho mucho con Lofosa y Evillia, salvo retozar en una bolsa de dormir. Normalmente no es así, quiso decir. Pero pensó que Peggol no le creería, por lo tanto mantuvo la boca cerrada. Si un Ojos y Oídos no creía algo, comenzaba a escarbar. Si comenzaba a escarbar, no se detenía hasta encontrar lo que estaba buscando, sin importar si lo que buscaba realmente existía o no.

    El guía y Zosel fueron a buscar los paquetes de desayuno. Cuando regresaron, ya todos se habían levantado y Evillia había logrado distraer a algunos de los hombres para que no miraran a Lofosa.

    —Aquí tiene, ciudadana —le dijo Radnal a Toglo zeg Pamdal cuando llegó a ella.

    Nadie le prestaba demasiada atención a Toglo; era solo una mujer tarteshana oculta bajo una túnica tarteshana, no una ramera extranjera que no llevaba nada puesto. Radnal se preguntó si eso le fastidiaba. Según su experiencia, a las mujeres no les agradaba que las ignoraran.

    Si Toglo estaba cansada no lo demostraba.

    —Confío en que haya dormido bien, ciudadano gez Krobir —le dijo ella. Ni siquiera miró a Evillia y Lofosa. Si con ese saludo le había querido decir algo más, tampoco dio señales de ello… cosa que a Radnal le cayó muy bien.
    —Sí. Confío en que usted también —le respondió.
    —Bastante bien —dijo ella—, aunque no tan bien como antes de que asesinaran al morgafano. Lástima que ahora ya no pueda hacer bocetos… tenía talento. Que la Diosa le conceda viento, tierra y agua en el mundo por venir. Eso es lo que piden los isleños en sus oraciones, ¿verdad?
    —Creo que así es, sí —dijo Radnal, aunque sabía muy poco de las formalidades religiosas de Morgaf.
    —Me alegro de que hayáis acordado continuar con la excursión, a pesar de la mala fortuna que le sobrevino al morgafano, Radnal gez —dijo ella—. A él no lo perjudica en nada y las Tierras del Fondo son fascinantes.
    —Así es, ciudada… —comenzó Radnal. Después calló, la miró fijo y pestañeó. Toglo no había empleado el trato formal, sino el grado medio de cortesía tarteshana, que implicaba que ella sentía que lo conocía un poco y no lo desaprobaba. Considerando lo que había visto en el campamento de la primera noche, todo ello constituía un milagro menor. Radnal sonrió y le devolvió el privilegio—. Pienso lo mismo, Toglo zeg.

    Alrededor de un décimo de diadécimo después, mientras él y Fer llevaban los paquetes de ración vacíos al recipiente de residuos, el otro empleado del Parque Foso lo codeó en las costillas y le dijo:

    —Tienes a todas las mujeres detrás de ti, ¿eh, Radnal gez? Radnal le devolvió el codazo, más fuerte.
    —Tírate al Lago Amargo, Fer gez. Este grupo no me da más que problemas. Además, Nocso zeg Martois me considera parte del mobiliario.
    —A ella no la querrías —replicó Fer, con una risa entrecortada—. Es que estoy celoso.
    —Lo mismo que dijo Moblay —contestó Radnal. Que alguien se sintiera celoso de él por ser sexualmente atractivo era una noción nueva que no le importaba. Según los parámetros tarteshanos, atraer la atención de semejante manera era levemente indecoroso, como si uno hubiese hecho fortuna al margen de la ley. Pero a Evillia y Lofosa no les molestaba: ellas se regodeaban con esa circunstancia. «Bueno —se preguntó— ¿realmente quieres ser como Evillia y Lofosa, sin importar lo apetitosos que sean sus cuerpos?» Resopló por la nariz—. Volvamos adentro para poner en movimiento a mi gente.

    Después de dos días de práctica, los turistas pensaban que ya eran jinetes expertos. Montaron los asnos y Radnal tuvo pocas dificultades para guiarlos fuera de los establos. Peggol gez Menk parecía casi tan aprensivo como su secuaz encargado de revisar el establo. Se levantó la túnica blanca como si temiera ensuciársela.

    —¿Espera que yo monte una de estas criaturas? —dijo.
    —Fue usted el que quiso venir con nosotros —contestó Radnal—. No tiene que montar; le queda la posibilidad de caminar a nuestro lado.

    Peggol lo miró encendidamente.

    —Gracias, no, ciudadano gez Krobir. —Definitivamente, no dijo «Radnal gez»—. ¿Sería tan amable de mostrarme cómo ascender a una de estas montañas ambulantes?
    —Por cierto, ciudadano gez Menk. —Radnal montó un asno, desmontó, volvió a montar. El asno le dedicó una mirada cetrina, como pidiéndole que se decidiera. Volvió a desmontar e interpretó el resoplido que vino después como el equivalente asnal de un encogimiento de hombros. Le dijo a Peggol—: Ahora inténtelo usted, ciudadano.

    A diferencia de Evillia y Lofosa, el Ojos y Oídos logró imitar los movimientos de Radnal sin que hiciera falta que el guía lo cogiera de la cintura («Muy conveniente», pensó Radnal, puesto que Peggol no era terso y flexible como las chicas Cabezas Altas).

    —Cuando regrese a Tarteshem, ciudadano gez Krobir, me limitaré exclusivamente a los motores —dijo Peggol.
    —Cuando voy a Tarteshem, ciudadano gez Menk, yo hago lo mismo —respondió Radnal.

    El grupo partió un diadécimo después del alba, no tan temprano como Radnal deseaba, pero, dadas las distracciones del día anterior, era lo mejor que podía esperar. Los condujo hacia el sur, rumbo a las tierras bajas del corazón del Parque Foso. Debajo del sombrero de paja, el hijo de Moblay Sopsirk ya estaba sudando copiosamente.

    Algo se deslizó a saltos y se escondió debajo de las carnosas hojas de un tártago del desierto.

    —¿Qué fue lo que casi vimos allí, ciudadano? —preguntó Golobol. Radnal sonrió ante la frase del médico.
    —Era una rata de arena. Es miembro de la familia de los jerbos, especialmente adaptada para alimentarse de plantas suculentas que concentran sal en su follaje. Las ratas de arena son muy comunes en las Tierras del Fondo. En las zonas donde hay suficiente agua para la irrigación agrícola se las considera una plaga.

    Moblay dijo:

    —Hablas como si supieras mucho de ellas, Radnal.
    —No tanto como me gustaría, ciudadano gez Sopsirk —respondió Radnal, todavía intentando convencer al lissonés de que dejara de ser tan grosero—. Las estudio cuando no estoy trabajando de guía turístico.
    —Yo odio a las ratas de toda clase —dijo rotundamente Nocso zeg Martois.
    —Oh, no sé —dijo Eltsac—. Algunas ratas son bonitas. —Los dos Martois comenzaron a discutir. Todos los ignoraron.
    —Mmm. Figuraos, pasarse la vida estudiando ratas —dijo Moblay.
    —¿Y cómo se gana usted la vida, ciudadano? —retrucó Radnal.
    —¿Yo? —De nariz chata, la cara de Moblay, oscura y tersa, era diferente de la de Radnal en todos los aspectos. Pero el guía turístico reconoció la máscara de expresión neutra que apareció en ella durante un segundo: la expresión de un hombre que tiene algo que esconder—. Como te dije, soy auxiliar de mi Príncipe, largos años de vida se le concedan. —Ya lo había mencionado, recordó Radnal. Hasta podía ser cierto, pero de pronto estaba convencido de que esa no era toda la verdad.

    A Benter gez Maprab no le importaba en absoluto la rata del desierto. El espinoso tártago bajo el cual se ocultaba, en cambio, sí le interesaba. Dijo:

    —Ciudadano gez Krobir, quizás podría explicarme la relación entre las plantas que hay aquí y los cactus de los desiertos del Continente Doble.
    —No hay ninguna relación que explicar. —Radnal le dedicó al anciano Cejas Fuertes una mirada de pocos amigos. «Tratas de hacerme quedar mal delante de todos, ¿verdad?», pensó. Luego continuó—. Las semejanzas se deben a que se adaptaron a ambientes similares. Eso se llama evolución convergente. Apenas uno las corta, se aprecia que no tienen relación: los tártagos poseen una savia espesa y blanca, mientras que la de los cactus es transparente y acuosa. Las ballenas y los peces también se parecen bastante, pero es porque viven en el mar, no porque sean de la misma familia.

    Benter se hundió en el lomo del asno. Radnal tuvo ganas de pavonearse como si hubiese derrotado a un escuadrón de comandos de infantería morgafanos y no a ese querelloso anciano tarteshano.

    Algunas de las espinas del tártago del desierto alojaban jerbos, un par de saltamontes, una lagartija excavadora y otras pequeñas criaturas, todas muertas.

    —¿Quién las puso a secar? —preguntó Peggol gez Menk.
    —Un pájaro koprit —respondió Radnal—. La mayoría de las aves carnívoras guardan en una despensa las cosas que han cazado pero que aún no se han comido.
    —Ah. —Peggol pareció desilusionado. Tal vez tenía la esperanza de que alguna persona del Parque Foso se divirtiera atormentando a los animales, para poder salir a perseguir al malvado.

    Toglo zeg Pamdal señaló a la lagartija ensartada, que parecía haber pasado un buen período al sol.

    —¿Se comen cosas que están tan secas, Radnal gez?
    —No, probablemente no —dijo Radnal—. Al menos, yo no lo haría. —Después de ganarse unas breves risas, continuó—: La despensa de un pájaro koprit no contiene solo lo que tiene intención de comerse. También es una exhibición, destinada a los demás koprits. Esto sucede especialmente en la época de reproducción… es como si los machos les dijeran a sus posibles parejas: «Mirad qué buen cazador soy». Los koprits no solo exhiben los animales vivos que han cazado. He visto despensas con gran acumulación de trozos de hilo brillante, alambres, relucientes pedazos de plástico y una vez, incluso, colgada de las espinas, vi una vieja dentadura postiza.
    —¿Dentadura postiza? —Evillia miró de reojo a Benter gez Maprab—. Algunos de nosotros debemos preocuparnos más que otros.
    —Varios turistas lanzaron risotadas ahogadas. Hasta Eltsac rio. Benter miró a la muchacha Cabeza Alta echando fuego por los ojos. Ella lo ignoró.

    En el cielo, a gran altura, casi demasiado pequeñas para ser vistas, había un par de manchas negras que se movían. Cuando Radnal las señaló al grupo, una tercera mancha se les unió.

    —Otro optimista emplumado —dijo—. Esta es una región maravillosa para los buitres. Las corrientes térmicas del Fondo les permiten planear sin que les represente ningún esfuerzo. Están esperando que un asno, o alguno de nosotros, se desmaye, se desplome y muera. Entonces tendrán su festín.
    —¿Qué comen cuando no encuentran turistas? —preguntó Toglo zeg Pamdal.
    —Camellos desgibados, jabalíes o cualquier otra cosa muerta que detecten —dijo Radnal—. La única razón por la que no hay más buitres es que el terreno es demasiado yermo para dar sustento a muchos herbívoros de cuerpo grande.
    —He visto regiones donde no es así —dijo el hijo de Moblay Sopsirk—. En Duvai, al este de la Tierra de Lisson, las manadas pasean por las praderas casi igual a como lo hacían en los días anteriores a la humanidad. Durante los últimos cien años, sin embargo, la caza los ha esquilmado. Eso dicen los duvainos, al menos; yo no estuve presente.
    —Escuché lo mismo —estuvo de acuerdo Radnal—. Aquí no es así. Hizo una seña para demostrar lo que quería decir. Las Tierras del Fondo eran muy calurosas y secas para disfrutar de una cubierta de pasto. Desparramados en la planicie, había diversas variedades de carnosos tártagos, algunos espinosos, otros lustrosos de cera para mantener en un mínimo la pérdida de agua. Compartiendo el paisaje con ellos, había arbustos de apariencia disecada… pimpinelas con espinas, adelfas, pequeñas plantas de olivo del Fondo (demasiado pequeñas para considerarlas árboles).

    En las sombras, se amontonaban otras plantas más reducidas alrededor de la base de las más grandes. Radnal sabía que por todas partes había semillas esparcidas, a la espera de las poco frecuentes lluvias. Pero la mayor parte del suelo era tan árido como si el mar hubiese desaparecido el día anterior y no cinco millones y medio de años atrás.

    —Quiero que todos bebáis mucha agua —dijo Radnal—. En climas como este uno suda más de lo que os imagináis. Hemos cargado bastante en los asnos y volveremos a llenar los odres esta noche, cuando regresemos a la hostería. No seáis tímidos… la insolación puede mataros si no tenéis cuidado.
    —No es muy satisfactorio beber agua tibia —rezongó Lofosa.
    —Lo siento, ciudadana, pero el Parque Foso no tiene los recursos necesarios para que transportemos un refrigerador según nuestra conveniencia —dijo Radnal.

    A pesar de las quejas de Lofosa, ella y Evillia bebieron regularmente. Radnal se rascó la cabeza, preguntándose cómo era posible que esas chicas krepalganas pudieran parecer tan imbéciles, pero siguieran cometiendo torpezas sin llegar a meterse en ningún problema serio.

    Evillia, incluso, había traído algunos paquetes de saborizador, de modo que mientras todos los demás tragaban agua a la temperatura de la sangre, ella bebía jugo de frutas a la temperatura de la sangre. Los cristales, además, también teñían el agua del color de la sangre. Radnal decidió que podía arreglárselas sin ellos.

    Llegaron al Lago Amargo poco antes del mediodía. Era más un pantano de sal que un lago; el río Dalorz, cayendo de la antigua plataforma continental, no volcaba suficiente agua para mantener lleno el lecho del lago y superar la tremenda evaporación de las Tierras del Fondo, eternamente calurosas, eternamente secas. Los blancos panes de sal refulgían alrededor de los charcos y los parches de lodo.

    —No permitáis que los asnos coman nada por aquí —advirtió Radnal—. El agua deja al descubierto la capa de sal subterránea, que asoma a la superficie. Hasta las plantas del Fondo tienen problemas para adaptarse.

    Era enfáticamente cierto. A pesar de la ausencia de agua que se apreciaba en cualquier parte del Parque Foso, el paisaje que rodeaba al Lago Amargo era más árido todavía, incluso para los parámetros de las Tierras del Fondo. La mayor parte de las pocas plantas que se esforzaban por crecer eran diminutas y raquíticas.

    Benter gez Maprab, cuyo único interés parecía ser la horticultura, señaló una de las excepciones.

    —¿Qué es eso? ¿El fantasma de una planta abandonada por los dioses?
    —Tiene ese aspecto —dijo Radnal: el arbusto tenía ramas y hojas flacas, casi esqueléticas. Más que verdes, era blancas, con destellos que irisaban su superficie cuando las agitaba la brisa—. Es un arbusto de sal, y se encuentra solamente en los alrededores del Lago Amargo. Deposita la sal, que recoge del agua subterránea en forma de cristales, en todas sus partes ubicadas por encima del suelo. Así se logran dos cosas: librarse de la sal y, gracias a la cubierta reflectora, hacer descender la temperatura efectiva de la planta.
    —Probablemente, también evita que devoren el arbusto con mucha frecuencia —dijo Toglo zeg Pamdal.
    —Sí, pero con un par de excepciones —dijo Radnal—. Una es el camello desgibado, que tiene sus propios métodos para librarse del exceso de sal. La otra es mi amiguita, la rata de arena, aunque prefiere los tártagos del desierto, que son más jugosos.

    La mujer Cejas Fuertes miró a su alrededor.

    —Una de las cosas que esperaba ver al bajar aquí, la primera vez y ahora, era una gran cantidad de lagartijas, serpientes y tortugas. No las he visto y eso me intriga. Suponía que las Tierras del Fondo debían ser el lugar perfecto para que vivieran las criaturas de sangre fría.
    —Si observas al alba y en el crepúsculo, Toglo zeg, verás muchas. Pero no al calor del día. «Criaturas de sangre fría» no es una denominación muy buena para los reptiles: tienen una temperatura corporal variable, no una temperatura constante, como las aves y los mamíferos. Entran en calor echándose al sol y se enfrían apartándose de él al mediodía. Si no lo hicieran se asarían.
    —Sé cómo deben de sentirse. —Evillia se pasó una mano por la espesa cabellera oscura—. Pueden clavarme un tenedor y no lo sentiría, porque estoy completamente muerta.
    —No es para tanto —dijo Radnal—. Estoy seguro de que la temperatura está por debajo de los 50 centésimos, y puede subir por encima de 50. Y el Parque Foso no abarca los sectores más profundos de las Tierras del Fondo. Bajando otro par de miles de codos, las temperaturas extremas llegan a estar por encima de los 60.

    Los que no eran tarteshanos gimieron. También Toglo zeg Pamdal y Peggol gez Menk. Tarteshem tenía un clima relativamente templado: la temperatura pasaba de 40 centésimos únicamente en el lapso que iba desde el final de la primavera hasta el comienzo del otoño.

    Con mórbida curiosidad, el hijo de Moblay Sopsirk dijo:

    —¿Cuál es la temperatura más alta registrada en toda la historia de las Tierras del Fondo?
    —Poco más de 66 —dijo Radnal. Los turistas volvieron a gemir, más fuerte.

    Radnal encabezó la hilera de asnos en la marcha alrededor del Lago Amargo. Tuvo cuidado de no acercarse demasiado a la escasa agua que de hecho había en el lago en esta época del año. A veces se formaban costras de sal sobre el lodo; los cascos de los asnos podían atravesarlas, atrapando al animal y cortándole las patas con sus bordes duros y afilados.

    Después de un rato, el guía turístico preguntó:

    —¿Ya habéis tomado todas las fotos que queríais? —Cuando nadie lo negó, dijo—: Entonces emprenderemos el regreso a la hostería.
    —Espere. —Eltsac gez Martois señaló hacia el Lago Amargo—. ¿Qué son esas cosas que están allá?
    —No veo nada, Eltsac —le dijo su esposa—. Debes estar viendo un… cómo se dice… un espejismo. —De mala gana, un segundo después, dijo—: Ah.
    —Es una manada de camellos desgibados —dijo Radnal tranquilamente—. Tratad de no asustarlos.

    La manada era reducida: un par de machos de largo cuello, con una decena de hembras más pequeñas y algunas crías que parecían no poseer más que patas y torpeza. A diferencia de los asnos, deambulaban sobre la costra, por la superficie del Lago Amargo. Sus cascos eran anchos y blandos, y se estiraban bajo su peso, evitando que cayeran.

    Un macho hacía guardia mientras el resto de la manada bebía de un charco de agua lleno de espumarajos. Golobol pareció angustiarse.

    —Ese líquido horrible seguramente los va a envenenar —dijo—. Yo no lo bebería ni para salvar la vida. —Su redondo rostro marrón se retorció de asco.
    —Si lo bebiera, sus días terminarían más rápido. Pero los camellos desgibados han evolucionado junto con las Tierras del Fondo y sus riñones son maravillosamente eficientes para la tarea de filtrar grandes cantidades de sal.
    —¿Por qué no tienen joroba? —preguntó Lofosa—. Los camellos de Krepalga tienen joroba. —Por el tono en que lo dijo, quedaba claro que, para ella, lo normal era lo estaba acostumbrada a ver.
    —Sé que los camellos de Krepalga tienen giba —dijo Radnal—. Pero los camellos de la mitad sur del Continente Doble no la tienen y tampoco estos de aquí. Con respecto a las bestias del Fondo, creo que la clave es que cualquier bulto de grasa, y eso es precisamente una joroba, resulta un impedimento a la hora de librarse del calor.
    —En los días anteriores a los motores solíamos montar camellos krepalganos —dijo Evillia—. ¿Alguna vez han domado a los desgibados?
    —Es una buena pregunta —dijo Radnal, sonriendo alegremente para esconder su sorpresa al escucharla formular una buena pregunta—. Lo han intentado varias veces, en realidad. Hasta ahora nunca ha funcionado. Son demasiado tercos para obligarles a hacer lo que quiere el ser humano. Si los hubiésemos domesticado, estarías montada en uno de ellos en lugar de sobre un asno; son más apropiados para el terreno de esta zona.

    Toglo zeg Pamdal le rascó las orejas a su animal.

    —También son más feos que los asnos.
    —Ciudadana… eh… Toglo zeg, no puedo discutírtelo —dijo Radnal—. Son más feos que cualquier otra cosa que se me ocurra y tienen un carácter a juego con su fealdad.

    Como insultados por las palabras que no podían haber escuchado, los camellos desgibados levantaron la cabeza y se alejaron al trote del Lago Amargo. Sus lomos subían y bajaban, subían y bajaban, siguiendo el ritmo del balanceo de su marcha.

    —A veces, en Krepalga —dijo Evillia—, a los camellos se les llama «barcas del desierto». Ahora veo por qué: me parece que cabalgar en uno de ellos me daría náuseas.

    Los turistas rieron. También Radnal. Hacer un chiste en un idioma que no era el de Evillia requería algo de cerebro. ¿Entonces por qué, se preguntó Radnal, se comportaba como una cabeza hueca? Pero se encogió de hombros; había visto a mucha gente con cerebro haciendo cosas de una estupidez imponente.

    —¿Por qué los camellos no acaban con todo el forraje del Parque Foso? —preguntó Benter gez Maprab. Lo dijo como si su preocupación fuera por las plantas, no por los camellos.
    —Cuando las manadas se vuelven muy grandes para los recursos del Parque, eliminamos algunos ejemplares —contestó Radnal—. Este ecosistema es frágil. Si permitimos que se desequilibre tardará mucho tiempo en recuperarse.
    —¿Quedan manadas de desgibados salvajes fuera del Parque Foso, Radnal gez? —preguntó Toglo.
    —Algunas pequeñas, en zonas de las Tierras del Fondo que son muy estériles para que las habite la gente —dijo el guía turístico—. No muchas, sin embargo. En ocasiones, introducimos en estas manadas nuevos machos para aumentar la diversidad genética, pero provienen de jardines zoológicos, no son salvajes. —La manada se alejó rápidamente, escudada de la vista por el polvo que levantaba—. Me alegro de que hayamos tenido la oportunidad de verlos, aunque sea a distancia. Es por esa razón que los dioses inventaron las lentes de largo alcance para las cámaras. Pero ahora debemos retornar a la hostería.

    El viaje de regreso, hacia el norte, le resultó a Radnal curiosamente irreal. Aunque Peggol gez Menk cabalgaba entre los turistas, estos parecían fingir con todas sus fuerzas que Dokhnor de Kellef no había muerto, que estas eran unas vacaciones comunes y corrientes. Siempre quedaba la alternativa de mirar por encima del hombro, recordando que la persona que uno tenía al lado podía ser un asesino.

    La persona que uno tenía al lado era un asesino. Quienquiera que fuese, no parecía diferente de los demás. Eso era lo que preocupaba a Radnal más que cualquier otra cosa.

    Hasta echaba a perder el placer de hablar con Toglo zeg Pamdal. Le resultaba difícil imaginársela como una asesina, pero lo mismo le ocurría con respecto a cualquier otra persona del grupo… salvo Dokhnor de Kellef, que ya estaba muerto, y los Martois, que posiblemente tenían deseos de asesinarse mutuamente.

    Había llegado al punto donde podía decir «Toglo zeg» sin el prefacio de un «eeeh…». De veras quería preguntarle (pero no tenía el coraje) cómo hacía para tolerarlo después de haberlo visto jugueteando con las dos jóvenes Cabezas Altas. Los tarteshanos muy rara vez tenían buen concepto de los que hacían libre uso de su cuerpo.

    También se preguntaba qué hacer si Evillia y Lofosa acudían a su cubículo esa noche. Las echaría fuera, decidió. Dar mal ejemplo ante un grupo turístico era una cosa; dar el mal ejemplo ante la Milicia del Parque y los Ojos y Oídos era otra. Aunque lo que ellas hacían era tan buen ejemplo… Tal vez no las echaría fuera. Se golpeó la rodilla con el puño, irritado ante su propia debilidad carnal.

    La hostería estaba a solo un par de miles de codos de distancia cuando su asno resopló y clavó las patas en el suelo.

    —¡Terremoto!

    La palabra ascendió en tarteshano y en otros idiomas. Radnal sintió que la tierra se sacudía debajo de él. Observó y se maravilló ante los Martois, abrazándose uno al otro, aún montados sobre sus asnos.

    Después de lo que pareció un diadécimo, pero tuvo que ser un intervalo muy corto, las sacudidas cesaron. Justo a tiempo, además: el asno de Peggol gez Menk, presa del pánico por el temblor, estaba a punto de corcovear y arrojar al Ojos y Oídos sobre un espino. Radnal tomó las riendas del animal y lo calmó.

    —Gracias, ciudadano gez Krobir —dijo Peggol—. Fue muy desagradable.
    —Usted no colaboró mucho al soltar las riendas —le dijo Radnal—. Si estuviera en un motor, ¿no habría seguido sujetando el timón?
    —Supongo que sí —dijo Peggol—. Pero si estuviera en un motor, el motor no trataría de salir corriendo por su cuenta.

    El hijo de Moblay Sopsirk miró hacia el oeste, a las Montañas Barrera.

    —Este fue peor que el de ayer. Tuve miedo de ver al Océano Occidental volcándose sobre nosotros, con una ola tan grande como la melena del Dios León.
    —Como os dije antes, no es una posibilidad por la que debáis preocuparos —dijo Radnal—. El terremoto tendría que ser muy fuerte, y producirse exactamente en el peor lugar, para perturbar a las montañas.
    —Claro que sí. —Moblay no sonó muy aliviado.

    Radnal desechó su preocupación con el leve desdén que se siente cuando alguien reacciona exageradamente ante un peligro al que uno está acostumbrado. En el Continente Doble había tormentas de viento inmensas y mortales. Radnal estaba seguro de que cualquiera de esas tormentas lo enfermaría de miedo. Pero los stekianos probablemente las enfrentaban con calma, igual que él no perdía el sueño por los terremotos.

    El sol se fue hundiendo hacia las cumbres de las Montañas Barrera. Como ensangrentados por el pinchazo de sus picos, los rayos se pusieron más rojos, a medida que las sombras de las Tierras del Fondo se alargaban. También refulgían de rojo el vidrio, el metal y el plástico de los helis ubicados entre la hostería y los establos. Al contemplarlos, Radnal volvió al aquí y ahora. Se preguntó cómo les habría ido a los milicianos y a los Ojos y Oídos en la búsqueda de pistas.

    Salieron cuando se aproximaba el grupo de turistas. Con sus túnicas a manchas, de color tostado, los milicianos eran casi invisibles contra el desierto. Los Ojos y Oídos, de blanco, dorado y cuero legítimo, podrían haber sido avistados desde una distancia de diez mil codos o desde las montañas de la luna.

    Liem gez Steries saludó a Radnal con la mano.

    —¿Hubo suerte? ¿Tenéis al asesino amarrado con una cuerda rosada?
    —¿Ves alguna cuerda rosada? —Radnal se volvió para quedar de frente al grupo y levantó la voz—. Vamos a atender a los asnos. No pueden atenderse solos. Cuando hayan comido y bebido, podremos preocuparnos por nosotros. —«Y por todo lo demás que ha estado sucediendo», agregó para sí mismo.

    Los turistas estaban más callados que el día anterior; se estaban convirtiendo en curtidos jinetes. El pobre Peggol gez Menk, en cambio, caminaba con las piernas abiertas, en esa postura que a menudo se observa en las víctimas de raquitismo.

    —Estaba pensando en tomarme el día libre a partir de ayer —dijo en tono fúnebre—. Ojalá su llamada la hubiera atendido algún otro.
    —Tal vez se le hubiera presentado una misión mucho peor —dijo Radnal, ayudándole a desensillar el asno. Por la forma en que movía los ojos de un lado a otro, Peggol le dio a entender que no creía en esa posibilidad.

    Fer gez Canthal y Zosel gez Glesir se acercaron para ayudar a atender a los asnos del grupo. Debajo de las viseras de sus gorras, sus ojos brillaban de excitación.

    —Bueno, Radnal gez, tenemos mucho que contarte —comenzó Fer. Peggol tenía el trasero dolorido, pero su capacidad de razonar aún funcionaba. Hizo un gesto duro y abrupto con la mano.
    —Ciudadano, guárdese sus noticias para un momento más privado. —Con un movimiento más suave, esta vez con la palma hacia arriba, señaló a la gente que todavía se encontraba en el interior del establo—. Alguien puede oír lo que no debe.

    Fer pareció avergonzado.

    —Disculpe, ciudadano; sin duda tiene razón.
    —Sin duda. —El tono de Peggol indicaba que no podía ser de otra manera. Por debajo de la lustrada visera de la gorra, su mirada saltaba de aquí para allá, midiendo a todos y cada uno con el calibre de sus sospechas. Llegó a Radnal y no dio señales de suavizarse. El guía turístico sintió un relámpago de resentimiento; luego se aplacó. Él sabía que no había matado a nadie, pero el Ojos y Oídos no.
    —Voy a encender la fogata —dijo Fer.
    —Buena idea —dijo Eltsac gez Martois al pasar junto a ellos—. Tengo tanta hambre que me comería uno de esos camellos desgibados, crudo y sin sal.
    —Podemos hacer algo mejor —dijo Radnal. Advirtió la mirada de «¿Qué le dije?» que Peggol le dedicó a Fer gez Canthal: si un turista podía oír una conversación casual, ¿por qué no otra?

    Liem gez Steries recibió a Peggol con un saludo militar formal que no alcanzaba a usar cinco veces por año: su cuerpo adquirió una rigidez de tétanos, al tiempo que alzaba la mano derecha hasta que la punta del dedo medio rozó la visera de la gorra.

    —Ciudadano, mis saludos. Habíamos escuchado hablar de las habilidades de los Ojos y Oídos del Tirano Hereditario, pero hasta ahora nunca los había visto en acción. Sus hombres son de primera, y lo que hallaron… —A diferencia de Fer gez Canthal, Liem tuvo la sensatez de cerrar la boca en ese punto.

    Radnal tuvo ganas de arrastrarlo al desierto para sonsacarle lo que sabía. Pero los años de lentas investigaciones lo habían convertido en un hombre paciente. Cenó, cantó, charló sobre el terremoto y lo que había visto en el viaje de ida y vuelta al Lago Amargo. Uno por uno, los turistas fueron en busca de sus sacos de dormir.

    El hijo de Moblay Sopsirk, sin embargo, lo buscó a él para jugar a la guerra. Por cortesía, Radnal aceptó jugar, aunque tenía tantas cosas en mente que estaba seguro de que el hombre marrón de la Tierra de Lisson lo derrotaría. Pero, o bien Moblay también tenía muchas cosas en mente, o bien no era el jugador que creía ser. El juego fue una comedia de equívocos, ante un grupo de espectadores que no cesaban de morderse los labios para contenerse de sugerir a los gritos mejores movimientos. Finalmente ganó Radnal, de una manera para nada artística.

    Benter gez Maprab era uno de los espectadores. Cuando terminó la partida, emitió dos frases que eran, a un tiempo, veredicto y obituario:

    —Qué desperdicio de asesinato. Si el morgafano hubiese visto esto habría muerto solo, de vergüenza. —Levantó la nariz y se alejó taconeando hacia el cubículo dormitorio.
    —Tendremos que probar en otra oportunidad, cuando podamos pensar mejor —le dijo Radnal a Moblay, que asintió con pesadumbre.

    Radnal guardó el tablero y las piezas de guerra. Para entonces, Moblay era el único turista que quedaba en la sala común. Radnal se sentó junto a Liem gez Steries y no frente al lissonés, que estaba instalado en la mesa de juego. Moblay no se dio por aludido.

    Finalmente, Radnal tomó el toro por los cuernos.

    —Perdóneme, ciudadano, pero tenemos mucho que debatir entre nosotros.
    —No se preocupen por mí —dijo Moblay alegremente—. No les entorpezco, espero. Y me interesaría escuchar cómo investigan ustedes, los tarteshanos. Tal vez pueda transmitirle algo útil a mi Príncipe.

    Radnal exhaló por la nariz. Mordiendo las palabras una por una, dijo:

    —Ciudadano gez Sopsirk, usted es sujeto de esta investigación. Para decirlo con brusquedad, tenemos que discutir asuntos que usted no debe oír.
    —También tenemos otras cosas de más peso que discutir —terció Peggol gez Menk—. Recuerde, ciudadano, que no estamos en su principado.
    —Nunca se me ocurrió que temierais que yo fuese el culpable —dijo Moblay—. Yo sé que no lo soy, por lo tanto presumía que vosotros también lo sabíais. Tal vez será mejor que haga el intento de acostarme con las chicas krepalganas, ya que no me parece que Radnal las vaya a usar esta noche.

    Peggol levantó una ceja.

    —¿Las vaya a usar? —Incluyó un mundo de preguntas en una sola palabra. Bajo la caperuza de lana, las orejas de Radnal se pusieron calientes. Por fortuna, se las ingenió para responder a la pregunta con otra pregunta:
    —¿Qué podría tener más peso que enterarnos de quién asesinó a Dokhnor de Kellef?

    Peggol miró de un cubículo dormitorio a otro, como si estuviera preguntándose quién estaría fingiendo dormir.

    —¿Por qué no sale a caminar conmigo, a tomar el fresco aire nocturno? El Sublíder gez Steries puede acompañarnos; estuvo aquí todo el día y puede contarle en persona lo que vio… contarle cosas de las que yo me enteré cuando salí a caminar esta tarde y que podría distorsionar al transmitírselas a usted.
    —Vayamos a caminar, entonces —dijo Radnal, aunque se preguntaba dónde encontraría Peggol gez Menk algo de fresco aire nocturno en el Parque Foso. Los desiertos que estaban por encima del nivel del mar se enfriaban rápidamente cuando se ponía el sol, pero no era lo mismo en las Tierras del Fondo.

    Al salir a la silenciosa oscuridad le dio la impresión de que el aire sí estaba fresco. Radnal, Peggol y Liem caminaron sin decir mucho durante unos doscientos codos. Justo cuando estuvieron fuera del alcance auditivo de la hostería, el miliciano del Parque anunció:

    —Los colegas del ciudadano gez Menk descubrieron un lector de microimpresos entre los efectos del morgafano.
    —¿En serio, por los dioses? —dijo Radnal—. ¿Dónde, Liem gez? ¿Cómo estaba disimulado?
    —Como carboncillo de dibujante. —El miliciano meneó la cabeza—. Pensé que conocía todas las tretas del códice, pero esta es nueva. Ahora, si el plenipotenciario hace mucho escándalo por la pérdida de un ciudadano morgafano en territorio de Tartesh podremos ponerle esto en las narices. Pero este hallazgo es insignificante, al lado de lo que contenía el lector.

    Radnal se le quedó mirando.

    —¿Desatar una guerra con Morgaf es algo insignificante?
    —Lo es, ciudadano gez Krobir —dijo Peggol gez Menk—. Recordará el terremoto de hoy…
    —Sí, y hubo otro ayer, más pequeño —lo interrumpió Radnal—. Aquí ocurren constantemente. Nadie, salvo un turista como el hijo de Moblay Sopsirk, se preocupa por ellos. Se refuerzan los edificios para que no caigan, salvo en el peor de los temblores, y luego cada uno continúa con sus propios asuntos.
    —Muy sensato —dijo Peggol—. Muy sensato bajo la mayoría de las circunstancias, en todo caso. No aquí ni ahora.
    —¿Por qué no? —exigió Radnal.
    —Porque si lo que había en el lector de microimpresos de Dokhnor de Kellef es verdad, lo cual es siempre un interrogante cuando se trata de los morgafanos, alguien está tratando de fabricar un terremoto muy especial.

    Al fruncir el ceño, las espesas cejas de Radnal se unieron por encima de su nariz.

    —Todavía no sé de qué estáis hablando.

    Liem gez Steries inclinó la cabeza hacia Peggol gez Menk.

    —Con su permiso, ciudadano… —Cuando Peggol asintió, Liem continuó hablando—. Radnal gez, a lo largo de los años, alguien ha estado introduciendo ilegalmente en el Parque Foso… las partes necesarias para construir una astrobomba.

    El guía turístico se quedó sin aliento.

    —Es una locura. Si alguien quisiera armar una astrobomba en Tartesh de contrabando, la pondría en el palacio del Tirano Hereditario, no aquí. ¿Qué quieren, hacer volar por los aires a la última manada importante de camellos desgibados del mundo?
    —Tienen en mente mucho más que eso —respondió Liem—. Mira, la bomba está bajo tierra, en una de las fallas geológicas más cercanas a las Montañas Barrera. —El jefe de la milicia se giró para mirar al oeste, hacia los aserrados picos de la joven cordillera.

    La cordillera era el muro de contención del Océano Occidental. La noche estaba templada y seca, pero un sudor frío corrió por la espalda y las axilas de Radnal.

    —Quieren tratar de derrumbar las montañas. No soy geólogo… ¿pueden hacerlo?
    —Solo los dioses lo saben —contestó Liem—. Tampoco soy geólogo, así que no lo sé. Te diré esto: parece que los morgafanos piensan que podría funcionar.

    Peggol gez Menk se aclaró la garganta.

    —El Tirano Hereditario se opone a la investigación en este campo, para evitar que cualquier respuesta positiva caiga en las manos que no corresponden. Por lo tanto, nuestros estudios han sido limitados. Tengo entendido, sin embargo, que se podría obtener ese resultado.
    —Los colegas del ciudadano gez Menk contactaron por radio con un geólogo que tiene fama de ser muy fiable —amplió Liem—. Le informaron de algunas de las cosas que estaban en el lector de microimpresos, como ejercicio teórico. Cuando terminaron de hablar, el tío respondió con la voz de alguien que estuviera a punto de mearse encima.
    —No lo culpo. —Radnal también miró hacia las Montañas Barrera.

    ¿Qué había dicho Moblay? Una ola tan grande como la melena del Dios León. Si las montañas se derrumbaban todas al mismo tiempo, la ola podría llegar hasta Krepalga antes de detenerse. Las muertes, la devastación, serían incalculables. Le tembló la voz cuando dijo:
    —¿Qué haremos al respecto?
    —Buena pregunta —dijo Peggol, seco como siempre—. No sabemos si realmente está aquí, quién la plantó, dónde se encuentra ni si está lista. Aparte de eso, estamos bien.

    La voz de Liem se volvió feroz.

    —Ojalá todos los turistas fueran tarteshanos. Así podríamos interrogarlos tan meticulosamente como hiciera falta para sonsacarles la verdad.

    Meticulosamente, sabía Radnal, era un eufemismo para decir brutalmente. La justicia tarteshana era más pragmática que piadosa, tanto así que aplicársela a los extranjeros pondría tensas las relaciones diplomáticas y hasta podría provocar una guerra. El guía dijo:

    —Ni siquiera podríamos ser apropiadamente meticulosos con nuestra gente, puesto que Toglo zeg Pamdal está entre ellos.
    —Lo había olvidado. —Liem hizo una mueca—. Pero no puedes sospechar de ella. ¿Por qué querría un pariente del Tirano Hereditario destruir el país en el que este ejerce como Tirano Hereditario? No tiene sentido.
    —No sospecho de ella —dijo Radnal—. Quise decir que tendremos que usar la cabeza; no podemos atenernos únicamente a la fuerza bruta.
    —Yo sospecho de todos —dijo Peggol gez Menk de pasada, como si hubiese dicho «qué calor hace esta noche»—. Para ser preciso, también sospecho de la información que encontramos entre los efectos personales de Dokhnor. Puede que la hayan plantado allí para provocar un minucioso interrogatorio a varios turistas extranjeros y provocar un embrollo con sus respectivos gobiernos. Las segundas intenciones de Morgaf no conocen límites.
    —Puede ser, ciudadano, pero ¿podemos atrevernos a correr el riesgo de considerarlo un engaño y no un peligro real? —dijo Liem.
    —Si lo que quiere decir es «¿Nos atreveremos a ignorar el peligro?», la respuesta es no, por supuesto —dijo Peggol—. Pero podría ser un engaño.
    —¿Asesinarían los morgafanos a uno de sus propios agentes con tal de darnos una pista falsa? —preguntó Radnal—. Si Dokhnor estuviese vivo, no tendríamos conocimiento de que este complot estaba en marcha.
    —Podrían hacerlo, precisamente porque esperarían que nosotros dudáramos de que fuesen tan fríos de corazón —contestó Peggol. Radnal pensó que si una mañana amanecía nublado, el Ojos y Oídos debía sospechar que alguien se había robado el sol. Para eso estaban los Ojos y Oídos, pero por eso Peggol era un compañero tan incómodo.
    —Como no podemos interrogar meticulosamente a los turistas, ¿qué vamos a hacer mañana? —dijo Radnal.
    —Seguir como hasta ahora —replicó Peggol con desdicha—. Si cualquiera de ellos comete el más ligero error, justificará el uso de medidas persuasivas adecuadas de nuestra parte. —Ni siquiera un hombre que a veces usaba la tortura en su trabajo se sentía cómodo al pronunciar la palabra en voz alta.
    —Considero que tendremos un problema muy pronto, ciudadano gez Menk… —dijo Radnal.
    —Llámame Peggol gez —interrumpió el Ojos y Oídos—. Estamos juntos en este lío; podemos tratarnos como amigos. Disculpa… continúa.
    —Tarde o temprano, Peggol gez, el grupo de turistas querrá ir al oeste, hacia las Montañas Barrera… y hacia la falla donde puede estar la astrobomba. Si la bomba necesita de algunos toques finales, esa será la mejor oportunidad para el que deba hacerse cargo de ellos. Si es alguien del grupo, por supuesto.
    —¿Cuándo pensaban hacer eso? —Si antes había sonado desdichado, ahora sonaba lúgubre.

    Radnal no le levantó el ánimo.

    —En el itinerario de mañana figuraba el recorrido occidental. Podría cambiarlo, pero…
    —Pero eso alertaría al criminal, si es que hay un criminal, de que sabemos lo que está ocurriendo. Sí. —Peggol se acarició el copete de barba que tenía bajo el labio—. Creo que, de todos modos, será mejor que hagas una modificación, Radnal gez. —Después de haber oído a Radnal usar su nombre de pila con la partícula de cortesía, él podía hacer lo mismo—. Mejor alertar al enemigo que ofrecerle libertad de oportunidades.

    Liem gez Steries comenzó:

    —Ciudadano gez Menk…

    El Ojos y Oídos interrumpió de nuevo:

    —Lo que le dije a Radnal también es válido para ti.
    —Muy bien, Peggol gez —dijo Liem—. ¿Cómo puede ser que Morgaf se haya enterado de este complot contra Tartesh sin que nosotros supiéramos nada? No quiero ser irrespetuoso, te lo aseguro, pero este asunto me concierne. —Hizo un gesto hacia las Montañas Barrera, que de pronto parecían un baluarte mucho menos sólido que antes.
    —La pregunta es legítima y no me siento ofendido. Vislumbro dos respuestas posibles —dijo Peggol, y Radnal tuvo la sensación de que el Ojos y Oídos debía de vislumbrar al menos dos respuestas para todas las preguntas—. Una es que Morgaf puede estar llevando a cabo una acción solapada, para incitarnos contra nuestros otros vecinos, como dije antes. La otra es que el complot es auténtico y que el que lo haya ideado contactó con los morgafanos para que ellos pudieran lanzarse sobre nosotros después de la catástrofe.

    Cada una de esas posibilidades era lógica. Radnal deseó poder elegir una de ellas. Como no podía, dijo:

    —Por ahora no hay mucho que hacer al respecto, así que nos convendría dormir. Por la mañana les diré a los turistas que marcharemos hacia el este, no el oeste. Esa también es una excursión interesante. Hay…

    Peggol levantó la mano.

    —Puesto que lo veré mañana, ¿por qué no mantienes el suspense? —Se retorció de un lado a otro—. No se puede morir por tener las nalgas machacadas, ¿verdad?
    —Nunca me enteré de que sucediera, al menos. —Radnal escondió una sonrisa.
    —Tal vez el mío sea el primer caso y escriban muchos códices médicos. —Peggol se frotó las partes afectadas—. Y tendré que salir a cabalgar de nuevo mañana, ¿eh? Qué desgracia.
    —Si no dormimos algo pronto, nos dormiremos en la montura —dijo Radnal, bostezando—. Deben de ser como un par de diadécimos después del crepúsculo. Pensé que Moblay nunca se iría a su cubículo.
    —A lo mejor es que le gustas, Radnal. —Liem gez Steries canturreó el nombre del guía de una manera que remedaba la forma en que el lissonés insistía en omitir la partícula de cortesía.

    Radnal retrucó:

    —Que te lleven los demonios nocturnos, Liem gez. Qué ideas se te ocurren. —Esperaba que el miliciano también se mofara de él por lo de Evillia y Lofosa, pero Liem lo dejó tranquilo. Se preguntó qué ideas se les habrían ocurrido a las dos muchachas de Krepalga y si las pondrían en práctica con él esa noche. Esperaba que no; como le había dicho a Peggol, necesitaba dormir. Después se preguntó si darle prioridad al sueño antes que al sexo significaba que estaba envejeciendo.

    Si así era, no le importaba, decidió. Junto con Peggol y Liem, regresó a la hostería. Los otros milicianos y Ojos y Oídos les dieron su informe en susurros: todo tranquilo.

    Radnal apuntó una curiosa oreja hacia el cubículo de dormir de Evillia, y luego al de Lofosa, y luego al del hijo de Moblay Sopsirk. No oyó gemidos ni golpes de cascos provenientes de ninguno de los tres. Se preguntó si Moblay no habría hecho su proposición a las krepalganas o si ellas lo habrían rechazado. O acaso si ya habrían retozado y ahora habían vuelto a dormirse. No, eso último no era plausible: los Ojos y Oídos habrían estado sonriendo estúpidamente por lo que habrían visto y oído.

    Volviendo a bostezar, Radnal se encaminó a su propio cubículo, se quitó las sandalias, se desató el cinturón y se acostó. La bolsa de dormir, llena de aire, suspiró debajo de él como una amante. Irritado, meneó la cabeza. Dos noches con Lofosa y Evillia le habían colmado la mente de ideas libidinosas.

    Nuevamente, esperó que lo dejaran en paz. Sabía que sus coqueteos con él ya estaban anotados en el expediente de Peggol gez Menk; que el Ojos y Oídos lo viera juguetear o lo escuchara discutir con ellas cuando las echara no haría mucho por mejorar sus antecedentes.

    Aquellas dos noches había recibido la visita de Evillia y Lofosa cuando estaba a punto de quedarse dormido. Esta noche, nervioso por no saber si vendrían y por todo lo que había oído de Peggol y Liem, permaneció despierto por largo rato, pero las chicas se quedaron en sus cubículos.

    Cayó dormido sin darse cuenta de que lo hacía. Sus ojos se abrieron de golpe cuando un pájaro koprit, desde el tejado, anunció el amanecer con un ronco ¡jig-jig-jig! Necesitó un momento para despertarse por completo, darse cuenta de que había dormido y recordar qué era lo que tenía que hacer esa mañana.

    Se puso las sandalias, se ajustó el cinturón y se encaminó hacia la sala común. La mayoría de los milicianos y Ojos y Oídos ya estaban despiertos. Peggol no; Radnal se preguntó cuánto valdría el saber que roncaba como arma de extorsión. Liem gez Steries le dijo en voz baja:

    —Anoche no asesinaron a nadie.
    —Me alegra saberlo —dijo Radnal, sarcástico y sincero al mismo tiempo. Lofosa salió de su cubículo. Seguía luciendo lo que Radnal suponía que era la ropa de cama de Krepalga, es decir, la piel lisa y llana. Ni un solo pelo de su cabeza estaba desordenado y se había puesto algo en los ojos para hacerlos parecer más grandes y brillantes de lo que realmente eran. Todos los hombres la miraron de arriba abajo, algunos más abiertamente, otros menos.

    Ella le sonrió a Radnal y dijo con una voz de campanas de plata:

    —Espero que anoche no nos hayas extrañado, ciudadano gez Krobir. Nos habríamos divertido tanto como en las otras dos, pero estábamos muy cansadas. —Antes de que Radnal pudiera contestar (habría necesitado un buen rato para encontrar una respuesta), ella salió rumbo al excusado.

    El guía turístico se miró las sandalias, sin atreverse a encontrarse con los ojos de nadie. Oyó unas tosecillas que significaban que los demás tampoco sabían qué decir. Finalmente, Liam observó:

    —Parece que ella te conoce lo bastante bien como para llamarte «Radnal gez».
    —Supongo que sí —masculló Radnal. En términos físicos, Lofosa había tenido con él la intimidad suficiente como para omitir el «gez». Y ella hablaba tarteshano tan bien como para saberlo, además. Se las había arreglado para abochornarlo mucho más al combinar el nombre formal con un mensaje tan familiar. No podía haber encontrado una mejor manera de hacerlo quedar como un tonto aunque hubiese practicado durante seis lunas.

    Evillia emergió de su cubículo vestida, o desvestida, como Lofosa. No le tomó el pelo a Radnal, sino que se dirigió directamente al excusado. Ella y Lofosa se encontraron detrás de los helis. Hablaron un poco antes de que cada una continuara su camino.

    Toglo zeg Pamdal entró en la sala común al mismo tiempo que Lofosa regresaba de afuera. Lofosa miró fijamente a la mujer Cejas Fuertes, como si estuviera desafiándola a hacer algún comentario sobre su desnudez.

    Muchos tarteshanos, especialmente las mujeres, habrían hecho un comentario detallado. Toglo se limitó a decir:

    —Confío en que haya dormido bien, ciudadana. —Por su tono despreocupado, bien podía interpretarse que hablaba con una vecina que no conocía muy bien, pero con la que mantenía buenas relaciones.
    —Sí, gracias. —Lofosa bajó la mirada cuando llegó a la conclusión de que no podía usar sus encantos abundantemente expuestos para provocar a Toglo.
    —Me alegro de oírlo —dijo Toglo, todavía en tono dulce—. No me gustaría que se resfriara estando de vacaciones.

    Lofosa avanzó medio paso y luego se sacudió como si le hubiesen pinchado con un alfiler. Toglo se había dado la vuelta para saludar a las demás personas presentes en la sala común. Por un segundo, tal vez dos, Lofosa mostró los dientes, con una expresión igual a la de un gato de las cavernas lanzando un bufido. Después regresó a su cubículo para finalizar los preparativos para el día.

    —Espero no haberla ofendido… demasiado —le dijo Toglo a Radnal.
    —Creo que te manejaste como una diplomática —respondió él.
    —Mmm —dijo ella—. Dado el estado en que se encuentra el mundo, no sabría decir si eso habla en mi favor. —Radnal no contestó. Considerando lo que había escuchado la noche anterior, el estado en que se encontraba el mundo podía ser peor de lo que Toglo imaginaba.

    Después del desayuno, sus propias habilidades diplomáticas también se vieron desafiadas cuando le explicó al grupo que irían al este en vez de al oeste. Golobol dijo:

    —El cambio de itinerario me resulta de lo más desafortunado, sí. —Su redondeado rostro marrón tenía una expresión funesta.

    Por su parte, a Benter gez Maprab cualquier cambio le resultaba desafortunado.

    —Es un ultraje —profirió con ira—. Cerca de las Montañas Barrera la cubierta herbácea es mucho más rica que la del este.
    —Lo lamento —dijo Radnal, con una interesante mezcla de verdad y mentira: no le importaba fastidiar a Benter, pero prefería no tener que hacerlo por un motivo tan apremiante.
    —No tengo inconveniente en dirigirme al este en lugar de al oeste el día de hoy —dijo Toglo zeg Pamdal—. En lo que a mí respecta, hay muchas cosas interesantes para ver en cualquiera de los dos sitios. Pero me gustaría saber por qué se ha modificado el programa.
    —También a mí —dijo el hijo de Moblay Sopsirk—. Toglo tiene razón… ¿qué están tratando de ocultar, en todo caso?

    Todos los turistas comenzaron a hablar —los Martois a gritar— al mismo tiempo. La reacción de Radnal a lo que había dicho el lissonés fue desear que el Parque Foso se hundiera muchísimo más, es decir, hasta el centro al rojo vivo de la Tierra. Para poder empujar a Moblay a su interior. No solo era un grosero por emplear el nombre de una mujer sin la partícula de cortesía (emplearlo sin autorización, aun con la partícula, ya significaba de por sí tomarse una libertad desmedida), también era un entrometido y un agitador de la chusma.

    Con la mano abierta, Peggol gez Menk golpeó la mesa junto a la cual habían hallado muerto a Dokhnor de Kellef. El estallido del golpe interrumpió la cháchara. En medio del repentino silencio, Peggol dijo:

    —El ciudadano gez Krobir modificó el itinerario a raíz de una sugerencia mía. Ciertos aspectos de este caso de asesinato sugieren que tal curso de acción es el más beneficioso para Tartesh.
    —Con eso no nos dice nada, absolutamente nada. —Ahora Golobol parecía realmente enojado, no solo contrariado por la alteración de la rutina—. Usted usa esas palabras de hermoso sonido, tan resonantes, pero ¿cuál es el significado que esconden?
    —Si le dijera todo lo que desea saber, ciudadano, también se lo estaría diciendo a los que no deben escucharlo —dijo Peggol.
    —¡Puff! —Golobol sacó la lengua. Eltsac gez Martois dijo:
    —Creo que vosotros, los Ojos y Oídos, pensáis que sois pequeños semidioses de latón.

    Pero el pronunciamiento de Peggol aquietó a casi todos los turistas. Desde la aparición de las astrobombas, las naciones se habían vuelto cada vez más ansiosas de guardar sus secretos. A Radnal eso le sentaba tan mal como un gato de las cavernas después de haberse comido una cabra, pero ¿cómo saberlo? Podía haber cosas peores que las astrobombas.

    —Apenas pueda —dijo Radnal—, os prometo que os contaré todo lo posible sobre lo que está ocurriendo. —Peggol gez Menk le dirigió una mirada dura. El Ojos y Oídos no le habría dicho a nadie su propio nombre si hubiese podido evitarlo.
    —¿Qué es lo que está ocurriendo? —repitió Toglo como un eco.

    Como Radnal mismo no tenía la total seguridad, enfrentó el comentario con un silencio digno. Pero dijo:

    —Cuanto más discutamos aquí, menos cosas tendremos la oportunidad de ver, sin importar qué dirección acabemos por elegir.
    —Eso tiene sentido, ciudadano gez Krobir —dijo Evillia. Ni ella ni Lofosa habían protestado por marchar hacia el este y no hacia el oeste.

    Radnal miró al grupo y vio más resignación que indignación. Dijo:

    —Vamos, ciudadanos, vamos a los establos. Hay muchas cosas fascinantes para ver al este de la hostería… y también para escuchar. Está el Refugio de los Demonios Nocturnos, por ejemplo.
    —¡Oh, bien! —aplaudió Toglo—. Como ya he dicho, la última vez que estuve aquí llovió. El guía estaba muy preocupado por las inundaciones repentinas y no nos llevó allí. Quiero ver ese lugar desde que leí el códice de terror de Hicag zeg Ginfer.
    —¿Te refieres a «Piedras de la Perdición»? —La opinión que tenía Radnal acerca del buen gusto de Toglo decayó. Trató de seguir hablando con cortesía—. No es tan exacto como debería serlo.
    —Me pareció una basura —dijo Toglo—. Pero fui compañera de escuela de Hicag zeg y desde entonces somos amigas, así que tuve que leerlo. Y realmente ella logra que el Refugio de los Demonios Nocturnos parezca algo exótico, haya o no alguna brisa de verdad en lo que escribe.
    —Tal vez una brisa… una brisa leve —dijo Radnal.
    —Yo también lo leí. Me resultó muy emocionante —dijo Nocso zeg Martois.
    —El guía piensa que es una bazofia —le dijo su esposo.
    —No dije eso —acotó Radnal. Ninguno de los Martois lo escuchó: disfrutaban mucho más gritándose el uno al otro.
    —Ya basta de brisas. Si debemos hacer esto, al menos hagámoslo —dijo Benter gez Maprab.
    —Como usted diga, ciudadano. —Radnal deseó que el Refugio de los Demonios Nocturnos alojara de verdad demonios nocturnos. Con un poco de suerte, estos arrastrarían a Benter hacia las rocas y ningún miembro del grupo volvería a verlo ni a escucharlo nunca más. Pero cosas tan convenientes solo sucedían en los códices.

    Los turistas estaban mejorando con los asnos. Hasta Peggol parecía menos fuera de lugar sobre el lomo de los animales que el día anterior. Conforme el grupo se alejaba de la hostería, Radnal miró hacia atrás y vio que los milicianos y los Ojos y Oídos avanzaban hacia los establos para revisarlos de nuevo. Se obligó a olvidar la investigación del asesinato y a recordar que era un guía turístico.

    —Como esta mañana hemos partido más temprano, es más probable que veamos a los reptiles y mamíferos pequeños que buscan refugio durante las altas horas de calor —dijo—. Muchos de ellos… —Un repentino flip en el suelo arenoso, unos pocos codos más adelante, lo hizo callar—. ¡Por los dioses, allí hay uno! —Desmontó—. Creo que es una lagartija excavadora.
    —¿Una qué?

    A estas alturas, Radnal ya estaba habituado al coro que escuchaba cada vez que señalaba la presencia de alguno de los habitantes más inusuales de las Tierras del Fondo.

    —Una lagartija excavadora —repitió. Se puso en cuclillas. Sí, con toda seguridad: ahí estaba el señuelo. Sabía que tenía una oportunidad. Si la cogía de la punta de la cola, la lagartija se libraría del apéndice y huiría. Pero si la cogía del pescuezo…

    Así lo hizo. La lagartija se retorció como un pedazo de caucho demente, tratando de zafarse. También evacuó el vientre. Lofosa hizo un ruido desagradable. A Radnal no lo afectaban esas cosas.

    Pasados unos momentos de agonía, la lagartija se dio por vencida y se quedó quieta. Era lo que Radnal había estado esperando. Llevó la lagartija, del tamaño de su palma, hacia el grupo de turistas.

    —Las lagartijas son comunes en todo el mundo, pero la excavadora es la variedad más curiosa. Es el equivalente terrestre de un pez sapo. Mirad… —Golpeteó el carnoso bulto anaranjado que crecía en el extremo del espinazo, de unos dos dedos de largo—. La lagartija se entierra en la arena, con solo el señuelo y la punta de la nariz fuera. Ved cómo se extienden las costillas hacia ambos lados, para hacerla parecer más un reptil rastrero que un animal que vive bajo tierra. Tiene musculatura especializada para que las puntas de esas largas costillas se doblen de una manera que nosotros consideraríamos opuesta a la que corresponde. Cuando se le acerca un insecto, la lagartija le arroja tierra, luego se da vuelta de golpe y lo atrapa. Es una hermosa criatura.
    —Es lo más horrendo que he visto en mi vida —declaró el hijo de Moblay Sopsirk.

    A la lagartija no le interesaba ni una cosa ni otra. Lo miraba con sus ojitos negros como abalorios. Si la variedad sobrevivía otros pocos millones de años —«si las Tierras del Fondo sobrevivían otro par de lunas», pensó Radnal nerviosamente— podía ser que los especímenes futuros perdieran completamente la vista, como ya había ocurrido con otras lagartijas subterráneas.

    Radnal salió del sendero y volvió a colocar a la lagartija en el suelo. Esta se escabulló con una velocidad sorprendente para sus cortas patas. Después de seis o siete codos, pareció fundirse con el suelo. En cosa de unos instantes, solo el señuelo de color anaranjado brillante delataba su presencia.

    —¿Alguna criatura de gran tamaño busca esos señuelos para cazar a las lagartijas? —preguntó Evillia.
    —A decir verdad, sí —dijo Radnal—. Los pájaros koprit distinguen los colores; con frecuencia se ven lagartijas excavadoras ensartadas en sus despensas. Los zorros orejudos nocturnos también se las comen, pero las ubican con el olfato, no con la vista.
    —Espero que ningún pájaro koprit me persiga a mí —dijo Evillia, riendo. Ella y Lofosa vestían túnicas iguales, de color anaranjado rojizo, casi del mismo tono que el señuelo de la lagartija excavadora, con dos filas de grandes botones dorados, y llevaban puestos unos collares rojos de plástico con broches dorados.

    Radnal sonrió.

    —Creo que estaréis a salvo. Y ahora que la lagartija también está a salvo, por el momento, ¿qué tal si vamos…? No, esperad. ¿Dónde está el ciudadano gez Maprab?

    El anciano Cejas Fuertes emergió desde detrás de un espino grande y extenso poco después, atándose el cinturón de la túnica.

    —Lamento la demora, pero pensé en atender la llamada de la naturaleza mientras nos deteníamos aquí.
    —Es que no querría que se extraviara, ciudadano. —Radnal miró fijamente a Benter mientras este volvía a montar el asno. Era la primera vez que oía una disculpa de su boca. Se preguntó si el turista se sentiría bien.

    El grupo cabalgó lentamente hacia el este. Antes de que transcurriera mucho tiempo, la gente comenzó a quejarse.

    —Cada pedazo del Parque Foso tiene exactamente el mismo aspecto que todos los demás —dijo Lofosa.
    —Sí, ¿cuándo veremos algo distinto? —convino el hijo de Moblay Sopsirk. Radnal sospechó que habría estado de acuerdo aunque Lofosa hubiese dicho que el cielo era rosado, con tal de babear tras ella—. Todo es caluroso, llano y seco; hasta los arbustos espinosos son aburridos.
    —Ciudadano, si quería escalar montañas y rodar en la nieve debió irse a otro lado —dijo Radnal—. Eso no es lo que tienen para ofrecer las Tierras del Fondo. En todo el mundo hay montañas y nieve, pero no hay ningún sitio parecido al Parque Foso, en ninguna parte. Y si me decís que este terreno es igual al que vimos ayer cerca del Lago Amargo, ciudadano, ciudadana —miró a Lofosa—, pienso que ambos estáis equivocados.
    —Desde luego que sí —terció Benter gez Maprab—. Esta zona tiene una flora muy diferente de la otra. Fijaos en los tártagos de hojas más anchas, en las adelfas…
    —Son simples plantas —dijo Lofosa.

    Benter se golpeó la cabeza con la mano, escandalizado y consternado. Radnal esperaba que tuviera otro ataque de mal genio, pero se limitó a mascullar algo para sí y se apaciguó.

    Alrededor de un cuarto de diadécimo después, Radnal señaló una mancha gris en el horizonte oriental.

    —Allí está el Refugio de los Demonios Nocturnos. Os prometo que no se parecerá a nada de lo que ya habéis visto en el Parque Foso.
    —Espero que sea interesante, oh sí —dijo Golobol.
    —Me encantó la escena en que los demonios salen al atardecer, con las garras chorreando sangre —dijo Nocso zeg Martois. Su voz se elevó con tembloroso entusiasmo.

    Radnal suspiró.

    —«Piedras de la Perdición» es solo un relato de terror, ciudadana. No vive ningún demonio dentro del Refugio, ni salen al atardecer ni en ningún otro momento. He pasado noches en una bolsa de dormir, a menos de cincuenta codos de la pila de rocas, y sigo vivo, con mi sangre dentro de mi cuerpo, donde debe estar.

    Nocso hizo una mueca. Sin duda, prefería el melodrama a la realidad. Dado que estaba casada con Eltsac, la realidad no debía parecerle demasiado atractiva.

    El Refugio de los Demonios Nocturnos era una pila de granito gris, de unos cien codos de alto, que se cernía sobre el terreno llano del Fondo. Agujeros de todos los tamaños atravesaban el granito. Bajo el sol implacable, las aberturas negras le recordaban a Radnal los ojos de una calavera, mirándolo.

    —Algunos agujeros parecen bastante grandes para que pase una persona gateando —observó Peggol gez Menk—. ¿Alguien los ha explorado?
    —Sí, mucha gente —respondió Radnal—. Sin embargo, nosotros no lo aprobamos, porque, si bien nadie encontró jamás un demonio nocturno, constituyen una guarida privilegiada para víboras y escorpiones. A menudo, también albergan nidos de murciélagos. Ver a los murciélagos salir volando en el crepúsculo para cazar insectos fue, sin duda, lo que ayudó a originar la leyenda sobre este lugar.
    —Los murciélagos viven en todos lados —dijo Nocso—. Hay un solo Refugio de los Demonios Nocturnos porque…

    La brisa, que había soplado con suavidad, de pronto se hizo más fuerte. El polvo se arrastró por el suelo. Radnal se sujetó la gorra. Y de las muchas gargantas minerales del Refugio de los Demonios Nocturnos salieron gemidos ahogados y lamentos que casi le pusieron los pelos de punta por todo el cuerpo.

    Nocso estaba extasiada.

    —¡Ahí tienen! —exclamó—. ¡El grito de los demonios inmortales, buscando liberarse para horrorizar al mundo!

    Radnal se acordó de la astrobomba que podía estar enterrada junto a las Montañas Barrera y pensó en horrores que eran mucho peores que los que podían producir los demonios. Dijo:

    —Ciudadana, como seguramente ya sabe, no es más que el viento, tocando unas flautas mal afinadas. Las rocas más suaves que rodean al Refugio están erosionadas y el propio Refugio ha sufrido el azote de muchas tormentas de arena. Los sectores que no eran tan duros como el resto han desaparecido, lo cual explica cómo y por qué se formaron los orificios. Y ahora, cuando el viento sopla a través de ellos, producen esos sonidos extraños que acabamos de oír.
    —¡Mmm! —dijo Nocso—. Si hay dioses, ¿cómo es posible que no haya demonios?
    —Ciudadana, consúltelo con un sacerdote, no conmigo. —Radnal juraba por los dioses de Tartesh pero, como la mayoría de las personas educadas de su generación, les daba muy poco uso para otras cosas.

    Peggol gez Menk dijo:

    —Ciudadana, la cuestión de la existencia de los demonios nocturnos no necesariamente está relacionada con la cuestión de que deambulen por el Refugio de los Demonios Nocturnos, salvo que, si no hay demonios, no es probable que se encuentren en el Refugio.

    El rostro regordete de Nocso se llenó de furia. Pero lo pensó dos veces antes de contradecir a un Ojos y Oídos. Giró la cabeza y optó por gritarle a Eltsac. Él le devolvió el grito.

    La brisa envolvió a Radnal, formando un remolino a su alrededor y haciendo volar granos de arena contra la cara del guía. Del Refugio de los Demonios Nocturnos emanaron más notas no musicales. Las cámaras hicieron clic.

    —Ojalá hubiese traído un grabador —dijo Toglo zeg Pamdal—. Lo interesante no es la apariencia de este lugar, sino cómo suena.
    —En la tienda de regalos que se encuentra a la entrada del Parque puedes comprar una grabación del Refugio de los Demonios Nocturnos durante una tormenta de viento.
    —Gracias, Radnal gez; quizás lo haga cuando salga. Habría sido todavía mejor, sin embargo, que hubiese podido grabar lo que escucho con mis propios oídos. —La mirada de Toglo se desvió hacia Eltsac y Nocso, que seguían ladrándose mutuamente—. Bueno, parte de lo que escucho.
    —¿Este Refugio de los Demonios Nocturnos estaba en el lecho marino? —dijo Evillia.
    —Así es. Al erosionarse la tierra seca y la sal que lo rodeaban, quedó aquí solo. Imagináoslo como una versión en miniatura de las planicies montañosas que sobresalen de las Tierras del Fondo. En la antigüedad eran islas. En ese entonces, el Refugio, desde luego, estaba debajo de la superficie del mar.

    Y puede volver a estarlo, pensó. Se imaginó a los peces asomándose por los agujeros del viejo granito, a los cangrejos merodeando en su interior para comerse los restos de las serpientes y las ratas de arena. La imagen cobró intensa vida en su mente. Eso le molestó: significaba que tomaba la amenaza en serio.

    Estaba tan enfrascado en sus propios asuntos que necesitó un momento para darse cuenta de que el grupo se había quedado en silencio. Cuando lo advirtió, se apresuró a levantar la vista, preguntándose qué era lo que andaba mal. Desde una altura de un tercio antes de la cima del Refugio de los Demonios Nocturnos, un gato de las cavernas le devolvió la mirada.

    El gato de las cavernas había estado durmiendo dentro de una hendidura hasta que el parloteo de los turistas, seguramente, lo había despertado. Bostezó, mostrando unos colmillos amarillos y una lengua rosada. Después, con firme mirada ambarina, escudriñó a los turistas una vez más, como preguntándose con qué salsa podría comérselos.

    —Alejémonos del Refugio —dijo Radnal en voz baja—. No queremos que piense que estamos amenazándolo. —Era una buena treta, pensó. Si el gato de las cavernas se decidía a atacar, su cañón de mano lo lastimaría (suponiendo que fuera tan afortunado de acertarle), pero no lo mataría. Igualmente, abrió la tapa de la alforja.

    Por una vez, todos los turistas hicieron exactamente lo que se les decía. Ver al gran depredador evocaba miedos que databan de los días en que los simios-hombres apenas estaban aprendiendo a caminar erguidos.

    El hijo de Moblay Sopsirk preguntó:

    —¿Habrá más por aquí? En la Tierra de Lisson, los leones cazan en grupo.
    —No, los gatos de las cavernas son solitarios, salvo durante la época de apareamiento —contestó Radnal—. Ellos y los leones tienen un antepasado común, pero sus hábitos difieren. En las Tierras del Fondo no existen las grandes manadas que hacen que la cacería en grupo resulte una estrategia de supervivencia exitosa.

    Justo cuando Radnal se preguntaba si el gato de las cavernas estaba volviendo a quedarse dormido, este se convirtió en una explosión de movimiento. Con la larga melena marrón al viento, descendió a saltos por la empinada ladera del Refugio de los Demonios Nocturnos. Radnal sacó el cañón de mano de un tirón. Vio que Peggol gez Menk también tenía uno.

    Pero cuando el gato de las cavernas llegó al suelo del Fondo, se alejó a toda carrera del grupo turístico. Su pelaje grisáceo se volvió casi invisible contra el desierto. Las cámaras funcionaron incesantemente. Después, la bestia desapareció.

    —Qué hermoso —resopló Toglo zeg Pamdal. Pasado un momento, se volvió más práctica—. ¿Dónde encuentra agua?
    —No necesita mucha, Toglo zeg —contestó él—. Como otras criaturas de las Tierras del Fondo, aprovecha al máximo la que extrae de los cuerpos de sus presas. Además —dijo, señalando al norte—, hay algunos manantiales pequeños en las colinas. Cuando era legal cazar gatos de las cavernas, la manera preferida de hacerlo era buscar un manantial y echarse a esperar que el animal se acercara a beber.
    —Parece criminal —dijo Toglo.
    —Para nosotros, claro que sí —concordó a medias Radnal—. Pero para un hombre cuyos rebaños hubiesen sido diezmados o cuyo hijo hubiese sido devorado por uno de ellos, era muy natural. Hacemos mal en juzgar al pasado según nuestros parámetros.
    —La mayor diferencia que existe entre el pasado y el presente es que nosotros, los modernos, somos capaces de pecar a mucha mayor escala —dijo Peggol. Tal vez estaba pensando en la astrobomba enterrada. Pero la historia reciente daba cuenta de tantas atrocidades que a Radnal le resultaba difícil estar en desacuerdo.

    Eltsac gez Martois dijo:

    —Bueno, ciudadano gez Krobir, tengo que admitir que valió la pena pagar el precio de la entrada.

    Radnal sonrió; de todas las personas de las que esperaría recibir elogios, Eltsac era la última. Entonces, Nocso exclamó:

    —¡Pero habría sido todavía más emocionante si el gato de las cavernas se hubiese acercado a nosotros y el guía hubiese tenido que disparar!
    —Vaya que sí —coincidió Eltsac—. Me encantaría haberlo filmado. Bueno, reflexionó Radnal, ¿acaso los Martois estaban de acuerdo únicamente cuando los dos estaban equivocados? Dijo:
    —Con el debido respeto, estoy encantado de que el animal se haya ido por otro lado. Odiaría tener que dispararle a una criatura tan singular, y odiaría más aún errar el disparo y herir a alguien.
    —¿Errar? —Nocso pronunció la palabra como si nunca se le hubiese ocurrido. Probablemente así era: los personajes de las historias de aventuras daban en el blanco todas las veces que era necesario.
    —Disparar bien no es fácil —dijo Eltsac—. Cuando me reclutaron en la Guardia de Voluntarios tuve que hacer tres intentos antes de que me autorizaran a coger un rifle.
    —Oh, pero ese eres tú, no un guía turístico —dijo Nocso desdeñosamente—. Él tiene que disparar bien.

    Por encima del indignado bramido de Eltsac, Radnal dijo:

    —Debo deciros que, en todo el tiempo que llevo en el Parque Foso, jamás he disparado un cañón de mano. —No añadió que si le hubieran dado a elegir entre dispararle a un gato de las cavernas y a Nocso, hubiera preferido dispararle a ella.

    Volvió a levantarse viento. El Refugio de los Demonios Nocturnos emitió más sonidos aterradores. Radnal imaginó cómo se habría sentido si hubiese sido un cazador analfabeto, oyendo esos lamentos fantasmales por primera vez. Estaba seguro de que habría ensuciado sus ropas de miedo.

    Pero aun así, había otra cosa que seguía siendo cierta: emitir un juicio según los parámetros del pasado era todavía más tonto cuando el presente ofrecía mejor información. Si Nocso creía en los demonios nocturnos por un motivo no más importante que el haber leído una emocionante historia de terror sobre ellos, solo podía implicar una cosa: que ni siquiera disponía del entendimiento que los dioses les habían concedido a las lagartijas excavadoras. Radnal sonrió. Desde su punto de vista, Nocso no disponía del entendimiento que los dioses les habían concedido a las lagartijas excavadoras.

    —Marcharemos en dirección opuesta a la que tomó el león de las cavernas —dijo por fin—. También permaneceremos muy juntos. Si queréis saber mi opinión, cualquiera que se vaya a pasear por ahí merece que se lo coman.

    Los turistas cabalgaron casi uno encima del otro. En lo que a Radnal concernía, el lado oriental del Refugio de los Demonios Nocturnos no difería mucho del occidental. Pero ya había estado allí decenas de veces. Apenas podía culpar a los turistas por querer conocer lo más que pudieran.

    —Aquí tampoco hay demonios, Nocso —dijo Eltsac gez Martois.

    Su esposa levantó la nariz. Radnal se preguntó por qué seguían casados —a decir verdad, se preguntaba por qué, para empezar, estaban casados— si se agredían de ese modo. Presión de sus agrupamientos familiares, probablemente. No parecía ser un motivo bastante bueno.

    Entonces, ¿por qué él estaba regateando por el precio de la novia con el padre de Wello zeg Putun? Los Putun eran una familia sólida de la aristocracia menor, un buen contacto para un hombre con aspiraciones. No se le ocurría nada que criticarle a Wello, pero ella tampoco lo conmovía demasiado. ¿Wello habría leído «Piedras de la Perdición» sin reconocer que era una basura? Tal vez. Eso le preocupaba. Si quería una mujer para poder conversar, ¿necesitaría después una concubina? Peggol tenía una. Radnal se preguntó si sería feliz. Posiblemente no: Peggol extraía un placer perverso del hecho de no gozar de nada.

    Pensar en Wello hizo que la mente de Radnal se remontara a las dos noches de excesos que había disfrutado con Evillia y Lofosa. Estaba seguro de que no quería casarse con una mujer cuyo cuerpo constituyera su única atracción, pero también dudaba de que fuese acertado casarse con otra cuyo cuerpo no lo atraía. Lo que necesitaba…

    Resopló. Lo que necesito es que una diosa tome forma humana y se enamore de mí… si antes no destruye la confianza en mí mismo al comunicarme que es una diosa. Encontrar una pareja semejante —especialmente por una suma inferior al presupuesto anual de Tartesh— parecía poco verosímil. Tal vez tendría suficiente con Wello, después de todo.

    —¿Regresamos por la misma ruta que usamos para venir? —preguntó Toglo zeg Pamdal.
    —No había planeado eso —dijo Radnal—. Me proponía desviarnos más al sur durante el camino de regreso, para daros la oportunidad de ver una región que aún no habéis atravesado. —No pudo resistirse y añadió—: Sin importar lo parecida a las demás que algunas personas puedan encontrarla.

    El hijo de Moblay Sopsirk puso cara de inocente.

    —Si te refieres a mí, Radnal, me encanta descubrir cosas nuevas. Solo que aquí no me he topado con muchas.
    —Mmm —dijo Toglo—. Yo lo estoy pasando muy bien. Me agradó conocer por fin el Refugio de los Demonios Nocturnos. Entiendo por qué nuestros antepasados creían que allí habitaban unas criaturas espantosas.
    —Estaba pensando exactamente lo mismo hace solo un par de cientos de latidos —dijo Radnal.
    —Qué agradable coincidencia. —Su rostro se iluminó con una sonrisa. Para desilusión de Radnal, no permaneció alegre por mucho tiempo—. Esta excursión es tan maravillosa que no puedo evitar pensar que sería aún mejor si Dokhnor de Kellef todavía estuviese vivo, o al menos si supiéramos quién lo mató.
    —Sí —dijo Radnal. Había pasado gran parte del día echando vistazos de un turista a otro, tratando de decidir quién le había roto el cuello al morgafano. Hasta había intentado sospechar de los Martois. Los había descartado antes, por ser demasiado ineptos para asesinar a alguien sin hacer ruido. Pero ¿y si sus graznidos y bravuconadas fuesen solo para disfrazar sus propósitos tortuosos?

    Su risa estalló, tan seca como la de Peggol gez Menk. No podía creérselo. Además, Nocso y Eltsac eran tarteshanos. No querrían ver arruinado a su país. ¿O se les podría pagar tanto que quisieran destruirlo?

    Nocso miró atrás, hacia el Refugio de los Demonios Nocturnos, justo cuando un pájaro koprit entraba volando en uno de los orificios del granito.

    —¡Un demonio! ¡Vi un demonio! —berreó.

    Radnal volvió a reír. Si Nocso era una espía y una saboteadora, él era un camello desgibado.

    —Vamos —gritó—. Hora de regresar.

    Como había prometido, condujo a los turistas a la hostería por una ruta distinta. El hijo de Moblay Sopsirk quedó poco impresionado.

    —Puede que no sea igual, pero no es muy diferente.
    —¡Oh, tonterías! —dijo Benter gez Maprab—. La flora de aquí es bastante diferenciada de la que observamos esta mañana.
    —Para mí no —dijo Moblay con testarudez.
    —Ciudadano gez Maprab, dado su interés por las plantas de todo tipo, ¿ha sido, por casualidad, estudiante de botánica? —preguntó Radnal.
    —¡Por los dioses, no! —Benter relinchó de risa—. Trabajé en una cadena de viveros y florerías hasta que me jubilé.
    —Ah, ya veo. —Radnal rio también. Con esa experiencia práctica, Benter debía de haber aprendido tanto de plantas como cualquier estudiante de botánica.

    Alrededor de un cuarto de diadécimo después, el anciano tiró de las riendas del asno y desapareció detrás de otro espino.

    —Perdón por demorarlos —dijo al regresar—. Mis riñones no son los mismos de antes.

    Eltsac gez Martois lanzó una risotada.

    —No te preocupes, Benter gez. Un tío como tú sabe que hay que regar las plantas. ¡Ja, ja!
    —Eres más burro que tu asno —retrucó Benter.
    —¡Ciudadanos, por favor! —Radnal calmó a los dos hombres y se aseguró de que cabalgaran bien lejos el uno del otro. No le importaba que se pelearan tres latidos después de haber salido del Parque Foso, pero hasta entonces eran su responsabilidad.
    —A ti no te regalan el sueldo, te lo concedo —observó Peggol—. En mi trabajo me encuentro con muchos tontos, pero no me obligan a ser cortés con ellos. —Bajó la voz—. Cuando el ciudadano gez Maprab se fue detrás de los arbustos, no solo se alivió la vejiga. También se agachó y arrancó algo del suelo. Casualmente, yo estaba del otro lado.
    —¿De veras? Qué interesante. —Radnal dudaba que Benter estuviese involucrado en el asesinato de Dokhnor de Kellef. Pero fugarse con plantas del Parque Foso también era un crimen, un crimen para el que un guía turístico estaba mejor equipado que para tratar con un asesinato—. No haremos nada por ahora. Cuando hayamos vuelto a la hostería, ¿por qué no haces que tus hombres vuelvan a revisar las pertenencias de Benter gez?

    En los ojos de Peggol brilló una expresión divertida.

    —Estás ansioso de que lo hagan.
    —¿Quién, yo? Lo único que podría satisfacerme más sería que fuese Eltsac en vez de él. Pero Eltsac no tiene cerebro en la cabeza, ni en ningún otro lugar de su persona.
    —¿Estás seguro? —Peggol había estado cavilando en los mismos términos que Radnal. Probablemente, también había llegado a las conclusiones correctas antes que Radnal. Formaba parte de su trabajo.

    Pero Radnal le respondió con energía.

    —Si tuviera cerebro, ¿se habría casado con Nocso zeg? —Con eso se ganó una carcajada de Peggol que no sonó seca. Agregó—: Además, lo único que sabe de los arbustos espinosos es que no debe cabalgar a través de ellos, y ni siquiera de eso está seguro.
    —La malicia te sienta bien, Radnal gez.

    Cuando estaban cerca de la hostería, Golobol se quejó junto con Moblay.

    —Quitemos el Refugio de los Demonios Nocturnos, ah sí, y quitemos al león de las cavernas que vimos allá, ¿y qué nos queda? Quitemos esas dos cosas y no nos queda nada de este día.
    —Ciudadano, cualquier día puede calificarse de aburrido si uno insiste en ignorar todas las cosas interesantes que ocurren —observó Toglo.
    —¡Bien dicho! —Por ser un guía turístico, Radnal se contenía de expresar su opinión ante la gente que guiaba. Esta vez, Toglo lo había hecho por él.

    Ella le sonrió.

    —¿Para qué viene a ver cómo son las Tierras del Fondo si no se contenta con lo que encuentra?
    —Toglo zeg, hay gente así en todos los grupos. Para mí no tiene sentido, pero ahí los tienes. Si yo tuviera dinero para ir a visitar las Nueve Torres de Mashyak no me lamentaría porque no son de oro.
    —Es una actitud práctica —dijo Toglo—. Estaríamos mucho mejor si hubiese más personas que pensaran como tú.
    —Estaríamos mucho mejor si… —Radnal calló. Si no tuviéramos miedo de que hubiera una astrobomba por aquí, enterrada en alguna parte, era el final con que había estado a punto de rematar la frase. Lo cual no era muy inteligente. No solo asustaría a Toglo (o la preocuparía; ella no parecía asustarse con facilidad), sino que Peggol gez Menk se abalanzaría sobre él por haber abierto una brecha en la seguridad.

    Inmediatamente supo como qué se le abalanzaría Peggol: como el Océano Occidental volcándose en las Tierras del Fondo, por encima de las montañas rotas. Trató de reírse de sí mismo; normalmente no se le ocurrían tales comparaciones literarias. La risa fracasó. La similitud era literaria, pero también podía llegar a ser literal.

    —¿Estaríamos mucho mejor si qué, Radnal gez? —preguntó Toglo—. ¿Qué habías comenzado a decir?

    No podía mencionarle lo que había comenzado a decir. No era lo bastante suelto de lengua para inventar algo agradable. Para su consternación, lo que salió de su boca fue:

    —Estaríamos mucho mejor si hubiera más gente como tú, Toglo zeg, y no nos diera un ataque al ver a otras personas haciendo ciertas cosas.
    —Ah, eso. Radnal gez, no se me ocurriría pensar que una persona que hace esas cosas está perjudicando a los demás. Vosotros parecíais estar pasándola bien. No es algo que a mí me interesaría hacer cuando otras personas pueden verme, pero creo que no es de mi incumbencia y que no es motivo para sentirme turbada.
    —Ah. —Radnal no estaba seguro de cómo tomar la respuesta de Toglo. Sin embargo, ya había tentado demasiado su buena suerte, llevando la conversación más allá del punto que le convenía, y por lo tanto se quedó callado.

    Algo pequeño brincó entre los tártagos. Algo más grande descendió saltando en veloz persecución. La persecución finalizó en una nube de polvo. Adelantándose al inevitable coro de «¿Qué es eso?», Radnal dijo:

    —Parece que un dientes de navaja acaba de cobrarse una víctima. —El roedor carnívoro se inclinó sobre la presa; el guía turístico sacó un anteojo para observarlo más detalladamente—. Atrapó a una rata de arena.
    —¿Uno de los animales que tú estudias? —dijo Moblay—. ¿Vas a reventarlo con el cañón de mano para vengarte?
    —Creo que debería hacerlo —declaró Nocso zeg Martois—. ¡Qué bestia depravada, hacerle daño a una indefensa criatura peluda!

    Radnal pensó en preguntarle si le había gustado el guiso de carne de la noche anterior, pero tuvo dudas de que lo comprendiera. Dijo:

    —O los carnívoros comen carne, o mueren de hambre. El dientes de navaja no es tan encantador como la rata del desierto, pero también ocupa un lugar en el entramado de la vida.

    El dientes de navaja era más pequeño que un zorro, tostado en la parte superior y de color crema en la parte inferior. A primera vista se parecía a cualquier otro jerbo, con las patas traseras adaptadas para el salto, orejas grandes y un rabo largo y peludo. Pero también tenía el hocico largo y manchado de sangre. La rata del desierto se retorcía débilmente. A pesar de todo, el dientes de navaja la mordió en el vientre y comenzó a alimentarse.

    Nocso gimió. Radnal trató de imaginarse cómo funcionaba su mente. Estaba dispuesta a creer en demonios nocturnos que llevaban a cabo toda clase de maldades, pero un poco de depredación auténtica le daba la vuelta al estómago. Se dio por vencido; algunas incoherencias eran tan grandes que él no lograba entender cómo era posible que una misma persona sostuviera ambos puntos de vista al mismo tiempo.

    —Como les hice notar hace un par de días, el dientes de navaja se las arregla muy bien en el Fondo, porque cuando este sector del mundo todavía estaba bajo las aguas, los jerbos ya se habían adaptado a condiciones muy cercanas a las presentes aquí. Sus parientes herbívoros extraen el agua que necesitan de las hojas y las semillas, mientras que este emplea los tejidos de los animales que captura. Jamás se ha visto que un dientes de navaja beba agua, ni siquiera durante nuestras muy escasas lluvias.
    —Asqueroso. —El rechoncho cuerpo de Nocso se sacudió con un escalofrío. Radnal se preguntó cuánto le durarían a un dientes de navaja los fluidos que podría extraer de ese cuerpo. «Un largo tiempo», pensó.

    El hijo de Moblay Sopsirk se puso a vociferar.

    —¡Allí está la hostería! Agua fría, cerveza fría, vino frío…

    Igual que la noche anterior, los Ojos y Oídos y los milicianos esperaban fuera la llegada del grupo turístico. Cuanto más se acercaban los asnos, mejor podía ver Radnal los rostros de los hombres que se habían quedado. Todos parecían completamente disgustados.

    Esta vez no tenía intenciones de pasarse un par de diadécimos preguntándose qué ocurría. Llamó:

    —Fer gez, Zosel gez, encargaos de los turistas. Quiero ponerme al tanto de lo que sucedió aquí.
    —Está bien, Radnal gez —contestó Fer. Pero su voz no sonó más alegre que su expresión.

    Radnal desmontó y caminó hacia Liem gez Steries. No se sorprendió cuando Peggol gez Menk se le puso a la par. Solo se oyó el susurro de sus ropas mientras se acercaban al Sublíder de la milicia. Radnal preguntó:

    —¿Qué noticias hay, Liem gez?

    Los rasgos de Liem podrían haber estado esculpidos en piedra.

    —La noticia es un interrogatorio —dijo quedamente—. Mañana.
    —Por los dioses —Radnal se lo quedó mirando—. En Tarteshem se están tomando las cosas en serio.
    —Mejor que lo creas. —Liem se enjugó el rostro sudoroso con la manga—. ¿Ves esos conos rojos, pasando el fogón? Es el sector de aterrizaje que hemos preparado para el heli que debe llegar mañana.
    —Pero interrogatorio… —Radnal meneó la cabeza. Los métodos de los Ojos y Oídos eran cualquier cosa menos amables—. Si interrogamos a los extranjeros quedaremos expuestos a que se provoque una guerra.
    —Tarteshem lo sabe, Radnal gez —dijo Liem—. Ya envié mis objeciones por radio. No han hecho caso a mis comentarios.
    —El Tirano Hereditario y sus consejeros deben de pensar que los riesgos y los daños provocados por una guerra son menores que los que Tartesh sufriría si la astrobomba se comporta como esperan los que la han enterrado —dijo Peggol.
    —¿Pero si la bomba no existe, o si existe pero ninguno de los turistas sabe nada de ella? —dijo Radnal—. Habremos originado un antagonismo con la Unidad Krepalga, con la Tierra de Lisson y también con otros países… ¿para qué? Para nada. Ve al radiófono, Peggol gez, mira a ver si puedes hacer que cambien de opinión.

    Peggol meneó la cabeza.

    —No, por dos motivos. Uno es que esta decisión política debe de provenir de un nivel mucho más alto que aquel al que yo pueda influir. No soy más que un agente de campo, no tengo participación en la estrategia a gran escala. La otra es que tu radiófono es demasiado público. No quiero que nadie se entere de que está a punto de ser interrogado.

    Radnal tuvo que concederle que todo eso era muy sensato en cuanto a la seguridad. Pero igual no le agradaba. Entonces se le ocurrió otra cosa. Se dirigió a Liem gez Steries:

    —¿Yo también voy a ser… eh… interrogado? ¿Y Zosel gez y Fer gez?

    ¿Y Toglo zeg Pamdal? ¿Los interrogadores van a trabajar sobre una pariente del Tirano Hereditario?
    —No conozco la respuesta a ninguna de esas preguntas —dijo el miliciano—. La gente con la que hablé en Tartesh no quiso decírmelo. —Sus ojos saltaron hacia Peggol—. Supongo que tampoco querían que se hiciera público.
    —Sin duda —dijo Peggol—. Ahora debemos actuar tan normalmente como podamos, sin dar indicios de que mañana por la mañana tendremos visitas.
    —Me resultaría más fácil actuar normalmente si supiera que mañana no me pondrán prensas en los pulgares —dijo Radnal.
    —Después de tales tormentos, el Tirano Hereditario compensa generosamente a los que resulten inocentes —dijo Peggol.
    —El Tirano Hereditario es generoso. —Fue todo lo que Radnal podía decir al hablar con un Ojos y Oídos. Pero el dinero, aunque obraba maravillas, no compensaba completamente el terror, el dolor y, a veces, las lesiones permanentes. El guía turístico prefería quedarse como estaba antes que ser rico y discapacitado.

    Liem observó:

    —No será difícil ocultarles la situación a los turistas. Mirad lo que están haciendo.

    Radnal se dio vuelta, miró y resopló. Sus turistas habían convertido la zona marcada con los conos rojos en un pequeño campo de juego. Todos, a excepción del almidonado Golobol, corrían por todas partes, arrojando de aquí para allá una pelota de goma esponjosa y tratando de derribarse unos a otros. Si su deporte tenía un reglamento, a Radnal no se le ocurría cuál podía ser.

    El hijo de Moblay Sopsirk, tan obstinado como imprudente, mantenía su voluntad puesta en Evillia y Lofosa. Sin importarle las abrasiones que pudiera sufrir su pellejo casi desnudo, tironeó de Lofosa hasta hacerla rodar por tierra. Cuando ella se levantó, a la túnica le faltaban algunos botones dorados. Permaneció indiferente a las zonas del cuerpo que habían quedado al aire. Moblay tenía tierra en los ojos y se quedó un rato en el suelo.

    Evillia también perdió algunos botones; a Toglo zeg Pamdal se le rompió el cinturón, igual que a Nocso zeg Martois. Toglo hizo una cabriola con una mano, usándola para mantener la túnica cerrada. Nocso no se molestó en hacerlo. Mirándola rebotar de arriba abajo en el improvisado campo de juego, Radnal deseó que Nocso fuera más pudorosa, y Toglo menos.

    —¿Comienzo a preparar la cena? —preguntó Fer gez Cantal.
    —Enciende los carbones, pero espera para lo demás —dijo Radnal—. Están pasándolo tan bien que hasta es posible que se diviertan. No se van a divertir mañana.
    —Nosotros tampoco —respondió Fer. Radnal hizo una mueca y asintió.

    Benter gez Maprab se arrojó sobre Eltsac gez Martois e hizo caer al suelo a ese hombre más corpulento y más joven que él. Benter se levantó de un salto y golpeó a Evillia en las nalgas. Ella giró rápidamente, sorprendida.

    —Al viejo todavía le queda vida —dijo Peggol, mirando cómo Eltsac se ponía de pie, apretándose con la mano la nariz que le sangraba.
    —Así es. —Radnal contempló a Benter. Podía ser viejo, pero era ágil. Tal vez había sido él quien le había roto el cuello a Dokhnor de Kellef.

    ¿Perder un juego de guerra era motivo suficiente? ¿O acaso él también estaba jugando al mismo juego, más profundo, que jugaba Dokhnor?
    Justo cuando el sol se ocultó detrás de las Montañas Barrera y el crepúsculo envolvió a la hostería, los turistas abandonaron su juego. Los conos brillaban con luminiscencia propia, de suave color rosado fosforescente. Toglo le arrojó la pelota a Evillia, diciendo:

    —Me alegro de que haya traído esto, ciudadana. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto… y tan estúpidamente.
    —Pensé que sería una buena manera de estirarnos, después de estar cabalgando y sentados todo el tiempo —respondió Evillia.

    Tenía razón. Si Radnal alguna vez volvía a guiar turistas por aquí —si la hostería no acababa por quedar sumergida bajo miles de codos de mar—, tendría que acordarse de traer él mismo un balón. Frunció el ceño y se hizo un reproche. Tendría que haber pensado en eso por sus propios medios, en vez de robarle la idea a alguien del grupo.

    —Si antes tenía sed, ahora estoy más seco que el desierto —anunció Moblay—. ¿Dónde está la cerveza?
    —Abriré el refrigerador —dijo Zosel gez Glesir—. ¿Quién más quiere algo? —Retrocedió al ver que los acalorados y sudorosos turistas se precipitaban hacia él—. ¡Vamos, mis amigos! Si me aplastáis, ¿quién os traerá la bebida?
    —Nos las arreglaremos —dijo Eltsac gez Martois, primer comentario sensato que le oían decir.

    Fer gez Canthal ya tenía los carbones de la fogata al rojo vivo. Zosel fue a buscar un cerdo troceado y un costillar de ternera. Radnal comenzó a prevenirlo sobre la poca conveniencia de recurrir a la comida almacenada con tanta prodigalidad, pero cayó en su propia trampa. Si mañana la gente caía en las garras de los interrogadores, no hacía falta preocuparse por el resto de la excursión.

    Radnal comió ávidamente y se unió a las canciones de la sobremesa. Se las ingenió para olvidar durante cientos de latidos lo que los aguardaba cuando llegara la mañana. Pero cada tanto lo volvía a inundar la comprensión. Una vez, la voz le flaqueó tan repentinamente que Toglo le echó una mirada para ver qué le pasaba. Le sonrió con ojos adormilados y trató de hacer mejor las cosas.

    Después, él la miró a ella. No podía imaginar que estuviera implicada en el complot para inundar las Tierras del Fondo. Le resultaba difícil imaginarse a los Ojos y Oídos interrogándola igual que a todos los demás. Pero tampoco se le hubiera ocurrido que ellos se arriesgarían a provocar incidentes internacionales con tal de investigar a los turistas extranjeros. Tal vez eso significaba que no captaba la magnitud de la emergencia. Si era así, Toglo podía estar tan en peligro como cualquiera.

    Horken gez Sofana, el asesor del Parque Foso, se acercó al guía.

    —Me dijeron que quería usted que se revisaran las alforjas de Benter gez Maprab, ciudadano gez Krobir. Descubrí… esto. —Estiró la mano.
    —Qué interesante. Espere aquí, Oficial gez Sofana. —Radnal caminó hasta donde estaba sentado Benter y le palmeó el hombro—. ¿Podría venir conmigo, ciudadano?
    —¿Qué ocurre? —gruñó Benter, pero acompañó a Radnal.


    El guía le dijo:

    —Me gustaría saber cómo aparecieron estas orquídeas de nervaduras rojas —señaló las plantas que estaban en la palma abierta de Horken gez Sofana— en sus alforjas. Llevarse cualquier planta o animal del Parque, especialmente de una variedad poco común como esta, se castiga con multa, encarcelamiento, azotes, o las tres cosas.

    La boca de Benter gez Maprab se abrió y volvió a cerrarse en silencio. Volvió a intentarlo.

    —Yo… yo las habría tratado con mucho cuidado, ciudadano gez Krobir. —Estaba tan acostumbrado a quejarse que no sabía cómo reaccionar cuando alguien se quejaba de él… y lo atrapaba haciendo algo incorrecto.

    El triunfo se volvió hueco para Radnal. ¿Qué eran un par de orquídeas de nervaduras rojas cuando todas las Tierras del Fondo podían estar a punto de ahogarse? Dijo:

    —Confiscaremos estas plantas, ciudadano gez Maprab. Volveremos a revisar su equipo cuando se marche del Parque Foso. Si no encontramos más contrabando, le perdonaremos esto. De lo contrario… estoy seguro que no hace falta que le describa el cuadro.
    —Gracias… muy amable. —Benter huyó.

    Horken gez Sofana miró a Radnal con desaprobación.

    —Estuvo demasiado blando.
    —Puede ser, pero los interrogadores se encargarán de él mañana.
    —Mmm. Comparado con todo lo demás, robar plantas no es gran cosa.
    —Justo lo que yo estaba pensando. Tal vez deberíamos devolvérselas al viejo amargado, para que estén a salvo en caso de que… bueno, ya sabe en qué caso.
    —Sí. —El asesor adoptó una expresión pensativa—. Si ahora se las devolvemos, se preguntará por qué lo hacemos. Tampoco queremos que ocurra eso. Lástima, sin embargo.
    —Sí.

    Al descubrir que estaba preocupado por salvar unos diminutos pedazos del Parque Foso, Radnal se dio cuenta de que había empezado a creer en la existencia de la astrobomba.

    Los turistas comenzaron a encaminarse hacia los cubículos dormitorio. Radnal envidiaba su ignorancia de lo que se avecinaba. Deseaba que Evillia y Lofosa lo visitaran en la quieta oscuridad y no le importaba lo que pensaran los milicianos y los Ojos y Oídos. El cuerpo tenía su propia y dulce forma de olvidar.

    Pero el cuerpo también tenía sus problemas. Ambas mujeres krepalganas comenzaron a trotar de ida y de vuelta al excusado cada cuarto de diadécimo, a veces más seguido.

    —Debe ser algo que comí —dijo Evillia, apoyándose cansadamente contra el marco de la puerta después del tercer viaje—. ¿Tenéis astringente?
    —Debe de haber en el botiquín de primeros auxilios. —Radnal se puso a revolverlo y encontró las píldoras anaranjadas que buscaba. Se las llevó, junto con un vaso de papel con agua—. Aquí tienes.
    —Gracias. —La mujer se echó las píldoras a la boca y se tomó todo el vaso, inclinando la cabeza hacia atrás para tragarlas—. Espero que me ayuden.
    —Yo también. —A Radnal le costaba conservar el tono despreocupado. Al enderezarse para tomar el astringente, a Evillia se le había salido el seno izquierdo de la túnica—. Ciudadana, creo que tienes menos botones que cuando terminó el juego.

    Evillia volvió a cubrirse, esfuerzo casi inútil, puesto que luego se encogió de hombros.

    —No me sorprende. Casi todos los que no me arrancaron de un tirón se me salieron. —Volvió a alzar los hombros—. No es más que piel. ¿Te molesta?
    —Deberías saber que no —dijo, casi enfadado—. Si te sintieras bien…
    —Si me sintiera bien. Me encantaría sentirme bien —convino ella—. Pero como están las cosas, Radnal gez… —Al menos lo había llamado por su nombre y con la partícula de cortesía. Una mueca cruzó su rostro—. Como están las cosas, espero que me perdones, pero… —Volvió a salir corriendo hacia la noche.

    Cuando Lofosa hizo su siguiente carrera hacia el excusado, Radnal la esperó con las píldoras preparadas. Se las tragó casi de inmediato, apenas llegó. También había perdido más botones. Radnal se sintió culpable por pensar en esas cosas cuando ella estaba en desgracia.

    Después de una partida de guerra con Moblay, que fue casi tan torpe como la primera, Radnal se fue a su cubículo. No tenía nada que discutir con Liem ni con Peggol esta noche; sabía qué les esperaba. De algún modo, logró quedarse dormido.

    —Radnal gez.

    Una voz suave lo arrancó del sueño. No eran Lofosa y Evillia, inclinándose sobre él y prometiéndole delicias sensuales. Era Peggol gez Menk, parado en la entrada.

    Radnal se despabiló por completo.

    —¿Qué ocurre? —le exigió.
    —Esas dos chicas Cabezas Altas que no creen necesario usar ropa —respondió Peggol.
    —¿Qué hay con ellas? —preguntó Radnal, confundido.
    —Salieron al excusado hace un rato y ninguna de las dos ha regresado. Uno de mis hombres, que estaba de guardia, me despertó antes de salir para ver si estaban bien. No estaban allí tampoco.
    —¿Dónde pueden haber ido? —Radnal había conocido un montón de turistas idiotas que salían a pasear por su cuenta, pero nunca en plena noche. Por su mente cruzaron otros significados posibles de su desaparición. Se levantó de un salto—. ¿Y por qué?
    —También se me ocurrió —dijo Peggol con tristeza—. Si no regresan pronto, esa pregunta se responderá sola.
    —No pueden ir lejos —dijo Radnal—. Dudo que hayan pensado en llevarse los asnos. Apenas podían diferenciar una punta de los animales de la… —El guía turístico se detuvo. Si Evillia y Lofosa no eran lo que parecían, ¿quién podía adivinar qué era lo que sabían?

    Peggol asintió.

    —Estamos siguiendo la misma línea de razonamiento. —Tironeó del copete de pelo que tenía debajo de la boca—. Si esto significa lo que tememos, mucho dependerá de que tú puedas rastrearlas. Tú conoces las Tierras del Fondo y yo no.
    —Nuestras mejores herramientas son los helis —dijo Radnal—. Cuando aclare, barreremos el piso del desierto cien veces más rápido de lo que podríamos hacerlo a lomo de burro.

    Siguió pronunciando algunas palabras más, pero Peggol no lo oyó. Él tampoco se escuchó, y menos todavía con el súbito rugido que provino de fuera. Se lanzaron hacia la puerta de salida. Empujaron a los Ojos y Oídos y milicianos que habían llegado primero. Los turistas los empujaron desde atrás.

    Todos miraban los helis en llamas.

    Radnal permaneció estático, incrédulo y consternado por un par de latidos. El grito de Peggol gez Menk lo hizo volver en sí.

    —¡Tenemos que llamar a Tarteshem ahora mismo!

    Radnal giró sobre sí mismo, empujó y apartó a codazos a los turistas para abrirse paso y corrió hacia el radiófono.

    La luz ambarina de encendido no se prendió cuando accionó el interruptor. Se agachó debajo de la mesa para ver si había alguna conexión floja.

    —¡Apúrate! —le gritó Peggol.
    —El muy maldito no quiere encenderse —le gritó Radnal. Levantó la caja del radiófono. Se oyó como si tuviera algo suelto. Supuestamente, no debía ser así—. Se ha roto.
    —Lo han roto —declaró Peggol.
    —¿Cómo pudieron romperlo con los Ojos y Oídos y milicianos constantemente instalados en la sala común? —dijo el guía, no muy en desacuerdo con Peggol, gritándole al mundo su perplejidad.

    Pero Peggol tenía una respuesta:

    —Si una de esas putas krepalganas se paseó por aquí sin nada de ropa, y recuerda que estuvieron entrando y saliendo toda la noche, puede que no hayamos prestado atención a lo que hacía la otra. Le dio un golpe… o más bien hurgó debajo del radiófono con la herramienta adecuada… y no le hicieron falta más que cinco latidos.

    Radnal hubiera necesitado más de cinco latidos, pero no era un saboteador. Si Evillia y Lofosa eran… No podía dudarlo, pero le hacían sentirse asqueado. Lo habían usado, habían usado sus cuerpos para sosegarlo, para inducirlo a pensar que eran las rameras estúpidas que fingían ser. Y había funcionado. Tuvo deseos de lavarse repetidamente; pensó que nunca volvería a sentirse limpio.

    Liem gez Steries dijo:

    —Mejor nos aseguramos de que los asnos estén bien. —Salió trotando por la puerta y rodeó las quebradas carrocerías de las máquinas voladoras. El portón del establo estaba cerrado para protegerlo de los leones de las cavernas. El miliciano lo abrió de un empujón. Por encima del crepitar de las llamas, Radnal escuchó un estampido seco, vio un relámpago de luz. Liem se estrelló contra el suelo. Allí se quedó, inmóvil.

    Radnal y Golobol, el médico, se lanzaron hacia él. El resplandor del fuego les dijo todo lo que querían saber. Liem no volvería a levantarse, a juzgar por esas horribles heridas.

    El guía turístico entró en los establos. Sabía que algo andaba mal, pero necesitó un momento para darse cuenta de qué era. Después se percató del silencio. Los asnos no estaban agitándose en sus pesebres, mordisqueando paja y produciendo todos los demás ruidos que eran habituales en ellos.

    Miró al interior del pesebre que estaba junto al portón roto. El asno estaba echado de costado. Sus flancos no se elevaban ni bajaban. Radnal corrió hacia el próximo y el próximo. Todos los asnos estaban muertos, excepto tres, que no estaban. Uno para Evillia, pensó el guía, otro para Lofosa y otro para el equipo.

    No, no eran tontas.

    —El tonto soy yo —dijo, y volvió corriendo a la hostería. Le comunicó la desagradable noticia a Peggol gez Menk.
    —Estamos en problemas, ya lo creo —dijo Peggol, meneando la cabeza—. Sin embargo, estaríamos mucho peor si el equipo de interrogadores no estuviera por llegar en menos de un diadécimo. Podremos perseguirlas en ese heli. También tiene un cañón; si no se entregan… adiós. Por los dioses, espero que no se entreguen.
    —También yo. —Radnal inclinó la cabeza hacia un lado. Una sonrisa sarcástica le partió la cara—. ¿No es ese el heli? ¿Por qué llega tan temprano?
    —No lo sé —respondió Peggol—. Espera un segundo, tal vez sí lo sé. Si Tarteshem llamó y no obtuvo respuesta, puede que hayan decidido que algo andaba mal y que hayan enviado el heli inmediatamente.

    El ruido del motor y los rotores se hizo más fuerte. El piloto debía de haber localizado el fuego y se acercaba a velocidad máxima. Radnal se apresuró a salir para saludar a los Ojos y Oídos que llegaban. La silueta negra del heli se expandió en el cielo; como Peggol había implicado, era una máquina militar, no un vehículo volador utilitario. Se dirigió hacia los conos fosforescentes que marcaban la zona de aterrizaje.

    Radnal lo observó descender. Recordó a Evillia y Lofosa corriendo por la zona de aterrizaje, lanzando risitas, carcajadas y… perdiendo botones. Hizo señas con las manos, corrió hacia los conos.

    —¡No! —aulló—. ¡Esperad!

    Demasiado tarde. El polvo se elevó en nubes asfixiantes cuando el heli tocó el suelo. El guía vio el fogonazo debajo de uno de los patines, oyó el estampido.

    El patín se abolló. El heli volcó. Una de las paletas del rotor se enterró en el suelo, se partió, pasó silbando junto a la cabeza de Radnal. Si lo hubiese tocado, habría arrastrado su cabeza con ella.

    El panel lateral del heli tocó el suelo de las Tierras del Fondo. Se oyó otro estampido seco y de pronto había llamas por todas partes. Los Ojos y Oídos atrapados en el interior del heli lanzaban alaridos. Radnal trató de auxiliarlos, pero el calor no lo dejaba aproximarse. Los alaridos se apagaron pronto. Sintió el olor pesado de la carne quemada. El fuego siguió ardiendo.


    Peggol gez Menk fue apresuradamente hasta Radnal.

    —Traté de detenerlos —dijo el guía con la voz quebrada.
    —Te acercaste más que yo, y me llevaré ese reproche a la tumba —contestó Peggol—. No vi el peligro, como era mi obligación. Algunos de esos hombres eran amigos míos. —Se golpeó fuertemente el muslo con un puño—. ¿Y ahora qué, Radnal gez?

    Morir cuando lleguen las aguas fue el primer pensamiento que le cruzó la mente. Mecánicamente, pasó a lo obvio:

    —Esperar hasta que amanezca. Tratar de encontrar el rastro. Cargar la mayor cantidad de agua posible en nuestras espaldas y perseguirlas a pie. Dejar un hombre aquí para cuando llegue otro heli. Darles a los turistas tanta agua como puedan cargar y enviarlos sendero arriba. Puede que logren escapar de la inundación.
    —Lo que dices parece sensato. Lo intentaremos —dijo Peggol—. ¿Algo más?
    —Rezar —le dijo Radnal. Hizo una mueca, asintió, le dio la espalda. El hijo de Moblay Sopsirk se abrió paso entre los Ojos y Oídos y trotó hasta Radnal y Peggol.
    —Ciudadano gez Krobir… —comenzó.

    Radnal se dio la vuelta para mirarlo. Estuvo a punto de desear que un demonio nocturno se posara sobre la cabeza de Moblay, pero se detuvo. En vez de eso, le dijo:

    —Espere un segundo. Acaba de nombrarme correctamente. —Lo que debió decir con un tono de cortés sorpresa le salió como una acusación.
    —Así es. —Algo en Moblay había cambiado. A la luz de los helis en llamas, se asemejaba… no a Peggol gez Menk, pues seguía siendo un Cabeza Alta de nariz corta y piel marrón, pero sí a un hombre del mismo tipo que el Ojos y Oídos: rudo e inteligente, no solo lascivo e impertinente—. Ciudadano gez Krobir, me disculpo por haberlo irritado, pero quería aparentar ser lo más ineficaz que podía. La forma de usar los nombres es una manera de lograrlo. Soy auxiliar de mi Príncipe: soy uno de sus Sirvientes Silenciosos.

    Peggol gruñó. Evidentemente, él sabía a qué se refería Moblay. Radnal no, pero podía adivinarlo: algo parecido a un Ojos y Oídos. Gritó:

    —¿Hay alguien en este maldito grupo que no tenga puesta una máscara?
    —Y lo que más viene al caso: ¿por qué se quita la máscara ahora? —le preguntó Peggol.
    —Porque mi Príncipe, que el Dios León le conceda muchos años, no desea que se inunden las Tierras del Fondo —dijo Moblay—. Nosotros no sufriríamos tanto como Tartesh, por supuesto; solo poseemos una pequeña franja de tierra en la parte sur. Pero el Príncipe teme a las luchas que vendrían después.
    —¿Quién se acercó a la Tierra de Lisson con este rumor? —dijo Peggol.
    —Nos enteramos por Morgaf —respondió Moblay—. El rey de la isla quería que lo acompañáramos en su ataque a Tartesh después de la inundación. Pero los morgafanos negaron que el complot fuese cosa suya y no quisieron decirnos quién había instalado la astrobomba aquí. Sospechábamos de la Unidad Krepalga, pero no teníamos pruebas. Es por ese motivo que yo insistía en husmear de cerca a las mujeres krepalganas. —Sonrió—. Lo demás es obvio.
    —¿Por qué Krepalga? —se preguntó Peggol en voz alta—. La Unidad no se alió con Morgaf en la última guerra contra nosotros. ¿Qué puede ser lo que quieren tanto como para arriesgarse a que se produzca una guerra con astrobombas?

    Radnal recordó la lección que les había dado sobre cómo se habían formado las Tierras del Fondo; también recordó su desasosiego al enterarse de hasta dónde podrían llegar las aguas en una inundación descontrolada.

    —Yo conozco parte de la respuesta, creo —dijo. Tanto Peggol como Moblay lo miraron. Continuó—: Si se inundaran las Tierras del Fondo, el nuevo mar central llegaría hasta la frontera occidental de Krepalga. La Unidad tendría nuevas costas y estaría en mejor posición que Tartesh y la Tierra de Lisson para explotar el nuevo mar.
    —Las aguas no llegarían a Krepalga por largo tiempo —protestó Moblay.
    —Cierto —dijo Radnal—. ¿Pero se imagina tratando de detenerlas antes de que llegasen? —Volvió a visualizar el mapa—. Creo que no podría; no se podría hacer nada contra el peso del agua.
    —Creo que tienes razón —dijo Peggol decisivamente—. Puede que eso no sea lo único que Krepalga tiene en mente, pero es una parte. La Unidad debe de haber estado planificando esto desde hace años; deben de haber considerado todas las consecuencias posibles.
    —Ahora permitidme ayudaros —dijo Moblay—. Oí decir al ciudadano gez Krobir que los asnos están muertos, pero todo lo que pueda hacer un hombre a pie, lo haré.

    Radnal habría aceptado a cualquier aliado que se le presentara. Pero.

    Peggol dijo:

    —No. Agradezco su amabilidad y sospecho que ahora usted es sincero, pero no me atrevo a arriesgarme. Un hombre a pie puede hacer tanto cosas buenas como malas. Siendo de la profesión, confío en que me entienda.

    Moblay hizo una inclinación de cabeza.

    —Temía que dijera eso. Sí, lo entiendo. Que el Dios León os acompañe. Los tres hombres regresaron a la hostería. Las preguntas de los turistas llovieron sobre Radnal.
    —Nadie nos ha dicho nada, ni una sola palabra —se quejó Golobol—. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué explotan helis a diestra y siniestra? ¡Dígamelo!

    Radnal se lo dijo, a él y a todos los demás. El atónito silencio que produjeron sus palabras duró quizás cinco latidos. Después todos comenzaron a gritar. La voz de Nocso zeg Martois ahogó a todas las demás:

    —¿Esto significa que no vamos a terminar la excursión? Con más sensatez, Toglo zeg Pamdal dijo:
    —¿Hay alguna forma en que podamos ayudarte en tu búsqueda, Radnal gez?
    —Gracias, no. Necesitaríais armas y no tenemos ninguna para daros. Vuestras mejores esperanzas están en llegar a terrenos más altos. Debéis partir tan pronto como terminéis de cargar toda el agua que podáis transportar. Descansad a mediodía, cuando el sol esté en su peor momento. Con suerte, llegaréis a la antigua plataforma continental dentro de… eh… un día y medio. Si la inundación no se produce hasta entonces, allí estaréis a salvo por un tiempo. Puede que un heli os detecte durante el viaje.
    —¿Y si la inundación nos alcanza cuando todavía estamos aquí? —exigió Eltsac gez Martois—. ¿Entonces qué, ciudadano Sabelotodo?
    —Entonces tendrá el consuelo de saber que me ahogué unos momentos antes que usted. Espero que lo disfrute —dijo Radnal. Eltsac lo miró de arriba abajo—. Y no tengo tiempo para más estupideces. Movilicémonos. Peggol gez, enviaremos con ellos a un par de Ojos y Oídos. Tus hombres no serán de mucha ayuda en una expedición por el campo. Y ahora que lo pienso, tú…
    —No —dijo Peggol con firmeza—. Mi lugar es estar en el centro de los acontecimientos. No me quedaré atrás y soy buen tirador. Tampoco soy el peor de los rastreadores.

    Radnal sabía que no podía discutírselo.

    —Está bien.

    Los odres de agua eran para que los cargaran los asnos. Radnal los llenaba en la cisterna, mientras los milicianos y los Ojos y Oídos les recortaban las correas para poder adaptarlas a los hombros humanos. Cuando terminaron, el cielo oriental era de color rosado brillante. Radnal trató de no cargar a los turistas con más de un tercio del peso de sus cuerpos: era todo lo que podía cargar cualquier persona sin agotarse.

    Nocso zeg Martois dijo:

    —¿Con toda esta agua, cómo haremos para transportar comida?
    —No podéis hacerlo —le espetó Radnal. La miró de cabo a rabo—. Puede usted vivir de sus reservas por un tiempo, pero no puede vivir sin agua. —Contestar mal a los turistas era un placer nuevo, intenso. Y como acaso podía ser su último placer, lo disfrutaba mientras podía.
    —Informaré de su insolencia —chilló Nocso.
    —Es lo que menos me preocupa. —Radnal se dirigió a los Ojos y Oídos que comenzaban a ascender por el sendero con los turistas—. Tratad de mantenerlos juntos, tratad de no hacer demasiado al mediodía, aseguraos de que todos beban agua… y aseguraos de beberla vosotros también. Que los dioses os acompañen.

    Un Ojos y Oídos meneó la cabeza.

    —No, ciudadano gez Krobir. Que os acompañen a vosotros. Si ellos os cuidan, todos estaremos bien. Pero si os abandonan, fracasaremos todos.

    Radnal asintió. Dirigiéndose a los turistas, dijo:

    —Buena suerte. Si los dioses son bondadosos, os veré nuevamente en la cima del Parque Foso. —No mencionó lo que ocurriría si los engreídos dioses, como siempre, no hacían nada.
    —Radnal gez —le dijo Toglo—, si nos volvemos a ver, usaré todas las influencias que tenga para favorecerte.
    —Gracias —fue todo lo que Radnal pudo decir. Bajo otras circunstancias, conseguir la protección de un pariente del Tirano Hereditario le habría motivado a hacer grandes cosas. Ahora, incluso aunque la intención de Toglo era buena, tenía muy poco peso ante el hecho de que, para ganarse esos favores, primero Radnal tendría que sobrevivir.

    Una cinta de color dorado rojizo se arrastraba por el horizonte oriental. Los turistas y los Ojos y Oídos caminaban trabajosamente hacia el norte. Un pájaro koprit, posado en el tejado, anunció la llegada del día al grito de ¡jig, jig, jig!

    Peggol le ordenó a uno de los Ojos y Oídos que quedaban que permaneciera en la hostería y que enviara hacia el oeste a todos los helis que aparecieran. Después dijo con formalidad:

    —Ciudadano gez Krobir, pongo mi persona y la del ciudadano gez.

    Potos, mi colega aquí presente, bajo su autoridad. Queda usted al mando.

    —Si así lo quieres —dijo Radnal, encogiéndose de hombros—. Ya sabéis lo que haremos: marcharemos hacia el oeste hasta alcanzar a las krepalganas o hasta ahogarnos, lo que suceda primero. Nada que festejar. Vamos.

    Radnal, los dos Ojos y Oídos, los empleados de la hostería y los milicianos sobrevivientes se encaminaron a los establos. La luz matinal iluminaba las huellas de tres asnos que se dirigían al oeste. El guía sacó su anteojo y recorrió el horizonte occidental. Mala suerte… las depresiones y elevaciones ocultaban a Evillia y Lofosa.

    Fer gez Canthal dijo:

    —Hay un punto elevado, tal vez a tres mil codos de aquí. Tendrías que mirar desde allí.
    —Tal vez —dijo Radnal—. Sin embargo, si tenemos buenas huellas, prefiero fiarme de eso. Me repugna la idea de perder un solo segundo y no es fácil localizar a alguien desde lejos, ni siquiera cuando desea que lo encuentren. ¿Recuerdas a ese pobre tío que se alejó del grupo turístico hace cuatro años? Usaron helis, perros, de todo, pero no encontraron el cadáver hasta un año después, y por accidente.
    —Gracias por estimular mis esperanzas —dijo Peggol.
    —No hay nada de malo en tener esperanzas —respondió Radnal—, pero cuando decidiste quedarte sabías que las perspectivas eran desfavorables.

    Los siete caminantes formaron una hilera suelta y serpenteante, separados unos cinco codos unos de otros. Radnal, el mejor rastreador, se ubicó en el centro; a su derecha estaba Horken gez Sofana, a su izquierda Peggol. Radnal suponía que eran ellos quienes tenían más posibilidades de encontrar el rastro si él lo perdía.

    Y esa posibilidad crecía a cada paso que daban. Evillia y Lofosa no se habían dirigido directamente al oeste. Lo descubrió muy pronto. En lugar de eso, se habían desviado hacia el noroeste unos cientos de codos, luego al sudoeste por otros cientos, en un esfuerzo deliberado por desconcertar a sus perseguidores. También habían elegido el terreno más duro que encontraron, para que las huellas de los asnos fuesen más difíciles de seguir.

    El corazón de Radnal daba un vuelco cada vez que tenía que revisar los alrededores antes de volver a encontrar las huellas de los cascos. Su grupo perdía terreno a cada paso; a lomo de burro, las krepalganas avanzaban más rápido de lo que ellos caminaban.

    —Tengo una pregunta —dijo Horken gez Sofana—. Supongamos que explota la astrobomba y las montañas se derrumban. ¿Cómo habrán de escapar esas mujeres?

    Radnal se encogió de hombros; no tenía idea.

    —¿Oíste eso, Peggol gez? —preguntó.
    —Sí —dijo Peggol—. Se me ocurren dos posibilidades…


    —Cállate. Como estaba diciendo antes de que me interrumpieras tan groseramente, una es suponer que la bomba tiene un detonador con temporizador, lo cual permitiría que las delincuentes escaparan. La otra es que estas agentes supieran de antemano que era una misión suicida. Morgaf ya ha empleado personal así; también nosotros, una o dos veces. Y Krepalga podría hacer uso de tales servidores, por más lamentable que nos parezca.

    Horken asintió lenta, deliberadamente.

    —Lo que dice suena convincente. Pueden haber planeado primero lo del temporizador para permitir la escapatoria, y luego, al darse cuenta de que estábamos a medio camino de descubrirlas, haber decidido sacrificarse.
    —Cierto —dijo Peggol—. Y puede que aún estén planeando escapar. Si de algún modo introdujeron clandestinamente cilindros de helio, por ejemplo, pueden inflar varios globos y salir de las Tierras del Fondo flotando por el aire.

    Radnal se preguntó por un segundo si lo había dicho en serio. Después resopló:

    —Ojalá pudiera sentirme igual de alegre ante las puertas de la muerte.
    —La muerte me va a llegar, esté alegre o no —respondió Peggol—. Seguiré adelante con la mayor audacia y por el mayor tiempo que pueda.

    La conversación se diluyó. Cuanto más alto ascendía el sol, más caliente se ponía el desierto, y cualquier cosa que no fuera poner un pie delante del otro se volvía un esfuerzo que no valía la pena. Radnal se secó el sudor de los ojos mientras avanzaba pesadamente.

    El odre que tenía en la espalda era tan pesado como cualquier otra cosa que hubiese transportado. Se preguntó cuánto tiempo podría continuar con semejante carga. Pero el peso del odre se aligeraba cada vez que llenaba la cantimplora. Se obligó a seguir bebiendo: no tomar agua en la misma medida en que transpiraba era un suicidio. A diferencia de los morgafanos fanáticos que Peggol había mencionado, él quería seguir viviendo mientras pudiera.

    Les había dado a todos una ración de agua para alrededor de dos días. Si al llegar el final del segundo día no habían alcanzado a Evillia y Lofosa… Sacudió la cabeza. De una forma o de otra, nada importaría después de eso.

    Cuando se acercaba el mediodía, ordenó a los caminantes que se refugiaran a la sombra de un afloramiento de piedra caliza.

    —Descansemos un rato —dijo—. Cuando reiniciemos la marcha estará más fresco.
    —No lo bastante para ayudarnos —dijo Peggol. Pero se sentó a la sombra con un suspiro de agradecimiento. Se quitó la elegante gorra y la acarició tristemente—. Después de esto quedará hecha un estropajo, ni más ni menos.

    Radnal se acuclilló junto a él, demasiado acalorado para conversar. Su corazón latía con fuerza. Parecía latir tan fuerte que se preguntó si acabaría por detenerse. Después se dio cuenta de que gran parte de los rítmicos latidos provenían del exterior. La fatiga desapareció. Se levantó de un salto, se quitó la gorra él también y la sacudió en el aire.

    —¡Un heli!

    El resto del grupo también se levantó, hizo señas y gritó.

    —¡Nos han visto! —dijo Zosel gez Glesir. Ágil como una libélula, el heli cambió de dirección en el aire y se lanzó directamente hacia ellos. Aterrizó a unos cincuenta codos de la saliente. Los rotores continuaron girando; estaba listo para volver a despegar en cualquier momento.

    El piloto se asomó por la ventanilla, gritó algo en dirección a Radnal. Con tanto ruido, Radnal no tenía idea de lo que el sujeto le decía. El piloto le hizo señas para que se acercara.

    El estrépito y el polvo eran peores bajo las paletas del rotor, que seguían girando. Radnal tuvo que apoyarse, en puntas de pie, contra la ardiente piel metálica del heli antes de poder escuchar las palabras del piloto.

    —¿A qué distancia están las malditas krepalganas?
    —Partieron más de un diadécimo antes que nosotros y van en asno. Digamos a unos treinta mil codos al oeste de aquí. —Radnal lo repitió varias veces hasta que el piloto asintió y volvió a acomodarse en la máquina.
    —¡Espere! —chilló Radnal. El piloto volvió a asomar la cabeza—. ¿Se topó con un grupo que está subiendo por el sendero hacia la antigua plataforma continental?
    —Sí. Ya debe de haber ido alguien a recogerlos.
    —Bien —bramó Radnal. El piloto le arrojó un radiófono portátil. Radnal lo atrapó; ahora ya no estaban desconectados del resto del grupo de búsqueda.

    Se apresuraron. El heli se lanzó al aire, rumbo al oeste. El guía sintió alivio: aunque él se ahogara, las personas que había tenido a su cargo estarían a salvo.

    —Ahora que ha llegado ese heli, ¿tenemos que continuar? —preguntó Impac gez Potos, el Ojos y Oídos que estaba con Peggol.
    —Tenga la seguridad de que así será, ciudadano. —Radnal volvió a contarle la historia del turista extraviado que se había perdido para siempre—. No importa cuántos helis las estén buscando: cubrirán una zona muy grande y estarán tratando de encontrar a dos personas que no desean ser encontradas. Continuaremos con la cacería hasta las últimas consecuencias. Por la manera en que las krepalganas nos engañaron a todos, supongo que no tienen intenciones de facilitarnos las cosas.
    —¿Ahora seguimos descansando o continuamos? —preguntó Peggol. Radnal lo meditó por unos latidos. Si había llegado el heli, significaba que en Tarteshem sabían, por el radiófono, lo mal que estaban las cosas. Y eso significaba que enviarían un enjambre de helis tan pronto como pudieran hacerlos despegar, lo que a su vez quería decir que su grupo, probablemente, podría conseguir provisiones. Pero no quería perder gente por insolación, un riesgo que siempre acompañaba a las actividades en el desierto.
    —Descansaremos un décimo de diadécimo más —dijo por fin. Cuando el descanso terminó fue el primero en levantarse. Los otros seis se pusieron de pie con tantos gemidos y crujir de articulaciones que parecían un ejército de inválidos.
    —Nos sentiremos mejor a medida que nos movamos —dijo Fer gez Canthal, esperanzado.

    Un poco más tarde, Radnal perdió el rastro y fue invadido por el pánico. Les hizo señas a Peggol y a Horken gez Sofana. Ellos recorrieron el suelo en cuatro patas, pero no encontraron nada. En todas direcciones, se extendía un suelo de tierra dura como la piedra por un par de cientos de codos.

    —Si arrancaron una planta y barrieron las huellas, será más difícil que los mil demonios nocturnos volver a encontrarlas —dijo Horken.
    —No lo intentaremos —declaró Radnal. El resto del grupo lo miró sorprendido—. Aquí estamos perdiendo el tiempo, ¿verdad? —Nadie lo discutió—. Entonces este es el último lugar en el que queremos estar. Haremos la búsqueda en espiral. Zosel gez, quédate aquí parado para marcar este sitio. Tarde o temprano volveremos a hallar el rastro.
    —Eso esperas —dijo Peggol en voz baja.
    —Sí, así es. Si tienes un plan mejor, me será grato escucharlo. —El Ojos y Oídos meneó la cabeza y un momento después bajó la vista.

    Mientras Zosel se quedaba parado en su lugar, los demás marcharon, describiendo una espiral cada vez más grande. Pasados unos cien latidos, Impac gez Potos gritó:

    —¡Las encontré!

    Radnal y Horken corrieron a ver lo que había descubierto.

    —¿Dónde? —preguntó Radnal. Impac señaló un parche de tierra más blanda que la de gran parte de la zona. Era cierto, había marcas. Los hombres más experimentados se agacharon para observar con más detenimiento. Levantaron la vista al mismo tiempo; sus miradas se encontraron—. Ciudadano gez Potos —dijo Radnal—, son huellas de un dientes de navaja. Si las mira con cuidado, verá las marcas del rabo que arrastra por la tierra. Los asnos nunca hacen eso.
    —Ah —dijo Impac con voz suave y triste.

    Radnal suspiró. No se había molestado en mencionarle que las huellas eran demasiado pequeñas para ser de un burro y que además no se les parecían.

    —Intentémoslo una vez más —dijo. Formaron nuevamente la espiral. Cuando Impac volvió a gritar, Radnal deseó no haberse guardado sus sentimientos. Si Impac los hacía detenerse cada cien latidos nunca encontrarían nada. Esta vez, Horken se quedó donde estaba. Radnal se acercó a Impac.
    —Muéstreme —gruñó. Impac volvió a señalar el suelo. Radnal se llenó los pulmones para insultarlo por hacerles perder el tiempo. El insulto quedó sin pronunciarse. Allí, a sus pies, estaban las inconfundibles huellas de tres asnos—. ¡Por los dioses!
    —¿Esta vez son las correctas? —preguntó ansiosamente Impac.
    —Sí. Gracias, ciudadano. —Radnal les gritó a los demás. Los siete se dirigieron al sudoeste, siguiendo el rastro recuperado. Fer gez Canthal se acercó a Impac y le palmeó la espalda. Impac sonrió como si hubiese protagonizado un acto de coraje ante los ojos del Tirano Hereditario. Considerando el servicio que acababa de prestar a Tartesh, se lo había ganado.

    También influyó la buena suerte, pensó Radnal. Pero Impac, después de haber cometido un ignominioso error la primera vez, había necesitado reunir valor para llamarlo de nuevo y una vista aguda para detectar ambos grupos de huellas, aunque no supiera diferenciar unas de otras al encontrarlas. Así que su actuación había entrañado mucho más que el tener buena suerte. Radnal también le palmeó la espalda.

    Radnal estaba bañado en sudor. A medida que este se evaporaba de su ropa, se refrescaba un poco, pero no lo suficiente. Como una máquina consumiendo combustible, no cesaba de beber del odre que cargaba a sus espaldas.

    Ahora tenía el sol en la cara. Se embutió la gorra hasta los ojos, mantuvo la cabeza baja y continuó marchando. Cuando las krepalganas intentaron replegarse sobre sus pasos, en vez de seguir el rastro equivocado y perder cientos de preciosos latidos, él detectó la artimaña.

    Para entonces, el cielo del oeste estaba lleno de helis. Rugían en todas direcciones, a veces tan bajo que levantaban tierra. Radnal quería estrangular a los pilotos que volaban así: también podían hacer volar las huellas. Le gritó al radiófono. Los helis que volaban bajo se fueron más arriba.

    Un gran heli de transporte aterrizó a unos cientos de codos frente a los caminantes. Una puerta lateral se abrió hacia un costado. Descendió un escuadrón de soldados que salieron corriendo hacia el oeste.

    —¿Están cerca o están desesperados? —preguntó Radnal.
    —Desesperados, con seguridad —dijo Peggol—. En cuanto a lo de cerca, tengamos esperanzas. Todavía no nos hemos ahogado. Por otro lado —él siempre pensaba en el otro lado—, tampoco hemos atrapado a tus dos mujerzuelas.
    —No eran mías —dijo Radnal débilmente. Pero recordó sus cuerpos deslizándose junto al suyo, el perfume de su aliento, el gusto salado de sus pieles sudorosas.

    Peggol le leyó la expresión.

    —Ah, te usaron, Radnal gez, y te engañaron. Si te hace sentir mejor, también me engañaron a mí. Pensé que solo tenían cerebro para decir disparates. Me desorientaron con los libros de sexo que tenían entre sus cosas y con la piel que mostraban. Usaron nuestro propio pudor en nuestra contra… ¿Cómo puede ser peligrosa una persona que se comporta así? Es una táctica que no volverá a funcionar.
    —Puede que una sola vez haya sido demasiado. —Radnal no estaba preparado para dejar de sentirse culpable.
    —Si es así, pagarás tu culpa con creces —dijo Peggol.

    Radnal meneó la cabeza. Morir cuando las Tierras del Fondo se inundaran no era bastante compensación, no cuando esa inundación arruinaría a su nación y podía iniciar un intercambio de astrobombas que haría naufragar al mundo.

    El suelo tembló bajo sus pies. A pesar del calor de alto horno del suelo del desierto, el sudor se le congeló.

    —Por favor, dioses, que se detenga —dijo, rezando por primera vez en años.

    Calló. Volvió a respirar. Era solo un pequeño temblor; se habría reído de los turistas por quejarse de él. En cualquier otro momento lo habría ignorado. Ahora, casi se había muerto de miedo.

    Un pájaro koprit inclinó la cabeza y lo estudió desde el espino donde tenía su despensa. ¡Jig, jig, jig!, dijo, y aleteó hasta el suelo. Radnal se preguntó si podría volar lo bastante rápido o lo bastante lejos para huir de la inundación.

    El radiófono dejó escapar un estallido de estática. Radnal pulsó el botón de transmisión.

    —Aquí gez Krobir.
    —Aquí el Líder de Combate Turand gez Nital. Deseo informarle de que hemos hallado a las espías krepalganas. Ambas están muertas.
    —¡Maravilloso! —Radnal retransmitió la noticia. Sus compañeros elevaron cansados vítores. Después volvió a recordar sus noches con Evillia y Lofosa. Y entonces se dio cuenta de que el Líder de Combate gez Nital no había sonado tan exaltado y aliviado como debía. Lentamente, dijo—: ¿Qué ocurre?


    —Cuando las encontramos, las krepalganas se desplazaban hacia el este.
    —Hacia el… ¡oh!
    —¿Se da cuenta del brete en que estamos metidos? —dijo Turand—. Aparentemente, habían completado su labor y estaban intentando escapar. Ahora no podemos interrogarlas. Por favor, mantenga abierta la transmisión para que un heli pueda ubicaros y os traiga aquí. Parece que usted es la mayor esperanza que posee Tartesh de localizar la bomba antes de su ignición. Repito, mantenga abierta la transmisión.

    Radnal obedeció. Miró a las Montañas Barrera. Ahora parecían más altas que cuando habían partido. ¿Cuánto tiempo más seguirían elevándose hasta esas alturas? El sol también se estaba deslizando hacia ellas. ¿Cómo iba a efectuar la búsqueda en la oscuridad? Temía que mañana por la mañana fuese demasiado tarde.

    Les comunicó a sus camaradas lo que le había dicho el oficial. Horken gez Sofana se puso a mover los brazos como si estuviera nadando. Radnal se agachó, recogió un guijarro y se lo arrojó.

    Muy pronto, aterrizó un heli junto a los siete caminantes. Alguien de dentro abrió la puerta corrediza.

    —¡Vamos! —gritó—. ¡Rápido, rápido!

    Moviéndose lo más de prisa que podían, Radnal y los demás subieron al heli. La máquina estuvo en el aire antes de que el hombre de la puerta volviera a cerrarla por completo. Unos doscientos latidos más tarde, el heli aterrizó abruptamente, tanto que los dientes del guía entrechocaron. El tripulante que estaba en la portezuela le quitó el seguro y la abrió hacia el costado.

    —¡Fuera! —gritó.

    Radnal saltó fuera. Los demás lo siguieron. A unos pocos codos de distancia había un hombre de uniforme similar, pero no idéntico, al que usaban los milicianos.

    —¿Quién es el ciudadano gez Krobir? —dijo—. Soy Turand gez Nital.
    —Yo soy gez Krobir. Yo… —Radnal se interrumpió. Junto al soldado tarteshano yacían dos cuerpos. Radnal tragó saliva. Había visto cadáveres sobre las piras funerarias, pero nunca antes así, tirados como animales que esperan al carnicero. Dijo lo primero que le vino a la mente—. No parece que les hayan disparado.
    —No lo hicimos —dijo el oficial—. Cuando vieron que no podían escapar tomaron veneno.
    —Eran profesionales —murmuró Peggol.
    —Ya lo creo —gruñó Turand—. Esta —señaló a Evillia— aún no había muerto cuando llegamos. Dijo «Es demasiado tarde» y murió. Que los demonios nocturnos carcoman su alma para siempre.
    —Entonces será mejor que encontremos pronto esa condenada bomba —dijo Radnal—. ¿Puede llevarnos al sitio donde arrinconaron a las krepalganas?
    —En este mismo segundo —dijo Turand—. Venid conmigo. Está a solo trescientos o cuatrocientos codos de aquí. —Se movió al trote, adelantándose a los agotados caminantes que jadeaban tras él. Finalmente, se detuvo y aguardó con impaciencia que lo alcanzaran—. Aquí es donde las hallamos.
    —¿Y se dirigían al este, dijo usted? —preguntó Radnal.
    —Exacto, aunque no sé desde hacía cuánto tiempo —respondió el oficial—. En alguna parte de este sitio está la maldita astrobomba. Estamos recorriendo todo el desierto, pero este Parque es suyo. Tal vez sus ojos detecten algo que los nuestros no detectan. Si no es así…
    —No hace falta que continúe —dijo Radnal—. Casi me ensucié los pantalones cuando sentí ese pequeño temblor, hace un rato. Pensé que llegaría flotando a las fronteras de Krepalga, a diez millones de codos de aquí.
    —Si está parado sobre una astrobomba cuando detona, no necesita preocuparse por la inundación que viene después —dijo Turand.
    —Agh. —Radnal lo pensó. Sería rápido, al menos.
    —Basta de cháchara —dijo Horken gez Sofana—. Si vamos a buscar, busquemos.
    —Busquemos, y que los dioses les den alas a vuestros ojos —dijo Turand.

    Los siete caminantes volvieron a marchar afanosamente hacia el oeste. Radnal hizo lo mejor posible por seguir las huellas de los asnos, pero las huellas de los soldados las opacaban.

    —¿Cómo vamos a seguir el rastro con esta confusión? —gritó—. Es como si aquí hubiesen soltado una manada de camellos desgibados.
    —No es para tanto —dijo Horken. Agachándose, señaló el suelo—. Fíjese, aquí hay una huella. Aquí hay otra, unos pasos más adelante. Podemos lograrlo. Tenemos que lograrlo.

    Radnal sabía que el Oficial Mayor estaba en lo cierto; sintió vergüenza por el exabrupto. Encontró la siguiente huella por sus propios medios, y también la que vino después. Se encontraban en lados opuestos de la grieta que indicaba una falla; cuando las vio, supo que la astrobomba no debía de estar muy lejos de allí. Pero sintió que el tiempo le pesaba sobre los hombros.

    —A estas alturas, es posible que los soldados ya hayan encontrado la bomba —dijo Fer gez Canthal.
    —No podemos contar con eso. Mira cuánto tardaron en encontrar a las krepalganas. Tenemos que imaginarnos que todo depende de nosotros.
    —Radnal se percató de que no era solo el tiempo lo que le pesaba. Si moría ahora, moriría sabiendo que había fracasado.

    Y sin embargo, mientras el grupo de búsqueda se afanaba por el Parque Foso, los animales de las Tierras del Fondo seguían viviendo sus vidas de siempre; no había forma de que supieran que podían perecer al segundo siguiente. Un pájaro koprit brincó por la arena, a unos cuantos pasos por delante de Radnal. Clavó una de sus garras en algo.

    —Atrapó una lagartija excavadora —dijo Radnal, como si los hombres acalorados y exhaustos que lo acompañaban fuesen miembros de su grupo turístico.

    La lagartija se sacudió, tratando de zafarse. Voló arena a todos lados. Pero el koprit no aflojó las garras, le clavó el pico y la estrelló contra el suelo hasta que cesó de retorcerse. Después voló hasta un espino cercano, llevándose a su víctima.

    Ensartó a la lagartija en una espina larga y gorda. La lagartija era la adquisición más reciente para su despensa, que también incluía dos saltamontes, una cría de víbora y un jerbo. Y, como a menudo lo hacían los pájaros koprit, este también usaba las púas del arbusto para exhibir objetos brillantes que había encontrado. Había una flor amarilla, ahora muy seca, que debía de estar allí colgada desde la última lluvia. Y, no lejos de la lagartija, el koprit había colgado de una espina un par de cordones de color anaranjado rojizo.

    Los ojos de Radnal se posaron en ellos, siguieron de largo, volvieron de golpe. Señaló:

    —¿Aquellos no son los collares que Evillia y Lofosa tenían puestos ayer? —preguntó con voz ronca.
    —Sí —dijeron Peggol y Horken al mismo tiempo. Los dos tenían la obligación de fijarse en los detalles pequeños y recordarlos. Le respondieron con total seguridad.

    Cuando Peggol trató de descolgar los collares de la espina, el pájaro koprit comenzó a chillar furiosamente, ¡jig jig! Con las garras extendidas, se lanzó hacia su rostro. Peggol retrocedió, trastabillando y agitando los brazos para no caerse.

    Radnal agitó la gorra en el aire mientas se acercaba al espino. Con eso logró intimidar al ave lo suficiente para evitar que se abalanzara sobre él, aunque no dejó de chillar. Se apoderó de los collares y se alejó de la despensa lo más rápido que pudo.

    Los collares eran más pesados de lo que él esperaba, muy pesados para ser de plástico barato como había pensado. Giró uno para poder estudiarlo por dentro.

    —Tiene hilo de cobre —dijo, atónito.
    —Quiero verlo. —Una vez más, Peggol y Horken hablaron al mismo tiempo. Le arrebataron un collar cada uno. Después, Peggol rompió el silencio.
    —Cable para un detonador.
    —Absolutamente —convino Horken—. Aunque nunca vi que los aislaran con plástico rojo. Normalmente sería marrón o verde, para camuflarlo. Esta vez, estaba camuflado como bisutería.

    Radnal desvió la mirada de Horken a Peggol.

    —¿O sea que estos cables se conectarían a la célula eléctrica que detona la astrobomba cuando el temporizador acaba el ciclo?
    —Exactamente a eso nos referimos —dijo Peggol. Horken gez Sofana asintió con solemnidad.
    —Pero ahora ya no pueden hacerlo, porque los cables están aquí, no allí. —Buscando torpemente las palabras, Radnal prosiguió—. Y están aquí porque el pájaro koprit pensó que eran bonitos, o quizás porque pensó que eran comida… son casi del mismo color que el señuelo de la lagartija excavadora… y se los arrancó y huyó con ellos. —Entonces cayó en la cuenta—. ¡Este koprit acaba de salvar a Tartesh!
    —El muy miserable casi me saca un ojo —refunfuñó Peggol. El resto del grupo lo ignoró. Uno o dos dieron vítores. La mayoría, como Radnal, se quedaron callados, demasiado cansados, sedientos y estupefactos como para demostrar alegría.

    El guía demoró varios latidos en recordar que llevaba un radiófono. Lo encendió y esperó a Turand gez Nital.

    —¿Qué tenéis? —ladró el oficial. Radnal percibió su tono de tensión. Él también se había sentido igual hasta hacía unos momentos.
    —Los cables del detonador están separados de la astrobomba —dijo, comunicándole primero la buena noticia—. No sé dónde estará la bomba, pero sin ellos no va a explotar.

    Después de un silencio puntuado por la estática, Turand dijo con lentitud:

    —¿Estáis chiflados? ¿Cómo podéis tener los cables y no la bomba?
    —Es que un pájaro koprit…
    —¿Qué? —El rugido de Turand hizo vibrar el radiófono en las manos de Radnal. Lo mejor que pudo, se lo explicó. A continuación, más silencio. Finalmente, el militar dijo—: ¿Está seguro de que son cables de detonador?
    —Un Ojos y Oídos y el asesor del Parque Foso dicen que sí. Si ellos no reconocen ese material, ¿quién otro podría reconocerlo?
    —Tiene razón. —Otra pausa de parte de Turand. Luego—: ¿Un pájaro koprit, dijo? ¿Sabe que nunca escuché hablar de los pájaros koprit hasta este momento? —Su voz expresaba maravilla. Pero de pronto volvió a sonar preocupado—. ¿Puede estar seguro de que no dejaron esos cables allí para engañarnos una última vez?
    —No. —El miedo volvió a anudar las tripas de Radnal. ¿Sus camaradas y él habían llegado tan lejos, habían hecho tanto, solo para terminar siendo víctimas del engaño final?

    Horken dejó escapar un rugido más fuerte que el de Turand.

    —¡La encontré! —aulló desde detrás de un tártago, a unos veinte codos de distancia.

    Radnal corrió hacia él. Horken dijo:

    —No podía estar lejos, porque los pájaros koprit tienen un territorio determinado. Así que seguí buscando y… —Señaló hacia abajo.

    Junto a la base del tártago yacía un pequeño temporizador, conectado a una célula eléctrica. El temporizador estaba cabeza abajo; el koprit debía de haber luchado mucho para arrancar esos cables que apreciaba tanto. Radnal se agachó y dio vuelta el artefacto. Casi se le cae de las manos: la aguja que marcaba la cuenta regresiva en diadécimos y latidos estaba apoyada sobre el cero.

    —¿Queréis revisar esto? —dijo suavemente. Impac gez Potos espió por encima de su hombro. El joven Ojos y Oídos chasqueó la lengua entre los dientes.
    —Un pájaro koprit —dijo Horken. Se puso en cuatro patas y curioseó debajo de todas las plantas y piedras que se encontraban en un radio de un par de codos del tártago. Antes de que pasaran cien latidos, dejó escapar una exclamación seca, inarticulada.


    Radnal se agachó a su lado. Horken había levantado un terrón de arenisca casi tan grande como su cabeza. Debajo de este, había una grieta en la tierra que se prolongaba hacia ambos lados. De la grieta sobresalían dos cables marrones ordinarios.

    —Un pájaro koprit —repitió Horken. Los helis y los hombres habrían llegado muy tarde. Pero el koprit, hambriento o en plan de atraer hembras a su territorio, había avistado algo colorido, y entonces…

    Radnal sacó el radiófono.

    —Encontramos el temporizador. Está separado de los cables que, presumimos, se conectan con la bomba. El pájaro koprit robó los cables que las krepalganas utilizaron para unirla con el temporizador.
    —Un pájaro koprit. —Ahora lo había dicho Turand gez Nital. Pareció tan deslumbrado como el resto, pero muy pronto se compuso—. Excelente noticia, no hace falta que os lo diga. Enviaré una dotación directamente al sitio donde os encontráis para comenzar a desenterrar la astrobomba. Cambio y fuera.

    Peggol gez Menk también había examinado el temporizador. Su mirada se posaba con insistencia en la aguja verde que partía en dos el símbolo del cero. Dijo:

    —¿A qué profundidad suponéis que está enterrada la bomba?
    —Tendría que estar a bastante profundidad para provocar actividad en la falla —contestó Radnal—. No podría decirte a cuánto; no soy experto en geología. Pero si Turand gez Nital piensa que su personal puede desenterrarla antes de que caiga la noche, tendré que reconsiderarlo.
    —¿Cómo pudo Krepalga plantarla aquí? —dijo Impac gez Potos—. ¿No lo habrían notado ustedes, los empleados del Parque Foso?
    —El Parque es un sitio muy grande —dijo Radnal.
    —Ya lo sé. Tengo que saberlo; he recorrido a pie una buena parte de él —dijo Impac con agotamiento—. Sin embargo…
    —Además, esta zona no es muy frecuentada —persistió Radnal—. Nunca guie a un grupo hasta ningún lugar cercano a este. Sin duda, los krepalganos corrieron muchos riesgos para hacer lo que hicieron, pero no riesgos enormes.

    Peggol dijo:

    —Tendremos que asegurarnos de no correr semejante peligro mortal nunca más. No sé si tendremos que reforzar las milicias, instalar aquí una base militar permanente o una estación de Ojos y Oídos… Debemos determinar qué medida ofrece la mejor seguridad. Pero algo haremos.
    —También debéis considerar cuál es la opción que menos perjudicará al Parque Foso —dijo Radnal.
    —Habrá que considerar ese factor —dijo Peggol—, pero probablemente no sea de mucho peso. Piensa, Radnal gez: si caen las Montañas Barrera y el Océano Occidental se derrama sobre las Tierras del Fondo… ¿cuánto perjudicaría al Parque?

    Radnal abrió la boca para seguir discutiendo. Mantener el Parque en su estado natural siempre había sido de vital importancia para él. El hombre había echado a perder tantas zonas de las Tierras del Fondo…

    El Parque era el mejor —casi el único— recordatorio de lo que había sido el Fondo alguna vez. Pero acababa de pasar varios días preguntándose si se ahogaría al segundo siguiente, y todo el día de hoy con la certeza de que así sucedería. Y si se hubiese ahogado, esta región se habría ahogado con él. Comparado con eso, una base de soldados o de Ojos y Oídos de pronto le resultó una tontería. No dijo una sola palabra más.


    ***

    Radnal no había estado en Tarteshem desde hacía mucho tiempo, aunque la capital de Tartesh no estaba lejos del Parque Foso. Jamás había desfilado por la ciudad en un motor descapotable mientras la gente se alineaba en las aceras y vitoreaba. Tendría que haberlo disfrutado. Peggol gez Menk, que estaba sentado junto a él, desde luego que lo hacía. Peggol sonreía y saludaba con la mano, como si acabara de ser elegido alto sacerdote. Después de haber pasado tanto tiempo en los espacios abiertos de las Tierras del Fondo, sin embargo, y después de tanto tiempo de estar solo o acompañado por pequeños grupos de turistas, pasear en medio de una humanidad tan abigarrada, más que llenarlo de júbilo le agobiaba. Miraba nerviosamente los edificios que se cernían sobre la avenida. Se sentía más como si estuviera atravesando un cañón entre montañas que cualquier cosa hecha por el hombre.

    —¡Radnal! ¡Radnal! —canturreaban las muchedumbres, como si todos lo conocieran lo bastante bien para emplear su nombre en la forma más desnuda, más íntima.

    También tenían otro cántico:

    —¡Pájaro koprit! ¡Pájaro koprit! ¡Los dioses bendigan al pájaro koprit! Con eso olvidó parte de su nerviosismo. Viendo su sonrisa, Peggol le dijo:
    —Cualquiera pensaría que acaban de ver la nueva obra del artista.
    —Tienes razón —respondió Radnal—. Tal vez lamento que el verdadero pájaro koprit no esté aquí para la ceremonia.

    Peggol levantó la ceja de siempre.

    —Tú los convenciste de que no lo capturaran.
    —Ya lo sé. Hice lo que debía —dijo Radnal. Poner al pájaro koprit que había robado los cables del detonador en una jaula no parecía apropiado. El Parque Foso existía para permitir que sus criaturas vivieran salvajes y libres, con la menor interferencia posible de la humanidad. Si las cosas continuaban siendo así, era por obra del pájaro koprit. A Radnal le parecía que enjaularlo, después de lo que había hecho, sería comportarse como desagradecidos.

    El motor avanzó hasta los jardines del palacio del Tirano Hereditario. Estacionó frente al resplandeciente edificio que alojaba a Bortav gez Pamdal. En el césped, cerca del camino, había un improvisado escenario y un podio. Las sillas plegadizas que estaban frente a ellos estaban llenas de dignatarios de Tartesh y de otras naciones.

    No había krepalganos sentados en esas sillas. El Tirano Hereditario había enviado a casa al plenipotenciario de la Unidad Krepalga, había ordenado la expulsión de los ciudadanos krepalganos de Tartesh y había clausurado las fronteras. Hasta ahora, no había hecho nada más. Radnal, a un tiempo, rechazaba y aprobaba esas medidas de precaución. En una era de astrobombas, hasta el intento de asesinato de una nación debía ser tratado con precaución, por miedo a que, a continuación, se produjera un exitoso doble asesinato.

    Un hombre de lujosa vestimenta se acercó al motor e hizo una profunda reverencia.

    —Soy el oficial de protocolo. Si hacéis el favor de seguirme, ciudadanos…

    Radnal y Peggol lo siguieron. El oficial de protocolo los condujo hasta el escenario, los ubicó y se marchó apresuradamente para encargarse del resto de los siete caminantes, cuyos motores habían estacionado detrás de donde habían descendido el guía turístico y el Ojos y Oídos.

    Escrutando a la gente importante que lo estaba examinando, Radnal volvió a ponerse nervioso. Estaba fuera de lugar en este ambiente. Pero allí, en medio de la segunda fila, estaba sentada Toglo zeg Pamdal, que le sonrió ampliamente y lo saludó con la mano. Ver a alguien que conocía y que le gustaba le hizo más fácil la espera del resto de la ceremonia.

    El himno nacional tarteshano comenzó a aturdirlos. Radnal no podía quedarse sentado. Se levantó y se puso una mano sobre el corazón hasta que concluyó el himno. El oficial de protocolo subió al podio y anunció:

    —Ciudadanos y ciudadanas, el Tirano Hereditario.

    Los ornamentos de plata con los rasgos de Bortav gez Pamdal siempre sonreían desde los edificios públicos, y frecuentemente desde la pantalla. Sin embargo, Radnal nunca había esperado conocer personalmente al Tirano Hereditario. En carne y hueso, Bortav parecía más viejo que en las imágenes y no tan firme ni sabio: en otras palabras, parecía un hombre, no un semidiós.

    Pero su resonante voz de barítono era la misma. Durante un cuarto de diadécimo, improvisó un discurso, alabando a Tartesh, condenando a quienes habían intentado aniquilarlos y prometiendo que el peligro nunca volvería a existir. En resumen: era un discurso político. Puesto que Radnal estaba más interesado en los riñones de las ratas del desierto que en la política, pronto dejó de prestarle atención.

    Casi le pasó inadvertido el momento en que el Tirano Hereditario lo llamó por su nombre. Se sobresaltó y se levantó de un brinco. Bortav gez Pamdal le hizo señas de que subiera al podio. Como en un sueño, respondió a la llamada.

    Bortav le rodeó los hombros con el brazo. El Tirano Hereditario usaba un tenue perfume.

    —Ciudadanos y ciudadanas, os presento a Radnal gez Krobir, quien, gracias a su aguda mirada, detectó los pérfidos cables que demostraron que los dioses no han abandonado a Tartesh. Por estos valientes esfuerzos en pos de la conservación, no solo del Parque Foso, no solo de las Tierras del Fondo, sino de todo Tartesh, le otorgo cinco mil unidades de plata y declaro que, de aquí en adelante, él y toda su descendencia serán reconocidos como miembros de la aristocracia de nuestra nación. ¡Ciudadano gez Krobir!

    Los dignatarios aplaudieron. Bortav gez Pamdal hizo un gesto con la cabeza, primero mirando al micrófono, después a Radnal. Decir un discurso lo aterraba más que cualquier cosa que hubiera tenido que afrontar en las Tierras del Fondo. Trató de hacerse la cuenta de que presentaba una ponencia científica:

    —Gracias, su excelencia. Los honores que me concede exceden mis méritos. Siempre apreciaré su bondad.

    Dio un paso atrás. Los dignatarios volvieron a aplaudir, acaso porque el discurso había sido muy breve. Fuera del alcance del micrófono, el Tirano Hereditario le dijo:

    —Quédese aquí a mi lado mientras premio a sus compañeros. La próxima presentación suya viene al final.

    Bortav llamó al resto de los siete caminantes, uno por uno. Elevó a Peggol a la aristocracia, igual que a Radnal. Los otros cinco cosecharon elogios y grandes sumas de dinero. A Radnal le pareció injusto. Sin Horken, por ejemplo, no habrían encontrado la célula eléctrica ni el temporizador. Impac era el que había vuelto a encontrar el rastro cuando hasta Radnal lo había perdido.

    No podía protestar demasiado. Aunque fuese el héroe del momento, carecía del rango necesario para que Bortav le hiciera caso. Además, adivinaba que nadie le había informado al Tirano Hereditario de que había estado fornicando con Evillia y Lofosa unos días antes de que salieran a detonar la astrobomba enterrada. Bortav gez Pamdal era firmemente conservador en lo referente a la moral. No lo habría elevado a la aristocracia si hubiese estado enterado de todo lo que había hecho en el Parque Foso.


    Para tranquilizar su conciencia, Radnal se obligó a recordar que todos los caminantes disfrutarían de una vida más fácil después de la ceremonia de hoy. Era cierto. No quedó muy convencido de que fuera suficiente.

    Zosel gez Glesir, el último en ser llamado al podio, terminó de agradecer y regresó a su sitio. Bortav gez Pamdal volvió a recurrir al micrófono. Cuando el aplauso dedicado a Zosel se fue apagando, el Tirano dijo:

    —Nuestra nación no debe olvidar nunca este encuentro cercano con el desastre, ni los esfuerzos de todos aquellos que, en el Parque Foso, lograron apartarlo de nuestro camino. Para conmemorarlo, les presento aquí, por primera vez, la nueva insignia que representará al Parque Foso de aquí en adelante.

    El oficial de protocolo le trajo a Radnal un cuadrado de madera, de no más de dos codos de lado, tapado con una tela. Le susurró:

    —El velo se corre de arriba hacia abajo. Sostenga el emblema bien alto para que la multitud pueda verlo a medida que va descorriendo el velo.

    Radnal obedeció. Los dignatarios aplaudieron. Casi todos sonrieron; algunos hasta lanzaron carcajadas. Radnal también sonrió. ¿Qué mejor manera de simbolizar al Parque Foso que un pájaro koprit posado sobre un espino?

    Bortav gez Pamdal le hizo señas de que se acercara al micrófono. Radnal dijo:

    —Vuelvo a dar las gracias, su excelencia, ahora en nombre del personal del Parque Foso. Llevaremos esta insignia con orgullo.

    Se apartó del micrófono, se volvió y le susurró al oficial de protocolo:

    —¿Y ahora qué hago con esta cosa?
    —Apóyela contra el costado del podio —respondió el inmutable oficial—. Nosotros nos encargaremos. —Mientras Radnal regresaba a su asiento, el oficial anunció—: Ahora nos trasladaremos a la Gran Sala de Recepciones para disfrutar de unas bebidas y un refrigerio.

    Junto con todos los demás, Radnal se encaminó a la Gran Sala de Recepciones. Tomó un vaso de vino espumoso que llevaba un camarero en una bandeja de plata y luego se quedó ahí parado, recibiendo las felicitaciones de importantes funcionarios. Era como ser guía turístico: sabía casi todo lo que tenía que decir e improvisaba nuevas respuestas sobre la base de las mismas melodías trilladas.

    En un rapto de inspiración, se dio cuenta de que los políticos y burócratas estaban haciendo lo mismo que él. Todo el asunto era tan formal como una danza de figuras. Cuando se dio cuenta, sus nervios se esfumaron del todo.

    O así lo creyó, hasta que Toglo se le acercó sonriendo. Bajó la cabeza.

    —Hola, ciudadana. Qué bueno es volver a verla.
    —Si me llamabas Toglo zeg durante los peligros del Parque Foso, sigo siendo Toglo zeg aquí, en la seguridad de Tarteshem. —Sonaba como si la formalidad de Radnal la hubiera desilusionado.
    —Está bien —dijo él. A pesar de los favores que Toglo le había prometido antes de marcharse de la hostería, mucha gente que se mostraba simpática con los empleados del Parque Foso durante su estadía en las Tierras del Fondo los desairaban si se topaban con ellos en la ciudad. No pensaba que Toglo fuera así, pero era mejor cubrirse.

    Como por arte de magia, junto al codo de Radnal apareció Bortav gez Pamdal. Las mejillas del Tirano Hereditario estaban algo rojas; era posible que hubiese bebido más de una copa de vino espumante. Habló como si acabara de recordarlo:

    —Ya conoce a mi sobrina, ¿verdad, ciudadano gez Krobir?
    —¿Su… sobrina? —Radnal deslizó la mirada de Bortav a Toglo. Ella se había presentado como una pariente lejana y colateral. Sobrina no encajaba en esa definición.
    —Espero que disfrute su estadía aquí. —Bortav palmeó el hombro de Radnal, le echó su aliento a vino en la cara y se alejó para intimar con otros invitados.
    —Nunca mencionaste que eras su sobrina —dijo Radnal. Ahora que de pronto era un aristócrata, podía soñar con hablarle al padre del clan de una pariente lejana y colateral del Tirano Hereditario. Pero hablar con el hermano o el esposo de la hermana de Bortav gez Pamdal… era imposible. Tal vez por eso, la frase sonó malhumorada.
    —Perdona —respondió Toglo. Radnal la estudió, presuponiendo que la disculpa era meramente un formalismo. Pero ella parecía hablar en serio—. Llevar el nombre de mi clan es, de por sí, bastante difícil. Sería todavía más difícil si yo le contara a todo el mundo lo cercano que es el parentesco que me une al Tirano Hereditario. La gente no me trataría como a un ser humano. Créeme, lo sé. —Por la amargura que había en su voz, era verdad.
    —Ah —dijo Radnal con lentitud—. Nunca se me ocurrió pensarlo, Toglo zeg. —La forma en que ella le sonrió cuando la llamó por su nombre de pila con la partícula de cortesía le hizo sentir mejor.
    —Tendrías que haberlo pensado —le dijo ella—. Cuando la gente se entera de que pertenezco al clan Pamdal, o bien se comportan como si estuviera hecha de cristal y fuera a quebrarme si respiran muy fuerte, o bien tratan de ver cuánto provecho pueden obtener de mí. No me interesa ninguna de las dos actitudes. Es por eso que minimizo el parentesco.
    —Ah. —El resoplido de risa de Radnal estaba dedicado principalmente a sí mismo—. Siempre imaginé que estar vinculado a un clan rico y famoso hacía que la vida resultara más sencilla y más fácil, no al revés. Nunca se me ocurrió que todo eso pudiera entremezclarse con cosas malas. Discúlpame por no darme cuenta.
    —No hace falta —dijo ella—. Creo que me hubieras tratado igual aunque hubieses sabido desde el primer instante quién era mi tío. Y esas cosas no me suceden con demasiada frecuencia, de modo que las aprecio como un tesoro.
    —Mentiría si te dijera que no me puse a pensar a qué familia pertenecías —dijo Radnal.
    —Bueno, por supuesto, Radnal gez. Si no lo hubieras hecho serías un estúpido. No es eso lo que espero de la gente. Hasta la aparición del pájaro koprit, siempre supe que los milagros de los dioses se habían acabado. Pero fuera lo que fuera lo que pensabas, no permitiste que se interpusiera en tu camino.
    —Hice lo mejor posible por tratarte igual que a todos los demás —dijo.
    —Creo que te salió de maravilla —respondió ella—. Es por ese motivo que nos hicimos amigos tan pronto, allá en el Parque Foso. También es por ese motivo que me agradaría que ahora siguiéramos siendo amigos.
    —Me gustaría muchísimo —dijo Radnal—. Siempre y cuando no pienses que te lo digo para tratar de sacar provecho de tu posición.
    —Creo que tú no harías una cosa así. —Aunque los ojos de Toglo seguían sonrientes, lo estudió con la mirada. Según le había dicho, había conocido gente que había intentado sacar ventaja de ella. Radnal dudaba que esa gente hubiera salido bien parada de la situación.
    —Siendo quien eres, también se me hace más difícil confesarte que me gustas mucho desde que nos vimos en el Fondo —dijo.
    —Sí, me doy cuenta de que es posible —dijo Toglo—. No quieres que piense que tratas de sacarme provecho. —Volvió a estudiar a Radnal.

    Esta vez, él también la estudió. Quizás, pensó, la primera persona que había intentado sacar ventaja de su amistad había tenido éxito; Toglo era genuinamente bondadosa. Pero apostaba sus cinco mil unidades de plata a que la segunda persona había sido puesta de patitas en la calle sin rodeos. Que fuera buena no quería decir que fuese tonta.

    No le gustaba menos por eso. Quizás a Eltsac gez Martois lo atraían las tontas, pero Eltsac también era un tonto. Radnal se había calificado con muchos adjetivos, pero muy rara vez con el de tonto. La última vez que se había calificado así había sido al descubrir quiénes eran en realidad Evillia y Lofosa. Por supuesto, cuando cometía un error no se andaba con medias tintas.

    Pero se las había ingeniado para redimirse… con la ayuda de un pájaro koprit.

    Toglo le dijo:

    —Si realmente nos convertimos en amigos de verdad, Radnal gez, o acaso en algo más que eso —una posibilidad que él no se hubiera atrevido a mencionar, pero que estaba muy lejos de resultarle antipática—, quiero que me prometas una cosa.
    —¿Qué? —le preguntó, repentinamente alerta—. No me gusta la amistad con condiciones. Me recuerda demasiado a nuestro último tratado con Morgaf. No hemos tenido una guerra con los isleños desde hace tiempo, pero no confiamos en ellos, ni ellos en nosotros. También pudimos comprobarlo en las Tierras del Fondo.

    Ella asintió.

    —Es cierto. Aun así, espero que mi condición no te resulte demasiado arbitraria.
    —Continúa. —Bebió un sorbo de vino espumoso.
    —Bueno, entonces: Radnal gez Krobir, la próxima vez que te vea dentro de una bolsa de dormir con un par de chicas desnudas, sean Cabezas Altas, Cejas Fuertes o cualquier cosa, tendrás que dar por terminada nuestra amistad.

    Un poco de vino le subió por la nariz. Lo cual hizo que se atragantara todavía más. Para recuperar la compostura, ganó unos latidos limpiándose con un cuadrado de lino.

    —Toglo zeg, pacto cerrado —dijo con solemnidad. Se dieron la mano.


    Fin



    Título original: Down in the Bottomlands
    Harry Turtledove, 1993
    Traducción: Claudia de Bella

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