EL CASO DE LA ESPOSA QUE DESAPARECIÓ
Publicado en
marzo 21, 2017
Trabajando en su primer caso como detective, mi tía Eulogia le hacía preguntas al señor Brown, pero el que más las respondía era el mayordomo... "Aquí hay gato encerrado", pensó ella.
Por Elizabeth Subercaseaux.
La primera instrucción que le dio Tina Fernández a Marisela, la nueva secretaria de su agencia Detectives Fernández y Cia. Ltda., fue que mantuviera el lugar limpio como una patena, para inspirarles confianza a los clientes.
—Está bien, jefa, lo que ordene —dijo Marisela.
—Puedes llamarme Tina, si no te importa.
—¿No le gusta que la llamen jefa? Entonces quiere decir que no sabe mandar. Todas las que andan con tantos remilgos cuando les dicen como se debe es porque no saben mandar.
En eso entró la tía Eulogia con una carpeta bajo el brazo.
—Aquí están todos los papeles que dejó el cliente que vino ayer —comentó Eulogia.
—¿El señor Brown? Otro que tiene a su esposa desaparecida. Parece que ese es el mal de muchos maridos —rió Tina.
—No se ría, señora Tina, cada cliente tiene su problema y si usted va a burlarse, no llegaremos a ninguna parte —dijo Marisela, que carecía de sentido del humor.
—Disculpa, Marisela, era una broma. A ver, Eulogia, ¿cómo piensas enfrentar el caso?
—Bueno, lo primero será ir a su casa y hablar con él para que me cuente cuándo desapareció, quién la vio por última vez —y dicho esto tomó sus anteojos de sol, su sombrero de detective, su grabadora y su máquina fotográfica, y partió rumbo a la solución de su primer caso.
El cliente vivía cerca de allí, en una bonita casa blanca, de estilo francés. Se notaba que era rico. Un mayordomo vestido a la usanza inglesa abrió la puerta.
—¿Está el señor Brown? —preguntó Eulogia.
El hombre enseguida la condujo por un largo pasillo donde colgaban retratos familiares.
—Buenos días, señora, gracias por venir —dijo Brown, levantándose.
—Hay unas cuantas preguntas que me gustaría hacerle —empezó la tía Eulogia.
—Adelante, señora, pregunte lo que quiera —dijo Brown mirando de reojo al mayordomo, quien no se movió de su lado durante toda la conversación.
—¿Cuándo y cómo desapareció su esposa?
—Estábamos en la cama, ya de noche, cuando me dijo: "Voy a comprar cigarrillos y vuelvo". No ha regresado hasta la fecha. La ha buscado la policía y nada. Hemos visitado los hospitales y nada. Desapareció... con su amante —volvió a mirar al mayordomo, como buscando su aprobación.
—¿Por qué cree que se fue con un amante?
—Porque ese día terminaron de cenar a las 11 de la noche, después se fueron a la cama y a las dos de la mañana ella salió a comprar cigarrillos, y porque poco antes de salir recibió una llamada telefónica —respondió esta vez el mayordomo.
—¿Quién atendió esa llamada?
—Yo mismo —dijo el hombre enjugándose una lágrima.
—¿Y quién la llamaba?
—Un tal Juan Carlos —musitó Brown tragándose una lágrima.
—¿Usted lo conoce?
—Solo por foto —dijo el mayordomo, y Eulogia le pidió que dejara de responder por el señor Brown, y dirigiéndose a este preguntó—. ¿Lo ha visto en los diarios?
—No, lo he visto en la billetera de mi señora —balbuceó el señor Brown, sin dejar de mirar al mayordomo.
—¿Y cómo sabe que es su amante? ¿No podría ser un amigo?
—Detrás de la foto decía: Para mi amada Elisa, en recuerdo de nuestras noches de amor—lijo el mayordomo haciendo caso omiso de la mirada de reproche con que Eulogia lo clavó.
—A ver, vamos a poner los hechos sobre la mesa: a las dos de la mañana su señora recibió la llamada de su amante e inventó que debía salir a comprar cigarrillos. Salió de la casa y nunca más volvió. Usted cree que ha desaparecido y por eso ha contratado nuestros servicios. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —volvió a meter su cuchara el mayordomo.
—¿Me hace el favor de no seguir interviniendo? Esta conversación no es con usted, sino con el señor Brown... Mire, su señora no está desaparecida sino fugada, son dos cosas muy distintas. Si hubiera desaparecido, usted necesitaria nuestros servicios detectivescos, pero como se ha fugado con el amante, lo que necesita es una terapia de pareja. ¿Me entiende? Usted debería tratar con un terapeuta, lo que ha venido ocurriendo en su matrimonio. ¿Peleaban mucho? ¿Dejó de preocuparse por ella?
—Entiendo —dijo el señor Brown levantándose—. Le agradezco su consejo, voy a buscar a un terapeuta esta misma tarde.
Eulogia le vio un halo de tristeza en los ojos. Luego él la invitó a salir de la casa y la acompañó hasta la puerta. Antes de salir, Eulogia no pasó por alto la mirada de odio que le pegó el mayordomo. "Aquí hay gato encerrado", se dijo, y llegando a la esquina se devolvió y tocó el timbre de nuevo. El mayordomo abrió la puerta.
—¿Puedo hacerle un par de preguntas? —inquirió ella.
—¡No! Usted ya ha terminado su trabajo en esta casa, así que ahora mismo se va —dijo el hombre cerrándole la puerta en las narices. Eulogia retrocedió y al alzar la vista vio la cara patética del señor Brown asomada a la ventana del segundo piso.
—¡Señor Brown! ¿Cuántos años tiene su señora? —gritó.
—Veinticinco —alcanzó a decir Brown, cuando el mayordomo lo empujó hacia dentro, cerrando la ventana de golpe.
De vuelta en la agencia, Eulogia citó a Tina a su despacho.
—Esto es lo que tenemos: el señor Brown, de unos 75 años, está casado con una mujer de 25. La mujer tiene un amante que se llama Juan Carlos, con el cual se fugó a las dos de la mañana. Le dijo que tenía que salir a comprar cigarrillos. El mayordomo de la casa está involucrado en el asunto y el señor Brown, que está asustado por algo, se pone a llorar a cada rato. ¿No te parece extraño?
—Sí, sobre todo, porque mientras tú estabas en la casa del señor Brown llegó a la agencia un tal Juan Carlos Tapia, diciendo que su novia, Elisa Brown, desapareció. Quedó de encontrarse con él en la esquina de la casa y nunca llegó.
—Ya sé de qué se trata todo esto —se iluminó Eulogia y, sin decir una palabra más, volvió a la casa del señor Brown.
En el trayecto puso sus ideas en orden, tal como le habían enseñado en la escuela de detectives, ató los cabos sueltos... ¡claro! La solución del caso se le presentó con nítida claridad. Tocó el timbre. El mayordomo abrió. Eulogia le dio un empujón y entró en la casa. Había una escalera de mármol que Eulogia subió saltando los escalones de dos en dos, mientras el mayordomo gritaba:
—¡Señor Brown, la detective ha subido al segundo piso!
Brown subió detrás de Eulogia. Al llegar arriba, Eulogia se abalanzó a un dormitorio y abrió la puerta del clóset. Brown se tiró encima de ella, arrastrándola por el suelo. Eulogia se levantó de un salto, le dio un manotón y se introdujo en el clóset, y allí, hacia el fondo y debajo de un abrigo, había una mujer maniatada, con tela adhesiva en la boca, emitiendo gemidos de terror.
—¡Vamos, señorita Brown, levántese, iremos a la policía! Y a usted, señor mayordomo, le esperan varios años de cárcel. Ningún tribunal le perdonará haber secuestrado a la hija de su patrón y tenerla en un clóset —dijo la tía Eulogia.
—¿Y cómo sabe que es su hija? —la desafió el mayordomo.
—Ninguna esposa sería tan tonta como para andar con la foto del amante en la billetera. Se nota que usted no conoce a las mujeres. Y ninguna se iría de la casa a las dos de la madrugada, cómo se le ocurre, las mujeres que abandonan al marido suelen hacerlo a plena luz del día, le dejan una carta pegada en el refri y se van por la puerta ancha, con la cabeza en alto —dijo Eulogia, tomando a la mujer de la mano—. Ven conmigo.
—¡Yo no quería! —gritó el viejo—. ¡Fue él! ¡El me obligó! Perdóname, Elisa, por favor.
Eulogia y Elisa abandonaron la casa dejando al viejo y su sirviente a la espera de que llegara la policía a detenerlos. Elisa iba pálida y silenciosa. Cuando llegaron a la agencia, Marisela le sirvió una taza de té. Una vez que se hubo repuesto, Elisa les contó que esa noche había decidido fugarse con Juan Carlos, iban a casarse en un pueblo cercano, en contra de los deseos de su padre, y el mayordomo la sorprendió cuando se estaba descolgando por la ventana, y entre él y su padre la maniataron.
—¿Por qué dice tu padre que eres su esposa?
—Porque hay días en que cree que soy mi madre. Ella se llamaba Elisa también, somos muy parecidas, solo que ella murió hace 15 años, pero como mi padre tiene Alzheimer, hay días en que se confunde —explicó Elisa.
—Quiere decir que todo esto es manipulación del mayordomo... Quiere quedarse con la fortuna de su padre, ¿verdad?
—Así es —dijo Elisa—. Se llama Perry y es perverso.
La policía arrestó a Perry y, mientras el señor Brown ingresaba en un hogar para ancianos, Elisa y Juan Carlos se casaban.
Esa noche, mi tía Eulogia se durmió muy contenta. Para ser su primer caso, no estaba mal.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JULIO 18 DEL 2006